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GABRIEL COSTANTINO
Escuela de Política y Gobierno
Universidad Nacional de San Martín
1. Introducción
1
Ex Jefe de Policía de Santa Fe.
2
Ex Ministro de Seguridad de Córdoba.
3
Por ejemplo, León Arslanián, ex ministro de seguridad bonaerense en dos ocasiones, declaró a
propósito de las revueltas policiales que los gobiernos provinciales debían implementar reformas que les
devuelvan la conducción de las fuerzas de seguridad y terminen “con la autonomía y el autogobierno
policial” (Página 12 2014). Respecto a la crisis policial en Santa Fé, Enrique Font, especialista en
seguridad y ex funcionario provincial sostuvo que: "La provincia (…) no tiene ni ha generado una
estructura de gestión que le permita controlar y dirigir a la policía, y (…) no encara una reforma profunda
de la fuerza" (Tiempo Argentino 2013). En cuanto al escape de los presidiarios, Ricardo Ragendorfer
declaró en varios medios: “la fuga fue comprada y la Bonaerense salió a marcar la cancha” (La Izquierda
Diario 2016).
Según el libro clásico de Marcelo Sain publicado en 2002, Seguridad, democracia y
reforma del sistema policial en la Argentina, la policía se ha hecho cargo
tradicionalmente de la administración de la seguridad pública y, en particular, de la
formulación e implementación de la política de seguridad, y de su conducción
estratégica y operativa. La policía es un Leviatán Azul que cuenta “con la potestad para
definir sus propias funciones, misiones y fines institucionales y para proporcionarse sus
propios criterios y medios para cumplirlos. En efecto, la autonomía política de las
agencias policiales les permite sustentar una marcada independencia doctrinal, orgánica
y funcional frente al gobierno estatal y frente a la sociedad política y civil, y, a partir de
ello, desenvolver en forma autosustentada ciertas modalidades organizativas y de
funcionamiento y ciertas prácticas institucionales regulares” (2002, 41).
Ahora bien, en contraposición a esta perspectiva tan extendida, algunos estudios
argumentan que las fuerzas de seguridad han sufrido muchas y profundas intervenciones
discrecionales del poder político en su organización y funcionamiento (Frederic 2008,
Barreneche 2009 y 2010). En esta línea, en trabajos anteriores he argumentado que los
procesos de formulación de las políticas de seguridad provinciales no parecen responder
a los supuestos intereses de una policía autónoma, sino que estarían determinadas por
los planes de campaña del ejecutivo de cada jurisdicción (Costantino 2014); en segundo
lugar, que la mayor o menor convergencia entre las políticas de seguridad federal y
provinciales se ve afectada por los recursos económicos y de popularidad del presidente
(Costantino 2015). Continuando con este enfoque, el objetivo de este trabajo es analizar
los vaivenes en los procesos de formulación de las políticas de seguridad federal y
provinciales en Argentina en más casos, ahondando en el marco conceptual perfilado en
trabajos anteriores. Si bien la base empírica sistemática y desagregada se centra en la
jurisdicción federal y de cuatro provincias4 entre 1984 y 2011, entendemos que dicho
análisis permite identificar patrones históricos que muestran vigencia hasta la
actualidad.
El trabajo se estructura de la siguiente manera. En la sección 2 examinamos la
literatura regional y argentina sobre las políticas de seguridad ciudadana y sus causas;
en la sección 3 proponemos un marco teórico para describir dichas políticas y para
explicar sus principales variaciones; en la sección 4 analizamos y explicamos las
distintas políticas de seguridad formuladas a nivel federal y provincial en el período de
análisis elegido. Finalmente, luego de resaltar la adecuación del desarrollo histórico con
las hipótesis arriesgadas por nuestro esquema conceptual, concluimos explicitando
cómo consideramos que este trabajo instruye sobre el juego estratégico detrás de los
procesos de formulación de las políticas de seguridad y sobre la autonomía relativa de
la policía y el sistema penal.
4
Por una cuestión de relevancia política y de disponibilidad de información, las políticas de seguridad
provinciales analizadas son de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fé y Mendoza.
Los estudios sobre las políticas de seguridad ciudadana han crecido
sustancialmente en nuestro país y en América latina en los últimos veinte años. Esta
literatura define generalmente a la política de seguridad ciudadana como el conjunto de
las acciones gubernamentales que tiene como objetivo mejorar la prevención, la
investigación y el castigo de los delitos en determinada jurisdicción. Los trabajos
académicos suelen referirse en vez de a la política de seguridad, a las reformas de la
policía y/o del sistema penal (cfr. Salles Kobilanski 2011, González 2007, Saín 2002).
Pero el objeto de análisis suele ser el mismo: cambios discursivos, normativos y
administrativos producidos por los gobiernos de turno que hacen a la gestión de la
seguridad. Por ejemplo, la promulgación de leyes penales, la elaboración de cambios
administrativos y reglamentarios, la inversión de recursos económicos y humanos para
llevar adelante los programas ideados en las leyes y reglamentos, etc.
Es de notar que si seguimos la literatura de la ciencia de las políticas públicas
más contemporánea, lo que la opinión pública y muchos investigadores sociales llaman
políticas de seguridad o reformas del sistema de seguridad, en realidad hace referencia
a la formulación de la política pública: a las grandes decisiones en la cúspide del
Estado (Aguilar Villanueva 1992). Pues el concepto de política pública, la política
pública como proceso, según esta literatura, debe incorporar las muchas y diversas
decisiones de los actores participantes, gubernamentales y extra gubernamentales, que
en sus diversas interacciones preparan y condicionan la decisión central y su
implementación. Siguiendo este punto de vista, sería fundamental para analizar las
políticas de seguridad el accionar de grupos delictivos, agentes judiciales, policiales,
penitenciarios, a políticos y líderes de opinión, que con sus comportamientos afectan
sustancialmente la prevención, la investigación y el castigo de los delitos.
Ahora bien, existen buenas razones para comenzar el análisis focalizándonos en
las decisiones de la cúspide del estado, en cómo se formulan las políticas de seguridad.
En primer lugar, las tomas de posición gubernamentales respecto al tema de la
seguridad, manifiestas en la “inversión” de normas, recursos económicos y recursos
humanos, tienen consecuencias que son relevantes en los comportamientos de los
actores públicos y privados que con sus prácticas afectan la seguridad ciudadana (vg. la
policía, el sistema penitenciario, el Ministerio Público y el Poder Judicial, las
organizaciones delictivas, etc.).
En segundo lugar, si bien los enfoques inclusivos de muchos actores suelen
parecer, prima facie, más pertinentes a la hora de analizar las políticas públicas, cuando
se intenta conceptualizar y operacionalizar dichos enfoques para que produzcan
conocimiento con capacidad de vuelo más allá de la descripción de situaciones
puntuales, cuando se los trata de convertir en un enfoque parsimonioso, pierden
fácilmente el eje, equiparando actores y prácticas que tienen una influencia muy
diferente en la provisión de seguridad. Sucede que existen grandes dificultades para
conseguir información razonablemente exhaustiva y sin sesgos sobre los recursos, los
intereses y las prácticas de todos los actores que aparecen mencionados en dichos
enfoques como potencialmente afectando las políticas de seguridad durante el período
analizado (vg. actores delictivos, policiales, partidarios, etc.).
Quizás por las razones mencionadas es que, más allá de las recomendaciones de
la literatura experta de la ciencia de las políticas públicas, los funcionarios,
investigadores y periodistas especializados en temas de seguridad continúan centrando
sus análisis en las acciones del gobierno. En nuestro caso, focalizamos nuestra atención
en las acciones de los Ejecutivos por una cuestión de parsimonia, relevancia y calidad
de la información (ver siguiente sección). Como apunta Sabatier, la complejidad del
análisis del proceso de las políticas públicas obliga al analista a encontrar alguna forma
de simplificar la situación para poder identificar el grupo reducido de relaciones críticas
entre elementos que subyace a la complejidad desconcertante de los fenómenos para
describir y explicar algo.5
Los especialistas latinoamericanos en políticas de seguridad suelen clasificar las
políticas de según un criterio ideológico, considerando si se acercan a modelos
seguritarios de izquierda o de derecha (Rico 1997, Rico y Chinchilla 2002, Sain 2002,
González 2007, Salles Kobilanski 2011). Este criterio ideológico suele tener como
dimensiones: a) la forma de gobierno del sistema de seguridad y b) las acciones a
emprender para: i) prevenir el delito, ii) investigar y enjuiciar a los presuntos
delincuentes y iii) castigar a los criminales.6
5
Nuestro trabajo se acerca en este punto al enfoque epistemológico convencional que uno puede
encontrar en las propuestas de diseño de investigación de King (2000) o Sabatier (2010). En palabras de
Sabatier “el supuesto ontológico fundamental de la ciencia es que existe un grupo reducido de relaciones
críticas entre elementos que subyace a la complejidad desconcertante de los fenómenos. Estas relaciones
tiene que ser captadas mediante conceptos y proposiciones relativamente claros e internamente
coherentes, que identifiquen en forma precisa factores causales, y generan hipótesis falsables y
suficientemente amplias en su alcance” (2010: 11)
6
Al analista atento podría parecerle que esta clasificación de corte ideológico soslaya aspectos que habría
que poner en primer plano en el análisis y la discusión de las políticas de seguridad. Por ejemplo, la
situación económica del gobierno y sus burocracias, la condición laboral de los funcionarios del sistema
policial y penal vis a vis otras profesiones y vis a vis otras jurisdicciones y épocas. Sin embargo, la
dificultad actual de conseguir información razonablemente exhaustiva y sin sesgos sobre estos asuntos
impide avanzar en nuevas tipologías más pertinentes.
En Argentina, la literatura académica que describe las políticas de seguridad se
destaca por iniciar el análisis en la década del noventa, existiendo muy pocas
investigaciones sobre las políticas de seguridad ciudadana durante la presidencia de
Alfonsín. En general dicho recorte se justifica alegando, erróneamente, que no
existieron modificaciones importantes en las políticas de seguridad antes del segundo
gobierno de Menem. Otra característica notable de la literatura es que a pesar de
reconocer las limitaciones y los problemas de validez de la información disponible
sobre la implementación de las políticas de seguridad, los estudios suelen enfatizar la
hegemonía de las políticas de seguridad de derecha (Fuentes 2005, Sozzo 2007, Saín
2008, Gutierrez 2011) y/o la la inconsistencia de las medidas gubernamentales en el
tiempo y en el espacio (Eaton 2008, Forigh y Pomares 2006 y 2013)
En cuanto a la literatura que analiza las causas de los tipos de políticas de
seguridad en la región, los trabajos pueden clasificarse según acentúan el rol de factores
estructurales, de instituciones o de actores. En general, los sociólogos, los historiadores
y los antropólogos tienden a utilizar el primer y segundo enfoque para explicar las
políticas de seguridad, mientras que los politólogos tienden actualmente a usar el
segundo y el tercer enfoque (cfr. Elster 1997: 191 y ss.). Por ejemplo, siguiendo una
perspectiva estructural, algunos autores argumentan que niveles altos de pobreza y/o de
desigualdad promueven políticas de mano dura (Brinks 2008); otros, que tradiciones o
dispositivos culturales autoritarios promueven políticas con esa orientación (vg.
Cesarini et al 2004, Galvani et al. 2010). Los autores que siguen un enfoque
institucional, en cambio, focalizan en cómo diferentes reglas de juego, que apuntan a
resolver problemas de coordinación y conflictos distributivos, determinan los incentivos
para llevar adelante ciertos tipos de políticas de seguridad más o menos progresistas
(Früling 2003, Neme 2007, Pontón 2007). Finalmente, los autores del último enfoque se
caracterizan por poner en primer plano los recursos y las preferencias de diferentes tipos
de actores para explicar la elección de políticas de seguridad de derecha o izquierda
(Föhrig y Pomares 2003, Fuentes 2005).
En Argentina, la literatura que investiga las causas de la formulación de las
políticas de seguridad se caracteriza por resaltar los recursos y los intereses que tiene la
policía y el sistema penitenciario para autonomizarse del poder político y de las
demandas sociales, determinando el contenido de las políticas de seguridad, y llevar
adelante fines propios muchas veces ilegales, corruptos y violentos (Sain 2002 y 2008,
Galeano 2005, Fuentes 2005, Arslanián 2008, Dewey 2011). Sin embargo, en los
últimos años han aparecido una serie de trabajos que cuestionan la pretendida
autonomía policial, y proponen enfoques relacionales que explican las variaciones en las
políticas de seguridad (Frederic 2008, Costantino 2013, 2014 y 2015).
Nuestro trabajo se inserta, entonces, en una extensa literatura sobre las políticas de
seguridad, a la cuál le reconoce méritos, pero también algunas limitaciones.
Principalmente, entendemos que pueden mejorarse las caracterizaciones de los procesos
de formulación de las políticas de seguridad desde el regreso de la democracia hasta la
fecha, y pueden articularse mejores explicaciones de sus variaciones. Para lo primero,
proponemos comenzar el análisis en 1984 y recolectar información que ahonda en el
análisis de los cambios en las normas, las designaciones, y los recursos burocráticos,
que hacen a la estructura de gobierno del sistema policial y penal, y a los programas
para prevenir, investigar y castigar a los delitos.
Como veremos en las secciones históricas, si hacemos dicha recolección sin
sesgos, nos parece claro que la política de seguridad de Alfonsín responde a un
paradigma progresista, mientras que con la elección de Carlos Menem como candidato
presidencial del peronismo, dicha política de seguridad gira hacia un paradigma de
centro derecha que dura hasta 1999. Con la victoria de la Alianza, el débil gobierno
nacional intercalarla sin mucha consistencia medidas punitivas y garantistas. Las
políticas de seguridad federales regresarán claramente a un paradigma progresista sólo
con la llegada de Néstor Kirchner en 2003, aunque Duhalde ya había tomado distancia
del discurso punitivista de Menem y Ruckauf, luego de los homicidios de Koteski y
Santillán.
Ahora bien; ¿Cómo se explican estas variaciones en las políticas de seguridad
federales? ¿Cómo entender los diferentes niveles de convergencia entre las políticas de
seguridad federal y provinciales?
La primera hipótesis de este trabajo es que los poderes ejecutivos son los actores
que tienen las facultades y el interés de formular una política de seguridad determinada
(de izquierda o de derecha) según su plan de campaña en la jurisdicción que
gobiernan.7 Este plan de campaña suele tener dos condicionantes que son comunes al
Ejecutivo nacional y a los provinciales: la ubicación del elector medio de la jurisdicción
que gobierna y la trayectoria pública del armado político del Ejecutivo. 8 En el caso de
los Ejecutivos provinciales, existe un condicionante extra que se vincula a la
dependencia de las finanzas públicas del gobierno nacional; esto hace que en casos que
el presidente tiene recursos económicos y popularidad, los gobernadores deban
acercarse a su ideología a la hora de diseñar sus políticas públicas.
2) La segunda hipótesis, vinculada a la anterior, sostiene que la convergencia de
las políticas de seguridad federales con las provinciales aumentará según la cantidad de
recursos de poder del Ejecutivo nacional (Benton 2003). En efecto, la debilidad
presupuestaria provincial (y la centralidad mediática del presidente) generan fuertes
incentivos para que los gobernadores elaboren políticas públicas similares o cercanas al
discurso del Ejecutivo nacional, cuando este cuenta con los recursos de poder
mencionados. Ahora bien, cuando el presidente es débil en recursos fiscales y
popularidad, los gobernadores tienen fuertes incentivos en proponer políticas que se
alejan del discurso del Ejecutivo nacional y se acercan a la opinión pública crítica del
gobierno; los gobernadores buscarán los recursos que no encuentra en el ejecutivo
nacional acercándose al electorado y los actores poderosos críticos de este.
Veamos cómo éstas lógicas se aplican en los procesos históricos de formulación de
las políticas de seguridad ciudadana federal y provinciales.
7
Como señalan Steven Calabresi y Elena Kagan, los ejecutivos suelen ser los actores cruciales de la
mayoría de las políticas públicas en las democracias modernas, pues las constituciones los posicionan
para recibir la máxima presión del electorado vía votos y opinión pública, y para ejercer la máxima
influencia sobre la administración en función de dicha presión (Calabresi 1995, 73-74; Kagan 2000, 2334
y ss.). En el caso de la dirección y la supervisión de la política de seguridad argentina, el diseño federal
posiciona y faculta a los ejecutivos provinciales como primeros responsables de la gestión del sistema
policial y penal de su jurisdicción. El ejecutivo nacional ha sido el responsable de la seguridad en el
distrito federal (hoy, Ciudad Autónoma de Buenos Aires) hasta el 2007, cuando comenzó a compartir la
responsabilidad con el gobierno de CABA. Además, se encarga de coordinar la política de seguridad
nacional, enfrentar delitos federales, y socorrer a las provincias en caso de solicitud de sus gobiernos por
graves problemas de inseguridad.
8
Como sostienen Ornstein y Mann, las decisiones gubernamentales de los ejecutivos tienen como fin
continuo y prioritario desde el inicio de sus gestiones sacar ventaja a los principales adversarios políticos
para ganar elecciones. En efecto, los líderes políticos tienen que proponer políticas para ganarse el favor
del elector medio, pero cuidando la historia del armado político de su coalición. Esto es importante
porque una vez que un líder ha colocado su “ideología” en el “mercado” no puede abandonarla
repentinamente o alterarla radicalmente sin provocar desconfianza en los votantes y conflictos con
sectores aliados. Parafraseando el trabajo clásico de Anthony Downs (1957), ningún líder puede
permitirse una reputación deshonesta, oscura o cínica.
Política de seguridad federal
de los carapintadas cuyo destino quedó saldado luego de la rápida movilización de fuerzas leales y la
cruenta represión de su último levantamiento el 3 de diciembre de 1990. Pocos días más tarde, se
firmarían los decretos de indulto a los ex miembros de las juntas militares condenados en 1985. De esta
manera, se satisfacía el viejo reclamo de la cúpula militar, y de una parte importante de las fuerzas, de
alcanzar una solución política definitiva para el tema de la represión ilegal.
15
El desmantelamiento del Ministerio de Defensa del menemismo dejó en manos castrenses funciones
que con anterioridad se desarrollaban en las áreas disueltas.
16
El ajuste neoliberal llevó el gasto del área militar del 1,8 al 1,1 por ciento del PBI hacia 1999.
Asimismo, la industria militar experimentó un brutal ajuste: el 90 por ciento de las empresas del sector
fueron privatizadas o directamente cerradas y las pocas que permanecieron en manos del Estado vieron
sus actividades paralizadas o con niveles de producción muy reducidos.
17
La formulación más explícita de esta estrategia política la ofreció el entonces vicepresidente de la
Nación Eduardo Duhalde: “existe un clamor de la comunidad que exige seguridad, y las autoridades
municipales deben hacerse eco del mismo” (Clarín 1990). El mismo presidente de la Nación, Carlos
Menem, en sus declaraciones del 25 junio de 1990 afirmaba estar “preocupado por la falta de seguridad”
y que “en el campo de la seguridad las cosas no están bien” ya que “no hay suficientes recursos para
atender la necesidad de la Policía”; y en agosto de 1990 envía un proyecto de ley para establecer la pena
de muerte que luego retiraría ante las críticas de distintos actores políticos y sociales como la misma
iglesia (El País, 1990).
18
A propósito de los asesinatos del “ingeniero” Santos, Clarín publica un informe ejemplar respecto al
modo de construcción de la opinión pública sobre la inseguridad. El mismo se titula “Ocho de cada diez
argentinos cree que hay impunidad” y se presenta como el resultado de “una encuesta realizada para el
diario por el Centro de Estudios de Opinión Pública en la atmósfera general de conmoción provocada por
el caso Santos” (Clarín 1990). Los resultados son contundentes: el 76% de la “gente” encuestada no se
siente protegida; el 81% cree que existe impunidad para la delincuencia; el 57 % justifica a Santos y un
60% propone absolverlo; el 20% está armado; el 15% dice haber tenido que usar su arma; y el 43%
“hubiese hecho lo mismo”. En lo que se refiere a las propuestas para resolver el problema de la
delincuencia, el 64% propone leyes más severas, el 53% mayor ejecutividad de la Justicia y el 51% mayor
control policial. Así, la nota concluye que “la creciente intranquilidad general por el aumento de la
delincuencia” se traduce en que “la gente reclama como algo necesario para reprimir la delincuencia un
mayor control policial, una mayor ejecución de la Justicia y leyes más severas” y se aclara que “hay
pendientes en el Congreso unos 70 proyectos de reformas a la legislación penal”.
19
En diciembre de 1989 el vicepresidente Eduardo Duhalde viajó a Venezuela y dialogó con el presidente
Carlos Andrés Pérez sobre la necesidad de emprender acciones conjuntas con otros países americanos
para luchar contra la drogadependencia y el narcotráfico. En esa oportunidad el Dr. Duhalde entregó tres
el marco del "Acuerdo de Cooperación entre el Gobierno de la República Argentina y el
de los Estados Unidos de América para Reducir la Demanda, Impedir el Consumo
Indebido y Combatir la Producción y el Tráfico Ilícitos de Estupefacientes y Sustancias
Psicotrópicas" mediante las cuales recibía del exterior financiación y directrices para
luchar contra las drogas. Vinculado a esta lucha contra las drogas, a finales de 1989 se
promulgó la Ley 23.737 sobre tenencia y tráfico de estupefacientes, la cual modificó y
derogó parcialmente la ley 20.771, tipificando entre otras conductas penalizables, la
tenencia simple, la tenencia para consumo personal y la tenencia con fines de
comercialización, las cuales castiga con un sistema mixto que incluye la aplicación de
penas y medidas de seguridad.
El apoyo del gobierno nacional a los EUA en la Guerra del Golfo y los atentados
terroristas a la Embajada de Israel y a la AMIA también impactaron en la política de
seguridad nacional. Dichos acontecimientos, vinculados o no, potenciaron el
alineamiento del gobierno federal con la política de seguridad mundial norteamericana,
y ubicaron al terrorismo internacional como elemento crucial de la agenda seguritaria
nacional. Desde entonces, y hasta 1999, los acuerdos de cooperación con EUA no se
limitaron al problema del narcotráfico, sino también del terrorismo. Uno de los puntos
de más discusión entre ambos gobiernos en materia de lucha contra el narcotráfico y el
terrorismo fue el de la participación de los militares argentinos en la misma, aspecto en
el cual los funcionarios encargados de la agenda estratégica en Estados Unidos, aunque
contaron con el visto bueno formal del gobierno20, tropezaron con la resistencia de
sectores de las fuerzas armadas, además de sectores de los partidos opositores al
gobierno.
Es de notar que el discurso seguritario de derecha presidencial se moderó
durante 1994, cuando el menemismo se acercó al alfonsinismo a fin de reformar la
constitución Argentina y posibilitar la reelección. Esta convergencia no sólo favoreció
el reconocimiento constitucional de tratados internaciones en materia de derechos
humanos, sino que motivó la promulgación de las leyes 24.316 y 24.390, por las cuales
se establecieron las reglas de conducta para la libertad condicional, la suspensión del
juicio a prueba (probation), la limitación de la prisión preventiva al plazo de 2 años (y 3
en casos excepcionales), y el régimen de 2x1. Por ésta misma época, y luego del
escándalo del caso Carrasco, el presidente Menem decidió poner fin al Servicio Militar
Obligatorio con el decreto 1537, el 31 de Agosto de 1994, derogando la ley 3958.
21
Según el ministro Álvarez, “el fin primordial es el de ganar la calle, disponer de una mayor presencia
de efectivos, prevenir, asistir de inmediato ante cualquier requerimiento de la población y,
fundamentalmente, tratar de revertir la imagen que los ciudadanos tienen de la Policía” a través de
iniciativas para “proveer una mayor y más activa participación de los Concejos Municipales de
Seguridad” (Cerruti 2012).
destacamentos en barrios marginales (Gobierno de Córdoba 1990:18). Durante 1991 el
“problema de la seguridad” englobará “la mejora del tratamiento penitenciario, …
programas que atañen a la víctima del delito, diseño de bancos de datos y mapa del
delito, un organismo criminológico, …actualización local con trabajo municipal, y
modernización del sistema penal.”(Gobierno de Córdoba 1991:4). En 1993 se crea la
Secretaria de Seguridad en el Ministerio de Gobierno. Esta engloba a la Policía de
Córdoba, el Servicio Penitenciario, la Dirección de Política Criminológica, y el Centro
de Asistencia a la Víctima. En 1994 se legisla un Código de Faltas que preserva las
facultades de arresto y juzgamiento de la policía administrativa.
22
El momento elegido para lanzar la ofensiva coincidió con el asesinato de un policía durante un asalto a
un banco en el barrio capitalino de Saavedra con enorme repercusión en la prensa. De hecho, mientras
participaba del funeral, especialmente cubierto en vivo y en directo por los medios televisivos, el ministro
del Interior Carlos Corach aprovechaba para anunciar la incorporación de efectivos de la Gendarmería y
la Prefectura Naval a tareas de seguridad urbana con el fin poder “poner más policías en las calles”
(Clarín 1997). Decisión que sería efectivizada al día siguiente por decreto presidencial y que la misma
Alianza respaldaría, pues, en palabras de la Rúa, “lo urgente es atender las mayores demandas de
seguridad” (La Nación 1997).
Siguiendo esta línea, el Ministro del Interior Carlos Corach sostenía que con los
cambios propuestos “los responsables de los delitos no podrán utilizar los subterfugios
que les da la ley para salir en libertad” (Clarín 1997). Por su parte, el ministro de
Justicia, Raúl Granillo Ocampo, manifestaba la necesidad de impulsar la incorporación
de la pena de muerte en el Código Penal, ya que “no sólo la brutalidad de los crímenes,
sino que además el hecho de que son cometidos por personas que reinciden hace pensar
que las posibilidades de reeducación, de reinserción y de readaptación de esos
criminales sea muy difícil” (Clarín 1997). Mientras que el presidente de la Cámara de
Diputados, Alberto Pierri, anunciaba la propuesta de bajar en dos años la edad de
imputabilidad penal, además de afirmar estar dispuesto a “apoyar la creación de las
condiciones económicas y financieras necesarias para llevar más delincuentes a las
prisiones” (La Nación 1997).
A medida que se acercaban las elecciones presidenciales, el sesgo represivo de la
ofensiva oficial contra la delincuencia se acentuaría.23 En febrero de 1998, el Ejecutivo
mandó al Congreso una “batería de propuestas” para combatir la inseguridad entre las
que figuraban: reducir la edad de imputabilidad a los 16 años; otorgar a la Policía más
facultades para interrogar a los detenidos; crear una Oficina General de Víctimas para
brindarles asesoramiento; aumentar el mínimo de las penas en algunos delitos, para
reducir el margen que tienen los jueces para resolver la excarcelación de los detenidos;
ampliar el plazo de incomunicación de los detenidos; hacer más riguroso el sistema de
reincidencia; considerar un delito no excarcelable la portación ilegal de armas; hacer
más duras las penas para quienes se resistan a la autoridad; implementar una legislación
que tipifique figuras predelictuales, entre ellas el “merodeo”, la “actitud sospechosa” o
la “conspiración delictiva”.24
La “ofensiva oficial” continuaría en enero de 1999, con el anuncio de una
modificación de la ley migratoria para, en palabras de Menem, expulsar a los
“indocumentados” ya que “vienen a delinquir a nuestra patria”; respecto de lo cual, el
director de la Dirección Nacional de Migraciones, Hugo Franco, afirmaba que “en la
23
En mayo de 1998 el Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría publica un informe, que se
transforma en nota de los principales diarios, donde se concluye que la seguridad es una de las principales
“demandas de la sociedad” al Estado. Se afirma que alrededor del 70% de los encuestados temen ser
víctima de un delito, mientras que el 30% refiere haber sido realmente víctima. Por otro, que el
desempleo y la pobreza, seguido por las drogas, son las principales causas de la delincuencia. A su vez,
hay un importante apoyo a dar más atribuciones a la policía para combatir la delincuencia y se percibe
que la presencia de más policías en las calles contribuye a solucionar el problema; al mismo tiempo que
más de la mitad de los encuestados justifican la justicia por mano propia y predomina el acuerdo en que
se modifique el Código Penal para aumentar penas y bajar la edad de imputabilidad; y, aunque no hay
consenso respecto de la pena de muerte, un 36% está de acuerdo con su aplicación.
24
El mismo presidente Menem afirmaba en una entrevista que “no queda otra salida que la mano dura
frente a la inseguridad” ya que “la delincuencia es una nueva modalidad en el campo de la subversión”
(Clarín 1998). Menem escribía a las “bandas organizadas de delincuentes”, con sus “armas sofisticadas” y
“elementos de comunicación que no tiene la policía”, como organizaciones comparables a los “comandos
subversivos”. Por ello, para controlar la delincuencia es necesaria “tolerancia cero, mano dura, no hay
otra. [...] Podrán poner el grito en el cielo algunas organizaciones de defensa de los derechos humanos,
pero aquí tiene más protección un delincuente que un policía o que la gente ”. En definitiva, afirmaba,
“no podemos dejar el gatillo fácil a los delincuentes” (ídem).
Capital Federal se extranjerizó el delito” y que “la indocumentación genera
marginalidad, y esta marginalidad produce delito” (La Nación 1999).
25
Se proponía coordinar las acciones de la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura, la SIDE y las
policías provinciales en la lucha contra el narcotráfico, el contrabando y los piratas del asfalto. Elaborar
un sistema nacional de información criminal, que permita cruzar datos con las policías de todo el país.
Acciones para un mayor control e incautación de armas de fuego. Sanción de normas para la mayor
severidad por el uso indebido de armamentos. Se espera convocar al consejo cada dos meses aunque a
nivel de ministros y jefes policiales, a fin de ejecutar lo que se decida al máximo nivel político. Para que
el Consejo de Seguridad sea operativo se creó la figura del secretario ejecutivo, que quedó a cargo de Luis
Uriondo.
fraguados por la Policía Federal en la Porcuradora General de la Nación. El CELS ya
había analizado y denunciado en sus últimos informes sobre derechos humanos la
utilización de estos patrones policiales para mostrar eficacia en el accionar o como
instrumento de represalia, venganza o ajuste de cuentas por parte de la policía. En
efecto, la Procuración General creó la comisión de fiscales mencionada para investigar
específicamente este tipo de hechos.
Ahora bien, la crisis económica y social nacional desatada durante 2001, la
estrepitosa derrota electoral del oficialismo en Octubre de ese año, la ausencia de
apoyos a la presidencia de De la Rúa, desató el segundo estallido social a gran escala
desde el regreso de la democracia, cuyo climax fueron los enfrentamientos y la
represión del 20 y 21 de diciembre. Unos días después, De la Rúa, como Alfonsín poco
más de diez años antes, entregaba anticipadamente el mando presidencial.
El 2002 comenzó con nuevas autoridades a nivel nacional y bonaerense pero con
la misma situación delicada para gobernar: la crisis económica y social, el descrédito de
la política en general y el incremento de las tensiones al interior del peronismo entre los
duhaldistas, los menemistas y los gobernadores independientes del interior.26 En este
contexto, la estrategia de Duhalde y de Solá fue diferenciarse de la política manodurista
de Ruckauf y de Menem –el nuevo enemigo público-, e intentaron articular una política
de compromiso entre los intereses del aparato justicialista y las demandas progresistas
de reforma y control del sistema policial y penal de gran parte de la opinión pública,
actores sociales y diversos sectores del Estado.
A finales de junio de 2002 a la creciente ola de delitos (robos, saqueos,
secuestros, asesinatos) se le sumó un hecho que sacudió el delicado equilibrio de la
política nacional: la represión del Puente Avellaneda y el asesinato de los militantes
26
La caída del gobierno de De la Rúa tuvo como correlato la puja dentro del peronismo para nombrar al
presidente. La coalición de gobernadores del interior que lideraba Rodriguez Saa terminó fracasando en
su intento presidencial, y la coalición bonaerense, que incluía al radicalismo comandado por Alfonsín,
impuso a Duhalde como nuevo presidente (Ollier 2010, 103 y 104).
piqueteros Maximiliano Kostezki y Darío Santillán, a manos de efectivos de la policía
bonaerense27. Las críticas de izquierda y derecha motivaron a Duhalde a presentar su
renuncia anticipada al cargo y a la carrera presidencial, moderando la resistencia de los
propios miembros del justicialismo que reclamaban la convocatoria a elecciones. Ahora
bien, desde el ejecutivo nacional, Duhalde utilizó todos los recursos para evitar la
llegada al gobierno de Menem, impulsando las candidaturas de Carlos Reutemann, José
Manuel de la Sota y Néstor Kirchner.
27
El 26 de junio de 2002, en las inmediaciones de la estación ferroviaria de la ciudad de Avellaneda, se
ordenó la represión de una manifestación de piqueteros y militantes sociales. En la persecución y
posterior movilización fueron asesinados dos activistas pertenecientes al Movimiento de Trabajadores
Desocupados (MTD) a manos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
como del Servicio Penitenciario Federal, y puso a Jorge Srur al frente del mismo (Sain
2011)28.
Además de estas iniciativas de “saneamiento” institucional de las Fuerzas de
Seguridad federales, espacialmente la PFA, el gobierno de Kirchner promovió de
manera sustantiva y persistente una nueva política respecto a la histórica cuestión
militar y a la policía bonaerense. Con la nueva política de derechos humanos el
gobierno nacional invirtió múltiples recursos para la investigación y el castigo de los
crímenes del terrorismo de estado. Primero logró declarar la inconstitucionalidad de las
leyes de punto final y obediencia debida, luego promovió las investigaciones judiciales
y el relanzamiento de los juicios por violaciones a los derechos humanos cometidas
durante la última dictadura. La misma política contruyó un Archivo Nacional de la
Memoria, recuperó predios donde funcionaron centros clandestinos de detención para
convertirlos en espacios para la Memoria y para la Promoción y la Defensa de los
Derechos Humanos en la ESMA, entre otras múltiples medidas.
Respecto a la policía de la Provincia de Buenos Aires, Kirchner criticó
fuertemente desde 2003 al sistema policial y penal provincial. La primera ocasión la
dieron los cacerolazos multitudinarios por el secuestro de Pablo Belluscio 29.
Apoyándose en la opinión pública, el Presidente declaró que “en la mayoría de los
secuestros extorsivos hay involucrados efectivos de la policía bonaerense”, y recriminó
que “hacen falta menos discursos y más acción; la policía bonaerense debe tener una
profunda depuración” (Clarín 2003). Durante todo noviembre y diciembre de 2003,
Kirchner y sus ministros reclamaron el saneamiento del sistema policial y penal
bonaerense para superar la crisis de corrupción e inseguridad que existía en la provincia,
e impugnaron la designación de Juan José Álvarez como Ministerio de Seguridad
bonaerense.
Es de notar que a pesar del crecimiento de las noticias sobre inseguridad, y de
las movilizaciones y encuestas a favor del endurecimiento de la lucha contra el delito en
2004 y 2005, el kirchnerismo mantuvo las directrices de su política de seguridad. Si
bien los poderes legislativos nacionales y provinciales incrementaron el punitivismo del
Código Penal y los códigos procesales en varias ocasiones (vg. Leyes 25.882 y 25.885),
desde la presidencia se continuaba la política de derechos humanos y de contención de
la protesta social, también continuaron las medidas de “saneamiento” de las fuerzas
federales, y se apoyó vigorosamente el plan Arslanián para atacar el modelo castrense
de la policía más grande del país (la bonaerense), con su organización jerárquica,
28
En mayo de 2004, el Gobierno desplazó 107 altos oficiales de la Policía Federal Argentina –desde
subcomisarios a comisarios generales– que estaban sumariados por faltas graves o imputados
judicialmente de delitos vinculados con el desempeño de sus funciones, o que habían cumplido el tiempo
de antigüedad necesario para el retiro. Todos fueron puestos en disponibilidad. Se trató de la “purga”
policial más importante de los últimos años, en cuyo marco se produjo el descabezamiento casi completo
de la cúpula de la Policía Federal Argentina, con la excepción del jefe de la fuerza, comisario Eduardo
Prados, quien había reemplazado a Giacomino.De este modo, durante el primer año de la gestión
kirchnerista, más de 550 policías federales, entre oficiales y suboficiales, habían sido dados de baja,
pasados a retiro o puestos en disponibilidad.
29
Pablo Belluscio fue secuestrado en Martínez el 22 de septiembre de 2003, y retenido en cautiverio
durante 43 días.
centralizada y autonómica, fraccionando, especializando y descentralizando su
estructura bajo la conducción de un gobierno civil, y profundizando la reforma judicial
acusatoria.
Un último paquete de medidas a tener en cuenta durante este gestión son las que
transfirieron la Policía Aeronáutica Nacional (PAN), dependiente de la Fuerza Aérea
Argentina (FAA), desde el ámbito del Ministerio de Defensa a la esfera del Ministerio
del Interior, constituyendo la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) e
incorporándola al sistema de seguridad interior establecido en la Ley 24.059 de
Seguridad Interior. La creación de la Policía de Seguridad Aeroportuaria en 2005 ha
implicado la promoción de un “nuevo profesionalismo policial”, constituido por cinco
ejes fundamentales: 1) la desmilitarización institucional, 2) la despolitización
institucional, 3) la centralidad de la problemática delictiva como eje estructurante de la
institución policial, 4) la diferenciación orgánica y funcional entre seguridad preventiva
y seguridad compleja dentro de la institución, y 5) la descentralización espacial de la
institución policial (Saín 2008).
5. CONCLUSIONES
Referencias: PS: Política de Seguridad. Sd.: Sin datos suficientes para una caracterización conclusiva
sobre las políticas de seguridad. CI: Políticas de seguridad formuladas de centro izquierda C:
Políticas de seguridad formuladas de centro. CD: Políticas de seguridad formuladas de centro
derecha
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