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HIPÓLITO DE ROMA Y EL RITUAL DE ORDENACIÓN

En el siglo III aparece la Traditio Apostó lica de Hipó lito de Roma, el ritual má s antiguo de
Occidente, en el que el concepto del ministerio toma un rumbo nuevo y la idea del sacerdocio
ocupa un lugar prominente. Escritor romano, probablemente de origen egipcio, vinculado a la
escuela de Alejandría, que conoce los elementos litú rgicos orientales, presbítero en Roma y que,
con ocasió n de la mitigació n de la penitencia otorgada por el papa Calixto, se separó de la Iglesia y
se hizo ordenar obispo por los suyos, siendo el primer papa cismá tico de la Iglesia. Desterrado a
Cerdeñ a junto con el papa Ponciano, abdicó de sus pretensiones papales, murió má rtir.
Las fó rmulas litú rgicas de la Tradició n Apostó lica, no han de ser consideradas las oficiales de la
Iglesia de Roma, porque en el siglo III todavía imperaba la improvisació n en quien presidía la
celebració n litú rgica, y fue una obra que apenas se redescubrió a finales del siglo XIX. Los que sí se
conocían eran el libro VIII de las Constituciones de los Apó stoles, el Epítome de dicho libro VIII, el
llamado Testamento de Nuestro Señ or, y las Constituciones de la Iglesia egipcia, todas
relacionadas con Hipó lito por su fuerte coincidencia doctrinal, pero compuestas en lugares
distintos y en fechas diversas. Los críticos de esta literatura, a principios del siglo XX demostraron
que todo este grupo de documentos procede de la Constitució n de la Iglesia egipcia, y que esta
obra es la misma Tradició n Apostó lica de Hipó lito de Roma (Schwartz y Connolly).
Esta obra pretende una doble intenció n: ofrecer de manera conjunta la disciplina litú rgica de la
Iglesia, y señ alar las directrices que en fidelidad a la tradició n apostó lica debe seguir toda
comunidad cristiana. Así ofrece una detallada exposició n tanto de la realidad sacramental y
eclesial del obispo como de la del presbítero y de la del diá cono.
a. El obispo, elegido por el pueblo
La Tradició n Apostó lica ofrece tres rituales. En el de la ordenació n del obispo pone de
manifiesto una teología sobre el episcopado. Antes de la ordenació n ha tenido que ser elegido el
ordenando, con la participació n del pueblo en la elecció n de los ministros. Si bien, el pueblo tiene,
segú n Clemente, participació n en la elecció n de quienes han de ser enviados, no es el pueblo quien
envía ni quien constituye al enviado, porque la autoridad con que han sido revestidos los
ministros no les ha sido conferida por el pueblo, por eso tampoco el pueblo puede deponerlos. A la
Iglesia entera le corresponde prestar su asentimiento en la elecció n, y a los ministros ya enviados
compete en exclusiva constituir y enviar por la ordenació n a los nuevos ministros. Esta distinció n
entre constituir a los ministros por los ministros desde la continuidad de la misió n, y participar en
el consentimiento de la Iglesia para elegirlos, es fundamental tanto para ofrecer una recta exégesis
de los textos de Clemente y de Hipó lito, como para comprender que la categoría teoló gica de la
misió n es la que imperaba en la patrística a la hora de establecer la fundamentació n del ministerio.
Apoyados en estas categorías teoló gicas, con el correr de los tiempos, se fueron fijando normas
y requisitos, a tenor de los cuales se había de proceder en la elecció n de los ministros. La
Didascalia, por ejemplo, ofrece una amplia gama de condiciones para quien tenga que ser
ordenado obispo: unas de índole física (edad, no menos de cincuenta añ os); otras de tipo
intelectual (hombre instruido; y sobre todo de cualidades morales (idó neo para ejercer tal
ministerio y probado por el pueblo). El capítulo VIII de las Constituciones de los Apó stoles
describe con solemnidad litú rgica el ceremonial de la ordenació n del obispo y, formando parte del
mismo, aparece claramente formulada la necesidad de que haya sido elegido por el pueblo.
La Didascalia Ará biga aporta también alguna novedad legal en relació n con la ordenació n del
obispo: elegido por todos, segú n la voluntad del Espíritu Santo; que no tenga mancha, que sea
casto, santo, manso, bondadoso, no preocupado por lo suyo, vigilante, no interesado por el dinero,

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irreprensible, no batallador, sino misericordioso, amante de los pobres y buen conocedor de los
misterios de Dios, que no apetezca lo que es de este mundo, dispuesto a toda obra piadosa... Y que
todo el pueblo y el clero testifiquen a favor suyo, y que los obispos presentes le impongan las
manos.
En la Tradició n Apostó lica aparece claramente determinado el rito de la imposició n de las
manos como medio de ordenació n ministerial: “Estén todos en silencio, orando en el corazó n por
la venida del Espíritu Santo”. Dentro de este denso ambiente de oració n silenciosa, uno de los
obispos es invitado a que ordene al nuevo elegido, imponiéndole las manos y recitando la gran
plegaria consecratoria. Para Hipó lito, el obispo es, por la recepció n del Espíritu Santo, el sacerdote
por antonomasia, el que ha recibido el Espíritu Santo como el Espíritu Principal y por ello goza de
la primacía sacerdotal. Ministerio sacerdotal que ha de ejercer bá sicamente en la funció n litú rgica.
Se puede decir que, en la concepció n de Hipó lito, ser sumo sacerdote y sumo liturgo son dos
términos unívocos que expresan la realidad eclesial del obispo. Mediante el culto de adoració n y
de propiciació n del sacrificio eucarístico, el obispo honra a Dios y obtiene de Dios el perdó n para
los pecados de su pueblo.
b. El lugar del presbítero
Para el rito de ordenació n del presbítero segú n el ritual de ó rdenes, hay que atender a estos
tres momentos distintos: a) participació n del presbítero en la ordenació n del obispo; b)
concelebració n del presbítero con el nuevo obispo, y c) ordenació n del presbítero. En cuanto a la
ordenació n del presbítero, se indica que sobre el ordenando impone las manos el obispo y que
todos los presbíteros asistentes las imponen también. Hay una imposició n de manos colectiva, en
virtud de la cual se expresa un doble efecto: que el nuevo ordenado ha quedado incorporado al
presbiterio, al haber recibido de Dios el Espíritu de la gracia y del consejo de los presbíteros, y que
el presbítero tiene por finalidad ministerial ayudar al obispo en el gobierno del pueblo de Dios, tal
y como se deduce del símil establecido entre Moisés, figura del obispo, y sus colaboradores,
representados por los presbíteros. El ministerio que se encomienda al presbítero es un servicio de
colaboració n con el obispo en la guía y direcció n de la comunidad. Todo el colegio presbiteral
comparte, bajo la tutela del obispo, la responsabilidad de conducir y animar la vida de la
comunidad cristiana. Esta corresponsabilidad queda expresada en el gesto colectivo de la
imposició n de las manos con el cual los presbíteros se solidarizan con la acció n eclesial del obispo
al ordenar al nuevo presbítero.
A tenor del rito de ordenació n propuesto por Hipó lito, el presbítero es un colaborador del
obispo, con lo que se establece una nítida distinció n entre el obispo y el presbítero. Esta distinció n
está sacada de la misma letra del ritual de Hipó lito, pues la diferencia entre el rito de ordenació n
del obispo y del presbítero es muy notable. El obispo recibe directamente el Espíritu como Jesú s y
como los Apó stoles; en cambio, los presbíteros, segú n la letra del mismo texto litú rgico, lo reciben
por participació n, como los ayudantes de Moisés recibieron el que éste poseía. Schillebeeckx
escribe que, a partir de Tertuliano, Cipriano y sobre todo de Hipó lito la gradació n en el sacerdocio
se va expresando poco a poco mediante expresiones fijas, con lo que entra en la terminología
teoló gica y canó nica la fó rmula sacerdote de segundo grado, «sacerdos secundi ordinis».

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