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Este capítulo gira en torno a la pregunta por los saberes disciplinares. Comienza con una
apelación a una referencia directa a la tradición de una disciplina escolar y a sus saberes
didácticos. Retorna a ese modo de hacer, una configuración didáctica, caracterizada por un
trabajo que está centrado en el conocimiento metalingüístico por sí mismo y no en su
articulación con prácticas de lectura y escritura. Estas prácticas talleres suponen una
transformación del trabajo en el aula y una renovación en lo que se entiende por conocimiento
de la lengua y literatura. La idea de este cambio requiere la necesidad de explicitar aspectos
silenciados en los que refiere a los contenidos para la enseñanza, por lo que cada cierta
cantidad de años es necesario hacer un reajuste en donde los conocimientos escolares estén al
día con los conocimientos científicos actualizados.
Una visión sobre la lengua conlleva una visión sobre el mundo, la sociedad, los sujetos y los
modos en que se puede enseñar esa lengua. La concepción más difundida es la lengua como
comunicación dando lugar al enfoque comunicativo donde se debe poner a disposición de los
profesores aquellos conceptos y marcos teóricos que ingresarán directamente en la
construcción de la propuesta didáctica, recurriendo además a teorías y reflexiones explicativas
dentro de las cuales se dan estas transformaciones del contenido de la enseñanza de la lengua.
Esta discusión sobre los saberes escolares en relación a la lengua suponen resolver la relación
entre lo viejo y lo nuevo en el marco de esta renovada construcción teórica – metodológica.
Para que el cambio en el plano de lo didáctico se produzca no alcanza con la actualización de
saberes de la disciplina lingüística. La concepción de la lengua como comunicación ha
propuesto un horizonte acotado sobre las relaciones entre lenguaje y uso, lenguaje y
contexto, lenguaje y subjetividad y lenguaje y escuela. Estas teorías y prácticas didácticas
muestran el conflicto y las relaciones de poder que el uso del lenguaje conlleva y omiten
dimensiones constitutivas del lenguaje relacionado con el pensamiento, construcción del
conocimiento y de subjetividades.
Las políticas educativas y lingüísticas actuales deben atender al fracaso escolar y a exclusión
educativa, postulando una enseñanza de la lengua y literatura que se muestre aceptable a la
diversidad de los contextos parte constitutiva de la construcción teórica y metodológica de la
didáctica de la lengua. En la observación de escenas de enseñanza en la escuela nos permite
reconocer esas prácticas dentro del aula que son realizadas por los alumnos, lectura, escritura,
uso del lenguaje oral y reflexión sobre sus producciones. Estos cambios de paradigmas
lingüísticos y de objeto de enseñanza no garantizan un cambio en las prácticas. El
conocimiento escolar sobre la lengua y la literatura propone un recorrido de construcción
histórico, no existen innovaciones desde la nada, sino un entramado de historias previas.
Una mirada sobre este conocimiento escolar que haga hincapié en las prácticas habrá de
acercarse a lugares donde ese conocimiento posible es objeto de mediación de un profesor, de
sus decisiones de recorte, construido por un grupo de estudiantes determinado. Es necesario
reconocer esa especificidad en los modos en que se construye o se quiere construir las
propuestas didácticas en relación a ese objeto particular.
Desde esta fecha de la reforma se ha avanzado con algunos conceptos recortados. En los años
`80 se produce un momento crítico, se produce un desplazamiento de las prácticas de lectura
reemplazada por un metadiscurso literario reductivo donde la escritura era un simple adorno
de lo sobre impreso. Contra este modo opresivo de leer surge la actividad del lector, de la
lectura como práctica posible en la escuela: placer por la lectura, trayendo a la escuela aires
nuevos y superadores de la memorización o el llenado de un cuestionario. La misma necesita la
intervención del profesor, lector experto. Leer literatura es parte de un legado cultural que la
escuela trasmite y garantiza y este es el sentido que tiene la intervención docente.
Y ya el último año (6°) tuvimos una suplente recién recibida, las clases eran más dinámicas y se
prestaban al diálogo, no sólo trabajábamos la lectura y escritura, sino también comenzamos a
realizar representaciones de distintas obras, las primeras que hacíamos, todo una novedad. Ya
no se tenía temor al docente, trabajábamos interactuadamente.