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Quebec y sus inmigrantes

Book · January 2013

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Victor Armony
Université du Québec à Montréal
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VÍCTOR ARMONY

QUEBEC Y SUS
INMIGRANTES

CARTE BLANCHE
La publicación de este libro fue posible gracias a un subsidio del Secrétariat aux
affaires intergouvernementales canadiennes del Gobierno de Quebec, a través de
su programa de apoyo a la investigación sobre asuntos intergubernamentales y de
identidad quebequense.
La versión original de este libro fue publicada en francés por VLB Éditeur
(Groupe Ville-Marie Littérature) en Montreal en 2007 y, en edición revisada y
ampliada, en 2012. La presente versión es una traducción actualizada y adaptada
por el autor para el público de habla hispana.
Agradezco a Roxana Paniagua Humeres y, muy especialmente, a Viviana
Fridman por su colaboración en la traducción de este libro al idioma español.

Les Éditions Carte blanche


Téléphone : 514 276-1298
carteblanche@vl.videotron.ca
www.carteblanche.qc.ca

Distribution au Canada : Édipresse

© Víctor Armony, 2013

Dépôt légal : 3e trimestre 2013


Bibliothèque nationale et Archives du Québec
Bibliothèque et Archives du Canada
isbn 978-2-89590-220-1
PREFACIO

El encuentro entre el inmigrante y la sociedad que lo recibe


siempre conlleva un potencial de tensión y de incomprensión.
Aunque ambas partes exhiban buena voluntad, es casi impo-
sible evitar los problemas comunicativos. No se trata tanto de
una cuestión idiomática – aunque ello pueda representar una
dificultad adicional – como de un desajuste de códigos cultu-
rales, de expectativas mutuas y de ideas preconcebidas. El
habitante local funciona con una imagen del inmigrante que,
generalmente de modo tácito, implica una distribución precisa
de roles, derechos y obligaciones. El inmigrante debería hacer
esto y no debería hacer aquello. Como « dueño de casa », quiere
que se respeten las reglas establecidas y que el « invitado » tenga
la cortesía de adaptarse a su nuevo entorno. En cuanto al inmi-
grante, éste llega con su propio bagaje de esperanzas, de deseos
y de temores. También acarrea prejuicios y pretensiones tal vez
irrealistas. Si bien hay que tomar en cuenta las expresiones
extremas de la tensión entre los dos grupos (por ejemplo, las
actitudes « tribales » o xenófobas), en este libro prefiero centrar
la mayoría de mis observaciones en el vasto universo de sus
relaciones cotidianas, quizás turbulentas pero casi nunca abier-
tamente conflictivas.
Los quebequenses poseen una imagen muy positiva de su
propia sociedad : se consideran tolerantes, generosos y abiertos
a la diferencia. Muchos inmigrantes comparten esa visión,
aunque también sean más conscientes de sus facetas menos
positivas. Hay que reconocer que Quebec incorpora varias
decenas de miles de personas cada año y que, al contrario de
lo que vemos en otros países receptores, el tejido social no ha
sufrido desgarramientos significativos. Ningún sector social o

Prefacio  •  7
político relevante en la provincia reclama que se interrumpa o
se reduzca drásticamente el flujo de inmigrantes y, menos aún,
que se expulse a los extranjeros, como lo proponen los partidos
de extrema derecha en Europa y también el ala ultraconserva-
dora del Partido Republicano en Estados Unidos. Claro que
también existe una lectura menos favorable de la actitud con
que los francófonos reciben a los migrantes. Para abordar este
delicado problema, debemos señalar que la « cuestión nacional »
tiñe todas las relaciones interculturales. La afirmación identi-
taria franco-quebequense puede ser interpretada como una
tendencia al repliegue, dado que todo nacionalismo implica
alguna forma de exclusión (más aún en sociedades dislocadas
por la violencia étnica, lo cual obviamente no es el caso en
Quebec). La voluntad de la gran mayoría de quebequenses de
sobrevivir en tanto que colectividad frente al inmenso poderío
demográfico, cultural y económico de sus vecinos anglófonos
conduce, a veces, a enunciar un discurso de resentimiento y de
victimización que deja perplejo al inmigrante. Asimismo, quien
eligió a Quebec como tierra de adopción descubre una « nor-
teamericanidad » distinta y, a cierto nivel, decepcionante con
respecto a su idea de lo que debería ser una sociedad « avan-
zada » del Primer Mundo. Esa idealización lleva a la frustración
y a las recriminaciones : « ¡ No es lo que nos habían prometido ! »
Pero, cabe preguntarse, ¿ de quién es la culpa ?
Este libro no es un tratado académico o un estudio cientí-
fico, sino un ensayo sociológico que refleja mi propio punto
de vista. No pretendo que sea objetivo. No obstante, trato de
brindar en estas páginas una perspectiva equilibrada – en la
medida de mis posibilidades – de Quebec y de los retos que se
desprenden del encuentro entre la sociedad y sus nuevos miem-
bros. Si bien apunto a explicar Quebec a los inmigrantes, me
dirijo también a los quebequenses que se preocupan por la
imagen que su sociedad proyecta hacia el exterior. De hecho,
si bien el título de la versión original francesa de este libro fue
« Quebec explicado a los inmigrantes », lo podría haber lla-

8  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


mado, sin mayor problema, « Quebec explicado por los inmi-
grantes », pues le doy la palabra a los nuevos integrantes de la
sociedad. Me sentí autorizado a escribirlo en virtud de mi
recorrido personal como inmigrante, de mi experiencia en el
campo de la sociología política y de mi ya relativamente larga
trayectoria como autor, conferencista y docente en temas de
ciudadanía, identidades, diversidad y nacionalismo.
Argentino de tercera generación por parte de una de mis
abuelas (pero de primera generación por mi padre, nacido en
Uruguay), llegué de Buenos Aires a Montreal como alumno
internacional en 1989. Me establecí más tarde como residente
permanente en Quebec y, una vez adquirida la ciudadanía
canadiense, viví por un tiempo en otras provincias del país.
Regresé a Montreal en 2000 para asumir el puesto de profesor
de sociología en la Universidad de Quebec en Montreal
(UQAM). En mis funciones de director de los programas de
grado en sociología y en inmigración y relaciones intercultu-
rales de la UQAM durante seis años, tuve la oportunidad de
conocer y conversar con una gran cantidad de estudiantes
oriundos de múltiples horizontes culturales. La docencia me
brinda el privilegio de interactuar diariamente con alumnos
quebequenses extranjeros. Mis vecinos, en los distritos de Côte
des Neiges / Notre Dame de Grâce, son francófonos y angló-
fonos de variados orígenes. Mis raíces sudamericanas me llevan
a crear lazos profesionales y de amistad con muchos hispanos
de Quebec, y mi ascendencia judeo-polaca me acerca a la
comunidad israelita de Montreal. Mi reflexión fue alimentada
por los innumerables intercambios que he podido establecer
en todos esos contextos con respecto a Quebec, Canadá, las
relaciones interculturales y la experiencia migratoria. También
examiné miles de mensajes en foros de internet a fin de encon-
trar ejemplos concretos que ilustren los diversos aspectos del
discurso de los inmigrantes. Además, me basé en entrevistas,
efectuadas por mí mismo o por asistentes bajo mi supervisión,
con latinoamericanos y con personal de apoyo a inmigrantes

Prefacio  •  9
en el marco de dos proyectos financiados por el Consejo de
Investigación en Ciencias Humanas de Canadá, así como en
numerosas y variadas fuentes bibliográficas, periodísticas y
estadísticas.
Tengo que subrayar lo que este libro no es. No es un manual
para inmigrar a Quebec, ni tampoco una obra de referencia
sobre el idioma, la historia o la actualidad de Quebec (aunque
abordo algo de todo esto). Se trata más bien de un retrato de
la sociedad con el cual, sin duda, muchos quebequenses « de
cepa » y muchos « neo-quebequenses » estarán en desacuerdo.
No soy el primero en intentar « explicar » Quebec desde los
márgenes de su mayoría de origen canadiense francés. ¿ Tengo
que aclarar que no pretendo de ningún modo arengar a los
quebequenses, y menos aún denigrar su cultura y su identidad ?
No deseo tampoco insultarlos adoptando una mirada compla-
ciente y paternalista. ¿ Debo decir « su identidad » o « nuestra
identidad » ? Estoy incómodo con el uso de los pronombres
personales : en tanto que ciudadano de Quebec, formo parte
del « nosotros » ; pero yo me crié en otro lugar y me sentiré
siempre, forzosamente, un extranjero. Como la mayoría de los
inmigrantes, me sitúo, en parte, adentro y, en parte, afuera.
Mi experiencia, como la de la gran mayoría de los inmi-
grantes, es la de los centros urbanos y, muy particularmente,
de Montreal. Es obvio que no niego la importancia de las
regiones interiores de la provincia. También soy muy consciente
de la presencia de los pueblos indígenas, de su especificidad
histórica y de su difícil realidad actual. Sin embargo, el Quebec
al cual me integré y que expongo al lector es el que se construye
y se transforma incesantemente en las calles, los hogares, las
escuelas, los comercios y las oficinas de sus áreas
metropolitanas.
Finalmente, en lo que hace a esta edición en idioma español,
asumo que la realidad sociopolítica e histórica de América
Latina – en su inmensa diversidad y complejidad – sirve de
marco de referencia a la mayoría de sus eventuales lectores. Por

10  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


ello, puedo suponer que determinados aspectos del naciona-
lismo quebequense (por ejemplo, en su voluntad emancipadora
y la centralidad que le otorga al Estado como vector de justicia
social y progreso colectivo) van a resonar con la experiencia
iberoamericana, aunque la idea de secesión pueda provocar
amplio rechazo (pues la integridad del territorio nacional es
casi un precepto sagrado en la mayoría de países). Justamente,
me ha interesado explorar la proximidad cultural entre el
Quebec francés y el mundo hispano (tema al cual dedico una
sección del primer capítulo), un elemento que generalmente
queda opacado por el quiebre definitorio entre el « Norte » y
« Sur » del continente. Sin embargo, así como Estados Unidos
se « hispaniza » al ritmo del crecimiento fenomenal de su pobla-
ción « latina », queda más claro que nunca que debemos
conocer y entender mejor lo que nos une y lo que nos distingue
a lo largo y a lo ancho de las Américas, desde el Yukón hasta
la Tierra de Fuego. Sin lugar a dudas, Canadá es un país dife-
rente de los demás, y mucho de esa especificidad deriva de su
carácter binacional y bilingüe, dado por la presencia de Quebec
en su seno. Me animo a esperar que tanto el inmigrante hispano
que se ha afincado en esta provincia (o que está pensando en
hacerlo), como el latinoamericano curioso por descubrir una
realidad que – a mi parecer – se sale de los moldes habituales,
encontrará en este libro una útil puerta de entrada.

Prefacio  •  11
CAPÍTULO I

LA ELECCIÓN
DE QUEBEC

¿ Qué descubre el inmigrante cuando elige integrarse a la sociedad


quebequense ? En este capítulo, intento caracterizar a Quebec a la
luz de las grandes matrices culturales que lo alimentan. ¿ Su iden-
tidad es norteamericana, europea o latina ?
– Quebequenses nacidos en el extranjero : alrededor de 850.000
(0,1 inmigrante por cada nativo).
– Quebequenses de origen inmigrante que son directores o
empleados jerárquicos en la administración pública de Quebec :
116 (0,0001 por cada inmigrante residente en la provincia).
– Delitos con móviles racistas o discriminatorios cometidos anual-
mente en Montreal : 38 (0,00001 por cada habitante de la región
metropolitana)1.
« El proceso de inmigración no es tan fácil », exclama una
mujer argentina que sin embargo se ha integrado con éxito a
la sociedad quebequense. Ella piensa que, entre los profesio-
nales que se han instalado aquí, varios están decepcionados de
no haber alcanzado el nivel de vida al cual aspiran. Sus pers-
pectivas se tornan amargas, lo que los lleva a « adoptar actitudes
arrogantes, despectivas » hacia la sociedad de adopción y eso
« les impide integrarse adecuadamente ». Una mujer de origen
uruguayo se queja de la humillación sufrida durante su bús-
queda de empleo : « Tuve la experiencia de haber sido juzgada
y discriminada porque era inmigrante, y eso es algo difícil de
vivir ». Un inmigrante salvadoreño tiene la impresión de que,

La elección de Quebec  •  13
en Quebec, « las posibilidades de participación son más limi-
tadas para los grupos étnicos ». Cree que los quebequenses
demuestran una « tendencia a cerrar los espacios más impor-
tantes a los extranjeros ». Pero muchos otros inmigrantes se
dicen satisfechos de haber elegido Quebec. « Tenía familia aquí
y ellos me hablaron del modo de vida, del respeto de los dere-
chos de los ciudadanos », afirma un exiliado nicaragüense. De
la misma manera, un colombiano que escapó a la violencia
política en su país considera que « esta sociedad es, en general,
bastante tolerante, bastante abierta, bastante amable... frente
a la tragedia personal de haber dejado mi país, Quebec es un
buen lugar ». Esta última frase no constituye la declaración de
amor y gratitud que los quebequenses desearían escuchar, pero
ilustra perfectamente el tipo de evaluación que la mayoría de
migrantes hacen de su elección.
La idea de « elegir » es central en la experiencia de inmigra-
ción. Algunos se sorprenden ante semejante afirmación. Sobre
todo en los países del Norte, se tiende a percibir el fenómeno
migratorio como el resultado de una falta de elección : los des-
dichados que abandonan su tierra lo hacen para liberarse de la
miseria, de la opresión o de la guerra. El sentido común nos
indica, en efecto, que es inusual que alguien deje su comunidad
y su cultura si no se ve forzado por las circunstancias. Eviden-
temente, esa visión es correcta en lo relativo a poblaciones
civiles desplazadas por conflictos, catástrofes naturales y crisis
humanitarias. Asimismo, los llamados « refugiados econó-
micos » forman parte de un movimiento generado, en gran
medida, por factores de tipo estructural. Pero una lectura que
ignora al individuo como elemento clave de la migración olvida
que, por cada emigrante, son miles los que nunca se desa-
rraigan. Los expatriados voluntarios, ¿ son los más afortunados,
como ganadores de una especie de lotería cósmica ? Tal vez sea
cierto en varios casos, pues el azar pesa mucho en las cuestiones
humanas, pero la voluntad y la audacia de quien decide partir
hacia otros horizontes juegan también un papel capital en el

14  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


proceso migratorio. No hay que caer, obviamente, en la trampa
del darwinismo social, pensando que los más dinámicos y
hábiles eluden al fatalismo, mientras que los otros, más lentos
para adaptarse, se quedan atrás. Pero tampoco hay que ver a
los inmigrantes como los sujetos pasivos de una mecánica
planetaria. Si bien la sociología y la historia explican el sentido
general de las grandes corrientes migratorias, es en la biografía
de cada individuo que se encuentran las razones fundamentales
de una decisión que, en última instancia, es siempre subjetiva
y singular.
Los análisis de las migraciones internacionales se abocan,
naturalmente, a examinar los grandes factores de repulsión y
de atracción (push y pull) a escala mundial, es decir los motivos
que empujan a ciertas personas a dejar los países A, B y C, así
como aquellos que los incitan a orientarse hacia los países X,
Y y Z. Es fácil constatar que, por regla general, esos motivos
se inscriben en una lógica de asimetría entre el lugar de salida
(país « expulsor ») y el lugar de destino (país « atrayente ») :
pobre-rico, violento-pacifico, autoritario-liberal, coloniza-
do-colonizador, etc. Un enfoque teórico que excluyera esos
factores objetivos pecaría de ingenuo. Tales determinaciones
actúan sobre todos nosotros, inmigrantes o no, pues a pesar de
nuestras convicciones individualistas, somos seres altamente
condicionados por nuestros orígenes y nuestros grupos de
pertenencia. Así, como lo demuestran innumerables estudios
sociológicos, incluso cuando creemos tomar libremente nues-
tras decisiones más íntimas o más graves – por ejemplo, formar
una pareja, definir los objetivos de carrera profesional o com-
prar una casa – seguimos las tendencias intergeneracionales y
nuestras acciones se ajustan tanto a parámetros socioeconó-
micos como a las leyes estadísticas. O sea que nadie escapa a
las determinaciones sociales. Sin embargo, ello no anula com-
pletamente nuestra capacidad de trazar un camino que, al
menos en parte, nos resulta propio. Desconfiemos, entonces,
de quienes, con algo de superioridad, ven al inmigrante como

La elección de Quebec   •  15
simple peón de un juego de fuerzas del cual no controla nin-
guna variable, como el prisionero de su « mentalidad », de sus
« costumbres », de sus « necesidades ».

¿ Qué se elige cuando se elige a Quebec como tierra de adop-


ción ? ¿ Cómo se es elegido por Quebec para convertirse en uno
de sus nuevos integrantes ? Abordaremos esas preguntas en las
próximas páginas. Pero, en primer lugar, habrá que ocuparse
del uso de la palabra en cuestión : el verbo « elegir » ha sido
devaluado por una lamentable deriva hedonista. Hacer una
elección en las sociedades egocéntricas del siglo XXI se reduce,
en muchos casos, a un gesto por el cual nos orientamos
momentáneamente hacia una u otra de las opciones que se nos
ofrecen. Ese placer efímero, como el de quien selecciona un
ítem en el menú, es solamente un simulacro de libertad. Más
aún cuando, creyendo expresar nuestras preferencias perso-
nales, terminamos inclinándonos ante los mandamientos del
marketing de masas. Una verdadera elección implica, al con-
trario, un acto de renuncia y un riesgo, casi podría decirse un
salto al vacío. La decisión de migrar – como otras decisiones
existenciales – no se toma a partir de una lista abstracta de
posibilidades. De hecho, esa decisión se plantea en un contexto
en el cual el margen de maniobra es limitado, la información,
incompleta y la incertidumbre, elevada. El economicismo
contemporáneo exagera la importancia del « cálculo de costo/
beneficio » en la acción humana. No somos maquinas racio-
nales. Sin embargo, ante una elección que puede afectarnos
tan profundamente, evaluamos lo que podemos ganar y lo que
nos arriesgamos a perder. Esos « cálculos » no se apoyan única-
mente en nuestros « intereses » ni obedecen a una mentalidad
de administrador. El alcance de la elección se halla restringido
por numerosas condiciones y encuadramientos sociales, como
ya lo subrayé, pero se trata, así y todo, de una elección. Poco

16  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


importa si olvidamos intencionalmente lo que nos molesta o
si nos dejamos guiar por la intuición. Nuestras fantasías, nues-
tros miedos y nuestras creencias forman parte de la ecuación.
Y, como para toda elección, llegamos tarde o temprano al
momento del balance y, también, de la duda o del remordi-
miento... sobre todo cuando nos damos cuenta de que el precio
pagado ha sido inmenso. La canción Adiós, mi país, interpre-
tada por el músico franco-argelino Enrico Macias, traduce
perfectamente ese sentimiento :
He dejado mi país, he dejado mi casa
Mi vida, mi triste vida se arrastra sin razón
He dejado mi sol, he dejado mi mar azul
Sus memorias se despiertan, muy después de mi adiós
En su nuevo país, el inmigrante se sentirá a veces como un
niño avergonzado, incapaz de comprender los códigos más
elementales de la vida cotidiana. En poca o gran medida, verá
su estatus, su red social, hasta sus capacidades menguar. Se
encontrará aislado, diferente (tendrá quizás un « color » o un
« acento ») y sus conocimientos no serán siempre reconocidos
en su justo valor. En el libro Orígenes, el escritor libanés Amin
Maalouf resume magistralmente ese aspecto de la vivencia del
inmigrante : « El emigrante debe estar listo para tragarse cada
día su ración de vejaciones, debe aceptar que la vida lo tutee,
que le palmee el hombro y el estómago con una familiaridad
excesiva »2.
¿ Es entonces sorprendente que lo que se espera de la
sociedad de adopción sea mucho, pues se busca compensar, de
algún modo, la gran pérdida sufrida ? Ciertos malentendidos
usuales se desprenden de dicha realidad. La mayoría de los
inmigrantes han efectuado una elección, pero esa elección se
actualiza – lo cual quiere decir que también es revisada y cues-
tionada – de manera recurrente. En todos los países que reciben
inmigrantes se evoca, en determinados ámbitos, la supuesta
« ingratitud » de los nuevos residentes. « ¿ De qué se quejan ?

La elección de Quebec   •  17
Nos tendrían que agradecer de haberlos acogido »3. En esa
perspectiva, pareciera que todos los migrantes – excepto los de
Europa Occidental – habrían huido de la indigencia y del
oscurantismo retrógrado de sus países de origen. El quebe-
quense se ofende ante quienes, recién llegados del « Tercer
Mundo », critican su sociedad : « ¿ Cómo osan decir que nuestro
sistema de salud pública es deficiente, nuestro tráfico indisci-
plinado, nuestras costumbres alimentarias atroces y nuestras
escuelas lamentables ? » Christian Raymond, candidato por la
Acción Democrática de Quebec, expresó ese tipo de exaspera-
ción ante el inmigrante que « llega con pretensiones » y declaró
a la prensa : « Se morían de hambre en donde vivían o estaban
en guerra ; los dejamos venir a nuestro país, entonces tiene que
respetar nuestras manera de vivir. Si no quieren conformarse,
que se regresen. Yo, les digo : tú no estás en tu casa aquí, estás
de visita »4.
Aunque esa clase de discurso público sea relativamente
infrecuente en Quebec (el candidato fue expulsado poco des-
pués por el jefe de su partido), no es raro escuchar tales argu-
mentos en las conversaciones privadas. El implícito es el
siguiente : el inmigrante habría ganado tanto al venir a radicarse
con nosotros – particularmente en comparación con lo que
habría perdido al dejar su país de origen – que todo reclamo
de su parte a la sociedad de adopción sería inapropiado y exce-
sivo. Se trata, obviamente, de una interpretación que minimiza
la importancia de una elección desgarradora en la mayoría de
casos. Para el individuo que se expatria, el trade off – el canje
de una ventaja (cultural, emocional) por otra (sobre todo eco-
nómica y de seguridad) – reviste una complejidad que no puede
ser reducida a una simple oposición entre un « aquí » bueno y
un « allá » malo. Esto nos lleva a abordar un segundo malen-
tendido, esta vez del lado de los inmigrantes : la idealización
del « Primer Mundo ».
En muchas sociedades del « Tercer Mundo », la gente conoce
(y absorbe) el modo de vida « occidental » a través de la cultura

18  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


globalizada y el consumo de masas. Aunque se deplore tal
dinámica, ocurre que todo lo que es blanco, rubio e inglés se
transforma, para muchos, en un ideal. Digo aquí « ideal », no
el sentido de un modelo a adoptar o de una figura a venerar,
sino en tanto que arquetipo de modernidad, de eficacia, de
prosperidad. Casi todo parece andar bien (o todo se puede
arreglar) en los países del Norte, si uno se fía a lo que Hollywood
nos muestra en las pantallas : los buenos siempre ganan, los
malos siempre pierden, etc. Claro que son pocos los que real-
mente se creen la película. Pero eso no obsta que las sociedades
del Norte seduzcan por su imagen de riqueza y progreso, como
si ellas hubieran llegado a donde todas los demás desean ir. ¿ Tal
vez tenemos esa necesidad de creer en el « sueño americano » ?
Los comentarios que he escuchado de quienes aterrizan en
América del Norte por primera vez, como inmigrantes o visi-
tantes, remiten a esa idealización y reflejan la decepción delante
de una realidad mucho más mediocre de lo que se esperaban :
« las calles están tan sucias como las de mi ciudad » ; « la calidad
de la construcción es muy mala, como si las paredes fueran de
cartón » ; « los políticos de aquí parecen tan corruptos como los
nuestros » ; « se supone que es un país rico, pero permiten que
haya vagabundos por todos lados ». Curiosamente, esas y tantas
otras críticas son enunciadas con un leve tono de triunfo, al
constatar la imperfección de las sociedades del Norte. Pero esa
desilusión frente al país de adopción, junto a la eventual reva-
lorización del lugar de origen (a través de la nostalgia, que
rememora y engrandece al « paraíso perdido ») alimenta la
frustración y puede llevar, incluso, a arrepentirse de la elección
realizada.

Quebec, como el resto de Canadá, necesita inmigrantes : sin


ellos, el crecimiento demográfico podría situarse cerca de cero
en 2030. El censo de 2011 muestra que la población canadiense

La elección de Quebec   •  19
total ha aumentado de casi 6 % en cinco años, mientras que la
de Quebec se expandió un 4,7 %. Aproximadamente, los dos
tercios de tal crecimiento se deben al influjo de migrantes. Es
interesante comparar con Estados Unidos : para el mismo
período, 60 % de su expansión demográfica fue de tipo
« natural », es decir, como resultado de los nacimientos. Otra
observación : la población de Canadá es nueve veces más
pequeña que la de Francia, pero distribuye – según el Índice
Europeo de Políticas de Integración de los Migrantes – el doble
de permisos de trabajo que Estados Unidos y nueve veces más
que Francia (en números absolutos). Estos datos muestran que,
no sólo Canadá es un país objetivamente abierto a la inmigra-
ción – por las obvias razones demográficas que mencioné – sino
que la opinión de los canadienses también apoya esa apertura :
en una encuesta efectuada por Gallup en trece países, Canadá
se destacó exhibiendo la percepción más favorable hacia los
inmigrantes. Por ejemplo, ante la pregunta « ¿ Los inmigrantes
mejoran a la sociedad aportando nuevas ideas y culturas ? », los
canadienses están de acuerdo a 67,2 %, mientras que los esta-
dounidenses lo están a 57 %, los franceses a 41,3 % y los bri-
tánicos a 33,6 %5. Hay que subrayar que esa actitud positiva
de los canadienses hacia los extranjeros es recíproca. En efecto,
en un vasto estudio de la BBC sobre la imagen de doce países
en el mundo, Canadá obtuvo los mejores resultados : 54 % de
los entrevistados declaran una actitud favorable y solamente
14 % una mala opinión (a la vez que su vecino, Estados Unidos,
es percibido negativamente por la mitad de los habitantes del
planeta)6. Para completar ese retrato, mencionemos que un
análisis realizado por Anholt Nation Brands Index sobre las
« imágenes de marca » de los diversos países constata que los
canadienses son, junto a los estadounidenses, los campeones
de la auto-estima. Sin embargo, el informe de Anholt nota que
la opinión de los canadienses sobre su propio país es más rea-
lista que la de los estadounidenses sobre el suyo, pues solamente
Canadá se clasifica, a los ojos del mundo, entre los cinco líderes

20  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


en todas las categorías (turismo, exportaciones, gobernanza,
inversiones, inmigración, cultura y población)7.
La imagen extremadamente positiva de los canadienses
hacia los inmigrantes, de los extranjeros hacia los canadienses
y de los canadienses hacia sí mismos es, sin duda, un buen
signo a muchos niveles. Sin embargo, hay que señalar que, a
veces, las altas expectativas que se desprenden de una visión
muy optimista pueden conducir a frustraciones y tensiones.
La controversia – tanto imprevista como virulenta – con res-
pecto a los « acomodamientos razonables » (a la cual dedicaré
varias páginas en el tercer capítulo) reveló que, detrás de las
buenas intenciones de unos y otros, se esconde, a veces, una
dosis de amargura y resentimiento latente.

¿ Una provincia o una nación ?


« Yo creía haber inmigrado a Canadá, pero pronto me di cuenta
de que, en realidad, había inmigrado a Quebec ». Esta frase – o
alguna de sus múltiples variantes – expresa la sorpresa, y a veces
el enojo, de muchos de los que llegan para quedarse. Claro que
el gobierno realiza esfuerzos considerables para enfatizar el
carácter particular de la provincia de habla francesa, especial-
mente en lo que hace a la situación idiomática. Puede leerse
en la página web del Ministerio de la Inmigración y de las
Comunidades Culturales (MICC) que « elegir Quebec es
querer vivir en una sociedad francófona »8. Lo que no se dice,
pero que se volverá rápidamente obvio para quienes inician el
trámite de inmigración, es la existencia de dos « universos
paralelos ». Ni el más distraído dejará de notar que el proceso
de inmigración se desdobla, un poco ilógicamente, entre
Canadá y Quebec. Se requiere a los interesados comenzar por
el nivel provincial antes de volcarse al nivel federal. El recorrido
puede parecer claro para los funcionarios : en la categoría de
« trabajador », Quebec está a cargo de la « selección » de los
candidatos, mientras que Canadá se ocupa de su « admisión ».
Para los hombres y mujeres que buscan inmigrar a Quebec, la

La elección de Quebec   •  21
impresión que surge es, sin embargo, la de una desconexión
difícil de entender. La primera reacción está generalmente
enmarcada en un prejuicio positivo : es inusual, pero segura-
mente razonable, pasar a través de dos instancias sucesivas,
yendo de lo más pequeño (la provincia) a lo más grande (el
país). De hecho, uno se dice que dicha secuencia constituye
une demostración de la admirable descentralización cana-
diense. Pero ¿ cómo explicar entonces que alguien que ya
obtuvo el visado federal para radicarse en Toronto o Calgary,
por ejemplo, esté obligado a solicitar, a posteriori, el permiso
de residencia quebequense si cambia de idea, durante el trámite
de inmigración, y decide domiciliarse en Montreal ?
Veamos un fragmento del intercambio entre participantes
en un foro de internet, como ejemplo de la confusión que
suscita el doble sistema :
– Confieso que estoy un poco perdida. Si comprendo bien, ¿ hay
dos posibilidades, armar un legajo para la parte francófona o
para todo el territorio ? ¿ Hay alguna diferencia ? ¿ Los plazos ?
¿ El costo ? Aparentemente, al ser francesa, puedo presentar mi
solicitud en París aunque resido en Marruecos. Eso es para todo
Canadá. ¿ Es distinto para Montreal ?
– Cuando haces una solicitud para Quebec, eres aceptada por
Quebec « y » Canadá, y no estás obligada a ir solamente a
Quebec. Pero si quieres ir a otro lado de Canadá, puedes hacer
tu solicitud a Canadá. Pero no sé si es más breve.
– Puesto que eres francesa, sería mejor que presentes tu legajo a
Quebec, llamado « provincial » ; si manejas el inglés, puedes
presentar tu legajo a Canadá, llamado « federal ».
– Son ustedes muy amables de haberme contestado tan rápida-
mente. Continúo con mis preguntas tontas. Encontré dos sitios :
uno para Canadá y uno para Quebec. Lo que no entiendo es
que ¡ cada uno tiene sus propios formularios !9
Una vez que el proceso está iniciado, la experiencia se revela
todavía más desconcertante, incluso luego de haber compren-
dido la dualidad Quebec/Canadá : uno se esperaría a ver mayor

22  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


fluidez entre el momento de la « selección » y el de la « admi-
sión », pero lo que se constata es más bien una falta de comu-
nicación entre los dos « universos ». Uno tiene la sensación de
enfrentar a dos burocracias que no se hablan entre sí. El can-
didato queda perplejo ante un discurso que, contra toda lógica,
parece referirse a dos entidades mutuamente independientes.
Recuerdo mi propia vivencia. Por un lado : « Ah, no, señor, el
examen médico corresponde al federal, usted tendrá que ver
con la Embajada de Canadá para eso. Aquí, en la Delegación
de Quebec, no contamos con esa información ». Por el otro :
« No, señor, en absoluto. La selección de los inmigrantes autó-
nomos es de jurisdicción exclusiva de Quebec ; Canadá no tiene
derecho a meterse ». ¿ Cómo se llegó a semejante modelo con
dos pistas paralelas ? Desde principios de los años setenta, los
gobiernos de Canadá y de Quebec han refrendado varios
acuerdos relativos a la inmigración.
En 1978, el Acuerdo Cullen-Couture confería a Quebec la
autoridad de selección de los inmigrantes autónomos10 (es
decir, aquellos que no son refugiados o que no se sirven del
programa de reunificación familiar) que desean establecerse en
su territorio. En los primeros años del corriente siglo, otras
provincias (particularmente Manitoba y Columbia Británica)
lograron obtener de Ottawa una mayor autonomía en la admi-
nistración de las candidaturas a la inmigración calificada, pero
ningún régimen otorga tanto poder al gobierno provincial
como el Acuerdo Cullen-Couture. Este convenio, ratificado y
ampliado en 1991, se apoya en el principio de jurisdicciones
compartidas entre los niveles federal y provincial, pero el
gobierno central ha reconocido que Quebec necesita tener más
peso en lo que atañe a sus inmigrantes. Así, Quebec asume la
responsabilidad de la integración de esos inmigrantes e indica
a Ottawa el número de personas que acepta incorporar cada
año (con el fin de asegurarse de que, en la medida de lo posible,
reciba un número proporcional a su tamaño demográfico en
el seno del país). Las responsabilidades respectivas de cada uno

La elección de Quebec   •  23
– la « selección » por Quebec y la « admisión » por Canadá –
están claramente definidas a nivel legal y administrativo, pero
es en los detalles que el procedimiento puede mostrarse kaf-
kiano. Obviamente, dicho mecanismo no puede evitar el
cortocircuito ocasional en la práctica, aunque todo se haga con
las mejores intenciones. Pero no por ello debemos concluir que
se trata de un funcionamiento ilegitimo o caprichoso. Es
verdad que en Canadá, en general, y en Quebec, en particular,
parece que quisieran complicarse la vida : las cajas de cereales
bilingües, cuando son vendidas en la muy anglófona provincia
de Alberta, sirven de símbolo de un idealismo que algunos
encuentran absurdo y costoso. En Quebec, las estrategias de
promoción del francés dan lugar a situaciones que pueden
fácilmente tornarse en ridículas : « un reglamento limita el uso
del inglés en los carteles de la vía pública y la policía idiomática
recorre todavía las calles midiendo el tamaño de las letras para
verificar que “pollo frito” predomina sobre “fried chicken” »11.
Pero es justamente en esos esfuerzos que descubrimos a una
colectividad que busca concretizar un proyecto de sociedad
válido : la construcción de un Quebec que posea las herra-
mientas y los recursos necesarios para preservar su lengua y su
herencia cultural.

Canadá es virtualmente el único país en el mundo que


emprende una política de apertura a la inmigración. Es evi-
dente que ello no significa que todos los que quieren inmigrar
pueden hacerlo libremente. Pero, a diferencia de casi todos los
demás países – incluso aquellos caracterizados como « países
de inmigración » – Canadá ofrece a todo individuo, sin que
importe su origen o su condición, la posibilidad de pedir que
su candidatura sea evaluada objetivamente en base a criterios
claros y explícitos. La mayoría de países occidentales, hasta los
que acogen millones de extranjeros, apuntan sobre todo a

24  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


« manejar un problema ». O, más bien, dos problemas : impedir
el ingreso de « ilegales » y ocuparse de los indocumentados que
se hallan en su territorio, sea para regularizarlos (de manera
temporaria o permanente, condicional o definitiva), sea para
expulsarlos. Es el caso de Estados Unidos, en donde dos tercios
de la población inmigrante « legal » son admitidos por tener
familiares residentes, mientras las deportaciones aumentan
dramáticamente (llegando a un record en 2011). Australia y
Nueva Zelanda poseen programas de visado para trabajadores
calificados en áreas de alta demanda profesional, pero el
famosos « sistema de puntos » canadiense es el único en el
mundo que no hace de la demanda del mercado laboral el
aspecto central de su proceso de selección (aunque, por
supuesto, le otorga un peso importante). Esto quiere decir que
hasta con una especialidad « marginal », uno tiene la posibilidad
de ser aprobado, si los otros factores compensan esa « falencia »
relativa. En Canadá, toda solicitud como trabajador autónomo
es evaluada en función de seis factores de selección : nivel de
educación, dominio de los idiomas oficiales, experiencia, edad,
oferta de empleo y adaptabilidad. El candidato llena un for-
mulario y se le adjudican puntos por cada rúbrica. Por ejemplo,
si usted sólo posee un diploma de escuela secundaria, obtiene
5 puntos en educación. Pero si terminó un posgrado (maestría
o doctorado), recibe el máximo, o sea 25. El nivel de manejo
del inglés y del francés se expresa en una escala de 0 a 24. Se
pierden puntos si se tiene menos de 25 años o más de 49 (2
puntos por año). La adaptabilidad es el criterio menos objetivo,
pero algunos indicadores fácticos (haber realizado estudios o
trabajado en Canadá, por ejemplo) facilitan sin embargo cierta
uniformidad en la evaluación. Quebec ajustó su grilla de
puntos en función de sus propios objetivos (adjudicando una
mejor nota al conocimiento del francés). De tal modo, no
aparece ningún criterio nacional o étnico en el proceso de
selección. No se hace ninguna pregunta sobre religión u opi-
niones políticas. Al menos en su formulación, el sistema de

La elección de Quebec   •  25
puntos canadiense es un ejemplo de racionalidad y de equidad,
y varios países (como Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Suecia,
entre otros) han considerado la posibilidad de imitarlo.
Pero, incluso si se deja de lado el desdoblamiento Cana-
dá-Quebec, el sistema no es perfecto. No me refiero a la inevi-
table lentitud burocrática, a ciertos elementos arbitrarios en las
reglas o a los costos considerables del trámite para los candi-
datos, ni siquiera al problema planteado cuando un funcionario
– un ser humano, con sus preferencias y prejuicios – debe
juzgar la « adaptabilidad » o la sinceridad del potencial inmi-
grante. Esos desafíos son constantes y complicados, y muchos
encuentran elementos para criticar. Pero lo que me preocupa
es, sobre todo, el efecto paradojal del sistema de puntos,
aunque la lógica subyacente sea impecable : atraigamos a los
mejores, los más aptos a contribuir al desarrollo de nuestra
economía, aquellos que están dispuestos a adherir a nuestro
estilo de vida. Al apuntar a la « crema » de los migrantes, tal vez
nos privamos de otros que también podrían aportar mucho a
la sociedad. De hecho, curiosamente, Canadá suele no alcanzar
sus metas en cuanto al número deseado de inmigrantes « eco-
nómicos ». Por ejemplo, en 2004, 113.442 trabajadores califi-
cados se radicaron en Canadá, cuando lo que se buscaba era
admitir entre 119.500 y 135.500 personas12. Ante ese resultado
decepcionante, se plantearon dos explicaciones posibles : (a)
las exigencias son tan elevadas que pocos candidatos pasan el
examen ; (b) muchos de aquellos a quienes se quiere atraer a
Canadá (los individuos más educados, experimentados, adap-
tables, etc. del planeta) no siempre tienen a Canadá como
primera opción (es decir que, si pueden, eligen otros destinos).
Pero el misterio no queda ahí. Si los que eligen Canadá y son
elegidos por Canadá son, como dice la expresión, « el uno para
el otro », ¿ por qué tantos inmigrantes se sienten defraudados
por su nueva patria ? En efecto, un número considerable de
inmigrantes descubre que, en la tierra que les fue prometida,
no « fluye leche y miel »...

26  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


En los foros de discusión, muchos inmigrantes expresan su
frustración ante una sociedad que no parece querer otorgarles
una oportunidad de inserción. Incluyo aquí algunos comenta-
rios particularmente elocuentes – y negativos – que encontré
en un sitio dedicado a la búsqueda de empleo en Canadá :
– No gaste su energía en Canadá : haga como todos los inmigrantes
educados que vienen a este país. Adquiera su pasaporte cana-
diense y utilícelo para obtener una visa de Estados Unidos o
Europa, o para otro país en donde sus talentos sean
requeridos.
– Me mudé a Canadá en 2003. Era abogado, graduado de una de
las mejores universidades de México. Durante mi estadía en
Canadá, tuve que enfrentar muchas humillaciones y comentarios
racistas. Tengo un empleo espantoso : lavo los pisos cinco días
por semana.
– Todas las ventajas que Canadá ofrece son anuladas si no se con-
sigue un trabajo mínimamente decente. Uno termina en una
gran fábrica en donde los superiores no terminaron la escuela
secundaria y hay que trabajar hasta horas imposibles para ganar
literalmente algunos pesos.
– Si no consigo un empleo en mi profesión en los dos próximos
meses, me voy para siempre de este país. ¡ Me siento
estafado !13
Estas experiencias pueden no ser representativas de la mayor
parte de la población inmigrante. Es razonable suponer que los
foros se llenan de quienes necesitan expresar su cólera (pues los
que se integran correctamente al mercado laboral quizá no se
sienten motivados a participar en dichos ámbitos). También,
sabemos que hay gente que nunca está contenta y que se queja
de todo... Pero, aún así, no se puede negar que abundan las
críticas en el discurso de numerosos inmigrantes. Yo las he
escuchado sistemáticamente en entrevistas y conversaciones con
personas arribadas de todos los continentes. Algunos afirman
que los obstáculos a la integración resultan del racismo latente
de los canadienses (o, específicamente, de los quebequenses)

La elección de Quebec   •  27
nativos. Otros piensan que no se trata de racismo, pero sí de
desconfianza hacia ciertos grupos de extranjeros, lo cual lleva a
la discriminación sutil. O bien, no es una cuestión de rechazo
por motivos de nacionalidad, religión o idioma, sino de des-
precio hacia la educación y la experiencia de trabajo adquiridas
en el « Tercer Mundo ». ¿ Es verdad que los canadienses no les
abren las puertas ? Sin duda, parte del problema reside en la falta
de auténticas condiciones de igualdad. Pero también hay que
considerar que algunos inmigrantes no entienden cabalmente
que, al radicarse en un nuevo país, hay un « derecho de piso »
que lleva un tiempo adquirir. El proceso de adaptación a un
nuevo entorno debe ser visto como una fase de aprendizaje y
de inversión a largo plazo. Si esa fase necesaria de ajuste no
desemboca, al cabo de unos años, en la normalización e igua-
lación de condiciones, entonces sí, debemos reconocer la exis-
tencia de una traba. A veces, será un problema del individuo,
que no logra amoldarse. Sin embargo, cuando las tendencias
son estadísticamente demostrables, tenemos que admitir la
existencia de un problema de sociedad : en promedio, 40 % de
los inmigrantes en Canadá juzgan que su « bienestar material
no ha cambiado casi nada entre el segundo y cuarto año de
radicación »14. Y lo que es más revelador aún : « entre los hombres
llegados a Canadá entre las edades de 25 a 44 años, desde 1980
hasta 1996, uno sobre cinco se regresó después de su primer
año como inmigrante »15.
Un estudio del organismo que se ocupa de los censos y de
las estadísticas en Canadá (Statistics Canada, en inglés, o Sta-
tistique Canada, en francés) muestra que « esencialmente,
durante las dos últimas décadas, la tasa de bajos ingresos dis-
minuyó entre los canadienses nativos y aumentó entre los
inmigrantes », una tendencia « particularmente evidente entre
los nuevos inmigrantes provenientes de África y de Asia »16. Ese
estudio también muestra que la tasa de bajos ingresos de esos
« nuevos » inmigrantes (es decir, que llegaron al país desde hace
menos de cinco años) casi se duplicó entre 1980 y 1995 (y los

28  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


datos recientes confirman dicha tendencia). Eso significa que
los inmigrantes tienen cada vez mayor dificultad en reducir la
brecha con respecto al promedio nacional, incluso si el periodo
de residencia se alarga. ¿ Cómo explicar ese fenómeno, si se
supone que el « sistema de puntos » tiene por meta seleccionar
objetivamente a los candidatos más formados y dinámicos ? Ha
habido varios momentos de recesión que redujeron las opor-
tunidades para muchos neo-canadienses, pero la paradoja sigue
en pie. Radio Canada dedicó un programa a este tema, par-
tiendo de la constatación siguiente : los inmigrantes recientes
traen mayor educación que antes pero encuentran más difícil
obtener un empleo17. El problema de la validación de los
diplomas por parte de las corporaciones profesionales cana-
dienses es crucial, por supuesto, y es indudable que ciertos
organismos, como el Colegio de Médicos de Quebec (y hasta
las facultades de medicina, que excluyen de sus programas de
residencia a la mayoría de los doctores formados en el extran-
jero) son indicios de una mentalidad elitista, por no decir
cerrada. Algunas medidas correctivas fueron introducidas por
el gobierno quebequense en los últimos años con el fin de
limitar las injusticias más flagrantes, pero no es sorprendente
que persista la frustración entre numerosos inmigrantes profe-
sionales. Por eso no hay que asombrarse tanto de que una
buena proporción de ese grupo, sobre todo los jóvenes, se vaya
de la provincia o del país una vez que han obtenido la visa o la
ciudadanía. La doble nacionalidad es una ventaja innegable y
la cantidad de neo-canadienses que se regresan, con pasaporte
en mano, a sus países de origen (o se dirigen hacia otros) ha
netamente aumentado18.
Esta semblanza de la situación canadiense se aplica igual-
mente a Quebec. De hecho, algunas de las dinámicas que acabo
de describir se manifiestan con mayor intensidad en la pro-
vincia francófona. En los foros de discusión, la denuncia de
prácticas discriminatorias aparece con gran virulencia entre los
neo-quebequenses. Claro que hay que saber distinguir entre la

La elección de Quebec   •  29
realidad y las percepciones, que no siempre son justas. Más allá
de las acusaciones de « etnicismo » dirigidas a los canadienses
de ascendencia francesa o de las alusiones al pasado fascista de
ciertos sectores durante los años treinta (de lo que hablaré en
el cuarto capítulo), es indudable que algunos signos son preo-
cupantes. El periodista de origen ruandés François Bugingo
considera que, a ciertos niveles, « la sociedad quebequense
funciona todavía como un clan »19. Veamos una serie de cifras
que ilustran esta relativa exclusión del « Otro ». Según el antro-
pólogo Pierre Anctil, la administración pública de Quebec
contaba, en 2003, con apenas 3 % de personas que no fueran
de origen canadiense francés20. Y, en Montreal, solamente 13 %
de los empleados municipales tienen una identidad minoritaria
(en una ciudad en la que cerca del tercio de sus habitantes son
de familias inmigrantes o anglófonas). Fo Niemi, cofundador
del Centro de Investigación-Acción sobre las Relaciones
Raciales, señaló que, en los comicios provinciales de 2003, sólo
tres candidatos minoritarios fueron elegidos (2 % del total,
cuando las personas que declaraban pertenecer a una minoría
en la provincia representaban en ese momento 7 % de la pobla-
ción21). Esta situación no ha cambiado de manera significativa
en las elecciones de 2007 y 2008, y la proporción de la pobla-
ción de « minoría visible » (según el gobierno, toda persona
que, sin ser indígena, no es de « raza blanca » o « no tiene la piel
blanca ») alcanza actualmente 9 %.
Las estadísticas que cité al principio de este capítulo
expresan, de modo simple pero vívido, las dos caras de la
moneda : de un lado, vemos una sociedad que incorpora una
cantidad creciente de gente venida de otras partes del mundo
– cuya mayoría aporta un bagaje cultural distinto y se diferencia
por su apariencia física de la mayoría local – y que no por eso
manifiesta grandes actitudes de rechazo hacia el « Otro ». En
Montreal, ese « Otro » es generalmente afrodescendiente (30 %
de la población minoritaria), árabe (16 %), latinoamericano
(13 %) o chino (11 %). La tasa de delitos con motivos raciales

30  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


o discriminatorios constituye un buen indicador del ambiente
social que reina en cuanto a la diversidad : el hecho de que
Montreal sea el lugar en el que esa tasa sea la más baja de
Canadá (entre las diez más grandes regiones metropolitanas)
nos demuestra una situación generalmente favorable para el
extranjero. Asimismo, es alentador que no se detecte ningún
aumento de la criminalidad en general que pudiera resultar del
fenómeno migratorio (por ejemplo, en relación a la creación
de pandillas o mafias « étnicas »22), lo cual refleja un alto grado
de cohesión social.
El retrato es menos alentador cuando se constata a qué
punto los inmigrantes se enfrentan, en su movilidad ascen-
dente, a un « techo de vidrio », una realidad que se manifiesta
en las dificultades que encuentran en acceder a puestos de
decisión y de poder. En los niveles jerárquicos de la adminis-
tración pública (o de la política o de las compañías privadas),
es pequeñísima la proporción de personas de origen inmi-
grante o pertenecientes a una minoría, lo cual expresa una
dimensión del problema de integración. Ya vimos que el
ingreso al mercado laboral es penoso para muchos que llegan
del exterior. Sin justificarlo, podemos comprender que los
empleadores sean algo reticentes a confiar en un diploma
foráneo o a una experiencia adquirida en otro país. Los ele-
mentos idiomáticos pueden también poner frenos en el ámbito
profesional. Se sabe, por otra parte, que la mayoría de trabajos,
en cualquier economía – liberal o no – se consiguen por las
redes de relaciones y conexiones, lo cual explica la concentra-
ción de ciertos grupos en sectores de actividad específicos (por
ejemplo, los haitianos en la industria del taxi en Montreal y,
en otra época, los judíos en la industria textil). Los recién
llegados encuentran, naturalmente, barreras en las áreas his-
tóricamente ocupadas por los quebequenses. ¿ Pero cómo
explicar que los que ya lograron ingresar al « sistema » – sus
habilidades y trayectoria han sido reconocidas, ya manejan el
francés, están « adentro » – siguen hallando trabas para ascender

La elección de Quebec   •  31
en la organización ? Pareciera que se les ha abierto la puerta,
pero se les niega el uso del ascensor...
¿ Por qué ocurre esa aparente injusticia ? Pensemos en los
resultados de una encuesta que reveló que los quebequenses
poseen una actitud más negativa hacia los musulmanes que los
canadienses de otras provincias23. No es el primer estudio que
demuestra una brecha entre Quebec y el resto del país en materia
de tolerancia en relación a las minorías. Pero antes de lanzar
acusaciones de racismo, exploremos otras interpretaciones posi-
bles de esta situación. Se podría, en efecto, suponer que los
quebequenses han interiorizado una lectura crítica de toda forma
de religiosidad organizada y socialmente conservadora, a causa
de su propia ruptura colectiva con la Iglesia Católica (en Quebec,
la tasa de asistencia a las parroquias es la más baja de Norteamé-
rica24). Entonces, una postura más laica e igualitarista sería la
razón de este tipo de rechazo. O bien, simplemente, el hecho de
que los quebequenses tengan menos interacciones con el « Otro »,
lo cual podría impedirles comprender mejor las diferencias : 47 %
de ellos no tuvo nunca un contacto personal con un judío y 44 %
nunca con un musulmán (porcentajes que son muy inferiores a
los del resto de la población canadiense25). También, es legítimo
proponer la tesis que los canadienses francófonos serian menos
favorables que sus compatriotas anglófonos en cuanto a la adop-
ción del lenguaje de lo « políticamente correcto ». Serian, en tal
sentido, más honestos (¿ o menos hipócritas ?) en la expresión de
sus opiniones. Sin embargo, más allá de la explicación de la
particularidad quebequense en este terreno (que abordaré en los
próximos capítulos), los inmigrantes y miembros de minorías
tienden a ver en esa actitud menos receptiva una forma de
rechazo de su identidad y de su cultura. El multiculturalismo
canadiense es denostado por las élites francófonas que se alinean
masivamente con el asimilacionismo que predomina en Francia :
el escritor y cineasta Jacques Godbout sostiene que el multicul-
turalismo es « funesto » y que va a « erosionar los logros de
Quebec » ; Maka Kotto, ex-diputado del Bloque Quebequense

32  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


(el partido independentista a nivel federal) y luego Ministro de
la Cultura y de las Comunicaciones de Quebec, afirma que « el
multiculturalismo a la canadiense [...] nos lleva derecho a la
guetoización »26. Sin embargo, los inmigrantes perciben al mul-
ticulturalismo como un gesto de apertura y lo suelen apreciar
enormemente. No por ello lo ven como una invitación a sepa-
rarse del resto de la sociedad y a quedarse encerrados en sus
comunidades. Cabe preguntarse, ¿ los críticos del multicultura-
lismo conocen verdaderamente la realidad canadiense, en la cual
la « segregación residencial » (la concentración o dispersión de
los grupos en base a sus etnicidades en el ámbito urbano) es
mínima si se la compara con el deplorable fenómeno de los
« guetos » negros e hispanos en las grandes ciudades de Estados
Unidos ? Nada que ver, tampoco, con los suburbios europeos en
donde se hacinan poblaciones de origen inmigrante y son hoy
sinónimo de desempleo, de delincuencia y de radicalización
ideológica. El multiculturalismo no es en sí una protección
contra esos fenómenos, que obedecen a dinámicas complejas y
propias a cada contexto nacional y local, pero tampoco es su
causa. Algunos se sorprenderán de que, durante el apogeo de la
política multicultural en los años noventa, Toronto – capital
mundial del multiculturalismo – presentara, según ciertos indi-
cadores, una menor segregación geográfica entre grupos que
Montreal27. Vale la pena leer estas palabras de un inmigrante
boliviano de ascendencia indígena que se mudó a Toronto y que
se dice transformado por la sociedad canadiense : « Soy más
abierto y comprendo la situación de los demás, y no creo tener
una actitud de superioridad [frente a los otros]. Todo eso a causa
del multiculturalismo ».
La realidad francófona y el proyecto independentista son,
sin ninguna duda, elementos que complican y, a veces, proble-
matizan la integración de los inmigrantes, así como la percep-
ción de su lugar en Quebec. Pero eso no quiere decir que la
situación actual sea abiertamente conflictiva o que nos encon-
tremos ante un contexto potencialmente explosivo : con una

La elección de Quebec   •  33
proporción similar de personas nacidas en el exterior (aproxi-
madamente 11 %), Quebec sale muy bien en la comparación
con Francia o con Holanda en términos de cohesión social28.
En suma, una sociedad que exhibe algunas resistencias a la idea
de incluir al inmigrante – ese « Otro » a quien se sospecha de
no querer integrarse plenamente (« aprovechándose del multi-
culturalismo ») – pero una mayoría de habla francesa cuyos
gestos concretos y explícitos de rechazo hacia el extranjero son
poco frecuentes y desprovistos de toda violencia física o verbal.
Volveré más adelante a la « cuestión idiomática » y a la « cuestión
nacional », dos puntos absolutamente cruciales para com-
prender esta ambivalencia de Quebec ante la diversidad.

Los neo-quebequenses, sobre todo si son « alófonos » (es decir


que su lengua materna no es ni el francés ni el inglés), están
confrontados a una exigencia suplementaria en el tema idio-
mático. Deben manejar, no sólo una nueva lengua, sino dos,
si desean maximizar sus posibilidades de obtener un empleo :
en Quebec, según la agencia canadiense de estadísticas, « los
salarios de los inmigrantes que hablan muy bien inglés, sin
importar su nivel de francés, son generalmente más altos que
los de inmigrantes que no hablan bien ninguno de los dos
idiomas oficiales »29. Ese « impuesto idiomático agregado » se
suma a otros aspectos de la sociedad quebequense que hacen
la vida más difícil a los que llegan de afuera : tasas de desem-
pleo y de pobreza mayores que el promedio nacional, niveles
de imposición al ingreso más elevados que en otras provincias,
a lo que se añade una situación de « incertidumbre política ».
La obligación de enviar a sus hijos a la escuela francesa puede
ser considerada legítima desde un punto de vista conceptual,
pero muchos inmigrantes la sienten como una restricción
significativa a su libertad de elección como padres. Claro que
otras especificidades quebequenses pueden resultar favorables,

34  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


especialmente en lo relativo a la intervención del Estado en el
área social : jardines de infantes subsidiados, licencias de pater-
nidad y maternidad generosas, congelamiento de los aranceles
universitarios (con apenas algunas alzas relativamente menores
desde 1994), viviendas abordables, etc. Pero hay inmigrantes
que se sienten defraudados por la realidad que encuentran en
Quebec : « Cuando se hace la selección de los inmigrantes en
sus países de origen, hay que poseer estudios terciarios, expe-
riencia... Una vez que se llega aquí, uno se pregunta para qué
tienen todos esos requisitos si ni siquiera los toman en cuenta »,
se queja un hombre de origen rumano que no logra revalidar
sus credenciales profesionales ante la Orden de Ingenieros de
Quebec30. Como lo afirma Josée Boileau en el cotidiano Le
Devoir31 : « No es que Quebec no reciba inmigrantes : Montreal
sigue siendo una importante puerta de entrada al país, después
de Toronto y Vancouver. Sólo que los inmigrantes no se
quedan : se van a otro lado, a Estados Unidos o a otras pro-
vincias ». Las razones más visibles de dicho éxodo son las que
acabo de describir. Pero también existe un problema del cual
los quebequenses mismos son menos conscientes y que cons-
tituye, no obstante, un factor determinante en la percepción
negativa de Quebec por parte de numerosos inmigrantes : el
déficit de « norteamericanidad », particularmente cuando se
habla de productividad y de business. He aquí un breve diálogo
extraído de un foro internet sobre el tema « ¿ Montreal o
Toronto para alguien que le gustan los negocios ? », entre un
francés que reside en Montreal y un iraní radicado en Toronto,
una ciudad decididamente más « norteamericana » a los ojos
de muchos extranjeros :
— Para alguien pragmático, la elección de Toronto se
impone [...] Pero no hay solamente eso en la vida... Montreal,
aunque sea « segunda », es una ciudad con muchas otras cuali-
dades : la ciudad de los festivales, una ciudad que ha sabido
conservar algunos acentos « latinos » y « europeos », una ciudad
que tiene vida después del trabajo.

La elección de Quebec   •  35
— ¡ Y es tal vez por eso mismo que es « segunda » !32
En lo que los medios dieron en llamar el « Manifiesto de los
Lúcidos » – un documento firmado por Lucien Bouchard,
ex-Primer Ministro de Quebec, y otras figuras públicas en 2005
– los autores pintan el retrato de una sociedad que debe
« achicar su retraso económico con respecto al resto del conti-
nente », que debe reconocer su « relativa debilidad económica
en América del Norte » y que parece « un pesado albatros que
no alcanza a tomar vuelo ». Obviamente, este manifiesto con
tendencia liberal suscitó vivas reacciones por parte de los sec-
tores progresistas de Quebec (un grupo, entre otros, se apuró
a publicar un contra-manifiesto, el de los « Solidarios »). El
debate que siguió fue muy revelador. Los adalides de la com-
petitividad sacaron a relucir toda suerte de cifras para demostrar
que, por ejemplo, los quebequenses trabajan anualmente
menos horas que los canadienses de Ontario y que los estadou-
nidenses, o que se jubilan más temprano que los otros. La
legendaria « joie de vivre » francesa fue denostada, así como el
« sindicalismo como religión estatal » y el « clima de negocios
disfuncional, abiertamente hostil a la competencia y al empre-
sariado »33. Varias publicaciones de idioma inglés se sumaron
a la controversia, refiriendo a una provincia « subsidiada », una
« sociedad deadbeat » (expresión que remite a quien evita pagar
sus deudas), una « nación slacker » (perezosa, dependiente34).
Esas declaraciones singularmente simplistas – y, digámoslo,
insultantes hacia los trabajadores y contribuyentes quebe-
quenses – no merecen respuesta. Por el contrario, el problema
del endeudamiento excesivo es real, así como un conjunto de
factores políticos e institucionales que hacen de Quebec una
sociedad más solidaria en lo social pero con menor performance
económica al compararla con las otras provincias de Canadá.
Según una editorialista del Globe and Mail, el principal diario
del país, los otros canadienses se preguntan « ¿ por qué recibe
miles de millones de dólares en transferencias federales [con
fondos que las provincias « ricas » envían a las provincias

36  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


« pobres »] lo cual le permite ofrecer jardines de infantes por 7
dólares por día [un programa del cual el resto del país no bene-
ficia] ? » Esta periodista, una de las más conocidas en el Canadá
inglés, estima que los quebequenses están « resbalando hacia el
fondo en términos de ingreso y de nivel de vida » y que, a pesar
de eso, « no quieren explotar sus recursos naturales » por razones
ecológicas35. Es pertinente aquí recordar el inmenso escándalo
de la corrupción en la industria de la construcción que estalló
en 2009 y se prosigue todavía en 2013, que reveló prácticas
generalizadas de connivencia entre funcionarios gubernamen-
tales, empresarios, sindicatos y el crimen organizado. Ante tal
situación, la popular revista Maclean’s publicó en nota de tapa :
« Quebec es la provincia más corrupta de Canadá ». Más allá
del sensacionalismo y de las reacciones exageradas de muchos
quebequenses que se sintieron ofendidos, es innegable que la
reputación de Quebec como lugar de negocios no es, por el
momento, demasiado radiante.
Como ya lo mencioné, el inmigrante busca, lógicamente,
maximizar el trade-off entre la sociedad de adopción y la
sociedad de origen. ¿ Por qué contentarse del vaso a medio
llenar ? En tal sentido, el caso de los inmigrantes llegados de
Francia es interesante, pues el problema de la adaptabilidad al
idioma y a la cultura no debería ser relevante. Una investigación
de la revista Time apuntó al fenómeno del « éxodo francés » :
miles de jóvenes se van de su país y se dirigen a América en
busca de mejores posibilidades de carrera36. Algunos de ellos
elijen Quebec por obvias razones, en vez de ir a Estados
Unidos. Sin embargo, una gran proporción de los que se
radican en la provincia francófona se van poco después a
Ontario o a Columbia Británica. El programa Enjeux de Radio
Canada dedicó una emisión al « desencanto de los inmigrantes
franceses ». Marc Termotte, un demógrafo del Instituto
Nacional de la Investigación Científica (INRS), afirmaba en
ese contexto que « dos años y medio luego de su arribo a
Quebec, 20 % [de los inmigrantes de origen francés] no están

La elección de Quebec   •  37
más y luego de ocho años, 50 % de ellos [se fueron de la pro-
vincia] ». ¿ Cuál es la razón de ese desencanto que los lleva a
abandonar Quebec ? Quizás se trate de la desilusión frente a
una sociedad que resulta menos « avanzada » de lo que se
supone en América del Norte. El inglés, aunque no nos guste,
forma parte de esa imagen y las leyes idiomáticas que protegen
al francés constituyen, irónicamente, una de las limitaciones
que muchos franceses deploran. Pero no es eso solamente.
Muchos inmigrantes consideran que Quebec es una sociedad
más cerrada, menos ágil y menos transparente que lo que
esperaban. Es como si Quebec, geográficamente al Norte, se
situara culturalmente al Sur de Estados Unidos...

La cepa canadiense francesa


La onomástica es la ciencia etimológica de los apellidos. Se
halla directamente vinculada a la genealogía, el estudio de la
filiación de las personas, pues los patronímicos sirven para
conocer los orígenes geográficos de una comunidad y para
obtener informaciones sobre el universo cultural del cual pro-
vienen. Quebec es un paraíso para los genealogistas. Por un
lado, los registros de nacimiento, de matrimonio y de deceso
han sido preciosamente conservados en las parroquias locales.
Esos archivos permiten a muchos quebequenses remontar
fácilmente a tres o cuatro siglos atrás en su historia familiar.
Por otro lado, la mayoría de quebequenses francófonos con-
temporáneos descienden de un núcleo relativamente pequeño
de colonos franceses llegados a América en el siglo XVII. La
concentración de apellidos en Quebec es notoria y constituye
una verdadera curiosidad para los inmigrantes. Dicha concen-
tración es aún más grande que en otros países – si se compara,
por ejemplo, con Francia o Italia – y deriva de una larga prác-
tica de la endogamia (cuando un grupo humano se reproduce
con poco contacto con el exterior). Marc Tremblay, investi-
gador de la Universidad de Quebec en Chicoutimi, realizó un
análisis genético de una muestra de 155.363 quebequenses

38  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


actuales que descienden de « 6.800 antepasados fundadores »
del pueblo canadiense francés y ha observado que « alrededor
de la novena o décima generación, 98 % de las personas estu-
diadas están emparentadas »37. Una investigación efectuada por
demógrafos de la Universidad de Montreal muestra que « la
gran mayoría de los canadienses de cepa francesa descienden
de 1.955 colonos y de 1.425 mujeres llegadas de Francia »38.
Las expresiones « quebequense de cepa » y « quebequense de
lana pura » refieren a esta « gran familia » que incluye hoy a
alrededor de ocho de cada diez individuos que viven en la
provincia. Los 20 % restantes engloban a los pueblos indígenas,
a la comunidad de origen británico e irlandés, a las minorías
« históricas » (afrodescendiente, judía, italiana, griega y portu-
guesa) y a los inmigrantes de primera o segunda generación
(arribados o nacidos después de 1970). A esta categorización
« étnica » de los grupos, considerada poco precisa y demasiado
controvertida, se le substituye a veces un criterio basado en el
idioma materno (volveré a abordar el tema del mapa étnico y
lingüístico de Quebec en el cuarto capítulo). Se hará así refe-
rencia a tres poblaciones : los francófonos (5,8 millones o
81,4 % del total), los anglófonos (590.000 o 8,3 %) y los aló-
fonos (732.000 o 10,3 %)39.
Un estudio que el Instituto de Estadística de Quebec realizó
sobre los apellidos en la provincia señala que, si bien en Estados
Unidos se constata una concentración similar a la de Quebec,
es necesario considerar que « todos los Tremblay de aquí tienen
al mismo antepasado, lo cual no es así con los Smith estadou-
nidenses o británicos ». Es usual encontrar individuos, vincu-
lados o no por lazos de parentesco, que comparten el mismo
patronímico. En tal sentido, hay que decir que Quebec pre-
senta una cara de insólita homogeneidad. Alguien llegado en
los últimos años se enteraba de que el alcalde de la principal
ciudad de la provincia era un Tremblay y que el escritor más
famoso de Quebec se llamaba también Tremblay. ¿ Una coin-
cidencia ? El fenómeno es sin embargo recurrente. En política,

La elección de Quebec   •  39
un inmigrante veía que en la Asamblea Nacional figuraban
como diputados tres Charest, dos Bouchard, dos Legault, dos
Morin y dos Thériault. En las elecciones federales de 2004, se
podía observar en las listas siete candidatos llamados Côté, seis
candidatos llamados Tremblay, cinco candidatos llamados
Gagnon y otros cinco llamados Gauthier. En una de las uni-
versidades quebequenses, se cuentan cinco empleados llamados
Claude Tremblay, cuatro Pierre Gagnon y tres Denis Côté. En
la radio, se descubre que una columna titulada « El dos por
uno » presentaba, cada semana, dos personalidades públicas de
Quebec que poseen exactamente el mismo nombre y apellido.
Así, fueron invitados, entre otros, Andrée Boucher, alcaldesa
de la ciudad de Quebec, y Andrée Boucher, actriz y animadora
de televisión ; Guy Bertrand, un célebre jurista, y Guy Ber-
trand, asesor idiomático de Radio Canada ; Michel Audet,
ministro de finanzas de Quebec, y Michel Audet, delegado de
Quebec en la UNIESCO ; Andrée Ducharme, uno de los
humoristas más conocidos de la provincia, y André Ducharme,
autor y periodista.
Ante esta realidad, inventé un test que brinda un indicador
cuantitativo del grado de uniformidad que esta sociedad parece
mantener : tomo la lista de los cien apellidos más corrientes y
verifico cuántas personas, en un contexto determinado, los
llevan. Eso arroja, en porcentaje, un « coeficiente de cepa patro-
nímica ». Para este experimento, recopilé, para el período 2006-
2007, los nombres de quienes integraban los gabinetes o con-
sejos de ministros en Quebec, Estados Unidos y Francia40. En
este último país, solamente dos ministros sobre treinta llevan
un apellido de la lista de los cien más frecuentes en Francia
(Clément y Bertrand). En los Estados Unidos, tres personas
sobre veinte tienen patronímicos que se hallan entre los cien
más corrientes en el país (Gonzales, Jackson y Johnson ; puesto
que Gonzales es de origen hispánico y Jackson es un nombre
típico de afro-americanos, ellos dos no forman parte de la cepa
anglosajona). En Quebec, hay ocho sobre veinticinco : Audet,

40  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Dupuis, Fournier, Gagnon-Tremblay (lo cuento una sola vez),
Pelletier, Gauthier, Lessard y Thériault. Entonces, el « coeficiente
de cepa patronímica », en lo que hace a los poderes ejecutivos
de estas tres sociedad, era de 6 %, 14 % (o 5 %, si excluimos a
los dos miembros « étnicos ») y 32 % respectivamente para
Francia, Estados Unidos y Quebec. Un test más sofisticado
indicaría un contraste aun mayor, pues muchos otros apellidos
de ministros quebequenses se encuentran en la lista de los 500
más frecuentes (Beauchamp, Boulet, Corbeil, Courchesne,
Forget, Delisle, Vallières), pero no ocurre lo mismo con la
mayoría de los ministros franceses y estadounidenses. Sólo dos
nombres del gabinete quebequense (Bergman y Kelly) no eran
de origen francés... ¡ y se trataba de un gobierno federalista ! En
2012, un momento en el que tanto en Estados Unidos como
en Francia eran presidentes dos hijos de extranjeros, la tasa
quebequense descendió apenas de un punto de porcentaje y el
único apellido que no era de consonancia francesa o inglesa era
el de Sam Hamad, de ascendencia siria. El coeficiente resulta
todavía más elevado cuando se observan otros organismos
públicos, como las centrales sindicales. Si tomábamos los tres
principales comités de la CSN (Confederación de Sindicatos
Nacionales), es decir los comités de orientación, de seguimiento
y de jurisdicciones, obtenemos una tasa de 42 % (10 apellidos
sobre 24). Mi objetivo no es de confirmar el supuesto tribalismo
inscripto en el comportamiento y en las instituciones provin-
ciales, sino de ilustrar a qué punto el Quebec francófono se
presenta a los extranjeros y a los que no son de habla francesa
como una sociedad monolítica en lo identitario. Esto en una
sociedad que, a diferencia de otras poblaciones de cepa concen-
trada como Corea o Islandia, recibió contingentes importantes
de inmigrantes durante décadas y contiene en su propio seno
minorías cuantitativamente considerables.
No es entonces sorprendente que el hecho de decir « noso-
tros » en política quebequense pueda ser un deporte extremo,
pues siempre está el riesgo de insultar o de olvidar a alguien.

La elección de Quebec   •  41
¿ Quién está incluido y quién está excluido de la definición
implícita de « quebequense » ? El sentido de la frase « nosotros,
los quebequenses » (o « ustedes, los quebequenses ») varía enor-
memente en función de la identidad de quien la enuncia, el
contexto y el destinatario. La aceptación más inclusiva – que
se denomina habitualmente « cívica » – propone que toda per-
sona que resida en el territorio de Quebec es quebequense. Una
circular de 1995 de la división quebequense del Consejo
Canadiense de Normas de la Radiotelevisión indicaba que « la
utilización de la expresión “quebequense de lana pura” y otros
giros análogos para acarrear la misma idea, por ejemplo, “que-
bequense de verdadera cepa” puede, en una sociedad pluralista
como Quebec, crear la impresión objetable o negativa, hasta
discriminatoria, entre aquellos que no entran en el significado
de la expresión »41. La idea detrás de esta decisión, que algunos
encontrarán demasiado « políticamente correcta », es que no
existe absolutamente ninguna diferencia entre los que des-
cienden de los « antepasados fundadores » y quienes arribaron
recientemente a la provincia. Más allá del gesto indudable-
mente bienintencionado, no se puede negar que esto genera
ciertos inconvenientes. Por un lado, sería ingenuo suponer que
todos los residentes de Quebec se identifican como « quebe-
quenses ». De hecho, muchos indígenas, anglófonos e inmi-
grantes no están dispuestos a adoptar esa denominación. Por
otro lado, si la identidad quebequense se limita al hecho físico
de habitar en un territorio dado, toda pretensión relativa al
carácter distintivo de Quebec, como nación dentro de Canadá
– que hasta numerosos federalistas reconocen – se torna ino-
perante. Si el « pueblo » quebequense equivale a la « población »
de la provincia, el mismo principio se aplica a todos los otros
componentes del país. Como ya dije, abordaré la espinosa
« cuestión nacional » en el tercer capítulo. Guardemos en
mente, por ahora, la idea de que la manera de designar a la
comunidad mayoritaria se revela invariablemente problemática.
Jacques Parizeau, el ex-primer ministro que hizo la famosa

42  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


declaración sobre « el dinero y los votos étnicos » como causa
de la derrota del « sí » en el referéndum de 1995 sobre la inde-
pendencia de Quebec, podría decir mucho al respecto. Aunque
lo que más captó la atención fue que acusó a los ricos y a los
inmigrantes de impedir la victoria de los « soberanistas » (par-
tidarios de la soberanía nacional de Quebec), otro elemento de
su discurso era tal vez más alarmante : « Si quieren, vamos a
dejar de hablar de los francófonos de Quebec, ¿ les parece ?
Vamos a hablar de nosotros ». ¿ Cómo no interpretar dicho
comentario como la confesión de una realidad en la cual la
expresión « los francófonos de Quebec » – que pone el acento
en la identidad idiomática más que en la identidad étnica – no
corresponde verdaderamente al « nosotros » quebequense ?
Muchos inmigrantes y miembros de minorías, incluyendo a
quienes votaron por el « sí » en el referéndum, se sintieron
heridos por las palabras de líder independentista. Éste acababa
de decirles que no es la lengua francés o la adhesión al proyecto
político lo que define la « quebecidad », sino el hecho de per-
tenecer a la « cepa ».
Por supuesto, la identidad quebequense – hasta bajo la
definición restringida de Parizeau – no se deja captar fácilmente
en cuanto a su contenido. Toda identidad colectiva es fluida y
contradictoria, y por ello imposible de describir de manera
completa o definitiva. Pero el análisis de la identidad quebe-
quense contemporánea presenta dificultades aún mayores que
en otros casos, pues se encuentra en la confluencia de dos
tensiones extraordinariamente significativas. Por un lado, la
identidad quebequense se inscribe en una relación conflictiva
de mayoría/minoría : es mayoritaria – o, en otros términos,
dominante – dentro del espacio sociopolítico provincial, sin
ser por ello exclusiva, mientras que se vive como minoritaria
dentro del espacio canadiense y, de manera más amplia, en el
continente norteamericano. Por otro lado, la identidad quebe-
quense moderna se construye a través de una ruptura, casi de
una negación, con respecto a su antecedente : la identidad

La elección de Quebec   •  43
canadiense francesa, aquella del pasado rural, religioso, con-
servador y sometido. La existencia de la comunidad se des-
prende del reconocimiento de su continuidad histórica (expre-
sada en el lema « Me acuerdo » en las placas de los automóviles),
pero la transformación – y sobre todo la politización – de su
identidad corresponde a un cuestionamiento de los valores, de
los comportamientos y de las instituciones tradicionales. No
hay más que leer a ciertos clásicos, como las Directivas (1937)
del clérigo Lionel Groulx, las « Tres dominantes del pensa-
miento canadiense francés » (1958) del historiador Michel
Brunet y la obra Quebec en mutación (1973) del sociólogo Guy
Rocher, para observar esa voluntad de romper « consigo
mismo » :
Esos niños que están delante de ustedes, demasiado frecuentemente
hijos de proletarios, se creen predestinados a la esclavitud perpetua.
Al vivir indefinidamente de las dádivas que les arroja el amo o el
patrón de enfrente, un número demasiado grande termina por
resignarse a esta existencia como su condición normal.42
Vencidos y conquistados, separados de su metrópolis, privados
de una clase de empresarios, pobres y aislados, ignorantes, reducidos
a una minoría en el país que sus antepasados habían fundado,
colonizados por una capitalismo alejado, los canadienses franceses
tenían absoluta necesidad de una intervención vigilante de su
Estado provincial.43
Un estado de dependencia tan completo de parte de una comu-
nidad étnica entera no es un clima favorable al espíritu de innova-
ción y de empresa. Contribuye más bien a crear y mantener una
inseguridad crónica. [...] El canadiense francés ha conocido y
conoce todavía una profunda inseguridad.44
El discurso soberanista quebequense que se afirma a partir
de las décadas del sesenta y setenta se plantea precisamente en
oposición a esa imagen de docilidad y de impotencia, contra
esa disposición conservadora y particularista del Canadá francés
que, en las palabras de Rocher, « le impidió desarrollarse según
sus intereses y según sus dimensiones normales ». La ruptura

44  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


se sustentó en un distanciamiento de la población con respecto
a la visión clerical y la representación de la « raza canadiense
francesa y católica ». Ello dio lugar a un doble mecanismo : une
suerte de « odio de sí mismo » (el rechazo de la identificación
con el canadiense francés conquistado, pobre, dependiente e
ignorante) sumado a una sobreestimación de la diferencia
quebequense en relación al anglosajón, como si se dijera : no
sólo no somos (o no somos más) inferiores, sino que somos
superiores (a nivel espiritual). La Iglesia había contribuido
activamente a hacer del aislamiento y del repliegue cultural una
virtud, una forma de resistencia frente a los efectos corrosivos
de la modernidad norteamericana. Durante su visita a Quebec,
el célebre viajero Alexis de Tocqueville había constatado la
oposición entre dos personalidades colectivas al comparar a los
« canadienses » (franceses) y los « americanos » (de Estados
Unidos) : « Uno no siente aquí de ninguna manera ese espíritu
mercantil que aparece en todas las acciones y en todos los
discursos del americano. La razón de los canadienses es poco
cultivada, pero es simple y recta, ellos tienen indudablemente
menos ideas que sus vecinos, pero su sensibilidad parece más
desarrollada. Ellos poseen una vida del corazón, los otros, de
la mente »45. Estas reflexiones de Tocqueville reflejan una incli-
nación antropológica que aún hoy es revindicada en Latinoa-
mérica y que los quebequenses suelen recalcar, aunque sea
implícitamente, ante el consumismo y la globalización : obvia-
mente, no se jactan de tener una mente « poco cultivada » y
« con menos ideas », sino de ser sensibles, afectivos, menos
impulsados a conquistar y controlar al mundo material, más
preocupados por el prójimo. Cuando se comparan los « valores
quebequenses » a los « valores canadienses », como lo ha hecho
el politólogo Alain Noël, ¿ no se evoca en cierto modo esa
actitud menos materialista, menos individualista, menos
rígida ? Los quebequenses son menos severos en la represión de
la criminalidad (especialmente en lo relativo a la delincuencia
juvenil), más ecuánimes en materia impositiva y más generosos

La elección de Quebec   •  45
a nivel de la ayuda al desarrollo46. Aunque son refractarios a la
religión organizada, los quebequenses sienten mayor atracción
por la vida contemplativa que los otros canadienses : 43 % de
ellos « rezan o meditan una vez por semana »47. Encuesta tras
encuesta demuestra que, entre los canadienses, los de Quebec
se distinguen por su pacifismo, sus inquietudes ambientales y
su aceptación de los estilos de vida alternativos. Por ejemplo,
en 2003, 61 % de los quebequenses se oponían a la invasión
de Irak, mientras que 63 % de los canadienses ingleses la apo-
yaban (con la condición de que fuera efectuada bajo mandato
de las Naciones Unidas48). Los sondeos de opinión sobre el
Tratado de Kyoto (relativo a la lucha contra el recalentamiento
planetario), sobre el matrimonio igualitario y sobre el derecho
al aborto, entre otros temas, indican que los quebequenses se
ubican habitualmente a algunos puntos de porcentaje por
delante de sus compatriotas de habla inglesa (si bien hay que
señalar que todos los canadienses son, en general, progresistas
en esas cuestiones, sobre todo al compararse con los
estadounidenses).
Los quebequenses están orgullosos, con razón, de sus nume-
rosos y notables logros. Si se tiene en cuenta el tamaño de la
población de Quebec, la proyección de sus artistas en la cultura
popular mundial es, sin duda, impresionante. Ya es un cliché
mencionar el prodigioso éxito de las películas de Denys Arcand
(« La Decadencia del Impero Americano », « Las Invasiones
Bárbaras »), del Cirque du Soleil o de Céline Dion. Pero
Quebec es también reconocido internacionalmente por su
importancia en sectores industriales y tecnológicos de van-
guardia, como el aeronáutico, el farmacéutico y el biomédico.
Montreal es un líder mundial en digitalización de imágenes y
sonidos, telecomunicaciones y diseño web. Los quebequenses
han asimismo contribuido significativamente al universo de
las ideas y acciones solidarias, desde el cooperativismo agrícola
hasta las iniciativas de resistencia a la globalización neoliberal.
La sociedad civil es activa y el debate público es intenso. De

46  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


hecho, cada tanto, los quebequenses – sobre todo los intelec-
tuales – se permiten expresar cierta condescendencia. Así, se
burlarán del canadiense inglés – a quien encuentran demasiado
aburrido y sin personalidad –, despreciarán al ciudadano pro-
medio de los Estados Unidos – visto como reaccionario, igno-
rante, belicoso – y se exasperarán con la arrogancia fútil del de
Francia. En tal sentido, podrán compartir el antiamericanismo
característico de sus primos europeos, para luego criticar, como
lo hacen los demás norteamericanos, la rigidez de las estruc-
turas sociales y las mentalidades del Viejo Continente. Los
quebequenses se arrimarán a Europa, sin embargo, cuando
quieran subrayar su humanismo y su desdén por el capitalismo
y el individualismo excesivos. Pero, al hablar de desarrollo
económico, intentarán refutar el estereotipo de un Quebec
atrasado y se describirán como norteamericanos.
Esa plasticidad cultural – que es favorecida por la ambi-
güedad y la duda sobre sí mismo que subyace a la identidad
quebequense – incide seguramente en el charme que tiene
Quebec entre quienes no aprecian las certidumbres ideológicas.
Pero detrás de ese orgullo de los quebequenses cunde una
buena dosis de resentimiento, que puede explotar ante la más
mínima crítica que se haga de su sociedad... especialmente si
es formulada por un turista o un inmigrante de Francia. La
actitud de superioridad moral que los franco-quebequenses a
veces proyectan esconde la figura de la víctima eterna, cuya
memoria remonta a la conquista de Nueva Francia por los
británicos en 1760. Como lo escribe una mujer francesa que
vive en Quebec : « Una pequeña frase es suficiente para herirlos
[a los quebequenses] a muerte y para siempre »49. Es fácil
encontrar evidencias de esa susceptibilidad desconcertante en
los foros de discusión en donde los inmigrantes comparten sus
experiencias. He aquí el testimonio de otra francesa : « “Bueno,
si no estás contenta, ¡ vuélvete a tu país !” Es una de las frases
con que machacan... Mismo después de diez años en Canadá,
me la decían seguido [...] Hay que recordar todo el tiempo que

La elección de Quebec   •  47
tu pagas por un odio colectivo y que tu eres una suerte de
pararrayos »50.
Ian, un inmigrante francés en Quebec y autor del blog
mauditfrançais.com (o sea « maldito francés »), constata que
varios de sus compatriotas « se regresan a su país completa-
mente descorazonados »51. Sus experiencias de fracaso en el
Nuevo Mundo los lleva a veces a reanimar la « tesis de la infe-
rioridad americana », siempre latente en el imaginario europeo
desde el siglo XVI52. Para ser ecuánime, destaco que muchos
franceses (y belgas y suizos) expresan un gran afecto por sus
« primos » quebequenses. Algunos dirán que « Quebec es Amé-
rica en francés ». Un empresario belga discierne una mezcla
lograda entre « el gusto norteamericano por la planificación »
y la « apertura a la cultura europea » de la que carecen los otros
norteamericanos53. Volveré al caso particular de los francófonos
europeos – sobre todo en relación al idioma – en el próximo
capítulo. Por el momento, los menciono para subrayar el
carácter potencialmente conflictivo del vínculo entre los que-
bequenses y los inmigrantes, en razón del foso que puede existir
entre la idealización de la norteamericanidad y la realidad que
los extranjeros encuentran en Quebec. Esta desilusión no
ocurre solamente aquí : los que llegan a Toronto o a Nueva York
pueden también toparse con que el sueño americano no se
materializa para todos. Pero en Quebec las cosas son aún más
enredadas. Su fluidez identitaria puede ser percibida como una
fuerza (una riqueza cultural, una « hibridez » tonificante) o
como una debilidad (una falta de carácter, una incapacidad de
romper con los lazos coloniales). La « vida del corazón » puede
ser admirada como una cualidad por aquellos que aprecian un
ritmo de vida menos frenético y una disposición más festiva,
pero puede ser también vista como el diletantismo de una
sociedad que no se modernizó completamente. La inseguridad
profunda del « quebequense de cepa » frente a la matriz anglo-
sajona predominante y el repudio casi obsesivo de su propio
pasado rural – y así de su propia historia como pueblo – se

48  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


traduce en una actitud defensiva que el inmigrante tiende a
interpretar como un rechazo hacia los demás, lo que algunos
describen como un gesto xenofóbico. Sin embargo, no creo ser
el único que afirma que la gran mayoría de los quebequenses
de ascendencia canadiense francesa son generalmente abiertos
y tolerantes, solidarios y progresistas, y que Quebec, lejos de
ser perfecto, se compara bastante favorablemente con otros
lugares del mundo. De hecho, la vasta mayoría (78 %) de
miembros de las minorías etnoculturales de Quebec estiman
que « los quebequenses son acogedores hacia los
inmigrantes »54.
En suma, los quebequenses se inscriben en un juego de
identificación y de diferenciación identitaria sumamente com-
plejo. Quebec se distinguiría del Canadá inglés por su « euro-
peanidad » (que lo acerca a Francia), de Europa por su « ame-
ricanidad » (que lo acerca a los Estados Unidos) y de los Estados
Unidos por su « nordicidad » (que lo acerca al Canadá inglés y,
de algún modo, a los países escandinavos). Se superpone a esto,
por supuesto, la ambivalencia hacia la « canadianidad » misma,
pues el quebequense, como lo observó el antropólogo Sélim
Abou, « no puede negar su pertenencia canadiense en tanto
que identidad cultural : tres siglos de coexistencia en el mismo
espacio geopolítico desarrollaron en los dos grupos concer-
nidos, sin que lo quisieran, una cantidad considerable de rasgos
culturales comunes »55. Al mismo tiempo, la identidad quebe-
quense se afirmó, en forma reactiva, a través de la « invención
del Canadá inglés como entidad monolítica con rasgos fijos »56.
Tal tipo de dinámica de identificación y de diferenciación no
es, en sí, inhabitual. De hecho, todas (o casi todas) las socie-
dades definen su identidad en una tensión de atracción y de
repulsión hacia los polos identitarios que les son significativos
(la Madre Patria, las antiguas metrópolis coloniales, sus países
vecinos – particularmente los más poderosos o amenazantes
– sus aliados y rivales históricos, etc.). Lo que es tal vez único
en el caso de Quebec es que esta dinámica ejerce una presión

La elección de Quebec   •  49
constante sobre el imaginario colectivo57. Si bien el peso rela-
tivo de las distintas referencias identitarias puede variar, nin-
guna de ellas es desdeñable. Según una encuesta, 68 % de los
quebequenses se definen principalmente como norteameri-
canos, mientras que un 48 % de ellos se siente más cercano a
los canadienses de las otras provincias que a los estadounidenses
y un 38 % considera que su sociedad tiene mayores afinidades
con Europa que con el resto de Norteamérica58.
Y así y todo, los quebequenses son distintos de los cana-
dienses ingleses, de los estadounidenses y de los franceses. Eso
es absolutamente claro para quien llega a conocerlos bien.
« Habitantes, la mayor parte del tiempo, de una extrema gen-
tileza y que a ustedes les van a gustar inmediatamente ». « Aper-
tura, simplicidad, humor y hospitalidad cálida, esto es, sin
duda, un resumen de lo mejor de la mentalidad de Quebec ».
Estas frases, que se encuentran en la famosa guía turística Guide
du Routard, describen una sociedad que me resulta muy fami-
liar : ¿ no son las características típicas que se le atribuyen a la
personalidad « latina » ? Lo que me lleva a preguntarme si
Quebec no será más latina que norteamericana cuando se lo
compara con el mundo anglosajón.

Los « Latinos del Norte »


La cuestión de la « latinidad » de los quebequenses me empuja,
naturalmente, a interrogarme sobre la manera en que los inmi-
grantes de origen latinoamericano perciben a Quebec, cuando
los mismos quebequenses contemporáneos parecen oscilar
entre el tibio reconocimiento de su proximidad cultural con
América Latina y la voluntad de definirse como una sociedad
netamente integrada al universo del Norte. Es fácil encontrar
en el discurso político frecuentes referencias a la sensación de
parentesco – aunque difuso – entre Quebec y Latinoamérica :
« Nosotros [los quebequenses] somos Latinos del Norte »,
declaraba Bernard Landry, entonces Primer Ministro de la
provincia, en el marco de la Cumbre de los Pueblos de las

50  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Américas en 200159. Jean-Pierre Charbonneau, ex-presidente
de la Asamblea Nacional de Quebec, coincidía con esa visión
al negociar los acuerdos comerciales y alentaba las inversiones
a escala continental : « Nosotros los quebequenses] podemos
además ofrecer nuestra condición de Latinos del Norte. Para
los latinoamericanos, es sin duda interesante venir a dialogar
en Quebec, en donde reina un ambiente más latino que en
otras partes de Norteamérica »60. Según Joseph Facal, ex-mi-
nistro de Inmigración, esta afinidad se traduciría incluso en el
comportamiento político : « Los inmigrantes que previenen de
países de cultura latina son gente que se integra más fácilmente
al Quebec francófono. En ellos se desarrolla, bastante rápida-
mente, una suerte de simpatía hacia la afirmación de Quebec »61.
Los quebequenses llenan las playas de Cuba, de México y
de la República Dominicana (estos tres países atraen, juntos,
el doble de turistas quebequenses que Francia), seducidos
obviamente por el sol y los precios relativamente abordables.
Pero deben encontrar otras cosas también : sino, ¿ cómo explicar
el asombroso despliegue de la « escena salsa » o la cantidad de
clubes de tango en Montreal ? ¿ O el inmenso entusiasmo por
la lengua española ? Los resultados del Censo de 2006 muestran
que aproximadamente 200.000 personas en Montreal hablan
español, pero que solamente la mitad provienen de un ámbito
familiar hispanófono, lo cual implica que la otra mitad está
formada por quebequenses que lo han aprendido como segundo
idioma. Finalmente, hay que notar el número impresionante
de jóvenes quebequenses que se orientan hacia Latinoamérica
a través de los diversos canales de la cooperación internacional
y la ayuda humanitaria (muchas veces con apoyo financiero de
la Oficina Quebec-Américas para la Juventud, un organismo
gubernamental creado con ese fin en 2000).
La condición de « latino » parece así remitir a una « manera
de ver », a una « simpatía », a un « ambiente », es decir, a una
especie de trasfondo sociológico. Claro que la idea de que los
quebequenses son « Latinos del Norte » es probablemente

La elección de Quebec   •  51
empleada por los políticos de modo puramente oportunista.
Sin embargo, dicha idea encuentra ecos significativos en cír-
culos culturales : por ejemplo, en la Feria del Libro de Guada-
lajara en 2003, una antología de poesía quebequense traducida
al español fue presentada con el título Latinos del Norte62. Pero
las diferencias entre la sociedad quebequense y las sociedades
latinoamericanas son, a pesar de todo, importantes : dos ele-
mentos centrales de la identidad nacional en América Latina
– la ruptura revolucionaria con la Madre Patria y el imaginario
del mestizaje y de lo criollo – están ausentes en el caso de
Quebec. Si éste es algo « latino », es por la matriz francesa
pre-revolucionaria que la define en sus orígenes y que, en parte,
perduró en el viejo ruralismo. Entre 1920 y 1950, el interés
por Latinoamérica se reflejaba en una abundante literatura que
celebraba « las afinidades de raza, de religión y de cultura » entre
los herederos de la tradición espiritual latina en América,
impregnada en el catolicismo apostólico romano63. En los años
sesenta y setenta, es un discurso de izquierda y nacionalista que
proclamaba la fraternidad de los quebequenses con los latinoa-
mericanos en su lucha contra la opresión de los pueblos por el
imperialismo de Estados Unidos. La convergencia cultural se
reforzaba por la condición común de sentirse « pueblos colo-
nizados ». En 1964, podía leerse en Le Devoir que « En este
Canadá a mitad desarrollado, Quebec es, desde ciertos puntos
de vista, una zona de subdesarrollo más pronunciado, y la
economía del grupo canadiense francés está sometida a una
dominación extranjera que debemos corregir »64. Pero, después
de las profundas transformaciones sociales, políticas y econó-
micas de las cinco décadas pasadas, ¿ queda algún sustrato
« latino » en la identidad de los quebequenses ? A las guías
turísticas les encanta descubrir las usanzas que parecen indicar
una inclinación más permisiva, temeraria y desenfadada en
Quebec, especialmente al contrastarlas con las del resto de
Norteamérica. Se revelan, por ejemplo, actitudes más laxistas
ante el riesgo, los apetitos, las sensaciones y las conductas :

52  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


– los gastos per cápita mayores que el promedio canadiense en
juegos de azar65 ;
– la proporción de fumadores (y de decesos por cáncer de pulmón)
más alta de Canadá, y la mayor frecuencia de lesiones hepáticas
en francófonos debido al consumo de alcohol66 ;
– la cantidad más elevada de accidentes de peatones (según una
comparación entre las grandes ciudades canadienses)67 ;
– las cinco compañías de distribución de films pornográficos más
importantes de Canadá68.
Pero más allá de esos rasgos, ¿ se puede detectar el carácter
« latino » de los quebequenses en sus valores colectivos, en la
concepción de la nacionalidad y del papel del Estado en la
sociedad, o incluso en la manera de plantear la distinción entre
lo público y lo privado ? Algunos, como el filósofo Charles
Taylor, han señalado la existencia de una oposición conceptual
entre quebequenses y canadienses ingleses en el modo de definir
la identidad colectiva69. Sociólogos como Gilles Bourque y Jules
Duchastel han encontrado divergencias en lo que hace a ideas
tan fundamentales como « comunidad » o « nación » en el dis-
curso político de unos y otros70. El politólogo Christian Dufour
atribuye la « diferencia colectiva quebequense » para con el resto
de Norteamérica a los « valores de tipo francés » que le sub-
yacen : « la civilización de lengua francesa constituye un arte
de vivir de calidad – armonía, equilibrio, elegancia, belleza –
accesible a los ciudadanos y a los pueblos que no forman parte
de los poderosos »71.
En un estudio estadístico que realicé a propósito de los
valores cívicos en América, pude observar que Quebec se loca-
liza, de modo general, en el espacio norteamericano72. Sin
embargo, también verifiqué que los quebequenses se distinguen
de los estadounidenses y, en menor medida, de los canadienses
ingleses por una actitud más abierta al cambio social, a la dife-
rencia y a la subjetividad. Aunque esas tendencias sitúen a
Quebec en el universo de las sociedades « posmodernas » y
« posmaterialistas », creo que se puede percibir igualmente una

La elección de Quebec   •  53
latinidad más desenvuelta, es decir, más cercana a sus ideales
primigenios : una latinidad menos contenida por sus proclivi-
dades autoritarias (que surgen lamentablemente con frecuencia
en Latinoamérica, en donde las estructuras de desigualdad
política y económica impiden a muchos individuos escapar de
las determinaciones sociales). ¿ Podemos imaginar que el espí-
ritu latino, más holista en su concepción de los vínculos
sociales, más sensible a la noción de « bien común », más lúdico,
transgresor y dispuesto a la experimentación y a las mezco-
lanzas, pueda servir de contrapeso a una cultura contemporá-
neas que nos parece demasiado centrada en la eficacia utilita-
rista, en la competencia de todos contra todos, en el
híperracionalismo y el legalismo estricto ? ¿ La sociedad quebe-
quense estaría impregnada de ese espíritu latino ?
Con el fin de recabar la opinión de un grupo de latinoame-
ricanos residentes en Quebec, envié el mensaje siguiente a los
miembros de la asociación Amistades Quebec-Venezuela :
« ¿ Podría decirse que los quebequenses (francófonos) poseen
una cultura más « latina” que la de los anglo-canadienses y de
los otros norteamericanos ? ¿ Por qué ? »73. Obviamente, este
enfoque es puramente exploratorio, pues no puedo asegurarme
de la representatividad de la muestra. Pero el discurso de
quienes respondieron es útil para revelar ciertos aspectos de la
manera en que los quebequenses de origen latinoamericano
conciben su inserción identitaria en la sociedad de adopción74.
Lo que se ve en los mensajes remite a las diversas características
que se atribuyen habitualmente al « ser latino ». Una mujer los
enumera, a la vez que se dice consciente de la superficialidad
de tal retrato : « Alegría, sabor, calidez, ritmo ; desordenado,
ruidoso, sensible, bueno en la cama... ». Otra mujer habla de
los mismos temas : « tenemos un temperamento menos frio,
menos calculador, somos más osados. La sangre más caliente ».
Un hombre encuentra la latinidad compartida con los quebe-
quenses en su apertura hacia la diversidad : « una tendencia
marcada a la aceptación de otras culturas, aunque eso sea más

54  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


cierto en el caso de la integración cultural que en la del
empleo ». Una pareja recién llegada a Quebec cree también que
se trata de una « sociedad muy tolerante y abierta, como la
nuestra en Latinoamérica », así como en la resistencia ante « la
cultura del dinero de las sociedades anglosajonas ». Una impre-
sión que dicen compartir con otros inmigrantes de origen
latino es la de una sociedad menos demandante a nivel del
trabajo : « los quebequenses se toman muy en serio las vaca-
ciones y el ocio, y comprenden efectivamente que la vida no
es solamente trabajar ».
Una mujer que había inmigrado recientemente a Quebec
se decía sorprendida al observar actitudes típicamente « latinas »
– dicho con sentido peyorativo – como la falta de limpieza en
los lugares públicos, la mediocridad de los debates políticos y,
más positivamente, la mayor intimidad en las relaciones inter-
personales : « otra cosa que podría notar como una similitud es
que la gente se toca ... ¡ sí, sí, se tocan ! Quiero decir que cuando
veo amigos que se hablan en la calle, se tocan mientras con-
versan, se besan ».
Una mujer evoca los « vestigios de una tradición y de una
cultura católicas » en Quebec, pero se pregunta sobre su verda-
dera significación en la sociedad actual. De hecho, si bien ella
encuentra parecidos de los quebequenses con el carácter « revol-
toso y ligeramente izquierdista » de muchos latinoamericanos,
no deja de cuestionarse : ¿ no será una manera de « venderse »
que tienen los quebequenses para distinguirse de los anglos y
parecer más simpáticos, sin ser de verdad tan diferentes de
ellos ?
Otra mujer pone también el acento en el peso de la cultura
anglosajona en Quebec : « aunque los quebequenses han logrado
sobrevivir » con su propia cultura e idioma, « es difícil imaginar
que el conquistador no los haya influenciado... y el conquis-
tador era anglosajón, lo cual no tiene nada que ver con la
latinidad ».
Finalmente, uno de los participantes constataba la particu-

La elección de Quebec   •  55
laridad de la sociedad quebequense, pero rehusaba darle una
explicación puramente idiomática : « de hecho, aunque haya
diferencias históricas y culturales entre los anglófonos y los
francófonos de Quebec, existen similitudes entre ellos que los
separan del resto de Canadá en cuanto a la herencia histórica
y las costumbres ».
Esta encuesta, por más modesta que sea, nos permite cons-
tatar que, para algunos latinoamericanos, la latinidad de los
quebequenses es una realidad, aunque pueda resultar más bien
superficial o un vestigio del pasado. En el marco de una inves-
tigación sobre el compromiso cívico y político de los inmi-
grantes latinoamericanos que residen en Quebec75, tuve la
ocasión de ver que las repuestas a una pregunta sobre las for-
talezas de la comunidad latina remitían a una representación
positiva de la latinidad : el sentido de solidaridad, el despren-
dimiento, los valores familiares, la espiritualidad, la sociabi-
lidad, la creatividad, el nivel de politización, el orgullo. Aunque
el cuestionario empleado en esa investigación no incluía nin-
guna mención explícita de los paralelos entre la cultura lati-
noamericana y la cultura quebequense, yo me esperaba a verlos
surgir en el discurso de los entrevistados, pues éstos se referían
a su integración a la vida pública de Quebec. Pero esas men-
ciones resultaron muy poco frecuentes. Es decir que la mayoría
de los latinoamericanos que participaron en aquel estudio no
establecieron espontáneamente la relación entre su acceso a la
experiencia ciudadana y una eventual proximidad cultural entre
sociedad de origen y sociedad de adopción. En algunos casos,
se plantearon las afinidades culturales (por ejemplo, la idea de
una cercanía latinoamericana con la cultura francesa), pero
generalmente sobresalió la distancia entre ambos universos.
Justamente, varios lamentaron descubrir que los quebequenses
son menos latinos de lo que ellos esperaban. Un colombiano
señalaba que « una de las cosas que me parecen especiales de
esta sociedad es que las personas no se miran a los ojos ; los
latinos tenemos la particularidad de mirarnos a los ojos, y yo

56  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


les pregunté a los quebequenses que conozco : ¿ por qué ustedes
no se miran a los ojos ? ».
Otros notan una brecha entre las dos culturas, pero destacan
su preferencia por los valores de la sociedad de adopción, como
lo demuestra este hombre de origen peruano : « Quebec es un
país latino, tiene raíces latinas, pero recibe bastante influencia
anglosajona, lo cual es bueno, porque le da disciplina. Eso,
todo latino lo necesita para alcanzar sus metas ».
Este breve análisis del discurso de varios latino-quebe-
quenses nos permite relativizar la idea de que la cultura de
Quebec es verdaderamente latina, ya que constatamos que los
mismos inmigrantes no parecen estar tan de acuerdo. Cuando
pregunté directamente en el foro si había una proximidad
cultural entre latinos y quebequenses, las respuestas estuvieron
divididas o fueron ambiguas. Pero tampoco se puede impugnar
totalmente – invocando su plena « norteamericanidad »76 – la
imagen de un Quebec que contrasta con el resto del continente
por una cultura que los latinos encuentran a veces cercana. Esto
es juzgado positivamente cuando se pone el énfasis en la aper-
tura, la sensualidad y la creatividad, y algunos justamente
deploran que los quebequenses se hayan « norteamericani-
zado ». Aquellos que quisieran ver más pragmatismo y eficacia
en Quebec, por el contrario, denuncian sus limitaciones frente
a la ética laboral y la mentalidad emprendedora de los angló-
fonos. Los que piensan así, tal vez ya « votaron con los pies » y
se han marchado a la « verdadera Norteamérica », es decir, el
Canadá inglés o los Estados Unidos.
Mi propia impresión es que la identidad cultural de los
quebequenses posee netamente un componente latino. En el
contexto de una sociedad democrática y desarrollada – y en
una dinámica de interacción constante con la matriz anglosa-
jona – la « latinidad norteamericana » de Quebec encarna
valores en torno a los cuales puede construirse un proyecto
pluralista e integrador. A diferencia de las naciones europeas,
las de Latinoamérica se representan como « jóvenes » (aunque

La elección de Quebec   •  57
tengan existencia política desde hace dos siglos) y sus pobla-
ciones tienden a percibir los desafíos colectivos a través del
prisma de la promesa. Se comparte la creencia de que la autén-
tica riqueza del país reside en su potencial, no tanto en lo que
es sino en lo que puede ser. Los quebequenses son, en ese sen-
tido, indudablemente americanos. Pero estoy convencido de
que, sin ser latinoamericanos, son también, en alguna medida,
latinos de América, algo que ellos mismos no terminan de
asumir.
Finalmente, pienso que la cuestión de la latinidad de
Quebec constituye una vía particularmente interesante para
abordar el nudo del imaginario quebequense : el déficit. El
lector comprenderá que no aludo a los problemas fiscales del
Estado, sino a la sensación de carencia. La idea de que Quebec
no está en donde debería estar atraviesa, en efecto, todos los
debates identitarios y políticos. La « distinción quebequense »
es vista, por momentos, como una rémora cultural – una razón
de su « atraso » – o, al contrario, como una riqueza colectiva
que llevará a Quebec a destacarse en el mundo cuando pueda
liberar todas sus energías latentes. El discurso del déficit se
despliega alrededor del idioma, de la historia y de la naciona-
lidad. Moviliza muchas emociones contradictorias : el orgullo
y la vergüenza de sí mismo, la idealización y el olvido del
pasado, la apertura y el repliegue ante la diferencia. Se conjuga,
como lo veremos en los próximos capítulos, en la relación
turbulenta de la sociedad quebequense con sus fantasías, sus
obsesiones y sus mitos.

58  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


CAPÍTULO II

AQUÍ SE HABLA
FRANCÉS

¿ Por qué los franco-quebequenses ponen a su idioma como eje


central de la identidad colectiva ? En este capítulo, indago el lugar
que ocupa el francés en la sociedad quebequense y analizo las
realidades e ilusiones que subyacen al « conflicto idiomático » en
Quebec.
Es el año 1990. Habiendo llegado a Quebec hace apenas
algunos meses, estoy cursando un posgrado y trabajando como
asistente en un equipo de investigación. El profesor que dirige
dicho grupo se llama Jules. Son las cinco de la tarde y la
mayoría de docentes y alumnos ya se ha retirado de la univer-
sidad. Una de mis colegas, otra alumna del posgrado, se asoma
a la puerta de mi oficina y me pregunta en francés Jules est-tu
dejà parti ? (lo cual suena a « ¿ Jules ya tú te fuiste ? »), algo
quecorresponde a una modalidad incorrecta gramaticalmente,
pero de uso coloquial corriente en Quebec, para formular una
pregunta en la tercera persona (utilizando el pronombre de la
segunda). En aquel momento, todavía no conozco esa parti-
cularidad del dialecto quebequense. Perplejo, no sé muy bien
cómo responder y me quedo en silencio. Tengo la impresión
de que mi interlocutora me mira como si yo fuera algo estú-
pido. Me repite entonces la frase, pero esta vez articulando muy
lentamente : « ¿ Jules ya tú te fuiste ? » Sigo sin saber qué decir
y me siento cada vez más desorientado. En mi cabeza, dos
proposiciones se enuncian claramente : 1) Yo no soy Jules,

Aquí se habla francés  •  59


obviamente, y mi colega lo sabe. 2) Si yo fuera Jules, lo cual,
evidentemente, no es el caso, la cuestión sería absurda, puesto
que ella puede ver que estoy delante suyo, o sea que no me fui.
La pregunta me parece entonces doblemente ilógica. Ya impa-
ciente, la joven intenta interrogarme nuevamente, pero esta
vez reformula su pregunta : « ¿ Jules ya se fue ? » (en francés :
Est-ce que Jules est parti ?). ¡ Ah ! ¡ De eso se trataba ! « Sí, sí, ya
se fue ». Y como internet no existe aún, corro a la biblioteca
para consultar un diccionario de « canadianismos ». Encuentro
muchas palabras « típicas », pero nada sobre la gramática que-
bequense1. Recién al día siguiente puedo preguntarle a un
amigo. Un poco sorprendido de mi ignorancia, me explica que
se trata simplemente de una « manera de decir muy común »
en Quebec. Más adelante me enteraré, gracias al especialista
Robert Dubuc, redactor del boletín C’est à dire (« Es decir »)
de Radio Canada, que le –tu (« tú ») es una « partícula interro-
gativa de uso popular » que reemplaza el –il (como pronombre
impersonal). Según Dubuc, « la utilización en la comunicación
pública de la partícula interrogativa –tu es tan incorrecta como
escupir en el piso del salón2 ». Aparentemente, « corriente » y
« correcto » no coinciden en este caso.
He relatado la anécdota – absolutamente real – a varios
amigos franco-quebequenses. Al hacerlo, busqué transmitirles
el malestar del inmigrante que se siente como un niño – torpe
e incómodo – y que es, además, infantilizado por aquellos que
no son capaces de entender los diferentes niveles de su propia
lengua o las sutilezas de la comunicación intercultural. Naïm
Kattan, llegado de Bagdad a Montreal en 1954, describe esa
sensación de la siguiente manera : « Hace falta tan poco para
que un inmigrante se sienta inferior. ¿ Cómo hacer para escapar
a los que, en sus respuestas, utilizan el tono necesario para
hacerle sentir a uno, de la manera más tácita, su ignorancia3 ? »
Comparto a menudo mi anécdota sobre « Jules » como ejemplo
de las dificultades vividas por quien recién llega a un nuevo
país. Pero al narrarla (dando charlas para inmigrantes o dic-

60  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


tando cátedra en la universidad), al principio no me daba
cuenta de que algunos podían interpretarla como un comen-
tario despreciativo sobre la manera de hablar de los quebe-
quenses. De hecho, cuando se la conté a unos amigos inmi-
grantes, en una situación más informal (y sin ningún
quebequense francófono presente), se rieron, pero no para
burlarse de mi ineptitud. En ese momento entendí que, para
ellos, lo cómico radicaba en la incompetencia lingüística de mi
interlocutora y no en las limitaciones que yo podía tener para
expresarme. Es decir, el malentendido con mi colega no pro-
venía de mi conocimiento deficiente del francés, sino justa-
mente de mi esfuerzo por aplicarlo correctamente a la situa-
ción. A un quebequense francófono puede resultarle extraño
que yo no hubiese aprendido la expresión –tu luego de haber
estudiado y trabajado durante varios meses en Quebec. Pero,
para un inmigrante educado, es inconcebible que un universi-
tario quebequense no sea consciente de la existencia de loca-
lismos que es conveniente evitar en la interacción con un
extranjero. Según mis amigos, el personaje torpe de la anécdota
¡ era ella y no yo !
Este trivial suceso ilustra, a mi modo de ver, uno de los
múltiples malentendidos que surgen de la relación entre que-
bequenses francófonos e inmigrantes alófonos. Aun cuando la
pregunta « ¿ francés o inglés ? » no se aplique, queda la pregunta
« ¿ qué francés ? » En teoría, las cosas deberían desarrollarse de
manera bastante simple : el inmigrante posee generalmente un
cierto conocimiento previo de la lengua (en mi caso, algunos
años de estudio en la Alianza Francesa de Buenos Aires) y el
proceso de integración a la nueva sociedad le permite ampliar
sus habilidades idiomáticas (mejorar su pronunciación,
aumentar su vocabulario, consolidar la gramática) y familiari-
zarse con las maneras de hablar social y culturalmente especí-
ficas (niveles de lenguaje según el contexto, expresiones vul-
gares, etc.). Es obvio que, en la vida real, dicho proceso dista
de ser tan esquemático y, en Quebec, todo se complica aún

Aquí se habla francés  •  61


más. ¿ Cuál es la lengua que uno debe absorber ? ¿ La del –tu
que un lingüista quebequense compara al acto de escupir en el
piso del salón ? ¿ O debe uno, más bien, cultivar un « francés
internacional » – la norma parisina – y adoptar una mirada
reprobadora frente al « gueto lingüístico » en el que, según
Lionel Meney, profesor retirado de la Universidad Laval, esta-
rían confinados seis millones de quebequenses4 ? Mientras
redactaba este capítulo, me enteré del deceso de Jean-Paul
Desbiens, quien, bajo el seudónimo de « Frère Untel » (« Padre
Fulano »), fue uno de los arquitectos intelectuales de la « Revo-
lución Tranquila » que modernizó a Quebec hace cincuenta
años (volveré a este tema en el próximo capítulo). En 1960, él
escribía : « Esta ausencia de lengua que es el joual [el dialecto
popular o jargón quebequense] es una prueba de nuestra
inexistencia como canadienses franceses. Nunca estudiaremos
suficientemente el idioma. El lenguaje es el lugar de todas las
significaciones. Nuestra inaptitud para afirmarnos, nuestro
rechazo al futuro, nuestra obsesión por el pasado, todo eso se
refleja en el joual, que es verdaderamente nuestra lengua5 ».
Mucho ha ocurrido desde los años sesenta. Ese joual ha
evolucionado, en parte porque las instituciones públicas – las
escuelas, la radio y la televisión, las agencias gubernamentales
– han jugado un papel significativo en la transformación y la
uniformización de la lengua hablada en la provincia, particu-
larmente en lo referente a la depuración de anglicismos y a la
modernización y feminización del vocabulario. Desde la Revo-
lución Tranquila, la sociedad quebequense ha hecho del res-
guardo y la promoción del francés un combate fundamental,
el núcleo de su proyecto colectivo. Sin embargo, el debate en
torno a la « calidad » de la lengua y de su vínculo a la identidad
quebequense sigue siendo intenso. Un quebequense francófono
que regresa de una estadía en París y que ha incorporado
algunos modismos « franceses de Francia » puede ser visto por
sus amigos como pretencioso e, incluso, como ridículo. Un
quebequense francófono que agrega una versión inglesa a su

62  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


mensaje en el contestador telefónico (o mensajería vocal) puede
ser tildado de colonizado. Existe, efectivamente, una fuerte
presión social para seguir siendo uno mismo – hay que hablar
como un quebequense y no como un francés o un inglés – pero
esta barrera tiene también un doble efecto de estigmatización
y de resentimiento. Muchos franco-quebequenses se sienten
insultados cuando sus películas son subtituladas en Europa
dado que, aparentemente, su « dialecto » no es fácil de entender,
cuando los anglo-canadienses que estudiaron en « inmersión
francesa » en Toronto vienen a decirles que no pronuncian el
francés correctamente, o cuando un inmigrante que maneja el
francés como segundo o hasta tercer idioma imita su acento
para burlarse. Pero nada ofende tanto a un quebequense como
la frase siguiente (que encontré en un foro de discusión sobre
inmigración a Canadá) : « Cuando llegué, estaba horrorizada
por esa manera de hablar quebequense. No pude más y le dije
a mi compañera que los quebequenses no saben hablar francés. »
No es sorprendente que las relaciones entre los quebe-
quenses y los inmigrantes franceses sean delicadas en materia
idiomática. Este intercambio, extraído de otro foro de discu-
sión6, ilustra el choque entre dos maneras diametralmente
opuestas de percibir la situación en Quebec.
— Habiendo vivido desde hace doce años en Canadá, de
los cuales dos en Quebec, yo soy de los que confirman que no
aconsejaría a nadie aprender francés en el Québec. [...] uno
constata que el quebequense es un dialecto que refiere a
menudo al inglés, y que no es un francés puro.
— ¿ Usted es entonces como esos franceses que insultan a
los quebequenses diciéndoles que su lengua es un « dialecto »,
haciendo referencia al inglés, y que le hace mucho daño a
« nuestra lengua », el francés « puro » ?... ¿ Quién se cree que es ?
... Siga siendo entonces, como usted lo dice tan bien, un « mal-
dito francés », orgulloso de serlo.
¿ Cómo no considerar antipático y pedante al francés que
da su opinión en este diálogo ? Éste adopta una actitud que,

Aquí se habla francés  •  63


lamentablemente, otros inmigrantes comparten, pero que rara
vez es expresada en público y, aún menos, delante de los que-
bequenses francófonos, excepto si uno busca justamente pro-
vocar o confrontar. Si el primer interlocutor encarna perfecta-
mente la figura del « maldito francés », el segundo es el arquetipo
del quebequense hipersensible, ante el cual este otro quebe-
quense, que se considera « no acomplejado », se exaspera : « Lo
que me molesta, es esta manera quebequense de sentirse opri-
mido, atacado, criticado por todos aquellos que son supuesta-
mente “más grandes, más fuertes, más refinados” que nosotros,
los colonizados »7. Esta susceptibilidad se refleja, a mi modo de
ver, en el hecho de que los quebequenses no son muy proclives
a reírse de sí mismos (lo que hay que distinguir de la burla
auto-denigrante, un dispositivo humorístico bastante usual
entre los stand-up comics). Aunque toda generalización sea
injusta, resulta bastante simple encontrar indicios de dicha
realidad, lo cual no quiere decir que no haya abundante humor
en Quebec. La prueba está en el éxito local e internacional de
sus artistas y sus comedias. La creatividad y el dinamismo que
caracterizan a la sociedad quebequense se traducen también en
los contenidos iconoclastas y sarcásticos que colman sus
diversas manifestaciones culturales. En la televisión de Radio
Canada, muchas parodias se dirigen a un público que aprecia
el humor incisivo y que no se toman demasiado en serio a los
políticos y a los famosos. El humor comprometido y trans-
gresor, como el de los Zapartistes, que comienzan sus espectá-
culos con la lectura de un manifiesto anticonformista, perte-
nece plenamente al universo cultural quebequense. No me
refiero, entonces, a una falta de sentido del humor, sino a la
resistencia a hacer de sí mismos, como pueblo, el objeto de
burla. La novelista y crítica literaria Solange Lévesque cree que
el quebequense se ríe de personajes excepcionalmente tontos,
pero no de la caricatura del quebequense típico, puesto que
« no le resulta posible reírse de sí mismo y de lo que realmente
es », a causa de su eterna inseguridad identitaria8.

64  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


La serie de televisión La Petite Vie, difundida hacia mediados
de los años noventa, es una excelente sátira de la familia que-
bequense tradicional, una mirada delirante e inteligente de los
avatares de la vida cotidiana, pero también de algunos ele-
mentos del imaginario colectivo quebequense. El inmenso
entusiasmo que generó – la serie logró atraer cuatro millones
de telespectadores – demostró a qué punto la introspección a
través de la caricatura casi no existía hasta ese momento en la
cultura de masas. Este verdadero fenómeno social demostró
además que los quebequenses tenían ganas de mirarse colecti-
vamente en el espejo del absurdo, aunque siempre a través de
los « tontos » surrealistas y no de los quebequenses « comunes ».
Como lo dice Claude Meunier, creador de La petite vie, los
protagonistas de esta telenovela son « ¡ Neuróticos, sí ! ¡ Angus-
tiados, sí ! Pero no idiotas » ; « no son perdedores ; pertenecen,
más bien, al género de los sobrevivientes9 ». Meunier parece
poner mucha atención en no cruzar la frontera entre « reír con
ellos » y « reír de ellos » : para él, sus personajes, muy quebe-
quenses, « no son ridículos ; son llevados al ridículo ». El mismo
argumento podría aplicarse a otro gran fenómeno televisivo
quebequense, un poco más reciente : Les Bougon, c’est aussi ça
la vie. Ese retrato cómico de una familia de marginales que
« viven en la sordidez, no tienen un verdadero trabajo y no
pagan nunca la renta10 » se desarrolla, como La Petite Vie, en
un espacio fuertemente marcado por la identidad popular
quebequense, a tal punto que un no quebequense – incluso si
es francófono – tendrá dificultades para entender completa-
mente el lenguaje y las referencias culturales. ¿ Se puede decir
que los Bougon encarnan, por el absurdo, una faceta real de la
sociedad quebequense ? Quizás, pero una vez más, no se apunta
a reír de los quebequenses caricaturales, sino a reír con ellos. En
efecto, el protagonista de la serie, Rémy Girard, afirma también
que « los Bougon no son losers, son winners » (usando esas dos
palabras en inglés, como es usual en el francés popular quebe-
quense). En resumen, la debilidad aparente de los personajes

Aquí se habla francés  •  65


– la pobreza, la ignorancia, la falta de moral – esconde su
verdadera superioridad...
Hagamos una pequeña experiencia divertida. Si uno googlea
la frase « bromas sobre los franceses », uno obtiene alrededor
de 373 páginas. Ahora bien, si se hace lo mismo con la frase
« bromas sobre los quebequenses », ¡ encontramos solamente...
15 ! Por supuesto los franceses son más numerosos y más cono-
cidos en el mundo, y además atraen la ira de quienes detestan
la célebre soberbia de algunos de ellos. Sin embargo, si se
analiza dichos sitios, se puede constatar que muchas de las
bromas sobre los franceses, incluidas las más crueles (entre las
cuales se encuentran aquellas sobre su falta de higiene personal
y de coraje militar frente a los alemanes) parecen ser contadas
y leídas por los franceses mismos. Por el contrario, las men-
ciones de « bromas sobre los quebequenses » aparecen en quejas
como ésta : « Me siento mal cuando amigos europeos cuentan
chistes sobre los quebequenses brutos, porque están hablando
de mi familia ». De las pocas « bromas sobre los quebequenses »
que pude encontrar sobre internet, los temas recurrentes son
el Newfie – habitante de Terranova, que ocupa, sin excepción,
el rol del más tonto del grupo – y el deporte (sobre todo a través
de referencias a las frecuentes derrotas que sufren los « Cana-
diens », el equipo de hockey de Montreal). Para comparar,
reparemos en que hay centenares de páginas web de chistes
sobre los argentinos y que, en casi todos los casos (incluidos
en los sitios basados en Argentina, mi país de origen), las
bromas sobre la arrogancia y la necedad de los argentinos
abundan. Pero en Quebec, muchos se ofenden con suma faci-
lidad. Odile Tremblay, crítica cultural del cotidiano Le Devoir,
reacciona enérgicamente frente a la película Bon Cop, Bad Cop
– una comedia que contrasta, con inusual candidez, los este-
reotipos del quebequense indisciplinado y bon vivant y el
anglo-canadiense rígido y aburrido – poniendo en evidencia
la indignación ante lo que ella considera como típicos « prejui-
cios contra Quebec ». Aparentemente, en ese caso, el pecado

66  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


es aún mayor porque que el creador y actor principal de la
película es Patrick Huard, un quebequense « de cepa » : « Hay
que ser masoquista. Hacía falta un quebequense para tirarse
encima los peores clichés, aún más tontos que los que los demás
nos endilgan. Todo eso para atraer la atención del Canadá
inglés sobre nuestro cine. Vengan todos a reírse de nosotros,
por favor »11.
En resumen, si los quebequenses no se ríen mucho de sí
mismos como lo hacen los franceses, los belgas o los argentinos,
les gusta menos aún que los otros los vean como ridículos :
« Cuando se burlan de nosotros, con o sin malicia, me parece
[...], que nos pone paranoicos y nos da escalofríos [...] Somos
muy sensibles sobre lo que se dice de nosotros en el extranjero,
es horrible... », escribía Patrick Lagacé en el Journal de Mont­
réal12. Muchos quebequenses y no quebequenses explican esta
actitud en función de la realidad de un pueblo cuya lengua y
cultura – así como la autoestima – han sido maltratados por
los dominadores. Este argumento – que se aplica a muchas
otras comunidades minoritarias del planeta – es válido, pero
no por ello nos permite captar la identidad quebequense en
toda su amplitud. En las próximas páginas, voy a explorar
algunas pistas que, a mi modo de ver, revelan la complejidad
y la riqueza de una personalidad colectiva que no puede redu-
cirse al síndrome de víctima eterna.

La lengua como identidad


La lengua es el aspecto más visible de la identidad quebequense.
Pero también parece ser la quintaesencia del ser quebequense :
para aquellos que defienden a ultranza el modo de hablar que-
bequense, se trata del símbolo del orgullo y de la sobrevivencia
colectiva ; para aquellos que lo atacan, encarna la estrechez y el
derrotismo de un pobre « pueblecito ». Como en todo debate
de sociedad, existen intelectuales que defienden de manera clara
y explícita una u otra de esas posiciones extremas. En el caso
que nos interesa, están, por un lado, los defensores del habla

Aquí se habla francés  •  67


nacional y, por otro, los puristas de la lengua, que denuncian
el localismo excesivo del francés hablado por los quebequenses.
Los argumentos de los dos bandos son, hasta cierto punto,
legítimos. Es cierto que las voces de los apasionados del joual
resultan hoy menos enérgicas que durante el apogeo nacional
y popular de los años setenta. No es sorprendente que el joual,
definido por el Diccionario Hachette como « Variedad del
francés quebequense caracterizado por un conjunto de ele-
mentos fonéticos y léxicos considerados como incorrectos »,
esté asociado actualmente, en su acepción más literal, a un
mundo tradicional que el Quebec moderno y urbanizado dejó
en el pasado (el término « joual » deriva de la expresión « hablar
a caballo » y refleja irónicamente, la antigua pronunciación
aristocrática francesa que luego devino en acento campesino y
proletario). Cada tanto, humoristas, músicos, novelistas y
directores de cine y televisión refieren a ese bagaje cultural,
pero su intención apunta, sobre todo, a despertar la sonrisa
cómplice o la nostalgia de un pasado reinventado. Como decía
el novelista Pierre Monette, el joual « tiene como objetivo imitar
el lenguaje de los barrios populares de Montreal. Solo que
nadie, en la vida real, habla mal tan correctamente como lo
hacen los personajes de Michel Tremblay o de Réjean
Ducharme13 ». En La duchesse et le roturier, Tremblay imagina
el siguiente diálogo a bordo del tranvía en los años cuarenta :
— ¡ Un francés en el Teatro Nacional ! ¡ Y bien, habrase
visto ! ¿ Entendió todo, por lo menos ?
— ¡ Por supuesto ! Ustedes hablan un francés... áspero y
vetusto, es verdad, pero sigue siendo obviamente francés !
— ¿ Si ? ¡ En fin, no es lo que todo el mundo decía del otro
lado ! Cuando desembarcamos en Normandía, éramos unos
héroes [...]. ¡ Pero cuando llegamos a París, le aseguro que no
era para nada lo mismo ! [...] ¡ Bastaba que abriéramos la boca
para que todo el mundo se matara de risa14 !
Algunos quebequenses recuperan sin embargo la etiqueta
joual para designar al carácter distintivo de la manera de hablar

68  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


quebequense, sin vincularla directamente a un contexto socio-
histórico dado, rural o urbano, rico o pobre. En esta perspec-
tiva, el joual contemporáneo engloba también las creaciones
quebequenses que se aplican a la vida del sigo XXI : « pourriel »
(contracción de correo electrónico – courriel - y basura – pou-
belle – que indica « correo indeseable »), « clavardage » (bavarder
– charlar - + clavier – teclado, que indica « charlar a través de
un teclado »), etc. Mientras que el joual « tradicional » y « fol-
clórico » ha perdido terreno, los quebequenses que rescatan esta
designación la consideran simplemente como « un modo de
hablar quebequense », lo que implica emplear « pantoute »
(contracción de « pas du tout »), imitar el inglés al decir « bien-
venido » como respuesta a un « gracias », utilizar el anglicismo
« chum » para designar a un « amigo », hablar de « sacrer » (para
el uso de palabrotas) con términos provenientes de la religión
católica (« Cristo », « cáliz », « tabernáculo », « copón », « sacra-
mento », « hostia », etc.), entre otras cosas. No sólo consideran
que los quebecismos son legítimos, sino que también los ven
como representativos de una continuidad histórica, como
marcas de una identidad colectiva que les importa mucho
conservar. Como respuesta a los argumentos de aquel profesor
que denostaba el encierro idiomático de los francófonos de
Quebec, la periodista Julie Lemieux escribió : « Los quebe-
quenses [...] quieren simplemente ser aceptados en sus diferen-
cias. Quieren su idioma, no les da vergüenza su acento y no
quieren abandonar el joual que ha sido transmitido ininterrum-
pidamente de generación a generación desde el principio de la
colonia15 ». En síntesis, ¡ es nuestra manera de hablar el francés
y punto ! En el extremo opuesto, la conocida comentarista
Denise Bombardier denuncia el culto de lo que ella llama « el
idioma de aquí » : « Poner el acento en la calidad de la lengua
que hablamos es vivido como un ataque contra la identidad
quebequense por parte de un número demasiado grande de
gente como para que uno no se alarme. ¿ Cuarenta años de
revolución cultural tranquila no sirvieron entonces para

Aquí se habla francés  •  69


nada16 ? » Lysiane Gagnon, columnista del diario La Presse,
describe el siguiente rasgo de una degradación voluntaria del
habla quebequense :
Unos guionistas me confiaron que los actores, para hacer papeles
« quebequenses », deben « desaprender » lo que aprendieron en las
escuelas de teatro : olvidar la dicción, cesar de articular, mascullar
las sílabas... y eso pasa hasta cuando el papel no requiere un cono-
cimiento del joual17...
Aunque uno tome sus distancias con respecto a este tipo
de discurso (que algunos consideran elitista), no se puede
dejar de reconocer que, en Quebec, existe un problema en
cuanto a la valorización de la lengua como vector de cultura,
es decir, más allá de su función propiamente comunicacional
e identitaria. Es importante señalar, en tal sentido, que los
francófonos de Canadá, comparativamente a los anglófonos,
manifiestan un nivel de alfabetismo (comprensión y utiliza-
ción de la información de los textos) significativamente
menos elevada. Según un estudio de Statistics/Statistique
Canada, los francófonos son menos proclives que sus com-
patriotas de lengua inglesa a desarrollar hábitos cotidianos de
lectura y escritura, a frecuentar bibliotecas, y a poseer un gran
numero de libros en la casa : « Si la mitad de los francófonos
lee poco y nada, la mitad de los anglófonos, a la inversa, abre
un libro al menos una vez por semana18 ». En la medida en
que la comparación fue efectuada sobre la base de grupos del
mismo nivel de ingreso y educación, la explicación de la
diferencia no puede sino depender de la historia de una
población menos educada durante generaciones : según el
estudio, « tanto en Quebec como al exterior de Quebec, [los
francófonos] tuvieron que hacer frente a obstáculos impor-
tantes que explican en gran medida el retraso que los dife-
renció durante bastante tiempo de los anglófonos19 ». No
obstante, se puede ver una clara mejora en las aptitudes lin-
güísticas de los francófonos en las últimas décadas. Aunque

70  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la diferencia sigue siendo considerable, las nuevas genera-
ciones están en camino de ponerse a la par del resto de
Canadá.
En todos los países que conozco, hay intelectuales que se
lamentan sin cesar del estado deplorable del idioma nacional.
Deploran la mala calidad de la lengua de los jóvenes, la pobreza
de vocabulario, la vulgaridad de las expresiones, la nivelación
por lo bajo en las escuelas, la anglicización de los términos
propios a la tecnología, etc. Los franceses se quejan. Los polacos
se quejan. Los argentinos se quejan. Sería ingenuo no entrever
una lectura romántica del pasado : parecen creer que, en los
viejos tiempos, la gente se expresaba permanentemente con
delicadeza, amabilidad y gracia, como si hubiesen salido todos
de una novela. Pero, si el mito de la riqueza y la pureza lingüís-
tica perdidas subyacen a los debates en dichos países, la situa-
ción en Quebec está invertida : el tiempo ideal es el futuro – en
el que se realizará el perfeccionamiento del francés, como lo
ansía Denise Bombardier – o en el presente, en la construcción
voluntarista de una lengua « de todos ». Me explico. Nadie
revindica seriamente la manera de hablar del canadiense francés
de antes de la Revolución Tranquila. Ya en 1915, Henri Bou-
rassa, hombre político y fundador del diario Le Devoir, se
inquietaba de la decadencia de una lengua corrompida :
« Hablémosla bien, alimentémosla de sus fuentes más límpidas,
liberémosla del peso e impurezas que nuestro pasado intelectual
y el uso frecuente de una lengua extranjera la han cargado. »
Los quebequenses parecen haber seguido el consejo de Bourassa
puesto que, como lo recuerda Louis Cornellier, « muchos lin-
güistas afirman que el francés quebequense de hoy es mejor
[contiene menos anglicismos] que el de nuestros ancestros20 ».
En su libro Le vif désir de durer, Marie-Éve de Villers hace un
análisis fascinante del vocabulario de Le Devoir. La autora
observa que, si se toma esta publicación como ejemplo del
francés quebequense actual, se constata que « no son los
arcaísmos y los dialectalismos los que constituyen la principal

Aquí se habla francés  •  71


originalidad », sino los quebequismos modernos : courriel,
téléavertisseur, aluminerie, décrochage, gicleur, cégep, pourvoirie,
polyvalente, etc.21. Claro que Le Devoir no es el lugar emble-
mático del lenguaje popular. Sin embargo, constituye el espejo
por excelencia de una clase media francófona y cosmopolita
que le agrada afirmarse en su particularismo sin replegarse por
ello en sí misma.
El problema es que las críticas sobre la « calidad » del francés
en Quebec tienden a confundir los niveles : que los jóvenes
tuteen a los adultos es considerado como un indicador del
declive de la lengua, al mismo nivel que la persistencia de los
géneros incorrectos (tratando un sustantivo femenino como
masculino o viceversa), el uso común de ciertas contracciones
(« chu » por « je suis ») y la adopción del verbo googlear. Estos
ejemplos pertenecen a problemáticas diferentes que deben ser
consideradas separadamente. Hablar « bien » o « mal » francés
no se resume a una escala unidimensional. De hecho, hay por
lo menos tres dimensiones fundamentales para examinar : el
acento, el vocabulario y la gramática. Un grupo puede hablar
con una cadencia distintiva (un « canto », según la percepción
de los demás). Puede modificar, alargar o atenuar de manera
sistemática ciertas vocales. Además, puede compactar una
cadena de sonidos, invertir letras o adicionar letras para marcar
espacios entre ciertas palabra. Los francófonos de Quebec
hacen todo eso, con estilos variables y consecuencias diversas
en su comunicación con otros francófonos. Decir « aréoport »
(en lugar de « aéroport ») y usar « déplugger » en lugar de « débran-
cher » (desconectar) es, sin duda, erróneo, pero agregar una t
final a « bout » puede ser considerado como una modalidad
aceptable de énfasis, sin que sea una molestia para la compren-
sión o viole una regla fundamental de la lengua francesa (seña-
lemos que ciertos franceses pronuncian la t final silenciosa en
« but », o la l final en « persil » y « nombril », mientras que los
quebequenses nunca lo hacen). En lo que concierne a la foné-
tica, ciertas prácticas (por ejemplo la « t » seguida de una « e »

72  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


o de una « u » se transforman en « ts ») reflejan variaciones
legítimas de la lengua, independientemente de los juicios
estéticos que cada uno puede formular al respecto. En relación
al acento (la manera de enunciar), la vocalización clara, la
capacidad de modular la voz y el reconocimiento de la exis-
tencia de muchos niveles de lenguaje (familiar, elevado,
formal) son parte de un capital cultural que revela más infor-
mación sobre las convenciones sociales que sobre la « calidad
idiomática » en sí.
En cuanto al vocabulario, es muy difícil evaluarlo en tér-
minos normativos. Las palabras, lo sabemos bien, son artefactos
arbitrarios : el término « gato » designa al gato, sin que por ello
la cadena de letras « g-a-t-o » posea privilegio alguno fuera de
la regla semántica que la conecta – arbitrariamente – al objeto
gato. El vocabulario de los quebequenses comporta « arcaísmos,
préstamos del inglés, neologismos... extensiones de sentidos22 ».
La manera de nombrar las cosas evoluciona en función del
medio en el cual la lengua se desarrolla. Podemos llenar páginas
y páginas con las palabras exclusivas o características de la
manera de hablar quebequense (hay varios libros y sitios web
dedicados a los quebecismos). Siempre me pareció aberrante
que se reprobara al francés de Quebec en función de los voca-
blos que los quebequenses emplean para describir su vida
cotidiana y su sociedad. ¿ Por qué sería menos apropiado decir,
cuando se trata de doblar un film americano, « un mec qui se
fait flinguer dans la tronche » (en argot parisino) en lugar de « un
gars qui mange une claque dans” gueule » (en joual
quebequense)23 ?
Al haber llegado de un país que habla un castellano tan
alejado del de España como lo es el francés quebequense del
de Francia, me parece totalmente natural aceptar nuestras
divergencias. Es posible que en el universo de habla hispana
esta actitud sea más común en función de una relación de
fuerzas muy distinta de la que predomina en el mundo fran-
cófono. En efecto, España no representa un verdadero « faro »

Aquí se habla francés  •  73


de prestigio y de autoridad en el plano lingüístico. Yo crecí en
un país en el que el acento de Madrid y los españolismos cons-
tituían un objeto de curiosidad. Nos decíamos « ¡ esa gente
habla raro ! ». Para bromear, imitábamos esas extrañas « z »
ibéricas que escuchábamos en la televisión. Cada país de Lati-
noamérica posee un vocabulario distinto y, en varios casos,
hasta la pronunciación de ciertas letras y la conjugación de los
verbos varían significativamente de un lugar a otro. Es divertido
constatar que en casi cada frase que intercambio con gente de
América Central aparece, al menos, una palabra que se utiliza
poco o nada en el país del otro. En América Latina no existe
el español « neutro ». Por ejemplo : yo digo pileta, mis amigos
mejicanos dicen alberca y mis amigos venezolanos dicen piscina.
¡ Ninguno de nosotros considera que la suya es la manera
« correcta » ! Cuando le explico esto a los quebequenses, les
cuesta creerlo, puesto que la idea de una « norma » internacional
forma parte de la mentalidad francófona. De hecho, si me fío
al caso del español, del portugués, del inglés, incluso si las
« madres patrias » conservan un cierto « derecho de propiedad »
sobre su lengua y pueden reclamar una suerte de « pureza »
original, la poderosa jerarquía que predomina en la francofonía,
con un centro indudable de corrección idiomática (en París),
resulta bastante excepcional. El mejor ejemplo para ilustrar esa
relación increíblemente asimétrica de centro-periferia puede
verse en la declaración de Maurice Druon, secretario perpetuo
honorario de la Academia Francesa, en el marco de un pro-
grama de Radio France Internationale : « No es a Quebec que
yo iría a tomar clases de francés ».
Ahora bien, quienes eligen Quebec como tierra de adopción
no parecen, en general, demostrar tampoco un gran entusiasmo
por el francés hablado localmente. Un estudio efectuado por
la Oficina quebequense del idioma francés (OQLF, por su sigla
en francés) en 2008 muestra que aproximadamente 32 % de
los alófonos consideran que « los francófonos nacidos en
Quebec hablan mal el francés ». Lo que es aún más revelador

74  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


es que 63 % de los alófonos entrevistados dicen preferir el
francés europeo24. La pregunta exacta fue la siguiente : « Si le
dijera que hay píldoras que permiten hablar perfectamente el
francés de Europa o perfectamente el francés quebequense,
pero que solamente se puede tomar una de las píldoras, ¿ cuál
elegiría usted ? » No se puede dudar que dichos inmigrantes
han interiorizado la noción de que la manera europea de hablar
es la correcta o, al menos, la más prestigiosa. Pero ¿ qué pensar
ante este otro dato de la misma encuesta ? : 31,5 % de los que-
bequenses encuentran que el acento de Francia es « más bello »
que el acento de Quebec.
Esta realidad nos lleva naturalmente a formular la difícil, pero
legítima, pregunta : ¿ por qué el inmigrante adoptaría para sí
mismo y, lo que es aún mas importante, para sus hijos una lengua
minoritaria en su versión periférica ? Como ya lo he dicho en el
primer capítulo, el inmigrante busca optimizar las condiciones
de éxito en su nueva vida. En tal sentido, no es sorprendente que
tenga una actitud fundamentalmente utilitarista en relación al
idioma. Frente a la opción entre la lengua mayoritaria nortea-
mericana, que es sin duda el idioma dominante de la globaliza-
ción cultural, económica y tecnológica, y un idioma cuantitati-
vamente secundario, cuyos propios hablantes deploran sus
defectos, ¿ quién puede criticar a los inmigrantes recientes por
optar masivamente por el inglés, particularmente cuando se trata
de trabajar y educar a los más jóvenes ? Sería ridículo exigir a los
inmigrantes que sientan apego por una lengua cuyos propios
locutores nativos no parecen particularmente interesados en
refinar. Al mismo tiempo, sería aberrante no reconocer la frus-
tración que engendra, entre los franco-quebequenses, tal indife-
rencia hacia el futuro del francés como basamento identitario.
Las palabras de un participante de un grupo de discusión sobre
el « conflicto entre los neo-canadienses y los francófonos de
Montreal » en 197025, en el marco de una investigación realizada
por Paul Cappon, proyectaban claramente los términos del
dilema : « Yo lo que no quiero es que los inmigrantes agraven el

Aquí se habla francés  •  75


desequilibrio. [...] Si yo hubiera sido un inmigrante, hubiese
probablemente hecho lo mismo [asimilarme a los anglófonos],
sin embargo para una parte de la población se trata de una cues-
tión de justicia. ¿ Tengo que imponer mis objetivos porque es lo
que me conviene a mí ? »
Un inmigrante de origen italiano explicaba la razón que lo
llevaba a preferir una solución pragmática a partir de esta ana-
logía : « Yo soy un inmigrante. No quiero estar ni del lado de
los anglófonos, ni de los francófonos. Por eso conservo el lado
práctico y me desprendo de los sentimientos, porque el francés
es bueno para el amor y el inglés para los negocios... »
La respuesta vehemente de una quebequense no se hizo
esperar : « ¡ Entonces a usted no le importa que desaparezcamos
todos al cabo de diez años ! [...] ¡ Porque hay oficinas para
informar a los inmigrantes y, a ustedes, cuando llegan, no les
importa ! Los quebequenses no son su problema. Lo único que
les interesa es ganar la mayor cantidad de dinero posible,
aumentar su nivel de vida, pero lo que pueda ocurrirle a
Quebec, no les concierne. »
La reacción inmediata del inmigrante fue lapidaria : « ¡ Es
exactamente así ! ».
Más de cuarenta años han transcurrido desde este inter-
cambio. Algunos dirán que no ha cambiado nada, que el diá-
logo – que traduce la exasperación del quebequense frente al
pragmatismo del inmigrante – podría haberse producido
exactamente de la misma manera entre los hijos de esos dos
participantes. Resulta evidente que desde el punto de vista del
recién llegado, la cuestión idiomática no tiene la misma signi-
ficación, ni suscita la misma pasión, que para un quebequense
« de cepa ». Por supuesto, algunos inmigrantes se identifican a
la causa quebequense, apoyando al proyecto soberanista y
adoptando incluso un discurso de reivindicación militante.
Pero son una pequeña minoría. Al otro extremo, los que des-
precian o desvalorizan el francés constituyen hoy un grupo
marginal. La mayor parte de los neo-quebequenses muestra un

76  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


cierto grado de simpatía hacia la protección del francés en
Quebec. Esto podría explicarse por la solidaridad con la tena-
cidad de los francófonos (pequeña « aldea gala que resiste » a la
americanización del mundo, David frente al Goliat anglo-
sajón), por una actitud realista frente a una sociedad que
funciona mayoritariamente en francés (manejar el francés es
un valor agregado, incluso una necesidad para obtener un buen
empleo), por la atracción del bilingüismo (o del trilingüismo)
en el mundo actual, o por las tres razones a la vez. Pero no hay
que engañarse : los quebequenses entendieron hace tiempo que
la única manera de interrumpir la tendencia natural de los
inmigrantes a adoptar el inglés es simplemente eliminar la
libertad de elección en materia idiomática. El 26 de agosto de
1977, el primer gobierno del Partido Quebequense adoptaba
la Charte de la langue française (Carta de la lengua francesa,
conocida también como la « Ley 101 ») que impone el « uso
exclusivo del francés en los carteles comerciales », « extiende los
programas de francización a todas las empresas que empleen
cincuenta personas o más » y «  restringe el acceso a la escuela
en inglés exclusivamente a los niños de los cuales uno de los
padres, por lo menos, ha recibido su educación primaria en
inglés en Quebec26 ». En su preámbulo, la Carta establece una
relación directa entre el pueblo mayoritario, su lengua y su
identidad, todo « en el respeto de las instituciones de la comu-
nidad quebequense de lengua inglesa y de las minorías étnicas » :
« Lengua distintiva de un pueblo mayoritariamente francófono,
la lengua francesa permite al pueblo quebequense de traducir
su identidad ».
Una serie de sentencias de la Corte Suprema canadiense
(que consideró anticonstitucionales ciertos aspectos de dicha
legislación dado que, según la Carta canadiense de derechos y
libertades adoptada en 1982, se violan los derechos de la
minoría anglófona del Quebec) llevó al gobierno provincial a
modificar y aligerar ciertas condiciones en 1988, a través de la
Ley 178 (por ejemplo, se le permitiría a los anglófonos de las

Aquí se habla francés  •  77


otras provincias canadienses el acceso a la red escolar inglesa
de Quebec y se exigiría la « neta predominancia » en lugar del
uso exclusivo del francés en los carteles comerciales). Lo esen-
cial de la Ley 101, es decir la francización obligatoria de los
hijos de los inmigrantes a través del sistema escolar primario y
secundario (público o privado subsidiado), se mantuvo intacto
y constituye, indiscutiblemente, la base de una mutación social
sin precedentes. Al cabo de un proceso político-legal, se llega
así a una relativa « paz lingüística », lo que John Richards,
miembro C.D. Howe Institute de Toronto, un think tank
conservador virulentamente opuesto al nacionalismo quebe-
quense, llama un « compromiso muy razonable27 ». Esto no
quiere decir, sin embargo, que el statu quo satisfaga a todo el
mundo. Los críticos – generalmente no francófonos – denun-
cian el avasallamiento de los derechos y libertades individuales
por parte de un « Estado opresivo ». Otros, al revés, consideran
que la ley no va lo suficientemente lejos para asegurar la pro-
tección del francés y que se otorgaron demasiadas concesiones
para conseguir dicha « paz ». Estos últimos piensan, por
ejemplo, que la obligación de estudiar en francés debería exten-
derse al ciclo preuniversitario (el Cégep o « Colegio de ense-
ñanza general y profesional », de nivel preuniversitario).
El diario de idioma inglés The Montreal Gazette denuncia
regularmente lo que ve como excesos de la « policía de la
lengua » (los funcionarios de la OQLF que controlan la apli-
cación de la Carta) : por ejemplo, una editorial describe – con
el objetivo evidente de ridiculizarlos – cómo los inspectores
« irrumpieron » en las oficinas de la ciudad de Richmond, en
los Cantones del Este, para exigir, entre otras cosas, el reem-
plazo de las etiquetas On y Off de los interruptores de los
aparatos de aire climatizado por Marche y Arrêt (en marcha y
detenido)28. El Journal de Montréal, por su lado, publica los
resultados de una encuesta que demuestra que « a casi 30 años
de la aprobación de la Ley 101, una gran cantidad de negocios
del centro de la ciudad sigue sin respetar las reglas relativas a

78  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la publicidad de los carteles en francés29 ». El gobierno quebe-
quense ¿ es demasiado rígido o demasiado laxista en la defensa
de la lengua francesa ? Aparentemente, depende del punto de
vista que se adopte. En 2011, la OQLF lanzó una campaña de
« sensibilización » dirigida a las empresas, recordándoles que
una marca de comercio en otro idioma « debe estar acompa-
ñada de un descriptivo (genérico) en francés [...] presentado
en el mismo campo visual ». Si el elemento francés es « dema-
siado poco visible », se prevén sanciones y la OQLF hasta
podría transmitir el legajo al Director de causas criminales y
penales de la provincia, lo cual podría culminar en sanciones.
Algunos consideraron que la iniciativa era inofensiva, mientras
que otros la juzgaron casi totalitaria. Hay quienes simplemente
se divierten delante de un nuevo « drama » típicamente quebe-
quense : el gigante mediático Quebecor está evaluando la
posibilidad de agregar un acento en su nombre, con el fin de
francizarlo, como lo pretende la OQLF. La cadena de super-
mercados Metro, al contrario, se rehúsa a inclinarse ante la
dictadura de los acentos (hubo una queja formal que denun-
ciaba el efecto de anglicización que se produce por la letra « e »
sin acento en su nombre comercial). La dirección de Metro
aduce que « Metro » no tiene ningún significado, ni en inglés
ni en francés, por lo que no es necesario respetar los cánones
de ningún idioma. Conclusión : ¡ Quebec está sacudido por
una guerra ortográfica !
Más allá de todas estas discusiones un poco surrealistas, los
diagnósticos sobre el uso público del francés varían también
en función del ideal a partir del cual se mide el éxito o el fracaso
de los esfuerzos de francización. Jean Dorion, presidente de la
Sociedad Saint Jean Baptiste de Montreal, un bastión del
nacionalismo quebequense, afirma que « la lengua francesa
pierde terreno constantemente frente al avance del inglés30 ».
Josée Boileau, editorialista de Le Devoir, también se aferra a la
imagen del francés asediado, siempre en peligro : « Y en sus
redes demasiado abiertas, el inglés, tan fácil de aprender, tan

Aquí se habla francés  •  79


divertido para hablar, tan eficaz para comunicarse, continua
infiltrándose31 ». Sin embargo, la OQLF ha difundido un
comunicado que describe un panorama menos negativo de la
situación :
[L]os estudios más recientes sobre la situación del francés demues-
tran que el francés domina como lengua de servicio en la región de
Montreal. En efecto, 85 % de las personas interrogadas fueron
saludadas y luego servidas más frecuentemente en francés que en
inglés en los comercios visitados en los últimos seis meses. En
relación al idioma de trabajo, el francés es la lengua principal de
trabajo de 72,4 % de las personas que trabajan en la región de
Montreal. Finalmente, el censo de 2001 revelaba que el 91 % de la
población de la región de Montreal conoce el francés y que es la
lengua más utilizada en el 78 % de los hogares de dicha región. El
francés, además, tiende a ser, cada vez más, la lengua más frecuen-
temente elegida por las personas que tienen una tercera lengua
materna (pasó de ser 33 % en 1991 a 43 % en 2001)32.
Cuando en 2007, los datos del censo revelaron que la
proporción de residentes que declaran al francés como lengua
materna había caído por debajo de 50 % en la isla de Montreal,
se multiplicaron los llamados a reforzar las medidas de res-
guardo del francés, así como las declaraciones alarmistas sobre
el futuro de Quebec. Otras noticias, más alentadoras, tuvieron
menor eco : por ejemplo, por primera vez, las transferencias
idiomáticas de los alófonos hacia el francés eran mayores que
hacia el inglés para el conjunto de la provincia (según la
agencia estadística canadiense, « en 2006, 51 % de los alófonos
habían adoptado el francés como idioma utilizado en el hogar,
comparativamente a 46 % en 2001 y a 39 % en 1996 »). Esta
tendencia se exhibía también en Montreal, pero ello no
impidió que estallara el combate de cifras : el demógrafo Marc
Termote insistía en medir el retroceso del francés en Montreal
recurriendo a la estadística del idioma utilizado en el hogar
como « mejor indicador para juzgar la integración de los inmi-
grantes y el futuro idiomático y cultural de Quebec »33. Es

80  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


decir que, el hecho perfectamente natural de que los inmi-
grantes – la mayoría de los cuales fue seleccionada por el
gobierno provincial – se afinquen principalmente en el área
metropolitana y que continúen a emplear su idioma (como yo
lo hago con el castellano) en el seno de su familia, en la inti-
midad de su casa, constituiría un factor eminentemente nocivo
para « el futuro idiomático y cultural de Quebec ». Por otro lado,
¿ por qué centrarse en la isla de Montreal para señalar la regre-
sión del francés ? Sobre esto, otro demógrafo subrayaba que « los
francófonos han abandonado masivamente la isla de Montreal
para ir a vivir a los suburbios. Duermen entonces en el suburbio,
a la noche, pero de día, cuando están despiertos, vienen a tra-
bajar a Montreal »34. Entonces, la des-francización relativa de la
ciudad ¿ se debe sobre todo al arribo de inmigrantes cuya lengua
materna y de uso en el hogar no es el francés o, por lo menos
en parte, por la elección de muchos franco-quebequenses de
migrar hacia las afueras de Montreal ?
De hecho, a pesar de esas controversias, los efectos de la Ley
101 en cuanto a la consolidación del francés en Quebec son
indiscutibles, a tal punto que los inmigrantes tienen a veces
dificultad en entender la retórica catastrofista sobre la fragilidad
de dicho idioma, sobre todo cuando constatan su presencia y
vitalidad en todas la esferas de la vida colectiva. Y piensan que
los miedos de los quebequenses podían tener fundamento hace
treinta o cuarenta años pero que, en el contexto actual, las ins-
tituciones políticas y jurídicas, tanto como el apoyo de la vasta
mayoría de la opinión pública, aseguran la perennidad del
carácter francés en la provincia (sobre todo sabiendo que la
proporción de francófonos se mantiene estable alrededor de 80 %
desde principio de los años cincuenta). Muchos neo-quebe-
quenses se desconciertan por lo que parece un estado de insatis-
facción constante entre los quebequenses « de cepa », en parti-
cular a la luz de los progresos evidentes de los cuales deberían
estar orgullosos. La confusión no se disipa si uno no entiende
que la sensación de lucha permanente para continuar siendo

Aquí se habla francés  •  81


quien uno es y la disposición a no dar nunca por ganada la per-
manencia de la lengua francesa constituyen el nudo central de
la personalidad quebequense. Jacques Godboult, un famoso
intelectual, originó una tormenta mediática cuando denostó los
« tabúes », lo « políticamente correcto », los « consensos blandos »
y la « ingenuidad » que impiden ver que « retrocedemos bajo la
presión de los conservadurismos multiculturales » y que « pare-
cería que [...] fuera imposible integrar al inmigrante a nuestra
sociedad moderna35 ». Apoyándose en estadísticas, Godbout
aportaba fechas precisas a su escenario apocalíptico : « hay que
entender que en tres generaciones, de hoy [en 2006] a 2076, se
afirma o se liquida la herencia cultural quebequense, su creati-
vidad, su originalidad, su memoria ».
Mucha gente comparte esa interpretación, al entender que
el problema idiomático se inscribe en una cuestión más pri-
mordial : la aceptación (ingenua o resignada) del pluralismo
identitario como modus operandi de la sociedad actual. Una
encuesta realizada por La Presse-Angus en 2011 muestra que
dos tercios de los quebequenses « estiman que la lengua francesa
está amenazada por el multiculturalismo ». En otras palabras,
a pesar de que la cultura angloamericana siga siendo percibida
como un peligro sustancial para la identidad quebequense, la
imagen de una sociedad que « se abandona a la ebriedad de los
relativismos » – según la bella e inquietante metáfora del soció-
logo Jacques Beauchemin36 – establece una relación entre la
asimilación idiomática y la adhesión a un « mundo común », a
« valores comunes ». El idioma se convierte así en mucho más
que un factor de integración como lo plantea una visión clásica
de la inmigración (necesario para la participación cívica, la
obtención de un empleo, etc.) : a los ojos de los detractores del
multiculturalismo y de los enemigos de lo políticamente
correcto, la brecha idiomática puede indicar un potencial
« choque de culturas ». Para los nacionalistas, quien no adopta
la lengua común es susceptible (y sospechado) de querer
rechazar el contrato social, ese pacto fundador que asegura una

82  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


existencia colectiva civilizada. Es pertinente hacer aquí un
paralelo con lo que ocurre en Estados Unidos, en donde se ha
difundido, desde hace algunos años, la idea de que, al aferrarse
obstinadamente a su lengua de origen, los hispánicos expresan
un apego a valores incompatibles con la norteamericanidad.
Un déficit idiomático – no querer hablar la lengua nacional
– puede entonces convertirse, según esta perspectiva, en un
déficit moral : no querer ingresar en la « normalidad » impuesta
por la mayoría.

El recuerdo de una época en que los francófonos eran tratados


como ciudadanos de segunda clase no se ha borrado comple-
tamente. Todo quebequense que creció en Montreal durante
los años cuarenta y cincuenta – como Godbout – rememora
la humillación vivida en carne propia o por algún pariente
cuando osaba entrar en la gran tienda Eaton, cuyas empleadas
anglófonas manifestaban un desprecio supino hacia los clientes
francófonos. Ese símbolo de la inferiorización cultural es tan
poderoso que hasta durante la campaña electoral de 2007, el
líder del Partido Quebequense evocó la imagen de las « damas
inglesas de Eaton » para instar a un grupo de estudiantes a
unirse al proyecto soberanista37. Ya en 1924, dos viajeros fran-
ceses describían una especie de lesión narcisista : « Uno puede
fácilmente vislumbrar la herida secreta de esa pobre gente.
Fueron heridos en su amor propio », por haber padecido
durante tanto tiempo « la ley del conquistador38 ». Incluso hoy
en día, más de cuarenta años después de la adopción del bilin-
güismo a nivel federal, la cicatriz no se ha cerrado. La Ley sobre
las lenguas oficiales de 1969, revisada en 1988, tiene por obje-
tivo « asegurar el respeto del francés y del inglés a título de
idiomas oficiales de Canadá ». Pero la igualdad está lejos de ser
una realidad, aunque se puedan constatar enormes progresos.
Quien viaja regularmente por Air Canada sabe a qué punto es

Aquí se habla francés  •  83


terrible el francés de varios empleados que, no obstante, lo
hablan con las mejores intenciones. Cuando el monumento
conmemorativo de Vimy en Francia (en donde las tropas cana-
dienses obtuvieron una victoria crucial durante la Primera
Guerra Mundial) fue restaurado en 2007, los periodistas de
Radio Canada notaron, apenas unos días antes de la ceremonia
inaugural que debía desarrollarse en presencia del Primer
Ministro de Canadá, la Reina Isabel II y el Primer Ministro de
Francia, que las placas incluían terribles errores de ortografía
en su versión francesa. Para los franco-quebequenses, este tipo
de incidente ilustra, por enésima vez, el status secundario que
Ottawa otorga a su idioma : los trabajos de restauración cos-
taron 20 millones de dólares, ¡ pero la traducción de los textos
del inglés al francés fue confiada a voluntarios británicos39 !
Los franco-quebequenses no son los primeros ni los únicos
en intentar revertir las relaciones de fuerza que sitúan a su iden-
tidad en posición subalterna. Otras minorías oprimidas han
tratado de que su manera de hablar, su música y su gastronomía
sean socialmente aceptadas e incluso deseables, pero pagando el
precio de adaptarlos al gusto de la mayoría (por ejemplo, la
música rap de los afroamericanos de Estados Unidos). Pero la
identidad quebequense no ha ingresado nunca en este tipo de
dinámica. La « folclorización » de una cultura entraña un doble
movimiento de reconocimiento de su índole « diferente » – en
relación a la norma – y su confinamiento a un espacio particular :
la comida, el arte, ciertos hábitos, etc. El caso emblemático de
ese fenómeno es el « carácter francés » de Louisiana, que se resume
a ciertos aspectos superficiales. No es así el caso de los quebe-
quenses, quienes han logrado preservar lo esencial de su iden-
tidad y son muy conscientes del esfuerzo colectivo que ello
implicó. Pero también los quebequenses asumieron un costo
considerable : la incertidumbre, la duda, la ambivalencia en el
centro de su identidad. Yo creo que el quebequense se siente
dividido entre el miedo de ser demasiado quebequense – que
implica replegarse en una identidad inferiorizada – y la tentación

84  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


de no serlo más. En ese contexto, la lengua se convirtió en el
elemento clave de la autenticidad. Seamos claros : la identidad
quebequense no se reduce a la lengua. Retomando la idea de la
píldora que permitiría transformar mágicamente la manera de
hablar, cada año les planteo a mis alumnos la siguiente situación
imaginaria : si alguien pusiera subrepticiamente en el sistema de
agua potable provincial una poción mágica que convirtiera en
anglófonos (monolingües) a todos los quebequenses de un día
para otro, ¿ la identidad quebequense desaparecería al mismo
tiempo ? Este ejercicio nos lleva a discutir sobre los contenidos
de una identidad que desborda la dimensión idiomática, pero
que no puede tampoco dejarla de lado. Se podrá decir que las
nacionalidades están habitualmente asociadas íntimamente a un
idioma, lo cual es por lo general cierto... pero no siempre (pen-
semos en el ejemplo de los vascos, muy apegados a su identidad
ancestral, pero un 80 % de los cuales declara al español como
lengua materna). A pesar de todo, no cabe duda de que la lengua
es el espejo que permite a los quebequenses reconocerse como
tales. No es sorprendente, entonces, que sea el objeto de miedos
y emociones que los extranjeros – los que no comparten esa
memoria como pueblo – tengan dificultad en comprender.

« Quebec es y seguirá siendo, por un buen tiempo, una sociedad


estructuralmente marcada por la realidad francesa » (Jocelyn
Létourneau).
« Los quebequenses forman un pueblo de mayoría francó-
fona que desea conservar en su seno el carácter predominante
de la lengua francesa » (Jean-François Lisée).
« [Si] no tuviéramos que guardar más que una sola caracte-
rística para describir al Quebec de hoy y de mañana, para definir
a una sociedad distintiva quebequense en el seno de Canadá o
en América del Norte, ella sería la siguiente : es el lugar en donde
el francés es predominante » (Christian Dufour)40.

Aquí se habla francés  •  85


Estas definiciones ofrecidas por pensadores quebequenses
muy conocidos, entre muchas otras bastante similares, depositan
prácticamente todo el peso identitario de los quebequenses en
una lengua común. No sólo este enfoque minimiza – digamos
que casi elimina – los otros elementos que podrían determinar
un « ser quebequense », sino que ubican al francés en un espacio
que depende más de esquemas organizacionales – colectivos,
impersonales, objetivos – que de la vivencia de la gente : « lugar »,
« mayoría », « carácter predominante », « realidad francesa »,
« estructuralmente marcada ». Al decir esto, no quiero ser injusto,
pues se trata de intelectuales agudos, pero busco poner de relieve
el dilema al cual ellos se enfrentan : despejar al idioma de todo
lastre comunitario para que se constituya en vehículo de ciuda-
danía inclusiva y de valores compartidos o, por el contrario,
articularla a una « manera de ser » particular, a una forma de
autenticidad, a un sentimiento de pertenencia. Un inmigrante
tiene derecho a preguntarse : ¿ puedo ser quebequense sin hablar
francés ? O incluso : ¿ soy quebequense desde el momento en que
hablo francés ? Tengo la intuición de que la mayoría de los
nacidos y criados en Quebec responderían « no » a las dos pre-
guntas. Las definiciones propuestas por mis distinguidos colegas
no parecen demasiado útiles si lo que se busca es conectar la
identidad colectiva con la experiencia concreta de aquellos para
quienes la « quebecidad » no es tan obvia.

¿ Ser o no ser quétaine ?


Quien es observador no tarda en notar que muchos quebe-
quenses tienen pánico de parecer vulgares o, como lo expresa
el término dialectal, quétaine. A pesar de que esta palabra se
haya generalizado para designar todo lo que es inelegante,
desplazado o démodé, lo que siempre queda implícito es la
idea de referir a los estándares sociales del mal gusto. Lo
quétaine remite casi siempre a la apariencia, a la mirada de
los otros que juzgan negativamente y desaprueban. El diario
Le Soleil publicaba regularmente, en la sección de deportes,

86  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


una entrevista a alguna personalidad importante, bajo el
título « 20 preguntas a... ». Una de las veinte preguntas era
siempre la siguiente : « ¿ [Tiene usted] algún gusto quétaine
inconfesable ? » Esta fórmula revela la verdadera dimensión
del calificativo : ciertos gestos pueden traicionar nuestra ver-
dadera esencia frente a quienes nos rodean. El cuestionario
para entrevistar a los actores del programa Ramdam de Télé-
Quebec les daba la oportunidad de confesar una debilidad :
« ¿ Tiene usted un lado quétaine ? » Dicho de otra manera :
¿ que hay detrás de esa apariencia cool ? En sus diálogos con
cantantes quebequenses nominados para los premios de la
ADISQ (Asociación quebequense de la industria del disco,
del espectáculo y video), Patrick Gauthier, del Journal de
Montréal, también formulaba este tipo de preguntas sobre lo
que puede dar vergüenza : « Si usted mañana recibiera este
premio ¿ a quién le gustaría agradecer, pero no se animaría
por miedo a parecer quétain ? ».
¿ Pero de dónde viene esta obsesión con el « miedo a parecer
quétain » en público si uno confiesa una preferencia que trans-
grede las normas sociales del buen gusto ? No hay que ser
psicoanalista para ver en la imagen de lo quétain todo lo que
el quebequense moderno quisiera eliminar de su identidad
colectiva. Muchas veces – y de manera acertada – se pone el
acento en el contraste entre el campesino canadiense francés
tradicional de hace tres o cuatro generaciones y el quebequense
citadino de hoy. Pero la figura que encarna el verdadero lado
oscuro de esta dicotomía entre el ser profundo y la apariencia
es el del quebequense americanizado durante el proceso de
industrialización – y de proletarización de las clases populares
– que se extendió durante el siglo XX : es el estereotipo del
quebequense panzón y desaliñado de la casa con jardín, con su
ropa y muebles de poliéster, con la cerveza y la poutine (comida
popular tradicional a base de papas fritas, salsa BBQ y trozos
de queso). En resumen, el recién llegado a une prosaica ame-
ricanidad consumista. Se trata de la caricatura del quebequense

Aquí se habla francés  •  87


inmortalizado en la película Elvis Graton de Pierre Falardeau,
realizada en 1985 : el protagonista, « un gordo tonto que vive
en los suburbios, con una casa grande, una cortadora de césped
grande y un garaje grande1 », es un « monumento sublime al
quétaine quebequense42 ». En el « Panteón de la kétainerie »
(ketaineries.com), encontramos un ejemplo que describe per-
fectamente – y con un raro sentido de humor sobre sí mismo
– la alienación cultural como base del carácter quétaine : « Un
quebequense francófono verifica el funcionamiento de su sis-
tema de sonido o de los altoparlantes y para ello emplea la
frase : Testing...One...Two...Three ! ! ! En lugar de decirlo en
francés. ¿ Piensa que las cosas van a funcionar mejor si usa el
inglés ? »
El quebequense de esta anécdota no es necesariamente un
imbécil. No es quétaine tampoco porque hable en inglés. Es
quétaine porque quiere hablar inglés, por que cree que tiene
que hablarlo. Es patético porque se ridiculiza públicamente
tratando de ser otra cosa que él mismo. Los diccionarios dan
como equivalente de quétaine las palabras « anticuado »,
« kitsch » y « risible ». Serge Fournier, profesor de literatura y
lingüística en el colegio Shawinigan, define al quétaine de la
manera siguiente : « Individuo juzgado como decadente según
las costumbres, modas (en particular de la ropa), ideas,
valores, de la idoneidad43 ». Ese tipo de definición es útil, pero
no termina de dar una idea al no quebequense de todo el
universo de significaciones que la expresión connota y abarca.
Como todo extranjero sabe, el sentido de una palabra – sobre
todo cuando se trata del lenguaje popular o del argot – es
difícil de entender fuera de situaciones concretas del uso y de
sus fundamentos culturales. Por eso, efectué lo que los soció-
logos llaman un « análisis de discurso ». Reuní para ello los
133 artículos de la prensa quebequense (principales diarios y
revistas) que entre 2005 y 2006 emplearon el vocablo quétain.
Esto me permitió identificar los términos asociados a dicho
vocablo, no tanto que sinónimos, sino como elementos que

88  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


conforman el « universo quétaine ». Esta perspectiva presenta
la ventaja de captar el contexto real en el cual una palabra es
utilizada y ofrece a quién no conoce el sentido preciso la
posibilidad de entender el campo de sus aplicaciones. Esta es
la lista alfabética :

arcaico kitsch
banal Lara Fabian
barato latino
Barbara Streisand Michèle Richard
bingo new age
burlar nos hace reír
canción francesa nostálgico
Céline Dion nulo
cliché pasado de moda
country popular
cultura western restaurante de la ruta
cursi ridículo
desprecio romanticismo
estúpido sentimental
folclore simplista
Ginette Reno tejido
inculto tonto
ingenuo vulgar
insultar

Aquí se habla francés  •  89


El lector familiarizado con la cultura quebequense no tendrá
dificultad en encontrar una coherencia interna en esta lista.
Pero el lector extranjero o llegado a Quebec recientemente (o
poco integrado) se sorprenderá quizás al ver algunas de estas
palabras. Si uno se deja llevar por esta enumeración – que es
necesariamente parcial – podría decirse que lo quétaine es
grotesco (nos hace reír, burlarnos, es ridículo), poco sofisticado
(banal, cliché, cursi, tonto, inculto, ingenuo, nulo, simplista,
estúpido), démodé (anticuado, pasado de moda, nostálgico),
de calidad inferior (barato, kitsch, popular, vulgar), emotivo
(latino, romanticismo, sentimental) y desvalorado (insultar,
desprecio). En el plano de los gustos, lo quétaine engloba ciertos
géneros (la canción francesa, la música country, el folclore, la
cultura western) ciertos hábitos (el bingo, lo new age, el res-
taurante de la ruta, el tejido) y ciertos íconos de las canciones
de amor (Barbara Streisand, Céline Dion, Ginette Reno, Lara
Fabián, Michèle Richard). El individuo quétaine típico que
emerge de este retrato tiene, seguramente, sus equivalentes en
todas las culturas marcadas por el consumo de masas. Los
intelectuales, los inconformistas, los snobs y las élites definen
lo que es in y lo que está out en cada sociedad. Pero en esos
países, generalmente más jerárquicos que la sociedad quebe-
quense, la frontera entre el buen y el mal gusto tiende a coin-
cidir con la división de clases sociales. El miedo de parecer
kitsch o anticuado no está generalizado. Sólo las personas
socialmente poco seguras – en particular las que ascendieron
en la escala socioeconómica y los inmigrantes – exteriorizan su
angustia frente a un posible faux pas cultural.
Una de las cosas que más sorprende cuando uno llega a
Quebec es el gran igualitarismo social que sobresale en la vida
de todos los días. Viniendo del « Viejo Mundo » o del « Tercer
Mundo », el inmigrante está habituado a identificar en la
sociedad un sistema de jerarquías que, a menudo, se expresa a
través de códigos implícitos pero conocidos por todos. En la
mezcla racial que caracteriza América Latina, por ejemplo, los

90  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


diversos grados de « blancura » de la piel están habitualmente
asociados a una escala de prestigio social. Es obvio que la lengua
está también fuertemente marcada por esta estratificación de
la sociedad. Los acentos y los estilos de lenguaje particulares
son a menudo correlativos a las posiciones que uno puede
ocupar en la pirámide económica. Dado que la geografía está
generalmente marcada por las desigualdades sociales, es fácil
identificar las zonas en dónde se habla « bien » : el XVI distrito
en París o el Barrio Norte de Buenos Aires son emblemáticos
por la riqueza, pero también por el idioma de las élites. A escala
nacional, los acentos « de provincia » son desvalorizados (y
ridiculizados) por la gente que controla la norma lingüística
del centro. En Quebec, encontramos los acentos regionales (el
acento de la zona de Lac Saint Jean, por ejemplo) y, como lo
hemos visto, el joual está asociado originalmente a los sectores
populares. Sin embargo, las diferencias son significativamente
menos claras. En efecto, aunque se pueden discernir algunas
diferencias sociales, no es evidente que el acento de Outremont
o de algún otro barrio elegante de Montreal se erija como pauta
de la « buena manera de hablar ». Eso se debe a que, en Quebec,
los polos del prestigio social y cultural se inscribieron históri-
camente en una relación de exterioridad : las clases dirigentes
hablaban inglés, y el francés normativo – por definición inac-
cesible – se encontraba del otro lado del Atlántico. El igualita-
rismo quebequense – el « democratismo », según sus críticos
– se manifiesta a través de una manera relativamente unifor-
mizada de hablar en todas las clases sociales. Se podría decir
que este igualitarismo idiomático es típico de América del
Norte. Es verdad, pero sería incorrecto creer que en Estados
Unidos no hay distancias importantes en materia lingüística :
el inglés del Sur es considerado menos prestigioso, como toda
su cultura (los paralelos entre esta región y Quebec son, por
otra parte, sugestivos). Además, no nos olvidemos que, en
Estados Unidos, las diferencias étnicas también juegan en el
idioma : el « ebonics », que puede ser visto como el dialecto de

Aquí se habla francés  •  91


los afro-estadounidenses, es generalmente despreciado por la
cultura dominante. Lo que parece único en Quebec, es que la
estigmatización está distribuida de manera cuasi igualitaria
entre los francófonos. En ese contexto, muy atípico entre las
sociedades receptoras de inmigración, hasta las élites locales
pueden ser denigradas por las minorías : « En Alemania, los
intelectuales de las minorías étnicas deben afrontar el chauvi-
nismo nacional de muchos intelectuales alemanes. En Quebec,
son los intelectuales quebequenses quienes deben confrontarse
a la actitud algo despectiva de muchos intelectuales de las
comunidades étnicas, es decir al desprecio de algunos, frente a
la cultura quebequense dominada, marginal, secundaria44 ».
La palabra quétaine alude, a mi modo de ver, a una de las
tensiones principales que encierra la identidad quebequense.
Ese término sintetiza lo que el quebequense « promedio » no
quiere ser, pero también lo que se resiste a desaparecer y puede
volver bajo una forma socialmente más aceptable o, quizás, en
la intimidad. A veces, lo quétaine puede transformarse en chic
(en sus versiones « retro » y « posmoderna ») y, en ciertas oca-
siones, asumir su lado quétaine puede incluso ayudar a pro-
yectar una imagen de seguridad y de honestidad (por ejemplo
la actriz de Ramdam que, a la pregunta « ¿ Tienes un lado
quétaine ? », contesta : « Digamos que no me disgusta escuchar
a Céline Dion. »). Pero, en la mayor parte de los casos, hay que
tener cuidado de no parecerlo demasiado. Un « test » en el sitio
de MSN.ca permite medir el grado de quétaine de una persona
a partir de quince preguntas. Sobre un total de 37.737 personas
que participaron, 67 % pertenecen a la categoría « Quétaine
cuando le conviene, el fenómeno le divierte » (es decir que
usted está suficientemente seguro de sí mismo como para poder
permitirse algunos exabruptos), mientras que sólo 2 % perte-
necen a la categoría « Quétaine, ¡ y orgulloso de serlo ! ». Por
supuesto que estos datos no tienen ningún valor « científico »
como sondeo. Sin embargo, la distribución de las respuestas
muestra que, incluso en el marco de un juego trivial y anónimo,

92  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la gente tiende a no querer representarse como « demasiado
quétaine ». La existencia misma de un test que 37.737 personas
(incluido yo mismo) se tomaron el trabajo de tomar ilustra la
fuerza de dicho tema en el imaginario quebequense. Cuando
los periodistas preguntan sobre los gustos quétaines « inconfe-
sables » de los entrevistados, ponen el dedo en esta llaga del ser
y el parecer quebequense.

Los franco-quebequenses – como otras minorías integradas


durante mucho tiempo a una mayoría que acepta su dife-
rencia en la medida en que se mantengan en una posición de
inferioridad – han oscilado siempre entre la fidelidad extrema
a sus orígenes y la pulsión colectiva hacia la auto-eliminación.
Un aspecto de la historia del Quebec que se halla curiosa-
mente ausente de muchas de las narraciones y cronologías
nos ilumina sobre esta contradicción inherente a su iden-
tidad : el deseo de perdurar en su particularismo y el deseo
de fusionarse al otro. Me refiero al « gran éxodo », la inmigra-
ción de casi 900.000 franco-canadienses hacia los Estados
Unidos, en particular Nueva Inglaterra, entre mediados del
siglo XIX y 1940. Aunque ese flujo se extiende durante varias
décadas, la magnitud del fenómeno resulta impresionante.
La cifra representa un tercio de la población del Quebec de
los años treinta. Ciertos demógrafos estiman que el número
de franco-quebequenses sería hoy el doble si esos inmigrantes
hubiesen optado por quedarse en la provincia. ¿ Qué le ocu-
rrió a esa gente ? Sabemos que se establecieron en varias
ciudades de Maine, de Vermont, de Michigan y en algunos
otros lugares para trabajar en las fábricas, generalmente de la
industria textil. En muchas ocasiones esos inmigrantes reali-
zaron esfuerzos increíbles para mantener su idioma, su reli-
gión y su modo de vida. Fundaron lo que podríamos llamar
« mini-Canadá » , es decir enclaves que tenían como objetivo

Aquí se habla francés  •  93


recrear el ambiente franco-canadiense, con sus propias
escuelas, parroquias y medios de comunicación. Pero, este
mundo se enfrentaba a una sociedad muy poco tolerante de
la diferencia. Un estudio efectuado por Amy E. Rowe, de la
Universidad Colby, sobre los descendientes de los franco-ca-
nadienses de la ciudad de Waterville – una ciudad particu-
larmente significativa en el proceso migratorio de los fran-
co-quebequenses hacia Nueva Inglaterra – nos brinda una
imagen cautivante de la difícil realidad que éstos debieron
sufrir45. De hecho, muchos se sorprenden cuando se enteran
de que una gran proporción de la población contemporánea
del Estado de Maine es de origen quebequense. ¿ Dónde están
los restos de esta presencia francófona ? Prácticamente en
ningún lado o, por lo menos, nada que sea visible. Visité
Waterville con mi esposa y mis hijos mientras estaba escri-
biendo este libro. Como, según Rowe, al menos la mitad de
la población actual tiene ancestros franco-canadienses, me
propuse encontrar las huellas de ese pasado. Comencé por la
información más obvia : los apellidos. Una breve pesquisa me
permitió detectar algunos Cloutier, Gauthier y Poulin en los
buzones. Cuando pregunté sobre un restaurante que se llama
Big G, famoso por sus sándwiches gigantes, me enteré de que
su fundador fue un tal Jerry (¿ Gérard ?) Michaud. En la guía
de teléfono encontré páginas enteras de patronímicos típica-
mente quebequenses. Pero eso es todo lo que pude recabar,
es decir, casi nada...
Al recorrer las calles de Waterville, una señora mayor que
vio la patente de nuestro auto se nos acercó y exclamó : « ¡ Ah !
¡ La Belle Province ! » (lo cual es una manera, ya bastante en
desuso, de llamar a Quebec). Quería saber si hablábamos
francés. Cuando le dije que sí, me preguntó en ese idioma, pero
con un fuerte acento y mezclando con el inglés : « ¿ Se vuelven
back a Quebec ? » Otra mujer de unos cincuenta años con la
que mi esposa tuvo la oportunidad de conversar le contaba que
su abuela solía hablar francés y que su madre lo entendía, pero

94  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


que ella no sabía nada de la lengua de sus ancestros. Su apellido,
originalmente, era Bourque, pero su madre lo había transfor-
mado en Burke. Estas conversaciones me dejaron pensando en
las razones que llevaron a toda esa gente a abandonar su iden-
tidad de manera tan radical.
Es verdad que la presión ejercida por el modelo del melting
pot americano tuvo siempre un papel crucial en la asimilación
de los inmigrantes. Pero en el caso de los franco-quebequenses
de Maine, esta tendencia se acrecienta por dinámicas políticas,
legales y sociales extremadamente agresivas hacia dicho grupo.
El Estado impuso el inglés como lengua única para la ense-
ñanza escolar en 1919. La intención de eliminar el francés de
los inmigrantes era manifiesta. Las entrevistas efectuadas por
Rowe dejan vislumbrar una situación terrible para ellos. Los
niños que hablaban en francés en las escuelas, aún durante el
recreo, eran humillados y castigados cruelmente. Y eso consti-
tuye sólo una parte del drama : también, los profesores de
francés en la escuela secundaria – anglófonos que habían
aprendido el idioma según la norma parisina – se burlaban de
la manera de hablar y del acento de los franco-quebequenses.
En otras palabras, esos jóvenes eran castigados por hablar
francés en lugar de inglés en la escuela, pero durante la clase
de francés se les decía que su dialecto era horrendo. Cuando
« corregían » su francés, para hacerlo más « francés » (de Francia),
sus padres no estaban contentos. Si la vida de los niños resul-
taba dura, la de los adultos no lo era menos. Los trabajadores
quebequenses eran considerados como dóciles y primitivos.
Los epítetos Frogs (rana) y Dumb Frenchmen (franceses idiotas)
eran moneda corriente y las actitudes racistas eran cosa de todos
los días. ¿ Quién puede entonces reprocharles el haber termi-
nado por anglicizarse y asimilarse a la cultura dominante ? La
pregunta que aún se plantea, sin embargo, es la siguiente : ¿ por
qué la des-francización los llevó a una completa « des-quebe-
quización » ? Otras minorías étnicas en Estados Unidos han
mantenido un substrato de su identidad, incluso cuando

Aquí se habla francés  •  95


adoptaron masivamente el idioma de la mayoría (pensemos
entre otros en los italianos, los griegos, los armenios, los liba-
neses). Evidentemente, la religión católica, que constituía un
aspecto central de la cultura franco-canadiense, no les sirvió
como elemento de continuidad identitaria. En suma, esa
misma gente que había logrado preservar su identidad durante
más de dos siglos, se asimiló totalmente en el espacio de dos
generaciones. Un artículo del New York Times sobre el « rena-
cimiento del francés en Maine » aporta una nueva perspectiva.
Así, nos enteramos, por ejemplo, que :
Los Franco-Americanos pueden decir « chassis » [sic] en lugar de
« fenêtre » (ventana), « char » en lugar de « voiture » (auto). Labbé
[director del Centro franco-americano de la Universidad de Maine]
explicaba que muchos Franco-Americanos pronuncian « moi » como
lo hacía Molière « moé ». Un dicho ilustra el complejo de inferio-
ridad de los franco-americanos respecto a su lengua : « Nacimos para
ser pancito ; no podemos aspirar a la panadería [sic]46. »
Asumo que al lector que conoce algo de Quebec le parecerá
tan ridículo (o irritante) como a mí : hablan de los franco-ame-
ricanos (French-Americans) como si constituyeran una comu-
nidad en sí, con un origen « francés » – y no quebequense –
previo a su americanización. En realidad, en todo el artículo,
hay sólo una mención rápida al hecho de que « la gente de
ascendencia francesa llegó a Maine y a los otros Estados de la
Nueva Inglaterra desde Canadá ». También nos enteramos de
que el gobierno francés, a través de su consulado en Boston,
está muy implicado en este « renacimiento » cultural y que en
el Centro del patrimonio franco-americano de la ciudad de
Lewinston « se enseña en la Escuela Francesa la lengua y el
curriculum parisino ». Aparentemente, la reconexión de los
descendientes de los quebequenses con su pasado « francés »
evita el largo desvío de sus ancestros por Canadá. ¡ Dos siglos
de historia del Quebec son así borrados de la historia ! No es
mi intención criticar a los ciudadanos de Maine que desean
recuperar su legado cultural. Tienen derecho a recrear su filia-

96  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


ción identitaria como a ellos les parezca. Pero me parece que
este fenómeno resulta sumamente elocuente con respecto a la
relación compleja de los quebequenses con su idioma. En pocas
palabras, el enigma es el siguiente : perdieron su identidad
cuando fueron forzados a abandonar su lengua, pero no recu-
peran dicha identidad cuando se reencuentran con su lengua.
¿ Tan violento fue el trauma que se niegan a reactivar su « dia-
lecto » y su « canadianidad » ? No puedo evitar hacer un paralelo
con el Jüdischer Selbsthass, un concepto que designa desde el
principio del siglo XX un fenómeno muy particular : el odio
judío de sí mismo. Ese concepto – como otros, tales « diáspora »
y « gueto », que originalmente se aplican sólo a los judíos y que
se transforman, más tarde, en términos usuales para describir
la experiencia de los inmigrantes – hace referencia a una dis-
posición psicológica ambigua y frágil, pero intensa : se quiere
borrar la diferencia para ser aceptado (se siente vergüenza por
la manera de hablar, por la apariencia, las costumbres y tradi-
ciones) y al mismo tiempo se conserva una sensación de culpa
(frente a los suyos, que uno « traicionó »), de falta de autenti-
cidad (por que uno « actúa » o « lleva una máscara »), de miedo
a ser « descubierto » (traicionando por accidente su « verdadera
identidad »). En el marco de su investigación, Rowe cuenta que
todavía se puede ver, muy de vez en cuando, una pareja de
gente mayor o dos amigas, también de avanzada edad, que
hablan en francés haciendo las compras en algún negocio de
Waterville. Pero hablan siempre en voz muy baja, como si
tuvieran vergüenza. Esta gente interiorizó hace mucho tiempo
el status inferior y socialmente inconfesable de su identidad.

Monolingües, bilingües, trilingües...


Antes de llegar a Montreal, estaba convencido que todos los
canadienses eran bilingües. Viajando por América del Sur, tuve
la ocasión de conocer suizos que hablaban fluidamente alemán
y francés (a veces también un poco de español y de inglés) y
que encarnaban, a mis ojos, una suerte de ideal cosmopolita.

Aquí se habla francés  •  97


Para mí, como para muchos de mis amigos, Canadá represen-
taba sencillamente la « Suiza del Norte » : bello, pacífico, habi-
tado por gente simpática que se tomaba el trabajo de aprender
la lengua de sus vecinos para poder vivir en armonía con ellos.
Yo había estudiado inglés y francés durante algunos años
(Argentina, como Rumania, por ejemplo, tuvo siempre una
inclinación francófila), pero me sentía, como la mayoría de los
argentinos, condenado a hablar correctamente sólo mi lengua
materna. En efecto, había constatado, como muchos otros en
mi misma situación, que el conocimiento del vocabulario
elemental y las reglas de gramática de una lengua extranjera no
conducían a una verdadera capacidad de hablar en « la vida
real ». Podía conjugar y acordar adecuadamente un verbo en el
marco de un ejercicio, pero no era capaz de dialogar con un
francófono. Claro que yo no era el único en sentir ese bloqueo,
esa ruptura entre « conocer » pasivamente una lengua y
« hablarla » activamente, fluidamente y con naturalidad. Dicha
dificultad – común en los países fuertemente monolingües –
nos lleva a menudo a idealizar a los políglotas. Para mí, el
bilingüismo (imaginario) de los canadienses quería decir que
cada persona se expresaba « perfectamente » en las dos lenguas
oficiales. ¡ Imagínense mi sorpresa, y mi desilusión, cuando me
dí cuenta que las cosas no eran para nada así !
Pero tengamos cuidado : una realidad menos ideal que la que
yo esperaba no me hubiera afectado tanto. La gran sorpresa fue
constatar que no sólo el bilingüismo no era la norma en Mon-
treal, sino que el rechazo de la lengua del otro parecía más radical
aún que en mi país de origen. Nosotros, los argentinos, queríamos
hablar inglés o francés, pero no siempre teníamos ni la posibi-
lidad o los medios para hacerlo. Acá, ni siquiera se interesaban
en aprender la lengua « extranjera ». Apenas llegué, conocí a
anglófonos que no habían hecho ningún esfuerzo por aprender
el francés. Mis colegas en la universidad me explicaron inmedia-
tamente el concepto (fuertemente peyorativo) de « rodesianos
blancos » : gente que, como los colonos de Zimbabwe en la época

98  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


del Imperio Británico, no se dignaban a interesarse en los dia-
lectos de la plebe local. Pero, yo me preguntaba : ¿ por qué tantos
francófonos de Quebec no saben hablar inglés ? Entiendo ahora
que se trata de una cuestión complicada y delicada. A los que-
bequenses, en el juego identitario de tres ejes al que me refería
en el primer capítulo, les gusta burlarse del mal acento de los
franceses (de Francia) cuando hablan inglés. Éstos, apenas lle-
gados al Quebec, notan que los francófonos de aquí se toman el
trabajo de pronunciar las palabras del inglés « en inglés », inclu-
sive en el contexto de una frase en francés (mientras que los
franceses pronuncian las palabras en inglés « en francés », por
ejemplo, usando la « r » gutural). Los franceses ven que, cuando
los quebequenses dicen algo en inglés, lo hacen como si quisieran
indicar algo así : « Vean como puedo hablar bien inglés. Lo que
pasa es que no quiero hablarlo. » Es verdad que varias generaciones
de francófonos debieron aferrarse a su lengua y que el inglés
representaba el canto de las sirenas, la tentación de una vida
quizás más fácil en lo material, pero al precio de perder su iden-
tidad y herencia cultural. Es como si hablar suficientemente bien
el inglés fuera un signo de modernidad – lo que permite distan-
ciarse de la figura del individuo cerrado en su pequeño mundo
provincial, estigmatizado por la cultura dominante – pero
hablarlo demasiado bien fuera un signo de sumisión o, peor aún,
de deseo de asimilarse. En suma, la ambigüedad típica del « odio
de sí mismo » (que como lo dije antes, no es tanto « odio » como
rechazo de una identidad denigrada, reforzada por una sensación
de culpa). En su compilación de ensayos Pointe de fuite (Punto
de fuga), publicado en 1971, el escritor Hubert Aquin expresaba
este rechazo de la manera siguiente : « Mi idioma es puro porque
me resisto a folclorizar mi lenguaje. Si escribo, digamos fabulo-
samente, es en reacción a lo que soy, franco-canadiense47. »
Josée Legault, una franco-quebequense abiertamente sobe-
ranista (fue consejera del primer ministro Bernard Landry, del
Partido Quebequense), fue columnista del diario The Montreal
Gazette. Una vez contó, en un texto de tipo autobiográfico,

Aquí se habla francés  •  99


cómo a sus amigos francófonos les pareció extraña su decisión
de trabajar para un diario en inglés, un poco de derecha y, lo
peor de todo, profundamente federalista (o sea, hostil hacia el
nacionalismo quebequense)48. Era un texto en respuesta a un
joven montrealense que afirmaba que el día en que todos fueran
bilingües en Quebec, la amenaza separatista desaparecería.
Legault estaba, obviamente, en desacuerdo con semejante
lectura ingenua de la « cuestión nacional ». Pero su nota era
particularmente interesante por la manera de ver el debate
idiomático en Quebec. Legault explicaba en su texto que, en
razón de sus orígenes sociales modestos, el aprendizaje del
inglés – que ella maneja con una facilidad remarcable, tanto
oralmente como por escrito – fue el resultado de un proyecto
personal motivado por la curiosidad y la apertura hacia el
universo anglófono. Legault presenta su trayectoria con la
modestia de quien no se considera alguien excepcional. El
mensaje implícito es : « Si yo lo pude hacer, cualquiera puede. »
Pero es justamente aquí, en el caso de esta periodista, que se
ve « la excepción que confirma la regla ». Yo no niego la exis-
tencia de una multiplicidad de cruces, complicidades y con-
tactos individuales entre las « dos soledades » idiomáticas de
Quebec. Pero sería absurdo cerrar los ojos ante la increíble
distancia que las separa cotidianamente.
La agencia estadística canadiense indica que « 61 % de los
jóvenes (a los 21 años) francófonos del Quebec son bilingües ».
En Canadá, más de seis francófonos sobre diez (65 %) son
bilingües, « una tasa casi cuatro veces más elevada que la de los
jóvenes anglófonos (18 %)49 ». No sorprende ese desequilibrio :
muchos francófonos, como en todas partes del mundo, se
orientan al inglés para insertarse en un mercado laboral cada
vez más globalizado. Pero ¿ cuál es el sentido exacto del término
« bilingüe » en este contexto ? Se trata, para Statistics/Statistique
Canada de la capacidad de « mantener una conversación » en
las dos lenguas. Esta definición considerablemente inclusiva
– y además basada en la autopercepción del individuo – está

100  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


lejos de poder identificar el alcance del verdadero bilingüismo,
es decir el hecho de poder pensar y expresarse en los dos
idiomas con el mismo nivel de precisión y fluidez. En mi expe-
riencia, los casos de bilingüismo auténtico son rarísimos entre
los adultos quebequenses, incluidos los jóvenes a los que les
enseño en la universidad. A la inversa, observo cada vez más
adolescentes y niños capaces de pasar espontáneamente y sin
dificultad del francés al inglés (y muchas veces a una tercera
lengua hablada en la casa). La razón me parece evidente : hace
falta estar expuesto precozmente a los idiomas para poder
absorberlos de manera « natural », inconsciente. Los hijos de
parejas « mixtas » y los niños que crecen en barrios en dónde
cohabitan los anglófonos y francófonos tienen una ventaja
importante a ese nivel. Los padres anglófonos tienen también
la opción de inscribir a sus hijos en una escuela francesa o de
« inmersión francesa » dentro de una escuela inglesa. Los fran-
cófonos tienen menos posibilidad de elegir – la Ley 101 se
aplica tanto a ellos como a los inmigrantes, cosa que se olvida
a menudo –, pero sin embargo no parecen aprovechar plena-
mente las otras oportunidades disponibles : el jardín de infantes,
la colonia de verano y las actividades extra-escolares que pueden
desarrollarse todas en inglés, más todo el acceso que se tiene a
la televisión, a las bibliotecas y a otros recursos culturales de
lengua inglesa. La sola explicación que veo es la de una fuerte
reticencia a alejarse demasiado de sí mismo. Insisto sobre el
« demasiado » puesto que, como ya lo he dicho en este capítulo,
la identidad quebequense está constituida de equilibrios
frágiles.

Antes de que me reprochen por caer en un psicologismo excesivo


y que me acusen de presentar a los franco-quebequenses como
víctimas de un miedo enfermizo de sí mismos y de los otros,
quiero decir que este estado de eterna ambivalencia – que

Aquí se habla francés  •  101


algunos deploran a nivel político – da lugar a la paradoja de una
identidad a la vez rígida y fluida, volcada hacia el pasado, pero
para ser reinventada en el futuro de manera voluntarista. Es
verdad que los canadienses no son los políglotas que yo había
imaginado antes de irme de Argentina. Los franco-quebequenses
tienen una actitud difícil de entender para los extranjeros en
relación al inglés. Pero estos tabúes y desgarramientos repre-
sentan, sin duda, una parte importante de su riqueza identitaria.
Como otros inmigrantes, no me sorprendo cuando veo que
Quebec es un lugar de notable creatividad y de gran ebullición
cultural, un espacio interesante y cautivante, por momentos
demasiado obsesionado consigo mismo y por momentos con-
vencido de que ya no hay nada sagrado y que toda convención
social puede ser transgredida. Como lo veremos en el próximo
capítulo, Quebec, torturado por sus angustias nacionalistas y por
sus desengaños históricos, no ha saldado sus deudas con el siglo
XIX (que le negó la independencia que todos los otros países del
continente americano pudieron obtener). Por otra parte, Quebec
se encuentra en un estado de permanente impulso hacia adelante,
a tal punto que se puede decir que fue una de las primeras socie-
dades en entrar al siglo XXI : los gustos postmodernos, los valores
ultra-individualistas y el rechazo de las jerarquías se combinan
en un remolino social que, como a otros, me resulta estimulante
y fascinante. En relación a esto último, citaré a mi colega Régine
Robin, quien escribe en el postfacio de la reedición de su libro
La Québécoite, un libro imperdible sobre « la inquietante extra-
ñeza que crea el shock cultural » en Montreal a principios de los
años 1980 :
[La] multiplicidad barroca y postmoderna del Quebec contempo-
ráneo con sus contradicciones, su experimentación permanente, su
apertura, su sueño de lejanía, su irrespetuosidad, sus torpezas, sus
susceptibilidades de « virgen ofendida ». [Su] identidad inhallable
(¡ por suerte !) no es en el fondo otra cosa que un esfuerzo incons-
ciente por encontrarse de manera recurrente « al borde de », « a
punto de », sin cruzar jamás la barrera [...].

102  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Hacia el final del primer capítulo, yo decía que existe, en
el centro del imaginario quebequense, la idea de que Quebec
no está dónde debería estar. Este enunciado conlleva varios
sentidos. Según algunos, Quebec está trabado en su desarrollo
porque no puede materializar plenamente su potencial nortea-
mericano (a nivel de sus resultados económicos, de la promo-
ción del individualismo, etc.) o, al contrario, porque se dejó
norteamericanizar demasiado, sacrificando, de este modo, su
distinción europea o latina (más espiritual y comunitaria). Para
otros, el « déficit » quebequense reside fundamentalmente en
su incapacidad de escapar a la fragilidad identitaria, al senti-
miento de inseguridad colectiva, al estigma de minoría infe-
riorizada. Es evidente que a una mayoría de quebequenses les
importa su legado cultural y luchan por conservarlo pero, al
mismo tiempo, dudan en aseverar una identidad cuyas carac-
terísticas fundamentales fueron históricamente desvalorizadas
y cuya afirmación es percibida, adentro y afuera de la sociedad
quebequense, como un gesto de repliegue (« étnico ») y arcaico
(« irracional »). A los ojos de un extranjero, la fórmula de la
quebecidad aparece como prisionera de un estar « entre dos ».
Ser bilingües, pero no demasiado. Tener un « lado quétain » – lo
que implica la capacidad de no tomarse en serio – pero sólo
confesarlo « entre nosotros ». Reavivar sin cesar la memoria,
pero obstinarse en romper con el pasado. En síntesis, ser uno
mismo, pero distanciándose de lo que uno ha sido y de lo que
uno podría llegar a ser.

Aquí se habla francés  •  103


CAPÍTULO III

LA « CUESTIÓN
NACIONAL » PARA
PRINCIPIANTES

Como todo nacionalismo, el proyecto de soberanía quebequense


busca construir un « nosotros ». ¿ Quién está incluido y quién está
excluido ? En este capítulo, repaso algunos hitos históricos y socio-
lógicos para poder comprender los ejes del debate político en la
provincia francófona.
Hace varios años, un amigo latinoamericano recién llegado
a Quebec me llamó para avisarme que traía una pregunta
importante para hacerme. Cuando nos reunimos, me planteó
sin vueltas su interrogante : « ¿ Qué es todo este asunto de la
“soberanía” ? ». Antes de que yo pudiera abrir la boca, agregó,
con un dejo de ansiedad en su voz : « Leí en los diarios que
Quebec podría separarse de Canadá... ¿ Entendí bien ? ¿ Es
realmente posible ? ». Le contesté que si quería la respuesta
breve, tenía que decirle que sí, que eso es realmente posible.
Por supuesto, eso no era lo que él quería escuchar. Entonces
agregué : « Pero si quieres la respuesta larga, nos tendremos que
sentar, pues vamos a recorrer juntos un par de siglos de his-
toria ». El tono profesoral de mi invitación no lo tranquilizó.
« No quiero que me dictes una lección. Lo que me interesa es
tu opinión para saber si debo inquietarme ». « Bien, lo calmé a
mi amigo, cambiemos el ángulo. Comencemos por los tér-
minos del debate para ver de qué estamos hablando cuando
tratamos de la eventual “soberanía” de Quebec ».

La « cuestión nacional » para principiantes  •  105


Aunque nadie piense en serio que las tensiones políticas
degeneren algún día en una guerra civil, otro tipo de conflicto,
infinitamente más sutil, se ha desencadenado desde ya hace
largo rato en la provincia francófona. Me refiero a la guerra de
los sinónimos. El extranjero que arriba a Quebec descubre de
inmediato que existe una « cuestión nacional » y que ésta divide
profundamente a la ciudadanía, suscitando grandes controver-
sias y expresiones de pasión colectiva (algo inesperadas cuando
se piensa en la apacible imagen de Canadá). Incluso si el inmi-
grante no desea, en modo alguno, inmiscuirse en una discusión
que puede resultarle bastante inaccesible, se da cuenta de que
necesita adquirir herramientas conceptuales básicas para
navegar las aguas agitadas de la política quebequense, al menos
para no dar un paso en falso al conversar con su jefe en la
oficina o con algún vecino con quien se quiere mantener cor-
diales relaciones. Ya sabemos que, de por sí, es inusual que, en
política, se llame a las cosas por su nombre. En Quebec, todo
se complica más aún por lo que pareciera una búsqueda obse-
siva de la palabra justa, no siempre por afán de precisión
semántica sino por conveniencia retórica. En una cultura
marcada por la duda de sí misma y por una eterna ambiva-
lencia, el discurso enunciado en el espacio público es, a la vez,
un medio de comunicación y un espejo en el cual se mira toda
la sociedad. Es como si se creyera en la magia del verbo : nom-
brando a la realidad de cierta manera, apuntamos a transmu-
tarla en lo que pretendemos que ella sea. Así, la elección del
vocabulario no es nunca inocente. Las palabras que pronun-
ciamos nos reconfortan, nos identifican ante los demás, nos
sitúan. Están cargadas de sentido y de historia. Por eso, le sugerí
a mi amigo que nos detuviéramos en algunos de esos términos
particularmente significativos :
Independencia. « Esta sociedad oscila entre dos polos de
atracción : asimilación e independencia. Por la asimilación, ella
se convierte en el otro ; por la independencia, se convierte en
ella misma ». Esta frase del sociólogo e historiador Gilles

106  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Bourque, redactada a fines de los años sesenta, ilustra perfecta-
mente el pensamiento dicotómico que subyace al nacimiento
del nacionalismo quebequense moderno. En 1969, René
Lévesque (quien será Primer Ministro de Quebec en 1976)
vinculaba el « independentismo » quebequense a « la gran ola de
descolonización » de la posguerra. El Frente de Liberación de
Quebec, un movimiento revolucionario armado de los años
setenta, se daba como objetivo « la independencia total de los
quebequenses ». Sin embargo, la palabra « independencia » fue,
desde aquel entonces, gradualmente substituida en el vocabu-
lario político por la de « soberanía » (esta última aparece 76 veces
en el último programa del Partido Quebequense, adoptado en
2011, mientras que « independencia » e « independiente » son
empleados, en total, 14 veces y solamente para referirse a temas
como la independencia energética o la puesta en marcha de
investigaciones independientes). Esta preferencia parece des-
prenderse del sentido afirmativo, más que negativo, del tér-
mino : la independencia supone una ruptura con respecto a
quien uno es dependiente, mientras que la soberanía pone el
énfasis en la capacidad de quien la ejerce como actor libre. Sin
embargo, sus críticos consideran que ese término sirve – deli-
beradamente o no – para tornar más vago (y, por lo tanto,
menos frontal) el proyecto nacionalista. La pregunta extraordi-
nariamente retorcida (con 113 palabras en su versión francesa)
que el gobierno de Lévesque le presentó a la población en 1980,
en el primer referéndum sobre la situación de Quebec, refleja
esa tendencia a eliminar las referencias explícitas a la « indepen-
dencia » y a caminar sobre cáscaras de huevo a nivel retórico :
El Gobierno de Quebec ha hecho conocer su propuesta de llegar,
con el resto de Canadá, a un nuevo convenio basado en el principio
de la igualdad entre los pueblos ; este convenio permitiría a Quebec
adquirir el poder exclusivo de adoptar sus leyes, percibir sus
impuestos y establecer sus relaciones exteriores, lo cual constituye
la soberanía y, al mismo tiempo, mantener con Canadá una aso-
ciación económica que comporte la utilización de la misma

La « cuestión nacional » para principiantes  •  107


moneda ; no se efectuará ningún cambio de estatuto político que
resulte de dichas negociaciones sin el acuerdo de la población en el
marco de otro referéndum ; en consecuencia, ¿ concede usted al
Gobierno de Quebec el mandato de negociar el convenio propuesto
entre Quebec y Canadá ?
Comparémoslo con la pregunta que el Primer Ministro de
Escocia desea plantear a sus conciudadanos en un eventual
referéndum : « ¿ Está usted de acuerdo con que Escocia debería
ser un país independiente ? ».
Soberanía. El movimiento soberanista apunta a convertir a
Quebec en un « Estado soberano ». Al correr de las décadas, los
canadienses franceses se vieron a sí mismos como una raza (« la
Confederación canadiense nació de un pensamiento de alianza
fecunda de dos razas », escribió el célebre intelectual y político
Henri Bourassa en 1915), como un pueblo (« el ser étnico del
Estado quebequense ha sido fijado desde hace largo tiempo »,
decía el cura Lionel Groulx, considerado como el padre espiri-
tual del nacionalismo quebequense, en 1937) y como una
nación (« somos una nación en un país en donde hay dos
naciones », declaró René Lévesque en 1967). Históricamente,
los principales argumentos a favor de la autonomía guberna-
mental de Quebec frente a Canadá han sido la diferencia (la
particularidad de Quebec, francés y católico, versus el resto de
Canadá, inglés y protestante) y la opresión : Lionel Groulx enca-
jaba a los dos en una misma fórmula lógica : « Somos tan dife-
rentes que una legislación común no puede sino volverse, para
Quebec, y en muchos puntos, violentamente opresiva »1.
En dicha perspectiva, el principio de igualdad formal entre
las provincias – en apariencia ecuánime y democrático – impli-
caría, en la práctica, la negación del derecho de los quebe-
quenses a la autodeterminación. Pero, ¿ los quebequenses
forman una nación ? Si la respuesta es « no », sus reclamos son
simplemente inadmisibles. Si la respuesta es, al contrario,
afirmativa, hay varias opciones que pueden vislumbrarse, abar-
cando desde la independencia completa de Quebec – es decir,

108  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


que la provincia se convierta en un país o, como dicen los
politólogos, un Estado-Nación – hasta el pleno reconocimiento
de la « nación quebequense » como un componente funda-
mental de la federación canadiense (lo que hizo, aunque de
modo simbólico, el gobierno conservador de Stephen Harper
en 2006, al proponer la adopción de una moción parlamentaria
que declara que « los quebequenses forman una nación en el
seno de un Canadá unido »). La búsqueda de soluciones polí-
ticas o constitucionales genera notables innovaciones y expe-
rimentaciones lingüísticas. Desde algunos años, por ejemplo,
la idea de convertirse en un « país normal » (lo que daría a
entender que la situación de Quebec, como provincia cana-
diense, es una anomalía, cuando no una aberración) ha ganado
terreno entre los soberanistas, mientras que los federalistas se
han mostrado a veces abiertos a la posibilidad de reconocer a
Quebec como una « sociedad distinta » (es decir, que merecería
un tratamiento diferente, hasta preferencial) en el interior de
Canadá.
Autonomismo. Se trata de la posición atribuida a Maurice
Duplessis, Primer Ministro de Quebec de 1936 a 1939 y de
1944 a 1959. A la cabeza de la Unión Nacional, Duplessis
conjugaba una ideología fuertemente conservadora (y neta-
mente reaccionaria en el plano social y educativo) con una
defensa tenaz de los intereses de su provincia. Esta posición
implica una dimensión de « resistencia » y de « reclamo » con
respecto al gobierno federal, pero no se opone a la pertenencia
de Quebec a Canadá. El autonomismo, caído en descredito
luego del surgimiento del movimiento nacionalista en la década
del sesenta, conoció un revival en 2007 con el formidable
ascenso electoral de la Acción Democrática de Quebec (ADQ).
Su líder, Mario Dumont, promovía el objetivo de « afirmarse
sin separarse ». La Coalición Futuro Quebec (CAQ, por su sigla
en francés), creada en noviembre de 2011 y que absorbió a la
ADQ poco después, adhirió también a la posición autono-
mista. El jefe de la CAQ, François Legault, declaró que él

La « cuestión nacional » para principiantes  •  109


considera esa posición « como sinónimo de nacionalista » sin
por ello llegar a « soberanista »2.
Separatismo. Es la palabra corrientemente utilizada, en su
versión inglesa (separatism), para designar al proyecto sobera-
nista, a menudo en frases con connotación negativa (como en
este título de un artículo del New York Times : « Los inmigrantes
rechazan el separatismo de Quebec »3). En Quebec, el término
no se usa en francés a menos que se quiera mostrar abierta-
mente un antagonismo hacia el nacionalismo quebequense.
Muchos francófonos se acuerdan de las proclamaciones beli-
cosas de Jean Chrétien, Primer Ministro de Canadá, a propó-
sito de los « separatistas », a quienes calificaba de individuos
que trabajan en aras de « la disolución de nuestro país », o sea,
prácticamente traidores a la patria. La palabra « separación »
evoca la figura del divorcio, lo cual permite despolitizar al
litigio mediante metáforas matrimoniales : con claros matices
machistas, se suele poner a Quebec en el papel de la mujer
siempre insatisfecha e insoportablemente quejosa y llorona...
Secesión. Término raro, pero a veces empleado para explicar
la « cuestión nacional » a los extranjeros. No puede evitarse la
alusión a la sangrienta y fratricida Guerra de Secesión que tuvo
lugar en Estados Unidos durante el siglo XIX. Una vez que la
palabra es introducida en la conversación, brotan en seguida
las referencias a la violencia política y a los fanatismos. Con-
trariamente a lo que supone mucha gente de izquierda, no sólo
lo utiliza el campo « anti-popular ». Por ejemplo, el Comité
Internacional de la Cuarta Internacional Socialista usa la
palabra « secesión » para argumentar, en francés, que el « sepa-
ratismo quebequense » es « una trampa para la clase obrera ».

Practiquemos la conjugación :
Yo soy soberanista
Usted es separatista

110  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Él es independentista
Nosotros somos una Nación
Ustedes son una Provincia
¿ Ellos son canadienses de origen francés, franco-quebe-
quenses o quebequenses francófonos ?

Cuando yo era adolescente en Argentina en los años ochenta, se


solía decir en broma que, en los otros lugares del mundo, la gente
se informaba sobre el pronóstico del clima antes de salir a la calle
cada mañana, mientras que, en nuestro país, el dato vital para
empezar el día era la cotización del dólar. En efecto, las fluctua-
ciones intensas y rápidas de la tasa de cambio de nuestra moneda
– junto a la inflación galopante – marcaban a la sociedad a todo
nivel y hacían de cada ciudadano un experto en variables macro-
económicas. En Quebec, encontré un clima político que me lleva
a establecer algunos paralelos con aquella situación argentina.
No existe, claro, el mismo grado de ansiedad colectiva, pero los
índices cuantitativos del « apoyo a la soberanía » constituyen, sin
embargo, el gran termómetro de la temperatura nacionalista :
para algunos, mide la cercanía del apocalipsis separatista y, para
otros, la inminencia del gran día de redención nacional. En
ciertos casos, se asocia el grado de apoyo a la soberanía con el
nivel de « incertidumbre política », visto como un factor de
impacto negativo sobre la actividad económica. Muchos analistas
de la actualidad interpretan las subas y bajas de ese indicador a
la luz de los humores colectivos, del carisma de los líderes del
momento, de los eventos internacionales y hasta de la época del
año (¡ según sea invierno o verano !). Si se observan las tendencias
a largo plazo, se considera que el « apoyo a la soberanía » en la
opinión pública quebequense se mantiene « normalmente » en
alrededor de 40 % a 45 %, pero con caídas y sobresaltos ocasio-
nales. Es evidente que el umbral de 50 % es altamente simbólico
y que el nerviosismo de los « anti » y la exaltación de los « pro »

La « cuestión nacional » para principiantes  •  111


se desencadenan cuando ello ocurre. No obstante, hay que notar
que lo que se mide habitualmente en las encuestas es una pro-
puesta de « soberanía acompañada de una oferta de asociación
con Canadá ». Los encuestadores saben que la elección de las
palabras y la manera de relacionarlas entre sí influyen en los
resultados de sus análisis. Por ejemplo, algunos han probado
emplear variantes en las preguntas y pudieron así constatar que
la idea de “independencia » recibe significativamente menos
apoyos que la de « soberanía » y que esta última opción recibe
aún mayor aceptación cuando se alude al mismo tiempo a la
« certeza » del mantenimiento de un vínculo económico con
Canadá. Asimismo, se ha observado que la misma persona que
adhiere a la soberanía puede, en el mismo cuestionario, res-
ponder favorablemente a la propuesta de un « federalismo reno-
vado » y rechazar la noción de que Quebec es « una provincia
como las otras ». Es decir que una realidad extremadamente
compleja es descripta con ayuda de palabras parecidas – pero no
idénticas – y hasta con frases equívocas. Por eso digo que los
quebequenses no tienen más remedio que convertirse en expertos
de la semántica y peritos del matiz terminológico.
Los sondeos de opinión que intentan esclarecer los senti-
mientos de frustración que impregnan las posturas políticas
de los quebequenses dejan entrever tanto las emociones
compartidas como las ambigüedades del vocabulario que las
expresa. Por un lado, solamente un 24 % de los quebequenses
dice sentirse muy identificado a Canadá, comparativamente
a 70 % de los canadienses que no residen en Quebec. Por otro
lado, una proporción similar de quebequenses (43 %) y de
columbino-británicos (42 %) creen que el régimen federal
acarrea más ventajas que desventajas a sus respectivas provin-
cias. En la Columbia Británica, 81 % de sus residentes
piensan que su provincia no es tratada de manera ecuánime
por el régimen federal, mientras que en Quebec ese nivel de
insatisfacción alcanza al 72 %4. Es obvio que los quebequenses
– y muy especialmente los francófonos – no desbordan de

112  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


amor hacia Canadá y que no se sienten suficientemente res-
petados o influyentes como lo quisieran. Pero su rechazo al
federalismo canadiense no es total y, en lo que concierne a su
hostilidad para con Ottawa, vemos en la comparación con
los columbino-británicos que los quebequenses no son los
únicos en clamar la injusticia ni necesariamente los críticos
más virulentos. ¿ Qué quiere decir entonces « sentirse identi-
ficado » a un país ? ¿ Somos primariamente racionales (sope-
sando las ventajas y las desventajas) o pasionales (amando o
no) cuando nos pronunciamos sobre el apego al país en que
vivimos ? El vínculo que reúne a pueblos diferentes en un
mismo marco estatal ¿ debe depender de los beneficios que
cada uno recolecta o debe asentarse en relaciones emocio-
nales ? Consideremos a los pueblos A y B, que conviven en el
seno del Estado X. Digamos que A es más grande, más rico
y más poderosos que B. Tal vez juzgaremos severamente a B,
si éste trata de conseguir el máximo posible de recursos de X,
sin siquiera demostrar un mínimo de reconocimiento o de
afecto. « ¡ B es un aprovechador ! », dirán algunos, indignados
frente a semejante utilitarismo desvergonzado. Pero otros se
preguntarán : « ¿ por qué decir gracias a A o sentir amor por
X, si B considera que la manera misma de funcionar de X lo
perjudica sistemáticamente y, peor aún, lo mantiene ence-
rrado en una relación perversa ? ». El resultado de esta situa-
ción no puede ser otro que el siguiente : A piensa que B es
ingrato y, además, se siente herido por la negativa de B a
expresar afecto por X (país del cual A está muy orgulloso,
como ejemplo de coexistencia pacífica y armoniosa entre dos
pueblos) ; en cuanto a B, éste se sentirá infantilizado y humi-
llado por los reproches incesantes que A le lanza. Conven-
gamos en que es tan imposible obligar a B a amar a X como
hacerle entender a A que B no amará nunca a un X que lo
sofoca y no lo deja ser lo que quiere ser... ¿ Es la trama de un
teleteatro o un retrato – un poco caricatural – del dilema
quebequense-canadiense ?

La « cuestión nacional » para principiantes  •  113


Existe un libro, hoy un poco olvidado, que brinda al « prin-
cipiante » – a quien dirijo en especial este libro, es decir, al viajero,
al inmigrante o a quien busca las claves de interpretación de la
realidad quebequense y canadiense – la posibilidad de percatarse
del foso que separa a las dos concepciones de la relación entre
anglo-canadienses y franco-quebequenses (obviamente, los pue-
blos A y B respectivamente). El politólogo Philip Resnick escribía
en 1988 varias cartas a un « amigo quebequense » imaginario
para señalarle su desilusión ante el apoyo que dieron los quebe-
quenses al proyecto de tratado de librecambio con Estados
Unidos (que fue finalmente firmado en 1989)5. Resnick se
considera forzado a replantear su posición sobre Quebec, que
hasta entonces, era de « total simpatía por el nacionalismo que-
bequense ». Este intelectual anglófono de la Columbia Británica
– pero originario de Montreal – se sentía « traicionado » : los
progresistas canadienses ingleses habían multiplicado los gestos
de reconocimiento del carácter único de Quebec, y los quebe-
quenses les « daban las gracias » por tal apertura haciendo una
elección política que, según Resnick y mucho otros como él,
pondría en peligro la autonomía de Canadá frente a Estados
Unidos (pues en los años ochenta, la integración económica era
percibida por los canadienses de izquierda como una maniobra
imperialista operada desde Washington). Resnick creía que,
durante las dos décadas precedentes, « amplios segmentos de la
opinión pública del Canadá inglés » habían aprendido a apreciar
y a respetar la presencia francesa como una « característica nece-
saria y deseable de la sociedad canadiense en su conjunto ». No
obstante, se lamenta Resnick, dicha actitud no suscitó la gratitud
o la solidaridad de los quebequenses : « Curiosamente, pienso
que hoy es el Canadá inglés el que hace un llamado de compren-
sión a tu comunidad y que son ustedes quienes, como colecti-
vidad, le tornan la espalda »6.
La respuesta quebequense no se hizo esperar. El politólogo
Daniel Latouche redactó su propia carta « a un amigo cana-
diense », en la cual no oculta su cólera ni su cinismo. El tono es

114  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


incluso sarcástico : « Ustedes nos tienden la mano y aprenden
francés, me dices. ¿ Y qué es lo que te ofrecemos a cambio ?
Ignorancia, desprecio, indiferencia, paternalismo ». Este intelec-
tual se burla de la « benevolencia hacia nosotros » que demuestran
« todos aquellos que el Canadá inglés cuenta como supuesta-
mente aliados de Quebec ». Latouche no ve en los guiños de
aceptación y de compromiso de parte de los federalistas mucho
más que un intento de transformar a su provincia en un « zoo-
lógico idiomático ». No le sirven la « generosidad » ni los « ser-
mones » de los « bienintencionados » anglófonos. Para él, el litigio
es demasiado profundo y no se solucionará a menos de que
ambos lados se aboquen a dirimir el problema de fondo : « la
batalla va a continuar hasta que una u otra de las partes conceda
la victoria. Es una batalla en donde dos memorias se confrontan.
[...] Es obvio que nuestra visión de una sociedad francesa es
completamente diferente de la que ustedes pueden tener y me
temo que, en este tema, la reconciliación es imposible »7.
Aunque las « cartas » de estos dos « amigos » se tiñan de
pasión, hay que reconocer que en el intercambio se proponen
argumentos perfectamente válidos, tanto del lado quebequense
como del lado anglo-canadiense. Entonces uno se pregunta :
¿ por qué no pueden ponerse de acuerdo, más aún si ellos con-
firman su amistad y respeto mutuo ? Como en tantos otros
conflictos, la buena voluntad, el diálogo e incluso la búsqueda
de la verdad histórica no son suficientes para construir un
consenso, ni siquiera para negociar una suerte de pacto de
indiferencia recíproca. La postura de Latouche puede sonar
algo excesiva, pero no por ello hay que descartarla. Las cuatro
últimas décadas son una saga de frustraciones y malentendidos
constantes, enraizados en rencores y animosidades que
remontan a más de dos siglos atrás. Sin la historia, mal se puede
entender el presente. Las referencias del debate resultan enig-
máticas si no se conocen los eventos de los cuales se des-
prenden : « Revolución Tranquila », « Ley 101 », « Sobera-
nía-Asociación », « Repatriación de la Constitución », « Noche

La « cuestión nacional » para principiantes  •  115


de los Largos Cuchillos », « Lago Meech », « Charlottetown »,
« Claridad Referendaria », « Escándalo de los Patrocinios »...
Paso entonces a indicar diez hitos cronológicos que, a mi juicio,
podrán ayudar al « principiante » en su comprensión de los
debates políticos quebeco-canadienses :

1960 – La Revolución Tranquila :


el despertar político de Quebec
La llegada al poder de Jean Lesage, del Partido Liberal, es un
punto de inflexión en la historia de Quebec. La visión conser-
vadora, católica y anclada en el pasado rural que predomina
bajo el gobierno de Maurice Duplessis desde 1936 es reempla-
zado por un gran movimiento industrialista y nacionalista que
transforma radicalmente al conjunto de la sociedad quebe-
quense. Los años sesenta son marcados por la estatización de
la electricidad, la reforma de la educación y la puesta en marcha
de políticas sociales y vastos programas de desarrollo econó-
mico. Aunque los historiadores vacilan en insistir demasiado
en el « mito » de la Revolución Tranquila – pues los procesos
de aceleración socioeconómicos comienzan a desplegarse ya
durante el llamado « Gran Oscurantismo » de Duplessis – este
período representa, para la mayoría de los francófonos, el
nacimiento del Quebec moderno. El slogan electoral de Lesage,
« Amos en Nuestra Casa », se convierte en el emblema del nuevo
nacionalismo que reemplaza a la ideología de la mera
« sobrevivencia ».

1976 – La elección del Partido Quebequense :


el nacionalismo al poder
La liberalización de la sociedad quebequense a nivel econó-
mico, político y cultural da lugar a un cambio sustancial en
materia identitaria : los francófonos de Quebec se ven cada vez
menos como « canadienses franceses » y, crecientemente, como
« quebequenses », afincándose en instituciones públicas que les

116  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


pertenecen y reflejan su proyecto colectivo. El nacionalismo
quebequense se afirma y se radicaliza. En 1967, el periodista y
diputado liberal René Lévesque funda el Movimiento Sobera-
nía-Asociación. Al año siguiente, participa en la creación del
Partido Quebequense y, en 1976, se convierte en Primer
Ministro de la provincia. Sorprendido de su propia victoria,
declara : « Nunca pensé que yo podría sentirme tan orgulloso
de ser quebequense. No somos un pueblo pequeño, somos tal
vez algo parecido a un gran pueblo »8. El Partido Quebequense
tiene como objetivo principal la soberanía de Quebec, pero su
administración se caracteriza por la adopción de medidas pro-
gresistas en materia social.

1977 – La Ley 101 : la revancha del francés


El programa del Partido Quebequense declara que « el idioma
es el factor primario de identidad, la base y la expresión de la
cultura de la nación ». La Carta de la Lengua Francesa lo
impone como único idioma oficial de la provincia – para la
administración pública, los negocios y la educación – y se
convierte en el símbolo de la nueva actitud de los franco-que-
bequenses. Muchos anglófonos monolingües, de por sí alér-
gicos al nacionalismo quebequense, se sienten duramente
afectados por la nueva orientación política y toman la ruta 401
hacia el « exilio » en Toronto, ciudad a la que también se mudan
varias grandes compañías con sede en Montreal. Sin embargo,
también puede verse en la Carta el surgimiento de un nacio-
nalismo « cívico » que, al poner el acento en la integración y la
convergencia en torno a un idioma común, busca minimizar
las ataduras « étnicas » de la identidad quebequense. El impacto
de la Ley 101 en materia de instrucción pública le cambia la
cara a la provincia : « mientras que en 1971-1972, 10,8 % de
los niños de origen étnico no francés o británico asistían a
escuelas francesas, solamente 13 % de los niños nacidos en el
extranjero han sido admitidos a escuelas inglesas entre 1985-
1986 y 1992-1993 »9) A pesar de esos cambios dramáticos,

La « cuestión nacional » para principiantes  •  117


algunos especialistas seguirán considerando que la perduración
del francés en Quebec no está garantizada en el largo plazo.

1980 – El primer referéndum :


los quebequenses dicen NO a la soberanía
El 20 de mayo de 1980, los ciudadanos de Quebec son lla-
mados a las urnas por el gobierno de Lévesque para aprobar
o rechazar un proyecto de « Soberanía-Asociación » : se trata
de un mandato en vistas a redefinir profundamente las rela-
ciones entre Quebec y el Canadá inglés en base a la idea de
« igualdad entre los dos pueblos ». Pierre Elliot Trudeau,
Primer Ministro canadiense, promete una renovación del
federalismo para satisfacer las aspiraciones de los francófonos
pero anuncia, al mismo tiempo, que no negociará con el
gobierno quebequense en caso de un triunfo de los sobera-
nistas. Los indecisos son numerosos y los federalistas centran
su mensaje en la inestabilidad económica que seguiría a una
victoria del « sí » en el referéndum. Al cabo de una campaña
intensa y hasta desgarradora para muchas familias, seis ciu-
dadanos sobre diez responden « no ». Lévesque pronuncia
entonces su famosa frase ante una muchedumbre soberanista :
« Si los comprendo bien, ustedes me están diciendo “hasta la
próxima vez” ». A pesar de la derrota, el Partido Quebequense
es reelegido en 1981.

1982 – La repatriación de la Constitución :


Canadá se reafirma como nación
Trudeau desea concretizar la independencia total de Canadá
con respecto al Reino Unido : la ley constitucional canadiense
se encuentra todavía formalmente en Londres, bajo el amparo
del Parlamento Británico. Trudeau procede entonces a la « repa-
triación » de la Constitución, pero lo hace de manera unilateral,
es decir, sin el acuerdo de las provincias. Ante el hecho, todas
las provincias, menos Quebec, brindan su apoyo a una nueva

118  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


ley suprema a la que se adjunta una Carta de Derechos y Liber-
tades. La expresión « Noche de los Largos Cuchillos » refiere a
la imagen de un complot del gobierno federal y de las nueve
provincias de habla inglesa contra Quebec : durante la noche
del 4 al 5 de noviembre de 1981, los jefes provinciales – con
excepción de René Lévesque – pactan sobre una reforma que
proclama el « multiculturalismo » como valor canadiense fun-
damental y reduce los poderes de Quebec en materia de idioma
y educación. La repatriación de la Constitución posee una
dimensión simbólica clave : para los anglo-canadienses, se trata
de un momento fundacional de su nacionalidad ; al extremo
opuesto, la mayoría de los quebequenses la consideran una
maniobra política que apuntó deliberadamente a disminuir su
peso dentro del país (sumergiéndolos en una « comunidad de
comunidades », en una cultura más entre todas las otras que
forman el « multiculturalismo ») y a contrarrestar sus actos de
reafirmación nacional (restringiendo el biculturalismo histórico
de Canadá a un mero bilingüismo oficial). Quebec nunca
ratificó la Constitución de 1982, aunque se encuentre formal-
mente bajo su jurisdicción (según lo ha establecido la Corte
Suprema). Para muchos quebequenses de ascendencia cana-
diense-francesa, desde aquel momento, el modelo « multicul-
turalista » se halla íntimamente asociado a esa experiencia de
marginalización por parte del Canadá inglés.

1987 – El Acuerdo del Lago Meech :


la búsqueda de un compromiso
El gobierno federal, bajo el liderazgo del conservador Brian
Mulroney, se aboca a reintegrar a Quebec a la « familia cana-
diense », negociando con los primeros ministros provinciales
una reforma constitucional que ofrecería a Quebec una serie
de derechos particulares. Por ejemplo, un privilegio de veto
sobre ciertas enmiendas de la Constitución, la plena jurisdic-
ción sobre la inmigración en su territorio y la garantía de poder
recomendar el nombramiento de tres jueces de la Corte

La « cuestión nacional » para principiantes  •  119


Suprema de Canadá. El Acuerdo debe ser ratificado unánime-
mente por todos los parlamentos provinciales tres años después
de su adopción inicial, lo cual parece en principio asegurado.
Inesperadamente, un solo diputado bloquea las deliberaciones
en el Parlamento de Manitoba y el plazo expira, anulando todo
el proceso. Sin embargo, ese gesto espectacular expresa un
malestar que se generaliza, pues la ciudadanía canadiense no
se muestra favorable al resultado de las negociaciones. Los
quebequenses sienten así que sus mínimas reivindicaciones son
rechazadas por el resto del país. El Primer Ministro de Quebec,
Robert Bourassa, se dice profundamente decepcionado :
« Hemos manifestado claramente los reclamos de Quebec [...] ;
el Canadá inglés debe entender de manera clara que, más allá
de lo que se diga o de lo que se haga, Quebec es, hoy y para
siempre, una sociedad distinta, libre y capaz de asumir su des-
tino y su desarrollo ».

1990 – Creación del Bloque Quebequense :


la alienación de Quebec
Ante el fracaso del Acuerdo del Lago Meech, un grupo de
diputados conservadores de Quebec se aleja de Mulroney y
forma, bajo el liderazgo de Lucien Bouchard (que será elegido
Primer Ministro de Quebec en 1996), una coalición parlamen-
taria para promover el proyecto soberanista en Ottawa. Crean
el Bloque Quebequense y, en 1993, este nuevo partido gana la
mayoría de sufragios en 54 distritos electorales de la provincia
y adquiere el papel de Oposición Oficial en el Parlamento, un
aparente contrasentido (pues en el sistema parlamentario de
raíz británica, se la denomina « Oposición Leal a su Majestad »).
A pesar de los altibajos, se mantiene como la primera prefe-
rencia de los franco-quebequenses por casi dos décadas, indi-
cando un persistente sentimiento protestatario. A lo largo de
los años, se plantea la cuestión de la relevancia del Bloque
Quebequense, signado por la paradoja de ser un « partido
federal anti-federalista ». Algunos critican incluso que dicho

120  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


partido soberanista sea « subsidiado por el país del que se
quieren ir »10. Desgastado, el Bloque Quebequense sufrirá una
fuerte derrota electoral en 2011.

1995 – El segundo referéndum :


Quebec en el umbral de la soberanía
Otra serie de negociaciones fracasa en 1992, cuando los
anglo-canadienses y los quebequenses rechazan por sufragio
popular el Acuerdo de Charlottetown (que retoma ciertos
elementos del Acuerdo del Lago Meech). Ante este nuevo
impasse, los quebequenses son convocados por un gobierno
del Partido Quebequense a pronunciarse sobre la soberanía.
Esta vez, emerge una sociedad netamente dividida : las dos
opciones reciben casi la misma cantidad de apoyos (sobre un
total de casi cinco millones de electores, con una tasa de
participación de 93,5 %). El « no » gana por a apenas 54.288
votos (los dos campos se acusan mutuamente de haber hecho
trampa : hay grupos federalistas que efectúan gastos electo-
rales ilegales y hay escrutadores independentistas que inva-
lidan un número injustificado de boletas de voto11). Entre los
francófonos, el « sí » recolecta aproximadamente 60 % de los
sufragios, mientras que los no francófonos se expresan masi-
vamente contra la soberanía. Dicho resultado suscita en
algunos ambientes nacionalistas la sensación de que los
« étnicos » son los responsables de haber bloqueado el camino
hacia un Quebec independiente.

2000 – La Ley sobre la « Claridad Referendaria » :


el gobierno federal contraataca
Apoyándose en una sentencia de la Corte Suprema de Justicia,
el Parlamento canadiense, dominado por el Partido Liberal,
promulga una ley que admite el derecho de toda provincia a
retirarse de la federación, pero solamente « si la pregunta [per-
mite] a la población de la Provincia declarar claramente si

La « cuestión nacional » para principiantes  •  121


quiere o no que ésta cese de formar parte de Canadá » y con la
condición de que « una mayoría clara de la población de esta
Provincia [haya] declarado claramente » esa intención. La opi-
nión pública quebequense reacciona negativamente a lo que
percibe como una limitación a su poder de autodeterminación.
Stéphane Dion, el Ministro de Asuntos Intergubernamentales
de Canadá que elaboró la ley, resume la posición del gobierno
liberal frente al nacionalismo quebequense : el gobierno de
Quebec « no posee el poder constitucional ni el derecho, en
Derecho Internacional, de efectuar unilateralmente la inde-
pendencia ». Irónicamente, el hecho de pautar el camino hacia
la independencia (con la obligación de formular una pregunta
clara, de obtener una mayoría clara y de negociar la separación
con el resto de Canadá) es un reconocimiento inédito de la
legitimidad democrática de las aspiraciones soberanistas de los
quebequenses.

2004 – El « Escándalo de los Patrocinios » :


¿ está todo permitido ?
Gracias a revelaciones periodísticas, el público se entera de que
un programa federal de promoción de la identidad canadiense
distribuyó, entre 1997 y 2003, de 200 a 300 millones de
dólares a diferentes agencias de publicidad cercanas al gobierno,
con el fin de acentuar la visibilidad de los símbolos de Canadá
en Quebec. Una parte significativa de los fondos fue desviada
ilícitamente hacia un sistema de corrupción institucional rara-
mente visto en el país. Pero lo que más indigna a los quebe-
quenses es el cariz solapado y poco ético de la estrategia que
Ottawa adopta para combatir al proyecto soberanista. A ello
se agrega el insulto de saber que parte de la opinión pública
anglo-canadienses está de acuerdo con el diputado liberal que
declara que el escándalo de los patrocinios « es un asunto de
Quebec ». « Supongo, dice, que es así como se hace política en
Quebec »12.

122  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


2006 – Los conservadores en Ottawa :
gobernar sin Quebec
Stephen Harper, un político proveniente del ala derecha del
conservadurismo del Oeste canadiense, asume como Primer
Ministro de Canadá en 2006. A la cabeza de un gobierno
« minoritario » (sin mayoría absoluta en el Parlamento), Harper
ejecuta un giro sustancial en la agenda pública (con una visión
pro-mercado en materia económica y conservadora en materia
social), así como en el área de la política exterior (alineamiento
con Estados Unidos, apoyo incondicional a Israel, firma de un
tratado de libre comercio con Colombia a pesar de las viola-
ciones de derechos humanos en ese país, rechazo del Protocolo
de Kioto, etc.). Sus posiciones son generalmente impopulares
en Quebec, aunque logra conseguir algunos apoyos en sectores
francófonos (con valores tradicionales y desconfiados del « mul-
ticulturalismo »). Harper propone una moción parlamentaria
de reconocimiento formal (sin ningún efecto concreto) de la
« nación quebequense » en 2006 y trata de acercarse a los fran-
cófonos (por ejemplo, comenzando todos sus discursos públicos
en idioma francés). Sin embargo, los quebequenses votan
masivamente por el Bloque Quebequense en las elecciones
federales de 2008 (solamente diez diputados conservadores son
elegidos en toda la provincia). Finalmente, en 2011, el Partido
Conservador, con Harper a la cabeza, obtiene la mayoría par-
lamentaria, pero el aporte de Quebec es mínimo (5 diputados
sobre 166). Sorpresivamente, los quebequenses abandonan al
Bloque Quebequense y se vuelcan al Nuevo Partido Democrá-
tico (NPD, de centro-izquierda), llevando a esa formación a
constituir la nueva Oposición Oficial en Ottawa. Puesto que
el NPD tiene pocas chances de alcanzar el gobierno en un
futuro cercano, se comprende que los quebequenses optan, de
nuevo, por un voto esencialmente protestatario.
Estos hitos no brindan más que una vista muy general y
superficial de las discordias « constitucionales » que subyacen a
las relaciones entre Quebec y el resto de Canadá. El término

La « cuestión nacional » para principiantes  •  123


« constitucional » remite, por supuesto, al problema de la cons-
titución política que regula al sistema federal, pero su raíz
etimológica puede también evocar la idea de una dificultad
constitutiva en el sentido de un mal existencial. El sociólogo
Gérard Bergeron escribía esto hace más de cuarenta años : « La
crisis constitucional canadiense no es sólo una crisis de régimen,
es la crisis de toda una sociedad política que se está pregun-
tando lo que es, lo que hace en determinado lugar del planeta
y en determinado momento de la historia »13.
No puedo concluir esta revisión terminológica de la « cues-
tión nacional » sin introducir dos expresiones corrientes y
esclarecedoras sobre la manera en que el nacionalismo quebe-
quense se presenta : de un lado, están lo « soberanistas puros y
duros », para quienes la independencia es la respuesta a todas
las deficiencias de la sociedad y (casi) todos los medios (legales)
son aceptables para alcanzarla ; del otro, se encuentran los
« soberanistas blandos », o sea, los que constituyen el gran
reservorio de la proverbial ambigüedad y de cierto inmovilismo
político de Quebec. De hecho, el historiador Jocelyn Létour-
neau discierne en ese culto a la ambivalencia cultural y a la
prudencia política – lo que los críticos calificarían de « indo-
lencia » – el hilo conductor de la historia de los quebequenses
y de su relación con el resto de Canadá : « Al contrario de lo
que muchos querrían, es a veces en lo equívoco de sus vínculos
múltiples con el Otro, visto como un alter ego, que se define,
hoy como ayer, el deseo de ser de los quebequenses y que se
expresa su intencionalidad nacional »14.
En tono humorístico, Jean Dion, columnista en el diario
Le Devoir, asume en la primera persona el discurso « soberanista
blando », típico del quebequense medio : « Depende de las
semanas. A veces soy favorable a una soberanía con asociación,
a veces me inclino del lado del federalismo renovado con
sociedad distinta, a veces un poco las dos cosas, y a veces pienso
que habría que seguir molestando y exasperando a todo el
mundo durante siglos, aunque más no sea para divertirse »15.

124  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Los relatos ideológicos
Haga el test de su quebecidad (otórguese 1, 2 o 3 según el
número de la respuesta elegida) :

¿ Cuál de estas expresiones describe mejor a la colectividad


quebequense ?
1) La población de Quebec.
2) La sociedad quebequense.
3) El pueblo quebequense.

Quebec...
1) es constitucionalmente una provincia como las otras.
2) posee una personalidad única, con los derechos y responsabili-
dades que se desprenden de ello.
3) es una Nación sin Estado.

Cuando se dice « Nosotros, los quebequenses »...


1) usted se siente siempre excluido.
2) depende de quién lo dice.
3) usted se siente siempre incluido.

Este pequeño test (que reviste, por supuesto, el mismo grado de


cientificidad que el de quétaine del capítulo anterior) sirve para
ilustrar cómo, en el discurso político, nuestras preferencias
semánticas son orientadas por códigos ideológicos. Si usted ha
obtenido 8 o 9 puntos, usted forma parte probablemente del
49,4 % de la población de la provincia que votó o votaría « sí »
en el referéndum de 1995 (« ¿ Acepta usted que Quebec sea
soberano, luego de haber ofrecido formalmente a Canadá una
nueva asociación económica y política, en el marco del Proyecto
de Ley sobre el Futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12
de junio de 1995 ? ») y usted estaría dispuesto a votar « sí » en el
caso de que, la próxima vez, la pregunta fuera directa y concisa :

La « cuestión nacional » para principiantes  •  125


« ¿ Desea usted que Quebec deje de formar parte de Canadá para
convertirse en un Estado independiente ? »16. Asimismo, usted
cree que Ottawa ha probablemente « robado el referéndum » por
medio de gastos de campaña electoral ilegítimos y otras trampas.
Por supuesto, usted no emplea nunca las palabras « secesión » o
« separatismo » para referirse a la cuestión nacional. Si usted
obtuvo entre 5 y 7 puntos, probablemente forma parte de aque-
llos que desean, como el humorista Yvon Deschamps lo expresó
en su célebre frase, « un Quebec independiente en un Canadá
unido ». Es decir, usted es un soberanista « blando ». Si usted no
ha obtenido más que 3 o 4 puntos, usted probablemente forma
parte del 50,6 % que votó o votaría « no » y que votará siempre
« no », y tal vez pensará en irse de la provincia si algún día los
« separatistas » triunfan.
Nuestras decisiones (en este pseudo-test o en la urna)
derivan de lo que llamo las tres « i » de la subjetividad política :
nuestras ideas (nuestras creencias y convicciones, etc.), nuestros
intereses (lo que nos aventaja como individuos o grupos) y
nuestra identidad (nuestra pertenencia, nuestros orígenes, etc.).
Las tres « i » están, por supuesto, íntimamente relacionadas
entre ellas, pero tendemos a creer que coinciden estrictamente
por las « buenas razones » (lógicas, éticas...) y no por nuestra
voluntad de verlas coincidir para sentirnos coherentes. Para
decirlo sin ambages, el individuo suele considerar que la opción
que favorece a su grupo es, objetivamente, la más « verdadera »
o, moralmente, la más « justa » (y que la opción que lo desfa-
vorece es, a la inversa, falsa e injusta). No estoy proponiendo
una lectura completamente cínica de las motivaciones humanas,
pero es necesario recordar que hasta nuestros gestos altruistas
(por ejemplo, hacer donaciones caritativas o reciclar para pro-
teger al medio ambiente) son, en parte, el resultado de normas
sociales que nos han sido inculcadas. Se trata, quizás, de la
evidencia sociológica más difícil de aceptar, pues todos nos
aferramos a la ilusión de que somos autónomos en nuestros
pensamientos y actos.

126  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


En todo debate de sociedad, es posible distinguir al menos
dos « relatos ideológicos » opuestos, es decir, dos maneras de
explicar por qué estamos en donde estamos y lo que deberíamos
hacer para salir adelante y progresar. Se trata de dos visiones
de conjunto que se afrontan, dos hilos conductores divergentes
que permiten relacionar las vivencias de los individuos – sus
percepciones, sus emociones, sus experiencias – con los pro-
cesos colectivos. Aunque no sea necesariamente planteado
como un cuento o una leyenda, el relato ideológico moviliza
esencialmente los mismos elementos « narrativos » : héroes,
enemigos y mártires, el recuerdo de victorias y derrotas, de
traiciones y de crisis, la nostalgia de un paraíso perdido, el
sueño de un futuro utópico, etc. Esos elementos se organizan
en una composición que se puede calificar de « mítica » o « ima-
ginaria », pero no en el sentido de erróneo o falaz : la fe religiosa,
el amor a la patria, la ética humanista y el dogma revolucionario
son también « relatos » que interiorizamos.
A nadie le gusta que le digan que « transmite una ideo-
logía » y que sus pensamientos están dictados y enmarcados
por algo exterior a su voluntad y conciencia. No es mi inten-
ción negar nuestra capacidad de reflexionar y de decidir
libremente. Pero sería demasiado ingenuo creer que no
estamos hondamente influenciados por nuestro entorno. Las
ciencias sociales han demostrado, desde hace tiempo, el peso
determinante del contexto (la familia, las amistades, los
vecinos, los colegas), de los mensajes de los medios de masa
(la propaganda, la publicidad, la prensa) y de las instituciones
(la ley y el sistema judicial, la escuela, etc.) sobre nuestras
opiniones y nuestras preferencias. No hago alusión al pro-
blema de las « cortinas de humo » o de las « manipulaciones »
que abundan en la escena pública – un problema real e
importante – sino al efecto estructurador que tienen esas
determinaciones sobre nuestra manera de argumentar y jus-
tificar nuestras elecciones éticas y políticas. Desde hace
algunos años, se ha desarrollado todo un sector de la psico-

La « cuestión nacional » para principiantes  •  127


logía experimental que se ocupa del análisis de la correlación
entre opciones políticas, valores, gustos y rasgos de la perso-
nalidad. Ya se sabía que, a menudo en forma involuntaria,
nuestras percepciones de la gente que nos rodea están colo-
readas por juicios instantáneos que aplicamos en función de
su apariencia física, así como por las cualidades que inferimos
de ésta. Ha sido demostrado estadísticamente que los niños
más « encantadores » tienen mayores chances de ser conside-
rados inteligentes por sus educadores, que los jurados son
menos severos con los acusados que tienen un aspecto
« común » (o sea, menos « llamativo »), que las personas de
mayor estatura ganan mejores salarios, que tenemos tendencia
a confiar más en un desconocido cuando existe una proxi-
midad étnica visible, etc. Es obvio que nuestras posiciones
políticas pueden ser afectadas por ese tipo de mecanismos.
De allí que estemos predispuestos a votar por alguien que se
nos parece – alguien que es visto como « normal » – o que
encarna nuestros ideales de belleza, de éxito, de energía, etc.
Pero la ciencia cognitiva ha dado un paso suplementario en
este terreno al aislar los factores psicosociológicos que per-
miten predecir un voto por la izquierda o la derecha ; por
ejemplo, el nivel de tolerancia al riesgo o a la incertidumbre
de un individuo puede explicar en parte su identificación a
un partido más progresista o más conservador17. No cito estos
estudios para aseverar nuestra total dependencia a la psiquis
inconsciente, sino para poner de relieve nuestro poderoso
deseo de coherencia entre el mundo interior (nuestra bio-
grafía, nuestras convicciones, nuestros sueños y nuestros
temores) y el medio social. Esto se aplica, claro, a nuestra
comprensión del pasado y del presente. En esta perspectiva,
no diré que un nacionalista quebequense decide votar por la
independencia de Quebec en razón de las humillaciones
sufridas desde la Conquista (de Nueva Francia por los britá-
nicos en 1760), sino que, inversamente, esas humillaciones
lo afectan en razón de su inclinación nacionalista. ¿ Da lo

128  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


mismo decirlo de un modo o del otro ? En el campo de la
subjetividad, la idea misma de una relación causal es dudosa.
Sin embargo, la distinción que acabo de formular es funda-
mental si se quiere entender la real envergadura del conflicto
ideológico en torno a la « cuestión nacional » de Quebec. Los
soberanistas « puros y duros » pintan un retrato enteramente
nefasto del federalismo ; los anti-soberanistas extremos pre-
sentan al nacionalismo quebequense como una suerte de
abominación. A los ojos del observador externo, las interpre-
taciones de la realidad de unos y otros parecen tan antitéticas
y exageradas que se llega, a veces, a dudar de la buena fe o del
juicio lógico de los militantes de ambos bandos. Pero fuera
de los casos marginales, los quebequenses con los que el
inmigrante o el visitante se encuentra cotidianamente le
parecen razonables y moderados. No obstante, cuando se
aborda el tema de la soberanía, esos mismos quebequenses se
suelen declarar netamente « por » o « contra » y su lectura de
los hechos (incluyendo a los « datos objetivos » como la esta-
dística del uso del idioma francés en Montreal) tiende a
desprenderse de su postura de un lado o del otro del debate
político. Los relatos ideológicos les ofrecen la posibilidad de
racionalizar y de « fundamentar » lo acertado de sus argu-
mentos, y los conforma con una visión coherente del mundo
(de su mundo). ¿ Cómo explicar sino la existencia de dos
visiones diametralmente opuestas – si una es verdadera y
justa, la otra es necesariamente falsa e injusta – a las cuales
individuos igualmente inteligentes e informados adhieren ?
A fin de elaborar mi tesis, le propongo al lector el método
siguiente : comencemos por la versión radical que plantea cada
campo. Cuando digo « radical » no me refiero a posturas mar-
ginales que serían adoptadas solamente por grupúsculos « extre-
mistas ». Al contrario, éstas forman parte del discurso aceptado
y aceptable en la escena pública, incluso si se las puede consi-
derar « controvertidas ». Tomemos el ejemplo del Libro Negro
del Canadá Inglés, la trilogía de Norman Lester, publicada entre

La « cuestión nacional » para principiantes  •  129


2001 y 2003 y vendida a casi cien mil ejemplares. El autor,
ex-periodista de Radio Canada (organismo público que lo
cesanteó apenas salió el primer tomo), se presenta como « una
réplica a la denigración sistemática a la cual se aboca la prensa
del Canadá inglés con respecto a Quebec » y consiste, según
Lester, en « un sobrevuelo de la historia de Canadá [que] hace
el inventario de las injusticias, prácticas discriminatorias, expre-
siones racistas y de odio, incitaciones a la violencia y maniobras
infames de políticos, de periodistas y de intelectuales anglo-ca-
nadienses contra los canadienses franceses, los indios, los
japoneses y los judíos ». El autor denuncia « la soberbia y el
fariseísmo con los que el Canadá inglés expone su buena con-
ciencia sin límite »18 y afirma de los canadienses ingleses « que
ellos nos desprecian y nos detestan por lo que somos. Nos
insultan y difunden mentiras y calumnias sobre nosotros desde
hace más de doscientos años. Y cada vez que nosotros tratamos
de poner fin a su arrogante dominación, ellos pasan a las ame-
nazas y a las intimidaciones »19. Si bien el carácter panfletario
de la obra es evidente, la Federación Profesional de los Perio-
distas de Quebec reaccionó a la expulsión de Lester por parte
de Radio Canada publicando un comunicado en el que se
defiende a este periodista que « enuncia un cierto número de
otros hechos históricos » y cuyo libro « no representa un men-
saje político partidario »20.
Tornémonos ahora hacia la « prensa del Canadá inglés » que
Lester acusa con tanta vehemencia. Usaré como ejemplo una
nota del diario de centro-derecha The National Post (con un
tiraje promedio de un cuarto de millón de ejemplares). El título
del texto de opinión lo decía todo : « La ascensión de Quebe-
kistán ». La columnista Barbara Kay escribía que, en el marco
de una manifestación contra la Guerra del Líbano de 2006 que
tuvo lugar en Montreal, se podía observar algunas banderas de
Hezbolá y que, según ella, el ambiente era violentamente
« anti-Israel ». Kay señalaba también que Gilles Duceppe, líder
del Bloque Quebequense, Denis Coderre, diputado liberal, y

130  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


André Boisclair, líder del Partido Quebequense, participaron
en la manifestación y que, en sus respectivos discursos, ninguno
condenó al terrorismo ni reconoció el derecho de Israel a
defenderse. Esta situación se explicaría por la « simpatía cultural
e histórica de la Francofonía hacia los países árabes » y por el
« anti-americanismo de ideas » de las clases dirigentes quebe-
quenses, así como por la « espesa veta de antisemitismo que ha
teñido al discurso intelectual de Quebec a lo largo de su his-
toria ». La conclusión parecería caerse de su propio peso : un
Quebec independiente podría convertirse en una tierra fértil
para el fundamentalismo islámico. No cabe duda de que se
trata de un texto particularmente agresivo (de hecho, suscitó
una queja formal ante el Consejo de Prensa de Quebec),
incluso en relación al habitual tono provocador de las columnas
del National Post. Sin embargo, el Director del cotidiano,
Jonathan Key, « no ve en la nota de su periodista la más mínima
razón de disculparse »21.
Los relatos ideológicos distinguen usualmente a las « élites »
del « pueblo » : son los políticos, los periodistas y los intelec-
tuales – del otro bando – los que, por ejemplo, demuestran
intolerancia, no la « gente común ». Pero ese alegato esconde a
penas el implícito que concibe a los « otros » como un grupo
homogéneo y cerrado sobre sí mismo. Las dos perspectivas
presentan « hechos históricos » y acusan al antagonista de hipo-
cresía y de « doble discurso ». Los estereotipos juegan un papel
central en esta dinámica lamentablemente muy previsible. La
columnista del National Post sugiere que los francófonos de
Quebec son antisemitas, lo cual genera inmediatamente un
rechazo : « ¡ Otra vez nos vienen con esa típica mentalidad anti-
Quebec ! », refunfuñan los quebequenses. En efecto, no es la
primera vez que los quebequenses son objeto de generaliza-
ciones de esta índole. Pero ciertas respuestas son, no obstante,
sorprendentes. El editorialista del diario Le Devoir, Jean-Robert
Sansfaçon, aprovecha para indicar que Barbara Key hace « su
contribución a organizaciones culturales de la comunidad

La « cuestión nacional » para principiantes  •  131


judía, a la cual ella pertenece » (mi subrayado), lo cual aparen-
temente explicaría, al menos en parte, sus posiciones (así como
su papel activo en la campaña del « no » en el referéndum de
1995)22. Don Macpherson, columnista del diario The Montreal
Gazette, se pregunta, a su vez, por qué Sansfaçon decidió aclarar
que Kay es judía23. Macpherson da a entender que el editoria-
lista de Le Devoir busca descalificarla en razón de su « perte-
nencia » religiosa. Es evidente que, luego de tales intercambios,
cada punto de vista será validado desde los prejuicios que se
tengan. Se podrá fácilmente integrar esas « informaciones » en
uno u otro de los relatos para confirmar la intolerancia y la
mala fe del adversario. Los derrapes son así prácticamente
inevitables. Le Devoir publica un texto en el que se lee lo
siguiente : « Para exponer sus posiciones, la comunidad judía
debe hacer un esfuerzo para manifestarse en francés ante los
quebequenses. Después de todo, ella lo logra muy bien en inglés
con los canadienses » (mi subrayado)24. Este comentario alude,
claramente aunque de modo implícito, a la « influencia » de los
judíos, un tema recurrente en ciertos círculos nacionalistas.
Macpherson ve en ese tipo de discurso cierta ratificación de lo
que sostenía Mordecai Richler. Este escritor había generado
una inmensa controversia con su libro Oh Canada ! Oh Quebec !
en el cual afirmaba, entre otras cosas, que los franco-quebe-
quenses eran históricamente más antisemitas que los cana-
dienses ingleses. Para mucha gente, Richler es aún hoy, fallecido
hace varios años, la figura emblemática de la mentalidad « anti-
Quebec » (volveré al caso de Richler en el próximo capítulo).
Ahora bien, ¿ cuáles son las principales características de ese
discurso anti-Quebec ? Ya he brindado algunos indicios en el
primer capítulo. Los quebequenses « de cepa » heredan los
rasgos negativos asociados al mundo rural (unidos entre ellos,
tercos, aferrados al pasado), a la personalidad latina (parsi-
monia, poca ética de trabajo, sujetado a la familia) y, encima
de todo, los vicios atribuidos a la cultura francesa (estatismo,
decadencia moral, charlatanismo). En el contexto geopolítico

132  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


actual, son vistos como antiamericanos, pro-árabes y anti-ca-
pitalistas. Frente a la matriz norteamericana, su sociedad cons-
tituiría un bolsón « tercer-mundista », una « república bana-
nera » : infraestructuras deficientes, trabajadores incompetentes,
etc. Es bastante común, desdichadamente, que una cultura
minoritaria atraiga toda suerte de juicios negativos, hasta con-
tradictorios (los quebequenses serían, simultáneamente, faná-
ticos y laxistas), pero siempre degradantes. Es raro escuchar
palabras abiertamente discriminatorias, pero este tipo de per-
cepciones pululan en una parte significativa de la población
anglo-canadiense. Josée Legault se pregunta, a propósito del
artículo sobre el « Quebekistán », si las ideas de Kay no « con-
firman prejuicios que ya existen »25. La opinión insólita e
insultante de otra columnista de Toronto sobre la « pureza
racial » de los franco-quebequenses llevó a Legault a sugerir que
la dirección editorial de otro cotidiano canadiense, The Globe
and Mail, sería « francófobo »26. El lector no se sorprenderá al
enterarse de que, en efecto, la idea de que los quebequenses de
habla francesa serían más intolerantes hacia las minorías que
los otros canadienses circula frecuentemente – y más libre-
mente – en internet. Un quebequense escribía lo siguiente al
reaccionar a varios mensajes enviados a un foro de discusión
sobre la inmigración : « Ciertamente, se ha hecho aceptable en
este sitio despreciar a los quebequenses, acusándolos de ser
profundamente (¿ por herencia, quizás ?) incultos, ingratos,
groseros, incompetentes, una tara para Canadá, un lastre eco-
nómico con un sistema de educación deficiente, xenófobos,
cerrados y racistas »27.
¿ Podemos entonces sorprendernos del éxito de librería de
la trilogía de Lester, que revierte esas acusaciones contra los
canadienses ingleses ? Los franco-quebequenses, con motivo de
su posición culturalmente subordinada y del desafío que plan-
tean a esa relación desigualitaria, deben defenderse constante-
mente contra las insinuaciones y los sobreentendidos relativos
a sus supuestos defectos congénitos. La cultura anglosajona es

La « cuestión nacional » para principiantes  •  133


tan robusta en Canadá, en Norteamérica y en el mundo entero
que poca gente siente la necesidad de movilizarse para combatir
los prejuicios – a menudo injustos – que se le dirigen : arro-
gante, predadora, egoísta, frívola, etc. Pero por más simpatía
que le tengamos al David quebequense que resiste frente al
Goliath canadiense inglés, no hay que olvidar que ese David
necesita – tal vez más que Goliath – un relato que le permita
proclamar sus derechos, arengar a sus seguidores y fustigar al
adversario. Como lo señalé antes, la narración organiza los
elementos subjetivos y objetivos en una « historia », simple de
contar y de entender. Claro que la Historia – con mayúscula
– estará integrada dentro de tal operación ideológica. Espero
que mis colegas historiadores me perdonen si me atrevo a
ilustrar el fenómeno al que refiero relatando muy brevemente
algunos puntos históricos claves de la relación entre el Canadá
inglés y el Quebec francófono. No creo decir nada falso ni
erróneo en las dos versiones que he armado, inspirándome
libremente de varias fuentes cuya seriedad académica nadie
cuestiona. Sin embargo, come se puede ver, ambas versiones
se contradicen :

La « Cesión » de Nueva Francia a Gran La « Conquista » de Nueva


Bretaña en 1760 fue el resultado de Francia, consumada por la batalla
largas guerras inter-imperiales del siglo de los Llanos de Abraham en
XVIII. La colonia francesa de Quebec 1759, constituyó el primer epi-
estaba poco poblada, escasamente sodio de un largo proceso de
desarrollada y pobremente defendida subordinación de la población
por la metrópolis. Es difícil imaginar canadiense francesa a la domina-
la posibilidad de otra salida que la ción británica y, más tarde, cana-
derrota militar y la integración del diense inglesa. La colonia francesa
territorio al Imperio Británico, lo cual de Quebec ya llevaba dos siglos de
fue realizado por el Tratado de París de existencia en aquel territorio y su
1763. anexión por parte de Gran Bre-
taña produjo una gran desestruc-
turación de la vida de esa
comunidad.

134  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


El Acta de Quebec de 1774 fue un gesto El Acta de Quebec fue un gesto
sabio y generoso – así como excepcional estratégico que apuntaba a suscitar
en ese contexto histórico – de reconoci- la lealtad de las élites francopar-
miento por el vencedor de los derechos lantes – los terratenientes y el clero
colectivos de los vencidos (sobre todo en – hacia la Corona a fin de consolidar
materia idiomática y confesional), gra- su autoridad sobre los colonos y
cias al cual la comunidad canadiense obtener su apoyo frente a los ejér-
francesa pudo conservar su carácter par- citos independentistas de Estados
ticular en el seno de la Confederación, Unidos. Las concesiones fueron
mayoritariamente anglosajona y protes- coyunturales, pues el objetivo real
tante, establecida en 1867. La Constitu- de los británicos era empujar al
ción de Canadá consagró la autonomía pueblo canadiense francés a la asi-
provincial, lo que permitió a Quebec milación. El reconocimiento parcial
preservar su lengua y religión. La Carta y, en última instancia, ineficaz de
de Derechos y Libertades de 1982 con- ciertos derechos colectivos de los
firmó la condición del francés como francófonos por parte de las leyes
idioma oficial de Canadá al mismo nivel constitucionales de Canadá deriva
que el inglés. del modelo de « protectorado » (se
otorga autonomía limitada a cambio
de obediencia).

Quebec se mantuvo mucho tiempo Quebec funcionó por un largo


como una sociedad tradicionalista, tiempo en modo de « supervi-
cerrada y sometida al dominio de la vencia » en un contexto que le era
Iglesia Católica. Notoriamente más excepcionalmente hostil. Sus pro-
pobre y menos liberal que las otras pias élites políticas y religiosas
grandes provincias canadienses, pudo contribuyeron a mantener el
progresar gracias al impulso industria- status quo que beneficiaba a los
lista de las élites angloparlantes canadienses ingleses. El « subdesa-
durante la segunda mitad del siglo XIX rrollo » relativo de Quebec fue el
y la primera mitad del siglo XX. Desde resultado directo de su condición
1957, Quebec ha sido continuamente dependiente, a la cual fue some-
el principal beneficiario de las transfe- tido por décadas. Cuando los que-
rencias interprovinciales (por las cuales bequenses finalmente pudieron
las provincias más ricas distribuyen apropiarse de los comandos de su
fondos a las provincias más sociedad en los años sesenta,
necesitadas). demostraron entonces su gran
creatividad y su dinamismo
económico.

La « cuestión nacional » para principiantes  •  135


Me apuro a subrayar la solidez interna de cada narración,
pues gracias a dicha coherencia se genera un « efecto de verdad »
que permite al individuo sentir que posee la explicación
« correcta » y las razones « correctas » en el marco del debate.
Volvamos a lo que sugerí al principio : esos relatos tienen un
efecto estructurador en nuestra manera de argumentar y de
justificar las orientaciones éticas y políticas. Si adopto el dis-
curso de la columna de la derecha, seré reticente a atribuir
« generosidad » alguna a los británicos en 1760 o a reconocer
« beneficio » alguno a la incorporación de Quebec en Canadá
en 1867. Pero, probablemente, no será a causa de la codicia de
los británicos en 1760 o del oportunismo de los anglo-cana-
dienses en 1867 que me alinearé hoy con los soberanistas
quebequenses. Es más bien lo contrario. Me inclinaré a adherir
al relato que confirma mis creencias, da legitimidad a mis
reclamos y valida lo que soy. El historiador Éric Bédard, autor
de un informe sobre la enseñanza universitaria de la historia
en Quebec publicado en 2011, expresó el punto de vista de
muchos intelectuales nacionalistas : hay que priorizar, con los
alumnos, el relato del camino de « un pueblo que ha luchado
por su supervivencia y su reconocimiento », un « relato de
resistencia y de reconocimiento [que] ha embebido a la
memoria colectiva de los quebequenses ». Nada más natural a
los ojos de aquellos que, como el ex-presidente francés François
Mitterrand, piensan que « un pueblo que no enseña su historia
es un pueblo que pierde su identidad ». Inversamente, otros
ven en esa tesitura una interpretación obsoleta de la historia
nacional o, más grave aún, un intento de adoctrinamiento
político de los jóvenes.
Volvamos a mi amigo recientemente arribado de América
Latina y a sus inquietudes en torno a la situación política en
Quebec. Como todo inmigrante, él ha sido expuesto a los dos
relatos, pero probablemente uno u otro de esos relatos se dejará
oír más netamente, en función de su mundo cotidiano y de las
« i » que lo caracterizan (ideas, intereses, identidad). Los diarios

136  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


y los libros que lee, las estaciones de radio y de televisión que
sintoniza, las personas que frecuenta en el trabajo o en el vecin-
dario, todos esos elementos van a alimentar y a reforzar en su
percepción una de las dos versiones de la « cuestión nacional ».
En un mundo ideal, este inmigrante tendría igual acceso a las
distintas fuentes de información y análisis, y podría entonces
forjarse una apreciación puramente personal y desinteresada
de los puntos del debate. En la realidad, por el contrario, es
muy probable que sea « ganado » por uno de los discursos, el
cual le parecerá espontáneamente más « verdadero » y más
« justo » que el discurso opuesto. ¿ Quiénes son los intolerantes
y sectarios en la danza de recriminaciones mutuas, los anglo-ca-
nadienses o los franco-quebequenses ? ¿ Cómo interpretar, en
términos políticos, el hecho de que Quebec sea siempre bene-
ficiario de transferencias federales : se trata de una prueba del
mediocre desempeño económico de la sociedad quebequense
o del vínculo enfermizo de dependencia que Canadá estableció
para acorralar a Quebec ? ¿ Por qué Quebec posee una red de
protección social más extensa que el resto del país : es el resul-
tado de una mayor solidaridad colectiva o de una cultura de
« asistencialismo » social ? Le explico a mi amigo que la lista de
interrogantes se extiende sin cesar y que las respuestas que les
damos se articulan entre ellas en una narración que culmina
con la identificación de los culpables y los inocentes, de los
fuertes y los débiles, de los « buenos » y los « malos » de la his-
toria. Mi amigo se encuentra visiblemente desanimado : « Sí,
pero ¿ no existe un discurso intermedio, una lectura neutra o
equilibrada de la cuestión nacional ? ¿ Podemos llegar a entender
y a decidir por nosotros mismos, sin caer bajo la influencia de
esos relatos ideológicos que ven al mundo en blanco y negro ? »
Francamente, no creo que podamos – e incluso que querríamos
– liberarnos totalmente de la ideología. La ideología, como
sistema de pensamiento, esquematiza y descolora a la realidad
política, pero también hay que considerar que nos permite
apropiarnos subjetivamente de esa realidad y entrelazar nuestras

La « cuestión nacional » para principiantes  •  137


elecciones y nuestras acciones. Lo que sí podemos intentar
hacer, sin embargo, es desconfiar sistemáticamente de nuestras
propias certezas y no « esencializar » al otro, proyectándole
nuestros prejuicios.
A riesgo de parecer paternalista – un defecto asociado a mi
profesión de educador –, le digo a mi amigo que todos somos
capaces de cuestionar los fundamentos de nuestras propias
creencias y de tratar de ver por qué el punto de vista opuesto
le resulta justo y verdadero a nuestros adversarios políticos. Por
supuesto, no es simplemente dialogando respetuosamente y
« poniéndose en el lugar del otro » que se solucionan los dife-
rendos. Pero los debates políticos evolucionan y se despojan de
estereotipos y generalizaciones abusivas cuando los partici-
pantes buscan aplicar a sus argumentos, de manera honesta y
rigurosa, los mismos criterios de veracidad y de justicia que
aplican a aquellos de sus oponentes. Y tengo, finalmente, una
buena noticia para anunciarle a mi pobre amigo : ese tipo de
debate, afortunadamente, está presente en Quebec.

El debate político en Quebec


Los estereotipos poseen gran inercia. No sólo degradan o
exageran las características de un grupo humano determi-
nado, sino que también tienden a permanecer inmutables en
el tiempo. Si los prejuicios sobre los quebequenses ya eran
injustificados hace medio siglo, lo son con mayor razón el día
de hoy. Los canadienses franceses, escribía por ejemplo el
sociólogo Marcel Rioux en 1976, « han tendido tradicional-
mente a encerrarse en su propia etnia y a mostrarse muy
reservados frente a los inmigrantes »28. Tal reticencia no es la
consecuencia de una mentalidad irreductiblemente xenófoba,
como algunos parecen creer. Se desprende más bien de un
contexto en el cual, según Rioux, « “inmigrantes” quería decir
“anglófonos que se agregan a la mayoría dominante” ». Sin
querer disculpar las actitudes intolerantes que se manifestaron
en algunos sectores quebequenses a lo largo de los años (o las

138  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


que se manifestaron en el Canadá inglés), ni tampoco mini-
mizar los conflictos que esa dinámica perniciosa pudo atizar
en diferentes períodos históricos, no coincido con quienes
plantean una equivalencia automática entre la afirmación
nacionalista quebequense actual y la exclusión del « Otro »,
el que es o piensa distinto. La identidad quebequense se ha
transformado considerablemente desde el nacimiento del
movimiento soberanista y el discurso político e intelectual
sufrió cambios mayúsculos. Voy a centrarme en un aspecto
que me parece particularmente importante : el « para quién »
del proyecto nacional. El « porqué » y el « cómo » han sido
objeto de interminables reflexiones y discusiones desde hace
dos o tres décadas. La « necesidad » y la « viabilidad » de un
Quebec cada vez más autónomo y « dueño de su destino » se
han vuelto, en efecto, temas ineludibles del debate. Atención :
no me refiero aquí a la independencia (separación) de Quebec,
sino a la idea de que la sociedad quebequense posee los
medios de autodeterminarse y de fijarse sus propias metas
colectivas. Muchos quebequenses consideran que eso puede
ser conseguido dentro de la federación canadiense. Pero el
debate no deja de ser problemático en lo que concierne al
« nosotros » quebequense. Ya he evocado esa dificultad en el
primer capítulo, cuando intenté caracterizar al « ser quebe-
quense ». El punto sobre el que me detengo ahora es lo que
los sociólogos llaman el « sujeto político ».
En el folleto que explicaba las opciones sometidas a consulta
popular en 1995, el campo del « sí » (a la soberanía) proponía
los siguientes argumentos :

La soberanía para :
DAR a Quebec el marco político normal de un pueblo dife-
rente : un país ;
POSEER todos los poderes a fin de asumir nuestro desarrollo,
terminando con los debates constitucionales que consumen
tantas de nuestras energías ;

La « cuestión nacional » para principiantes  •  139


GARANTIZAR el desarrollo de la lengua y de la cultura fran-
cesas, particularmente al recuperar las competencias que la
repatriación de la Constitución en 1982 nos retiró, y contro-
lando el 100 % de las políticas de inmigración ;
DISPONER de todas las herramientas para la creación de
empleos, la formación de nuestros jóvenes y la garantía de los
derechos de las mujeres en el mercado laboral ;
PROTEGER nuestros progresos sociales y poner a los más
necesitados y a los ancianos al abrigo de los recortes de Ottawa ;
DECIDIR sobre nuestras prioridades y poner fin a las inequi-
dades de un régimen que nos ofrece ayuda social y seguro de
desempleo mientras crea trabajo afuera de Quebec ;
APOYAR a las PME que generan en Quebec el 90 % de los
empleos ;
OFRECER una verdadera descentralización a nuestras regiones,
confiando a las instancias locales y regionales los poderes y los
recursos necesarios a su desarrollo ;
RECUPERAR 28 mil millones de dólares de nuestros
impuestos y eliminar 2,7 mil millones en derroches y
desdoblamientos ;
PERMITIR a Quebec participar por sí mismo y para sí mismo
en un mundo en el cual la apertura de los mercados brinda
grandes posibilidades y desafíos nuevos que un federalismo
ineficaz no permite afrontar.
Efectuemos un pequeño análisis de discurso. Notemos, en
primer lugar, todas las referencias a « nosotros » mediante el
posesivo : « nuestro desarrollo », « nuestras energías », « nuestras
herramientas », « nuestros jóvenes », « nuestro progreso social »,
« nuestras prioridades », « nuestras regiones », « nuestros
impuestos ». Luego, miremos el tema de los diez argumentos :
ocho de ellos remiten esencialmente al desarrollo y a la gestión
macroeconómica, así como al empleo y a la protección social
(poseer, disponer, proteger, decidir, apoyar, ofrecer, recuperar,

140  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


permitir). El primero y el tercero (dar, garantizar) condensan
el mensaje propiamente nacionalista : se propone un « país »
como marco político « normal » y se promete « el desarrollo de
la lengua y la cultura francesas ». No es necesario llevar mucho
más lejos al análisis para que el lector perciba el carácter pro-
fundamente pragmático – casi utilitarista – de este conjunto
de argumentos. El famoso escritor Michel Tremblay resumió
así semejante tendencia a poner al dinero como meollo del
proyecto soberanista : « Hay que construir una sociedad en
donde el centro será otra cosa que la maldita economía »29. Pero
quiero subrayar, sobre todo, la distancia fenomenal entre ese
discurso de « tesoreros » y las interpelaciones emotivas y exis-
tenciales que caracterizaron al surgimiento del nacionalismo
quebequense : « No poder vivir como somos, adecuadamente,
en nuestro idioma, de nuestra manera, tendría el mismo efecto
que si nos arrancaran un miembro, por no decir el corazón »30.
El « como somos » no necesita ser explicado o justificado
ante quienes se identifican con él. Allí, el sujeto político es
autoevidente. Podemos leer en la primera plataforma del Par-
tido Quebequense : « Primero la soberanía de Quebec, como
fin y como medio. Fin : pues es la etapa de realización normal
de nuestra evolución, la conclusión de un largo proceso defen-
sivo de supervivencia. Medio : pues este fin de una época
constituye, de hecho, un verdadero comienzo, el de la madurez,
de la certidumbre de vivir y de la capacidad de progreso con-
tinuo »31. No se vislumbra aquí ninguna duda sobre la iden-
tidad del sujeto en nombre de quién el partido aspira a hablar
y para quién ese partido busca materializar la soberanía. Jacques
Parizeau, en ese mismo documento publicado en 1970, lanza
una fórmula tajante : « La solución del Partido Quebequense :
un solo gobierno que sea quebequense y exclusivamente para
nosotros, los quebequenses ». Esta visión – asociada al slogan
« Quebec para los quebequenses » que caracteriza a las mani-
festaciones durante la campaña electoral de 1976 – da lugar a
una demarcación absoluta entre « nosotros » y los otros, a tal

La « cuestión nacional » para principiantes  •  141


punto que la autenticidad étnica de ciertos individuos puede
ser disputada públicamente. René Lévesque, un demócrata
ejemplar, decía de su adversario : « No habría que olvidar que
Trudeau se crió en un ambiente escocés muy snob y muy rico.
Bajo el demócrata bien asentado se oculta un niño malcriado
que no tiene raíces en Quebec »32. Este tipo de comentario –
corriente en aquel entonces – es hoy casi universalmente
denunciado como « etnicista ». Sería, sin embargo, ingenuo
pensar que la actitud ha completamente desaparecido del
horizonte político, como lo demuestra esta declaración de
Suzanne Tremblay, diputada del Bloque Quebequense, acerca
de Jean Charest, el hombre que iba a convertirse en Primer
Ministro de Quebec en 2003 : « Vamos a tratar de recordar
quién es Jean Charest. Primero, es John Charest. Su nombre
de pila, es John en su acta de bautismo. No es Jean. Y le sirve
ser Jean, para nosotros. Pero su verdadero nombre es John. No
hay que olvidarlo »33.
El interés de esta cita no es de señalar el supuesto substrato
racista inherente al movimiento soberanista – lo que algunos
no tardaron en hacer – sino mostrar que ese tipo de retórica
ya es bastante inusual y categóricamente rechazada por casi
todos (el líder del Bloque Quebequense le exigió explicaciones
a Tremblay ; ella « jura que nunca buscó poner en duda el
aspecto “lana pura” de Charest, pero comprende que se podría
haber interpretado así »34). Claro que muchos se quedarán algo
perplejos al leer estas declaraciones que siguen presuponiendo
la existencia de una conexión natural entre la identidad que-
bequense – aunque ésta se pretenda inclusiva – y una posición
soberanista :
« Hablamos de lo que mejor encarna los valores y los intereses de
los quebequenses [...] Hablamos de delegar hombres y mujeres que,
en nuestros nombre, van a hablar de nuestros intereses y de nuestros
valores. » (Gilles Duceppe, Jefe del Bloque Quebequense, marzo de
2011)

142  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


« ¡ Que uno sea de izquierda, de derecha, de centro, si uno es ante
todo quebequense, hay que votar por el Bloque Quebequense ! »
(Bernard Drainville, diputado del Partido Quebequense, abril de
2011)
« ¡ Somos el partido de los quebequenses ! » (Pauline Marois, Jefa del
Partido Quebequense, octubre de 2011)
Como sea, el nacionalismo quebequense se deshizo formal-
mente de su fundamento étnico y adhirió plenamente a lo que
los filósofos de la política llaman el nacionalismo « cívico », es
decir, un proyecto nacional basado en la libre adhesión de cada
individuo y la igualdad de todos, más allá de los particularismos
(de género, de raza, de lengua, de religión, etc.). ¡ Todos son
bienvenidos ! El ideal del universalismo que subyace a este
enfoque pone a la razón y a la voluntad delante de los orígenes
ancestrales y de las lealtades grupales. Es obvio que esta ope-
ración de « des-etnicización » del proyecto nacional lo torna
más aceptable a los ojos de aquellos que no se identifican al
« nosotros » de los discursos de Lévesque y Parizeau. Ese « noso-
tros » imponía, en efecto, un muro infranqueable. La plata-
forma actual del Partido Quebequense adopta, desde su primer
punto, una posición de apertura máxima. El sueño del Quebec
soberano no reposa más en una « evolución » del pueblo cana-
diense francés (una concepción « fatalista », fundada sobre las
ideas de origen y de destino), sino sobre el proyecto de cons-
truir un país « exaltante » (una concepción « voluntarista »,
fundada sobre los esfuerzos conscientes y deliberados de los
miembros de una colectividad) :
El objetivo primario del Partido Quebequense es realizar la sobe-
ranía de Quebec para convertirlo en un país próspero y solidario.
Para reunir a una mayoría de la población en torno a este objetivo,
el Partido Quebequense debe proponer un proyecto de país con-
creto y exaltante. Los compromisos electorales del Partido Quebe-
quense serán definidos en función de este proyecto de país social-de-
mócrata y se apoyarán, entre otras cosas, en los datos del marco
financiero de un Quebec soberano35.

La « cuestión nacional » para principiantes  •  143


Las estadísticas siguientes sobre el uso de ciertas palabras en
este documento, así como en la plataforma del Bloque Quebe-
quense, nos revelan la tendencia hacia la « des-etnicización »
total :

Partido Quebequense Bloque Quebequense

131 país 117 país


54 cultura 52 cultura
37 idioma 23 pueblo
29 comunidad 17 nación
25 nación 11 idioma
13 historia 11 comunidad
12 pueblo 11 historia

En un contexto en el que predomina tan netamente el


término más neutral del vocabulario nacionalista, « país », se
observa un empleo excepcionalmente prudente del « nosotros ».
Resaltan enunciados que reflejan la voluntad de minimizar la
asociación entre el sujeto político de la soberanía y la identidad
canadiense francesa original : « Podemos, a partir de ahora,
ofrecer conscientemente a nuestros hijos, con los ojos abiertos,
ese país que edificamos desde hace décadas y la escuela que
viene con él. Ese país no se hará sin nuestros hijos y nuestros
jóvenes ; se hará por y para ellos ».
En resumen, de un « nosotros » exclusivista, se habría pasado
a un « nosotros » que se asusta de su propia sombra. En el libro
L’histoire en trop (Demasiada historia), mi colega Jacques Beau-
chemin muestra cómo la identidad franco-quebequense está
marcada por una propensión a auto-borrarse, por un « rechazo
de sí mismo sobre el cual se construyó, hace cuarenta años, el
quebequense contra el canadiense francés, y que opone hoy al
demócrata ganado por las virtudes del nacionalismo “cívico” a
aquel que le da vergüenza y a quien se califica de “etnicista” »36.
Según Beauchemin, de esta actitud surge una paradoja : la del
« proyecto de una comunidad de historia que querría constituir
un sujeto político [...] a partir de sus características propias,

144  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


pero pretendiendo situarse en una relación de igualdad con
todos los otros ».
Frente a este impasse, Beauchemin propone entonces cons-
truir un nacionalismo que « pueda constituir un lugar de
confluencia capaz de fundar una ética social hecha de solida-
ridad y de reconocimiento de las diferencias ». Se trata, en fin,
de asegurar la perennidad de la comunidad histórica de origen
canadiense francesa, « pero en la perspectiva de una democracia
respetuosa de los derechos cívicos que son, por definición,
conectados al ciudadano ». Sin embargo, los nacionalistas
« cívicos » – aquellos que abandonan toda orientación etnicista
– se hallan ante un dilema en el cual las dos opciones que se
ofrecen parecen problemáticas. Si se elige la primera, pueden
« universalizar » la memoria franco-quebequense para hacerla
más aceptable a los otros grupos. Este enfoque es, por ejemplo,
defendido por el historiador Gérard Bouchard. Él define a la
nación quebequense como una « francofonía norteamericana »
y reduce la identidad quebequense al uso del idioma francés37.
Una identidad así entendida, que desborda la de los canadienses
franceses, conduce inevitablemente al fenómeno del « rechazo
de sí mismo » que Beauchemin describe en su libro. ¿ Por qué
y, sobre todo, para quién realizar entonces la soberanía ? Para
concretarla, la conciencia histórica de la mayoría debería disol-
verse en un ideal que no sería otra cosa que el de un pequeño
Canadá francófono, con su Carta de Derechos, su política de
multiculturalismo (llamada de otro modo, pero similar a la
canadiense), su pertenencia al continente norteamericano y su
inclinación socialmente progresista como únicos principios
identitarios. El otro enfoque es el de la afirmación (sin com-
plejos) de la herencia canadiense francesa. La mayor parte de
los Estados occidentales han logrado – por la violencia física y
simbólica – la homogeneización de su espacio identitario, al
« nacionalizar » su territorio, sus instituciones y su gente. Por
el contrario, Quebec, una sociedad que no vivió ese tipo de
proceso de construcción nacional, ha mantenido la coexistencia

La « cuestión nacional » para principiantes  •  145


de varias memorias y culturas. Sin duda, Quebec podría
haberse convertido en un país « normal » en el siglo XIX, como
la mayoría de las sociedades en América (si, por ejemplo, la
Rebelión de 1837-38, un movimiento de emancipación anti-
colonial, no hubiera fracasado). Pero las cosas no fueron así y
Quebec sigue siendo un espacio multidimensional en el que la
canadianidad y la quebecidad (sin hablar de la indigeneidad) se
rozan y se superponen, pero nunca coinciden perfectamente.
Es por ello que creo que el proyecto nacional franco-quebe-
quense puede promover, a justo título, una identidad fuerte
para la cual existirían verdaderas vías de acceso, pero debe tam-
bién proponer vías alternativas para aquellos que eligen no
identificarse con él.
El debate que tuvo lugar en 2001 acerca de las recomenda-
ciones de la Comisión de los Estados Generales sobre la Situa-
ción y el Futuro del Idioma Francés en Quebec, presidida por
Gérald Larose, nos permite comprender una dimensión clave
de la cuestión. La primera recomendación de dicha comisión
fue reconocer formalmente y oficialmente una ciudadanía
quebequense – aunque Quebec siguiera formando parte de
Canadá – con el fin de que los quebequenses puedan darse « el
reconocimiento expreso de la pertenencia a una nación, a una
comunidad de personas que eligen vivir juntos en el seno de
una cultura común ». Es difícil no aceptar el principio de una
ciudadanía « inclusiva y acogedora ». Por otra parte, no puede
soslayarse el hecho de que, al usar el concepto de ciudadanía,
se manifiesta el deseo de los soberanistas de subrayar el carácter
« cívico » del nacionalismo quebequense contemporáneo, res-
pondiendo así a quienes aún lo consideran « etnicista ». En todo
caso, la discusión sobre la legitimidad de una eventual ciuda-
danía quebequense que sería complementaria a la ciudadanía
canadiense es, indudablemente, interesante y pertinente. Hay,
sin embargo, una pregunta que debemos plantear inmediata-
mente : la ciudadanía quebequense, incluso si se la formula con
un alcance puramente simbólico ¿ sería obligatoria y automática

146  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


– atribuida a todos los residentes y a todos los inmigrantes – o
sería el resultado de un gesto voluntario y libre efectuado por
cada individuo ? La noción de ciudadanía se encuentra íntima-
mente vinculada a la idea del contrato social, es decir, a la
representación de una comunidad cívica, racional y electiva.
Es cierto que la figura del contrato social, por la cual el ciuda-
dano se integra voluntariamente y activamente a la sociedad,
es ante todo un dispositivo filosófico pues, obviamente, el bebé
que nace en Canadá no solicita la admisión al cuerpo político
canadiense y el Estado, no obstante, le atribuye una naciona-
lidad. Pero en las sociedades democrática y abiertas existen
reglas que confirman el carácter electivo de la ciudadanía : por
un lado, el inmigrante no está obligado a adquirir la ciudadanía
(y de hecho, hay muchos de ellos que no lo hacen o tardan en
hacerlo) ; por otro lado, el ciudadano posee siempre el derecho
de renunciar a su ciudadanía (un trámite complicado en la
práctica, pero teóricamente posible en casi todos los países del
mundo).
Sería extremadamente difícil para el Estado quebequense
– a menos que declare su independencia de Canadá – imponer
de facto y de jure una ciudadanía a toda la población de su
territorio. ¿ Cómo enfrentar la contradicción inherente a una
nueva ciudadanía obligatoria, cómo explicar que esa medida
coercitiva se apoya en le existencia de una « comunidad de
personas que eligen vivir juntas en el seno de una cultura
común » ? De hecho, aunque la ciudadanía fuera atribuida de
manera automática, debería existir un procedimiento jurídico
o administrativo para rechazarla. No hace falta decir lo que un
rechazo de la ciudadanía quebequense representaría en tér-
minos políticos : un gesto muy significativo si ese repudio se
convirtiera en un movimiento colectivo. Otra solución podría
surgir de una ciudadanía quebequense opcional : el residente
y el inmigrante tendrían la opción de adoptarla o no. ¿ Pero esa
decisión quedaría reflejada en un formulario de tipo « si usted
no desea convertirse en ciudadano quebequense, marque una

La « cuestión nacional » para principiantes  •  147


X en esta casilla » ? Podemos imaginar que un proyecto que
apunta a « acrecentar la conciencia de compartir una misma
ciudadanía » no se satisface con una mera adhesión maquinal,
como la de inscribir una X en un papel. ¿ Habrá una credencial
de ciudadano, una ceremonia, un juramento de lealtad, como
es el caso de la ciudadanía canadiense ? No sólo es improbable
que la mayoría de los montrealenses anglófonos hagan la cola
en las oficinas del ministerio provincial para solicitar la ciuda-
danía quebequense, sino que es aún más difícil imaginar el
modo en que ella sería ofrecida a los recién arribados a Quebec :
¿ cómo hacerles entender que la ciudadanía quebequense no es
ni obligatoria ni necesaria, que no sufrirán ninguna conse-
cuencia si rehúsan adoptarla, pero que el Estado quebequense
les recomienda fuertemente que la acepten ? ¿ De qué manera
se puede enunciar ese mensaje sin que sea ambiguo o, peor
todavía, intimidante para el inmigrante ? El proyecto de « Ley
sobre la Identidad Quebequense », presentado en 2007 por el
Partido Quebequense y apoyado por la mayoría de francófonos
de la provincia (según una encuesta de Léger Marketing para
el Journal de Montréal) estipulaba que un « conocimiento apro-
piado del idioma francés » sería requisito para obtener ciertos
derechos en el ámbito provincial (ser candidato en elecciones
municipales, escolares y legislativas, la participación en el
financiamiento de los partidos políticos, habilitación para
efectuar peticiones a la Asamblea Nacional). Aquellos que
defienden ese proyecto ven en la ciudadanía un privilegio aso-
ciado a obligaciones, como la de manejar el idioma común.
¿ Pero cómo justificar la relativización (y no el reforzamiento,
como algunos lo pretenden) del valor de la ciudadanía ? ¿ No
se termina estigmatizando con tales medidas a todo un sector
de la población, como en la época del « voto calificado » (por
el cual los analfabetos, por ejemplo, no podían participar en
elecciones) ?
En resumen, una ciudadanía quebequense obligatoria u
opcional, automática o condicional – aunque sea estrictamente

148  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


simbólica o anclada en ciertos derechos cívicos y políticos –
sería considerada ilegitima por muchos quebequenses y, sin
duda, por la mayoría de los canadienses de las otras provincias.
Una ciudadanía conectada a un Estado-Nación no necesita
demostrar su carácter electivo pues ella corresponde a la iden-
tidad nacional de la mayoría de su población (o, al menos, de
la identidad dominante en la práctica). Por el contrario, una
nueva ciudadanía instituida en un contexto de heterogeneidad
cultural, idiomática o étnica debe asentarse de manera explícita
en el principio del contrato social, es decir, en la decisión libre
y consciente de aquellos que se agrupan para vivir conjunta-
mente. Pero la creación de una ciudadanía voluntaria corre el
riesgo de provocar un efecto nefasto : el de « formalizar » y
« oficializar », para retomar las palabras del informe de la comi-
sión presidida por Larose, una fractura identitaria. Así, serán
ciudadanos quebequenses los que hayan adoptado libremente
la ciudadanía quebequense. En un artículo publicado en el
cotidiano Le Devoir, sostuve que la instauración de dos cate-
gorías de quebequenses en base a una elección identitaria no
puede constituir una perspectiva deseable para la sociedad38.
Podemos, en efecto, formular la hipótesis siguiente : quienes
ya son favorables a la soberanía de Quebec adherirán a la nueva
ciudadanía quebequense. ¿ Qué haremos con los « no ciuda-
danos quebequenses » que residan legalmente en la provincia ?
Las pasiones que suscitó el debate acerca de los « acomoda-
mientos razonables » – los compromisos particulares que, en
determinadas circunstancias, permiten limitar o suspender la
aplicación de una regla para acomodar las costumbres culturales
de una minoría – revelan el peligro de dividir a la colectividad
en « nosotros » y « ellos ».

Los « acomodamientos razonables »


Aunque la controversia de los « acomodamientos razonables »
entre la mayoría y las minorías se haya manifestado en Quebec
desde hace ya muchos años, el verdadero debate de sociedad

La « cuestión nacional » para principiantes  •  149


se desencadenó hacia fines del 2006 y ocupó el primer lugar
de la agenda pública desde principios del año siguiente. Ello
se produjo luego de una serie de « revelaciones » acerca del
tratamiento « de privilegio » que habría sido brindado a ciertos
individuos y grupos por parte de organismos públicos en razón
de sus creencias. En efecto, durante varias semanas de
noviembre y diciembre de 2006, los medios de comunicación
arreciaron con sus informes sobre nuevos « casos » en los que
el principio de la igualdad habría sido pisoteado en nombre de
una tolerancia excesiva hacia prácticas y normas religiosas
minoritarias. Un ejemplo frecuentemente citado : en la clínica
del Centro Local de Servicios Comunitarios (CLSC) de Sainte
Rose, en Montreal, un judío observante fue atendido con
prioridad, adelantándose a otros pacientes que esperaban su
turno, pues este hombre debía retirarse antes del anochecer del
viernes, es decir, el comienzo del Shabat39. Otro ejemplo muy
difundido : en un CLSC de Parc Extension, un área cultural-
mente muy mixta de Montreal, fue creado un curso prenatal
reservado a mujeres (es decir, un grupo exclusivamente feme-
nino), con el fin de respetar las sensibilidades de las futuras
madres musulmanas, hindúes y sijs (que no deseaban estar en
traje de baño en presencia de hombres durante la clase)40.
Esos « casos » bajo la lupa de los medios – no más de unos
veinte a lo largo de los dos últimos meses de aquel año –
concernían, en su conjunto, a una mínima proporción de las
millones de relaciones interculturales que tienen lugar cada día
en Montreal. Sin embargo, sirvieron para proyectar una imagen
amplificada del fenómeno del « acomodamiento razonable » y
lo hicieron de modo constantemente crítico41. Dicha cobertura
negativa se reflejó en una encuesta realizada en diciembre de
2006 que mostró que dos tercios de los francófonos estimaban
que la sociedad quebequense era « demasiado tolerante » y
que cerca de un tercio consideraba que había « demasiados
inmigrantes » en Quebec42. Pero el incidente que captó con
mayor fuerza a la opinión pública quebequense fue el acuerdo

150  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


concluido discretamente entre el YMCA de Outremont, un
área en la cual 20 % de la población es jasídica (judíos orto-
doxos), y una escuela religiosa vecina. Esa escuela había pro-
puesto pagarle al YMCA para que se instalaran vidrios trans-
lúcidos (que dejan pasar la luz pero opacan la imagen) en las
ventanas del gimnasio que dan hacia el patio en donde juegan
sus alumnos durante el recreo, de modo que éstos no vean a
las mujeres en ropa deportiva. El YMCA aceptó, luego de
efectuar una consulta entre sus miembros. Cuando el acuerdo
se hizo público, por queja de algunas mujeres molestas por la
situación, el asunto se convirtió en el símbolo del problema, a
tal punto que toda referencia al tema de los « acomodamientos
razonables » no puede evitar utilizarlo como ejemplo de sus
« derrapes ». El Primer Ministro de Quebec, Jean Charest, lo
mencionó específicamente como « arreglo contrario a los
valores de nuestra nación »43.
El ex-ministro federal de Ciudadanía e Inmigración, Denis
Coderre, identificaba, a su vez, los dos extremos del problema :
« Decir que no puede haber un Árbol de Navidad porque no
se puede celebrar Navidad no tiene sentido. Poner ventanas
translúcidas en el YMCA no tiene sentido »44. Esta frase delinea
con nitidez los contornos de la relación entre mayoría y
minoría, entre identidad universalizada (cuyos componentes
religiosos han sido laicizados e integrados a la cultura pública)
y las identidades particularistas (cuyos componentes religiosos
son considerados como opuestos a los principios universalistas).
De hecho, por primera vez en la historia reciente de Quebec,
el tema de la recepción de inmigrantes y de las relaciones entre
la mayoría « de cepa » y los grupos etnoculturales fue instru-
mentalizado por el discurso político con el fin evidente de sacar
provecho de las actitudes refractarias de los nativos ante los
extranjeros. Mario Dumont, entonces líder de la ADQ, se
apropió rápidamente del tema de la « pérdida de la identidad »
que los partidos de extrema derecha en Europa explotan desde
hace mucho tiempo. Como otros políticos populistas, Dumont

La « cuestión nacional » para principiantes  •  151


convocaba a sus conciudadanos a « defender y a promover los
valores de nuestra sociedad » y a actuar para « reforzar nuestra
identidad nacional », mientras denunciaba la pusilanimidad de
la clase dirigente frente a las « demandas formuladas por los
representantes de las comunidades ». Si se juzga por los resul-
tados excepcionales obtenidos por la ADQ fuera de Montreal
en las elecciones de marzo de 2007, es claro que su discurso
tocó un nervio de los francófonos conservadores y de vieja
raigambre en muchas regiones de la provincia. Según Dumont,
« la igualdad de los derechos, la tenemos, y hay que felicitarse
por ello... Pero hay un matiz entre eso, y borrarse a uno mismo
y decir que la mayoría no tiene más el derecho a existir, de
poseer sus tradiciones, sus maneras de hacer las cosas. Eso, para
mí, es una pusilanimidad que no lleva a ningún lado »45.
En tal contexto, muchos quebequenses se ampararon
también en ese doble argumento – típicamente populista –
de la auto-congratulación (« somos demasiado generosos y
demasiado abiertos ») y de la auto-victimización (« somos los
únicos sin derechos »). En noviembre de 2006, en un foro de
internet mantenido por Canoë Infos (propiedad del gigante
Quebecor Media, que publica el Journal de Montréal) cen-
trado en la pregunta « ¿ La sociedad quebequense va dema-
siado lejos para acomodar a las minorías ? », la gran mayoría
de los mensajes respondieron afirmativamente y muchos de
ellos reflejaron el imaginario del extranjero usurpador e insa-
ciable aprovechador de la bondad o de la docilidad de la
población local46 :
¡ Hay que parar de comportase con las minorías como si fueran
niños-reyes. Sabemos adónde eso nos va a llevar, nunca tendrán lo
suficiente y nos van a sacar de nuestro propio patrimonio !
Los que dicen que alcanza con decirles no, [van a] tener a los
grupos, a las ligas y a los abogados encima, porque esa gente no
pide, ellos exigen y queda fuera de cuestión negarles cualquier cosa.
¡ Tienen lo que quieren, de buena o de mala manera !

152  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


¡ La religión no es un salvoconducto del que se pueden servir con
impunidad todo el tiempo y en todos lados !
Maldita carta de derechos y maldito politically correct, ya es tiempo
de que nos pongamos los pantalones, [que seamos] capaces de decir
que no, sin que nos digan que somos racistas.
Se puede argumentar que, en el espacio de apenas unas
semanas, se derrumbó un muro de contención del discurso
público en Quebec. Mucha « gente común » percibió que la
frontera de lo permisible, al hablar del « Otro », se había des-
plazado. En las cartas de lectores y en las tribunas telefónicas,
abundaron las « invitaciones a marcharse » dirigidas a quienes
no se integran (o son vistos como tales). En dicho contexto,
una canción compuesta por un agente de policía hizo furor en
internet47. Con el título Ça commence à faire, là (una expresión
coloquial quebequense que expresa el enfado de alguien ante
las acciones importunas de otro), aparentemente captó con
agudeza el sentir de numerosos quebequenses (si nos guiamos
por los miles de mensajes, blogs y peticiones que circularon
para apoyar a su autor, cuando éste fue investigado por el
comité de disciplina de la Policía de Montreal). Transcribo y
traduzco libremente (para transmitir el tono) parte de su letra :
Pensamos que ya basta
Pensamos que ya se han reído bastante de nosotros
Y para los que no estarán contentos
Mándense a mudar
Estamos dispuestos a aceptar a las etnias
Pero no a cualquier precio
Si quieres sumarte a nuestro bello país
Tendrás que aceptar algunos compromisos
[...]
Si no estás contento de tu destino
Hay un lugar, que es el aeropuerto
Tú, minoría étnica
Termina con tu melodía

La « cuestión nacional » para principiantes  •  153


Si no, tú deberás
Regresarte a tu casa
Regresarte a tu casa48
El nuevo contexto discursivo llegó a alentar, en algunos
casos, la expresión de ideas odiosas – abiertamente racistas,
islamófobas y antisemitas – en foros que, hasta entonces, no
solían admitirlas49. Sin duda, los medios de comunicación
contribuyeron a inflamar el debate sirviéndose de encuestas
que demostraban la supuesta xenofobia latente de los quebe-
quenses50, de comentarios periodísticos que reforzaban los
estereotipos (« los judíos no hablan suficientemente el francés
y no se integran a la sociedad quebequense »51) y de tribunas
radiofónicas que dieron la palabra a los fanáticos. Pero el golpe
de gracia fue dado por la promulgación del « código de convi-
vencia » de la Municipalidad de Hérouxville en enero de 2007.
Esa pequeña ciudad de apenas 1.300 habitantes, sin inmi-
grantes ni minorías, proclamó, por ejemplo : « Nosotros con-
sideramos que los hombres y las mujeres tienen el mismo valor.
[...] En consecuencia. Consideramos como fuera de la norma
a toda acción o a todo gesto que se inscriba contra ese enun-
ciado, como ser matar a las mujeres por lapidación en la plaza
pública o quemándolas vivas, quemándolas con ácido, hacién-
doles ablación [genital], etc. »
Ese « código » captó inmediatamente la atención de los
grandes medios internacionales (entre los cuales, CNN y BBC)
y provocó un verdadero vendaval en Quebec. Aunque muchos
lo criticaron y lo ridiculizaron, otros lo aprobaron, incluyendo
figuras reconocidas como la editorialista de Le Devoir, Josée
Boileau : « En el fondo, ¡ tal vez habría que imitar a Hérouxville,
sin la hipérbole, pero con los principios tan claros ! »52. Es obvio
que dicho « código » – puramente simbólico pues su valor
jurídico era nulo – no habría existido sin el clima de ansiedad
colectiva alimentado por la controversia de los « acomoda-
mientos razonables » del cual Montreal fue el epicentro. Los
miles de mensajes de apoyo que llegaron desde toda la provincia

154  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


demostraron los nuevos parámetros del discurso público sobre
el « Otro », a quien se lo esencializa como un « inmigrante » –
aunque algunas minorías estén establecidas en Quebec desde
hace varias generaciones – que habría « escapado » de su país
(es el término que el alcalde y los seis consejeros municipales
de Hérouxville emplean en su carta presentando el « código »)
y que debería ser forzado a aceptar « la igualdad entre las per-
sonas ». El documento es una amalgama de prejuicios, de frases
risibles (en particular, la cláusula « Halloween » que permite
cubrirse la cara para ese festejo, cuando se le prohíbe hacerlo a
las mujeres musulmanas) y de enunciados insultantes para
ciertos grupos religiosos : « Si los niños comen carne vacuna, a
título de ejemplo, ellos nos buscarán saber de dónde viene la
vaca, quién la mató, en qué lugar, de qué manera o qué día.
En nuestras familias, lo que se ingiere por la boca sirve exclu-
sivamente para alimentar al cuerpo. El alma se nutre de otro
modo »53.
En febrero de 2007, el Primer Ministro de Quebec anunció
la creación de una comisión de consulta pública sobre « las
prácticas de acomodamiento vinculadas a las diferencias cul-
turales », cuyo objetivo era relevar la situación, sondear a la
población y formular recomendaciones al gobierno. Las acti-
vidades de esa comisión, llamada « Bouchard-Taylor » (por el
nombre de sus dos co-presidentes, el sociólogo Gérard Bou-
chard y el filósofo Charles Taylor), suscitó un debate excep-
cional, nunca antes visto en Quebec y posiblemente de cariz
único en el mundo. Durante varios meses, la comisión realizó
audiencias en quince regiones de la provincia, además de Mon-
treal, por un total de 31 días de actividad pública, sin contar
los 22 foros de ciudadanos retransmitidos en directo por la
televisión, los 241 testimonios orales y las 900 memorias entre-
gadas. La experiencia fue calificada de « catártica », « pacifica-
dora », « caótica », « edificante », « penosa », « esencial »... Nume-
rosos ciudadanos y asociaciones aprovecharon la ocasión para
promover la causa de la integración y del respeto mutuo de los

La « cuestión nacional » para principiantes  •  155


quebequenses de todos orígenes y confesiones. Otros se sir-
vieron de su instante de fama – con las cámaras y los micró-
fonos apuntándoles – para difundir prejuicios y, a veces,
declaraciones injuriosas o falsas sobre ciertas minorías. ¿ Se trató
de un acto ejemplar de conversación social o, al contrario, se
otorgó a los extremistas un escenario para expresar su igno-
rancia y su intolerancia ? Las opiniones divergen y los resultados
no son conclusivos. El informe final de la comisión propuso el
concepto de « ajuste concertado » (como medio de resolución
de tensiones entre individuos y grupos culturales diferentes) y
recomendó el régimen de « laicidad abierta » (el Estado se
mantiene neutro y secular, pero reconoce la importancia, para
muchos ciudadanos, de la dimensión espiritual de la existencia)
y el modelo del « interculturalismo » (que se distancia del de
multiculturalismo por el esfuerzo de « conciliar la diversidad
etnocultural con la continuidad del núcleo francófono y la
preservación del lazo social »54). Ese monumento a la modera-
ción, al diálogo y a la apertura hacia el « Otro » no le agradó a
todos los quebequenses y menos aún a sus élites intelectuales.
« Timorato », « culpabilizador », « políticamente correcto » escri-
bieron los editorialistas de la prensa de idioma francés. Un
punto del informe que resultó particularmente irritante fue la
tesis de que la tormenta de los « acomodamientos razonables »
habría sido, en última instancia, una « crisis de percepciones ».
Según Bouchard y Taylor, « la visión negativa de los acomoda-
mientos que se propagó en la población reposaba frecuente-
mente en una percepción errónea o parcial de las prácticas »
religiosas reales. Yo mismo había efectuado esa constatación en
la memoria que presenté oralmente en audiencia ante la comi-
sión en septiembre de 2007 : nueve incidentes se convirtieron
en emblemas del problema de los « acomodamientos” citados
ad nauseam como la punta del iceberg de una supuesta « crisis
de valores », mientras que nadie parecía capaz de aportar otros
ejemplos, fuera de esos pocos casos (cuyo carácter de « acomo-
damiento razonable » era, por otra parte, discutible55). Claro

156  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


que, ¿ a quién le gusta que le digan que sus inquietudes son
ilusorias, que sus miedos derivan de sus propias
inseguridades ?
Pero el colmo de la ironía fue que el gobierno se vio forzado
a reafirmar sus convicciones pro-quebequenses : entre otras
medidas llamativas, adoptó inmediatamente una moción par-
lamentaria para conservar al crucifijo de la Asamblea Nacional
(legislatura provincial) como signo de apego de Quebec a sus
« patrimonio religioso e histórico » (exactamente lo opuesto de
lo que el informe de la comisión Bouchard-Taylor recomen-
daba con su espíritu de « interculturalismo »), comenzó a exigir
a todo nuevo inmigrante la firma de una declaración formal
de adhesión a los « valores quebequenses » (lo contrario de una
actitud favorable a los « ajustes concertados ») y emitió una
directiva para prohibir « las actividades que llevan al aprendizaje
por parte del niño de una religión específica » en un jardín de
infantes que reciba fondos del Estado, apuntando de hecho a
un puñado de organismos judíos y musulmanes que serían
sometidos a inspecciones periódicas (fuera de toda lógica de
« laicidad abierta »). Un proyecto de ley que establecería « las
guías para enmarcar los pedidos de acomodamiento en la
administración gubernamental y en ciertos establecimientos »,
presentado por el Ministro de Justicia en 2010, percibido como
demasiado leve por algunos y demasiado coercitivo por otros,
nunca fue adoptado por el gobierno de Charest (cuyo partido
fue derrotado en 2012 y reemplazado en el poder por el Partido
Quebequense).

Mi objetivo no es exponer el carácter « intolerante » de la


sociedad quebequense o de sus élites. Al contrario, intento
mostrar que, incluso en una sociedad comparativamente
abierta a la diferencia56, la tensión entre la mayoría y las mino-
rías es inevitable. No es azaroso que la crispación identitaria se

La « cuestión nacional » para principiantes  •  157


manifiesta, sobre todo, en regiones étnicamente homogéneas.
El « Otro » es, en esos ámbitos, una entidad imaginaria cuya
resistencia a adaptarse representa un cuestionamiento de los
valores universalizados. Los « inmigrantes » (entre comillas,
pues se construye una figura abstracta de dicha población) son
percibidos como una amenaza, no tanto por su poder material
(su peso demográfico, sus recursos o su influencia política),
sino principalmente por su capacidad de aprovechar las herra-
mientas jurídicas de las instituciones con el fin de hacer tam-
balear el monopolio cultural al que se aferra la mayoría (que
le permite determinar lo que es « normal » en la sociedad). El
« acomodamiento razonable » es entonces visto por esa mayoría
como un peligro, bajo dos lógicas diferentes : el argumento de
la igualdad formal (los acomodamientos ofrecen « demasiados »
derechos o « privilegios » a las minorías, en detrimento de los
de la mayoría) y el argumento moral (los acomodamientos, por
su propia manera de funcionar, llevan a una « auto-disolución »
de la población históricamente mayoritaria, la cual retrocede
como identidad preponderante en la sociedad). Es importante
entender esta distinción. Así, por ejemplo, la voluntad colectiva
de proteger el idioma francés en Quebec no se condice con el
argumento de la justicia formal, pues según ésta todas la len-
guas deberían ser tratadas igualitariamente, sino que se apoya
en el argumento que postula arbitrariamente (lo que no es lo
mismo que caprichosamente o, necesariamente, ilegítimamente)
su primacía social : el francés no es el idioma « verdadero » o el
« mejor » para todos los quebequenses, sino el que permite a
una gran cantidad de ellos representarse colectivamente como
tales.
Como lo explica el profesor de derecho José Woehrling, el
término « acomodamiento razonable » posee un origen jurídico
preciso y alude a la obligación de las instituciones y de los
organismos a tomar medidas razonables – en primer lugar, en
materia de relaciones laborales y, luego, en todos los campos
de actividad cubiertos por las leyes relativas a los derechos

158  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


individuales – con el fin de evitar la discriminación basada en
a religión, la discapacidad, el género o el embarazo, entre
otros57. Según Woehrling, « el concepto de acomodamiento
razonable fue elaborado inicialmente ... a partir del concepto
de igualdad ». Sin embargo, el término adquirió un sentido
totalmente diferente en el discurso público quebequense con-
temporáneo. La dimensión jurídica quedó en gran medida
descartada (en prácticamente todos los casos « revelados » por
los medios, el arreglo surgía de un acuerdo informal entre las
partes y no de una obligación impuesta por las autoridades) y
la connotación consagrada fue la de concesión, en vez de la más
correcta : negociación y compromiso. Predomina, entonces, la
visión peyorativa del acomodamiento : la mayoría concede una
« prerrogativa » a una minoría, lo cual entrañaría una pérdida
colectiva, como la relativización de las normas, el achicamiento
del espacio público, el debilitamiento de la cohesión social, etc.
El acomodamiento representa, en tal perspectiva, el resultado
negativo de un juego a suma nula, por el cual la sociedad avanza
(integrando al « Otro ») o retrocede (cediéndole terreno).
Las lecturas simplistas de la tensión entre la mayoría y las
minorías refieren a las « fricciones » y a los « choques » culturales.
Sin embargo, esta tensión se desprende de una realidad socio-
lógica fundamental : la de la contradicción entre el ideal uni-
versalista y el « monopolio de lo universal » ejercido por la
mayoría y que, en las palabras del sociólogo Pierre Bourdieu,
« confiere a un arbitrario cultural todas las apariencias de lo
natural »58. Los pedidos de acomodamiento formulados por las
minorías a la mayoría son, por definición, paradójicos. Las
reivindicaciones de índole diferencialista se hacen, en efecto, en
base a una exigencia de igualdad (habitualmente por la negativa :
la no discriminación). La respuesta de la mayoría es también,
en apariencia, contradictoria en sí misma : al rehusar un aco-
modamiento particularista, se justifica la decisión con referencia
a la igualdad formal, mientras que los argumentos igualitaristas
de la minoría son neutralizados con referencias al particularismo

La « cuestión nacional » para principiantes  •  159


de la mayoría. Concretamente : no adaptaremos nuestras prác-
ticas institucionales (que son para todos, sin excepción) para
conformar a algunos grupos religiosos (que viven, por ejemplo,
con restricciones relativas a ciertos comportamientos), en
nombre del universalismo, pero nos rehusamos a eliminar los
vestigios de nuestra religión mayoritaria – por ejemplo, la pre-
sencia del crucifijo en la Asamblea Nacional o el feriado de
Semana Santa – en nombre de la preservación de nuestra « tra-
dición » y nuestra « cultura » particulares. Una vez más, es nece-
sario subrayar que no se trata de hipocresía o mala fe de parte
de la mayoría, sino que busco describir un mecanismo entera-
mente explicable desde una óptica sociológica.
La idea de « acomodamiento razonable » ha sido devaluada
por su abuso mediático y demagógico, pero ella entraña un
potencial considerable como herramienta social de reflexión y
de discusión en contextos de heterogeneidad cultural. Las
restricciones alimentarias basadas en creencias religiosas de
pacientes en un hospital, por ejemplo, no pueden ser descar-
tadas sumariamente, invocando simplemente la laicidad de las
instituciones cuando, al mismo tiempo, se alienta a niños que
no son cristianos y que asisten a una escuela pública a que
dibujen la escena de la Natividad durante la clase de artes
plásticas59. Si nos fiamos al discurso público actual, la mayor
parte de la población quebequense de habla francesa aplica el
argumento formal para el primer caso (« es igual para todo el
mundo ») y el argumento cultural para el segundo (« eso forma
parte de nuestras tradiciones »). Tienen quizás algo de razón,
pero se impone un debate que tome en cuenta al punto de vista
del « Otro ». Como todo litigio en Quebec, el tema de las rela-
ciones entre la mayoría franco-quebequense y las minorías
etnoculturales queda generalmente acotado por la « cuestión
nacional » y ésta no se comprende fuera de las dinámicas iden-
titarias que describí en el capítulo anterior.
En 1967, el politólogo Gérard Bergeron redactaba, con pro-
funda ironía, la « Ficha Identificativa del Homo Quebecensis »60.

160  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Bajo la rúbrica « Psicología », indicaba lo siguiente : « maníaco de
la introspección colectiva ». El extranjero (inmigrante reciente,
residente temporario o turista) que echa un vistazo a los diarios
locales nota inmediatamente el egocentrismo de la política que-
bequense : todo tema social, económico o cultural, poco importa
de lo que se trate, queda enganchado, tarde o temprano, a la
« cuestión nacional ». Pero esa manía colectiva no debe ser
confundida con una suerte de culto de la unanimidad. La
imagen injustificada de un nacionalismo quebequense que
dividiría tajantemente al mundo entre « nosotros » y « ellos », y
que ejercería un estricto control sobre las ideas persiste lamen-
tablemente en muchos ámbitos. Alguna que otra vez, he debido
reaccionar ante el asombro de quien encuentra insólito que yo,
como inmigrante no francófono, haya ganado un concurso de
profesor en una universidad supuestamente tan « soberanista »
como la UQAM. De hecho, después de tantos años en Quebec,
me sorprendo todavía de la libertad, del civismo y del respeto
– que algunos consideran, erróneamente a mi juicio, como
síntoma de pasividad o de conformismo – entre políticos,
periodistas, intelectuales y hasta militantes. La obsesión iden-
titaria y el fuerte igualitarismo de la sociedad quebequense
conducen a producir una poderosa deliberación democrática
acerca de la gran pregunta : ¿ cómo cohabitar pacíficamente ?
Bajo el manto de la « cuestión nacional » se desenvuelven
debates de gran trascendencia sobre los principales desafíos
sociales, ambientales, económicos y geopolíticos de nuestra
época, tales como la globalización, la diversidad cultural, la
educación pública, la integración regional, la cooperación
internacional, las desigualdades y la democracia. La « cuestión
nacional » en sí misma forja pensamientos innovadores y enri-
quecedores que desbordan el espacio quebequense, como
atestigua, por ejemplo, el impacto mundial de la obra de dos
filósofos canadienses que se han dedicado a examinar las rela-
ciones entre nacionalidades y minorías : Charles Taylor y Will
Kymlicka, cuyos escritos admiten sin ambages la legitimidad

La « cuestión nacional » para principiantes  •  161


de los derechos colectivos de los franco-quebequenses. Como
los relatos opuestos de la izquierda y de la derecha o del neo-
liberalismo y del altermundismo, los relatos federalista y sobe-
ranista contribuyen a congregar y a inspirar a la gente y, si
miramos en el pasado y en el presente, podemos apostar a que
el debate proseguirá indefinidamente en el futuro, aunque la
soberanía se materialice algún día (o, al contrario, deje de ser
una opción). Si tengo un consejo para ofrecer a mi amigo
neo-quebequense, es el de participar lo más plenamente posible
en ese debate – al principio, mediante una escucha atenta y
respetuosa – y mantener un espíritu abierto, evadiendo la
trampa de las certezas absolutas y el facilismo de los
estereotipos.

162  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


CAPÍTULO IV

MONTREAL.QC.CA

Montreal es, al mismo tiempo, la esencia y la negación de Quebec.


En la gran urbe, los opuestos se tocan y las identidades se encuen-
tran. En este capítulo, ofrezco un panorama de la ciudad, de los
grupos que la habitan y de las tensiones que la hacen palpitar.
Montreal es una ciudad vagabunda que carece, por cierto, del
encanto de las grandes ciudades imperiales, aunque es una ciudad
fantástica1.
El mayor problema de Montreal, es el aburrimiento. Hay vecinda-
rios de Montreal que me adormecen2.
[Montreal] es una chica valiente que no se ofrece al primero que
viene, y que oculta sus encantos3.
Baches por todos lados, comercios cerrados en cada calle, cestos de
basura que desbordan, el subterráneo que se descompone todo el
tiempo4...
No posee la belleza de París, de Barcelona o de Ámsterdam, pero
Montreal no es por ello menos atractiva y fácil para vivir5.
[Si] muchos consideramos que Montreal es fea, lo hacemos por
nuestro incorregible derrotismo6.
Todas las grandes ciudades están envueltas de paradojas y
contrastes. Los turistas experimentados conocen bien el fenó-
meno : la jungla urbana de New York los seduce, pero su
ritmo frenético los enajena ; se deslumbran con la persona-
lidad de París, pero no tanto con la personalidad de los pari-
sinos típicos ; Buenos Aires los cautiva con sus maravillosos

montreal.qc.ca  •  163
ejemplos de Art Nouveau, pero también los decepciona por
la presencia de viviendas precarias en pleno centro. Cada
metrópolis manifiesta, a su manera, las contradicciones de la
sociedad moderna, sus grandezas y sus miseria. Montreal no
escapa a esta regla. Hasta diría que ella se define por una
coexistencia extraña de lo mejor y de lo peor. Por ejemplo,
Montreal « recibió oficialmente el título de Ciudad de Diseño
otorgado por la UNESCO »7, pero un experto en marketing
británico « declaró que, al recorrer el trayecto entre el aero-
puerto y el centro, más que en Montreal, se hubiera creído
en Kazajistán »8. Montreal es un « líder en el campo de los
transportes gracias a Bombardier y a la sede social de la
OACI »9, pero todos los usuarios del transporte público –
incluyendo a los visitantes – « notan la ausencia inexcusable
de acceso al Metro para discapacitados »10. Las grandes revistas
internacionales « clasificaron a Montreal en sus rankings de
ciudades trendy del planeta en razón de su calidad de vida, su
personalidad festiva y su efervescencia cultural »11, pero es, al
mismo tiempo, « una ciudad de pobres », « el campeón cana-
diense del desempleo y de las familias monoparentales »12.
Montreal « es la capital de la investigación universitaria en
Canadá », con sus « 450 centros de investigación universitarios
y privados »13, pero también « muestra un bajo nivel de edu-
cación »14 si se la compara a otras ciudades canadienses.
Además, si la lista de desafíos para los montrealenses ya es
bastante larga, hay que agregar un punto singularmente
inquietante : su ciudad no es demasiado apreciada por los
quebequenses que no la habitan. Luego de la publicación de
los resultados de una encuesta sobre la imagen de las ciudades
de Quebec, el entonces alcalde Gérald Tremblay tuvo que
rendirse a la evidencia : « Montreal debe ganarse de nuevo el
corazón de los quebequenses ». En efecto : « más de un resi-
dente sobre dos en la provincia (54 %) no viviría en Montreal,
revela la encuesta realizada [...] con 2.000 quebequenses
provenientes de diez grandes ciudades de Quebec. Lo que es

164  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


peor aún, el nivel de popularidad de la metrópolis disminuye
a medida de que uno se aleja de ella »15.
Las grandes urbes son, sin excepción, objeto de una relación
de amor-odio de parte de sus habitantes y de quienes, al exte-
rior de ellas, sufren su influencia. Pero, más profundamente,
ellas remiten a una ruptura en la consciencia colectiva. La
ciudad es el lugar por excelencia del progreso y – como sede
las instituciones culturales, motor económico y puerta de
entrada de los inmigrantes – la principal de matriz de las acti-
tudes tolerantes y cosmopolitas. Asimismo, ella representa el
abandono de las tradiciones, la descomposición de la comu-
nidad original y, en el contexto del capitalismo, el reino de la
avidez materialista. En una oposición cuyas bases son, en parte,
históricas y, en parte, imaginarias, la ciudad aparece como un
espacio artificial, lleno de quimeras vacías y, en última ins-
tancia, de alienación identitaria. El lector pensará tal vez que
esa concepción, demasiado conservadora y teñida de religio-
sidad, recibe escasas adhesiones en un mundo crecientemente
urbanizado e interconectado. Sin embargo, el clivaje imaginario
entre un núcleo de « autenticidad » cultural y la Babel del
cambio desenfrenado, la el laxismo moral y la frivolidad, sigue
vigente en muchas sociedad. Las representaciones del « país
profundo », del « terruño », del « interior » subyacen todavía al
discurso político y al pensamiento populista. Por supuesto, no
nos sorprende desde un punto de vista sociológico : la movi-
lidad social, la concentración industrial, la innovación cultural
y el mestizaje étnico son esencialmente – aunque no exclusi-
vamente – fenómenos propios al medio urbano. En cuanto a
las « regiones » – el campo pero también las ciudades « regio-
nales » –, éstas tienen a veces razones reales y legítimas para
sentirse descuidadas y hasta maltratadas por las grandes metró-
polis. Las jerarquías culturales de las que hablé en el segundo
capítulo entran en juego : desde el lenguaje hasta los estilos de
vida asociados al mundo « campesino » y « provincial » son
considerados con cierto menoscabo o burla por parte de las

montreal.qc.ca  •  165
élites citadinas. Así, los habitantes del corazón geográfico de
Estados Unidos sienten generalmente que las grandes urbes de
las costas Este y Oeste no personifican al « alma » del pueblo
norteamericano. Hollywood y Manhattan son, para muchos
de ellos, los emblemas de la decadencia e, incluso, de la nega-
ción pura y simple de la verdadera « norteamericanidad ». Los
demagogos – en política y también en los medios de masa –
alimentan una retorica que defiende la causa del hombre y la
mujer comunes, esa mayoría silenciosa que constituye, para
dicha visión, el reservorio de los valores nacionales y que, a
pesar de eso, tiene la sensación de no ser más el dueño de casa.
Aquí, observamos un fenómeno similar. La eterna rivalidad
entre la ciudad de Quebec, la capital provincial, y Montreal,
la gran metrópolis de la provincia, encierra las huellas de ese
conflicto entre un « afuera » y un « adentro » nacional. Alguien
ha sugerido que la población de la ciudad de Quebec demuestra
« un apetito particular por los políticos de “lenguaje colo-
rido” »16, un rasgo típicamente populista, así como una prefe-
rencia por animadores de radio que « hablan sin tapujos » y
critican a la « dictadura de las minorías » y a toda forma de
politically correct. Esas figuras públicas reflejan lo que el histo-
riador Réjean Lemoine llama « el conformismo de una ciudad
homogénea [...], provincial, francófona » y lo que Bernard
Dagenais, profesor del Departamento de Información y Comu-
nicación de la Universidad Laval, califica de mentalidad de
« gran aldea »17. En esa ciudad, según el sociólogo Michel
Lemieux, existe un « movimiento profundamente anti-elitista »
que se opone a la « montrealización » de la sociedad quebe-
quense18. No quiero usar esos estereotipos para describir al
conjunto de la población de la ciudad de Quebec como « retró-
grados », pues obviamente no es ese el caso. Lo que busco es
subrayar la presencia de discursos y actitudes que caen fácil-
mente en una lectura que antagoniza a Montreal y Quebec,
como si la primera fuera un peligro para la integridad identi-
taria de la segunda. En efecto, Montreal simboliza para muchos

166  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


franco-quebequenses el riesgo constante de la eventual pérdida
de sí mismo que ya he evocado varias veces en este libro. Si la
ciudad de Quebec proyecta la imagen del repliegue y del
encierro, Montreal proyecta la imagen de la apertura excesiva
hacia los « Otros », de la complacencia y, en última instancia,
de la progresiva asimilación. El rechazo visceral del bilin-
güismo, visto como un espectro que lleva inexorablemente a
la anglicización se combina a veces con una lectura cuasi-psi-
cológica – « el bilingüismo debilitará la confianza de los que-
bequenses en sí mismos »19 – y, en ciertos casos, con un discurso
teñido de moralismo. Serge-André Guay, presidente de la
Fundación Literaria Fleur de Lys, expresa así su visión de
Montreal como lugar de perdición de la « quebecidad » :
El pueblo quebequense forma claramente una nación, al mismo
nivel que los pueblos indígenas. Los quebequenses montrealenses
no parecen entenderlo. Y es demasiado tarde para rectificar la
situación. Solamente las otras regiones de Quebec pueden ganar la
apuesta de la identidad quebequense, pero únicamente en el seno
de sus propias fronteras. Montreal está perdido, a menos que se dé
una inmigración masiva proveniente de las regiones, lo cual no
aconsejaría. El multiculturalismo montrealense es furtivo. Algunos
jóvenes de las regiones que inmigraron a Montreal ya fueron
ganados por él20.
Para la mayoría de los nacionalista, Montreal constituye el
campo de batalla en donde se juega la perpetuidad o la desa-
parición de su identidad. El Movimiento Montreal Francés,
por ejemplo, describe con horror el carácter « bilingüe » de la
gran metrópolis y señala en cada una de las páginas de su sitio
web que « en Quebec, cerca de 80 % des los anglófonos viven
en la región de Montreal ». La sensación de alarma y de
urgencia es explícito, así como la designación del elemento del
cual emana el riesgo. La imagen convencional de Quebec como
una isla de francés en medio del océano de habla inglesa tiende
a ser reemplazado por la percepción de una amenaza interior
cuyo núcleo se encuentra en Montreal. El contraste casi cari-

montreal.qc.ca  •  167
catural entre la blandura del centro urbano y la solidez del país
profundo se desprende netamente en las declaraciones de un
portavoz de ese movimiento : « El clivaje lingüístico entre
Montreal y las otras regiones de Quebec repercute negativa-
mente tanto en la inclusión de los recién arribados como en el
derecho de los quebequenses a asegurar la supervivencia y el
desarrollo de la cultura y del idioma francés »21.
El punto de vista que sostiene ese grupo no es marginal y
menos aún « extremo ». Un programa radial animado por Pierre
Maisonneuve en Radio Canada, cuyo título era « Montreal :
¿ el idioma francés amenazado ? » suscitó numerosas reacciones
– a veces muy emotivas – entre sus auditores. De unos 60
comentarios registrados en el sitio web de la emisora, la gran
mayoría expresaba un acuerdo con el diagnóstico de que la
ciudad se angliciza y se aleja del Quebec francófono, del cual
se rememoran con nostalgia o que desean ver construirse en
aras de la afirmación nacional. Es interesante notar en el dis-
curso de algunos la confusión entre las diversas esferas de la
vida social : no parecen darse cuenta de que el idioma en el que
se mantiene una conversación, incluso en el espacio público o
en el seno de una institución, no deja de ser una opción pri-
vada. En efecto, los derechos y la obligaciones jurídicas en el
terreno lingüístico no se aplican fuera del ámbito de las comu-
nicaciones de índole pública. En las escuelas francófonas de
Montreal que reciben alumnos de origen inmigrante es usual
que se indique en el reglamento que todos deben expresarse en
francés. Pero esta práctica – que algunos justifican y otros
consideran excesiva – se halla en vigor en la medida en que los
niños se encuentren bajo la responsabilidad de los docentes, lo
cual incluye los periodos de recreo previstos en el horario
escolar, pero no, por ejemplo, las actividades extracurriculares
o las interacciones fuera de lugares y tiempos designados. Sin
embargo, cada palabra no francesa que se pronuncia en Mon-
treal significa, a los ojos de muchos quebequenses, un gesto de
desprecio de su idioma, hasta una manifestación de hostilidad

168  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


hacia la población mayoritaria. La presión de la opinión pública
francófona es tan poderosa a ese nivel que la Comisión Escolar
de Montreal anunció en 2011, en un impulso de puro irrea-
lismo, que « sus escuelas inscribirán en su código de convivencia
la obligación de los alumnos de comunicarse en francés en todo
momento y en todos lados »22.
Copio aquí un par de mensajes enviados al programa de
Maisonneuve para ilustrar el tipo de percepciones que empujan
a las autoridades a adoptar semejantes medidas23 :
Solamente caminando en el centro de la ciudad [uno ve] que más
de la mitad de las conversaciones son en inglés.
Cada vez que vengo a Montreal constato que cada vez más el inglés
es omnipresente y me cuesta sentirme en casa en mi ciudad natal.
Así, Montreal la rebelde es, al mismo tiempo, provincial y
cosmopolita, fea y encantadora, sucia y efervescente. Cada
quebequense tiene su propia opinión acerca de las cualidades
y los defectos de esta ciudad de casi dos millones de habitantes
(más de tres millones si se incluye a los suburbios). Por un lado,
se la proclama como una de las metrópolis más creativas del
mundo y, por el otro, se la acusa de carecer de planes integrales
de desarrollo urbano, razón que explica, junto a la masiva
corrupción, el deterioro de sus infraestructuras. Pero el punto
en torno al cual las discusiones se vuelven especialmente apa-
sionadas es, por supuesto, el de las tensiones identitarias. No
necesito subrayar que, aunque Montreal posea una geografía
marcada por bordes y puntos de contacto entre distintas len-
guas y culturas, no es para nada el equivalente canadiense de
Belfast o de Beirut, con sus fronteras etno-religiosas internas,
ni tampoco el de Detroit o de San Pablo, con sus guetos socioe-
conómicos y raciales. De hecho, es en Montreal que vemos a
Quebec y Canadá entremezclándose, afrontándose y abrazán-
dose. El componente idiomático es, obviamente, la clave del
problema. Pero pecaríamos de ingenuos al no ver más que una
simple cuestión de demografía (¿ cuántas personas hablan cada

montreal.qc.ca  •  169
idioma ?), de legislación (¿ hace falta reforzar o suavizar la Carta
de la Lengua Francesa ?) o de cortesía interpersonal (¿ los
comerciantes deberían reconocer más enérgicamente la pri-
macía del francés en los negocios ?). Todos esos aspectos son
importantes y merecen la atención de los especialistas y de los
dirigentes políticos. Pero, para entender verdaderamente el
debate sobre el lugar que ocupa Montreal en Quebec, hay que
remitirse tanto a las problemáticas estructurales como a las
vivencias cotidianas de la « gente común ».

Del Este al Oeste de la isla


Hace algunos años, me encontraba en un aula universitaria
explicando a mis alumnos la importancia de experimentar,
aunque fuera de modo fugaz, la sensación de ser un extranjero
en nuestra propia sociedad. Como siempre lo hago en mis
clases sobre métodos de investigación, les decía que un soció-
logo debe intentar mirar la realidad social – tanto la suya como
la de otros – con la misma perspectiva que tendría un visitante
curioso y sin preconceptos (a veces, para ayudarlos a represen-
tarse la situación, utilizo la imagen de un marciano que llega
a la Tierra o la de un niño que se sorprende continuamente de
lo que ve y pregunta « ¿ por qué ? » ante cosas sobre las que los
adultos no se cuestionan). En efecto, el sociólogo apunta prin-
cipalmente a revelar los mecanismos subyacentes que organizan
la vida social. Esos mecanismos se han convertido en algo tan
« obvio » o « natural » para nosotros que su lógica y su funcio-
namiento han sido, de alguna manera, « invisibilizados ». Ellos
regulan asuntos triviales, como el mínimo de distancia física
que suponemos aceptable cuando alguien se nos acerca en la
calle, pero también tienen un efecto determinante sobre nues-
tros pensamientos y nuestras creencias más profundas (a través
de los « relatos ideológicos » de los que hablé en el capítulo
anterior). Con esto en mente, propongo a mis alumnos que
antes de poder ser turistas en su propia sociedad, hay que
entrenar la mirada y desarrollar una capacidad de observación

170  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


que nos permita ir más allá de las apariencias. Para eso, no hay
otro medio que zambullirse en la « extranjeridad ». Vayan a
algún lado, les aconsejo, en donde se sentirán desenraizados y
relativamente ignorantes de los códigos sociales, pero sin estar
completamente aislados del entorno (pues la extranjeridad total
anula la posibilidad de empatía). En suma, « sumerjámonos en
un mundo social que nos permita entender a qué punto el
comportamiento de los otros es distinto (o « loco », como diría
Obelix), dado que es así como podremos también entender a
qué punto nuestro propio comportamiento es « diferente » a
los ojos de los demás. Luego de esta explicación, les pregunto,
entonces, a mis alumnos : « ¿ Adónde irían para efectuar esta
experiencia, un lugar al cual nunca han ido hasta ahora y que
representa, para ustedes, el prototipo de una extranjeridad
familiar ? ». Una alumna levantó la mano y respondió : « Iría a
Westmount ». Tardé en reaccionar. Parecía muy seria. Com-
prendí entonces que la joven no estaba bromeando.
Para los inmigrantes de clase media, Westmount es un
vecindario – técnicamente una municipalidad antes de la fusión
de 2002 y después de la « defusión » de 2006 – quizás deseable
pero generalmente inabordable : el precio promedio de las casas
y el ingreso medio de los hogares se encuentran entre los más
elevados de Montreal. La mayoría de neo-quebequenses se
dirigirán simplemente hacia otras partes de la ciudad, sin darle
demasiadas vueltas. Es cierto que hay « zonas ricas » en todas
las urbes del mundo y, en tal sentido, como Lawrence Park o
Forest Hill en Toronto, el nombre « Westmount » sirve de atajo
semántico cuando se quiere aludir al pináculo de la pirámide
social. Pero, para los franco-quebequenses, la palabra está car-
gada de un significado mucho más profundo. Westmount
quiere decir enclave opulento y anglosajón : « Cuando hay
“Westmount” en el nombre de una escuela, uno espera encon-
trarse con lindos niños blancos, rubios y ricos, como en un
aviso de Ralph Lauren »24. El célebre Manifiesto del Frente de
Liberación de Quebec lo daba, en 1970, como símbolo

montreal.qc.ca  •  171
supremo de la opresión nacional : « Somos cada vez más nume-
rosos en conocer y sufrir esta sociedad terrorista y ya se acerca
el día en que todos los Westmount de Quebec desaparecerán
del mapa ».
Aunque la gran mayoría de la población de Westmount no
reside en sus mansiones lujosas (de hecho, « 55 % de los inmue-
bles de Westmount son rentados »25 y « 15 % de su población
vive bajo el umbral de pobreza »26), la percepción que los mon-
trealenses tienen de ese lugar está fuertemente asociada a las
grandes fortunas de arriba de la « montaña ». Hace algunos
años, Nathalie Petrowski escribía en La Presse una columna
titulada « Los ricos », en la cual se dedicaba a describir esa
cumbre de la suntuosidad que es Summit Circle. Según la
periodista, en esas « alturas privilegiadas », « se cuenta en pro-
medio dos Mercedes rodeadas de un Jeep o de un sedán fami-
liar » delante de cada casa, y se compite por poseer « el más
lindo jardín, los más grandes leones de mármol, las más altas
columnas, el mayor número de candeleros y de puertas de
garaje, el sistema de seguridad más poderoso ». Para completar
el retrato de esa extranjeridad familiar, Petrowski aportaba una
información que subrayaba – si bien tal vez esa no era la inten-
ción de la autora – la distancia identitaria en relación al que-
bequense « normal », la brecha entre « ellos » y « nosotros ». En
efecto, uno no puede evitar notar la ausencia flagrante de la
« cepa » canadiense francesa. Ella nos dice : « Llevaba en mi
mano la lista de los reyes de la montaña : Elaine Gregory,
Gabriel Azzouz, Pardaman Kaur-Chhatwal, Zabel Khatcha-
dourian, Gabriel Malka, Marvin Epstein, Sandra Kotler, Nash
Sidky. Usted no los conoce. Yo tampoco. Nadie los conoce, de
hecho. No son solamente ricos. Son también extraordinaria-
mente discretos »27.
Westmount sigue siendo el emblema de la riqueza angló-
fona, como si estuviera amurallada en el corazón de la metró-
polis quebequense, pero desde hace varios años los montrea-
lenses han comenzado a percibir el surgimiento de una especie

172  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


de territorio más amplio y mejor articulado que se afirma frente
a la mayoría francófona. La discreción y la indiferencia altiva
de los « anglos » de arriba de la montaña corresponden a un
período en el que su dominación cultural y económica no
estaba amenazada. La Ley 101, el referéndum de 1995 y la
fusión municipal de 2002, entre otros eventos, provocaron
reacciones cada vez más intensas por parte de una población
que se siente cercada por la ascendencia del nacionalismo que-
bequense. Las municipalidades en donde se concentran los
anglófonos adoptaron una actitud defensiva en lo idiomático
y muchos ciudadanos tomaron una postura activa en política
(con el fin de oponerse al debilitamiento del inglés o de pro-
poner la idea de una « partición » de Quebec en la eventualidad
de su independencia de Canadá). Esta dinámica de resistencia
los llevó paradoxalmente a desarrollar una conciencia
« anglo-quebequense », la de una minoría con raíces históricas
y lazos afectivos en Quebec – y en Canadá – y que posee una
identidad distintiva. Cuando la minoría anglo-quebequense se
moviliza para que se reconozcan sus derechos colectivos, ella
se manifiesta en tanto que componente de la sociedad quebe-
quense. Sin embargo, cuando los ciudadanos de Mont Royal,
Côte Saint Luc, Baie d’Urfé, Hampstead y Kirkland votaron
masivamente en contra de su incorporación en la nueva aglo-
meración urbana, los francófonos divisaron en dicho gesto un
rechazo frontal a la integración. Si bien muchos montrealenses
anglófonos pueden considerar injusta la opinión formulada en
esa época por Jean-Robert Sansfaçon, entonces redactor en jefe
de Le Devoir, aquella reflejaba un sentimiento muy difundido :
« Para ellos, el nombre de Montreal era sinónimo de despose-
sión, de asimilación en el gran caos francés. No se irán, se
quedarán, justo al lado, pero más aislados que nunca del resto
de Quebec. En la mañana, vendrán a trabajar a Montreal y, a
la noche, se regresarán a sus casas, que no están en Montreal
sino en algún suburbio conectado por un hilo imaginario a
Toronto o a Vancouver »28. Sin embargo, una gran parte de esos

montreal.qc.ca  •  173
anglófonos que, según Sansfaçon, se aíslan del resto de la
población montrealense, ya son parte integrante de la sociedad
quebequense, en la cual eligen vivir. Un lector de The Montreal
Gazette expresa, con ironía pero también de modo obviamente
sincero, su apego a Quebec : « Los anglos nos portamos mejor.
Aprendimos nuestras lecciones y sabemos cuál es nuestro lugar.
Y nos encanta estar aquí »29.
Ottawa es la capital de un país formalmente bilingüe, pero
el inglés suele predominar casi siempre, sin lugar a dudas. Las
« dos soledades » coexisten en Canadá, pero solamente en Mon-
treal se tocan verdaderamente. Fuera del hecho de que la dua-
lidad idiomática montrealense es vista como un peligro por
algunos y como una ventaja por otros, es necesario tener en
cuenta la evolución sociológica de la minoría de habla inglesa.
En efecto, los 760.000 « anglos » de Quebec (el gobierno pro-
vincial los calcula en poco menos de 600.000) están lejos de
constituir un grupo homogéneo, como lo plantea el estereotipo.
Por un lado, apenas un tercio de ellos es de origen exclusivamente
británico (otro tercio es de origen italiano y el resto está formado
principalmente por las demás minorías « históricas » : griegos,
judíos, chinos y portugueses). Por otro lado, más de 65 % de los
anglo-quebequenses hablan fluidamente el francés. Este pro-
fundo cambio en relación a la actitud de otra época se expresa
también en el hecho de que, en 1999, « aproximadamente 18 %
de los niños de habla inglesa asistían a una escuela francesa y un
30 % tomaba cursos de inmersión en francés »30. Es evidente que
ciertos quebequenses permanecerán indiferentes ante dicha
transformación pues, a sus ojos, no se modifican los parámetros
básicos de la situación. Me parece, sin embargo, que el recono-
cimiento de esta nueva tendencia debería, al menos, empujarnos
a apreciar que la minoría anglófona asume su pertenencia a la
sociedad quebequense. También hay que recordar – pues muchas
veces se lo olvida – que la comunidad de habla inglesa posee
derechos colectivos admitidos tanto por la constitución cana-
diense como por la legislación de Quebec. La Carta de la Lengua

174  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Francesa incluye varias cláusulas de protección de esta minoría,
particularmente en materia de acceso a la administración de la
justicia, de educación, de servicios sociales y de salud, así como
de comunicación con el Estado provincial. Atención : esos dere-
chos no son simples enunciados de buena voluntad o medidas
caritativas hacia un grupo que tendría necesidad del gobierno
para defenderse y desarrollar su cultura. Esos derechos enmarcan
y promueven una realidad institucional y económica extrema-
damente vigorosa cuyo epicentro se encuentra en Montreal : los
medios de comunicación y las universidades de idioma inglés,
por ejemplo, ocupan un sitio primordial en el espacio público
quebequense. Pero ¿ es preciso señalar que el hecho de que la
comunidad anglófona demuestre prosperidad y dinamismo no
afecta en nada sus plenos derechos como grupo constitutivo de
la sociedad ?
¿ Dónde viven los anglófonos ? Una regla muy simple sirvió
durante mucho tiempo como guía de la geografía idiomática
de Montreal : al Este los francófonos y al Oeste los anglófonos.
La calle Saint Laurent – llamada a veces la Main, o « principal »
– fue históricamente la frontera entre los dos mundos. En su
Historia de Montreal desde la Confederación, el historiador Paul-
André Linteau evoca ese corte de la ciudad en dos : en el siglo
XIX, los ingleses y los escoceses dominaban el Oeste y los
canadienses franceses en el Este31. Según la novelista Marie-
Claire Blais, las dos comunidades construyeron un tejido
urbano a su imagen. En la revista Escritos del Canadá Francés,
se aboca a describir el contraste entre dos calles emblemáticas :
Crescent, del lado inglés, sofisticada y ordenada, y Saint Denis,
su antítesis francesa, bohemia y espontanea32.
Esta perspectiva algo ingenua – y ya anticuada en 1978,
cuando Blais escribió esas líneas – revela, sin embargo, imágenes
que todavía hoy persisten. Aunque el mapa lingüístico actual de
la ciudad no presente fronteras tan precisas como en el pasado
(¡ cada vez más familias francófonas se mudan a Westmount !),
el imaginario de la oposición Este-Oeste sigue vigente. Hace

montreal.qc.ca  •  175
apenas algunos años, un juez utilizaba aún la calle divisoria de
las dos zonas urbanas para separar a las dos identidades y evitar
un conflicto. Quienes suelen circular fluidamente entre los
diversos vecindarios de Montreal se sorprendieron al enterarse
que un grupúsculo de militantes nacionalistas debía, por decisión
judicial, abstenerse de penetrar en territorio anglófono. Radio
Canada anunciaba en octubre de 2003 : « Cuatro de los siete
hombres acusados en relación a actos de vandalismo cometidos
el lunes contra la antigua alcaldía de Baie d’Urfé han sido libe-
rados bajo ciertas condiciones, en espera de su próxima convo-
cación por el tribunal. [...] Se les prohíbe encontrarse al Oeste
de la calle Saint Laurent ».
Al obligar a esos individuos a quedarse de « su lado » de la
ciudad, el juez convalidaba una visión dicotómica que no ya
no corresponde más a la realidad del Montreal contemporáneo.
Aunque, en sus líneas generales, el perfil espacial de los prin-
cipales agrupamientos lingüísticos presente, en efecto, las
huellas de una distribución Este-Oeste, la estructura demográ-
fica no se reduce a esta oposición. En tal contexto, las comu-
nidades « étnicas » se suman para complejizar el paisaje urbano.
Como lo explica Annick Germain, profesora en el INRS-Ur-
banización, los inmigrantes se han concentrado en las áreas
que rodean el centro de la ciudad, con la calle Saint Laurent
como columna vertebral (si bien hay una tendencia a despla-
zarse hacia el Oeste y hacia el Norte). El núcleo central de
Montreal se mantiene como lugar de predilección de los inmi-
grantes recientes, pero otros vecindarios los atraen igualmente.
Germain pinta el panorama siguiente : « Hoy, el establecimiento
de los recientemente arribados se realiza en una diversidad de
territorios. Los sectores centrales siguen siendo zonas de aco-
gida importantes, pero otras zonas de transición se desarrollan
en periferia »33.
Es importante comprender que Montreal ha conocido una
dinámica diferente de la usual en otros grandes polos receptores
de inmigración. Por un lado, los inmigrantes no confluyen en

176  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


los suburbios periféricos, lo cual crearía un efecto de « subur-
banizacion » de los grupos minoritarios, similar al que se
observa, por ejemplo, en París. Por otro lado, los inmigrantes
no ocuparon los sectores centrales que los residentes originales
habrían abandonado, como ocurre en los barrios del inner city
de muchas ciudades de Estados Unidos. En tal sentido, los
inmigrantes contribuyen a la densificación y a la diversificación
de un tejido urbano que ya estaba socialmente estructurado.
Los dos extremos de la isla se mantienen relativamente homo-
géneos en lo que hace a su identidad etnocultural, pero es cada
vez más difícil identificar áreas, sobre todo en el centro de la
ciudad, en las que el mestizaje demográfico estuviera aún
ausente. No es exagerado decir que el rostro de Montreal está
transformándose fundamentalmente por el influjo de neo-que-
bequenses. Danielle Dorval, de la Dirección de Salud Pública
de Montreal, presenta un retrato estadístico de dicho « mosaico
cultural » :
En 2001, había en Montreal cerca de 500.000 personas nacidas
afuera de Canadá. En los últimos 20 años, la importancia relativa
de los inmigrantes pasó de 21 % a 28 %. Los principales países de
origen de los inmigrantes que viven en Montreal son Italia (12 %),
Haití (7 %), Francia (5 %), Líbano, Vietnam y China (4 %). Esta
repartición refleja las diferentes olas de inmigración históricas pero
no corresponde más a las regiones de origen de los inmigrantes
recientes. De los 500.000 inmigrantes que residen en Montreal en
2001, más de 100.000 llegaron después de 1996. Los 5 países que
más contribuyeron a esta inmigración reciente son Argelia (9 %),
China (8 %), Francia (7 %), Haití (5 %) y Marruecos (5 %)34.
Montreal atrae aproximadamente 85 % de los inmigrantes
que se radican en Quebec, entre 40.000 y 45.000 personas
cada año. Si se toma en consideración la totalidad de los mon-
trealenses nacidos en el extranjero, se verá que 17 % de ellos
habitan en el distrito de Villeray Saint Michel Parc Extension,
10 % en el de Rosemont La Petite Patrie y 10 % en el de Côte
des Neiges Notre Dâme de Grâce. De hecho, los nuevos resi-

montreal.qc.ca  •  177
dentes están presentes, en proporciones variables pero no
despreciables, en todos los principales distritos en los que se
subdivide la ciudad, incluyendo los de Ahuntsic Cartierville,
Saint Léonard, Mercier Hochelaga Maisonneuve y Plateau
Mont Royal. El distrito más cosmopolita, Parc Extension, es
un microcosmos del sabor pluricultural montrealense : 8 habi-
tantes sobre 10 nacieron en el extranjero (los más recientes
provienen mayoritariamente de Argelia y de Pakistán), 42 %
forman parte de una « minoría visible » (de éstos, 35 % son
asiáticos y 29 % africanos o afrodescendientes) y 35 % hablan
un idioma no oficial en la casa (griego, penjabi, español, ita-
liano, etc.35). ¿ Podemos imaginar una mayor diversidad ?
Pero, más allá de las estadísticas, el proceso de « heteroge-
neización » de Montreal no es fácil de describir cuando intro-
ducimos la espinosa cuestión de las identidades. El término
« étnico » no es necesariamente aceptable en todo contexto y
puede suscitar legítimas inquietudes en relación a la manera
en que se entiende lo que es una identidad colectiva. Sabemos,
en efecto, el que « étnico » es siempre el « Otro », designado por
quien se identifica a la cultura dominante (la cocina « étnica »
es así la cocina de otro lugar, exótica, etc.). El reconocimiento
de la alteridad es problemático : como miembro de una minoría
inmigrante, quiero ser considerado como un ciudadano igual
a todo nivel, como lo son los que nacieron aquí, pero también
me importa que se tenga en cuenta mi identidad particular, mi
« diferencia ». No tolero que se hable de mí como si yo no fuera
un « verdadero » quebequense, pero exijo que la sociedad res-
ponda a mis creencias religiosas y sensibilidades culturales. Esas
demandas contradictorias llevan a algunos a oponerse a toda
« deriva multiculturalista » que favorecería la relativización y,
en última instancia, el debilitamiento de la ciudadanía com-
partida por todos. Este argumento es, como ya vimos en el
capítulo precedente, perfectamente válido. Pero la posición
alternativa es igualmente convincente, como lo sugerí en rela-
ción al debate sobre los « acomodamientos razonables » : cuando

178  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


nos rehusamos a reconocer la especificidad del « Otro », termi-
namos ratificando las pautas que justifican o admiten la des-
igualdad. En Quebec, el ejemplo de la equidad salarial es
extremadamente elocuente con respecto a dicho problema : si
no se toman medidas que remitan de modo directo y explícito
a la condición de subordinación de las mujeres en el mercado
laboral, el sistema no corregirá nunca, por sí solo, ese desequi-
librio. Los criterios discriminatorios están integrados en las
instituciones y en las prácticas que valorizan ciertas tareas y
competencias (preponderantemente masculinas) y desvalorizan
otras (preponderantemente femeninas). En el caso de las mino-
rías calificadas de « visibles » (o sea, grosso modo, no blancas),
la traba suele tener la misma lógica. Esos grupos registran
niveles de desempleo que llegan al doble del promedio del
conjunto de la población, y eso no se explica únicamente por
una falta de títulos o de experiencias profesionales : 13 % de
los montrealenses confiesan que no contratarían una « persona
negra o de color »36. No siempre es un problema de racismo
abierto, pero todos los actos de discriminación, hasta en su
expresión más trivial (y, a veces, sin mala intención), terminan
por hacer daño. Es el caso de la « racialización », un sistema de
clasificación tan incorporado en nuestra mente que se nos hace
invisible en cuanto a lo que es « normal » en la sociedad, y que
se manifiesta en miles de pequeñas actitudes. Cada uno de
nuestros actos puede parecer inofensivo, si se los mira por
separado, pero en su conjunto producen un impacto nefasto,
como se desprende de lo que cuenta este montrealense afro-
descendiente : « ¿ Por qué un policía blanco no le pregunta
nunca a una persona blanca : ¿ de qué origen es usted ? ¿ Por
qué se lo preguntan siempre a las personas negras ? Me han
hecho esta pregunta toda mi maldita vida y ya tengo 72 años.
¿ De dónde vengo ? ¡ Soy de la isla de Montreal37 ! »
Pero junto a esos gestos irritantes y, a la larga, humillantes,
hay acontecimientos en los cuales las tensiones interculturales
conducen lamentablemente a la tragedia. Durante el verano de

montreal.qc.ca  •  179
2009, un joven de origen hondureño fue abatido por la policía
en el distrito de Montreal Norte, un sector de la ciudad en
donde ya existían fricciones entre los agentes del orden y los
inmigrantes. Freddy Villanueva se entretenía jugando a los
dados en el parque junto a un grupo de amigos, cuando fueron
abordados por dos oficiales en patrulla. Los jóvenes protestaron,
pues se sintieron hostigados injustamente, y, cuando la situación
degeneró, se resistieron al arresto. El grado de violencia y el nivel
de peligro enfrentado por los policías varían según los diversos
testimonios. Lo esencial es que uno de los agentes abrió fuego
con su pistola y mató a Freddy, quien no llevaba ningún arma
consigo. Al día siguiente estallaron manifestaciones, con actos
de vandalismo que recordaban las revueltas de los suburbios
parisinos, mientras la familia Villanueva acusaba a la policía de
racismo. Durante la investigación del incidente, en 2010, la
cuestión de « perfilamiento racial » fue objeto de debate público :
¿ los agentes de policía de Montreal acosan de manera sistemá-
tica e irrazonable a ciertas minorías ? El informe producido por
un criminólogo y un psicólogo culparon explícitamente a los
oficiales, quienes, en su conjunto, detienen proporcionalmente
un número desmedido de jóvenes negros e hispanos en los
sectores considerados más sensibles por la presencia de pandillas.
La Liga de Derechos y Libertades ha señalado que, entre 1987
y 2008, 21 personas fueron heridas mortalmente por la policía
de Montreal, de los cuales casi la mitad (10) formaban parte de
grupos « étnicos ». Ciertos políticos y periodistas, así como una
parte de la opinión pública, consideraron que el asunto Villa-
nueva fue un evento lamentable pero aislado, y que no debería
vérselo como un síntoma de problemas de fondo en cuanto al
accionar policial frente a los inmigrantes. Richard Martineau,
famoso columnista del diario Journal de Montréal, fue aún más
lejos y escribió en tono sarcástico : « ¿ Hay criminalidad en
Montreal Norte ? Su causa es el racismo de la sociedad quebe-
quense. ¿ Hubo un revuelta ? Es por culpa de los policías »38. Él,
como otros, se dice « cansado de escuchar que la gente culpe a

180  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la sociedad por sus problemas ». ¿ Pero cómo se podría, entonces,
denunciar la discriminación si aquellos que la sufren son acu-
sados, como en la columna de Martineau, de « complacerse en
su posición de victimas » ?

Los « étnicos » y nosotros


Veamos algunas maneras posibles de designar al « Otro » sin
recurrir a la palabra « étnico » :
El inmigrante : el término es fácil de aplicar, pues puede
equivaler simplemente a « persona nacida en el extranjero ».
El quebequense de origen migrante : una expresión más polí-
ticamente correcta, que permite incluir a la segunda genera-
ción, es decir, a los hijos de quienes nacieron en el extranjero.
Los indígenas podrán señalar, sin embargo, que los colonos
franceses e ingleses tienen también origen migrante. Con esa
perspectiva, todos los quebequenses, excepto los pueblos ori-
ginarios, serían de origen foráneo.
El neo-quebequense : esta etiqueta, preferida por quienes
ponen el acento en la inclusión cívica, da a entender que la
diferencia entre los « nuevos » y los « viejos » es una simple
cuestión de temporalidad.
La minoría : la idea básica es bastante acertada : un grupo
que es cuantitativamente minoritario requiere una protección
ante la mayoría, particularmente en las democracias represen-
tativas, basadas en la « ley del número » (los muchos triunfan
sobre los pocos) .
La comunidad cultural : el término elegido por el gobierno
de Quebec pone el énfasis en la dimensión cultural, lo cual es
compatible con la visión oficial de una « cultura de tradición
francesa que juega el papel de foco de convergencia » para las
otras culturas.
El alófono : los demógrafos y los encuestadores emplean
habitualmente esta palabra, pues es fácil de manejar objetiva-
mente en sus estudios y sirve de indicador para estimar apro-
ximadamente el peso de los « étnicos ».

montreal.qc.ca  •  181
Cada uno de esos términos remite a un aspecto importante
de la realidad « étnica », pero ninguno de ellos permite englobar
la totalidad del fenómeno. Un inmigrante blanco y germa-
no-hablante encontrará sin duda menos discriminación que el
hijo de un inmigrante vietnamita, que un francófono de
Marruecos o que un afrodescendiente cuyos antepasados se
han radicado en Montreal en el siglo XVIII. No es entonces
una mera cuestión de tiempo, de lugar de nacimiento o de
idioma materno. Las minorías « visibles » son generalmente
consideradas como las más vulnerables al racismo, pero otras
categorías pueden también ser victimas de actitudes intole-
rantes (por ejemplo una persona blanca de confesión musul-
mana o que habla el francés con acento extranjero). La manera
más lógica – pero menos políticamente correcta – de proceder
es identificar a dicha población por la negativa : ellos no son
quebequenses « de cepa », es decir, su identidad no se define,
principalmente, por el legado canadiense francés. Pueden
autocalificarse de quebequenses, hablar francés y votar por la
soberanía de Quebec, pero no se representan a sí mismos como
descendientes de quienes fundaron originalmente la nación.
Habrá quienes dirán que este método coloca a los « étnicos » y
a los anglófonos en la misma bolsa. En efecto, pero la mayoría
de los anglófonos no se consideran anglosajones. Quienes se
ven como descendientes de las comunidades británicas origi-
nales se excluirán ellos mismos de la definición. Gracias a este
ejercicio intelectual, no intento solucionar un problema polí-
tico o sociológico, sino mostrar, una vez más, que decir « noso-
tros » en Quebec entraña siempre un riesgo. Es interesante
notar que muchas personas se consideran, ante todo, montrea-
lenses. Un joven, hijo de inmigrantes, se expresa así : « Yo me
siento indio, me alimento como los indios, mis valores son más
bien indios, en especial con respecto a la familia. Pero cuando
viajo, y yo viajo mucho, me siento canadiense. [...] En mi
cabeza, un quebequense es sobre todo un francófono, con la
piel blanca. No me veo realmente como un quebequense, pero

182  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


sí me veo como un montrealense. Mi ciudad es Montreal, y
por mucho »39. Este joven pertenece a lo que se denomina « los
hijos de la Ley 101 », es decir, la generación que ha debido
asistir a la escuela francesa en virtud de la Carta de la Lengua
Francesa y que, en la edad adulta, posee los útiles idiomáticos
para integrarse a la mayoría francófona. Este grupo atrae la
atención de todos aquellos que se interrogan sobre el futuro de
la identidad quebequense. Esos niños y jóvenes « étnicos » –
cuyos padres habrían preferido masivamente la escuela inglesa
si se les hubiera ofrecido dicha posibilidad – hablan como
franco-quebequenses y deberían, lógicamente, acompañar a las
grandes corrientes de la sociedad, especialmente en lo que
concierne sus ínfulas nacionalistas. La escuela francesa, ¿ ha
tenido éxito en hacer de esos individuos unos « verdaderos
quebequenses » ? Es obvio que el joven que acabo de citar no
fue « ganado » por la quebecidad. Sin embargo, algunos estudios
muestran que los jóvenes brindan un apoyo más palpable al
proyecto soberanista que los de mayor edad y que, entre los
neo-quebequenses, se observa una tendencia similar. Los soció-
logos Gilles Gagné y Simon Langlois constatan que la opción
del « sí » ha ganado bastante terreno entre los jóvenes alófonos
de Quebec : « El nivel de apoyo a la soberanía alcanza entonces
23 % y aumenta a 27 % en el subgrupo (77 %) de quienes son
activos en el mercado laboral »40. Los soberanistas ponen sus
esperanzas en esta nueva generación, más receptiva a los ele-
mentos progresistas del discurso nacionalista : crítica de la
globalización neoliberal, oposición a la política exterior de
Estados Unidos, lucha contra las desigualdades y apoyo de las
iniciativas de protección del medio ambiente. En sí, el hecho
de que aproximadamente un cuarto de « los hijos de la Ley
101 » se declaren favorables a la independencia de la provincia
es bastante impresionante. Creo que este fenómeno es una
prueba suplementaria de la amplitud y de la calidad del debate
político en Quebec, así como de la mutación del « nosotros »
en nombre del cual el proyecto nacionalista se articula. Pero

montreal.qc.ca  •  183
no por ello hay que pensar que esos hombres y mujeres, aunque
estén plenamente integrados a la sociedad quebequense, estén
dispuestos a recorrer todo el camino. La opción soberanista,
en el marco de una encuesta de opinión, puede expresar sim-
plemente un deseo de cambio o un mensaje de protesta que
no se traducirá necesariamente en un voto cuando se realice el
próximo referéndum. No olvidemos la gran movilización de
las comunidades minoritarias contra el « sí » en 1995. Por otro
lado, hay que recordar que lo propio de las nuevas generaciones
es justamente la fluidez y la multiplicidad de identidades. Esos
jóvenes se sienten quebequenses, pero a menudo se identifican
también con Canadá y, además, con sus nacionalidades de
origen. La identidad quebequense es sentida como propia y
eso es, en sí mismo, notable, pero no estoy para nada seguro
de que ella constituya el elemento dominante y, menos aún,
exclusivo. De hecho, podría decirse que esos jóvenes son típi-
camente quebequenses al participar en el juego identitario que
caracteriza a esta sociedad, con las ambigüedades, las mezclas
y las fluctuaciones que ella implica.
Ya hice referencia, en el primer capítulo, a la desilusión de
ciertos inmigrantes frente a la realidad quebequense. Quebec
se parece demasiado a lo que han dejado atrás o, en todo caso,
no corresponde totalmente a la imagen idealizada que tienen
del « Norte ». Pero si a algunos inmigrantes les disgusta la con-
flictividad política – pues quieren que los dejen tranquilos y
desconfían de un gobierno que les dice cómo vivir –, otros se
muestran abiertos a un lenguaje político que reconocen y
aceptan. Los latinoamericanos, por ejemplo, comprenden bien
la idea de un Estado fuerte que representa la voluntad colectiva
y que asume su papel con vigor. El modelo « Quebec Inc. » –
una alianza entre lo público y lo privado, un proyecto de
desarrollo sostenido por un conjunto de actores sociales – es
percibido por muchos norteamericanos como una suerte de
estatismo corporativista, con todo el significado peyorativo que
esos dos términos conllevan para ellos. Por el contrario, la

184  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


mayoría de latinoamericanos – y diría que muchos inmigrantes
del llamado « Tercer Mundo » – admiten la legitimidad de ese
modelo, aunque no estén completamente de acuerdo. Las
tendencias social-demócratas y pro-sindicalistas de Quebec,
tan criticadas por los neoliberales y tan enérgicamente revin-
dicadas por los partidos soberanistas, son elementos atractivos
para una gran cantidad de neo-quebequenses. Finalmente,
como ya lo mencioné, la posición muy crítica de los políticos
soberanistas con respecto al neo-conservadurismo de Washin-
gton (sobre todo en la época de Bush) agrada a quienes han
conocido de cerca los efectos del imperialismo estadounidense.
En suma, Quebec, una sociedad altamente politizada y cons-
tantemente atravesada por cuestionamientos y enfrentamientos
en torno al tema de la convivencia colectiva, puede provocar
dos efectos opuestos en el inmigrante (más allá de la opción de
la pura indiferencia) : éste deplorará la inestabilidad política y
el fuerte intervencionismo del Estado provincial (y el activismo
de la sociedad civil, con sus huelgas y manifestaciones fre-
cuentes), o bien ingresará al gran debate de ideas que se des-
prende de dicha realidad.
Sería tal vez ilusorio afirmar que los quebequenses y los
neo-quebequenses cohabitan en armonía, pero es preciso sub-
rayar que es muy poco habitual que las tensiones identitarias
degeneren en eventos violentos. Aunque en Montreal se regis-
tren, cada tanto, incidentes racistas y xenófobos, éstos no son
para nada moneda corriente. Cada uno de ellos recibe la aten-
ción inmediata de las autoridades y de los medios de comuni-
cación. También intervienen sectores de la sociedad civil para
denunciarlos. Así, luego del atentado con una bomba incen-
diaria contra una escuela judía en septiembre de 2006, el
presidente de la Sociedad Saint Jean Baptiste declaró que los
autores del crimen « no encontrarán en la sociedad quebe-
quense ni complacencia, ni indiferencia, sino la más completa
reprobación », Cuando la escuela Jóvenes Musulmanes de
Montreal fue blanco de vandalismos en enero de 2007, la

montreal.qc.ca  •  185
organización judía B’nai Brith calificó al acto de « delito
terrible ». La Comisión escolar English-Montreal también la
« denunció vivamente » y lanzó un llamado a las autoridades
par que los culpables sean arrestados. Esto no quiere decir que
los roces y las discordias interculturales estén ausentes de la
vida cotidiana. Ciertos casos, en los que quebequenses y
neo-quebequenses se han contrapuesto, adquirieron una gran
notoriedad. Por ejemplo, el tema del kirpán en la escuela
motivó un intenso debate colectivo y forzó al conjunto de la
sociedad a interrogarse sobre las relaciones entre los nativos y
los inmigrantes. En 2001, el joven sij ortodoxo Gurbaj Singh
Multani asistía una escuela pública francesa en Montreal. Los
sijs de vertiente ortodoxa (se estima que representan un 10 %
de la población sij presente en Canadá) consideran que su
religión – con origen en la región de Punjab, en India y
Pakistán – los obliga a llevar, de modo permanente, un pequeño
puñal ceremonial. Un grupo de padres, inquietos por la segu-
ridad de sus hijos, solicitaron a la comisión escolar que se
aplicara una política de « tolerancia cero » en materia de armas
en la escuela. Su argumento era el siguiente : « Si, para los sijs,
el kirpán no es más que un símbolo religioso, para numerosos
quebequenses de cepa, se trata de un cuchillo y nada más que
de eso. Y quien dice cuchillo, dice peligro en potencia »41. Al
cabo de un largo proceso judicial, se decidió permitir al alumno
llevar consigo el kirpán, con la condición de que el puñal fuera
enrollado en un tejido compacto y se lo escondiera bajo la ropa.
El juez Claude Tellier, de la Corte Superior, explicó lo siguiente
en su sentencia : « Desde hace 100 años, no se ha reportado
ningún caso de violencia vinculado al uso del kirpán. Por otra
parte, en un contexto escolar, hay normalmente toda suerte de
instrumentos que pueden convertirse en armas y que pueden
utilizarse en un acontecimiento violento : compás, material de
dibujo, artículos deportivos como un bate de beisbol, etc. »42.
Mientras se desarrollaba la controversia, los padres del joven
sij decidieron enviarlo a una escuela privada inglesa que no

186  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


recibe subsidios del gobierno, de manera a escapar a la regula-
ción estatal. Algunos vieron en esta historia la síntesis de una
oposición primordial : la que separa a las minorías de la mayoría
a nivel de sus valores básicos. ¿ Quién debe adaptarse ? ¿ Qué
quiere decir la tolerancia ? ¿ Cuál es el lugar de la religión en las
instituciones públicas ? Éstas no son preguntas fáciles y los
individuos involucrados no suelen ver al mundo desde el punto
de vista de sus « adversarios ». Como vimos en el capítulo ante-
rior, se invoca generalmente el argumento de la laicidad para
negarse a otorgar « derechos particulares » a las minorías (pen-
semos, por ejemplo, en los alumnos musulmanes que solici-
taron ciertos espacios en la universidad para efectuar sus rezos
y que recibieron un firme rechazo por parte de las autoridades
académicas). Pero si el ámbito de la educación debiera ser
completamente laico, los « minoritarios » se preguntarán por
qué Navidad y Pascuas sobresalen tanto, con sus símbolos y
tradiciones, en las escuelas primarias. Cuando Papá Noel vino
a visitar el establecimiento (público) de mi hija y prometió
juguetes a todos los niños, los padres no cristianos sufrieron el
trance de explicar a sus hijos que – a pesar de ser tan « buenos »
como los demás – no recibirían regalos en Nochebuena. Pocos
quebequenses sabían que, en el consejo municipal de Laval (un
suburbio de Montreal que, con más de 400.000 habitantes,
constituye la tercera ciudad más poblada de la provincia), todas
las reuniones públicas comenzaban con una plegaria religiosa
(durante la cual todos los presentes, incluyendo a los invitados,
debían ponerse de pie). Esta práctica no cesó hasta 2006,
cuando la Comisión de Derechos de la Persona le dio la razón
a una ciudadana que había registrado una queja al respecto
cinco años antes. La ciudad de Montreal abandonó la plegaria
inaugural en 1986, pero aproximadamente 400 municipali-
dades provinciales continuaron rezando en sus reuniones de
concejales, y varias siguen haciéndolo aún hoy43. He tenido la
oportunidad de conversar sobre este tema con algunos amigos
quebequenses « de cepa », quienes me aseguraron que dichas

montreal.qc.ca  •  187
costumbres han perdido toda significación religiosa y que
forman parte de la « cultura quebequense », a la cual los
neo-quebequenses deberían integrarse.
Pero el « deber de integración » de los inmigrantes hacia la
mayoría se halla indisociable ligado, en una sociedad demo-
crática y abierta, a la responsabilidad de protección que la
mayoría asume para con las minorías. Desde un punto de vista
sociológico, un grupo constituye una minoría cuando sus
miembros poseen una identidad socialmente inferiorizada o
desvalorizada44. La noción convencional de minoría remite a
un grupo « étnico » o religioso que vive junto a un grupo más
numeroso y que puede ser objeto de discriminación, de exclu-
sión, de opresión o de persecución. Sus miembros comparten
una serie de características subjetivas (consciencia de sí, sentido
de pertenencia, sistema de creencias, etc.) u objetivas (nombre,
idioma, apariencia física, tipo de vestimenta, etc.) que los dis-
tingue de la mayoría nacional. Sin embargo, en algunos casos,
es la mayoría la que se autopercibe y es tratada como inferior
en relación a la norma dominante (por ejemplo, los sudafri-
canos negros durante el período del apartheid, o las comuni-
dades indígenas en los países andinos durante gran parte de su
historia). De hecho, muchos franco-quebequenses consideran
que ellos han sido históricamente « minorizados » por los angló-
fonos, aunque estos últimos eran mucho menos numerosos.
Puesto que las minorías son, por definición, más vulnerables a
las actitudes racistas o xenófobas, la mayor parte de las socie-
dades democráticas adoptaron leyes que apuntan específica-
mente a protegerlas. Varias de ellas desarrollaron políticas de
ayuda a los miembros de las minorías, así como programas de
educación y campañas de sensibilización para combatir los
prejuicios y la intolerancia en la población. Ciertos países han
introducido medidas basadas en el principio de la « discrimi-
nación positiva » (conocida en Estados Unidos como affirmative
action), cuyo objetivo es contrarrestar los mecanismos de dis-
criminación sistémica y evacuar los comportamientos racistas

188  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


en las instituciones. Dichas medidas de tratamiento preferen-
cial requieren que se defina al grupo a privilegiar, generalmente
una minoría sub-representada (proporcionalmente a la pobla-
ción total) en la administración pública, en determinados
sectores del mercado laboral, en las universidades, etc. Los
gobiernos y las diversas organizaciones concernidas deben
entonces dotarse de criterios formales para identificar a los
potenciales beneficiarios.
En Canadá, es interesante observar que, jurídicamente, se
distinguen dos grandes categorías etnoculturales en virtud de
la Ley sobre Equidad de Empleo de 1996 : (a) « persona autóc-
tona » (« una persona con origen en el grupo de Indios de
América del Norte o de una Primera Nación, o de un grupo
de los Mestizos o de los Inuit ») ; (b) « miembro de una minoría
visible » (« toda persona, con excepción de las personas autóc-
tonas, cuya pertenencia étnica es no blanca, sin importar su
lugar de nacimiento »). El objetivo de tal clasificación es esta-
blecer una diferenciación entre los individuos con el fin de dar
prioridad a quienes forman parte de una minoría desaventa-
jada. El Estado busca así corregir las desigualdades que afectan
a ciertos grupos y, de ese modo, apunta a promover una
igualdad efectiva en la sociedad. Desde los años ochenta, el
empleo del término « minoría » se hizo frecuente en el discurso
público de varios países occidentales. Ello se explica por dos
razones. Por un lado, el fenómeno está estrechamente asociado
al paradigma del multiculturalismo, que cuestiona el modelo
de integración por asimilación y valora el pluralismo identi-
tario. Las minorías étnicas (formadas por la agregación de
inmigrantes que convergen en un mismo espacio nacional
receptor) y las minorías nacionales (comunidades históricas y
territoriales que preexistían al Estado-Nación o que no parti-
ciparon en su construcción) adquieren, en tal contexto, nuevos
derechos y recursos para preservar, ampliar y difundir su patri-
monio cultural. Idealmente, la identidad diferencial se con-
vierte en una identidad afirmada y positiva (quienes se definen

montreal.qc.ca  •  189
por ella lo hacen abiertamente y con orgullo), en vez de una
identidad atribuida y negativa (vista como un desvío con res-
pecto a la identidad considerada como « normal » y « natural »).
Por otro lado, el uso creciente del término « minoría » se explica
por las tendencias hacia la fragmentación social características
de las sociedades post-industriales. Así, casi todo grupo puede
afirmarse como una minoría, es decir, como un conjunto de
individuos desfavorecidos en razón de una « diferencia » signi-
ficativa, la cual no es necesariamente de índole « étnica » : los
discapacitados, los homosexuales, los jubilados, los indocu-
mentados, etc. Los grupos que se presentan como minorías
buscan habitualmente obtener del Estado o de la opinión
pública el reconocimiento de su sufrimiento actual o anterior,
así como una abolición de la injusticia que los aflige. Esta
profusión de identidades particulares y, a veces, en competencia
entre ellas lleva a algunos intelectuales a lamentar el adveni-
miento de una « sociedad de minorías » en donde la cohesión
social y los principios universalistas se hallarían gravemente
atenuados.
En tal sentido, muchos critican al multiculturalismo como
política de Estado, acusándolo de alentar las tendencias hacia
la desintegración de la sociedad. Si algunos atacan al multicul-
turalismo por su efecto adverso en los valores modernos
(igualdad de todos los individuos sin distinción de origen o
pertenencia), otros consideran al multiculturalismo como la
ideología que las minorías « étnicas » (y los anti-soberanistas e
« izquierdistas » bienintencionados) instrumentalizan contra la
mayoría franco-quebequense. Mathieu Bock-Côté, sociólogo
y columnista del Journal de Montréal, escribe, por ejemplo :
« No es el ateísmo el que declaró la guerra a Navidad. Es el
multiculturalismo », en referencia a la decisión de un suburbio
de Montreal de retirar el pesebre de su alcaldía. Louise Beau-
doin, en ese momento la portavoz de la Oposición Oficial en
la Asamblea Nacional, consideraba que « el multiculturalismo
es un valor canadienses, [pero] no es un valor quebequense ».

190  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


El ex-Primer Ministro de Quebec, Bernard Landry, se sumaba
al coro de críticos aduciendo que la solidaridad social no puede
sustentarse en « particularismos etnoculturales divisivos como
lo preconiza el multiculturalismo »45. Ante este tipo de reac-
ciones, bastante representativas del discurso público quebe-
quense contemporáneo, es legítimo preguntarse : ¿ qué es el
multiculturalismo » ¿ Por qué resulta tan amenazador para
Quebec ? Indiquemos, ante todo, que en la gran mayoría de
casos, las más ácidas invectivas contra el multiculturalismo no
brindan ningún dato objetivo que pudiera justificar un juicio
tan severo. Aquellos que se toman el trabajo de elaborar una
argumentación aluden, esencialmente, a tres elementos cru-
ciales : sus orígenes (el anti-soberanismo de Trudeau y la repa-
triación de la Constitución en 1982 sin el consentimiento de
Quebec, tal como lo expliqué en el segundo capítulo) ; su
mensaje (los inmigrantes comprenden que, en Canadá, no
tienen la obligación de integrarse) ; el apoyo económico y
jurídico brindado por las instituciones públicas a las diversas
comunidades « étnicas » y religiosas (programas de asistencia a
las comunidades, sentencias judiciales que priorizan los « dere-
chos de las minorías », etc.). El primer elemento remite a la
historia y, por supuesto, es incontestable : el multiculturalismo,
tal como fue adoptado en los años setenta y ochenta, se des-
prende de una visión anglo-canadiense, fuertemente centrali-
zadora y liberal, o sea, netamente adversa al nacionalismo
quebequense. Pero las declaraciones de Bock-Côté y de Landry
que acabo de citar no evocan el pasado : para ellos, como para
muchos otros, el multiculturalismo es, en sí mismo, una muy
mala idea. En dicha perspectiva, el problema residiría en los
dos otros elementos : el mensaje y la acción gubernamental.
Tomemos el último punto : según sus críticos, el multicultu-
ralismo habría transformado a la sociedad gracias a la reparti-
ción desenfrenada de subsidios y privilegios a los grupos étnicos
por parte de políticos, funcionarios y jueces fanáticos del
relativismo cultural. Sin embargo, la realidad se halla muy lejos

montreal.qc.ca  •  191
de semejante retrato : los gastos vinculados a las políticas mul-
ticulturalistas son mínimos en el marco del presupuesto del
Estado federal (menos de un dólar por habitante por año, con
programas orientados, sobre todo, a mejorar las relaciones
interculturales y a la integración de los inmigrantes, y muy
poco a financiar actividades de tenor « etnocéntrico »), mientras
que los tribunales invocan muy excepcionalmente la « cláusula
multicultural » de la Constitución y, cuando ello ocurre, es casi
siempre para proteger las libertades fundamentales46. En suma,
no queda más que el mensaje... ¿ pero en dónde encontramos
sus expresiones ? La « Guía de Estudios » para los nuevos ciu-
dadanos canadienses, publicada en 2009, constituye una sín-
tesis de la visión que Ottawa busca brindar a los inmigrantes.
¿ No es sorprendente que, en este documento de casi 70
páginas, el multiculturalismo sea mencionado solamente tres
veces y que la principal definición de la condición de miembro
de la sociedad sea la siguiente : « Todos los ciudadanos cana-
dienses poseen derechos y responsabilidades que provienen de
nuestro pasado, que son garantizados por el Derecho Cana-
diense y que reflejan nuestras tradiciones, nuestra identidad y
nuestros valores comunes » ? Asimismo, la identidad nacional
es presentada en los términos siguientes : « Canadá es una
monarquía constitucional, una democracia parlamentaria y un
Estado federal. Los canadienses están unidos por un compro-
miso común acerca de la primacía del Derecho y de las insti-
tuciones de un gobierno parlamentario ». Irónicamente, se trata
de un lenguaje muy cercano al modelo franco-quebequense de
« interculturalismo » que se suele oponer al multiculturalismo
anglo-canadiense.
Finalmente, si queremos una lectura más serena que no
coloque al multiculturalismo en el papel de enemigo de la
cohesión social, debemos recordar que la afirmación de las
identidades minoritarias es también correlativa a la aparición
de los llamados « nuevos movimientos sociales », es decir, un
fenómeno asociado a procesos en curso desde hace ya varias

192  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


décadas y del cual los grupos « étnicos » no son los únicos ni
los principales instigadores. Dichos movimientos se distinguen
de las formas precedentes de movilización colectiva por la
importancia que asume la subjetividad, la priorización de la
autonomía y el cuestionamiento del conformismo social.
Como otros grupos de interés, las minorías se asumen como
actores sociales y se expresan en la escena pública. Sus reivin-
dicaciones pueden abarcar desde la demanda de reconoci-
miento de un status especial (apuntando, por ejemplo, a la
derogación de ciertas normas que impiden el ejercicio de su
libertad religiosa) hasta la protección contra la discriminación
y la revisión de la historia enseñada en las escuelas (a fin de se
refleje mejor las experiencias de los grupos minoritarios y mar-
ginalizados). Luchan por preservar su identidad, pero su com-
bate no es necesariamente oscurantista o en contradicción con
los valores universalistas (por ejemplo, un grupo religioso
puede invocar, en nombre de su condición vulnerable, el
derecho a la libertad de consciencia, un principio fundamental
de la emancipación del individuo desde los albores de la
Modernidad). Las asociaciones de defensa de derechos de las
minorías son, hoy en día, interlocutores insoslayables para los
gobiernos cuando éstos buscan el apoyo de la sociedad civil a
sus proyectos. Ahora bien, no vamos a negar que la moviliza-
ción de los grupos minoritarios puede generar problemas de
índole sociopolítica y ética. Primero, el hecho de acentuar el
carácter distintivo de una identidad étnica o cultural implica
el riesgo de reforzar ciertos estereotipos. Asimismo, el principio
de representación en el seno de las minorías no es siempre
claro : los « líderes comunitarios » no suelen ser elegidos demo-
cráticamente y provienen, en general, de los sectores más
conservadores o extremos. Por último, como a las identidades
se las entiende, cada vez más, como adscripciones voluntarias,
cambiantes y múltiples, es difícil hablar en nombre de « una »
minoría de origen asiático, árabe, etc. Muchos miembros de
esas poblaciones son ambivalentes frente a su propia identidad

montreal.qc.ca  •  193
diferencial. Es el caso de los jóvenes, así como de aquellos que
han adoptado un estilo de vida o valores incompatibles con la
ortodoxia de su grupo etnocultural de pertenencia.

Pero, ¿ qué quiere decir « integrarse » ? En abstracto, es relativa-


mente fácil fijar algunas pautas : acceso al mercado laboral,
manejo del idioma, pleno ejercicio de los derechos garantizados
por el Estado. Las teorías clásicas de la inmigración postulan
una interdependencia de los diversos factores : si usted aprende
el idioma, podrá conseguir un empleo y gozar de sus derechos
(o, por la negativa : si usted no aprende el idioma, no encon-
trará trabajo y, en esa situación, correrá el riesgo de que sus
derechos no sean respetados). En una suerte de trazo continuo,
gradual y coherente, se avanza – si hay voluntad y mínimos
recursos – hacia la meta : hoy, me encuentro más integrado que
ayer y menos integrado que mañana ; a medida de que me hago
más quebequense, me hago menos argentino. Sin embargo, los
análisis más recientes del fenómeno migratorio demuestran
que los procesos son mucho más irregulares. Las principales
observaciones son las siguientes : (a) la integración no es nece-
sariamente lineal o progresiva, pues se puede atravesar fases de
aceleración y de frenado, incluso de retroceso (no existe, obje-
tivamente ni subjetivamente, un « punto de llegada » absoluto) ;
(b) la integración debe ser evaluada de manera transgenera-
cional, pues las dinámicas identitaria, así como la relación con
el idioma y la religión, se extienden sobre dos o más genera-
ciones (los padres pueden mantenerse fuertemente apegados a
su cultura de origen y, por ello, serán considerados « poco » o
« mal » integrados, pero habrá que considerar también lo que
ocurre con sus hijos, tal vez « muy » o « totalmente » integrados
a la sociedad de adopción) ; (c) hay que entender que la pro-
blemática de la integración no concierne exclusivamente a los
inmigrantes, sino que éstos son los más afectados, lo cual quiere

194  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


decir, concretamente, que una mujer inmigrante afronta el
desafío de integrarse a la sociedad (a nivel del empleo, del
ejercicio de sus derechos, etc.) en tanto que inmigrante y en
tanto que mujer (por lo tanto, sujeta al sistema de dominación
masculina que, a pesar de todo, sigue vigente en todos los
países, en mayor o menor medida, incluyendo a Canadá). Al
adoptar un punto de vista más matizado y realista del proceso
de integración, se puede discernir con mayor precisión los
esfuerzos que hay que realizar colectivamente. El pánico social
que se dispara ante comunidades que « no se integran » podría
reducirse, al menos en parte, si se comprendiera cabalmente
que los obstáculos que enfrentan los inmigrantes derivan, en
cierta medida, de las desigualdades e injusticias preexistentes
en la sociedad que los acoge (y de las cuales la mayoría de la
población podría ser víctima en algún momento : explotación,
discriminación, exclusión), más que resultar de un supuesto
« choque de civilizaciones » o de una « crisis de valores » provo-
cada por los que arriban del extranjero.
La idea de supeditar la integración de los inmigrantes a la
adhesión a « valores comunes » es relativamente reciente. Bajo
el principio nacional, históricamente, se puso el énfasis en la
lealtad de los ciudadanos al Estado. En Estados Unidos, todavía
hoy los nuevos ciudadanos prestan juramento a fin de « renun-
ciar y abjurar obediencia y fidelidad a toda potencia extranjera,
príncipe o potentado, Estado o soberano, de los cuales [ellos]
hayan sido sujetos o ciudadanos ». En Francia, en 2010, se
registró una proposición de ley en la Asamblea Nacional apun-
tando a « restablecer la manifestación de voluntad y a instituir
un juramento republicano con el fin de obtener la nacionalidad
francesa para los individuos nacidos en Francia de padres
extranjeros, y por matrimonio ». El objetivo es « solemnizar el
ingreso de los nuevos franceses a su ciudadanía », pues el
momento de « la integración de un extranjero a la comunidad
nacional » debe ser « puesto en valor por una manifestación
solemne y simbólica », lo cual « forjará el apego moral y cívico

montreal.qc.ca  •  195
a la Nación ». En Canadá, en general, y en Quebec, en parti-
cular, ese tipo de visión (y de vocabulario) es francamente
inimaginable. Pero, luego de la controversia sobre los « acomo-
damientos razonables », que hizo sospechosa toda pretensión
« multiculturalista » en Quebec, y la llegada de los conserva-
dores al poder federal, con su perspectiva altamente patriótica
de Canadá (que incluye una vena monárquica), se ha generado
una apetencia por las « guías » y los « contratos » para los inmi-
grantes. Aunque se los presente como herramientas para ayudar
en el proceso de integración (y suelen ser más sutiles que el
famoso « Código de Vida » de Hérouxville), no puedo evitar
percibir una dosis de paternalismo en ellas. Me pregunto si, en
última instancia, no buscan poner al « Otro » en su lugar. En la
ciudad de Gatineau (al lado de Ottawa), en donde más de la
mitad de los inmigrantes posee estudios post-secundarios y tres
cuartos poseen un diploma de estudios secundarios (o sea, un
nivel de educación mucho más elevado que el promedio que-
bequense), un « Enunciado de Valores », publicado en 2011,
incita a los inmigrantes, entre otras cosas, a prestar una « aten-
ción particular a la limpieza, a la higiene corporal y a la salu-
bridad de los espacios públicos y privados » y les explica que
« diferentes olores percibidos [como] desagradables [...] parti-
cularmente en la escuela, en los apartamentos o en el trabajo »
podrían provocar « hasta el aislamiento o la exclusión ». Puede
ser que algunos inmigrantes no tengan los mismos hábitos de
aseo y de higiene que la mayoría de lo quebequenses nativos,
pero es razonable pensar que casi todos los que se dignarán a
leer el « Enunciado » ya conocían, antes de inmigrar, la impor-
tancia de lavarse las manos y de limpiar su casa. ¿ Cuál es,
entonces, el verdadero efecto de semejante documento ?

La « tercera soledad »
El « Otro » es, a veces, el depositario de todo aquello que no
deseamos ver en nosotros mismos o, inclusive, de lo que nos
permite idealizar nuestra propia identidad. En esta última

196  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


sección, me ocupo de una relación muy particular y singular-
mente iluminadora con respecto a dicho fenómeno : la relación
entre la mayoría franco-quebequense y la minoría judía de
Quebec. Existe un adagio que dice que « los judíos son los
canarios en la mina de carbón », es decir, los primeros en sufrir
la asfixia (por analogía, en una sociedad que se libra al odio de
los « Otros »). Metáforas similares ponen el acento en la figura
de la víctima expiatoria (« cabeza de turco » o « chivo emi-
sario »), pero la imagen del canario posee una connotación
suplementaria : el aire se vuelve, finalmente, irrespirable para
todos. Aunque se pueda argüir que, actualmente, otros grupos
han tomado el lugar de « canarios » en la sociedad, no cabe duda
de que los judíos han encarnado, por un largo tiempo, al « ene-
migo interno » en los países mayoritariamente cristianos, en
donde fueron explotados, segregados, perseguidos, expulsados
o exterminados en función de las necesidades de las élites, de
las pasiones colectivas y de las ideologías del momento. Mis
abuelos escaparon al antisemitismo que se propagaba en
Europa del Esta antes de la Segunda Guerra Mundial, y aca-
baron encontrando en la Argentina una versión de ese mismo
rechazo de los judíos, menos virulento, pero casi institucional.
Como la mayoría de los judíos de la época, mis abuelos se
resignaron a su condición de ciudadanos de segunda clase. En
Quebec, las relaciones entre los francófonos, masivamente
católicos, y la minoría judía tampoco eran fáciles. Ya aludí a
las acusaciones de anti-judaísmo que algunos lanzan contra los
franco-quebequenses. Ese punto de vista se apoya generalmente
en la presencia, en las décadas del treinta y del cuarenta, de una
impronta altamente reaccionaria en el discurso intelectual y
clerical canadiense francés que, a diferencia del antisemitismo
hipócrita característico del mundo anglo-canadiense de esa
época, se expresaba públicamente con mayor intensidad en
Quebec (hasta Pierre Elliott Trudeau, el padre del multicultu-
ralismo canadiense, escribió una obra de teatro de contenido
explícitamente antijudío, puesta en escena delante de los padres

montreal.qc.ca  •  197
y alumnos del Colegio Jean de Brébeuf en 193847). No cabe
duda de que, en ese contexto histórico, « las ideas fascistas
estaban ampliamente difundidas », como lo indica el histo-
riador René Durocher, y los periódicos católicos, como La
Vérité, La Semaine Religieuse y L’Action Sociale, publicaban
textos abiertamente antisemitas. Como en otras sociedades
occidentales, las masas se crispaban y ciertos líderes atizaban
el odio hacia los extranjeros y, muy particularmente, hacia los
judíos. Así, « [en 1938], una petición de personas que se opo-
nían a “toda inmigración y especialmente a la inmigración
judía” fue entregada al gobierno canadiense por la Sociedad
Saint Jean Baptiste. Ésta contaba con [...] 128.000 firmas »48.
El resentimiento de los sectores populares encontraba un
blanco fácil en el grupo que personificaba, a la vez, una posi-
ción envidiable (más elevada en la escala socioeconómica, más
cercana a la clase « dominante ») y una síntesis imaginaria de
los vicios anticristianos y decadentes (los judíos vistos como
« deshonestos y aprovechadores » en la obra de teatro de Tru-
deau). Puede decirse que, en la estructura social de la época, la
minoría judía asumía el papel de una « tercera soledad » –
« hasta 1948, es la comunidad inmigrante que predomina a
nivel cuantitativo »49 – por la cual la mayoría de los francófonos
no sentía ninguna simpatía : sus miembros hablaban inglés,
abrían sus comercios los domingos... Peor aún, los curas
párrocos los describían como agentes de corrupción moral y,
los más radicalizados, como el pueblo de los « asesinos de
Cristo ». Claro que la enemistad era recíproca. A los ojos de los
inmigrantes judíos, los « franceses » constituían una población
de « baja estofa » con la cual no era juicioso asociarse. En parte,
es por esta relación difícil entre las dos comunidades que
algunos dicen comprobar lo que sería la intolerancia típica de
los quebequenses. El escritor Mordecai Richler enunció públi-
camente dicha visión : « A pesar de lo que ellos dicen cuando
afirman que todos somos quebequenses, no son verdadera-
mente sinceros. Es una sociedad tribal... Lamento profunda-

198  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


mente que estemos hundidos en la ciénaga del tribalismo »50.
La celebridad internacional de Richler brindó credibilidad a
esta lectura demasiado tendenciosa del nacionalismo
quebequense.
La minoría judía de Montreal existe desde el siglo XVIII,
pero es a fines del siglo XIX que la ola de inmigrantes prove-
niente de Europa del Este dará nacimiento a una verdadera
vida comunitaria, con una plétora de instituciones religiosas,
educativas y mutualistas. El primer núcleo de residentes judíos,
arribados con el régimen británico, formaba parte de la clase
financiera e industrial de la ciudad. A fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, los inmigrantes se implantaron, en
cambio, como artesanos, pequeños comerciantes y profesio-
nales. Al igual que en otras latitudes, los judíos constituían, en
cierta medida, un factor de mediación entre los grupos pre-
existentes. Es así como Gabriel-Louis Jaray y Louis Hourticq,
dos viajeros franceses, los describían en 1924 : « [los judíos]
eligieron como sede de su actividad económica una banda de
terreno situada entre la parte inglesa y la parte francesa de
Montreal, y allí, sobre el boulevard Saint Laurent, en mitad de
la ciudad, a caballo entre los dos elementos, ellos ejercen su
oficio fructuoso de intermediarios y de negociadores »51.
Esos judíos askenazis seguirán expandiendo demográfica-
mente a la comunidad hasta la década del treinta, cuando el
gobierno canadiense impedirá, durante y después de la guerra,
el ingreso de judíos al país. Como lo demostraron los historia-
dores Erving Abella y Harold Troper, los refugiados del nazismo
fueron sistemáticamente rechazados por Ottawa hasta 194852.
La vasta mayoría de los miembros de la comunidad judía se
integró a la minoría anglófona de Quebec. Hasta el día de hoy,
subsiste el debate sobre las causas de dicho fenómeno. Por un
lado, según variadas fuentes y testimonios, las escuelas de idioma
francés, bajo el dominio de la Iglesia Católica, tendían a no
aceptar a los niños de confesión hebraica. Esta interpretación
alimenta, obviamente, la imagen de un pueblo antisemita y

montreal.qc.ca  •  199
replegado sobre sí mismo. Es verdad que las actitudes y las cos-
tumbres de la época hacían que los judíos no se sintieran bien-
venidos en esos ambientes tan homogéneos y conservadores. En
cambio, las escuelas inglesas protestantes les abrieron sus puertas,
lo cual los llevó a adoptar masivamente dicho idioma. Pero
podemos suponer que, aunque la opción de la escuela francesa
hubiera existido (o hubiera sido menos cerrada), las familias
inmigrantes se habrían orientado, de todos modos, hacia la
escuela inglesa. Ya en ese entonces, el inglés era « el idioma de
América ». ¿ Por qué, después de haber abandonado Rusia,
Polonia o Hungría, adoptarían voluntariamente el francés,
hablado localmente por una mayoría « minorizada », socialmente
sojuzgada y culturalmente despreciada ? Tampoco hay que idea-
lizar la apertura de los anglófonos de Montreal : se sabe que los
judíos enfrentaban restricciones o estaban totalmente excluidos
en varias instituciones profesionales y universitarias controladas
por las élites de origen británico. Por ejemplo, en la Universidad
McGill, existían numerus clausus – cupos limitados – para los
judíos. Y esto ocurría también en el resto de Canadá y en Estados
Unidos. Mientras estaba concluyendo la Segunda Guerra Mun-
dial (y las tropas aliadas se encontraban liberando los campos de
la muerte), la Orden de Odontólogos y la revista científica de
los psicólogos clínicos norteamericanos reclamaban la aplicación
de cupos para impedir que « un cierto grupo racial » – una refe-
rencia velada a los judíos, por supuesto – no « domine la
profesión »53.
Luego, a fines de la década del cincuenta, judíos sefaradíes,
provenientes de Marruecos y de otros países árabes, se estable-
cieron en Montreal, formando una comunidad distinta, pre-
dominantemente francófona. Esta minoría en el seno de una
minoría es, a la vez, más religiosa y, en muchos sentidos, mejor
integrada a la sociedad quebequense de habla francesa. De
hecho, las relaciones entre sefaradíes y askenazis no están libres
de fricciones y, como en la sociedad en general, la cuestión
idiomática contribuye a la incomunicación entre ambos grupos

200  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


(es, por cierto, interesante notar que algunos estiman en 5 %
el apoyo de los sefaradíes a la soberanía de Quebec ; aunque
mínima, esa cifra marca una diferencia significativa con res-
pecto a los askenazis, cuyo apoyo se sitúa indudablemente por
debajo del 1 %). Pero, más allá de esa diferencia, los judíos en
Quebec han demostrado una notable capacidad de movilidad
social y han desarrollado una red institucional que comprende,
entre otras cosas, servicios hospitalarios, escuelas y organización
de asistencia social. Aunque los aproximadamente 80.000
judíos de la metrópolis residen en varias zonas de la isla de
Montreal, una cantidad importante de ellos confluye en
algunas áreas específicas : Montreal Oeste, Côte des Neiges,
Notre Dame de Grâce, Dollard des Ormeaux, Roxboro y Saint
Laurent, constituyendo la mayoría de la población en Côte
Saint Luc y Hampstead. Mencionemos que una porción con-
siderable de la comunidad judía de Montreal se marchó de la
provincia en el marco del « éxodo » de los anglófonos hacia
Toronto en los años ochenta y noventa. Sin embargo, como ha
sido demostrado frecuentemente mediante encuestas de opi-
nión en Norteamérica, los judíos aparentan ser más numerosos
de lo que miden los censos (en Estados Unidos, por ejemplo,
conforman cerca del 2 % de la población, pero la opinión
pública los percibe como 10 %, 20 % y ¡ hasta 30 % del total54 !),
lo cual lleva a muchos no judíos a exagerar la presencia de dicha
minoría en el seno de la sociedad.
La desconfianza y, a veces, la antipatía reciproca entre judíos
anglófonos y los francófonos no judíos de Quebec salta a los
ojos de quien preste la más mínima atención a los medios. Una
dimensión de la animosidad de los franco-quebequenses hacia
la minoría judía se desprende el conflicto identitario que opone
a los dos grupos idiomáticos. Los judíos fueron siempre iden-
tificados a los « anglos » y considerados como « ricos » por
definición (un periodista del semanario Voir interpelaba a
Richler de este modo : « Usted vive en el pasado, es nostálgico
de una época en la que el poder financiero residía en las manos

montreal.qc.ca  •  201
de la élite anglófona judía »55). Gérald Leblanc, al cual Richler
había tildado públicamente de « antisemita » respondió a tal
acusación afirmando que « no he dicho nada contra los judíos,
solamente contra los judíos anglófonos »56. Esta declaración
refleja perfectamente un prejuicio corriente : los judíos se
habrían aliado con los « opresores », junto a quienes bloquean
las aspiraciones de la nación quebequense. Es obvio que se trata
de una visión simplista y coherente con el estereotipo del judío
« oportunista », « materialista » y « astuto ». Pero es impactante
ver que otro tipo de judío, muy alejado de esa imagen, provoca
igualmente reflejos negativos entre muchos franco-quebe-
quenses : los jasídicos que viven en Outremont, en el corazón
de Montreal. Esta secta ultra-religiosa – muy minoritaria
dentro de la comunidad judía y frente a la cual muchos judíos
se sienten distantes – rechaza la modernidad y lleva una exis-
tencia centrada en la espiritualidad y la tradición. Reducen al
máximo sus interacciones con el resto de la sociedad y, por ello,
adquieren la reputación de « malos vecinos » : « Vivo desde hace
más de quince años en el Mile End al borde de Outremont.
Antes, estaba directamente en Outremont. Todos esos años,
fui la vecina de judíos jasídicos. Nuestros hijos nunca jugaron
juntos. Nunca tuvimos relación de vecinos. Ninguno de ellos
me dirigió nunca la palabra »57.
Para algunos, más que un mero problema de civilidad, el
estilo de vida de los judíos jasídicos refleja un rechazo absoluto
a la integración, surgiendo como figura de la extranjeridad total
que se instala en medio de « nuestra » sociedad : « Pero Outre-
mont es Outremont y la presencia de los judíos jasídicos, que
nunca se ocuparon de su relación con los vecinos, a veces ha
creado tensiones. Los jasídicos ... tienen grandes familias y
viven replegados en su comunidad. Su diferencia molesta a
ciertos ciudadanos que se sienten invadidos »58.
Poco importa si lleva ropajes antiguos o modernos, el judío
ha sido y, muchas veces, es aún hoy un elemento que perturba.
Cuando los judíos se hallan plenamente insertos en la vida

202  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


social, pueden suscitar el resentimiento de aquellos que temen
una « infiltración » : los judíos « están por todos lados » – están
« sobre-representados » en las universidades, las profesiones
liberales, la cultura, la industria, el comercio, la finanza, etc.
– y se vuelven « invisibles » (lo cual sustenta el mito del « com-
plot judío mundial », como lo muestra el historiador y politó-
logo Pierre-André Taguieff59). Pero cuando los judíos cultivan
al extremo la « diferencia » – como los jasídicos, con su apa-
riencia física, sus vestimentas y su comportamiento – y pro-
mueven el aislamiento, también provocan también un malestar.
En cierto modo, se auto-estigmatizan y refuerzan los prejuicios
que pesan sobre ellos (« egoístas », « fanáticos », « arrogantes »).
Quebec está lejos de ser el único sitio del mundo en donde
abundan esas reacciones negativas ante la minoría judía. Creo
que, en la mayoría de casos, la actitud refractaria hacia los
judíos deriva de la dificultad que enfrentan nuestras sociedades
en tratar con el « extranjero de adentro ». Los antisemitas
existen en todos los países y Quebec, sin duda, posee su con-
tingente propio (según una encuesta de Léger Marketing, un
quebequense sobre tres expresa una opinión negativa sobre los
judíos60). Pero para ser ecuánimes, hay que señalar algunos
hechos que ponen a la sociedad quebequense bajo una luz más
favorable. En términos históricos, recordemos que el primer
parlamentario judío en todo el Imperio Británico fue Ezekiel
Hart, elcto en Trois Rivières en 1807. Más cerca de nuestra
época, pueden constatarse las buenas relaciones entre la comu-
nidad judía y el gobierno provincial. La integración de los
judíos a la sociedad quebequense se mide también por el hecho
– lamentablemente poco conocido por los franco-quebe-
quenses – de que la mayor parte de la población judía de
Quebec es bilingüe (dos tercios de ella manejan el inglés y el
francés) y generalmente laica. Los soberanistas progresistas, en
su recorrido de construcción de un proyecto nacional inclusivo,
efectuaron numerosos gestos de apertura hacia los judíos,
aunque algunos militantes no compartan dicha actitud. Los

montreal.qc.ca  •  203
cínicos dirán que los judíos son generosos cuando llega el
momento de recolectar fondos para las campañas electorales y
que los políticos los tratan con especial cuidado por razones de
interés y de relaciones públicas (y porque deben contrarrestar
la imagen de antisemitismo asociada al establishment quebe-
quense). Otros piensan que las autoridades tienden a someterse
a los dictados de una « minoría poderosa ». Al manifestarse en
la página web de Radio Canada, un auditor expresaba su indig-
nación cuando ciertas fotografías de un campo de refugiados
palestinos fueron retiradas de una exposición en la biblioteca
municipal de Côte Saint Luc en junio de 2005 : « Otra vez más,
la comunidad judía de Montreal impone su censura a la pobla-
ción. Los quebequenses se doblegan cuando esta comunidad
deja escuchar su clamor divino »61.
Más allá de esto, la comunidad judía de Quebec encuentra
en la provincia un entorno comparativamente envidiable. Por
ejemplo, el Estado subsidia a las escuelas judías (la mayoría de
las escuelas privadas reciben un significativo apoyo guberna-
mental) y les concede – generalmente de modo informal – una
gran autonomía en cuanto a los programas de enseñanza (esas
condiciones son prácticamente únicas en el mundo fuera de
Israel). También, hace algunos años, el gobierno quebequense
se puso de acuerdo con la comunidad judía de Montreal para
facilitar la inmigración de latino-americanos a Quebec, con el
fin de intentar sustentar demográficamente a la comunidad.
El lector no se sorprenderá de que tales gestos de apertura hacia
los judíos hayan sido vistos por algunos como una forma de
favoritismo inaceptable. Con respecto al acuerdo sobre los
inmigrantes judíos, que tenía como objetivo ayudarlos a inte-
grarse a la sociedad, un editorial del cotidiano Le Devoir se
refirió, de manera obviamente exagerada, a una « tercerización »
y a un « filtro » : « ¿ Quién puede ofrecer esos servicios ? Las
comunidades más ricas, que hasta pueden abrir oficinas en el
extranjero. ¿ Qué le ocurrirá entonces al candidato que no
puede pasar ese primer filtro ? Aquí, se plantea la cuestión de

204  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la religión, pues la CJA [Combined Jewish Appeal, la coalición
de organismos de caridad de la comunidad judía de Quebec]
recluta únicamente dentro de la comunidad judía »62.
Una semana después de esta « revelación » (un acuerdo que
existía ya por muchos años), Le Devoir publicaba en su tapa
otra noticia sobre los judíos63. Una periodista había « descu-
bierto » un convenio entre la CJA y Centraide (el principal
organismo de beneficencia de la provincia) que sustentaba una
colaboración considerada como práctica, lógica y mutuamente
provechosa por ambas entidades. Dicho convenio, firmado en
1974 y renovado en 1999, era conocido por muchos judíos y
no judíos de Montreal. No hace falta decir que el ángulo de la
nota periodística era el de exponer un « tratamiento especial »
que favorecería a la comunidad judía. El título de la nota se
leía así : « Centraide paga un millón a un organismo cuarenta
veces millonario ». Entre otras cosas, afirmaba que la CJA tenía
« particularmente la misión de apoyar a Israel ». Aunque fuera
extremadamente injusta (Centraide se consideraba aventajada
por el convenio y la mayor parte de los fondos de la CJA son
canalizados dentro de la provincia), la imagen de un ente filan-
trópico muy apreciado por los quebequenses que estaría
« dando dinero a los judíos » para « apoyar a Israel » resultó
demasiado difícil de justificar, y Centraide anuló inmediata-
mente el convenio. Cito este evento como un ejemplo de los
recurrentes « escándalos » que los medios suelen vincular a la
minoría judía. Claro que escribo « escándalos » entre comillas,
pues en ningún caso existe corrupción o comportamiento
solapados o ilícitos. En cada « revelación » – el « escándalo » de
la propuesta de aumentar el financiamiento público a la edu-
cación judía en 2005, los « escándalos » relativos a jardines de
infantes y escuelas primarias judías que enseñan contenidos
religiosos en 2006, el « escándalo » de que se sirva comida
cácher en la cafetería del Hospital Judío en 2007, etc. – se
esgrime el mismo concepto del judío con « influencia » y que
obtiene « privilegios ».

montreal.qc.ca  •  205
Hay quienes dirán que lo que acabo de describir confirma,
de modo incontestable, la tendencia antisemita de la sociedad
quebequense, o al menos la de ciertos sectores. En verdad, es
asombroso ver hasta qué punto la comunidad judía es blanco
de sospechas constantes. A veces, tengo la impresión de que
algunos medios quebequenses poseen un inagotable apetito
por todo lo que los judíos hacen o dejar de hacer. Segura-
mente, otras comunidades establecen acuerdos y dialogan con
las diversas instancias gubernamentales u otras instituciones,
sin que ello llame demasiado la atención pero, cuando se trata
de los judíos, todos los focos se encienden. No olvidemos
tampoco que la explosión de los « acomodamientos razona-
bles » tuvo como mecha el asunto del YMCA y sus vecinos
jasídicos en Outremont, y que, durante las audiencias públicas
de la Comisión Bouchard-Taylor, se pudo « repetir las peores
idioteces antisemitas », como lo señaló un editorialista del
mismo Le Devoir64. Sin embargo, sigo creyendo que la sociedad
quebequense no es más intolerante que otras. Lo que sí veo es
una suerte de fascinación en relación a los judíos. Lo noté, en
primer lugar, durante mis primeros años como profesor uni-
versitario en Quebec. En el marco de mis cursos sobre el
nacionalismo, sobre las identidades y hasta sobre la metodo-
logía de investigación, advertí un fenómeno curioso : casi sin
excepción, el ejemplo de los judíos surgía espontáneamente
en los debates. Es cierto que muchos temas pueden remitir al
caso de los judíos en la historia para referirse a diásporas,
persecuciones y genocidios. Pero no soy yo quien introduce
el caso, en especial cuando se habla de la sociedad quebe-
quense. Usualmente, la alusión a los judíos por parte de los
alumnos implicaba una mezcla de distancia y de cercanía, de
atracción y de aversión, de familiaridad y de extrañeza. Me
pregunté entonces si los franco-quebequenses no sentirán una
conexión – simultáneamente de rivalidad y de parentesco –
con los judíos. Esos « extranjeros de adentro » ¿ les retornan
una imagen de sí mismos ? ¿ Son, de alguna manera, « her-

206  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


manos enemigos » ? No soy el primero en tener esa intuición.
Según el médico de Lionel Groulx, no sólo este último « no
poseía ningún sentimiento antisemita serio » sino que, por el
contrario, « ensalzaba frecuentemente a ese grupo por su espí-
ritu de solidaridad, de defensa mutua, de promoción de sus
intereses, todas cualidades que él deseaba para su “pequeño
pueblo” »65. El historiador Pierre Anctil, el gran especialista
quebequense de la historia judía de Montreal y de sus rela-
ciones con los franco-quebequenses, está convencido de que
los dos grupos llevan « vidas paralelas » y que ambos « nacieron
de formas dolorosas de minorización histórica, de un senti-
miento de temor a desaparecer »66. Hasta Richler – que veía a
los franco-quebequenses más como « enemigos » que como
« hermanos » – evocaba la desconfianza compartida por judíos
y « franceses » (que, en ciertos casos, daba lugar a una solida-
ridad entre ellos) frente a los anglosajones, de quienes « nunca
se sabía lo que pensaban »67. El historiador Morton Weifield,
autor de un importante libro sobre la minoría judía de Canadá
considera que « incluso el más fervorosamente federalista de
los judíos siente una simpatía visceral por los esfuerzos fran-
ceses de survivance » (que él mismo dice sentir como judío de
Quebec68). Por su parte, el célebre sociólogo Guy Rocher
discierne en la antigua lógica de la sobrevivencia de los cana-
dienses franceses el imaginario de una « pueblo cuyo papel en
Norteamérica podía ser comparado a una vocación que no
carecía de analogías con la del pueblo de Israel »69. En su
« Carta a un amigo judío », Guy Bouthillier, ex-presidente de
la Sociedad Saint Jean Baptiste, distingue una posible com-
plicidad entre dos naciones que conocen el orgullo « de haber
persistido, de haberlo hecho por tanto tiempo y a través de
tantos obstáculos »70. Y, por si fuera poco, el conocido escritor
Jacques Godbout le hace decir a Patricia, protagonista feme-
nina (de origen irlandés y judeo-checoslovaco) de su novela
de 1965 Le couteau sur la table : « Los judíos y los canadienses
franceses, en el fondo, se parecen... »71.

montreal.qc.ca  •  207
Los paralelos son, en efecto, intrigantes. Pensemos, nueva-
mente, en el discurso de victimización que, para los demás, no
se condice con la realidad actual : los judíos ya no son una
minoría débil y vulnerable, los franco-quebequenses no son
más una minoría frágil y subordinada. También está el orgullo
(y el deseo) de ser un « pequeño pueblo » que sobrepasa y des-
borda sus propios límites, lo cual se expresa en el culto a la
innovación y a la creatividad, así como en la imagen de sí como
puente entre los valores del pasado y los desafíos del futuro.
Finalmente, señalemos el sentimiento de pertenencia de un
grupo cuya tenacidad en un entorno a la vez hostil y atrayente
es una pulsión fundamental : el riesgo de la asimilación es visto
como un peligro constante, como una tentación perpetua,
hasta como « crimen de lesa comunidad ». Al respecto, el his-
toriador Gérard Bouchard cree percibir un juego de espejos :
« El judío [sería] una especie de canadiense francés invertido
que habría renunciado a una parte de su identidad para salirse
de su condición de desfavorecido »72.
Voy a concluir recordando la más extraña de las tormentas
mediáticas que han implicado a los judíos de Quebec : la que
ocurrió en el año 2000 en torno al « Asunto Michaud ». Yves
Michaud, un nacionalista de larga trayectoria, había dicho que
« el pueblo judío no es el único en el mundo que sufrió en la
historia de la humanidad » y, en el contexto de las audiencias
públicas sobre el estado del idioma francés, había apuntado
indirectamente a la minoría judía al calificar al voto masivo de
los residentes de Côte Saint Luc por el « no » en el referéndum
de 1995 como « voto étnico contra la soberanía ». En un gesto
sin precedente en la historia política provincial, la Asamblea
Nacional adoptó a la unanimidad una « moción de censura »
contra Michaud. La polémica que se desencadenó inmediata-
mente fue muy reveladora en cuanto a las tensiones subyacentes
que caracterizan a la relación entre judíos y no judíos. La
moción de la Asamblea fue, evidentemente, desmesurada e
inaceptable, y sirvió, a fin de cuentas, a confirmar para muchos

208  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


quebequenses la impresión de que los judíos son « intocables »,
pues nada negativo puede decirse de ellos sin ser tachados de
antisemitas. Claro que Michaud también afirmó que la orga-
nización B’nai Brith de Canadá, una entidad que desde 1875
tiene por misión luchar contra la discriminación, es « anti-que-
bequense » y, por esto si fuera poco, « falange extremista del
sionismo mundial »73. Su vocabulario deja bastante que desear,
pues la idea de un « sionismo mundial » que opera en todos los
países es típica del discurso antisemita (lo cual puede ser cons-
tatado en una simple búsqueda en internet)74. En el marco de
un juicio por difamación, el juez consideró que, en su con-
junto, las palabras de Michaud « suscitan sentimientos desfa-
vorables y desagradables hacia la comunidad judía de
Quebec »75. En los medios francófonos y, particularmente, en
los ambientes soberanistas, la vasta mayoría de los comenta-
dores denunciaron con dureza la « moción de censura », al ver
en ella una maniobra represiva indigna de un régimen demo-
crático. Mientras que varios condenaron « sin hesitación ni
reserva » las aseveraciones de un « nacionalista de derecha »76,
otros minimizaron la gravedad del hecho : « el quebequense
llamado de cepa es, aparentemente, fácilmente invadido por
un sentimiento de culpabilidad »77. Otros fueron más lejos. El
periodista Franco Nuovo vio, en el gesto de la Asamblea
Nacional, la reacción del « quebequense estigmatizado, atemo-
rizado, [que] se puso una vez más a temblar ». Cediendo a las
presiones de la comunidad judía, los soberanistas quebequenses
habrían demostrado que « prefieren ser aplaudidos por sus
adversarios que por los suyos ». Como otros soberanistas,
Nuovo se indignaba y, en el calor del debate, se permitía hacer
una distinción desafortunada entre « nosotros » y « ellos » : « Y
si un adversario ideológico, como esta vez la organización
anti-soberanista B’nai Brith que apunta a los individuos para
alcanzar al movimiento, agita el espectro aterrador del racismo,
nos enloquecemos [...] De pronto, parece más importante
agradar a los primeros que a los segundos. El enemigo se vuelve

montreal.qc.ca  •  209
entonces más importante que el aliado y la percepción, más
esencial que la acción. Es grave »78.
Admitamos que es difícil imaginar que la prensa francófona
pudiera imprimir este tipo de discurso agresivo con respecto a
los representantes de otra minoría « étnica ». Sin embargo, más
allá de tales excesos, los judíos de Quebec se sintieron especial-
mente afectados al escuchar a Michaud declarar que ellos « no
poseen el monopolio del sufrimiento ». Puesto que cualquier
persona razonable puede adherir a semejante comentario,
muchos lo interpretaron como un intento sutil de trivializar al
Holocausto. Yo no voy a especular sobre los verdaderos motivos
de Michaud para decir lo que dijo. Lo que retengo es la relación
que estableció entre los dos sufrimientos, pues parece insinuarse
una especie de competencia de victimas. Pero esto va aún más
lejos : los dos campos del debate parecen dedicados a descubrir
en el discurso y en las acciones del otro las huellas de una falta
de reconocimiento. Ese rencor reciproco se superpone, como
ya lo sugerí, a una afinidad – difusa y generalmente tácita –
entre las dos identidades. Retomando la idea de los canadienses
franceses como « negros blancos de América », ¿ deberíamos
concluir que los franco-quebequenses son los « judíos católicos
de Canadá » ? El lector encontrará, sin duda, que estoy exage-
rando. Es cierto que la analogía es un poco forzada. Pero las
similitudes me siguen pareciendo sugestivas. Ya evoqué la
brecha entre la autopercepción de vulnerabilidad y la percep-
ción externa de influencia excesiva. Así, por ejemplo, obser-
vamos que, en el Canadá inglés, está muy difundida la idea de
que los franco-quebequenses constituyen una minoría que
arranca privilegios y tratos de favor en nombre de su supuesta
debilidad y de su condición de « víctima ». Una columnista del
Ottawa Citizen escribía lo siguiente : « Mucha gente en el país
cree que Quebec posee demasiada influencia y que recibe pri-
vilegios indebidos de parte del gobierno federal, en detrimento
de las otras nueve provincias. A mi juicio, tienen razón la mayor
parte del tiempo »79.

210  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Reemplacemos algunas palabras : « Mucha gente en Quebec
cree que la comunidad judía posee demasiada influencia y que
recibe privilegios indebidos de parte del gobierno provincial,
en detrimento de las otras comunidades culturales. A mi juicio,
tienen razón la mayor parte del tiempo ».
La frase así modificada podría estar sacada directamente del
discurso de los « escándalos » a los que aludí antes. Como « her-
manos enemigos », los judíos quebequenses y los franco-que-
bequenses rivalizan en su lugar de minoría amenazada que
reclama – a menudo de modo aparentemente contradictorio
– la autonomía y la protección. También hice referencia al
discurso de la minoría victimizada que algunos asocian a una
tendencia paranoica y egocéntrica. Es fascinante ver cómo las
dos comunidades se comportan de una manera extrañamente
similar y, a pesar de ello, a qué punto son incapaces de ponerse
en el lugar del otro. Cuando Michaud dijo que el pueblo judío
no es el único pueblo del mundo que ha sufrido en la historia
de la humanidad, y se puso a enumerar a otros pueblos, como
los armenios, los palestinos y los ruandeses, solamente « enunció
hechos », como lo indicaron los medios francófonos. El mismo
argumento es usualmente empleado para disculpar a Parizeau :
la mención del « voto étnico » y del « dinero » tiene fundamentos
sociológicos (son los alófonos y los sectores altos los que
votaron masivamente contra la opción soberanista en 1995).
Pero esta perspectiva no parece ser aplicable cuando se hace el
mismo tipo de insinuación con respecto a los quebequenses.
Durante la campaña electoral de 1997, el Reform Party dirigido
por Preston Manning propagó un aviso televisivo que buscaba
captar el voto de los canadienses del Oeste del país que consi-
deran que Quebec ejerce demasiado poder en Ottawa. El
mensaje era el siguiente : « Una voz para todos los canadienses,
no solamente para los políticos quebequenses ». El vicepresi-
dente del Movimiento Soberanista, Gilles Rhéaume, expresó
inmediatamente su indignación : « Al vapulear a los políticos
quebequenses en base a su origen, el Sr. Manning difunde

montreal.qc.ca  •  211
enunciados no solamente odiosos, sino también absolutamente
discriminatorios. Dicha publicidad nutre un racismo
grosero »80.
¿ Un « racismo grosero » ? El aviso, negativo y hasta de mal
gusto, no hacía más que subrayar el hecho de que la política
federal casi no puede funcionar (al menos, hasta la llegada al
poder de los conservadores en 2006) sin el voto de los quebe-
quenses, quienes, por regla general, no apoyan a candidatos
que no sean oriundos de su propia provincia. Los reflejos
hipersensibles parecen constituir un rasgo común entre los
franco-quebequenses y los judíos quebequenses. Sigamos reco-
rriendo la liste de las afinidades : la obsesión de la supervivencia
– la meta es de nunca cesar de decir « nosotros » –, la insistencia
sobre el « gran sueño » de una « pequeña nación » – que se con-
cretará al apostar a « nuestros valores » y « nuestro saber » – y la
sacralización de la memoria, expresada en el lema « Me acuerdo »
de los franco-quebequenses y por la imagen de la « cadena
irrompible » entre las generaciones judías. Es obvio que pueden
discernirse algunas de esas características en otros grupos
humanos. Pero no he notado en los vascos, catalanes, gallegos,
escoceses o puertorriqueños – todos ellos « Naciones sin
Estado » que he tenido la ocasión de observar, aunque sea
superficialmente – las tensiones, las ambivalencias, las sensibi-
lidad, los « complejos » que los quebequenses atribuyen a su
propia identidad y que, en cierta medida, convergen con ciertos
rasgos fundamentales de la identidad judía. Por una curiosa
coincidencia, la mañana en que escribía estas últimas líneas del
capítulo, el programa Maisonneuve en direct de Radio Canada
dedicaba un segmento de su tribuna telefónica a la cuestión
judía. « ¡ Está confirmado, me dije, en Quebec, nunca se cansan
de hablar de los judíos ! » Frente a una campaña de educación
para combatir al antisemitismo, el conductor expresaba que
« el problema [del antisemitismo está] amplificado si se tiene
en cuenta la realidad ». Un auditor iba más lejos : según él,
aludiendo obviamente a los judíos, se trataría, nuevamente, del

212  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


« reflejo explotado por individuos que tienen el síndrome de la
persecución »81. Es curioso. Cuando yo vivía en el Canadá
inglés, escuché en numerosas oportunidades exactamente el
mismo tipo de frase hiriente e injusta, pero en relación a las
quejas y reivindicaciones legítimas formuladas, sin cesar, por
los franco-quebequenses.

montreal.qc.ca  •  213
A MODO DE
CONCLUSIÓN

El análisis de cualquier sociedad, al vislumbrarla como una


realidad coherente, consiste en recalcar los aspectos que distin-
guen al caso singular de la norma general. Cada comunidad,
como cada individuo, es por cierto único. Esta « unicidad » es
el resultado de una confluencia de determinaciones, algunas
relativamente particulares y otras universales. Casi todos los
retos que encara actualmente la sociedad quebequense no le
son exclusivos y, como en cualquier otra latitud, tendemos a
sobredimensionar su carácter « excepcional ». Soy consciente
de haber, por momentos, exagerado el peso de los rasgos dis-
tintivos de Quebec. Pero la amplificación de las diferencias
forma parte de todo dispositivo de argumentación : buscamos
atraer la atención hacia los contrastes y los puntos salientes del
objeto observado, pues así podemos captar su « esencia ». No
me refiero, por supuesto, a una presunta esencia nacional – y,
aún menos, « étnica » – sino al núcleo que, a veces, designamos
« mentalidad colectiva », « inconsciente colectivo » o « persona-
lidad colectiva ». En otras palabras, sacamos una fotografía que,
un poco artificialmente, inmoviliza y agranda el paisaje. A
quien pueda hallar algo caricatural la descripción que propongo
con respecto a la identidad quebequense (o, más bien, a las
identidades que cohabitan en Quebec), le recuerdo que la
caricatura – cuando es de calidad y se la maneja con precaución
– constituye una poderosa herramienta de trabajo intelectual
y de pensamiento crítico. El Quebec que retrato en estas
páginas no es el de las constantes y de las mediciones, sino el
que los inmigrantes perciben y descifran, el que los franco-que-

A modo de conclusión  •  215


bequenses rememoran, imaginan y sueñan en construir, el que
las comunidades que no se identifican con la ascendencia
canadiense francesa abrazan o rechazan y, aunque esa no sea su
intención, contribuyen activamente a remodelar.
El lector también habrá entendido que mi objetivo no es
aportar respuestas definitivas o cerrar debates, sino plantear
preguntas, indicar senderos de reflexión y presentar los desafíos
que, a mi juicio, remiten a las bases mismas de la vida colectiva
en Quebec. Como lo mencioné al principio, desarrollo aquí una
perspectiva con la que no todos estarán necesariamente de
acuerdo. No obstante, aunque he tratado de darle al libro un
estilo narrativo y personal, el argumento de fondo se apoya en
una estructura sociológica desplegada en cuatro etapas : 1)
Quebec ante el mundo (su imagen, sus especificidades, sus per-
tenencias culturales) ; 2) Quebec ante sí mismo (su historia, su
identidad, su bagaje) ; 3) Quebec ante Canadá (la relación con
el « Otro » de afuera) ; 4) Quebec ante sus minorías (la relación
con el « Otro » de adentro). El primer capítulo explica el
encuentro entre Quebec y quienes arriban a su seno desde el
exterior. Me detuve en las condiciones de la elección que realiza
el inmigrante, en sus primeras impresiones y en los malenten-
didos inevitables que provoca el contacto entre el extranjero y la
sociedad receptora. Al prestarle voz a los inmigrantes, accedemos
a su subjetividad y observamos cómo las expectativas, las frus-
traciones y los prejuicios moldean sus experiencias. Para ellos,
Quebec es, ante todo, un enigma. La notable homogeneidad de
su « cepa » los desconcierta, tanto como el gusto por el cambio
social y la fascinación por la novedad que exhiben sus habitantes.
Los quebequenses ¿ son abiertos o cerrados, empantanados en el
pasado o ansiosos por descubrir el futuro ? ¿ Cómo caracterizar
a esta sociedad, cómo situarla con respecto a las demás, cómo
clasificarla ? Por momentos, parece atormentada por su manía
de la introspección y de la reminiscencia, mientras que, un poco
contradictoriamente, se ubica raudamente en la vanguardia del
progresismo, se reinventa sin pudor. Formulé la hipótesis del

216  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


« juego identitario » para comprender a un Quebec inasible :
exploré la « latinidad » que se agregaría al substrato indiscutible-
mente norteamericano. Recordemos que la « latinidad » está
enraizada en Europa meridional, pero que se encuentra históri-
camente ligada al espacio mediterráneo, a través de la tradición
grecorromana y sus parentescos con el antiguo mundo islámico.
Una « americanidad latina » conjuga el proyecto de crear una
nueva sociedad – el ideal igualitario del « Nuevo Mundo » – con
una concepción hondamente comunitaria de la condición
humana. Discierno las huellas de esa filiación, por ejemplo, en
la manera en que los quebequenses insisten en la dimensión
cultural y solidaria de su entramado social (en oposición con el
individualismo emblemático del modelo « anglosajón »).
En el segundo capítulo, le doy la palabra a los franco-que-
bequenses y examino, en parte a través del humor, su « alma »
nacional. Vemos enseguida que el idioma constituye el ele-
mento clave de la identidad compartida. El no quebequense
puede tener dificultades en entender el vínculo afectivo, hasta
existencial, del francófono con respecto a su lengua materna.
Las discusiones interminables sobre la « calidad » del francés
hablado encarnan, apenas, la punta del iceberg : para un fran-
co-quebequense, el idioma se fusiona con la imagen de sí
mismo, con lo que se ha sido y lo que se podría ser. El inmigrante
quedará o no indiferente – tal vez se exasperará – ante el « psi-
codrama » lingüístico, pasión de multitudes en Quebec. Pero
si se desea, verdaderamente, integrar la sociedad, hay que
esforzarse en comprender por qué el francés no es un mero
medio de comunicación. Ciertas actitudes aparentemente
irracionales – la hipersensibilidad frente a la más mínima crí-
tica, el rechazo visceral del bilingüismo, el orgullo de quienes,
intencionalmente, no hablan « bien » el francés – se explican
por un profundo deseo de supervivencia como grupo. Dicha
voluntad colectiva de perdurar en el tiempo y de preservar el
legado cultural para las próximas generaciones se vuelca en la
agenda nacionalista, el tema del tercer capítulo.

A modo de conclusión  •  217


Al evocar los « relatos ideológicos » que se instituyen en
torno a la « cuestión nacional », me detuve en esas narraciones
que simplifican y encadenan las múltiples dimensiones histó-
ricas y sociopolíticas que subyacen al gran debate colectivo. La
meta de una neutralidad absoluta es irrealizable, pero ello no
nos condena a abandonar toda pretensión de ecuanimidad. Por
un lado, los que rechazan sin tapujos la validez del proyecto
soberanista se autoexcluyen de un debate importante y nece-
sario. Uno puede, obviamente, oponerse a dicha opción, pero
hay que admitir que la mayor parte de la comunidad fran-
co-quebequense se define como una nación y persigue, demo-
crática y pacíficamente, la construcción de un Estado autó-
nomo, sea en tanto que país independiente o inserto en una
unión confederal con el resto de Canadá. Apreciemos, asi-
mismo, que el ardor con que esos quebequenses se abocan a su
causa política no genera expresiones significativas de intole-
rancia y, menos aún, de violencia. Por otro lado, los que se
ofuscan delante de la reticencia de los alófonos y de los angló-
fonos a aceptar el discurso soberanista cierran sus ojos frente a
una sociedad heterogénea y cambiante, claramente reacia a
someterse a los dictados de un « gran proyecto nacional » o de
una supuesta « misión histórica ». Los neo-quebequenses, cons-
cientes de la innegable supremacía del inglés como lengua de
la globalización, tienen derecho a preguntarse por qué el bilin-
güismo asusta tanto a los francófonos, sobre todo cuando la
proporción de individuos con francés como lengua materna se
mantiene, dentro de todo, razonablemente estable en la pro-
vincia desde hace décadas. Además, a los inmigrantes no les
queda más remedio – pues así lo dispone la ley – que enviar a
sus hijos a la escuela francesa, engrosando de tal modo las filas
de la ciudadanía francófona. En suma, los interrogantes y los
argumentos esgrimidos por los dos campos resultan legítimos
y merecen la escucha del conjunto de la sociedad. Los juicios
expeditivos – todo « étnico » sería « anti-francés » y todo « sobe-
ranista » sería « anti-inmigrante » – sólo sirven para alimentar

218  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


la retórica exaltada de ciertos sectores, cuando lo que se precisa
es una conversación pública, serena y respetuosa de las diferen-
cias de opinión.
El cuarto y último capítulo está dedicado a Montreal, como
espacio privilegiado del encuentro entre los diversos compo-
nentes de la sociedad quebequense (con la excepción evidente
de los pueblos originarios, de los que, como ya lo aclaré, no
trato en este libro) y, de modo más general, como punto de
contacto entre Quebec y Canadá. Algunos ven a la metrópolis
como el crisol de una sociedad emergente, un terreno de mes-
tizajes y experimentos, mientras que otros la perciben como el
eslabón débil de la lucha por la supervivencia cultural. Es en
Montreal, sobre todo, que se concentran masivamente las
minorías, alófonas y anglófonas. La ciudad sigue siendo amplia-
mente francófona – dos habitantes sobre tres tienen al francés
como lengua materna – pero su condición de urbe globalizada
y cosmopolita puede, obviamente, favorecer una anglicización
creciente en el largo plazo. ¿ Esto quiere decir que las declara-
ciones alarmistas tienen fundamento – el francés « retrocede »
y Montreal se « bilingüiza » – o, al contrario, debemos discernir
en dicha retórica la angustia de un pueblo que ya no se siente
cómodo en su propio territorio ? Por un lado, a lo largo de la
historia, el universo anglófono ejerció, doblemente, una atrac-
ción y una repulsión para los francófonos de América del
Norte : asimilarse querría decir traicionarse espiritualmente
para beneficiarse materialmente. No es sorprendente que la
resistencia al inglés involucre matices moralistas e invite a
especulaciones de corte apocalíptico. Por otro lado, la presencia
del « Otro » resulta siempre amenazante cuando la imagen de
sí mismo es vacilante. Cada inmigrante que se rehúsa a abrazar
la realidad francófona transmite, a los ojos de muchos quebe-
quenses, un gesto injurioso de rechazo. He sugerido que, en
Quebec, todo ocurre como si a una pulsión de sobrevivencia
se le adjuntara une « vergüenza de sí mismo » que se activa en
la interacción con el extranjero. En la mirada de éste, se busca

A modo de conclusión  •  219


el reconocimiento o se teme el menosprecio. Como la minoría
judía, esa « tercera soledad » de Quebec, la comunidad fran-
co-quebequense – por mucho tiempo dependiente y estigma-
tizada – oscila entre el repliegue de víctima perpetua, asu-
miendo la propia impotencia, y la aseveración desinhibida y
liberadora de su identidad.
Todas las sociedades contemporáneas toman consciencia de
su heterogeneidad constitutiva – y creciente – al interrogarse
sobre su cohesión y sobre las vías de integración que se ofrecen
a quienes vienen de afuera y, por sus características culturales
propias, sufren discriminación. ¿ Cómo oponerse de buena fe
a la inclusión y al tratamiento ecuánime de todos, a condición
de que cada uno respete los derechos de los demás y que el bien
común predomine sobre los intereses sectoriales ? El dilema,
claro está, se encuentra en generar un equilibrio que sea justo
para los unos y los otros : no se le exige al inmigrante que se
asimile completamente, pero se le requiere una adhesión a
« valores comunes » (que son, recordémoslo, los valores de la
población mayoritaria, aunque se formulen de modo univer-
salista). Las estrategias varían de un país al otro y las medidas
gubernamentales pueden basarse en la obligación o en la per-
suasión. Sin embargo, el patriotismo, el apego y la lealtad a un
legado nacional o cultural no se imponen fácilmente. Es por
ello que algunos insisten con el « mensaje » que la sociedad
envía al « Otro » : hay que decirles, ellos tienen que saber que aquí
se habla francés, que aquí no se toleran las costumbres patriar-
cales, que aquí la religión queda afuera de la esfera pública...
Otros apuestan a la educación de los jóvenes, pues son ellos y
no sus padres extranjeros los que llegarán a integrarse plena-
mente. La creación en 2008 de un nuevo curso obligatorio
dictado a todos los niveles del primario y del secundario, des-
tinado a enseñar « ética y cultura religiosa » representa un
ejemplo elocuente de dicha perspectiva. Si bien el curso suscitó
controversias (fue denunciado por los soberanistas, que lo
vieron como una maniobra « multiculturalista », y también

220  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


cuestionado por los conservadores, que deploraron la elimina-
ción del catecismo católico o protestante), creo que se trata de
una iniciativa típicamente quebequense : ensayar un compro-
miso entre el mantenimiento de una referencia cultural a la
tradición sin por ello excluir a las otras vertientes. Sería, de
hecho, poco plausible que semejante enfoque fuera adoptado
en Estados Unidos (en donde los alumnos proclaman todos
los días su fidelidad a « una Nación bajo Dios ») o en Francia
(en donde el poderoso principio de la « neutralidad del Estado »
lleva a evacuar toda alusión a la religión en la escuela, a menos
de que se la trate bajo el prisma del más estricto racionalismo).
No sé si Quebec muestra el camino a seguir, con este tipo de
innovación, pero me alienta constatar la enorme capacidad de
creatividad y de experimentación al confrontar el reto del
pluralismo.
Con una tasa de natalidad magra, los quebequenses « de
cepa » se asustan del decline demográfico. Pero la « sangre
nueva » que aportan los inmigrantes no nutre, necesariamente,
al tronco mayoritario de raíz canadiense francesa. Este temor
por « perder la identidad » está presente en muchos otros países
occidentales. Como en una muñeca rusa, las relaciones de
mayoría a minoría se esconden una adentro de otra : así, los
franco-quebequenses son una minoría en Canadá, una mayoría
en Quebec y una minoría (o un grupo entre otros) en varias
zonas centrales de Montreal. Las identidades y los derechos se
afrontan y se superponen, hasta chocar unos con otros. ¿ Puede
uno sentirse plenamente montrealense, quebequense y cana-
diense, ser trilingüe y hasta « ciudadano del mundo » ? Me
parece que muchos jóvenes – quebequenses recientes o antiguos
– se complacen en este universo complejo y multidimensional.
Pero también puede aducirse que la plasticidad cultural, llevada
al extremo, remite a un individualismo excesivo, desprovisto
de raíces y de pertenencias. ¿ Es posible instaurar una ciuda-
danía sobre dichas bases ? Los que prefieren una sociedad
politizada y consideran que el modelo de Estado-Nación sigue

A modo de conclusión  •  221


siendo un vector de progreso social no son entusiastas del giro
« posmoderno ». Para ellos, esta época de exploraciones y bri-
colajes identitarios marca el fin de las grandes utopías colec-
tivas. El ideal soberanista es visto, por ellos, como un verdadero
proyecto de sociedad, plenamente inclusivo y convocador.
Muchos intelectuales quebequenses adscriben a esa visión y
elaboran tesis sociológicas muy sofisticadas al respecto. Iróni-
camente, terminan por proponer la soberanía de Quebec, ya
no para salvar solamente a la identidad franco-quebequense,
sino para « salvar a la sociedad » : frente a las derivas posmoder-
nistas y neoliberales, un Quebec independiente sería un bastión
de la política – en el sentido casi heroico del término – y de la
emancipación colectiva. No quiero devaluar dicha perspectiva,
que me parece convincente en ciertos puntos, pero no hay que
olvidar la importancia de los relatos ideológicos en ese tipo de
discurso. Los pensadores que intentan depurar al nacionalismo
quebequense de todo lastre etnocéntrico suelen proyectar en
él todas las virtudes cívicas y universales de la Modernidad. En
mi humilde opinión, el soberanismo quebequense es legítimo,
incluso si, como todos los nacionalismos, comporta inexora-
blemente una dosis de autoencerramiento. Será en el marco de
un proceso democrático que los quebequenses elegirán, con-
juntamente pero no unánimemente, la vía de su destino
compartido.
Ciertas palabras parecen ineludibles cuando se habla de
Quebec : ambigüedad, ambivalencia, contradicción, indeci-
sión, incertidumbre. En el plano político, el ombliguismo
puede traducirse en la parálisis, la falta de acción. Frente a tal
realidad, abundan los impacientes, los que piensan que los
quebequenses son tibios, neuróticos e incapaces de ponerse
de acuerdo sobre lo que quieren conseguir. Los canadienses
del resto del país, por su lado, se cansan del asunto y algunos
hasta dicen preferir ¡ que Quebec se vaya de una vez por todas !
Los soberanistas « puros y duros » también se irritan ante las
inseguridades que padecen sus compatriotas, incapaces de

222  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


lanzarse a la gran aventura independentista. Pero están, tam-
bién, los quebequenses que se sienten a gusto afincados en la
eterna indeterminación, en ese estado de deliberación perma-
nente. De hecho, podríamos decir que ese es uno de los
secretos del envidiable dinamismo social y cultural de la
sociedad quebequense. Se trata de la gran paradoja : el pro-
yecto nacionalista está frenado, pero no deja de funcionar
como motor de la sociedad, generando las condiciones de un
debate político vital e inagotable. Los litigios y las tensiones
no van a desaparecer, por más diálogo y buena voluntad que
haya. No obstante, al comprender el cómo y el porqué de dichos
problemas, podremos, en Quebec como en cualquier otro
lugar, aprender a vivir con nuestras diferencias.

A modo de conclusión  •  223


NOTAS

Capítulo I
1 Statistics/Statistique Canada, Censo de 2006 ; Consejo del Tesoro de
Quebec, L’effectif de la fonction publique du Québec 2009-2010 ; « Crimes
haineux : Montréal a le taux le plus faible au Canada », La Presse canadienne,
15 de junio de 2010.
2 Amin Maalouf, Origines, París, Grasset, 2004, p. 100.
3 Cuando un ejemplo de discurso no está atribuido, el lector debe com-
prender que se trata de un enunciado que compuse en base a expresiones
que he compilado en el marco de varias conversaciones.
4 Brigitte Breton, « Nécessaire immigration », Le Soleil, 16 de marzo de 2007,
p. 20.
5 Jack Jedwab, « Canadians remain world leaders in openness to immigra-
tion : Tomorrow we mark international day for the prevention of racial
discrimination », Asociación de Estudios Canadienses, 21 de marzo de
2006.
6 « Canada has most positive image worldwide : Survey », The Toronto Star,
5 de marzo de 2007.
7 « How the world sees the world », The Anholt Nation Brands Index, 2005.
8 www.immigration-quebec.gouv.qc.ca/fr/langue-francaise/index.html.
9 www.forum.immigrer.com.
10 También la selección de los trabajadores temporarios y de los estudiantes
internacionales.
11 Filippo Salvatore, « Vive le Québec trilingue ! », Le Courrier de l’Unesco,
julio/agosto de 2001.
12 Citoyenneté et Immigration Canada, Rapport annuel au Parlement sur
l’immigration, 2005.
13 www.canadaimmigrants.com.
14 Alexandre Shields, « Les immigrants pourraient être plus heureux », Le
Devoir, 1 de mayo de 2007, p. A4.
15 François Berger, « Un grand trou dans l’immigration : Le tiers des immi-
grants en âge de travailler repartent du Canada », La Presse, 3 de marzo de
2006.

Notas  •  225
16 Feng Hou y Garnett Picot, « La hausse du taux de faible revenu chez les
immigrants au Canada », Statistics/Statistique Canada, Direction des
études analytiques, 19 de junio de 2003.
17 Radio Canada, La Tribune, « Les immigrants et le marché du travail », 11
de julio de 2006.
18 Jeff Heinrich, « Expats use right to return », The Montreal Gazette, 22 de
julio de 2006, p. A6.
19 « Un petit jardin protégé », Courrier International, no 836, 9-15 de
noviembre de 2006, p. 13.
20 Pierre Anctil, « Défi et gestion de l’immigration internationale au Québec »,
Cités, número 23, 2005.
21 Andy Riga, « Typical candidate is still male, White », The Montreal Gazette,
24 de marzo de 2007, p. A8.
22 El informe de 2010 de la Fundación del Gran Montreal (www.fgmtl.org)
indica que « de 2001 a 2007, la criminalidad adulta ha disminuido de
19 % » y que « la criminalidad atribuible a las pandillas de la calle representa
1,6 % de los actos criminales cometidos en el territorio montrealense en
2009 ».
23 Brigitte Saint-Pierre, « Les musulmans sont mal vus par 40 % des Québé-
cois », Le Devoir, 22 de julio de 2006, p. A5.
24 Alan Hustak, « Do Quebec Catholics still believe ? », The National Post, 6
de abril de 2007.
25 Jeff Heinrich, « Lack of contact linked to intolerance », The Montreal
Gazette, 21 de marzo de 2007, p. A3.
26 Jacques Godbout, « Continuons le débat, il ne fait que commencer », Le
Devoir, 23 de septiembre de 2006, p. B5. Maka Kotto, portavoz en materia
de comunidades culturales del Bloque Quebequense, 26 de enero de 2011.
27 Ver, entre otros, los estudios siguientes : Brian K. Ray, « Plural geographies
in Canadian cities : Interpreting immigrant residential spaces in Toronto
and Montreal », Canadian Journal of Regional Science, XXII : 1-2, 1999,
65-86 ; Alan Walks y Larry S. Bourne, « Ghettos in Canada’s cities ? Racial
segregation, ethnic enclaves and poverty concentration in Canadian urban
areas », Canadian Geographer, vol. 50, número 3, 2006 ; Laurent Gobillon
y Harris Selod, « The effect of segregation and spatial mismatch on unem-
ployment : Evidence from France », CEPR Discussion Paper, marzo de 2007.
28 « Immigration : entre équilibre et contrôle », Le Soleil, 18 de abril de 2006,
p. A23.
29 Statistics/Statistique Canada, « Enquête longitudinale auprès des immi-
grants du Canada », 30 de abril de 2007.
30 Clairandrée Cauchy, « Les communautés de la nouvelle vague. Après le
rêve, la dure réalité », Le Devoir, 22 de diciembre 2003.

226  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


31 Le Devoir, 31 de marzo de 2002.
32 www.forum.immigrer.com.
33 Jason Kirby, Martin Patriquin y Colin Campbell, « Le Deadbeat »,
Maclean’s, 19 de marzo de 2007.
34 Para un comentario inteligente sobre este tipo de discurso, ver : Don Macdo-
nald, « Slacker nation », The Montreal Gazette, 21 de octubre de 2006, p. C1.
35 Margaret Wente, «  Go West, Young Canadians », The Globe and Mail, 9
de febrero de 2012.
36 Bruce Crumley, « French Exodus », Time Europe, vol. 155, número 23, 12
de junio de 2000.
37 www.sciencepresse.qc.ca/archives/quebec/capque0506c.html.
38 www.canadianheritage.gc.ca/progs/lo-ol/perspectives/francais/liens/
FP03c.htm.
39 Office québécois de la langue française, « Les caractéristiques linguistiques
de la population du Québec : profil et tendances 1991-2001 », 2005.
40 Para Quebec y Estados Unidos, compilé datos durante el verano de 2006.
Para Francia, lo hice en marzo de 2007.
41 www.cbsc.ca/francais/decisions/decisions/1995/951206f.htm.
42 Lionel Groulx, Directives, Montreal, Les Éditions du Zodiaque, 1937, p.
174.
43 Michel Brunet, « Trois dominantes de la pensée canadienne-française :
l’agriculturisme, l’antiétatisme et le messianisme », en La présence anglaise
et les Canadiens, Montreal, Beauchemin, 1958, p. 145.
44 Guy Rocher, Le Québec en mutation, Montreal, Hurtubise, 1973, p. 44.
45 Alexis de Tocqueville, Cahier alphabétique A, Œuvres I, París, Gallimard,
1991, « Voyage en Amérique », entrada del 28 de agosto de 1831.
46 Alain Noël, « Les valeurs québécoises », Le Devoir, 31 de octubre de 2000,
p. A6.
47 Mathieu Perreault, « Moins d’incroyants au Québec », La Presse, 3 de mayo
de 2006.
48 Encuesta de Ekos/CBC/SRC/La Presse/Toronto Star, La Presse, 22 de
febrero de 2003.
49 forums.france2.fr/france2/toutlemondeenparle/Message-quebecois- sujet-
11087-3.htm.
50 www.immigrer-contact.com.
51 « Leur cabane au Canada », Courrier International, número 836, 9 al 15
de noviembre de 2006, p. 13.
52 Robert Laliberté, « La Querelle du Nouveau Monde », Conjonctures,
número 14, 1991.
53 Harold Schulten, Courrier International, número 836, 9 al 15 de noviembre
de 2006, p. 14.

Notas  •  227
54 « La grande enquête sur la tolérance au Québec », Encuesta de Léger Mar-
keting, 10 de enero de 2007
55 Sélim Abou, L’identité culturelle, París, Pluriel, 1981, p. 41.
56 Daniel Latouche, « Quebec in the Emerging North American Configura-
tion », en Identities in North America. The Search for Community, coordi-
nado por Robert Earle y John Wirth, Stanford, Stanford University Press,
1995, p. 131.
57 Con respecto a Quebec como caso único en virtud de su multiplicidad
identitaria, ver, por ejemplo, el libro de Gérard Bouchard, Genèse des
nations et cultures du Nouveau Monde, Montreal, Boréal, 2000.
58 Las dos primeras cifras provienen de una encuesta efectuada por la firma
Impact Recherche para el Grupo de Investigación sobre la Americanidad
(Le Devoir, 9 de mayo de 1998) y la tercera de una encuesta realizada por
Guy Lachapelle (Le Devoir, 21 de noviembre de 1998).
59 Discurso del Primer ministro de Quebec, Bernard Landry en la bienvenida
a los representantes de la Cumbre de los Pueblos de las Américas, Ciudad
de Quebec, 16 de abril de 2001.
60 Jean-Pierre Charbonneau, presidente de la Asamblea Nacional de Quebec.
Citado en Forces, número 117, 1997.
61 Entrevista con Joseph Facal (por Sabine Choquet e Yves Charles Zarka),
Cités, número 23, 2005.
62 Nathalie Petrowski, « Los Latinos del norte contre-attaquent », La Presse,
3 de diciembre de 2003.
63 Daniel Gay, Les élites québécoises et l’Amérique latine, Montréal, Nouvelle
Optique, 1983, p. 324.
64 Paul Sauriol, Le Devoir, 25 de junio de 1964, citado en Gay, 1983, p. 190.
65 Alec Castonguay, Le Devoir, 10 de abril de 2004, p. A1.
66 Tom Blackwell, « Quebec anglos live significantly longer than francophone
majority : study », The National Post, 11 de enero 2012.
67 Dianne Fagan, « Le Centre de traumatologie spécialisé du CUSM améliore
les statistiques de mortalité », CUSM Ensemble, septiembre de 2006.
68 Taras Grescoe, Sacré Blues. Un portrait iconoclaste du Québec, Montreal,
VLB Éditeur, 2002.
69 Charles Taylor, Grandeur et misère de la modernité, Montreal, Bellarmin,
1992.
70 Gilles Bourque y Jules Duchastel, con la colaboración de Victor Armony,
L’identité fragmentée : nation et citoyenneté dans les débats constitutionnels
canadiens, 1941-1992, Montreal, Fides, 1996.
71 Christian Dufour, « L’avenir des valeurs de type français dans le nouveau
contexte mondial : regards croisés sur la France et le Québec », Cités,
número 23, 2005.

228  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


72 Victor Armony, « Des Latins du Nord ? L’identité culturelle québécoise
dans le contexte panaméricain », Recherches sociographiques, vol. 43, número
1, 2002, p. 19-48.
73 Este mensaje fue enviado el 1 de julio de 2004. Agradezco a Jean-Luc
Crucifix, vicepresidente de Amitiés Québec-Venezuela por haberme per-
mitido difundir la pregunta a los miembros. Esta asociación tiene la página
web siguiente : http ://www.quebec-venezuela.org. Por supuesto, estoy muy
agradecido a quienes aceptaron de compartir conmigo sus puntos de vista.
74 Como en todo estudio basado en la participación en un foro de internet,
puede suponerse que la muestra tiende a estar formada por personas de
clase media, educadas y con opiniones definidas sobre el tema de
discusión.
75 Se trata de un proyecto que fue financiado por el Consejo de Investiga-
ciones en Ciencias Humanas de Canadá. La investigación, dirigida por
Daniel Schugurensky de la Universidad de Toronto, apuntaba a comparar
la participación cívica y política de inmigrantes latinoamericanos. Se
realizaron 100 encuestas en Toronto y 100 en Montreal. Yo estuve a cargo
del trabajo de terreno en Montreal.
76 Ver, por ejemplo, este párrafo : « Pero si hay un campo en el cual Quebec
no se distingue para nada, es en el del automóvil : los mismos coches, la
misma expansión urbana, las mismas autopistas, la misma señalización. Y
el argumento de la latinidad quebequense hace sonreír cuando se piensa
en la plurietnicidad de Toronto o Nueva York, o el peso de los hispánicos
en Florida y en California. [...] habría que aceptar el hecho de que Quebec
es una parte integral de América del Norte, una evidencia demasiadas veces
ocultada » (Alain Dubuc, « Les vrais choix de société », Le Soleil, 21 de
septiembre de 2001, p. D6).

Capítulo II
1 Consulté el Dictionnaire des canadianismes de Gaston Dulong, publicado
en 1989 por Larousse Canada. En los años noventa, se publicaron varios
libros sobre el francés quebequense. Algunos son de estilo académico y
otros de tipo introductorio a la manera de hablar de los quebequenses,
dándole un lugar importante a las expresiones populares, a los errores
recurrentes y a la pronunciación. Ver, por ejemplo : Jean Forest, Anatomie
du parler québécois, Montreal, Tryptique, 1996 y Mario Bélanger, Petit
guide du parler québécois, Montreal, Alain Stanké, 1997.
2 Noviembre 2002. http ://home.ican.net/~lingua/fr/chroniques/chron~48.htm
3 Naïm Kattan, « L’arrivée », Écrits du Canada français, vol. XIX, 1965, p.
237-246.

Notas  •  229
4 Lionel Meney, « L’inquiétante hostilité québécoise au français », Le Monde,
19 de marzo de 2005.
5 Jean-Paul Desbiens, Les insolences du Frêre Untel, Montreal, Éditions de
l’Homme, 1960, p. 17.
6 www.montrealmoi.com/archives_le-quebec-au-jt-de-france2.html
7 http ://www.voir.ca/actualite/popculture.
aspx ?iIDArticle=28666|commentaires
8 Solange Lévesque, « Dis-moi de qui tu ris », Cahiers de théâtre Jeu, número
55, 1990, p. 65-71.
9 Daniel Lemay, « Et si la “Petite vie” de Pôpa et Môman montrait nos vraies
angoisses ? », La Presse, 9 de octubre de 1993, p. E1.
10 Richard Therrien, « Rémy Girard, à la défense des Bougon », Le Soleil, 7
de enero de 2004, p. B1.
11 Odile Tremblay, « Comme une petite honte... », Le Devoir, 12 de agosto
de 2006, p. E6.
12 h t t p   ://pat.blogue. canoe. com/pat/2006/01/16/
nous-sommes-_frileux_et_c_est_pas_suleme
13 Pierre Monette, « La littérature a fait la langue française », La Presse, 16 de
mayo de 2004, Lectures, p. 10.
14 Michel Tremblay, La duchesse et le roturier, Montreal, Actes Sud, 1995, p.
89.
15 Julie Lemieux, « La langue de chez nous », Le Soleil, 6 de marzo de 2005,
p. B5.
16 Denise Bombardier, « Calamiteux », Le Devoir, 27 de septiembre de 2006,
p. A6.
17 Lysiane Gagnon, « Le syndrome de la bouche molle », La Presse, 12 de
enero de 2012, p. A19.
18 Josée Boileau, « Lisez-vous » ?, Le Devoir, 27 de diciembre de 2006, p. A6.
19 Statistics/Statistique Canada, « Alphabétisme et minorités de langue offi-
cielle », Le Quotidien, 19 de diciembre de 2006.
20 Louis Cornellier, « L’anglicisme, voilà l’ennemi ! », Le Devoir, 25 de febrero
de 2006, p. F7.
21 Esas palabras significan, respectivamente : correo electrónico, localizador
(pager, en inglés), planta de producción de aluminio, deserción escolar,
válvula o bomba de agua, colegio preuniversitario, proveedor de servicios,
institución de enseñanza polivalente. Paul Roux, « Le vif désir de durer »,
La Presse, 20 de noviembre de 2005, Arts & Spectacles, p. 18.
22 Mario Bélanger, Petit guide du parler québécois, Montreal, Alain Stanké,
1997, p. 10.
23 En castellano : « Un tipo que se liga una trompada en la cara ». El ejemplo
fue dado por Raymond Legault, vice-presidente del sindicato de artistas,

230  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


durante una conferencia de prensa sobre la problemática de la industria
del doblaje de las películas en la Asamblea Nacional, el 6 de diciembre de
2006.
24 Jacques Maurais, « Les Québécois et la norme », L’évaluation par les Qué-
bécois de leurs usages linguistiques, Office québécois de la langue française,
2008.
25 Paul Cappon, Conflit entre les Néo-Canadiens et les francophones de Mon-
tréal, Quebec, Les Presses de l’Université de Laval, 1974.
26 Office québécois de la langue française. www.olf.gouv.qc.ca/charte/reperes/
reperes.html.
27 Actes du Comité permanent des affaires autochtones et du développement du
Grand Nord (Actas del Comité permanente de asuntos autóctonos y del
desarrollo del Gran Norte), 19 de noviembre de 1999.
28 The Montreal Gazette, 21 de junio de 2005.
29 Marie-Joëlle Parent, « La loi 101, Who Cares ? », Le Journal de Montréal,
17 de junio de 2006.
30 « La SSJB déplore le non-respect de la loi 101 », Presse Canadienne, 17 de
junio de 2006.
31 Josée Boileau, « Intraduisible », Le Devoir, 5 de agosto de 2006.
32 Office québécois de la langue française, « Précisions sur la situation du
français dans les commerces du centre-ville de Montréal », 19 de junio de
2006.
33 Mathieu-Robert Sauvé, « Montréal s’anglicise-t-elle ? », Forum (Hebdoma-
daire de l’Université de Montréal), vol. 41, numéro 15, 11 de diciembre de
2006.
34 Guillaume Bourgeault-Côté, « Recul historique du français au Québec »,
La Presse, 5 de diciembre de 2007, p. A1.
35 Jacques Godbout, « Continuons le débat, il ne fait que commencer », Le
Devoir, 23 de septiembre de 2006, p. B5.
36 Jacques Beauchemin, « Le conservatisme à la défense du monde commun »,
Argument, vol. 14, numéro 1, 2012.
37 Philip Authier, « Come home to PQ, Boisclair urges sovereignty backers »,
The Montreal Gazette, 15 de marzo de 2007, p. A8.
38 Gabriel-Louis Jaray y Louis Hourticq, De Québec à Vancouver. À travers le
Canada d’aujourd’hui, París, Hachette, 1924.
39 Isabelle Rodrigue, « Les panneaux de Vimy seront remplacés », La Presse,
7 de abril de 2007, p. A25.
40 Jocelyn Létourneau, « Langue et identité au Québec d’aujourd’hui », Globe :
revue internationale d’études québécoises, Vol . 5, numéro 2, 2002. Jean-
François Lisée, Nous, Montréal, Boréal, 2007. Chrstian Dufour, Les Québé-
cois et l’anglais. Le retour du mouton, Montréal, Les Éditeurs Réunis, 2008.

Notas  •  231
41 Steve Proulx, entrevista con François Avard, Le Soleil, 24 de septiembre
de 1994, p. B1.
42 « Du Québec et du Canada », Le Soleil, 24 de septiembre de 1994, p. F3.
43 Serge Fournier, « Capsule de chez nous », Rabaska, 23 de abril de 2001.
44 Jean-Marc Piotte, « Vivre en Québécois », Conjonctures, números 10-11,
1998, p. 48.
45 Amy E. Rowe, « An Exploration of Immigration, Industrialization, and
Ethnicity in Waterville, Maine », tesis de grado en antropología, Colby
College, Maine, 1999.
46 Pam Belluk, « Long-scorned in Maine, French has renaissance », The New
York Times, 4 de junio de 2006.
47 Hubert Aquin, Point de fuite, Montreal, Le Cercle du livre de France,
1971. Extraído de : Denyse Delcourt, « Parler mal au Québec », Mondes-
francophones.com, 4 de abril de 2006.
48 Josée Legault, « Ending cultural gap won’t kill separatism », The Montreal
Gazette, 10 de febrero de 2006, p. A21.
49 Statistique Canada, Le Quotidien, 2 de diciembre de 1997.

Capítulo III
1 Lionel Groulx, « Le droit des petites nations à la vie », 1964.
2 Geneviève Lajoie, « CAQ-ADQ. Le mariage est consommé », Le Journal
de Québec, 13 de diciembre de 2011.
3 Christopher Mason, « Immigrants Reject Quebec’s Separatism », The New
York Times, 13 de mayo de 2007.
4 Los datos provienen de una presentación realizada por Jack Jedwab,
Director Ejecutivo de la Asociación de Estudios Canadienses (ASC), en
Ottawa el 6 de abril de 2011.
5 Philip Resnick y Daniel Latouche, Réponse à un ami canadien, Montréal,
Boréal, 1990.
6 Ibid., p. 16
7 Ibid., p. 128-129.
8 Pierre Avril, « Lévesque surpris par sa propre victoire », Montréal Matin,
16 de noviembre 1976, p. 2.
9 Pierre Serré y Nathalie Lavoie, « Le comportement électoral des Québécois
d’origine immigrante dans la région de Montréal, 1986-1998 », L’année
politique au Québec 1997-1998, Montréal, Presses de l’Université de
Montréal, 1998.
10 Bernard Descôteaux, « Affaiblir l’adversaire », Le Devoir, 26 de agosto de
2006, p. B4.
11 Se efectuaron dos investigaciones oficiales en relación a dichas irregulari-
dades ; la primera, por parte del Director General de Elecciones de Quebec,

232  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


Pierre F. Côté, sobre las boletas de voto rechazadas (pues hubo quejas
contra varios escrutadores, pero no se reveló ninguna tentativa organizada) ;
la segunda, por parte del juez Bernard Grenier, sobre los gastos de Opción
Canadá, un organismo financiado por Ottawa (se gastaron 540.000 dólares
en violación de la ley referendaria quebequense).
12 « Cheap shot at Quebec », The Montreal Gazette, 18 de febrero de 2004.
13 Gérard Bergeron, Le Canada français. Après deux siècles de patience, París,
Seuil, 1967, p. 98.
14 Jocelyn Létourneau, Que veulent vraiment les Québécois ?, Montréal, Édi-
tions Nota Bene, 2006, p. 125.
15 Jean Dion, « Une grosse semaine », Le Devoir, 27 de enero de 2007, p. B2.
16 Jean-Pierre Derriennic, « Comment savoir si une question est claire », Le
Devoir, 8 de septiembre de 1998.
17 Jesse Graham, Jonathan Haidt y Brian A. Nosek, « Liberals and Conser-
vatives Rely on Different Sets of Moral Foundations », Journal of Personality
and Social Psychology, 2009, Vol. 96, número 5, 1029-1046.
18 André Pratte, « L’“affaire Lester” número 3 », La Presse, 22 de noviembre
de 2001.
19 Norman Lester, Le livre noir du Canada, tome 3, Montreal, , Les Intou-
chables, 2003, p. 263.
20 « La FPJQ défend la liberté d’expression du journaliste « , Le Soleil, 22 de
noviembre de 2001, p. A4.
21 « Plainte contre le National Post », radio-canada.ca, 18 de agosto 2006.
22 Le Devoir, 17 de agosto de 2006, p. A6.
23 Don Macpherson, « Our politicians should show some reserve », The
Montreal Gazette, 19 de agosto de 2006.
24 Biz, « Le dernier-né des délires de la droite canadienne », Le Devoir, 15 de
agosto de 2006, p. A7.
25 Josée Legault, « Francophones unjustly labelled intolerant », The Montreal
Gazette, 18 de agosto de 2006.
26 Josée Legault, « It was outrageous for Globe writer to attack Quebecers »,
The Montreal Gazette, 22 de septiembre de 2006, p. A19.
27 www.immigrer-contact.com/bestof/pages/can_int_449.htm.
28 Marcel Rioux, La question du Québec, Montréal, Parti pris, 1976, p. 157.
29 « Michel Tremblay dit ne plus croire à la souveraineté « , Le Devoir, 10 de
abril de 2006.
30 René Lévesque, « Un Québec souverain dans une nouvelle Union cana-
dienne », 15 de septiembre de 1967.
31 René Lévesque, Présentation du Programme du Parti Québécois, « La
solution », 1970.
32 René Lévesque, « Comment se fera l’indépendance », 1972.

Notas  •  233
33 Katia Gagnon, « Suzanne Tremblay remet en cause l’origine francophone
de Charest », La Presse, 26 de mayo de1997, p. B4.
34 Donald Charette, « Suzanne Tremblay met Duceppe dans l’embarras », Le
Soleil, 26 de mayo de 1997, p. A2.
35 Punto 1.1 de la Declaración de Principios del Partido Quebequense, « Un
projet de pays », 2005.
36 Jacques Beauchemin, L’histoire en trop. La mauvaise conscience des souvera-
inistes québécois, Montréal, VLB éditeur, 2002, p. 18.
37 Gérard Bouchard, La nation québécoise au futur et au passé, Montréal, VLB
éditeur, 1999.
38 Victor Armony, « Citoyenneté obligatoire ou volontaire ? », Le Devoir, 5
de septiembre de 2001.
39 Ariane Lacoursière, « Passe-droit pour un Juif hassidique », La Presse, 18
de noviembre de 2006, p. A7.
40 Michel C. Auger, «  Dérapage déraisonnable », Le Soleil, 20 de noviembre
de 2006, p. 7.
41 « Según un estudio de la firma Influence Communication sobre la manera
en que los medios tratan el multiculturalismo y las comunidades étnicas
[...], Quebec ocupa ahora el primer lugar entre la provincias canadienses
en donde los fenómenos vinculados al multiculturalismo son percibidos
negativamente por los medios » (Mario Girard, « Intolérants, les Québé-
cois ? », Le Soleil, 14 de enero de 2007, p. 11).
42 « Il y a trop d’accommodements raisonnables, estiment les Québécois »,
Le Droit, 29 de diciembre de 2006, p. 19.
43 Kevin Dougherty, « Charest enters the fray », The Montreal Gazette, 9 de
febrero de 2007, p. A4.
44 Elizabeth Thompson, « Accomodation debate out of hand, MPs say », The
Montreal Gazette, 8 de febrero de 2007, p. A4.
45 Radio Canada, 17 de noviembre de 2006.
46 www.canoe.qc.ca (22 al 25 de noviembre de 2006).
47 « Le policier chansonnier comparaît, le public réagit », Le Droit, 30 de
enero de 2007, p. 16.
48 Philippe Gouin, « Ça commence à faire, là », 2006.
49 Comentarios como éstos no fueron retirados por el moderador de Canoë,
incluso cuando fueron señalados por violar las normas del foro, que prohíben
« los comentarios discriminatorios, racistas o sexistas » : « esas razas de retar-
dados que no son ni siquiera capaces de quedarse en su país » ; « ser blanco
no es una simple cuestión de color de piel, es también el legado, la cultura » ;
« no se conoce a ningún indio en ciencia, en arquitectura, en medicina o en
cualquier otra cosa, excepto por el contrabando y la criminalidad » ; « los
liberales viven y sobreviven gracias a los judíos : ellos tienen dinero y poder ».

234  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


50 Alexandre Shields, « Tempête “identitaire” au Québec », Le Devoir, 16 de
enero de 2007, p. A1.
51 Jeff Heinrich, « We’re “slightly” racist, media poll concludes », The Montreal
Gazette, 16 de enero de 2007.
52 Josée Boileau, « Les accommodants », Le Devoir, 5 de febrero de 2007, p.
A6.
53 Municipalité d’Hérouxville (MRC de Mékinac, Quebec), « Les normes »,
sin fecha (consultado en 2006), p. 4.
54 Gérard Bouchard y Charles Taylor, Fonder l’avenir. Le temps de la conci-
liation, Québec, Gobierno de Quebec, 2008.
55 Victor Armony, « Mémoire présenté à la Commission de consultation sur
les pratiques d’accommodement reliées aux différences culturelles », 2007.
56 Canadá se destaca como la sociedad más tolerante hacia los musulmanes,
según un estudio internacional que comprara 23 países occidentales
(Randy Boswell, « Canadians object least to Muslim neighbour », The
National Post, 7 de febrero de 2007).
57 José Woehrling, « L’obligation d’accommodement raisonnable et l’adap-
tation de la société à la diversité religieuse », Revue de droit de McGill,
número 43, 1998.
58 Pierre Bourdieu, Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action, París, Seuil,
1994.
59 Josh Freed, « Let’s look beyond the parkas and burqas : Hérouxville is a place
we’ve all got in us », The Montreal Gazette, 3 de febrero de 2007, p. A3.
60 Gérard Bergeron, Le Canada français. Après deux siècles de patience, París,
Seuil, 1967, p. 162.

Capítulo IV
1 Comentarios de Dinu Bumbaru, Director de Políticas en Héritage Mon-
tréal, en Mario Girard, « Embellir Montréal », La Presse, 18 de marzo de
2005, Actuel, p. 1.
2 Comentarios de Yves Deschamps, Profesor de Historia del Arte de la
Universidad de Montreal, en el programa « Un autre regard », Primera
Cadena de la radio de Radio Canada, 30 de enero de 2006.
3 Laurent Gloaguen, « Montréal, ville laide », Embruns, 20 de marzo de 2005.
4 Jérôme Labrecque, documental « Montréal, ville laide », Primera Cadena
de la radio de Radio Canada, 30 de enero de 2006.
5 « Montréal en quartiers », L’Express.fr, 24 de junio de 2006.
6 Comentarios de Lucie K. Morisset, Profesora de Estudios Urbanos y
Turisticos de la UQAM, en Mario Girard, « Embellir Montréal », La Presse,
18 de marzo de 2005, Actuel, p. 1.

Notas  •  235
7 Marc Tison, « Le design qui fait vendre », La Presse, 10 de junio de 2006,
La Presse Affaires, p. 1.
8 André Désiront, « L’image de marque du Canada et de Montréal », La
Presse, 10 de mayo de 2006, Actuel, p. 5.
9 Wallpaper, diciembre de 2000.
10 Louis-Gilles Francoeur, « Montréal, victime de l’auto », Le Devoir, 23 de
mayo de 2006, p. A1.
12 Alain Simard, « Montréal, métropole culturelle internationale », La Presse,
4 de junio de 2002, p. A13.
13 Philippe Mercure, « Pauvreté : un portrait montréalais », La Presse, 4 de
marzo de 2006, p. A3.
13 « Montréal en statistiques », Dirección de Comunicaciones y de Relaciones
con los Ciudadanos, Municipalidad de Montreal, 2006.
14 Philippe Mercure, « Pauvreté : un portrait montréalais », La Presse, 4 de
marzo de 2006, p. A3.
15 Hugo Meunier, « Le palmarès des villes du Québec », La Presse, 17 de junio
de 2005, p. A5.
16 Antoine Robitaille, « Le mystère Québec », Le Devoir, 2 de septiembre
2006, B3.
17 Anne-Marie Voisard, « Le “côté noir” de la capitale », Le Soleil, 14 de
noviembre de 2004, p. A2.
18 Isabelle Porter, « À la conquête de Québec », Le Devoir, 17 de febrero de
2007, p. B1.
19 Yves Beauchemin, « La recette impossible. 1 – Faire la promotion simultanée
du bilinguisme et du français est aussi difficile que de préparer une salade
de poulet... végétarienne », Le Devoir, 19 de noviembre de 1996, p. A7.
20 Serge-André Guay, « Montréal pris au piège du multiculturalisme », Le
Devoir, 28 de julio de 2006, p. A8.
21 Mario Beaulieu, « Les objectifs du Mouvement Montréal français », http ://
montrealfrancais.info.
22 Marie-Andrée Chinouard, « L’école 100 % en français – La camisole de
forcé », Le Devoir, 5 de enero de 2012, p. A6.
23 www.radiocanada.ca/radio/maisonneuve/20062006/74552.shtml.
24 Marc Gilbert, « Les Anglos serrent la vis », L’Actualité, vol. 30, número 18,
15 de noviembre de 2005, p. 38.
25 Peter F. Trent, « L’immolation bien inutile des villes fusionnées », Le Devoir,
9 de mayo de 2003.
26 Valérie Dufour, « Le Westmount de Julius Grey – Plus bilingue et cosmo-
polite qu’autrefois », Le Devoir, 12 de agosto de 2002.
27 Nathalie Petrowski, « Les riches », La Presse, 12 de septiembre de 1993, p.
A5.

236  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


28 Jean-Robert Sansfaçon, « Perspectives : Le séparatisme anglo », Le Devoir,
21 de junio de 2004, p. A3.
29 G. DeWolf Shaw, « Say it ain’t so, Jo », The Montreal Gazette, 28 de agosto
de 2006, p. A18.
30 Claude Tourigny, « Les anglophones descendent des gradins », Info- langue,
Office québécois de la langue française, otoño de 1999.
31 Paul-André Linteau, Histoire de Montréal depuis la Confédération, Montreal,
Boréal, 1992.
32 Marie-Claire Blais, « Montréal contemporain », Écrits du Canada français,
número 41, 1978, p. 11-21.
33 Annick Germain, « Montréal : Laboratoire de cosmopolitisme entre deux
mondes », junio de 1997.
34 www.santepub-mtl.qc.ca/Portrait/nouvelle/14042003.html.
35 Christian Paquin, « Profil de la population du territoire de Parc-Exten-
sion », Centre de santé et de services sociaux de la Montagne, 2008 ;
Danielle de Coninck (coord.), « Portrait du quartier Parc-Extension »,
Corporation de développement économique et communautaire Cen-
tre-Nord, 2004.
36 Louise Leduc, « Les Québécois méfiants face aux immigrants », La Presse,
21 de marzo de 2001.
37 James Mennie, « While we’re watching war coverage on TV, we lose track
of wars at home », The Montreal Gazette, 6 de septiembre de 2006, p. A6.
38 Richard Martineau, « C’est pas moi, c’est eux », Journal de Montréal, 13
de agosto de 2008.
39 Clairandrée Cauchy, « Montréalais plus que Québécois », Le Devoir, 23 de
junio de 2003, p. A1.
40 Gilles Gagné y Simon Langlois, « Les jeunes appuient la souveraineté et
les souverainistes le demeurent en vieillissant », L’annuaire du Québec 2006,
p. 450.
41 Louise Leduc, « Les limites du pluralisme », La Presse, 13 de mayo de 2002.
42 « Extrait de la décision de la Cour supérieure », La Presse, 22 de abril de
2002.
43 René Bruemmer, « Thou shall not open council meetings with prayer »,
The Montreal Gazette, 26 de septiembre de 2006.
44 Retomo aquí elementos de la entrada « Minoría » que redacté para el
Dictionnaire de l’altérité et des relations interculturelles, Gilles Ferréol y Guy
Jucquois (coord.), París, Armand Colin, 2003.
45 Mathieu Bock-Côté, « La guerre contre Noël », Journal de Montréal, 7 de
diciembre de 2011. Louise Beaudoin, declaración en la Asamblea Nacional
de Quebec, 9 de febrero de 2011. Bernard Landry, « Non au multicultu-
ralisme... », Vigile.net, 9 de junio de 2009.

Notas  •  237
46 Will Kymlicka, « Ethnocultural Diversity in Liberal State : Making Sense
of the Canadian Model », ponencia presentada en el simposio Diversity
and Canada’s Future, Québec, 13 al 15 de octubre de 2005. Hugh Donald
Forbes, « Trudeau as the First Theorist of Canadian Multiculturalism », en
Stephen Tierney (coord.), Multiculturalism and the Canadian Constitution,
Vancouver, UBC Press, 2007.
47 Max y Monique Nemni, Trudeau. Fils du Québec, père du Canada, Mon-
treal, Éditions de l’Homme, 2007.
48 Luc Chartrand, « Le mythe du Québec fasciste », L’Actualité, 1 de marzo
de 1997, vol. 22, número 3.
49 Antoine Robitaille, « Pierre Anctil : Le goy philosémite », Le Devoir, 12 de
octubre de 1999, p. B1.
50 Maurice Girard, « Richler : les anglophones ont libéré la “tribu” franco-
phone », La Presse, 12 de marzo de 1992, p. A1-A2.
51 Gabriel-Louis Jaray y Louis Hourticq, De Québec à Vancouver. À travers le
Canada d’aujourd’hui, París, Hachette, 1924.
52 Erving Abella y Harold Troper, None is too Many : Canada And The Jews
Of Europe 1933-1948, Toronto, Key Porter Books, 2002.
53 Ellen Posner, « Anti-Jewish Manifestations », American Jewish Year Book
1945-46, Philadelphia, The Jewish Publication Society of America, 1945,
p. 278.
54 Richard Nadeau, Richard G. Niemi y Jeffrey Levine, « Innumeracy About
Minority Populations », The Public Opinion Quarterly, vol. 57, 1993.
55 Richard Martineau, « R.I.P. », Voir, 5 juillet 2001.
56 Gérald Leblanc, « Mordecai Richler se déchaîne contre le Québec français »,
La Presse, 17 de septiembre de 1991, p. A1-A2.
57 Louise Cousineau, « Comprendre mes voisins, ce n’est pas encore pour
demain », La Presse, 19 de enero de 2002, p. D2.
58 Michèle Ouimet, « Se tenir debout », La Presse, 20 de julio de 2001, p. A9.
59 Pierre-André Taguieff, L’imaginaire du complot mondial, París, Mille et une
nuits, 2006.
60 « La grande enquête sur la tolérance au Québec », Sondage Léger Marke-
ting, 10 de enero de 2007.
61 « Controverse autour d’une exposition de photos de Zahra Kazemi » (pro-
grama Maisonneuve en direct), Primera Cadena de la radio de Radio Canada,
http ://radio-canada.ca/radio/maisonneuve/07062005/57577.shtml.
62 Josée Boileau, « La chance à tous ? », Le Devoir, 25 de octubre de 2003.
63 Kathleen Lévesque, « Centraide verse un million à un organisme quarante
fois millionnaire », Le Devoir, 1 de noviembre de 2003, p. A1.
64 Stéphane Baillargeon, « Entre critique et malaise », Le Devoir, 29 de sep-
tiembre de 2007, p. C1.

238  •  QUEBEC Y SUS INMIGRANTES


65 Jacques Genest, « À propos de Lionel Groulx et des Deux Chanoines – Des
conclusions injustes à rectifier », Le Devoir, 7 de julio de 2003.
66 Antoine Robitaille, « Pierre Anctil : Le goy philosémite », Le Devoir, 12 de
octubre de 1999, p. B1.
67 Juan Rodriguez, « L’affaire Richler revisited », The Montreal Gazette, 25 de
septiembre de 2006, p. B4-B5.
68 Morton Weinfeld, Like everyone else... but different. The paradoxical success
of Canadian Jews, Toronto, McClelland & Stewart, 2001, p. 6.
69 Guy Rocher, Le Québec en mutation, Montréal, Hurtubise, 1973, p. 45.
70 Guy Bouthillier, « Lettre à un ami juif », Tribune Juive, septiembre de 2007,
p. 97-98.
71 Jacques Godbout, Le couteau sur la table, Paris, Seuil, 1965, p. 92.
72 Pierre Anctil, Ira Robinson et Gérard Bouchard (coord.), Juifs et Canadiens
français dans la société québécoise, Sillery, Septentrion, 2000.
73 « L’Assemblée nationale blâme Yves Michaud : Le Parti Québécois divisé »,
Le Soleil, 31 de dicembre de 2000, p. A10.
74 La fuerte inmediata reacción de Bouchard y de Landry muestran que ellos
no tuvieron dificultad en decodificar el seignificado de las declaraciones
de Michaud (Victor Armony, « Acte de parole », Le Devoir, 19 de diciembre
de 2000).
75 Christiane Desjardins, « Yves Michaud est débouté en Cour du Québec »,
La Presse, 15 de mayo de 2002, p. E2.
76 Michel Brûlé, « L’Affaire Michaud », Le Devoir, 21 de diciembre de 2000,
p. A6.
77 Louis O’Neill, « L’Affaire Michaud », Le Devoir, 19 de diciembre de 2000,
p. A7.
78 Franco Nuovo, « Les moutons québécois », Le Journal de Montréal, 24 de
diciembre de 2000.
79 Brigitte Pellerin, « My naughty list about Quebec », The Ottawa Citizen,
23 de diciembre de 2004.
80 Pierre O’Neill, « La publicité réformiste s’inspire-t-elle de sentiments
racistes ? » Le Devoir, 27 de mayo de 1997, p. A4.
81 www.radio-canada.ca/radio/maisonneuve/12092006/77562.shtml.

Notas  •  239
INDICE

PREFACIO 7

CAPÍTULO I

LA ELECCIÓN DE QUEBEC 13

CAPÍTULO II

AQUÍ SE HABLA FRANCÉS 59

CAPÍTULO III

LA « CUESTIÓN NACIONAL »
PARA PRINCIPIANTES 105

CAPÍTULO IV

MONTREAL.QC.CA 163

A MODO DE CONCLUSIÓN 215

NOTAS 223

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