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Victor Armony
Université du Québec à Montréal
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All content following this page was uploaded by Victor Armony on 15 June 2016.
QUEBEC Y SUS
INMIGRANTES
CARTE BLANCHE
La publicación de este libro fue posible gracias a un subsidio del Secrétariat aux
affaires intergouvernementales canadiennes del Gobierno de Quebec, a través de
su programa de apoyo a la investigación sobre asuntos intergubernamentales y de
identidad quebequense.
La versión original de este libro fue publicada en francés por VLB Éditeur
(Groupe Ville-Marie Littérature) en Montreal en 2007 y, en edición revisada y
ampliada, en 2012. La presente versión es una traducción actualizada y adaptada
por el autor para el público de habla hispana.
Agradezco a Roxana Paniagua Humeres y, muy especialmente, a Viviana
Fridman por su colaboración en la traducción de este libro al idioma español.
Prefacio • 7
político relevante en la provincia reclama que se interrumpa o
se reduzca drásticamente el flujo de inmigrantes y, menos aún,
que se expulse a los extranjeros, como lo proponen los partidos
de extrema derecha en Europa y también el ala ultraconserva-
dora del Partido Republicano en Estados Unidos. Claro que
también existe una lectura menos favorable de la actitud con
que los francófonos reciben a los migrantes. Para abordar este
delicado problema, debemos señalar que la « cuestión nacional »
tiñe todas las relaciones interculturales. La afirmación identi-
taria franco-quebequense puede ser interpretada como una
tendencia al repliegue, dado que todo nacionalismo implica
alguna forma de exclusión (más aún en sociedades dislocadas
por la violencia étnica, lo cual obviamente no es el caso en
Quebec). La voluntad de la gran mayoría de quebequenses de
sobrevivir en tanto que colectividad frente al inmenso poderío
demográfico, cultural y económico de sus vecinos anglófonos
conduce, a veces, a enunciar un discurso de resentimiento y de
victimización que deja perplejo al inmigrante. Asimismo, quien
eligió a Quebec como tierra de adopción descubre una « nor-
teamericanidad » distinta y, a cierto nivel, decepcionante con
respecto a su idea de lo que debería ser una sociedad « avan-
zada » del Primer Mundo. Esa idealización lleva a la frustración
y a las recriminaciones : « ¡ No es lo que nos habían prometido ! »
Pero, cabe preguntarse, ¿ de quién es la culpa ?
Este libro no es un tratado académico o un estudio cientí-
fico, sino un ensayo sociológico que refleja mi propio punto
de vista. No pretendo que sea objetivo. No obstante, trato de
brindar en estas páginas una perspectiva equilibrada – en la
medida de mis posibilidades – de Quebec y de los retos que se
desprenden del encuentro entre la sociedad y sus nuevos miem-
bros. Si bien apunto a explicar Quebec a los inmigrantes, me
dirijo también a los quebequenses que se preocupan por la
imagen que su sociedad proyecta hacia el exterior. De hecho,
si bien el título de la versión original francesa de este libro fue
« Quebec explicado a los inmigrantes », lo podría haber lla-
Prefacio • 9
en el marco de dos proyectos financiados por el Consejo de
Investigación en Ciencias Humanas de Canadá, así como en
numerosas y variadas fuentes bibliográficas, periodísticas y
estadísticas.
Tengo que subrayar lo que este libro no es. No es un manual
para inmigrar a Quebec, ni tampoco una obra de referencia
sobre el idioma, la historia o la actualidad de Quebec (aunque
abordo algo de todo esto). Se trata más bien de un retrato de
la sociedad con el cual, sin duda, muchos quebequenses « de
cepa » y muchos « neo-quebequenses » estarán en desacuerdo.
No soy el primero en intentar « explicar » Quebec desde los
márgenes de su mayoría de origen canadiense francés. ¿ Tengo
que aclarar que no pretendo de ningún modo arengar a los
quebequenses, y menos aún denigrar su cultura y su identidad ?
No deseo tampoco insultarlos adoptando una mirada compla-
ciente y paternalista. ¿ Debo decir « su identidad » o « nuestra
identidad » ? Estoy incómodo con el uso de los pronombres
personales : en tanto que ciudadano de Quebec, formo parte
del « nosotros » ; pero yo me crié en otro lugar y me sentiré
siempre, forzosamente, un extranjero. Como la mayoría de los
inmigrantes, me sitúo, en parte, adentro y, en parte, afuera.
Mi experiencia, como la de la gran mayoría de los inmi-
grantes, es la de los centros urbanos y, muy particularmente,
de Montreal. Es obvio que no niego la importancia de las
regiones interiores de la provincia. También soy muy consciente
de la presencia de los pueblos indígenas, de su especificidad
histórica y de su difícil realidad actual. Sin embargo, el Quebec
al cual me integré y que expongo al lector es el que se construye
y se transforma incesantemente en las calles, los hogares, las
escuelas, los comercios y las oficinas de sus áreas
metropolitanas.
Finalmente, en lo que hace a esta edición en idioma español,
asumo que la realidad sociopolítica e histórica de América
Latina – en su inmensa diversidad y complejidad – sirve de
marco de referencia a la mayoría de sus eventuales lectores. Por
Prefacio • 11
CAPÍTULO I
LA ELECCIÓN
DE QUEBEC
La elección de Quebec • 13
en Quebec, « las posibilidades de participación son más limi-
tadas para los grupos étnicos ». Cree que los quebequenses
demuestran una « tendencia a cerrar los espacios más impor-
tantes a los extranjeros ». Pero muchos otros inmigrantes se
dicen satisfechos de haber elegido Quebec. « Tenía familia aquí
y ellos me hablaron del modo de vida, del respeto de los dere-
chos de los ciudadanos », afirma un exiliado nicaragüense. De
la misma manera, un colombiano que escapó a la violencia
política en su país considera que « esta sociedad es, en general,
bastante tolerante, bastante abierta, bastante amable... frente
a la tragedia personal de haber dejado mi país, Quebec es un
buen lugar ». Esta última frase no constituye la declaración de
amor y gratitud que los quebequenses desearían escuchar, pero
ilustra perfectamente el tipo de evaluación que la mayoría de
migrantes hacen de su elección.
La idea de « elegir » es central en la experiencia de inmigra-
ción. Algunos se sorprenden ante semejante afirmación. Sobre
todo en los países del Norte, se tiende a percibir el fenómeno
migratorio como el resultado de una falta de elección : los des-
dichados que abandonan su tierra lo hacen para liberarse de la
miseria, de la opresión o de la guerra. El sentido común nos
indica, en efecto, que es inusual que alguien deje su comunidad
y su cultura si no se ve forzado por las circunstancias. Eviden-
temente, esa visión es correcta en lo relativo a poblaciones
civiles desplazadas por conflictos, catástrofes naturales y crisis
humanitarias. Asimismo, los llamados « refugiados econó-
micos » forman parte de un movimiento generado, en gran
medida, por factores de tipo estructural. Pero una lectura que
ignora al individuo como elemento clave de la migración olvida
que, por cada emigrante, son miles los que nunca se desa-
rraigan. Los expatriados voluntarios, ¿ son los más afortunados,
como ganadores de una especie de lotería cósmica ? Tal vez sea
cierto en varios casos, pues el azar pesa mucho en las cuestiones
humanas, pero la voluntad y la audacia de quien decide partir
hacia otros horizontes juegan también un papel capital en el
La elección de Quebec • 15
simple peón de un juego de fuerzas del cual no controla nin-
guna variable, como el prisionero de su « mentalidad », de sus
« costumbres », de sus « necesidades ».
La elección de Quebec • 17
Nos tendrían que agradecer de haberlos acogido »3. En esa
perspectiva, pareciera que todos los migrantes – excepto los de
Europa Occidental – habrían huido de la indigencia y del
oscurantismo retrógrado de sus países de origen. El quebe-
quense se ofende ante quienes, recién llegados del « Tercer
Mundo », critican su sociedad : « ¿ Cómo osan decir que nuestro
sistema de salud pública es deficiente, nuestro tráfico indisci-
plinado, nuestras costumbres alimentarias atroces y nuestras
escuelas lamentables ? » Christian Raymond, candidato por la
Acción Democrática de Quebec, expresó ese tipo de exaspera-
ción ante el inmigrante que « llega con pretensiones » y declaró
a la prensa : « Se morían de hambre en donde vivían o estaban
en guerra ; los dejamos venir a nuestro país, entonces tiene que
respetar nuestras manera de vivir. Si no quieren conformarse,
que se regresen. Yo, les digo : tú no estás en tu casa aquí, estás
de visita »4.
Aunque esa clase de discurso público sea relativamente
infrecuente en Quebec (el candidato fue expulsado poco des-
pués por el jefe de su partido), no es raro escuchar tales argu-
mentos en las conversaciones privadas. El implícito es el
siguiente : el inmigrante habría ganado tanto al venir a radicarse
con nosotros – particularmente en comparación con lo que
habría perdido al dejar su país de origen – que todo reclamo
de su parte a la sociedad de adopción sería inapropiado y exce-
sivo. Se trata, obviamente, de una interpretación que minimiza
la importancia de una elección desgarradora en la mayoría de
casos. Para el individuo que se expatria, el trade off – el canje
de una ventaja (cultural, emocional) por otra (sobre todo eco-
nómica y de seguridad) – reviste una complejidad que no puede
ser reducida a una simple oposición entre un « aquí » bueno y
un « allá » malo. Esto nos lleva a abordar un segundo malen-
tendido, esta vez del lado de los inmigrantes : la idealización
del « Primer Mundo ».
En muchas sociedades del « Tercer Mundo », la gente conoce
(y absorbe) el modo de vida « occidental » a través de la cultura
La elección de Quebec • 19
total ha aumentado de casi 6 % en cinco años, mientras que la
de Quebec se expandió un 4,7 %. Aproximadamente, los dos
tercios de tal crecimiento se deben al influjo de migrantes. Es
interesante comparar con Estados Unidos : para el mismo
período, 60 % de su expansión demográfica fue de tipo
« natural », es decir, como resultado de los nacimientos. Otra
observación : la población de Canadá es nueve veces más
pequeña que la de Francia, pero distribuye – según el Índice
Europeo de Políticas de Integración de los Migrantes – el doble
de permisos de trabajo que Estados Unidos y nueve veces más
que Francia (en números absolutos). Estos datos muestran que,
no sólo Canadá es un país objetivamente abierto a la inmigra-
ción – por las obvias razones demográficas que mencioné – sino
que la opinión de los canadienses también apoya esa apertura :
en una encuesta efectuada por Gallup en trece países, Canadá
se destacó exhibiendo la percepción más favorable hacia los
inmigrantes. Por ejemplo, ante la pregunta « ¿ Los inmigrantes
mejoran a la sociedad aportando nuevas ideas y culturas ? », los
canadienses están de acuerdo a 67,2 %, mientras que los esta-
dounidenses lo están a 57 %, los franceses a 41,3 % y los bri-
tánicos a 33,6 %5. Hay que subrayar que esa actitud positiva
de los canadienses hacia los extranjeros es recíproca. En efecto,
en un vasto estudio de la BBC sobre la imagen de doce países
en el mundo, Canadá obtuvo los mejores resultados : 54 % de
los entrevistados declaran una actitud favorable y solamente
14 % una mala opinión (a la vez que su vecino, Estados Unidos,
es percibido negativamente por la mitad de los habitantes del
planeta)6. Para completar ese retrato, mencionemos que un
análisis realizado por Anholt Nation Brands Index sobre las
« imágenes de marca » de los diversos países constata que los
canadienses son, junto a los estadounidenses, los campeones
de la auto-estima. Sin embargo, el informe de Anholt nota que
la opinión de los canadienses sobre su propio país es más rea-
lista que la de los estadounidenses sobre el suyo, pues solamente
Canadá se clasifica, a los ojos del mundo, entre los cinco líderes
La elección de Quebec • 21
impresión que surge es, sin embargo, la de una desconexión
difícil de entender. La primera reacción está generalmente
enmarcada en un prejuicio positivo : es inusual, pero segura-
mente razonable, pasar a través de dos instancias sucesivas,
yendo de lo más pequeño (la provincia) a lo más grande (el
país). De hecho, uno se dice que dicha secuencia constituye
une demostración de la admirable descentralización cana-
diense. Pero ¿ cómo explicar entonces que alguien que ya
obtuvo el visado federal para radicarse en Toronto o Calgary,
por ejemplo, esté obligado a solicitar, a posteriori, el permiso
de residencia quebequense si cambia de idea, durante el trámite
de inmigración, y decide domiciliarse en Montreal ?
Veamos un fragmento del intercambio entre participantes
en un foro de internet, como ejemplo de la confusión que
suscita el doble sistema :
– Confieso que estoy un poco perdida. Si comprendo bien, ¿ hay
dos posibilidades, armar un legajo para la parte francófona o
para todo el territorio ? ¿ Hay alguna diferencia ? ¿ Los plazos ?
¿ El costo ? Aparentemente, al ser francesa, puedo presentar mi
solicitud en París aunque resido en Marruecos. Eso es para todo
Canadá. ¿ Es distinto para Montreal ?
– Cuando haces una solicitud para Quebec, eres aceptada por
Quebec « y » Canadá, y no estás obligada a ir solamente a
Quebec. Pero si quieres ir a otro lado de Canadá, puedes hacer
tu solicitud a Canadá. Pero no sé si es más breve.
– Puesto que eres francesa, sería mejor que presentes tu legajo a
Quebec, llamado « provincial » ; si manejas el inglés, puedes
presentar tu legajo a Canadá, llamado « federal ».
– Son ustedes muy amables de haberme contestado tan rápida-
mente. Continúo con mis preguntas tontas. Encontré dos sitios :
uno para Canadá y uno para Quebec. Lo que no entiendo es
que ¡ cada uno tiene sus propios formularios !9
Una vez que el proceso está iniciado, la experiencia se revela
todavía más desconcertante, incluso luego de haber compren-
dido la dualidad Quebec/Canadá : uno se esperaría a ver mayor
La elección de Quebec • 23
– la « selección » por Quebec y la « admisión » por Canadá –
están claramente definidas a nivel legal y administrativo, pero
es en los detalles que el procedimiento puede mostrarse kaf-
kiano. Obviamente, dicho mecanismo no puede evitar el
cortocircuito ocasional en la práctica, aunque todo se haga con
las mejores intenciones. Pero no por ello debemos concluir que
se trata de un funcionamiento ilegitimo o caprichoso. Es
verdad que en Canadá, en general, y en Quebec, en particular,
parece que quisieran complicarse la vida : las cajas de cereales
bilingües, cuando son vendidas en la muy anglófona provincia
de Alberta, sirven de símbolo de un idealismo que algunos
encuentran absurdo y costoso. En Quebec, las estrategias de
promoción del francés dan lugar a situaciones que pueden
fácilmente tornarse en ridículas : « un reglamento limita el uso
del inglés en los carteles de la vía pública y la policía idiomática
recorre todavía las calles midiendo el tamaño de las letras para
verificar que “pollo frito” predomina sobre “fried chicken” »11.
Pero es justamente en esos esfuerzos que descubrimos a una
colectividad que busca concretizar un proyecto de sociedad
válido : la construcción de un Quebec que posea las herra-
mientas y los recursos necesarios para preservar su lengua y su
herencia cultural.
La elección de Quebec • 25
puntos canadiense es un ejemplo de racionalidad y de equidad,
y varios países (como Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Suecia,
entre otros) han considerado la posibilidad de imitarlo.
Pero, incluso si se deja de lado el desdoblamiento Cana-
dá-Quebec, el sistema no es perfecto. No me refiero a la inevi-
table lentitud burocrática, a ciertos elementos arbitrarios en las
reglas o a los costos considerables del trámite para los candi-
datos, ni siquiera al problema planteado cuando un funcionario
– un ser humano, con sus preferencias y prejuicios – debe
juzgar la « adaptabilidad » o la sinceridad del potencial inmi-
grante. Esos desafíos son constantes y complicados, y muchos
encuentran elementos para criticar. Pero lo que me preocupa
es, sobre todo, el efecto paradojal del sistema de puntos,
aunque la lógica subyacente sea impecable : atraigamos a los
mejores, los más aptos a contribuir al desarrollo de nuestra
economía, aquellos que están dispuestos a adherir a nuestro
estilo de vida. Al apuntar a la « crema » de los migrantes, tal vez
nos privamos de otros que también podrían aportar mucho a
la sociedad. De hecho, curiosamente, Canadá suele no alcanzar
sus metas en cuanto al número deseado de inmigrantes « eco-
nómicos ». Por ejemplo, en 2004, 113.442 trabajadores califi-
cados se radicaron en Canadá, cuando lo que se buscaba era
admitir entre 119.500 y 135.500 personas12. Ante ese resultado
decepcionante, se plantearon dos explicaciones posibles : (a)
las exigencias son tan elevadas que pocos candidatos pasan el
examen ; (b) muchos de aquellos a quienes se quiere atraer a
Canadá (los individuos más educados, experimentados, adap-
tables, etc. del planeta) no siempre tienen a Canadá como
primera opción (es decir que, si pueden, eligen otros destinos).
Pero el misterio no queda ahí. Si los que eligen Canadá y son
elegidos por Canadá son, como dice la expresión, « el uno para
el otro », ¿ por qué tantos inmigrantes se sienten defraudados
por su nueva patria ? En efecto, un número considerable de
inmigrantes descubre que, en la tierra que les fue prometida,
no « fluye leche y miel »...
La elección de Quebec • 27
nativos. Otros piensan que no se trata de racismo, pero sí de
desconfianza hacia ciertos grupos de extranjeros, lo cual lleva a
la discriminación sutil. O bien, no es una cuestión de rechazo
por motivos de nacionalidad, religión o idioma, sino de des-
precio hacia la educación y la experiencia de trabajo adquiridas
en el « Tercer Mundo ». ¿ Es verdad que los canadienses no les
abren las puertas ? Sin duda, parte del problema reside en la falta
de auténticas condiciones de igualdad. Pero también hay que
considerar que algunos inmigrantes no entienden cabalmente
que, al radicarse en un nuevo país, hay un « derecho de piso »
que lleva un tiempo adquirir. El proceso de adaptación a un
nuevo entorno debe ser visto como una fase de aprendizaje y
de inversión a largo plazo. Si esa fase necesaria de ajuste no
desemboca, al cabo de unos años, en la normalización e igua-
lación de condiciones, entonces sí, debemos reconocer la exis-
tencia de una traba. A veces, será un problema del individuo,
que no logra amoldarse. Sin embargo, cuando las tendencias
son estadísticamente demostrables, tenemos que admitir la
existencia de un problema de sociedad : en promedio, 40 % de
los inmigrantes en Canadá juzgan que su « bienestar material
no ha cambiado casi nada entre el segundo y cuarto año de
radicación »14. Y lo que es más revelador aún : « entre los hombres
llegados a Canadá entre las edades de 25 a 44 años, desde 1980
hasta 1996, uno sobre cinco se regresó después de su primer
año como inmigrante »15.
Un estudio del organismo que se ocupa de los censos y de
las estadísticas en Canadá (Statistics Canada, en inglés, o Sta-
tistique Canada, en francés) muestra que « esencialmente,
durante las dos últimas décadas, la tasa de bajos ingresos dis-
minuyó entre los canadienses nativos y aumentó entre los
inmigrantes », una tendencia « particularmente evidente entre
los nuevos inmigrantes provenientes de África y de Asia »16. Ese
estudio también muestra que la tasa de bajos ingresos de esos
« nuevos » inmigrantes (es decir, que llegaron al país desde hace
menos de cinco años) casi se duplicó entre 1980 y 1995 (y los
La elección de Quebec • 29
realidad y las percepciones, que no siempre son justas. Más allá
de las acusaciones de « etnicismo » dirigidas a los canadienses
de ascendencia francesa o de las alusiones al pasado fascista de
ciertos sectores durante los años treinta (de lo que hablaré en
el cuarto capítulo), es indudable que algunos signos son preo-
cupantes. El periodista de origen ruandés François Bugingo
considera que, a ciertos niveles, « la sociedad quebequense
funciona todavía como un clan »19. Veamos una serie de cifras
que ilustran esta relativa exclusión del « Otro ». Según el antro-
pólogo Pierre Anctil, la administración pública de Quebec
contaba, en 2003, con apenas 3 % de personas que no fueran
de origen canadiense francés20. Y, en Montreal, solamente 13 %
de los empleados municipales tienen una identidad minoritaria
(en una ciudad en la que cerca del tercio de sus habitantes son
de familias inmigrantes o anglófonas). Fo Niemi, cofundador
del Centro de Investigación-Acción sobre las Relaciones
Raciales, señaló que, en los comicios provinciales de 2003, sólo
tres candidatos minoritarios fueron elegidos (2 % del total,
cuando las personas que declaraban pertenecer a una minoría
en la provincia representaban en ese momento 7 % de la pobla-
ción21). Esta situación no ha cambiado de manera significativa
en las elecciones de 2007 y 2008, y la proporción de la pobla-
ción de « minoría visible » (según el gobierno, toda persona
que, sin ser indígena, no es de « raza blanca » o « no tiene la piel
blanca ») alcanza actualmente 9 %.
Las estadísticas que cité al principio de este capítulo
expresan, de modo simple pero vívido, las dos caras de la
moneda : de un lado, vemos una sociedad que incorpora una
cantidad creciente de gente venida de otras partes del mundo
– cuya mayoría aporta un bagaje cultural distinto y se diferencia
por su apariencia física de la mayoría local – y que no por eso
manifiesta grandes actitudes de rechazo hacia el « Otro ». En
Montreal, ese « Otro » es generalmente afrodescendiente (30 %
de la población minoritaria), árabe (16 %), latinoamericano
(13 %) o chino (11 %). La tasa de delitos con motivos raciales
La elección de Quebec • 31
en la organización ? Pareciera que se les ha abierto la puerta,
pero se les niega el uso del ascensor...
¿ Por qué ocurre esa aparente injusticia ? Pensemos en los
resultados de una encuesta que reveló que los quebequenses
poseen una actitud más negativa hacia los musulmanes que los
canadienses de otras provincias23. No es el primer estudio que
demuestra una brecha entre Quebec y el resto del país en materia
de tolerancia en relación a las minorías. Pero antes de lanzar
acusaciones de racismo, exploremos otras interpretaciones posi-
bles de esta situación. Se podría, en efecto, suponer que los
quebequenses han interiorizado una lectura crítica de toda forma
de religiosidad organizada y socialmente conservadora, a causa
de su propia ruptura colectiva con la Iglesia Católica (en Quebec,
la tasa de asistencia a las parroquias es la más baja de Norteamé-
rica24). Entonces, una postura más laica e igualitarista sería la
razón de este tipo de rechazo. O bien, simplemente, el hecho de
que los quebequenses tengan menos interacciones con el « Otro »,
lo cual podría impedirles comprender mejor las diferencias : 47 %
de ellos no tuvo nunca un contacto personal con un judío y 44 %
nunca con un musulmán (porcentajes que son muy inferiores a
los del resto de la población canadiense25). También, es legítimo
proponer la tesis que los canadienses francófonos serian menos
favorables que sus compatriotas anglófonos en cuanto a la adop-
ción del lenguaje de lo « políticamente correcto ». Serian, en tal
sentido, más honestos (¿ o menos hipócritas ?) en la expresión de
sus opiniones. Sin embargo, más allá de la explicación de la
particularidad quebequense en este terreno (que abordaré en los
próximos capítulos), los inmigrantes y miembros de minorías
tienden a ver en esa actitud menos receptiva una forma de
rechazo de su identidad y de su cultura. El multiculturalismo
canadiense es denostado por las élites francófonas que se alinean
masivamente con el asimilacionismo que predomina en Francia :
el escritor y cineasta Jacques Godbout sostiene que el multicul-
turalismo es « funesto » y que va a « erosionar los logros de
Quebec » ; Maka Kotto, ex-diputado del Bloque Quebequense
La elección de Quebec • 33
proporción similar de personas nacidas en el exterior (aproxi-
madamente 11 %), Quebec sale muy bien en la comparación
con Francia o con Holanda en términos de cohesión social28.
En suma, una sociedad que exhibe algunas resistencias a la idea
de incluir al inmigrante – ese « Otro » a quien se sospecha de
no querer integrarse plenamente (« aprovechándose del multi-
culturalismo ») – pero una mayoría de habla francesa cuyos
gestos concretos y explícitos de rechazo hacia el extranjero son
poco frecuentes y desprovistos de toda violencia física o verbal.
Volveré más adelante a la « cuestión idiomática » y a la « cuestión
nacional », dos puntos absolutamente cruciales para com-
prender esta ambivalencia de Quebec ante la diversidad.
La elección de Quebec • 35
— ¡ Y es tal vez por eso mismo que es « segunda » !32
En lo que los medios dieron en llamar el « Manifiesto de los
Lúcidos » – un documento firmado por Lucien Bouchard,
ex-Primer Ministro de Quebec, y otras figuras públicas en 2005
– los autores pintan el retrato de una sociedad que debe
« achicar su retraso económico con respecto al resto del conti-
nente », que debe reconocer su « relativa debilidad económica
en América del Norte » y que parece « un pesado albatros que
no alcanza a tomar vuelo ». Obviamente, este manifiesto con
tendencia liberal suscitó vivas reacciones por parte de los sec-
tores progresistas de Quebec (un grupo, entre otros, se apuró
a publicar un contra-manifiesto, el de los « Solidarios »). El
debate que siguió fue muy revelador. Los adalides de la com-
petitividad sacaron a relucir toda suerte de cifras para demostrar
que, por ejemplo, los quebequenses trabajan anualmente
menos horas que los canadienses de Ontario y que los estadou-
nidenses, o que se jubilan más temprano que los otros. La
legendaria « joie de vivre » francesa fue denostada, así como el
« sindicalismo como religión estatal » y el « clima de negocios
disfuncional, abiertamente hostil a la competencia y al empre-
sariado »33. Varias publicaciones de idioma inglés se sumaron
a la controversia, refiriendo a una provincia « subsidiada », una
« sociedad deadbeat » (expresión que remite a quien evita pagar
sus deudas), una « nación slacker » (perezosa, dependiente34).
Esas declaraciones singularmente simplistas – y, digámoslo,
insultantes hacia los trabajadores y contribuyentes quebe-
quenses – no merecen respuesta. Por el contrario, el problema
del endeudamiento excesivo es real, así como un conjunto de
factores políticos e institucionales que hacen de Quebec una
sociedad más solidaria en lo social pero con menor performance
económica al compararla con las otras provincias de Canadá.
Según una editorialista del Globe and Mail, el principal diario
del país, los otros canadienses se preguntan « ¿ por qué recibe
miles de millones de dólares en transferencias federales [con
fondos que las provincias « ricas » envían a las provincias
La elección de Quebec • 37
más y luego de ocho años, 50 % de ellos [se fueron de la pro-
vincia] ». ¿ Cuál es la razón de ese desencanto que los lleva a
abandonar Quebec ? Quizás se trate de la desilusión frente a
una sociedad que resulta menos « avanzada » de lo que se
supone en América del Norte. El inglés, aunque no nos guste,
forma parte de esa imagen y las leyes idiomáticas que protegen
al francés constituyen, irónicamente, una de las limitaciones
que muchos franceses deploran. Pero no es eso solamente.
Muchos inmigrantes consideran que Quebec es una sociedad
más cerrada, menos ágil y menos transparente que lo que
esperaban. Es como si Quebec, geográficamente al Norte, se
situara culturalmente al Sur de Estados Unidos...
La elección de Quebec • 39
un inmigrante veía que en la Asamblea Nacional figuraban
como diputados tres Charest, dos Bouchard, dos Legault, dos
Morin y dos Thériault. En las elecciones federales de 2004, se
podía observar en las listas siete candidatos llamados Côté, seis
candidatos llamados Tremblay, cinco candidatos llamados
Gagnon y otros cinco llamados Gauthier. En una de las uni-
versidades quebequenses, se cuentan cinco empleados llamados
Claude Tremblay, cuatro Pierre Gagnon y tres Denis Côté. En
la radio, se descubre que una columna titulada « El dos por
uno » presentaba, cada semana, dos personalidades públicas de
Quebec que poseen exactamente el mismo nombre y apellido.
Así, fueron invitados, entre otros, Andrée Boucher, alcaldesa
de la ciudad de Quebec, y Andrée Boucher, actriz y animadora
de televisión ; Guy Bertrand, un célebre jurista, y Guy Ber-
trand, asesor idiomático de Radio Canada ; Michel Audet,
ministro de finanzas de Quebec, y Michel Audet, delegado de
Quebec en la UNIESCO ; Andrée Ducharme, uno de los
humoristas más conocidos de la provincia, y André Ducharme,
autor y periodista.
Ante esta realidad, inventé un test que brinda un indicador
cuantitativo del grado de uniformidad que esta sociedad parece
mantener : tomo la lista de los cien apellidos más corrientes y
verifico cuántas personas, en un contexto determinado, los
llevan. Eso arroja, en porcentaje, un « coeficiente de cepa patro-
nímica ». Para este experimento, recopilé, para el período 2006-
2007, los nombres de quienes integraban los gabinetes o con-
sejos de ministros en Quebec, Estados Unidos y Francia40. En
este último país, solamente dos ministros sobre treinta llevan
un apellido de la lista de los cien más frecuentes en Francia
(Clément y Bertrand). En los Estados Unidos, tres personas
sobre veinte tienen patronímicos que se hallan entre los cien
más corrientes en el país (Gonzales, Jackson y Johnson ; puesto
que Gonzales es de origen hispánico y Jackson es un nombre
típico de afro-americanos, ellos dos no forman parte de la cepa
anglosajona). En Quebec, hay ocho sobre veinticinco : Audet,
La elección de Quebec • 41
¿ Quién está incluido y quién está excluido de la definición
implícita de « quebequense » ? El sentido de la frase « nosotros,
los quebequenses » (o « ustedes, los quebequenses ») varía enor-
memente en función de la identidad de quien la enuncia, el
contexto y el destinatario. La aceptación más inclusiva – que
se denomina habitualmente « cívica » – propone que toda per-
sona que resida en el territorio de Quebec es quebequense. Una
circular de 1995 de la división quebequense del Consejo
Canadiense de Normas de la Radiotelevisión indicaba que « la
utilización de la expresión “quebequense de lana pura” y otros
giros análogos para acarrear la misma idea, por ejemplo, “que-
bequense de verdadera cepa” puede, en una sociedad pluralista
como Quebec, crear la impresión objetable o negativa, hasta
discriminatoria, entre aquellos que no entran en el significado
de la expresión »41. La idea detrás de esta decisión, que algunos
encontrarán demasiado « políticamente correcta », es que no
existe absolutamente ninguna diferencia entre los que des-
cienden de los « antepasados fundadores » y quienes arribaron
recientemente a la provincia. Más allá del gesto indudable-
mente bienintencionado, no se puede negar que esto genera
ciertos inconvenientes. Por un lado, sería ingenuo suponer que
todos los residentes de Quebec se identifican como « quebe-
quenses ». De hecho, muchos indígenas, anglófonos e inmi-
grantes no están dispuestos a adoptar esa denominación. Por
otro lado, si la identidad quebequense se limita al hecho físico
de habitar en un territorio dado, toda pretensión relativa al
carácter distintivo de Quebec, como nación dentro de Canadá
– que hasta numerosos federalistas reconocen – se torna ino-
perante. Si el « pueblo » quebequense equivale a la « población »
de la provincia, el mismo principio se aplica a todos los otros
componentes del país. Como ya dije, abordaré la espinosa
« cuestión nacional » en el tercer capítulo. Guardemos en
mente, por ahora, la idea de que la manera de designar a la
comunidad mayoritaria se revela invariablemente problemática.
Jacques Parizeau, el ex-primer ministro que hizo la famosa
La elección de Quebec • 43
canadiense francesa, aquella del pasado rural, religioso, con-
servador y sometido. La existencia de la comunidad se des-
prende del reconocimiento de su continuidad histórica (expre-
sada en el lema « Me acuerdo » en las placas de los automóviles),
pero la transformación – y sobre todo la politización – de su
identidad corresponde a un cuestionamiento de los valores, de
los comportamientos y de las instituciones tradicionales. No
hay más que leer a ciertos clásicos, como las Directivas (1937)
del clérigo Lionel Groulx, las « Tres dominantes del pensa-
miento canadiense francés » (1958) del historiador Michel
Brunet y la obra Quebec en mutación (1973) del sociólogo Guy
Rocher, para observar esa voluntad de romper « consigo
mismo » :
Esos niños que están delante de ustedes, demasiado frecuentemente
hijos de proletarios, se creen predestinados a la esclavitud perpetua.
Al vivir indefinidamente de las dádivas que les arroja el amo o el
patrón de enfrente, un número demasiado grande termina por
resignarse a esta existencia como su condición normal.42
Vencidos y conquistados, separados de su metrópolis, privados
de una clase de empresarios, pobres y aislados, ignorantes, reducidos
a una minoría en el país que sus antepasados habían fundado,
colonizados por una capitalismo alejado, los canadienses franceses
tenían absoluta necesidad de una intervención vigilante de su
Estado provincial.43
Un estado de dependencia tan completo de parte de una comu-
nidad étnica entera no es un clima favorable al espíritu de innova-
ción y de empresa. Contribuye más bien a crear y mantener una
inseguridad crónica. [...] El canadiense francés ha conocido y
conoce todavía una profunda inseguridad.44
El discurso soberanista quebequense que se afirma a partir
de las décadas del sesenta y setenta se plantea precisamente en
oposición a esa imagen de docilidad y de impotencia, contra
esa disposición conservadora y particularista del Canadá francés
que, en las palabras de Rocher, « le impidió desarrollarse según
sus intereses y según sus dimensiones normales ». La ruptura
La elección de Quebec • 45
a nivel de la ayuda al desarrollo46. Aunque son refractarios a la
religión organizada, los quebequenses sienten mayor atracción
por la vida contemplativa que los otros canadienses : 43 % de
ellos « rezan o meditan una vez por semana »47. Encuesta tras
encuesta demuestra que, entre los canadienses, los de Quebec
se distinguen por su pacifismo, sus inquietudes ambientales y
su aceptación de los estilos de vida alternativos. Por ejemplo,
en 2003, 61 % de los quebequenses se oponían a la invasión
de Irak, mientras que 63 % de los canadienses ingleses la apo-
yaban (con la condición de que fuera efectuada bajo mandato
de las Naciones Unidas48). Los sondeos de opinión sobre el
Tratado de Kyoto (relativo a la lucha contra el recalentamiento
planetario), sobre el matrimonio igualitario y sobre el derecho
al aborto, entre otros temas, indican que los quebequenses se
ubican habitualmente a algunos puntos de porcentaje por
delante de sus compatriotas de habla inglesa (si bien hay que
señalar que todos los canadienses son, en general, progresistas
en esas cuestiones, sobre todo al compararse con los
estadounidenses).
Los quebequenses están orgullosos, con razón, de sus nume-
rosos y notables logros. Si se tiene en cuenta el tamaño de la
población de Quebec, la proyección de sus artistas en la cultura
popular mundial es, sin duda, impresionante. Ya es un cliché
mencionar el prodigioso éxito de las películas de Denys Arcand
(« La Decadencia del Impero Americano », « Las Invasiones
Bárbaras »), del Cirque du Soleil o de Céline Dion. Pero
Quebec es también reconocido internacionalmente por su
importancia en sectores industriales y tecnológicos de van-
guardia, como el aeronáutico, el farmacéutico y el biomédico.
Montreal es un líder mundial en digitalización de imágenes y
sonidos, telecomunicaciones y diseño web. Los quebequenses
han asimismo contribuido significativamente al universo de
las ideas y acciones solidarias, desde el cooperativismo agrícola
hasta las iniciativas de resistencia a la globalización neoliberal.
La sociedad civil es activa y el debate público es intenso. De
La elección de Quebec • 47
tu pagas por un odio colectivo y que tu eres una suerte de
pararrayos »50.
Ian, un inmigrante francés en Quebec y autor del blog
mauditfrançais.com (o sea « maldito francés »), constata que
varios de sus compatriotas « se regresan a su país completa-
mente descorazonados »51. Sus experiencias de fracaso en el
Nuevo Mundo los lleva a veces a reanimar la « tesis de la infe-
rioridad americana », siempre latente en el imaginario europeo
desde el siglo XVI52. Para ser ecuánime, destaco que muchos
franceses (y belgas y suizos) expresan un gran afecto por sus
« primos » quebequenses. Algunos dirán que « Quebec es Amé-
rica en francés ». Un empresario belga discierne una mezcla
lograda entre « el gusto norteamericano por la planificación »
y la « apertura a la cultura europea » de la que carecen los otros
norteamericanos53. Volveré al caso particular de los francófonos
europeos – sobre todo en relación al idioma – en el próximo
capítulo. Por el momento, los menciono para subrayar el
carácter potencialmente conflictivo del vínculo entre los que-
bequenses y los inmigrantes, en razón del foso que puede existir
entre la idealización de la norteamericanidad y la realidad que
los extranjeros encuentran en Quebec. Esta desilusión no
ocurre solamente aquí : los que llegan a Toronto o a Nueva York
pueden también toparse con que el sueño americano no se
materializa para todos. Pero en Quebec las cosas son aún más
enredadas. Su fluidez identitaria puede ser percibida como una
fuerza (una riqueza cultural, una « hibridez » tonificante) o
como una debilidad (una falta de carácter, una incapacidad de
romper con los lazos coloniales). La « vida del corazón » puede
ser admirada como una cualidad por aquellos que aprecian un
ritmo de vida menos frenético y una disposición más festiva,
pero puede ser también vista como el diletantismo de una
sociedad que no se modernizó completamente. La inseguridad
profunda del « quebequense de cepa » frente a la matriz anglo-
sajona predominante y el repudio casi obsesivo de su propio
pasado rural – y así de su propia historia como pueblo – se
La elección de Quebec • 49
constante sobre el imaginario colectivo57. Si bien el peso rela-
tivo de las distintas referencias identitarias puede variar, nin-
guna de ellas es desdeñable. Según una encuesta, 68 % de los
quebequenses se definen principalmente como norteameri-
canos, mientras que un 48 % de ellos se siente más cercano a
los canadienses de las otras provincias que a los estadounidenses
y un 38 % considera que su sociedad tiene mayores afinidades
con Europa que con el resto de Norteamérica58.
Y así y todo, los quebequenses son distintos de los cana-
dienses ingleses, de los estadounidenses y de los franceses. Eso
es absolutamente claro para quien llega a conocerlos bien.
« Habitantes, la mayor parte del tiempo, de una extrema gen-
tileza y que a ustedes les van a gustar inmediatamente ». « Aper-
tura, simplicidad, humor y hospitalidad cálida, esto es, sin
duda, un resumen de lo mejor de la mentalidad de Quebec ».
Estas frases, que se encuentran en la famosa guía turística Guide
du Routard, describen una sociedad que me resulta muy fami-
liar : ¿ no son las características típicas que se le atribuyen a la
personalidad « latina » ? Lo que me lleva a preguntarme si
Quebec no será más latina que norteamericana cuando se lo
compara con el mundo anglosajón.
La elección de Quebec • 51
empleada por los políticos de modo puramente oportunista.
Sin embargo, dicha idea encuentra ecos significativos en cír-
culos culturales : por ejemplo, en la Feria del Libro de Guada-
lajara en 2003, una antología de poesía quebequense traducida
al español fue presentada con el título Latinos del Norte62. Pero
las diferencias entre la sociedad quebequense y las sociedades
latinoamericanas son, a pesar de todo, importantes : dos ele-
mentos centrales de la identidad nacional en América Latina
– la ruptura revolucionaria con la Madre Patria y el imaginario
del mestizaje y de lo criollo – están ausentes en el caso de
Quebec. Si éste es algo « latino », es por la matriz francesa
pre-revolucionaria que la define en sus orígenes y que, en parte,
perduró en el viejo ruralismo. Entre 1920 y 1950, el interés
por Latinoamérica se reflejaba en una abundante literatura que
celebraba « las afinidades de raza, de religión y de cultura » entre
los herederos de la tradición espiritual latina en América,
impregnada en el catolicismo apostólico romano63. En los años
sesenta y setenta, es un discurso de izquierda y nacionalista que
proclamaba la fraternidad de los quebequenses con los latinoa-
mericanos en su lucha contra la opresión de los pueblos por el
imperialismo de Estados Unidos. La convergencia cultural se
reforzaba por la condición común de sentirse « pueblos colo-
nizados ». En 1964, podía leerse en Le Devoir que « En este
Canadá a mitad desarrollado, Quebec es, desde ciertos puntos
de vista, una zona de subdesarrollo más pronunciado, y la
economía del grupo canadiense francés está sometida a una
dominación extranjera que debemos corregir »64. Pero, después
de las profundas transformaciones sociales, políticas y econó-
micas de las cinco décadas pasadas, ¿ queda algún sustrato
« latino » en la identidad de los quebequenses ? A las guías
turísticas les encanta descubrir las usanzas que parecen indicar
una inclinación más permisiva, temeraria y desenfadada en
Quebec, especialmente al contrastarlas con las del resto de
Norteamérica. Se revelan, por ejemplo, actitudes más laxistas
ante el riesgo, los apetitos, las sensaciones y las conductas :
La elección de Quebec • 53
latinidad más desenvuelta, es decir, más cercana a sus ideales
primigenios : una latinidad menos contenida por sus proclivi-
dades autoritarias (que surgen lamentablemente con frecuencia
en Latinoamérica, en donde las estructuras de desigualdad
política y económica impiden a muchos individuos escapar de
las determinaciones sociales). ¿ Podemos imaginar que el espí-
ritu latino, más holista en su concepción de los vínculos
sociales, más sensible a la noción de « bien común », más lúdico,
transgresor y dispuesto a la experimentación y a las mezco-
lanzas, pueda servir de contrapeso a una cultura contemporá-
neas que nos parece demasiado centrada en la eficacia utilita-
rista, en la competencia de todos contra todos, en el
híperracionalismo y el legalismo estricto ? ¿ La sociedad quebe-
quense estaría impregnada de ese espíritu latino ?
Con el fin de recabar la opinión de un grupo de latinoame-
ricanos residentes en Quebec, envié el mensaje siguiente a los
miembros de la asociación Amistades Quebec-Venezuela :
« ¿ Podría decirse que los quebequenses (francófonos) poseen
una cultura más « latina” que la de los anglo-canadienses y de
los otros norteamericanos ? ¿ Por qué ? »73. Obviamente, este
enfoque es puramente exploratorio, pues no puedo asegurarme
de la representatividad de la muestra. Pero el discurso de
quienes respondieron es útil para revelar ciertos aspectos de la
manera en que los quebequenses de origen latinoamericano
conciben su inserción identitaria en la sociedad de adopción74.
Lo que se ve en los mensajes remite a las diversas características
que se atribuyen habitualmente al « ser latino ». Una mujer los
enumera, a la vez que se dice consciente de la superficialidad
de tal retrato : « Alegría, sabor, calidez, ritmo ; desordenado,
ruidoso, sensible, bueno en la cama... ». Otra mujer habla de
los mismos temas : « tenemos un temperamento menos frio,
menos calculador, somos más osados. La sangre más caliente ».
Un hombre encuentra la latinidad compartida con los quebe-
quenses en su apertura hacia la diversidad : « una tendencia
marcada a la aceptación de otras culturas, aunque eso sea más
La elección de Quebec • 55
laridad de la sociedad quebequense, pero rehusaba darle una
explicación puramente idiomática : « de hecho, aunque haya
diferencias históricas y culturales entre los anglófonos y los
francófonos de Quebec, existen similitudes entre ellos que los
separan del resto de Canadá en cuanto a la herencia histórica
y las costumbres ».
Esta encuesta, por más modesta que sea, nos permite cons-
tatar que, para algunos latinoamericanos, la latinidad de los
quebequenses es una realidad, aunque pueda resultar más bien
superficial o un vestigio del pasado. En el marco de una inves-
tigación sobre el compromiso cívico y político de los inmi-
grantes latinoamericanos que residen en Quebec75, tuve la
ocasión de ver que las repuestas a una pregunta sobre las for-
talezas de la comunidad latina remitían a una representación
positiva de la latinidad : el sentido de solidaridad, el despren-
dimiento, los valores familiares, la espiritualidad, la sociabi-
lidad, la creatividad, el nivel de politización, el orgullo. Aunque
el cuestionario empleado en esa investigación no incluía nin-
guna mención explícita de los paralelos entre la cultura lati-
noamericana y la cultura quebequense, yo me esperaba a verlos
surgir en el discurso de los entrevistados, pues éstos se referían
a su integración a la vida pública de Quebec. Pero esas men-
ciones resultaron muy poco frecuentes. Es decir que la mayoría
de los latinoamericanos que participaron en aquel estudio no
establecieron espontáneamente la relación entre su acceso a la
experiencia ciudadana y una eventual proximidad cultural entre
sociedad de origen y sociedad de adopción. En algunos casos,
se plantearon las afinidades culturales (por ejemplo, la idea de
una cercanía latinoamericana con la cultura francesa), pero
generalmente sobresalió la distancia entre ambos universos.
Justamente, varios lamentaron descubrir que los quebequenses
son menos latinos de lo que ellos esperaban. Un colombiano
señalaba que « una de las cosas que me parecen especiales de
esta sociedad es que las personas no se miran a los ojos ; los
latinos tenemos la particularidad de mirarnos a los ojos, y yo
La elección de Quebec • 57
tengan existencia política desde hace dos siglos) y sus pobla-
ciones tienden a percibir los desafíos colectivos a través del
prisma de la promesa. Se comparte la creencia de que la autén-
tica riqueza del país reside en su potencial, no tanto en lo que
es sino en lo que puede ser. Los quebequenses son, en ese sen-
tido, indudablemente americanos. Pero estoy convencido de
que, sin ser latinoamericanos, son también, en alguna medida,
latinos de América, algo que ellos mismos no terminan de
asumir.
Finalmente, pienso que la cuestión de la latinidad de
Quebec constituye una vía particularmente interesante para
abordar el nudo del imaginario quebequense : el déficit. El
lector comprenderá que no aludo a los problemas fiscales del
Estado, sino a la sensación de carencia. La idea de que Quebec
no está en donde debería estar atraviesa, en efecto, todos los
debates identitarios y políticos. La « distinción quebequense »
es vista, por momentos, como una rémora cultural – una razón
de su « atraso » – o, al contrario, como una riqueza colectiva
que llevará a Quebec a destacarse en el mundo cuando pueda
liberar todas sus energías latentes. El discurso del déficit se
despliega alrededor del idioma, de la historia y de la naciona-
lidad. Moviliza muchas emociones contradictorias : el orgullo
y la vergüenza de sí mismo, la idealización y el olvido del
pasado, la apertura y el repliegue ante la diferencia. Se conjuga,
como lo veremos en los próximos capítulos, en la relación
turbulenta de la sociedad quebequense con sus fantasías, sus
obsesiones y sus mitos.
AQUÍ SE HABLA
FRANCÉS
arcaico kitsch
banal Lara Fabian
barato latino
Barbara Streisand Michèle Richard
bingo new age
burlar nos hace reír
canción francesa nostálgico
Céline Dion nulo
cliché pasado de moda
country popular
cultura western restaurante de la ruta
cursi ridículo
desprecio romanticismo
estúpido sentimental
folclore simplista
Ginette Reno tejido
inculto tonto
ingenuo vulgar
insultar
LA « CUESTIÓN
NACIONAL » PARA
PRINCIPIANTES
Practiquemos la conjugación :
Yo soy soberanista
Usted es separatista
Quebec...
1) es constitucionalmente una provincia como las otras.
2) posee una personalidad única, con los derechos y responsabili-
dades que se desprenden de ello.
3) es una Nación sin Estado.
La soberanía para :
DAR a Quebec el marco político normal de un pueblo dife-
rente : un país ;
POSEER todos los poderes a fin de asumir nuestro desarrollo,
terminando con los debates constitucionales que consumen
tantas de nuestras energías ;
MONTREAL.QC.CA
montreal.qc.ca • 163
ejemplos de Art Nouveau, pero también los decepciona por
la presencia de viviendas precarias en pleno centro. Cada
metrópolis manifiesta, a su manera, las contradicciones de la
sociedad moderna, sus grandezas y sus miseria. Montreal no
escapa a esta regla. Hasta diría que ella se define por una
coexistencia extraña de lo mejor y de lo peor. Por ejemplo,
Montreal « recibió oficialmente el título de Ciudad de Diseño
otorgado por la UNESCO »7, pero un experto en marketing
británico « declaró que, al recorrer el trayecto entre el aero-
puerto y el centro, más que en Montreal, se hubiera creído
en Kazajistán »8. Montreal es un « líder en el campo de los
transportes gracias a Bombardier y a la sede social de la
OACI »9, pero todos los usuarios del transporte público –
incluyendo a los visitantes – « notan la ausencia inexcusable
de acceso al Metro para discapacitados »10. Las grandes revistas
internacionales « clasificaron a Montreal en sus rankings de
ciudades trendy del planeta en razón de su calidad de vida, su
personalidad festiva y su efervescencia cultural »11, pero es, al
mismo tiempo, « una ciudad de pobres », « el campeón cana-
diense del desempleo y de las familias monoparentales »12.
Montreal « es la capital de la investigación universitaria en
Canadá », con sus « 450 centros de investigación universitarios
y privados »13, pero también « muestra un bajo nivel de edu-
cación »14 si se la compara a otras ciudades canadienses.
Además, si la lista de desafíos para los montrealenses ya es
bastante larga, hay que agregar un punto singularmente
inquietante : su ciudad no es demasiado apreciada por los
quebequenses que no la habitan. Luego de la publicación de
los resultados de una encuesta sobre la imagen de las ciudades
de Quebec, el entonces alcalde Gérald Tremblay tuvo que
rendirse a la evidencia : « Montreal debe ganarse de nuevo el
corazón de los quebequenses ». En efecto : « más de un resi-
dente sobre dos en la provincia (54 %) no viviría en Montreal,
revela la encuesta realizada [...] con 2.000 quebequenses
provenientes de diez grandes ciudades de Quebec. Lo que es
montreal.qc.ca • 165
élites citadinas. Así, los habitantes del corazón geográfico de
Estados Unidos sienten generalmente que las grandes urbes de
las costas Este y Oeste no personifican al « alma » del pueblo
norteamericano. Hollywood y Manhattan son, para muchos
de ellos, los emblemas de la decadencia e, incluso, de la nega-
ción pura y simple de la verdadera « norteamericanidad ». Los
demagogos – en política y también en los medios de masa –
alimentan una retorica que defiende la causa del hombre y la
mujer comunes, esa mayoría silenciosa que constituye, para
dicha visión, el reservorio de los valores nacionales y que, a
pesar de eso, tiene la sensación de no ser más el dueño de casa.
Aquí, observamos un fenómeno similar. La eterna rivalidad
entre la ciudad de Quebec, la capital provincial, y Montreal,
la gran metrópolis de la provincia, encierra las huellas de ese
conflicto entre un « afuera » y un « adentro » nacional. Alguien
ha sugerido que la población de la ciudad de Quebec demuestra
« un apetito particular por los políticos de “lenguaje colo-
rido” »16, un rasgo típicamente populista, así como una prefe-
rencia por animadores de radio que « hablan sin tapujos » y
critican a la « dictadura de las minorías » y a toda forma de
politically correct. Esas figuras públicas reflejan lo que el histo-
riador Réjean Lemoine llama « el conformismo de una ciudad
homogénea [...], provincial, francófona » y lo que Bernard
Dagenais, profesor del Departamento de Información y Comu-
nicación de la Universidad Laval, califica de mentalidad de
« gran aldea »17. En esa ciudad, según el sociólogo Michel
Lemieux, existe un « movimiento profundamente anti-elitista »
que se opone a la « montrealización » de la sociedad quebe-
quense18. No quiero usar esos estereotipos para describir al
conjunto de la población de la ciudad de Quebec como « retró-
grados », pues obviamente no es ese el caso. Lo que busco es
subrayar la presencia de discursos y actitudes que caen fácil-
mente en una lectura que antagoniza a Montreal y Quebec,
como si la primera fuera un peligro para la integridad identi-
taria de la segunda. En efecto, Montreal simboliza para muchos
montreal.qc.ca • 167
catural entre la blandura del centro urbano y la solidez del país
profundo se desprende netamente en las declaraciones de un
portavoz de ese movimiento : « El clivaje lingüístico entre
Montreal y las otras regiones de Quebec repercute negativa-
mente tanto en la inclusión de los recién arribados como en el
derecho de los quebequenses a asegurar la supervivencia y el
desarrollo de la cultura y del idioma francés »21.
El punto de vista que sostiene ese grupo no es marginal y
menos aún « extremo ». Un programa radial animado por Pierre
Maisonneuve en Radio Canada, cuyo título era « Montreal :
¿ el idioma francés amenazado ? » suscitó numerosas reacciones
– a veces muy emotivas – entre sus auditores. De unos 60
comentarios registrados en el sitio web de la emisora, la gran
mayoría expresaba un acuerdo con el diagnóstico de que la
ciudad se angliciza y se aleja del Quebec francófono, del cual
se rememoran con nostalgia o que desean ver construirse en
aras de la afirmación nacional. Es interesante notar en el dis-
curso de algunos la confusión entre las diversas esferas de la
vida social : no parecen darse cuenta de que el idioma en el que
se mantiene una conversación, incluso en el espacio público o
en el seno de una institución, no deja de ser una opción pri-
vada. En efecto, los derechos y la obligaciones jurídicas en el
terreno lingüístico no se aplican fuera del ámbito de las comu-
nicaciones de índole pública. En las escuelas francófonas de
Montreal que reciben alumnos de origen inmigrante es usual
que se indique en el reglamento que todos deben expresarse en
francés. Pero esta práctica – que algunos justifican y otros
consideran excesiva – se halla en vigor en la medida en que los
niños se encuentren bajo la responsabilidad de los docentes, lo
cual incluye los periodos de recreo previstos en el horario
escolar, pero no, por ejemplo, las actividades extracurriculares
o las interacciones fuera de lugares y tiempos designados. Sin
embargo, cada palabra no francesa que se pronuncia en Mon-
treal significa, a los ojos de muchos quebequenses, un gesto de
desprecio de su idioma, hasta una manifestación de hostilidad
montreal.qc.ca • 169
idioma ?), de legislación (¿ hace falta reforzar o suavizar la Carta
de la Lengua Francesa ?) o de cortesía interpersonal (¿ los
comerciantes deberían reconocer más enérgicamente la pri-
macía del francés en los negocios ?). Todos esos aspectos son
importantes y merecen la atención de los especialistas y de los
dirigentes políticos. Pero, para entender verdaderamente el
debate sobre el lugar que ocupa Montreal en Quebec, hay que
remitirse tanto a las problemáticas estructurales como a las
vivencias cotidianas de la « gente común ».
montreal.qc.ca • 171
supremo de la opresión nacional : « Somos cada vez más nume-
rosos en conocer y sufrir esta sociedad terrorista y ya se acerca
el día en que todos los Westmount de Quebec desaparecerán
del mapa ».
Aunque la gran mayoría de la población de Westmount no
reside en sus mansiones lujosas (de hecho, « 55 % de los inmue-
bles de Westmount son rentados »25 y « 15 % de su población
vive bajo el umbral de pobreza »26), la percepción que los mon-
trealenses tienen de ese lugar está fuertemente asociada a las
grandes fortunas de arriba de la « montaña ». Hace algunos
años, Nathalie Petrowski escribía en La Presse una columna
titulada « Los ricos », en la cual se dedicaba a describir esa
cumbre de la suntuosidad que es Summit Circle. Según la
periodista, en esas « alturas privilegiadas », « se cuenta en pro-
medio dos Mercedes rodeadas de un Jeep o de un sedán fami-
liar » delante de cada casa, y se compite por poseer « el más
lindo jardín, los más grandes leones de mármol, las más altas
columnas, el mayor número de candeleros y de puertas de
garaje, el sistema de seguridad más poderoso ». Para completar
el retrato de esa extranjeridad familiar, Petrowski aportaba una
información que subrayaba – si bien tal vez esa no era la inten-
ción de la autora – la distancia identitaria en relación al que-
bequense « normal », la brecha entre « ellos » y « nosotros ». En
efecto, uno no puede evitar notar la ausencia flagrante de la
« cepa » canadiense francesa. Ella nos dice : « Llevaba en mi
mano la lista de los reyes de la montaña : Elaine Gregory,
Gabriel Azzouz, Pardaman Kaur-Chhatwal, Zabel Khatcha-
dourian, Gabriel Malka, Marvin Epstein, Sandra Kotler, Nash
Sidky. Usted no los conoce. Yo tampoco. Nadie los conoce, de
hecho. No son solamente ricos. Son también extraordinaria-
mente discretos »27.
Westmount sigue siendo el emblema de la riqueza angló-
fona, como si estuviera amurallada en el corazón de la metró-
polis quebequense, pero desde hace varios años los montrea-
lenses han comenzado a percibir el surgimiento de una especie
montreal.qc.ca • 173
anglófonos que, según Sansfaçon, se aíslan del resto de la
población montrealense, ya son parte integrante de la sociedad
quebequense, en la cual eligen vivir. Un lector de The Montreal
Gazette expresa, con ironía pero también de modo obviamente
sincero, su apego a Quebec : « Los anglos nos portamos mejor.
Aprendimos nuestras lecciones y sabemos cuál es nuestro lugar.
Y nos encanta estar aquí »29.
Ottawa es la capital de un país formalmente bilingüe, pero
el inglés suele predominar casi siempre, sin lugar a dudas. Las
« dos soledades » coexisten en Canadá, pero solamente en Mon-
treal se tocan verdaderamente. Fuera del hecho de que la dua-
lidad idiomática montrealense es vista como un peligro por
algunos y como una ventaja por otros, es necesario tener en
cuenta la evolución sociológica de la minoría de habla inglesa.
En efecto, los 760.000 « anglos » de Quebec (el gobierno pro-
vincial los calcula en poco menos de 600.000) están lejos de
constituir un grupo homogéneo, como lo plantea el estereotipo.
Por un lado, apenas un tercio de ellos es de origen exclusivamente
británico (otro tercio es de origen italiano y el resto está formado
principalmente por las demás minorías « históricas » : griegos,
judíos, chinos y portugueses). Por otro lado, más de 65 % de los
anglo-quebequenses hablan fluidamente el francés. Este pro-
fundo cambio en relación a la actitud de otra época se expresa
también en el hecho de que, en 1999, « aproximadamente 18 %
de los niños de habla inglesa asistían a una escuela francesa y un
30 % tomaba cursos de inmersión en francés »30. Es evidente que
ciertos quebequenses permanecerán indiferentes ante dicha
transformación pues, a sus ojos, no se modifican los parámetros
básicos de la situación. Me parece, sin embargo, que el recono-
cimiento de esta nueva tendencia debería, al menos, empujarnos
a apreciar que la minoría anglófona asume su pertenencia a la
sociedad quebequense. También hay que recordar – pues muchas
veces se lo olvida – que la comunidad de habla inglesa posee
derechos colectivos admitidos tanto por la constitución cana-
diense como por la legislación de Quebec. La Carta de la Lengua
montreal.qc.ca • 175
apenas algunos años, un juez utilizaba aún la calle divisoria de
las dos zonas urbanas para separar a las dos identidades y evitar
un conflicto. Quienes suelen circular fluidamente entre los
diversos vecindarios de Montreal se sorprendieron al enterarse
que un grupúsculo de militantes nacionalistas debía, por decisión
judicial, abstenerse de penetrar en territorio anglófono. Radio
Canada anunciaba en octubre de 2003 : « Cuatro de los siete
hombres acusados en relación a actos de vandalismo cometidos
el lunes contra la antigua alcaldía de Baie d’Urfé han sido libe-
rados bajo ciertas condiciones, en espera de su próxima convo-
cación por el tribunal. [...] Se les prohíbe encontrarse al Oeste
de la calle Saint Laurent ».
Al obligar a esos individuos a quedarse de « su lado » de la
ciudad, el juez convalidaba una visión dicotómica que no ya
no corresponde más a la realidad del Montreal contemporáneo.
Aunque, en sus líneas generales, el perfil espacial de los prin-
cipales agrupamientos lingüísticos presente, en efecto, las
huellas de una distribución Este-Oeste, la estructura demográ-
fica no se reduce a esta oposición. En tal contexto, las comu-
nidades « étnicas » se suman para complejizar el paisaje urbano.
Como lo explica Annick Germain, profesora en el INRS-Ur-
banización, los inmigrantes se han concentrado en las áreas
que rodean el centro de la ciudad, con la calle Saint Laurent
como columna vertebral (si bien hay una tendencia a despla-
zarse hacia el Oeste y hacia el Norte). El núcleo central de
Montreal se mantiene como lugar de predilección de los inmi-
grantes recientes, pero otros vecindarios los atraen igualmente.
Germain pinta el panorama siguiente : « Hoy, el establecimiento
de los recientemente arribados se realiza en una diversidad de
territorios. Los sectores centrales siguen siendo zonas de aco-
gida importantes, pero otras zonas de transición se desarrollan
en periferia »33.
Es importante comprender que Montreal ha conocido una
dinámica diferente de la usual en otros grandes polos receptores
de inmigración. Por un lado, los inmigrantes no confluyen en
montreal.qc.ca • 177
dentes están presentes, en proporciones variables pero no
despreciables, en todos los principales distritos en los que se
subdivide la ciudad, incluyendo los de Ahuntsic Cartierville,
Saint Léonard, Mercier Hochelaga Maisonneuve y Plateau
Mont Royal. El distrito más cosmopolita, Parc Extension, es
un microcosmos del sabor pluricultural montrealense : 8 habi-
tantes sobre 10 nacieron en el extranjero (los más recientes
provienen mayoritariamente de Argelia y de Pakistán), 42 %
forman parte de una « minoría visible » (de éstos, 35 % son
asiáticos y 29 % africanos o afrodescendientes) y 35 % hablan
un idioma no oficial en la casa (griego, penjabi, español, ita-
liano, etc.35). ¿ Podemos imaginar una mayor diversidad ?
Pero, más allá de las estadísticas, el proceso de « heteroge-
neización » de Montreal no es fácil de describir cuando intro-
ducimos la espinosa cuestión de las identidades. El término
« étnico » no es necesariamente aceptable en todo contexto y
puede suscitar legítimas inquietudes en relación a la manera
en que se entiende lo que es una identidad colectiva. Sabemos,
en efecto, el que « étnico » es siempre el « Otro », designado por
quien se identifica a la cultura dominante (la cocina « étnica »
es así la cocina de otro lugar, exótica, etc.). El reconocimiento
de la alteridad es problemático : como miembro de una minoría
inmigrante, quiero ser considerado como un ciudadano igual
a todo nivel, como lo son los que nacieron aquí, pero también
me importa que se tenga en cuenta mi identidad particular, mi
« diferencia ». No tolero que se hable de mí como si yo no fuera
un « verdadero » quebequense, pero exijo que la sociedad res-
ponda a mis creencias religiosas y sensibilidades culturales. Esas
demandas contradictorias llevan a algunos a oponerse a toda
« deriva multiculturalista » que favorecería la relativización y,
en última instancia, el debilitamiento de la ciudadanía com-
partida por todos. Este argumento es, como ya vimos en el
capítulo precedente, perfectamente válido. Pero la posición
alternativa es igualmente convincente, como lo sugerí en rela-
ción al debate sobre los « acomodamientos razonables » : cuando
montreal.qc.ca • 179
2009, un joven de origen hondureño fue abatido por la policía
en el distrito de Montreal Norte, un sector de la ciudad en
donde ya existían fricciones entre los agentes del orden y los
inmigrantes. Freddy Villanueva se entretenía jugando a los
dados en el parque junto a un grupo de amigos, cuando fueron
abordados por dos oficiales en patrulla. Los jóvenes protestaron,
pues se sintieron hostigados injustamente, y, cuando la situación
degeneró, se resistieron al arresto. El grado de violencia y el nivel
de peligro enfrentado por los policías varían según los diversos
testimonios. Lo esencial es que uno de los agentes abrió fuego
con su pistola y mató a Freddy, quien no llevaba ningún arma
consigo. Al día siguiente estallaron manifestaciones, con actos
de vandalismo que recordaban las revueltas de los suburbios
parisinos, mientras la familia Villanueva acusaba a la policía de
racismo. Durante la investigación del incidente, en 2010, la
cuestión de « perfilamiento racial » fue objeto de debate público :
¿ los agentes de policía de Montreal acosan de manera sistemá-
tica e irrazonable a ciertas minorías ? El informe producido por
un criminólogo y un psicólogo culparon explícitamente a los
oficiales, quienes, en su conjunto, detienen proporcionalmente
un número desmedido de jóvenes negros e hispanos en los
sectores considerados más sensibles por la presencia de pandillas.
La Liga de Derechos y Libertades ha señalado que, entre 1987
y 2008, 21 personas fueron heridas mortalmente por la policía
de Montreal, de los cuales casi la mitad (10) formaban parte de
grupos « étnicos ». Ciertos políticos y periodistas, así como una
parte de la opinión pública, consideraron que el asunto Villa-
nueva fue un evento lamentable pero aislado, y que no debería
vérselo como un síntoma de problemas de fondo en cuanto al
accionar policial frente a los inmigrantes. Richard Martineau,
famoso columnista del diario Journal de Montréal, fue aún más
lejos y escribió en tono sarcástico : « ¿ Hay criminalidad en
Montreal Norte ? Su causa es el racismo de la sociedad quebe-
quense. ¿ Hubo un revuelta ? Es por culpa de los policías »38. Él,
como otros, se dice « cansado de escuchar que la gente culpe a
montreal.qc.ca • 181
Cada uno de esos términos remite a un aspecto importante
de la realidad « étnica », pero ninguno de ellos permite englobar
la totalidad del fenómeno. Un inmigrante blanco y germa-
no-hablante encontrará sin duda menos discriminación que el
hijo de un inmigrante vietnamita, que un francófono de
Marruecos o que un afrodescendiente cuyos antepasados se
han radicado en Montreal en el siglo XVIII. No es entonces
una mera cuestión de tiempo, de lugar de nacimiento o de
idioma materno. Las minorías « visibles » son generalmente
consideradas como las más vulnerables al racismo, pero otras
categorías pueden también ser victimas de actitudes intole-
rantes (por ejemplo una persona blanca de confesión musul-
mana o que habla el francés con acento extranjero). La manera
más lógica – pero menos políticamente correcta – de proceder
es identificar a dicha población por la negativa : ellos no son
quebequenses « de cepa », es decir, su identidad no se define,
principalmente, por el legado canadiense francés. Pueden
autocalificarse de quebequenses, hablar francés y votar por la
soberanía de Quebec, pero no se representan a sí mismos como
descendientes de quienes fundaron originalmente la nación.
Habrá quienes dirán que este método coloca a los « étnicos » y
a los anglófonos en la misma bolsa. En efecto, pero la mayoría
de los anglófonos no se consideran anglosajones. Quienes se
ven como descendientes de las comunidades británicas origi-
nales se excluirán ellos mismos de la definición. Gracias a este
ejercicio intelectual, no intento solucionar un problema polí-
tico o sociológico, sino mostrar, una vez más, que decir « noso-
tros » en Quebec entraña siempre un riesgo. Es interesante
notar que muchas personas se consideran, ante todo, montrea-
lenses. Un joven, hijo de inmigrantes, se expresa así : « Yo me
siento indio, me alimento como los indios, mis valores son más
bien indios, en especial con respecto a la familia. Pero cuando
viajo, y yo viajo mucho, me siento canadiense. [...] En mi
cabeza, un quebequense es sobre todo un francófono, con la
piel blanca. No me veo realmente como un quebequense, pero
montreal.qc.ca • 183
no por ello hay que pensar que esos hombres y mujeres, aunque
estén plenamente integrados a la sociedad quebequense, estén
dispuestos a recorrer todo el camino. La opción soberanista,
en el marco de una encuesta de opinión, puede expresar sim-
plemente un deseo de cambio o un mensaje de protesta que
no se traducirá necesariamente en un voto cuando se realice el
próximo referéndum. No olvidemos la gran movilización de
las comunidades minoritarias contra el « sí » en 1995. Por otro
lado, hay que recordar que lo propio de las nuevas generaciones
es justamente la fluidez y la multiplicidad de identidades. Esos
jóvenes se sienten quebequenses, pero a menudo se identifican
también con Canadá y, además, con sus nacionalidades de
origen. La identidad quebequense es sentida como propia y
eso es, en sí mismo, notable, pero no estoy para nada seguro
de que ella constituya el elemento dominante y, menos aún,
exclusivo. De hecho, podría decirse que esos jóvenes son típi-
camente quebequenses al participar en el juego identitario que
caracteriza a esta sociedad, con las ambigüedades, las mezclas
y las fluctuaciones que ella implica.
Ya hice referencia, en el primer capítulo, a la desilusión de
ciertos inmigrantes frente a la realidad quebequense. Quebec
se parece demasiado a lo que han dejado atrás o, en todo caso,
no corresponde totalmente a la imagen idealizada que tienen
del « Norte ». Pero si a algunos inmigrantes les disgusta la con-
flictividad política – pues quieren que los dejen tranquilos y
desconfían de un gobierno que les dice cómo vivir –, otros se
muestran abiertos a un lenguaje político que reconocen y
aceptan. Los latinoamericanos, por ejemplo, comprenden bien
la idea de un Estado fuerte que representa la voluntad colectiva
y que asume su papel con vigor. El modelo « Quebec Inc. » –
una alianza entre lo público y lo privado, un proyecto de
desarrollo sostenido por un conjunto de actores sociales – es
percibido por muchos norteamericanos como una suerte de
estatismo corporativista, con todo el significado peyorativo que
esos dos términos conllevan para ellos. Por el contrario, la
montreal.qc.ca • 185
organización judía B’nai Brith calificó al acto de « delito
terrible ». La Comisión escolar English-Montreal también la
« denunció vivamente » y lanzó un llamado a las autoridades
par que los culpables sean arrestados. Esto no quiere decir que
los roces y las discordias interculturales estén ausentes de la
vida cotidiana. Ciertos casos, en los que quebequenses y
neo-quebequenses se han contrapuesto, adquirieron una gran
notoriedad. Por ejemplo, el tema del kirpán en la escuela
motivó un intenso debate colectivo y forzó al conjunto de la
sociedad a interrogarse sobre las relaciones entre los nativos y
los inmigrantes. En 2001, el joven sij ortodoxo Gurbaj Singh
Multani asistía una escuela pública francesa en Montreal. Los
sijs de vertiente ortodoxa (se estima que representan un 10 %
de la población sij presente en Canadá) consideran que su
religión – con origen en la región de Punjab, en India y
Pakistán – los obliga a llevar, de modo permanente, un pequeño
puñal ceremonial. Un grupo de padres, inquietos por la segu-
ridad de sus hijos, solicitaron a la comisión escolar que se
aplicara una política de « tolerancia cero » en materia de armas
en la escuela. Su argumento era el siguiente : « Si, para los sijs,
el kirpán no es más que un símbolo religioso, para numerosos
quebequenses de cepa, se trata de un cuchillo y nada más que
de eso. Y quien dice cuchillo, dice peligro en potencia »41. Al
cabo de un largo proceso judicial, se decidió permitir al alumno
llevar consigo el kirpán, con la condición de que el puñal fuera
enrollado en un tejido compacto y se lo escondiera bajo la ropa.
El juez Claude Tellier, de la Corte Superior, explicó lo siguiente
en su sentencia : « Desde hace 100 años, no se ha reportado
ningún caso de violencia vinculado al uso del kirpán. Por otra
parte, en un contexto escolar, hay normalmente toda suerte de
instrumentos que pueden convertirse en armas y que pueden
utilizarse en un acontecimiento violento : compás, material de
dibujo, artículos deportivos como un bate de beisbol, etc. »42.
Mientras se desarrollaba la controversia, los padres del joven
sij decidieron enviarlo a una escuela privada inglesa que no
montreal.qc.ca • 187
costumbres han perdido toda significación religiosa y que
forman parte de la « cultura quebequense », a la cual los
neo-quebequenses deberían integrarse.
Pero el « deber de integración » de los inmigrantes hacia la
mayoría se halla indisociable ligado, en una sociedad demo-
crática y abierta, a la responsabilidad de protección que la
mayoría asume para con las minorías. Desde un punto de vista
sociológico, un grupo constituye una minoría cuando sus
miembros poseen una identidad socialmente inferiorizada o
desvalorizada44. La noción convencional de minoría remite a
un grupo « étnico » o religioso que vive junto a un grupo más
numeroso y que puede ser objeto de discriminación, de exclu-
sión, de opresión o de persecución. Sus miembros comparten
una serie de características subjetivas (consciencia de sí, sentido
de pertenencia, sistema de creencias, etc.) u objetivas (nombre,
idioma, apariencia física, tipo de vestimenta, etc.) que los dis-
tingue de la mayoría nacional. Sin embargo, en algunos casos,
es la mayoría la que se autopercibe y es tratada como inferior
en relación a la norma dominante (por ejemplo, los sudafri-
canos negros durante el período del apartheid, o las comuni-
dades indígenas en los países andinos durante gran parte de su
historia). De hecho, muchos franco-quebequenses consideran
que ellos han sido históricamente « minorizados » por los angló-
fonos, aunque estos últimos eran mucho menos numerosos.
Puesto que las minorías son, por definición, más vulnerables a
las actitudes racistas o xenófobas, la mayor parte de las socie-
dades democráticas adoptaron leyes que apuntan específica-
mente a protegerlas. Varias de ellas desarrollaron políticas de
ayuda a los miembros de las minorías, así como programas de
educación y campañas de sensibilización para combatir los
prejuicios y la intolerancia en la población. Ciertos países han
introducido medidas basadas en el principio de la « discrimi-
nación positiva » (conocida en Estados Unidos como affirmative
action), cuyo objetivo es contrarrestar los mecanismos de dis-
criminación sistémica y evacuar los comportamientos racistas
montreal.qc.ca • 189
por ella lo hacen abiertamente y con orgullo), en vez de una
identidad atribuida y negativa (vista como un desvío con res-
pecto a la identidad considerada como « normal » y « natural »).
Por otro lado, el uso creciente del término « minoría » se explica
por las tendencias hacia la fragmentación social características
de las sociedades post-industriales. Así, casi todo grupo puede
afirmarse como una minoría, es decir, como un conjunto de
individuos desfavorecidos en razón de una « diferencia » signi-
ficativa, la cual no es necesariamente de índole « étnica » : los
discapacitados, los homosexuales, los jubilados, los indocu-
mentados, etc. Los grupos que se presentan como minorías
buscan habitualmente obtener del Estado o de la opinión
pública el reconocimiento de su sufrimiento actual o anterior,
así como una abolición de la injusticia que los aflige. Esta
profusión de identidades particulares y, a veces, en competencia
entre ellas lleva a algunos intelectuales a lamentar el adveni-
miento de una « sociedad de minorías » en donde la cohesión
social y los principios universalistas se hallarían gravemente
atenuados.
En tal sentido, muchos critican al multiculturalismo como
política de Estado, acusándolo de alentar las tendencias hacia
la desintegración de la sociedad. Si algunos atacan al multicul-
turalismo por su efecto adverso en los valores modernos
(igualdad de todos los individuos sin distinción de origen o
pertenencia), otros consideran al multiculturalismo como la
ideología que las minorías « étnicas » (y los anti-soberanistas e
« izquierdistas » bienintencionados) instrumentalizan contra la
mayoría franco-quebequense. Mathieu Bock-Côté, sociólogo
y columnista del Journal de Montréal, escribe, por ejemplo :
« No es el ateísmo el que declaró la guerra a Navidad. Es el
multiculturalismo », en referencia a la decisión de un suburbio
de Montreal de retirar el pesebre de su alcaldía. Louise Beau-
doin, en ese momento la portavoz de la Oposición Oficial en
la Asamblea Nacional, consideraba que « el multiculturalismo
es un valor canadienses, [pero] no es un valor quebequense ».
montreal.qc.ca • 191
de semejante retrato : los gastos vinculados a las políticas mul-
ticulturalistas son mínimos en el marco del presupuesto del
Estado federal (menos de un dólar por habitante por año, con
programas orientados, sobre todo, a mejorar las relaciones
interculturales y a la integración de los inmigrantes, y muy
poco a financiar actividades de tenor « etnocéntrico »), mientras
que los tribunales invocan muy excepcionalmente la « cláusula
multicultural » de la Constitución y, cuando ello ocurre, es casi
siempre para proteger las libertades fundamentales46. En suma,
no queda más que el mensaje... ¿ pero en dónde encontramos
sus expresiones ? La « Guía de Estudios » para los nuevos ciu-
dadanos canadienses, publicada en 2009, constituye una sín-
tesis de la visión que Ottawa busca brindar a los inmigrantes.
¿ No es sorprendente que, en este documento de casi 70
páginas, el multiculturalismo sea mencionado solamente tres
veces y que la principal definición de la condición de miembro
de la sociedad sea la siguiente : « Todos los ciudadanos cana-
dienses poseen derechos y responsabilidades que provienen de
nuestro pasado, que son garantizados por el Derecho Cana-
diense y que reflejan nuestras tradiciones, nuestra identidad y
nuestros valores comunes » ? Asimismo, la identidad nacional
es presentada en los términos siguientes : « Canadá es una
monarquía constitucional, una democracia parlamentaria y un
Estado federal. Los canadienses están unidos por un compro-
miso común acerca de la primacía del Derecho y de las insti-
tuciones de un gobierno parlamentario ». Irónicamente, se trata
de un lenguaje muy cercano al modelo franco-quebequense de
« interculturalismo » que se suele oponer al multiculturalismo
anglo-canadiense.
Finalmente, si queremos una lectura más serena que no
coloque al multiculturalismo en el papel de enemigo de la
cohesión social, debemos recordar que la afirmación de las
identidades minoritarias es también correlativa a la aparición
de los llamados « nuevos movimientos sociales », es decir, un
fenómeno asociado a procesos en curso desde hace ya varias
montreal.qc.ca • 193
diferencial. Es el caso de los jóvenes, así como de aquellos que
han adoptado un estilo de vida o valores incompatibles con la
ortodoxia de su grupo etnocultural de pertenencia.
montreal.qc.ca • 195
a la Nación ». En Canadá, en general, y en Quebec, en parti-
cular, ese tipo de visión (y de vocabulario) es francamente
inimaginable. Pero, luego de la controversia sobre los « acomo-
damientos razonables », que hizo sospechosa toda pretensión
« multiculturalista » en Quebec, y la llegada de los conserva-
dores al poder federal, con su perspectiva altamente patriótica
de Canadá (que incluye una vena monárquica), se ha generado
una apetencia por las « guías » y los « contratos » para los inmi-
grantes. Aunque se los presente como herramientas para ayudar
en el proceso de integración (y suelen ser más sutiles que el
famoso « Código de Vida » de Hérouxville), no puedo evitar
percibir una dosis de paternalismo en ellas. Me pregunto si, en
última instancia, no buscan poner al « Otro » en su lugar. En la
ciudad de Gatineau (al lado de Ottawa), en donde más de la
mitad de los inmigrantes posee estudios post-secundarios y tres
cuartos poseen un diploma de estudios secundarios (o sea, un
nivel de educación mucho más elevado que el promedio que-
bequense), un « Enunciado de Valores », publicado en 2011,
incita a los inmigrantes, entre otras cosas, a prestar una « aten-
ción particular a la limpieza, a la higiene corporal y a la salu-
bridad de los espacios públicos y privados » y les explica que
« diferentes olores percibidos [como] desagradables [...] parti-
cularmente en la escuela, en los apartamentos o en el trabajo »
podrían provocar « hasta el aislamiento o la exclusión ». Puede
ser que algunos inmigrantes no tengan los mismos hábitos de
aseo y de higiene que la mayoría de lo quebequenses nativos,
pero es razonable pensar que casi todos los que se dignarán a
leer el « Enunciado » ya conocían, antes de inmigrar, la impor-
tancia de lavarse las manos y de limpiar su casa. ¿ Cuál es,
entonces, el verdadero efecto de semejante documento ?
La « tercera soledad »
El « Otro » es, a veces, el depositario de todo aquello que no
deseamos ver en nosotros mismos o, inclusive, de lo que nos
permite idealizar nuestra propia identidad. En esta última
montreal.qc.ca • 197
y alumnos del Colegio Jean de Brébeuf en 193847). No cabe
duda de que, en ese contexto histórico, « las ideas fascistas
estaban ampliamente difundidas », como lo indica el histo-
riador René Durocher, y los periódicos católicos, como La
Vérité, La Semaine Religieuse y L’Action Sociale, publicaban
textos abiertamente antisemitas. Como en otras sociedades
occidentales, las masas se crispaban y ciertos líderes atizaban
el odio hacia los extranjeros y, muy particularmente, hacia los
judíos. Así, « [en 1938], una petición de personas que se opo-
nían a “toda inmigración y especialmente a la inmigración
judía” fue entregada al gobierno canadiense por la Sociedad
Saint Jean Baptiste. Ésta contaba con [...] 128.000 firmas »48.
El resentimiento de los sectores populares encontraba un
blanco fácil en el grupo que personificaba, a la vez, una posi-
ción envidiable (más elevada en la escala socioeconómica, más
cercana a la clase « dominante ») y una síntesis imaginaria de
los vicios anticristianos y decadentes (los judíos vistos como
« deshonestos y aprovechadores » en la obra de teatro de Tru-
deau). Puede decirse que, en la estructura social de la época, la
minoría judía asumía el papel de una « tercera soledad » –
« hasta 1948, es la comunidad inmigrante que predomina a
nivel cuantitativo »49 – por la cual la mayoría de los francófonos
no sentía ninguna simpatía : sus miembros hablaban inglés,
abrían sus comercios los domingos... Peor aún, los curas
párrocos los describían como agentes de corrupción moral y,
los más radicalizados, como el pueblo de los « asesinos de
Cristo ». Claro que la enemistad era recíproca. A los ojos de los
inmigrantes judíos, los « franceses » constituían una población
de « baja estofa » con la cual no era juicioso asociarse. En parte,
es por esta relación difícil entre las dos comunidades que
algunos dicen comprobar lo que sería la intolerancia típica de
los quebequenses. El escritor Mordecai Richler enunció públi-
camente dicha visión : « A pesar de lo que ellos dicen cuando
afirman que todos somos quebequenses, no son verdadera-
mente sinceros. Es una sociedad tribal... Lamento profunda-
montreal.qc.ca • 199
replegado sobre sí mismo. Es verdad que las actitudes y las cos-
tumbres de la época hacían que los judíos no se sintieran bien-
venidos en esos ambientes tan homogéneos y conservadores. En
cambio, las escuelas inglesas protestantes les abrieron sus puertas,
lo cual los llevó a adoptar masivamente dicho idioma. Pero
podemos suponer que, aunque la opción de la escuela francesa
hubiera existido (o hubiera sido menos cerrada), las familias
inmigrantes se habrían orientado, de todos modos, hacia la
escuela inglesa. Ya en ese entonces, el inglés era « el idioma de
América ». ¿ Por qué, después de haber abandonado Rusia,
Polonia o Hungría, adoptarían voluntariamente el francés,
hablado localmente por una mayoría « minorizada », socialmente
sojuzgada y culturalmente despreciada ? Tampoco hay que idea-
lizar la apertura de los anglófonos de Montreal : se sabe que los
judíos enfrentaban restricciones o estaban totalmente excluidos
en varias instituciones profesionales y universitarias controladas
por las élites de origen británico. Por ejemplo, en la Universidad
McGill, existían numerus clausus – cupos limitados – para los
judíos. Y esto ocurría también en el resto de Canadá y en Estados
Unidos. Mientras estaba concluyendo la Segunda Guerra Mun-
dial (y las tropas aliadas se encontraban liberando los campos de
la muerte), la Orden de Odontólogos y la revista científica de
los psicólogos clínicos norteamericanos reclamaban la aplicación
de cupos para impedir que « un cierto grupo racial » – una refe-
rencia velada a los judíos, por supuesto – no « domine la
profesión »53.
Luego, a fines de la década del cincuenta, judíos sefaradíes,
provenientes de Marruecos y de otros países árabes, se estable-
cieron en Montreal, formando una comunidad distinta, pre-
dominantemente francófona. Esta minoría en el seno de una
minoría es, a la vez, más religiosa y, en muchos sentidos, mejor
integrada a la sociedad quebequense de habla francesa. De
hecho, las relaciones entre sefaradíes y askenazis no están libres
de fricciones y, como en la sociedad en general, la cuestión
idiomática contribuye a la incomunicación entre ambos grupos
montreal.qc.ca • 201
de la élite anglófona judía »55). Gérald Leblanc, al cual Richler
había tildado públicamente de « antisemita » respondió a tal
acusación afirmando que « no he dicho nada contra los judíos,
solamente contra los judíos anglófonos »56. Esta declaración
refleja perfectamente un prejuicio corriente : los judíos se
habrían aliado con los « opresores », junto a quienes bloquean
las aspiraciones de la nación quebequense. Es obvio que se trata
de una visión simplista y coherente con el estereotipo del judío
« oportunista », « materialista » y « astuto ». Pero es impactante
ver que otro tipo de judío, muy alejado de esa imagen, provoca
igualmente reflejos negativos entre muchos franco-quebe-
quenses : los jasídicos que viven en Outremont, en el corazón
de Montreal. Esta secta ultra-religiosa – muy minoritaria
dentro de la comunidad judía y frente a la cual muchos judíos
se sienten distantes – rechaza la modernidad y lleva una exis-
tencia centrada en la espiritualidad y la tradición. Reducen al
máximo sus interacciones con el resto de la sociedad y, por ello,
adquieren la reputación de « malos vecinos » : « Vivo desde hace
más de quince años en el Mile End al borde de Outremont.
Antes, estaba directamente en Outremont. Todos esos años,
fui la vecina de judíos jasídicos. Nuestros hijos nunca jugaron
juntos. Nunca tuvimos relación de vecinos. Ninguno de ellos
me dirigió nunca la palabra »57.
Para algunos, más que un mero problema de civilidad, el
estilo de vida de los judíos jasídicos refleja un rechazo absoluto
a la integración, surgiendo como figura de la extranjeridad total
que se instala en medio de « nuestra » sociedad : « Pero Outre-
mont es Outremont y la presencia de los judíos jasídicos, que
nunca se ocuparon de su relación con los vecinos, a veces ha
creado tensiones. Los jasídicos ... tienen grandes familias y
viven replegados en su comunidad. Su diferencia molesta a
ciertos ciudadanos que se sienten invadidos »58.
Poco importa si lleva ropajes antiguos o modernos, el judío
ha sido y, muchas veces, es aún hoy un elemento que perturba.
Cuando los judíos se hallan plenamente insertos en la vida
montreal.qc.ca • 203
cínicos dirán que los judíos son generosos cuando llega el
momento de recolectar fondos para las campañas electorales y
que los políticos los tratan con especial cuidado por razones de
interés y de relaciones públicas (y porque deben contrarrestar
la imagen de antisemitismo asociada al establishment quebe-
quense). Otros piensan que las autoridades tienden a someterse
a los dictados de una « minoría poderosa ». Al manifestarse en
la página web de Radio Canada, un auditor expresaba su indig-
nación cuando ciertas fotografías de un campo de refugiados
palestinos fueron retiradas de una exposición en la biblioteca
municipal de Côte Saint Luc en junio de 2005 : « Otra vez más,
la comunidad judía de Montreal impone su censura a la pobla-
ción. Los quebequenses se doblegan cuando esta comunidad
deja escuchar su clamor divino »61.
Más allá de esto, la comunidad judía de Quebec encuentra
en la provincia un entorno comparativamente envidiable. Por
ejemplo, el Estado subsidia a las escuelas judías (la mayoría de
las escuelas privadas reciben un significativo apoyo guberna-
mental) y les concede – generalmente de modo informal – una
gran autonomía en cuanto a los programas de enseñanza (esas
condiciones son prácticamente únicas en el mundo fuera de
Israel). También, hace algunos años, el gobierno quebequense
se puso de acuerdo con la comunidad judía de Montreal para
facilitar la inmigración de latino-americanos a Quebec, con el
fin de intentar sustentar demográficamente a la comunidad.
El lector no se sorprenderá de que tales gestos de apertura hacia
los judíos hayan sido vistos por algunos como una forma de
favoritismo inaceptable. Con respecto al acuerdo sobre los
inmigrantes judíos, que tenía como objetivo ayudarlos a inte-
grarse a la sociedad, un editorial del cotidiano Le Devoir se
refirió, de manera obviamente exagerada, a una « tercerización »
y a un « filtro » : « ¿ Quién puede ofrecer esos servicios ? Las
comunidades más ricas, que hasta pueden abrir oficinas en el
extranjero. ¿ Qué le ocurrirá entonces al candidato que no
puede pasar ese primer filtro ? Aquí, se plantea la cuestión de
montreal.qc.ca • 205
Hay quienes dirán que lo que acabo de describir confirma,
de modo incontestable, la tendencia antisemita de la sociedad
quebequense, o al menos la de ciertos sectores. En verdad, es
asombroso ver hasta qué punto la comunidad judía es blanco
de sospechas constantes. A veces, tengo la impresión de que
algunos medios quebequenses poseen un inagotable apetito
por todo lo que los judíos hacen o dejar de hacer. Segura-
mente, otras comunidades establecen acuerdos y dialogan con
las diversas instancias gubernamentales u otras instituciones,
sin que ello llame demasiado la atención pero, cuando se trata
de los judíos, todos los focos se encienden. No olvidemos
tampoco que la explosión de los « acomodamientos razona-
bles » tuvo como mecha el asunto del YMCA y sus vecinos
jasídicos en Outremont, y que, durante las audiencias públicas
de la Comisión Bouchard-Taylor, se pudo « repetir las peores
idioteces antisemitas », como lo señaló un editorialista del
mismo Le Devoir64. Sin embargo, sigo creyendo que la sociedad
quebequense no es más intolerante que otras. Lo que sí veo es
una suerte de fascinación en relación a los judíos. Lo noté, en
primer lugar, durante mis primeros años como profesor uni-
versitario en Quebec. En el marco de mis cursos sobre el
nacionalismo, sobre las identidades y hasta sobre la metodo-
logía de investigación, advertí un fenómeno curioso : casi sin
excepción, el ejemplo de los judíos surgía espontáneamente
en los debates. Es cierto que muchos temas pueden remitir al
caso de los judíos en la historia para referirse a diásporas,
persecuciones y genocidios. Pero no soy yo quien introduce
el caso, en especial cuando se habla de la sociedad quebe-
quense. Usualmente, la alusión a los judíos por parte de los
alumnos implicaba una mezcla de distancia y de cercanía, de
atracción y de aversión, de familiaridad y de extrañeza. Me
pregunté entonces si los franco-quebequenses no sentirán una
conexión – simultáneamente de rivalidad y de parentesco –
con los judíos. Esos « extranjeros de adentro » ¿ les retornan
una imagen de sí mismos ? ¿ Son, de alguna manera, « her-
montreal.qc.ca • 207
Los paralelos son, en efecto, intrigantes. Pensemos, nueva-
mente, en el discurso de victimización que, para los demás, no
se condice con la realidad actual : los judíos ya no son una
minoría débil y vulnerable, los franco-quebequenses no son
más una minoría frágil y subordinada. También está el orgullo
(y el deseo) de ser un « pequeño pueblo » que sobrepasa y des-
borda sus propios límites, lo cual se expresa en el culto a la
innovación y a la creatividad, así como en la imagen de sí como
puente entre los valores del pasado y los desafíos del futuro.
Finalmente, señalemos el sentimiento de pertenencia de un
grupo cuya tenacidad en un entorno a la vez hostil y atrayente
es una pulsión fundamental : el riesgo de la asimilación es visto
como un peligro constante, como una tentación perpetua,
hasta como « crimen de lesa comunidad ». Al respecto, el his-
toriador Gérard Bouchard cree percibir un juego de espejos :
« El judío [sería] una especie de canadiense francés invertido
que habría renunciado a una parte de su identidad para salirse
de su condición de desfavorecido »72.
Voy a concluir recordando la más extraña de las tormentas
mediáticas que han implicado a los judíos de Quebec : la que
ocurrió en el año 2000 en torno al « Asunto Michaud ». Yves
Michaud, un nacionalista de larga trayectoria, había dicho que
« el pueblo judío no es el único en el mundo que sufrió en la
historia de la humanidad » y, en el contexto de las audiencias
públicas sobre el estado del idioma francés, había apuntado
indirectamente a la minoría judía al calificar al voto masivo de
los residentes de Côte Saint Luc por el « no » en el referéndum
de 1995 como « voto étnico contra la soberanía ». En un gesto
sin precedente en la historia política provincial, la Asamblea
Nacional adoptó a la unanimidad una « moción de censura »
contra Michaud. La polémica que se desencadenó inmediata-
mente fue muy reveladora en cuanto a las tensiones subyacentes
que caracterizan a la relación entre judíos y no judíos. La
moción de la Asamblea fue, evidentemente, desmesurada e
inaceptable, y sirvió, a fin de cuentas, a confirmar para muchos
montreal.qc.ca • 209
entonces más importante que el aliado y la percepción, más
esencial que la acción. Es grave »78.
Admitamos que es difícil imaginar que la prensa francófona
pudiera imprimir este tipo de discurso agresivo con respecto a
los representantes de otra minoría « étnica ». Sin embargo, más
allá de tales excesos, los judíos de Quebec se sintieron especial-
mente afectados al escuchar a Michaud declarar que ellos « no
poseen el monopolio del sufrimiento ». Puesto que cualquier
persona razonable puede adherir a semejante comentario,
muchos lo interpretaron como un intento sutil de trivializar al
Holocausto. Yo no voy a especular sobre los verdaderos motivos
de Michaud para decir lo que dijo. Lo que retengo es la relación
que estableció entre los dos sufrimientos, pues parece insinuarse
una especie de competencia de victimas. Pero esto va aún más
lejos : los dos campos del debate parecen dedicados a descubrir
en el discurso y en las acciones del otro las huellas de una falta
de reconocimiento. Ese rencor reciproco se superpone, como
ya lo sugerí, a una afinidad – difusa y generalmente tácita –
entre las dos identidades. Retomando la idea de los canadienses
franceses como « negros blancos de América », ¿ deberíamos
concluir que los franco-quebequenses son los « judíos católicos
de Canadá » ? El lector encontrará, sin duda, que estoy exage-
rando. Es cierto que la analogía es un poco forzada. Pero las
similitudes me siguen pareciendo sugestivas. Ya evoqué la
brecha entre la autopercepción de vulnerabilidad y la percep-
ción externa de influencia excesiva. Así, por ejemplo, obser-
vamos que, en el Canadá inglés, está muy difundida la idea de
que los franco-quebequenses constituyen una minoría que
arranca privilegios y tratos de favor en nombre de su supuesta
debilidad y de su condición de « víctima ». Una columnista del
Ottawa Citizen escribía lo siguiente : « Mucha gente en el país
cree que Quebec posee demasiada influencia y que recibe pri-
vilegios indebidos de parte del gobierno federal, en detrimento
de las otras nueve provincias. A mi juicio, tienen razón la mayor
parte del tiempo »79.
montreal.qc.ca • 211
enunciados no solamente odiosos, sino también absolutamente
discriminatorios. Dicha publicidad nutre un racismo
grosero »80.
¿ Un « racismo grosero » ? El aviso, negativo y hasta de mal
gusto, no hacía más que subrayar el hecho de que la política
federal casi no puede funcionar (al menos, hasta la llegada al
poder de los conservadores en 2006) sin el voto de los quebe-
quenses, quienes, por regla general, no apoyan a candidatos
que no sean oriundos de su propia provincia. Los reflejos
hipersensibles parecen constituir un rasgo común entre los
franco-quebequenses y los judíos quebequenses. Sigamos reco-
rriendo la liste de las afinidades : la obsesión de la supervivencia
– la meta es de nunca cesar de decir « nosotros » –, la insistencia
sobre el « gran sueño » de una « pequeña nación » – que se con-
cretará al apostar a « nuestros valores » y « nuestro saber » – y la
sacralización de la memoria, expresada en el lema « Me acuerdo »
de los franco-quebequenses y por la imagen de la « cadena
irrompible » entre las generaciones judías. Es obvio que pueden
discernirse algunas de esas características en otros grupos
humanos. Pero no he notado en los vascos, catalanes, gallegos,
escoceses o puertorriqueños – todos ellos « Naciones sin
Estado » que he tenido la ocasión de observar, aunque sea
superficialmente – las tensiones, las ambivalencias, las sensibi-
lidad, los « complejos » que los quebequenses atribuyen a su
propia identidad y que, en cierta medida, convergen con ciertos
rasgos fundamentales de la identidad judía. Por una curiosa
coincidencia, la mañana en que escribía estas últimas líneas del
capítulo, el programa Maisonneuve en direct de Radio Canada
dedicaba un segmento de su tribuna telefónica a la cuestión
judía. « ¡ Está confirmado, me dije, en Quebec, nunca se cansan
de hablar de los judíos ! » Frente a una campaña de educación
para combatir al antisemitismo, el conductor expresaba que
« el problema [del antisemitismo está] amplificado si se tiene
en cuenta la realidad ». Un auditor iba más lejos : según él,
aludiendo obviamente a los judíos, se trataría, nuevamente, del
montreal.qc.ca • 213
A MODO DE
CONCLUSIÓN
Capítulo I
1 Statistics/Statistique Canada, Censo de 2006 ; Consejo del Tesoro de
Quebec, L’effectif de la fonction publique du Québec 2009-2010 ; « Crimes
haineux : Montréal a le taux le plus faible au Canada », La Presse canadienne,
15 de junio de 2010.
2 Amin Maalouf, Origines, París, Grasset, 2004, p. 100.
3 Cuando un ejemplo de discurso no está atribuido, el lector debe com-
prender que se trata de un enunciado que compuse en base a expresiones
que he compilado en el marco de varias conversaciones.
4 Brigitte Breton, « Nécessaire immigration », Le Soleil, 16 de marzo de 2007,
p. 20.
5 Jack Jedwab, « Canadians remain world leaders in openness to immigra-
tion : Tomorrow we mark international day for the prevention of racial
discrimination », Asociación de Estudios Canadienses, 21 de marzo de
2006.
6 « Canada has most positive image worldwide : Survey », The Toronto Star,
5 de marzo de 2007.
7 « How the world sees the world », The Anholt Nation Brands Index, 2005.
8 www.immigration-quebec.gouv.qc.ca/fr/langue-francaise/index.html.
9 www.forum.immigrer.com.
10 También la selección de los trabajadores temporarios y de los estudiantes
internacionales.
11 Filippo Salvatore, « Vive le Québec trilingue ! », Le Courrier de l’Unesco,
julio/agosto de 2001.
12 Citoyenneté et Immigration Canada, Rapport annuel au Parlement sur
l’immigration, 2005.
13 www.canadaimmigrants.com.
14 Alexandre Shields, « Les immigrants pourraient être plus heureux », Le
Devoir, 1 de mayo de 2007, p. A4.
15 François Berger, « Un grand trou dans l’immigration : Le tiers des immi-
grants en âge de travailler repartent du Canada », La Presse, 3 de marzo de
2006.
Notas • 225
16 Feng Hou y Garnett Picot, « La hausse du taux de faible revenu chez les
immigrants au Canada », Statistics/Statistique Canada, Direction des
études analytiques, 19 de junio de 2003.
17 Radio Canada, La Tribune, « Les immigrants et le marché du travail », 11
de julio de 2006.
18 Jeff Heinrich, « Expats use right to return », The Montreal Gazette, 22 de
julio de 2006, p. A6.
19 « Un petit jardin protégé », Courrier International, no 836, 9-15 de
noviembre de 2006, p. 13.
20 Pierre Anctil, « Défi et gestion de l’immigration internationale au Québec »,
Cités, número 23, 2005.
21 Andy Riga, « Typical candidate is still male, White », The Montreal Gazette,
24 de marzo de 2007, p. A8.
22 El informe de 2010 de la Fundación del Gran Montreal (www.fgmtl.org)
indica que « de 2001 a 2007, la criminalidad adulta ha disminuido de
19 % » y que « la criminalidad atribuible a las pandillas de la calle representa
1,6 % de los actos criminales cometidos en el territorio montrealense en
2009 ».
23 Brigitte Saint-Pierre, « Les musulmans sont mal vus par 40 % des Québé-
cois », Le Devoir, 22 de julio de 2006, p. A5.
24 Alan Hustak, « Do Quebec Catholics still believe ? », The National Post, 6
de abril de 2007.
25 Jeff Heinrich, « Lack of contact linked to intolerance », The Montreal
Gazette, 21 de marzo de 2007, p. A3.
26 Jacques Godbout, « Continuons le débat, il ne fait que commencer », Le
Devoir, 23 de septiembre de 2006, p. B5. Maka Kotto, portavoz en materia
de comunidades culturales del Bloque Quebequense, 26 de enero de 2011.
27 Ver, entre otros, los estudios siguientes : Brian K. Ray, « Plural geographies
in Canadian cities : Interpreting immigrant residential spaces in Toronto
and Montreal », Canadian Journal of Regional Science, XXII : 1-2, 1999,
65-86 ; Alan Walks y Larry S. Bourne, « Ghettos in Canada’s cities ? Racial
segregation, ethnic enclaves and poverty concentration in Canadian urban
areas », Canadian Geographer, vol. 50, número 3, 2006 ; Laurent Gobillon
y Harris Selod, « The effect of segregation and spatial mismatch on unem-
ployment : Evidence from France », CEPR Discussion Paper, marzo de 2007.
28 « Immigration : entre équilibre et contrôle », Le Soleil, 18 de abril de 2006,
p. A23.
29 Statistics/Statistique Canada, « Enquête longitudinale auprès des immi-
grants du Canada », 30 de abril de 2007.
30 Clairandrée Cauchy, « Les communautés de la nouvelle vague. Après le
rêve, la dure réalité », Le Devoir, 22 de diciembre 2003.
Notas • 227
54 « La grande enquête sur la tolérance au Québec », Encuesta de Léger Mar-
keting, 10 de enero de 2007
55 Sélim Abou, L’identité culturelle, París, Pluriel, 1981, p. 41.
56 Daniel Latouche, « Quebec in the Emerging North American Configura-
tion », en Identities in North America. The Search for Community, coordi-
nado por Robert Earle y John Wirth, Stanford, Stanford University Press,
1995, p. 131.
57 Con respecto a Quebec como caso único en virtud de su multiplicidad
identitaria, ver, por ejemplo, el libro de Gérard Bouchard, Genèse des
nations et cultures du Nouveau Monde, Montreal, Boréal, 2000.
58 Las dos primeras cifras provienen de una encuesta efectuada por la firma
Impact Recherche para el Grupo de Investigación sobre la Americanidad
(Le Devoir, 9 de mayo de 1998) y la tercera de una encuesta realizada por
Guy Lachapelle (Le Devoir, 21 de noviembre de 1998).
59 Discurso del Primer ministro de Quebec, Bernard Landry en la bienvenida
a los representantes de la Cumbre de los Pueblos de las Américas, Ciudad
de Quebec, 16 de abril de 2001.
60 Jean-Pierre Charbonneau, presidente de la Asamblea Nacional de Quebec.
Citado en Forces, número 117, 1997.
61 Entrevista con Joseph Facal (por Sabine Choquet e Yves Charles Zarka),
Cités, número 23, 2005.
62 Nathalie Petrowski, « Los Latinos del norte contre-attaquent », La Presse,
3 de diciembre de 2003.
63 Daniel Gay, Les élites québécoises et l’Amérique latine, Montréal, Nouvelle
Optique, 1983, p. 324.
64 Paul Sauriol, Le Devoir, 25 de junio de 1964, citado en Gay, 1983, p. 190.
65 Alec Castonguay, Le Devoir, 10 de abril de 2004, p. A1.
66 Tom Blackwell, « Quebec anglos live significantly longer than francophone
majority : study », The National Post, 11 de enero 2012.
67 Dianne Fagan, « Le Centre de traumatologie spécialisé du CUSM améliore
les statistiques de mortalité », CUSM Ensemble, septiembre de 2006.
68 Taras Grescoe, Sacré Blues. Un portrait iconoclaste du Québec, Montreal,
VLB Éditeur, 2002.
69 Charles Taylor, Grandeur et misère de la modernité, Montreal, Bellarmin,
1992.
70 Gilles Bourque y Jules Duchastel, con la colaboración de Victor Armony,
L’identité fragmentée : nation et citoyenneté dans les débats constitutionnels
canadiens, 1941-1992, Montreal, Fides, 1996.
71 Christian Dufour, « L’avenir des valeurs de type français dans le nouveau
contexte mondial : regards croisés sur la France et le Québec », Cités,
número 23, 2005.
Capítulo II
1 Consulté el Dictionnaire des canadianismes de Gaston Dulong, publicado
en 1989 por Larousse Canada. En los años noventa, se publicaron varios
libros sobre el francés quebequense. Algunos son de estilo académico y
otros de tipo introductorio a la manera de hablar de los quebequenses,
dándole un lugar importante a las expresiones populares, a los errores
recurrentes y a la pronunciación. Ver, por ejemplo : Jean Forest, Anatomie
du parler québécois, Montreal, Tryptique, 1996 y Mario Bélanger, Petit
guide du parler québécois, Montreal, Alain Stanké, 1997.
2 Noviembre 2002. http ://home.ican.net/~lingua/fr/chroniques/chron~48.htm
3 Naïm Kattan, « L’arrivée », Écrits du Canada français, vol. XIX, 1965, p.
237-246.
Notas • 229
4 Lionel Meney, « L’inquiétante hostilité québécoise au français », Le Monde,
19 de marzo de 2005.
5 Jean-Paul Desbiens, Les insolences du Frêre Untel, Montreal, Éditions de
l’Homme, 1960, p. 17.
6 www.montrealmoi.com/archives_le-quebec-au-jt-de-france2.html
7 http ://www.voir.ca/actualite/popculture.
aspx ?iIDArticle=28666|commentaires
8 Solange Lévesque, « Dis-moi de qui tu ris », Cahiers de théâtre Jeu, número
55, 1990, p. 65-71.
9 Daniel Lemay, « Et si la “Petite vie” de Pôpa et Môman montrait nos vraies
angoisses ? », La Presse, 9 de octubre de 1993, p. E1.
10 Richard Therrien, « Rémy Girard, à la défense des Bougon », Le Soleil, 7
de enero de 2004, p. B1.
11 Odile Tremblay, « Comme une petite honte... », Le Devoir, 12 de agosto
de 2006, p. E6.
12 h t t p ://pat.blogue. canoe. com/pat/2006/01/16/
nous-sommes-_frileux_et_c_est_pas_suleme
13 Pierre Monette, « La littérature a fait la langue française », La Presse, 16 de
mayo de 2004, Lectures, p. 10.
14 Michel Tremblay, La duchesse et le roturier, Montreal, Actes Sud, 1995, p.
89.
15 Julie Lemieux, « La langue de chez nous », Le Soleil, 6 de marzo de 2005,
p. B5.
16 Denise Bombardier, « Calamiteux », Le Devoir, 27 de septiembre de 2006,
p. A6.
17 Lysiane Gagnon, « Le syndrome de la bouche molle », La Presse, 12 de
enero de 2012, p. A19.
18 Josée Boileau, « Lisez-vous » ?, Le Devoir, 27 de diciembre de 2006, p. A6.
19 Statistics/Statistique Canada, « Alphabétisme et minorités de langue offi-
cielle », Le Quotidien, 19 de diciembre de 2006.
20 Louis Cornellier, « L’anglicisme, voilà l’ennemi ! », Le Devoir, 25 de febrero
de 2006, p. F7.
21 Esas palabras significan, respectivamente : correo electrónico, localizador
(pager, en inglés), planta de producción de aluminio, deserción escolar,
válvula o bomba de agua, colegio preuniversitario, proveedor de servicios,
institución de enseñanza polivalente. Paul Roux, « Le vif désir de durer »,
La Presse, 20 de noviembre de 2005, Arts & Spectacles, p. 18.
22 Mario Bélanger, Petit guide du parler québécois, Montreal, Alain Stanké,
1997, p. 10.
23 En castellano : « Un tipo que se liga una trompada en la cara ». El ejemplo
fue dado por Raymond Legault, vice-presidente del sindicato de artistas,
Notas • 231
41 Steve Proulx, entrevista con François Avard, Le Soleil, 24 de septiembre
de 1994, p. B1.
42 « Du Québec et du Canada », Le Soleil, 24 de septiembre de 1994, p. F3.
43 Serge Fournier, « Capsule de chez nous », Rabaska, 23 de abril de 2001.
44 Jean-Marc Piotte, « Vivre en Québécois », Conjonctures, números 10-11,
1998, p. 48.
45 Amy E. Rowe, « An Exploration of Immigration, Industrialization, and
Ethnicity in Waterville, Maine », tesis de grado en antropología, Colby
College, Maine, 1999.
46 Pam Belluk, « Long-scorned in Maine, French has renaissance », The New
York Times, 4 de junio de 2006.
47 Hubert Aquin, Point de fuite, Montreal, Le Cercle du livre de France,
1971. Extraído de : Denyse Delcourt, « Parler mal au Québec », Mondes-
francophones.com, 4 de abril de 2006.
48 Josée Legault, « Ending cultural gap won’t kill separatism », The Montreal
Gazette, 10 de febrero de 2006, p. A21.
49 Statistique Canada, Le Quotidien, 2 de diciembre de 1997.
Capítulo III
1 Lionel Groulx, « Le droit des petites nations à la vie », 1964.
2 Geneviève Lajoie, « CAQ-ADQ. Le mariage est consommé », Le Journal
de Québec, 13 de diciembre de 2011.
3 Christopher Mason, « Immigrants Reject Quebec’s Separatism », The New
York Times, 13 de mayo de 2007.
4 Los datos provienen de una presentación realizada por Jack Jedwab,
Director Ejecutivo de la Asociación de Estudios Canadienses (ASC), en
Ottawa el 6 de abril de 2011.
5 Philip Resnick y Daniel Latouche, Réponse à un ami canadien, Montréal,
Boréal, 1990.
6 Ibid., p. 16
7 Ibid., p. 128-129.
8 Pierre Avril, « Lévesque surpris par sa propre victoire », Montréal Matin,
16 de noviembre 1976, p. 2.
9 Pierre Serré y Nathalie Lavoie, « Le comportement électoral des Québécois
d’origine immigrante dans la région de Montréal, 1986-1998 », L’année
politique au Québec 1997-1998, Montréal, Presses de l’Université de
Montréal, 1998.
10 Bernard Descôteaux, « Affaiblir l’adversaire », Le Devoir, 26 de agosto de
2006, p. B4.
11 Se efectuaron dos investigaciones oficiales en relación a dichas irregulari-
dades ; la primera, por parte del Director General de Elecciones de Quebec,
Notas • 233
33 Katia Gagnon, « Suzanne Tremblay remet en cause l’origine francophone
de Charest », La Presse, 26 de mayo de1997, p. B4.
34 Donald Charette, « Suzanne Tremblay met Duceppe dans l’embarras », Le
Soleil, 26 de mayo de 1997, p. A2.
35 Punto 1.1 de la Declaración de Principios del Partido Quebequense, « Un
projet de pays », 2005.
36 Jacques Beauchemin, L’histoire en trop. La mauvaise conscience des souvera-
inistes québécois, Montréal, VLB éditeur, 2002, p. 18.
37 Gérard Bouchard, La nation québécoise au futur et au passé, Montréal, VLB
éditeur, 1999.
38 Victor Armony, « Citoyenneté obligatoire ou volontaire ? », Le Devoir, 5
de septiembre de 2001.
39 Ariane Lacoursière, « Passe-droit pour un Juif hassidique », La Presse, 18
de noviembre de 2006, p. A7.
40 Michel C. Auger, « Dérapage déraisonnable », Le Soleil, 20 de noviembre
de 2006, p. 7.
41 « Según un estudio de la firma Influence Communication sobre la manera
en que los medios tratan el multiculturalismo y las comunidades étnicas
[...], Quebec ocupa ahora el primer lugar entre la provincias canadienses
en donde los fenómenos vinculados al multiculturalismo son percibidos
negativamente por los medios » (Mario Girard, « Intolérants, les Québé-
cois ? », Le Soleil, 14 de enero de 2007, p. 11).
42 « Il y a trop d’accommodements raisonnables, estiment les Québécois »,
Le Droit, 29 de diciembre de 2006, p. 19.
43 Kevin Dougherty, « Charest enters the fray », The Montreal Gazette, 9 de
febrero de 2007, p. A4.
44 Elizabeth Thompson, « Accomodation debate out of hand, MPs say », The
Montreal Gazette, 8 de febrero de 2007, p. A4.
45 Radio Canada, 17 de noviembre de 2006.
46 www.canoe.qc.ca (22 al 25 de noviembre de 2006).
47 « Le policier chansonnier comparaît, le public réagit », Le Droit, 30 de
enero de 2007, p. 16.
48 Philippe Gouin, « Ça commence à faire, là », 2006.
49 Comentarios como éstos no fueron retirados por el moderador de Canoë,
incluso cuando fueron señalados por violar las normas del foro, que prohíben
« los comentarios discriminatorios, racistas o sexistas » : « esas razas de retar-
dados que no son ni siquiera capaces de quedarse en su país » ; « ser blanco
no es una simple cuestión de color de piel, es también el legado, la cultura » ;
« no se conoce a ningún indio en ciencia, en arquitectura, en medicina o en
cualquier otra cosa, excepto por el contrabando y la criminalidad » ; « los
liberales viven y sobreviven gracias a los judíos : ellos tienen dinero y poder ».
Capítulo IV
1 Comentarios de Dinu Bumbaru, Director de Políticas en Héritage Mon-
tréal, en Mario Girard, « Embellir Montréal », La Presse, 18 de marzo de
2005, Actuel, p. 1.
2 Comentarios de Yves Deschamps, Profesor de Historia del Arte de la
Universidad de Montreal, en el programa « Un autre regard », Primera
Cadena de la radio de Radio Canada, 30 de enero de 2006.
3 Laurent Gloaguen, « Montréal, ville laide », Embruns, 20 de marzo de 2005.
4 Jérôme Labrecque, documental « Montréal, ville laide », Primera Cadena
de la radio de Radio Canada, 30 de enero de 2006.
5 « Montréal en quartiers », L’Express.fr, 24 de junio de 2006.
6 Comentarios de Lucie K. Morisset, Profesora de Estudios Urbanos y
Turisticos de la UQAM, en Mario Girard, « Embellir Montréal », La Presse,
18 de marzo de 2005, Actuel, p. 1.
Notas • 235
7 Marc Tison, « Le design qui fait vendre », La Presse, 10 de junio de 2006,
La Presse Affaires, p. 1.
8 André Désiront, « L’image de marque du Canada et de Montréal », La
Presse, 10 de mayo de 2006, Actuel, p. 5.
9 Wallpaper, diciembre de 2000.
10 Louis-Gilles Francoeur, « Montréal, victime de l’auto », Le Devoir, 23 de
mayo de 2006, p. A1.
12 Alain Simard, « Montréal, métropole culturelle internationale », La Presse,
4 de junio de 2002, p. A13.
13 Philippe Mercure, « Pauvreté : un portrait montréalais », La Presse, 4 de
marzo de 2006, p. A3.
13 « Montréal en statistiques », Dirección de Comunicaciones y de Relaciones
con los Ciudadanos, Municipalidad de Montreal, 2006.
14 Philippe Mercure, « Pauvreté : un portrait montréalais », La Presse, 4 de
marzo de 2006, p. A3.
15 Hugo Meunier, « Le palmarès des villes du Québec », La Presse, 17 de junio
de 2005, p. A5.
16 Antoine Robitaille, « Le mystère Québec », Le Devoir, 2 de septiembre
2006, B3.
17 Anne-Marie Voisard, « Le “côté noir” de la capitale », Le Soleil, 14 de
noviembre de 2004, p. A2.
18 Isabelle Porter, « À la conquête de Québec », Le Devoir, 17 de febrero de
2007, p. B1.
19 Yves Beauchemin, « La recette impossible. 1 – Faire la promotion simultanée
du bilinguisme et du français est aussi difficile que de préparer une salade
de poulet... végétarienne », Le Devoir, 19 de noviembre de 1996, p. A7.
20 Serge-André Guay, « Montréal pris au piège du multiculturalisme », Le
Devoir, 28 de julio de 2006, p. A8.
21 Mario Beaulieu, « Les objectifs du Mouvement Montréal français », http ://
montrealfrancais.info.
22 Marie-Andrée Chinouard, « L’école 100 % en français – La camisole de
forcé », Le Devoir, 5 de enero de 2012, p. A6.
23 www.radiocanada.ca/radio/maisonneuve/20062006/74552.shtml.
24 Marc Gilbert, « Les Anglos serrent la vis », L’Actualité, vol. 30, número 18,
15 de noviembre de 2005, p. 38.
25 Peter F. Trent, « L’immolation bien inutile des villes fusionnées », Le Devoir,
9 de mayo de 2003.
26 Valérie Dufour, « Le Westmount de Julius Grey – Plus bilingue et cosmo-
polite qu’autrefois », Le Devoir, 12 de agosto de 2002.
27 Nathalie Petrowski, « Les riches », La Presse, 12 de septiembre de 1993, p.
A5.
Notas • 237
46 Will Kymlicka, « Ethnocultural Diversity in Liberal State : Making Sense
of the Canadian Model », ponencia presentada en el simposio Diversity
and Canada’s Future, Québec, 13 al 15 de octubre de 2005. Hugh Donald
Forbes, « Trudeau as the First Theorist of Canadian Multiculturalism », en
Stephen Tierney (coord.), Multiculturalism and the Canadian Constitution,
Vancouver, UBC Press, 2007.
47 Max y Monique Nemni, Trudeau. Fils du Québec, père du Canada, Mon-
treal, Éditions de l’Homme, 2007.
48 Luc Chartrand, « Le mythe du Québec fasciste », L’Actualité, 1 de marzo
de 1997, vol. 22, número 3.
49 Antoine Robitaille, « Pierre Anctil : Le goy philosémite », Le Devoir, 12 de
octubre de 1999, p. B1.
50 Maurice Girard, « Richler : les anglophones ont libéré la “tribu” franco-
phone », La Presse, 12 de marzo de 1992, p. A1-A2.
51 Gabriel-Louis Jaray y Louis Hourticq, De Québec à Vancouver. À travers le
Canada d’aujourd’hui, París, Hachette, 1924.
52 Erving Abella y Harold Troper, None is too Many : Canada And The Jews
Of Europe 1933-1948, Toronto, Key Porter Books, 2002.
53 Ellen Posner, « Anti-Jewish Manifestations », American Jewish Year Book
1945-46, Philadelphia, The Jewish Publication Society of America, 1945,
p. 278.
54 Richard Nadeau, Richard G. Niemi y Jeffrey Levine, « Innumeracy About
Minority Populations », The Public Opinion Quarterly, vol. 57, 1993.
55 Richard Martineau, « R.I.P. », Voir, 5 juillet 2001.
56 Gérald Leblanc, « Mordecai Richler se déchaîne contre le Québec français »,
La Presse, 17 de septiembre de 1991, p. A1-A2.
57 Louise Cousineau, « Comprendre mes voisins, ce n’est pas encore pour
demain », La Presse, 19 de enero de 2002, p. D2.
58 Michèle Ouimet, « Se tenir debout », La Presse, 20 de julio de 2001, p. A9.
59 Pierre-André Taguieff, L’imaginaire du complot mondial, París, Mille et une
nuits, 2006.
60 « La grande enquête sur la tolérance au Québec », Sondage Léger Marke-
ting, 10 de enero de 2007.
61 « Controverse autour d’une exposition de photos de Zahra Kazemi » (pro-
grama Maisonneuve en direct), Primera Cadena de la radio de Radio Canada,
http ://radio-canada.ca/radio/maisonneuve/07062005/57577.shtml.
62 Josée Boileau, « La chance à tous ? », Le Devoir, 25 de octubre de 2003.
63 Kathleen Lévesque, « Centraide verse un million à un organisme quarante
fois millionnaire », Le Devoir, 1 de noviembre de 2003, p. A1.
64 Stéphane Baillargeon, « Entre critique et malaise », Le Devoir, 29 de sep-
tiembre de 2007, p. C1.
Notas • 239
INDICE
PREFACIO 7
CAPÍTULO I
LA ELECCIÓN DE QUEBEC 13
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
LA « CUESTIÓN NACIONAL »
PARA PRINCIPIANTES 105
CAPÍTULO IV
MONTREAL.QC.CA 163
NOTAS 223