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RESUMEN

#9
Jorge Luis Marcano Pérez, EC-46-13177

El comienzo del siglo XX fue muy turbulento debido a una serie de cambios y eventos que se estaban
experimentando en todo el mundo. Por un lado, las innovaciones tecnológicas empezaron a cambiar aún más
el panorama social con los nuevos inventos; las nuevas ideas en los campos de la filosofía, psicología y el recién
creado psicoanálisis moldearon la autoconciencia de las personas, viendo la naturaleza humana aparentemente
dominada por fuerzas internas y sociales de las cuales no estaban muy conscientes y que chocaban con el
pensamiento romántico; Estados Unidos, se convirtió en una potencia mundial y siguió recibiendo un gran flujo
de inmigrantes europeos que causó choques sociales con las comunidades afrodescendientes, las cuales se
fueron desplazando y segregando, creando así una cultura urbana afroamericana que tendría repercusiones en
la música, puesto que ésta era vista como una fuerza cultural; en el mundo del arte, surgió una tendencia a
desafiar la estética tradicional, a menudo valorando la originalidad, el contenido y capacidad del expectador de
interpretar una obra por encima del sentido de la belleza o para complacer gustos.

Como hemos visto hasta ahora, la brecha cada vez más ancha entre música clásica y popular se hizo muy notoria
en esta época. Las bandas de metales fueron una de las principales escuelas musicales de las comunidades
negras, dando como resultado la introducción de elementos propios del folclor musical de su natal África. El
género conocido como ragtime fue uno de los productos derivados de esta interculturalidad. Ésta música se
caracteriza por tener un bajo regular y un ritmo sincopado por encima, que recuerda la riqueza rítmica propia
de la música africana. En la escena de la música académica, el repertorio clásico dominó las salas de concierto
más que nunca, lo que llevó a los compositores vivos a luchar contra los grandes del pasado y crear estilos
propios que se distingan y que sean dignos de interpretarse junto a las obras maestras. Esto llevó la armonía a
nuevos niveles, con algunos compositores evadiendo la tonalidad y decantándose por un sistema postonal
mientras otros expandían los límites de la tonalidad. Richard Strauss fue el pionero en este desafío a la
tonalidad, introduciendo en sus óperas disonancias tan brutales y temerarias que serían de gran influencia para
los compositores posteriores. Si bien su música también cuenta con pasajes tonales y diatónicos, con este
tratamiento de la armonía Strauss a menudo expuso la dualidad de la disonancia y la consonancia, la estabilidad
e inestabilidad, buscando en un sentido retórico provocar emociones específicas en el expectador. Por otro
lado, Gustav Mahler, el sinfonista más importante después de Brahms y Bruckner, revisitó y enriqueció el
género de la sinfonía y del lied, escribiendo lieder sinfónicos. Demostró gran imaginación al conjugar elementos
de la música del pasado con ideas muy personales y amplió la instrumentación orquestal a límites desconocidos
hasta el momento, tanto en originalidad como en cantidad de músicos e instrumentos.

En Francia, Claude Debussy creó un estilo muy original tras haberse inspirado en la música de Wagner y en
compositores rusos, asímismo como en la música asiática y medieval, adoptando sistemas de escalas
pentatónicas, octatonales y de tonos enteros que convergieron en una música donde la disonancia no
necesariamente se resolvía. La música de Debussy buscaba representar un sentimiento, una escena o una
imagen apoyándose en los antiguos ideales franceses de elegancia, buen gusto y sensibilidad. Su énfasis fue en
el sonido, por lo que sus armonías influyeron mucho en los compositores de música moderna y en la música
popular de Estados Unidos. Maurice Ravel desarrolló un estilo por el cual fue etiquetado de impresionista, al
igual que Debussy, y es por esto que son comúnmente comparados. Pero a diferencia de Debussy, la música de
Ravel sí buscaba resolver las tensiones armónicas, reelaborando cadencias que crearon nuevas sonoridades; la
gógica del idioma francés se refleja en su catálogo de obras, reproduciendo la sensación de no pronunciar las
últimas sílabas de las palabras.

Con el mayor acceso a información, muchos compositores se inspiraron en elementos nacionales de otros
países y la música hispana tuvo su adeptos en Europa, sobre todo en Francia con Ravel y Bizet. En España,
Manuel De Falla buscó rescatar la tradición musical española, adoptando elementos del folclor tradicional y
proyectándolo al público local para lograr un espacio en el repertorio clásico internacional. En Inglaterra, Ralph
Vaugham Williams y Gustav Holst buscaron rescatar las raíces de la música británica tras siglos de influencias
extranjeras, inspirándose en piezas folclóricas tradicionales, en himnos provenientes del repertorio
protestante y en la armonía modal de compositores ingleses del siglo XVI. En los pueblos de Europa del este,
bajo los Imperios Austro-Húngaro y Ruso, buscaron resaltar su tradición folclórica. El compositor checo Leoš
Janáček recopiló música de su natal Moravia y estudió la música campesina y las inflexiones del idioma, creando
obras corales en checo y una música muy original y nacionalista. Finlandia, como parte del Imperio Ruso hasta
poco antes de la segunda década del siglo y con influencias suecas desde varios siglos atrás, vió en Jean Sibelius
una figura que exaltaba el nacionalisto finlandés, inspirado en el folclor local, al igual que sus homólogos en el
resto de Europa. Sibelius creó un lenguaje musical propio al utilizar melodías modales y procedimientos de
composición novedosos, pero finalmente no se rindió a la postonalidad, sino que su música siguió siendo
diatónica y tonal, por lo que no fue muy bien recibida en Europa. En Rusia, Sergei Rachmaninoff y Aleksandr
Skriabin no se basaron en el nacionalismo ruso para la composición de sus obras sino que buscaron desarrollar
su propia voz, el primero de una forma virtuosa y muy apasionada, mientras que el segundo se decantó por el
cromatismo, la unión de texturas, las figuraciones irregulares y singulares, dando como resultado un idioma
muy propio muy alejado de la armonía tonal tradicional.

Las ideas que discurrían por los círculos intelectuales y artísticos de la época, como ya se mencionó, buscaron
alejarse de los mimos estéticos que se han ido dando hasta ese punto de la historia, con la intención de crear
un arte subversivo que retara los ideales estéticos tradicionales. De esta forma surgió un movimiento
vanguardista que buscó distanciarse de los estilos clásicos y abrazar la modernidad. Erick Satie fue el primer
compositor vanguardista que luchó abiertamente contra las tradiciones clásicas, sugiriendo un rescate a la idea
de música para el deleite del intérprete, agregando el elemento individualista, que sería muy común en la
sociedad en los años y décadas siguientes. Su música era particularmente sencilla en ritmos y sus armonías
mayormente modales.

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