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Pasos en el Nuevo Testamento Módulo 1 66

Lectura 2
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Los impuestos

El Estado manifestó principalmente su fuerza en el Cobro de los


impuestos. Bajo Herodes el grande, los impuestos fueron exigidos
inexorablemente. Este rey, debido a sus cuantiosos gastos, necesitaba
continuamente más medios: «Como gastaba más de lo que le permitían
sus recursos, tenía que mostrarse duro con sus subditos», imponiéndoles
pesados tributos, dice Josefo. Es verdad que Herodes procuraba también
el desarrollo de la civilización; lo cual acrecentaba la capacidad
económica del país: seguridad del país mediante la instalación de
fortalezas y puestos de colonos; creación de zonas de civilización
mediante estos colonos; desarrollo económico del país mediante la
construcción de ciudades y puertos, y fomentando los oficios y el
comercio, sobre todo con la construcción del templo.

Todo esto favorecía el desarrollo del país; de otro no hubiese podido


soportar los enormes gastos de Herodes. Pero, aun teniendo en cuenta su
intervención en favor del pueblo durante el hambre que sobrevino el año
25 a. C. y la reducción de algunos impuestos, eso no autoriza, sin
embargo, a considerar exageradas las quejas del pueblo presentadas en
Roma después de su muerte. Además de los mencionados gastos dentro
del país, tenía otros en el extranjero; éstos eran aún mayores y no
redundaban en provecho del Pueblo. Oímos hablar de donaciones, de
edificios utilitarios y de construcciones de lujo, a veces de gran
envergadura, que fueron a parar a las siguientes islas y ciudades
extranjeras: islas de Quíos, Cos, Rodas; ciudades (de Laodicea, Trípoli,
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Biblos, Beirut, Sidon, Tito, Ptolemaida, Escalón, Nicópolis, Olimpia, Esparta,


Atenas, Pérgamo, Antioquía y Damasco.

Ante estos hechos tenemos que creer a Josefo, quien afirma que la
característica fundamental de la personalidad de Herodes era una
insaciable ambición; ésta era el móvil de su conducta llena de
ostentación. Los relativamente soportables tributos y derechos de aduana
solo podían cubrir una pequeña parte de los gastos. Mucho más debe los
regalos (a Herodes, a sus parientes y amigos, así como los recaudadores o
arrendatarios de los impuestos y a sus subordinados), las confiscaciones de
bienes y los impuestos extraordinarios. Amargas son las quejas del pueblo
sobre la tiranía de que fueron víctimas comunidades enteras, sobre el
despilfarro del dinero de un pueblo estrujado hasta la sangre. Herodes a su
muerte, según se lee en Josefo, había dejado tras sí un pueblo totalmente
empobrecido, con la moral resquebrajada e impasible a toda desgracia. Si
tenemos en cuenta, además de los enormes gastos, que Herodes, tras su
subida al trono, era tan pobre que tuvo que mandar refundir las joyas de su
propiedad para obtener dinero en metálico, y que, poco después, no
obstante, disponía de muchos medios, daremos crédito, en lo esencial, a
las quejas contra él formuladas.

El etnarca Arquéalo no trató mejor al pueblo; fue depuesto y


desterrado el año 6 d. C. por el emperador Augusto a causa de su
crueldad, y sus bienes fueron confiscados.

Agripa I heredó de su abuelo Herodes el amor a la fastuosidad; era


tan derrochador, que no le alcanzaban los ingresos de su gran reino. Pero
no tenemos de quejas contra él; al contrario, debió de ser querido por el
pueblo. Efectivamente, no parece haber cubierto sus excesivos gastos
estrujando demasiado al pueblo, sino contrayendo deudas. Ya ant es de
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ser rey había contraído grandes deudas en los más diversos lugares; en un
caso se trataba de una deuda que sobrepasaba el millón de dracmas
áticas de plata. Cuando fue rey mantuvo este método de adquirir dinero.

En la época de la dominación romana (6-41, 44-66 d. C.) las cargas


fiscales permanecieron probablemente las mismas; es decir, las de la
provincia de Judea habrán ascendido a 600 talentos. En el año 66
recaudaron las autoridades de Jerusalén 40 talentos de impuestos
atrasados; en el caso de t ratarse del impuesto anual correspondiente a la
toparquía de Jerusalén, sería eso una confirmación, pues esa suma
equivaldría a los impuestos, sin los derechos de aduana, que
corresponderían a la más importante de las once toparquías. Tácito nos
hace saber hasta qué punto las tributaciones resultaban onerosas: el año
17 d. C. las provincias de Siria y Judea pidieron una reducción de los
tributos. Durante el asedio de Jerusalén, en el año 70 d. C., la negativa a
pagar los impuestos es, según B. j. V 9,4, § 405, la única causa de la guerra.
Esto, dicho de esa forma, es falso; pero es indicativo de la importancia que
tenían los impuestos. Es totalmente imposible valorar los regalos y sobornos
que había que dar a las autoridades y a los servicios administrativos. «No
molestéis a nadie ni denunciéis en falso, sino contentaos con vuestra paga»
(Lc 3,14); así exhorta Juan el Bautista a los soldados en su «predicación
social». Mateo menciona un caso de soborno de los soldados romanos de
Jerusalén (Mt 28,12). El general Claudio Lysias, jefe de la plaza de
Jerusalén, obtuvo la ciudadanía romana por soborno o compra (Hch
22,28). La corrupción se extendía hasta los más altos puestos. No hay más
que ver las numerosas quejas contra la venalidad de los procuradores: se
hace un reproche a Pilato; Félix mantiene a Pablo en Cesarea con la
esperanza de obtener dinero (Hch 24,26); pero es sobre todo Josefo quien
más cosas cuenta en este aspecto.

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