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Amar lo que no es amable.

Sobre el modo en que la virtud de la esperanza ayuda a la virtud de la caridad en el acto de


amar lo que no es amable en mí y en mis hermanos.
Al considerar al sujeto moral cristiano en su dinamismo virtuoso, podemos ver cómo en su
actuar moral se da una sinergia entre las potencias del hombre y la gracia divina que le
permiten a éste peregrinar hacia la Bienaventuranza eterna. En este organismo virtuoso que es
la vida moral cristiana cooperan por un lado la inteligencia y la voluntad del hombre junto con
los dones que el Espíritu Santo derrama para que pueda avanzar por el camino de la santidad,
y por otro lado cooperan entre sí las diversas virtudes que el hombre pone en acto.
En esta presentación me propongo mostrar un modo concreto en que se relacionan dos de
estas virtudes, la esperanza y la caridad, en el acto de amar aquello que no es amable tanto en
la persona misma como en el prójimo.
1. La esperanza abre el horizonte del amor.

En primer lugar debemos decir que la virtud teologal de la esperanza se apoya en una
estructura antropológica fundamental como es el deseo de felicidad. Toda persona está
movida por su voluntad, en tanto apetito racional que tiende al bien, a buscar aquello que
colme la sed que encuentra en sí misma. Y esta saciedad sólo puede hallarla en el Bien:
primero alcanzando bienes finitos, los cuales, ensanchando el deseo, mueven a la persona a
buscar Aquel Bien absoluto que colma de plenitud el corazón humano. Éste deseo del bien
para uno mismo, conocido como concupiscencia o amor de deseo, se transforma en el motor
incipiente de la esperanza la cual mueve al hombre a la consecución del bien esperado, que es
siempre futuro, arduo y posible.
Pero, siendo la esperanza una virtud teologal, pone al hombre en relación directa con Dios: no
con un dios abstracto o incognoscible, sino como un Dios personal, con un rostro concreto. De
esta manera, la esperanza teologal permite al hombre traspasar aquel primer amor de deseo
(que busca sólo el bien para sí, y que considera a los bienes como simple medio y a Dios sólo
como dador de los bienes que lo satisfacen), hasta llegar a un amor de benevolencia o de
amistad. Porque esperando recibir algo de Dios, el hombre se encuentra con él y descubre que
en su inmensa bondad debe ser amado por sí mismo. Este amor nuevo puede ser alcanzado
por el hombre gracias a la virtud de la esperanza, que permite poner la mirada en las manos
providentes de Dios, cuya omnipotencia misericordiosa alcanza a todas sus creaturas.
2. La esperanza acerca el corazón hacia el objeto del amor.
En segundo lugar se nos presenta la cuestión del objeto del amor. La virtud de la caridad es
aquella por la cual amamos a Dios por sí mismo y a nosotros mismos y al prójimo por amor de
Dios. Pero esta definición puede resultar árida si nos se nos permite comprenderla en
profundidad.
La caridad reside en la voluntad humana, y busca a Dios en tanto Sumo Bien. Por ello Cessario
dice que nuestro amor se dirige en primer término a Dios, y luego a todas las creaturas en
tanto participan de la bondad divina. Pero para conocer lo Bueno y acercarnos a ello, vienen
en auxilio de la caridad las otras dos virtudes teologales. Me permito aquí aplicar el
razonamiento que el mismo autor utiliza a la hora de explicar cómo la esperanza da una nueva
naturaleza al hombre: así como la fe proporciona al hombre la certeza cognitiva de que Dios
ofrece la salvación a todos los hombres, la esperanza proporciona la certeza afectiva por la
cual el hombre virtuoso se adhiere con una confianza madura a Dios, quien en su
omnipotencia misericordiosa concede a los hombres la participación en su propia bondad y da
los auxilios necesarios para que éstos alcancen la salvación ofrecida. Mutatis mutandis así
como la fe permite al hombre conocer la bondad inefable de Dios (por la cual debe ser amado),
la esperanza lanza al hombre encendiendo el deseo de alcanzar aquel Rostro de misericordia
que la fe le ha mostrado. Es decir, mientras que la fe ilumina la inteligencia para conocer al
amado, la esperanza motiva a la voluntad para buscarlo con la certeza de que es alcanzable.
Apliquemos ahora el mismo razonamiento con respecto al amor a sí mismo y al prójimo. La fe
nos revela que somos creaturas de Dios, y por lo tanto participamos de su bondad. Además
nos revela que no sólo participamos de aquella bondad originaria sino que en su designio
redentor, el mismo Dios viendo nuestra fragilidad y nuestro pecado decidió renovar todas las
cosas por la Sangre de Jesucristo. La fe descubre al hombre que tanto él mismo como su
prójimo son amables. Y es la esperanza la que mueve al hombre a amarse no sólo en cuanto
amado por Dios y a amar al prójimo por el mismo amor, sino que lo mueve también a amarse a
sí mismo y a amar al prójimo en cuanto peregrinos, en potencia de una participación mayor en
la communicatio beatitudinis que brota del amor divino. Este punto es la clave para
comprender lo que se desarrollará a continuación.
3. Amar en la esperanza lo que no es amable.
Nuestra voluntad se dirige al bien, y en la caridad amamos en primer lugar a Dios que es en sí
mismo la Bondad. Esto no debería, en términos teóricos, implicar dificultad para nuestra
voluntad: ¿qué puede atraernos más que el Bien en sí mismo? Pero descubrimos que en el
camino de la amistad con Dios nos es necesario avanzar por el camino del conocimiento de
este Amor que se nos revela. En este camino, como decíamos en el apartado anterior, nos
auxilian la fe y la esperanza.
Ahora bien, a la hora de amarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo descubrimos una
nueva dificultad. Porque no sólo necesitamos conocernos y conocer a nuestro prójimo para
poder amarnos y amarlo, sino que al entrar en este camino de conocimiento descubrimos en
nosotros y en los demás aspectos que no resultan amables. Los hombres no somos toda
bondad como lo es Dios en sí mismo. Además de nuestro lado amable encontramos defectos,
límites y nuestra fragilidad que nos hace caer en el pecado. Nadie duda en amar lo amable,
pero ¿cómo amar lo que no es amable? Amándolo en la esperanza.
La esperanza nos ayuda a amar lo que no es amable porque levantando nuestra mirada
ilumina nuestra realidad personal y la de nuestros hermanos en la perspectiva de la
misericordia de Dios, de su acción providente y de su victoria escatológica.
Cuando, por la esperanza, entramos en relación de amistad con Dios, que es un Dios personal y
que nos ofrece su salvación como amistad, la mutua amatio que supone esta relación nos
permite conocerlo, amarlo y seguirlo. Y como la caridad perfecciona al hombre y a sus obras,
vamos siendo transformados por este amor que dirigimos a Dios, y esta transformación
consiste en una progresiva imitación del amor divino que se nos ha manifestado en Jesucristo.
Así podemos comenzar a ver la realidad con su mirada, hasta alcanzar sus mismos
sentimientos. Por ellos pueden resultarnos realmente amables aquellos aspectos de nuestra
vida y de la vida de nuestro prójimo que no resultan amables para el mundo. Porque si Dios,
que es la Bondad, ama nuestra fragilidad hasta dar la Vida, con su testimonio y con su gracia
nos llama a amar la misma fragilidad por la que él obra la salvación. No lo digo sin dificultad, mi
naturaleza se rebela: ¿por qué debo amar lo que no es amable? ¿debo amar la fragilidad
humana? ¿por qué no sólo decir que debe amarse a la persona en su totalidad? Porque donde
abundó el pecado, sobreabundó mucho más la gracia. Y como canta el himno “Oh, Cruz fiel”:
Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la vida
y que el amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena
y la salud naciendo de la herida.
Además la esperanza que centra su atención en la omnipotencia misericordiosa de Dios abre
nuestro amor mostrándonos que, hasta el día de nuestra muerte, nosotros y nuestros
hermanos estamos en potencia de una mayor participación de la bondad divina. Entonces,
todo aquello que no es amable puede aún ser transformado por la gracia. Porque siendo
dramática nuestra libertad, no sólo debemos poner la atención en la posibilidad de no alcanzar
la Bienaventuranza a causa de nuestras obras, sino que en primer lugar debemos gozar de la
Buena Noticia de que por la ayuda de la gracia, sí podemos alcanzar la Bienaventuranza si
somos dóciles a ella. Sin olvidar que no todo será transformado en esta vida como nosotros
quisiéramos. Porque comprender también esto, es parte de la maduración de la esperanza que
se alcanza, como nos decía Benedicto XVI en Spe Salvi, en la oración, en la acción y en el
sufrimiento, y en la contemplación de aquel juicio misericordioso que nos aguarda.
La esperanza nos ayuda a amar lo que no es amable, porque nos hace confiar concretamente
en Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Germán R. Bovino
07.03.18

07.11.18 – DEBERÍA CORREGIRLO, DE MODO TAL QUE EL AMOR NO QUEDE SÓLO


DIRECCIONADO HACIA LO QUE YO Y MIS HERMANOS NO SOMOS AÚN. LA PROPUESTA PARECE
LIMITARSE A DECIR QUE SE AMA LO NO AMABLE, EN CUANTO ESTÁ EN POTENCIA DE HACERSE
AMABLE. SIN EMBARGO, ES LA SANGRE DE CRISTO LA QUE TRANSFORMA REALMENTE
NUESTRA INDIGENCIA, Y NO PORQUE NOSOTROS NOS ESFORCEMOS EN SER DE OTRA
MANERA. POR PURA GRACIA FUERON SALVADOS.

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