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escrita, esta forma de contar -el relato oral- era el único modo posible de que quienes ni
habían visto u oído algo directamente tuvieran noticia de ello. Y aun mucho tiempo
después de que la humanidad conquistara la escritura, incluso mucho después de
inventada la impresa, en las sociedades no alfabetizadas la palabra hablada ha seguido
siendo el único medio para transmitir desde los cotilleos mas triviales hasta los
acontecimientos de mayor transcendencia. Algunas de las grandes narraciones que hoy
consideramos clásicas tienen en su origen este carácter oral, y por vía oral se difundieron
en un primer momento.
En realidad, otro tanto sucede en las sociedades alfabetizadas. Todavía hoy -cuando
existen tantas formas de comunicación basadas en otros medios, además de la imprenta-
el relato directo, oral en sentido inmediato, sigue siendo la forma mas frecuente de
comunicar las cosas que suceden: cualquiera que viva en un pueblo o en un barrio sabe
que las noticias vuelan, y que enseguida se entera todo el mundo de lo que ha hecho el
vecino. Y aunque tendemos a pensar que ese gusto por lo que llamamos chismorreo, la
tendencia a contar y comentar, es algo privativo de los núcleos pequeños, lo cierto es que
se trata de una afición común a todas las esferas sociales.
El hecho es que los hablantes nos pasamos la vida contando cosas. Una parte muy
significativa de las conversaciones cotidianas consiste en relatarnos los unos a los otros lo
que hacemos, lo que hemos visto, lo que alguien a su vez nos ha contado… (observas un
poco: escuchad en casa, en los bares en el autobús, y comprobareis que la conversación
diaria está llena de preguntas acerca de lo que acontece, y de las respuestas
correspondientes). Vista desde este ángulo, la actividad de narrar se presenta como
una dimensión, entre otras, de los usos diversos para los que empleamos el
lenguaje humano. Y podemos añadir que se trata de un uso frecuentísimo, y tan
universal como esa capacidad misma, común a toda la humanidad, a la que llamamos
lenguaje.