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o b s e q u i
o
Cambiaría un tapiz antiguo
que trae
J A R D I N E R A D E M I B E S O
MARTÍN ADÁN
“La casa de cartón”
(Fragmento)
Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces,
en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de
la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío que era como una
penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto,
oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce
idiomas, con acechos de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me
decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de
monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata
del pecado mortal.
Mi primer amor se iba de mí, espantada de mi socialismo y mi tontería. «No
vayan a ser todos socialistas…». Y ella se prometió darse al primer cristiano
viejo que pasara, aunque éste no llegará a los doce años. Sólo yo, me aparté
de los problemas más sumos y me enamoré verdaderamente de mi primer
amor. Sentí una necesidad agónica toxicomíaca, de inhalar, hasta reventarme
los pulmones, el olor de ella; olor de escuelita, de tinta china, de encierro, de
sol en el patio, de papel del estado, de anilina, de tocuyo vestido a flor de piel.
–Olor de la tinta china, flaco y negro; –casi un tiralíneas de ébano, fantasma de
vacaciones… Y esto era mi primer amor.
Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con la dentadura
perdida, con trenzas de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin
ideas, demasiado futura, excesivamente femenina… Fui rival de un muñeco de
trapo y celuloide que no hacía sino reírse de mí con una bocaza pilluela y
estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles.
Tuve que decir un sinfín de cosas perfectamente indecibles. Tuve que salir bien
en los exámenes, con veinte –nota sospechosa, vergonzosa, ridícula; una
gallina delante de un huevo. –Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas.
Tuve que oírla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y
sabores. Mi segundo amor me abandonó como en el tango. Un malevo…
Mi tercer amor tenía los ojos lindos y las piernas muy coquetas, casi cocotas.
Hubo que leer a Fray Luis de León y a Carolina Invernizzio. Peregrina
muchacha, no sé por qué se enamoró de mí. Me consolé de su decisión
irrevocable de ser amiga mía después de haber sido casi mi amante, con las
doce faltas de ortografía de su última carta.
Mi cuarto amor fue Catita.
Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi
en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a
perro mojado, a ropa interior, a pan caliente, olores superpuestos y en sí
mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las tortas,
jengibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía de ella una verdadera
tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia… Mi primer pecado mortal…
CÉSAR VALLEJO
“Poema XVIII”
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
“Poema LXI”
Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.
“Masa”
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tánto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.