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El tono hace la canción Análisis

Por: Piedad Bonnett. 24 Sep 2017 - 12:05 AM El Espectador. Sección Opinión

Sorprende la cantidad de gente que en las redes o donde puede, bien sea amparada en el anonimato o con ganas de

figurar, se dedica a postrar al prójimo a punta de ofensas; y sorprende también que haya quien se atreva a defender

el insulto, esa forma de descalificar, ofender y humillar a alguien. Es verdad que, como las llamadas “malas

palabras”, el insulto es un recurso del idioma; pero mucho va de un “bobo” gritado a tiempo al motociclista que nos

cierra, a espetarle “descerebrado” a aquel que opina distinto, “maricón” al homosexual, o “violador” a quien no lo

es, pues esto ya no sólo es insulto sino calumnia.

Olvidan los que festejan el insulto —y en un país donde se pasa fácilmente del agravio verbal a la agresión física—

que este es una forma de violencia, y que de él se nutren las riñas que terminan en muerte, la violencia intrafamiliar,

el matoneo y los consultorios psicológicos que atienden personas heridas para siempre por la palabra o la frase

dicha por un padre, un maestro, un compañero de colegio.

Otra cosa es usar el ingenio y la ironía para dar una elegante estocada. Hay un famoso diálogo entre George

Bernard Shaw y Churchill, quienes supuestamente estaban enemistados; el dramaturgo le envía al político una

esquela que dice: “Te envío dos boletos para la primera noche de mi nueva obra. Lleva un amigo… si es que tienes

alguno”. Y Churchill, con el humor que lo caracterizaba, le contesta: “Definitivamente no podré asistir la primera

noche, pero asistiré a la segunda… si es que hay”. También es verdad que celebramos los insultos literarios

—“hombre con hígado de leche” le dice un personaje a otro en Rey Lear—, pero esos no son otra cosa que

malabares verbales, ingeniosos y divertidos, que pretenden efectos cómicos o dramáticos y que nos harían parecer

ridículos si los usáramos en la vida cotidiana.

Lo triste del insulto imperante en las redes es que es elemental, grosero, poco imaginativo, perezoso y revelador del

alma canalla de quien lo emite. Pero, sobre todo, que es la salida fácil. De lo que es incapaz el que insulta es del

ejercicio apasionante de argumentar. Y es que hacerlo exige rigor, conocimiento y sobre todo temperancia, algo que

no rima con cabeza caliente. Y no se crea que para argumentar se necesitan tres páginas: no es fácil, pero en los 140

caracteres de Twitter también se puede hacer. El que insulta se pierde de usar el razonamiento lógico, que aspira

siempre a iluminar, a repensar lo establecido y algunas veces a incomodar a los bienpensantes. Y también se pierde

del placer del diálogo.


Es claro que a argumentar se aprende en la casa y en la escuela. Por eso mismo, tal vez la razón de que la

argumentación escasee tanto sea que en estas sociedades la verticalidad autoritaria es muy poco cuestionada, que se

tiende al endiosamiento acrítico, que se lee muy poco y que hay una tradición de tramitar los conflictos con

violencia. Por eso es importante la campaña “Bajemos el tono” emprendida por el Mintic. Una consigna, que dicha

con amabilidad y no en forma autoritaria, es ante todo una invitación a conversar.

El tono hace la canción Análisis parafrástico.

Idea central primer párrafo: Sorprende que en las redes y a través de otros medios, se manifiesten
tan fácilmente el insulto y hasta la calumnia, y que además se defienda esta práctica.

Idea central segundo párrafo: Se ignora que el insulto es una forma de violencia y que trae
consecuencias de tipo físico y moral o psicológico.

Idea central tercer párrafo: No hay que confundir el insulto con el sarcasmo, la ironía o el juego
verbal y literario.

Idea central cuarto párrafo: En vez de razonar y argumentar desde la razón, la imaginación y el
control de las emociones; es decepcionante ver que hay una tendencia a insultar y a evidenciar el
grosero, elemental y canalla que hay detrás.

Idea central quinto párrafo: Quizás la razón de la facilidad para insultar se deba a una crianza en
donde se cohíbe cuestionar y argumentar y se acude más inmediatamente y automáticamente a la
violencia.

Tesis: Es necesario fomentar el diálogo y el respeto por la opinión ajena para dejar atrás el insulto
que deviene en intolerancia y violencia en nuestra sociedad.

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