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ATEÍSMO

TENTACIÓN Y DESPERTAR PARA EL CREYENTE

1.
No estamos, es evidente, en el tiempo en que La Bruyère
podía 
escribir tranquilamente en su libro "Caracteres", en el
capítulo 11, 
titulado "Los espíritus fuertes": "Querría ver a un hombre
sobrio, 
moderado, casto, justo, decir que no hay Dios; hablaría al
menos 
sin interés alguno. Pero este hombre no existe". 
Hoy no podemos ya decir esto, ni que la causa del
ateísmo es 
una moral poco moral. Hay que tratar de comprender,
ponernos 
frente a un hecho grave y caminar a partir de ese hecho.
Es lo que 
me propongo hacer esta tarde, apoyándome, no por
precaución, 
sino por estar de acuerdo, en el Concilio, que, en la
Constitución 
"Gaudium et Spes" dice: "el ateísmo está entre los
hechos más 
graves de nuestro tiempo y debe ser examinado con
toda 
atención".
Comenzaré por ahí. La primera parte de mi conferencia
será una 
especie de diagnóstico de este hecho particularmente
actual.
A partir de este diagnóstico, examinaré primero en qué el
ateísmo 
es una tentación -para todos, para mí-; estudiaré
enseguida cómo 
esa tentación puede producir, de rechazo, un despertar
de aquellos 
que toman en serio a Dios, y en consecuencia, qué tareas
más 
urgentes se imponen a la Iglesia para que ese despertar
haga 
realidad lo que promete. Tales son, pues, los cuatro
momentos de 
este recorrido: diagnóstico, examen de la tentación,
esquema del 
despertar y tareas que en consecuencia se imponen a la
Iglesia.

I. DIAGNOSTICO DEL ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO 


El diagnóstico: evidentemente no seguiré a La Bruyère
diciendo 
que el ateísmo se explica porque los hombres son poco
generosos, 
porque no tienen temor de Dios, porque les molesta la
moral... No le 
atribuyamos más la causa a un cierto número de
corrientes 
perversas: francmasonería, comunismo, libre
pensamiento, 
racionalismo... todos "los malos, los repulsivos" que
habrían 
contaminado ideológicamente al mundo y seducido a las
pobres 
masas indefensas, quitándoles su Dios.
La cuestión es mucho más profunda. Ciertamente, no
niego que 
el ateísmo, para cada uno de los hombres que lo siguen
con una 
decisión personal, pueda estar acompañado de
culpabilidad, pero 
esto sólo Dios puede juzgarlo en definitiva. Mi intención
no es dejar 
al desnudo conciencias individuales, sino intentar
diagnosticar un 
hecho global, cultural. Creo que nos acercamos a la
verdad si 
vemos al ateísmo contemporáneo como convergencia de
dos 
corrientes: La primera, que llamaremos la mutación
cultural del 
tiempo presente. Y al encuentro de esta primera, y
reforzándola, la 
segunda, que llamaremos el debilitamiento de las
religiones. 
Convergencia que le da al ateísmo la amplitud, el
dinamismo y casi 
la pasión que, de hecho, hoy lo convierten en una
realidad tan 
importante.

1. La mutación cultural del tiempo presente 


Es tan común hablar de esto... Se trata de una mutación
cultural 
sin precedentes, sin modelo, que conduce al hombre de
hoy a un 
cierto número de constataciones e incluso de experiencias
a las que 
concede una cierta infalibilidad.
El hombre de hoy es un hombre que ha llegado a
experimentar 
que Dios explica mucho menos de lo que habíamos
creído.
Antes Dios explicaba el curso de las estaciones, el
agotarse las 
fuentes, los períodos de las mujeres, las enfermedades;
queríamos 
que Dios nos explicara directamente una cantidad de
cosas 
concernientes a las relaciones del hombre con la
naturaleza, con la 
sociedad, consigo mismo. El hombre moderno ha
experimentado 
que, para una cantidad de cuestiones dependientes de la
acción del 
hombre, no es necesario movilizar a Dios y las fuerzas
divinas: el 
hombre ha fortalecido su posesión sobre el mundo, y se
realiza lo 
que decía Descartes, y motivaba la ironía de los teólogos
de su 
tiempo: el hombre ha de convertirse en señor del
universo y de sí 
mismo.
El hombre moderno experimenta a Dios mucho menos
como 
fuente de obligación. Ya no podemos decir como
Dostoyevski: "si 
Dios no existe, todo está permitido". El hombre moderno
tiene la 
experiencia de una ética, de normas para el hombre y la
sociedad, 
aunque Dios no exista. Aunque Dios no exista, no todo
está 
permitido. Y el hombre ha adquirido una cierta autonomía
moral.
El hombre moderno siente también a Dios como menos
sensible 
al corazón. Cierta desconfianza de la subjetividad, la
exploración de 
las profundidades ha vuelto al hombre moderno mucho
más 
sensible a las mixtificaciones, ilusiones, a las
proyecciones de Dios 
que hacíamos cuando afirmábamos: «usted encontrará a
Dios en la 
profundidad de su ser, en los intervalos afectivos de la
vida, en los 
momentos de decaimiento, de crisis, en ese fondo un
poco 
tenebroso».
El hombre moderno tiene la experiencia de que Dios es
mucho 
menos útil para construir la unidad del mundo y de los
pueblos. 
Antes, se pensaba que Dios era el principio de la unidad
nacional y 
patriótica. Así el Fuero de los Españoles: "el catolicismo
es el 
principio de unidad espiritual y nacional de los
españoles". Ahora el 
hombre moderno ve que la unidad de los pueblos se
realiza en el 
plano de la declaración de los derechos del hombre en la
ONU; 
sobre la que todos los hombres, en su pluralismo, habrían
de 
converger sus esfuerzos y su buena voluntad. Dios, en
todos estos 
campos, es percibido como menos próximo, menos
presente, menos 
útil, menos necesario, todo lo cual conduce a cierto
número de 
hombres sinceros a preguntarse si Dios no fue un
producto cultural, 
si no se le inventó cuando fue culturalmente posible o
necesario. En 
consecuencia, en la mutación cultural de hoy, el hombre 
¿necesitará de Dios? Esta primera corriente hace nacer en
el 
corazón del hombre -no pronunciemos muy rápido la
palabra 
orgullo, prometeo-, una cierta pasión por el hombre; esta
mutación 
cultural proporciona al hombre una más fuerte conciencia
histórica 
de sí mismo, una conciencia de ser en adelante el dueño
de su 
destino. Así se esboza un nuevo humanismo. Podríamos
retomar, 
para expresarlo de manera poética, lo que Jean-Paul
Sartre, en un 
villancico inédito que escribió para sus camaradas de
cautividad, 
ponía en boca de los ángeles: «antes hacía calor junto a
Dios, pero 
ahora esto se enfrió; hace calor entre los hombres;
emigremos a la 
tierra». Y los ángeles, tiritando, se han refugiado entre
los hombres. 
Una parábola de la tentación inscrita en la mutación
cultural y en el 
nuevo humanismo.

2. La debilidad del testimonio de las religiones 


Segunda corriente que alimenta la convergencia donde
nace el 
ateísmo moderno: en el momento mismo, hace cuatro
siglos, 
cuando comenzaba esta mutación cultural, cuando
algunos. aunque 
tímidamente, comenzaban a aproximarse al ateísmo, las
religiones y 
el cristianismo en particular, habrían podido aceptar el
desafío 
viendo que iban a producirse sacudidas y crisis. Ante
este 
movimiento cultural del hombre, se tendría que haber
revisado su 
relación con Dios. Las Iglesias, en general, no hicieron
caso de ese 
cuestionarse moderno. El hombre de hoy en muchas
circunstancias 
ha de realizar un balance de las religiones, del
cristianismo. Las 
Iglesias y las religiones son objeto de una crítica muy
generalizada 
cuyo resultado fundamenta más aún el ateísmo. Esto es
lo que se 
dice a las religiones: si Dios parece estar muerto para
muchísimos 
hombres porque ya no lo necesitan más ¿no serán
ustedes, todos 
ustedes, los hombres religiosos y creyentes, cómplices de
esta 
muerte? ¿No habrán matado a Dios comprometiéndolo en
causas 
como las guerras santas, el sectarismo, la división, el
apoyo a los 
poderosos de este mundo, la garantía de los ricos? Al
representarlo 
como el Dios protector del orden establecido, temeroso
de la 
ciencia, que no quiere ver al hombre desarrollarse sobre
la tierra y 
tomar posesión de sí, de su dominio -porque está celoso-;
como el 
Dios que más bien sostiene el oscurantismo y que no es 
precisamente partidario de los cambios, ¿no serán
ustedes en gran 
parte cómplices de este ateísmo hacia el que nos
aproximamos 
cuando decimos "Dios parece como muerto". 
El Concilio ha tenido la lealtad de reconocerlo: Dios es el
que las 
paga, porque en el momento en que la mutación cultural
habría 
exigido un elevado testimonio de Dios y una renovación
total en lo 
concerniente al conocimiento de Dios, las Iglesias no
aportaron el 
testimonio que podría esperarse de ellas. Lejos de
detener el 
progreso del ateísmo, las Iglesias, al contrario, han
proporcionado a 
los que vacilan, nuevas razones para no interesarse en
este Dios ya 
muerto.
Hasta hace poco, hay que decirlo, en muchas encíclicas
del siglo 
XIX, la única reacción ante el ateísmo naciente era
lamentarse: ¡este 
pobre mundo, los pobres ateos! Cuando no era una
controversia 
polémica y agresiva: "condenamos el ateísmo y los
ateos", y no 
quiero citar textos que hoy nos avergüenzan, en los que
la única 
respuesta para el ateísmo naciente era decir que la lógica
de los 
ateos andaba mal, o que tenían un corazón perverso. El
concilio 
Vaticano II se pronunció de manera muy diferente,
puesto que dice: 
"También los creyentes tienen su responsabilidad. Porque
el 
ateísmo, considerado en su total integridad, no es un
fenómeno 
originario, sino derivado de varias causas, entre las que
hay que 
contar también la reacción crítica frente a las religiones y 
ciertamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo
frente a la 
religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo,
los 
creyentes pueden tener -el pensamiento profundo del
Concilio 
quiere decir: tienen; es el estilo eclesiástico)- una parte
no pequeña 
de esta responsabilidad, en cuanto que... han velado el
auténtico 
rostro de Dios más que revelarlo". Ahí está, pues,
reconocida lo que 
llamamos la segunda corriente de convergencia; la
debilidad del 
testimonio, la falta de calidad de la fe, toda la
degradación de la 
conciencia de Dios en los creyentes. En esa convergencia,
está la 
causa más profunda del ateísmo en su forma moderna.
Aquí detenemos el diagnóstico. Ahora que ya está en
movimiento 
y ha ingresado en la historia humana, sobre todo en la
occidental, 
como un hecho con calidad cultural, el ateísmo se
constituye sobre 
todo en una tentación aún para aquellos que no piensan
en él.

II. EL ATEÍSMO: TENTACIÓN PARA TODO CREYENTE 


Una tentación: me parece que hoy, a todo cristiano, este
ateísmo 
le concierne en la medida en que le concierne la mutación
cultural y 
al mismo tiempo la desazón y lasitud del testimonio
religioso de 
Dios. Pero a mi parecer, hay que distinguir dos niveles de
tentación 
posibles: distinción liberadora, pero que lo hace aún más
grave 
como problema. No podemos poner en el mismo plano lo
que 
podemos llamar ateísmo de conciencia y ateísmo de
pereza.

1. El ateísmo de conciencia 
En efecto, para algunos hombres, hoy, el ateísmo es un
problema 
de conciencia. Esto es lo serio. Se trata del ateísmo de los
hombres 
que, al hacer un balance de las religiones, concluyen con
una 
decisión contraria a las mismas. El término ateísmo con la
"a" 
privativa podría hacernos creer que el ateísmo es una
pura 
negación. Pero esos ateos de conciencia serían los
primeros en 
decirnos -Vercors se expresó así muchas veces- que no
quieren la 
negación. Lo que los define, no es ser hombres sin Dios,
sino haber 
tomado una decisión en favor del hombre distinta de
aquellos que la 
toman en favor de Dios. Se trata, pues, de una elección
que lo 
convierte en un ateísmo post-cristiano, es decir, que en
su elección 
de una determinada visión del mundo y del hombre se
incluye un 
juicio sobre todas las religiones y sobre el cristianismo. Y
no por 
no-consideración e ignorancia, sino por estar de vuelta.
Es típico 
ver a los ateos más representativos. como Jean-Paul
Sartre, 
Guéhenno, hacer referencia a su infancia cristiana cuando
hablan 
de su ateísmo. Ustedes conocen el texto preocupante de
Jean-Paul 
Sartre presentando sus confidencias en su autobiografía
"Las 
palabras": "Luego de dos mil años las certezas cristianas
tuvieron 
tiempo para demostrarse, estaban en todos, se las quería
ver brillar 
en la mirada de un sacerdote, Ia media luz de una Iglesia
y la 
claridad de las almas, pero nadie necesitaba asimilarlas 
personalmente: eran el patrimonio común... En nuestro
medio, en mi 
familia, la fe en Dios es un nombre aparatoso para
expresar la dulce 
libertad francesa" (una realidad puramente cultural)...
"Me 
bautizaron como a tantos otros para preservar mi
independencia: de 
rechazarme el bautismo, temían violentar mi alma;
católico, inscrito, 
yo era libre, normal". 
Como muchos ateos, Montherlant testimonia: "permanece
fijo en 
mi sensibilidad, un olor católico"; esto habla de olor, de
recuerdos, 
de sensibilidad, pero se está de vuelta respecto al hecho
cristiano, 
al mismo Dios, y uno se sitúa al otro lado tomando una
decisión 
contraria, pero una decisión que cree solucionar el
problema y 
superar todas las formas de búsqueda de Dios.
Para esos ateos del ateísmo post-religioso y post-
cristiano, hay 
que reconocerlo, el ateísmo tiene un valor de humanismo.
No 
constituye pura y simplemente un vacío; hoy ya no
podemos estar 
de acuerdo con el título del libro del padre Sertillanges,
en otros 
tiempos un verdadero hallazgo, "Dios o nada". No, para
estos ateos 
de hoy, si no hay Dios, no es que no exista nada. Hay
otra cosa 
totalmente distinta de Dios.

2. El ateísmo de pereza 
Por el contrario hemos de elogiar mucho menos el
llamado 
ateísmo de pereza. Es el ateísmo más contagioso. Se
apoya en el 
precedente, y no es más que una variante del
materialismo. Son 
multitudes de hombres que no tienen ya necesidad de
Dios. Antes 
fueron creyentes muy superficiales, bastante mágicos.
Utilizaban a 
Dios y le necesitaban, tenían miedo y domesticaban a
Dios para 
que respondiera a sus necesidades domésticas: conservar
las 
colonias francesas, su caja fuerte, su moral, sus
escrúpulos; 
conservar todas sus seguridades afectivas, intelectuales,
sociales o 
políticas. Hoy para todo ello, podemos prescindir de Dios.
¡Y 
prescindimos! Ningún problema. Perdemos a Dios como a
una llave 
en un bolsillo roto: era de esperar. Es como una
indiferencia, un 
materialismo, porque Dios no responde ya a ninguna
necesidad 
inmediata. Es una vieja historia: ya en el Antiguo
Testamento, 
recuerden la tristeza con que los profetas dicen a su
pueblo: 
«Ustedes se acuerdan de Yahvé cuando le necesitan, pero
ahora 
que tienen que comer, ya no se acuerdan de El". 
Los profetas proponen el remedio: sin embargo, éste
sería el 
momento de buscarle y de buscarle con más pureza, de
buscar su 
rostro y no solamente sus beneficios. Pero esta es una
historia tan 
antigua como la pereza espiritual: sólo nos acordamos de
Dios 
mientras es un producto cultural importante, mientras
está social y 
políticamente cotizado. ¡Cuántas veces Dios ha sido
utilizado así! 
Hoy, cuando Dios es mucho menos útil en todos esos
aspectos, 
cuando ya no es una necesidad doméstica, le
abandonamos, le 
dejamos, para volver en los momentos más difíciles de la
existencia, 
los momentos de crisis, cuando de nuevo tenemos
necesidad de 
una seguridad más fuerte que la del "american way of
life" o la de la 
civilización de consumo. ¿Quién de nosotros puede decir
que está 
verdaderamente a salvo de una u otra, o aún de las dos
formas de 
tentación del ateísmo? Creo que ningún cristiano puede
quedarse 
indiferente ante la posible dosis de ateísmo que puede
recibir en 
cualquier momento de su vida.

III. EL ATEÍSMO: POSIBILIDAD DE UN DESPERTAR PARA


LOS 
CREYENTES 
Pero nos interesa más bien lo que puede ser el aspecto
positivo 
de este ateísmo: la ocasión de un despertar, de una
renovación.
Un cierto número de cristianos, viendo en sí mismos esta 
tentación de ateísmo, se han preguntado, si no es signo
de una 
madurez del hombre. La respuesta no me parece sencilla,
pero sí la 
pregunta interesante: estoy por pensar que este ateísmo
es en 
cierto modo signo de madurez del hombre. Es la
liberación de los 
falsos dioses, de los dioses utensilios, la liberación de los
ídolos, de 
un dios motor auxiliar en quien nos interesaríamos por su
utilidad 
doméstica, es la liberación de todas aquellas formas de
Dios 
inventadas por el hombre que le hicieron decir a Voltaire,
un día de 
mal humor e ironía: "parece que Dios ha hecho al hombre
a su 
imagen, creo que el hombre le ha devuelto la jugada". Y
en el 
mismo sentido, A. Malraux decía en su reciente reportaje:
«La 
palabra Dios me parece como una caja de fósforos en la
que se 
puede poner o sacar una gran cantidad de ellos".
El ateísmo puede ser signo de madurez del hombre: el
hombre 
sale del infantilismo, elimina los ídolos de su cuna, el dios
pueril, el 
de los pequeños miedos, el de las pequeñas seguridades,
el dios 
inventado por la necesidad de un apoyo tutelar, el dios
del 
sentimiento porque uno se encuentra solo al atardecer.
Sin 
embargo, lo decía Pascal: "el ateísmo, signo de la fuerza
del 
espíritu, hasta cierto grado solamente". Creo que el
ateísmo puede 
ser, al mismo tiempo que signo de madurez del hombre,
signo de 
una etapa aún adolescente.
Quizá pasa así cada vez que después de haber aceptado
de 
manera pasiva los lazos impuestos -familiares, de
herencia, de 
atavismo que no fueron elegidos, viene una etapa en que
se 
rechaza toda sujeción, una etapa de liberación: uno
busca 
reencontrarse a sí mismo en su autonomía, en su
independencia. 
Es signo de madurez con respecto a la sumisión, la
pasividad, la 
fatalidad en que vivía el niño. Pero la verdadera madurez
¿no 
consistiría más bien en reanudar lazos por encima de las 
sujeciones, en reencontrar las verdaderas solidaridades y 
dependencias, en abrir nuevas fuentes, en reconocerse
en relación 
y comunión? Por todo ello, sin querer hacer una apología
del 
ateísmo, veo en él, tanto el signo de madurez del hombre
como el 
signo de un fenómeno aún muy adolescente. El ateísmo
moderno 
no es simplemente signo de que el hombre ha llegado a
su madurez 
afirmando su libertad desalienándose de Dios. Yo querría
de vez en 
cuando, no dejar tranquilos a los ateos instalados en su
ateísmo 
pidiéndoles que verifiquen si no están estancados en una
crisis 
adolescente, y también no dejar tranquilos a muchos
cristianos que 
quizá no han visto, de tal manera los inmoviliza la
tentación, como el 
ateísmo suponiendo que sea un pasaje inevitable, debería
ser para 
ellos un punto de partida, un despertar.

1. Momento para una verificación religiosa fundamental 


¿De qué despertar se trata? Retomaré la imagen de las
etapas 
de la unidad de la personalidad a las que aludí hace unos 
segundos. El hombre de hoy, bajo la tentación del
ateísmo, debería 
reconocer que no se trata de regresar al tiempo de sus 
predecesores, cuando todo iba bien, cuando Dios estaba 
domesticado, y era reconocido, cuando todo el mundo le
rendía su 
homenaje sin dificultad. Monseñor Dupanloup, gran
obispo del siglo 
XIX, se equivocaba cuando decía a sus sacerdotes en
tiempos del 
Concilio Vaticano I: "Tenemos una gran tarea: conducir
los fieles al 
tiempo en que el trabajador, testigo de los milagros de la 
Providencia, invocaba al Dios que protege los
sembrados". Bajo 
ningún concepto se trataba de volver a las edades
infantiles de la 
conciencia para encontrar al Dios contemporáneo de la
infancia de 
la conciencia. Se trata más bien de reconocer que el
hombre de 
antes era religioso con excesiva facilidad, que perdía
quizá mucho 
tiempo en traficar con sus dioses, en querer obtener todo
de ellos, 
sonsacarles todas las respuestas, interrogarlos al detalle
por 
tonterías, en lugar de trabajar por sí mismo, de buscar
por sí mismo, 
de encontrar soluciones, en cuanto están al alcance del
hombre. No 
se trata de volver al tiempo en que había necesidad de
estar 
protegido, de apoyarse, de ser consolado, el tiempo en el
cual se 
podía decir a Dios... "acércate a mí, dame calor,
cálmame, 
apacíguame, anímame, lléname". Tampoco hay que
detenerse en la 
edad adolescente de la conciencia religiosa. El hombre
moderno 
sería ateo con excesiva facilidad, al igual que el hombre
anterior a 
la mutación cultural era muy fácilmente religioso. La
facilidad tanto 
de un lado como de otro no es conveniente para el
problema de 
Dios.
Más que retornar al pasado y rechazar estancarse en su
hoy de 
ateísmo, el cristiano tentado por el ateísmo, debería
ponerse a 
buscar a Dios. Es el momento de la verificación religiosa 
fundamental: liberado de ídolos, de un Dios muchas
veces 
alienante, porque así se le ha concebido muchas veces;
liberado de 
una imagen culturalmente superada e insostenible de
Dios que 
interviene siempre directamente, que hace todo, un poco
en lugar 
del hombre, tenemos que reinterpretar estas imágenes y
hacer una 
oración que se dirija al Dios verdadero, por encima de
sus 
insuficientes representaciones. Llegó el momento de no
descubrir al 
Dios de la superficie, de la epidermis, al mismo tiempo
que de 
descubrir al Dios que responde a las esperanzas inscritas
en las 
más grandes profundidades del hombre, ahí donde el
hombre 
delibera sobre el sentido de la existencia, de su historia,
sobre el 
proyecto de su libertad. Es el momento de reencontrar un
Dios más 
puro, más allá del ateísmo, pero dándole la razón hasta
cierto 
punto.

2. Invitación a cooperar en la nueva epifanía de Dios 


Reconociendo que con frecuencia hemos sido, de manera 
inconsciente, cómplices de la muerte aparente de Dios,
tendremos 
que cooperar en su nueva epifanía. Pues lo que Dios
espera es 
revelarse a los hombres de un modo nuevo y más
profundo, 
considerando la misma mutación cultural fuente de
tentación de 
ateísmo, como un beneficio, como un pasaje oscuro en el
que el 
hombre parece no encontrar más a Dios, pero al término
del cual 
tendrá una nueva epifanía de Dios, de un Dios que será a
la vez 
más Dios y más humano, que será, lo sabemos ya si
somos 
realmente un poco creyentes, el Dios de Jesucristo. Y que
no 
encontraremos volviendo a lo que se ha hecho durante
siglos. Bajo 
una capa de cristianismo, lo que se honraba no era el
Dios de 
Jesucristo sino un Dios cultural. No fue en nombre del
Dios de 
Jesucristo como se realizó la cruzada contra los
albigenses y el 
legado del Papa pronunció una frase posiblemente
histórica cuando 
rehusaron rendirse: "Mátenlos a todos, Dios reconocerá a
los 
suyos". ¿Cómo podría Dios reconocer a los suyos en esa
inmensa 
"carnicería"? Ni fue en nombre del Dios de Jesucristo
como se 
hicieron las cruzadas, aunque se realizaran con gran
generosidad 
para liberar la tumba de Cristo. No fue en nombre del
Dios de 
Jesucristo como los zuavos pontificios combatieron contra
Garibaldi 
hace un siglo. Realmente hizo falta este encuentro del
soplo 
evangélico de los tiempos presentes con el primado de la 
fraternidad universal, para darnos cuenta entre qué
cortinados 
habíamos escondido a Dios, al que llamábamos el Dios
de 
Jesucristo, cortinados particularmente sucios. Es a El,
pero a El 
verdaderamente, a quien estamos invitados a
reencontrar, en el 
despertar difícil provocado por el ateísmo.
Necesitamos ese despertar. ¿Eso quiere decir que el
ateísmo es 
para la Iglesia y para todas las religiones un pasaje
necesario? Las 
Iglesias ¿no tienen otra posibilidad de encontrar al Dios
de 
Jesucristo que pasar por una fase de ateísmo, por una
fase de 
brutal autocrítica, incluso un poco drástica? No me atrevo

afirmarlo, aunque algunos teólogos alemanes, Rahner,
Metz, llegan 
a decir que el ateísmo es un pasaje inevitable que debe 
franquearse, al menos globalmente, colectivamente, para
acceder a 
un despertar del descubrimiento del Dios del Evangelio.
No me 
atrevo porque el pasaje es severo, corremos peligro de
que haya 
muchos cadáveres, y sobre todo no tomaría la
responsabilidad de 
trabajar en pro del ateísmo para que así venga el
despertar. Es un 
riesgo demasiado grande. Ni siquiera las vacunas son en
este caso 
aconsejables. Sin embargo, allí donde el ateísmo, al
desarrollarse 
como hemos visto, es un hecho, lo consideramos como
una realidad 
providencial cuyas posibilidades de un despertar hay que 
aprovechar. Donde el ateísmo es una tentación,
consideramos que 
esta tentación es finalmente bienhechora. Pero allí donde
el 
ateísmo no ha llegado a sus últimas consecuencias, allí
donde 
todavía no es una tentación actual, no creo que sea
siempre y en 
todos lados necesario llegar al término de la crisis para
tener 
posibilidades de entrar en el despertar. Más bien desearía
que la 
Iglesia esté suficientemente advertida de lo que
representa la 
tentación actual del ateísmo antes de que se vuelva más 
contagioso, y de ahí tome desde ahora la resolución de
un 
despertar realmente serio en el problema de Dios.

IV. TAREAS QUE SE IMPONEN A LA IGLESIA DE HOY 


Con esto llegamos a la última parte: las tareas que debe
realizar 
la Iglesia, ya esté efectivamente en una situación de
ateísmo o se 
encuentre esa situación de ateísmo en el universo cultural
de hoy. 
De estas tareas depende el éxito de la renovación
conciliar.
La renovación conciliar corre el riesgo de encerrarse en
el 
universo eclesiástico o en el universo ecuménico, todavía
más en el 
litúrgico o en la disciplina eclesiástica, si no se centra en
aquellas 
tareas que urgen para que Dios pueda realizar su epifanía
en una 
época de ateísmo. Si desde hoy no estamos convencidos
de ello, 
veremos con decepción dentro de algún tiempo que ahí
estaba el 
verdadero problema.
¿Qué tiene que hacer la Iglesia? El Concilio, al final del
capítulo 
primero de la citada Constitución "Gaudium et Spes", nos
da 
algunas orientaciones: "EI remedio del ateísmo (se lee en
esta 
Constitución) hay que buscarlo en una presentación
adecuada de la 
doctrina y en la pureza de vida de la Iglesia y de sus
miembros. Esto 
se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y
adulta, y 
finalmente, tener presente que mucho contribuye a
manifestar la 
presencia de Dios el amor fraterno de los fieles".

1. Falsas pistas 
a) ¿Condenación o reparación? 
Demos algunas indicaciones sin querer impartir una
lección 
conciliar. Afirmemos primeramente de manera negativa,
que no 
serviría para nada condenar el ateísmo. Ustedes saben
que Juan 
XXIII fue asaltado al principio del Concilio con peticiones
de este 
tipo. Respondía generalmente: "¿para qué? Todos saben 
perfectamente que el papa no es ateo ni partidario del
ateísmo".
Condenar no sirve de nada, ni denunciar, ni siquiera
lamentar. Ni 
creo que los cristianos tengan que vengar el honor
agraviado de 
Dios con discursos. A fines del siglo XIX era costumbre
fabricar 
reparaciones en las que los cristianos tranquilizaban su
conciencia 
a expensas de los no-creyentes, lamentándose ante Dios
de que los 
hombres lo abandonaban, su Sagrado Corazón no era
honrado, y 
los hombres ya no se presentaban a hacer la venia ante
el 
generalísimo Dios. Dios se defiende a sí mismo. Es el 
Dios de los ateos. Es el Dios vivo, el Dios de todos los
hombres 
incluso de los que no lo conocen, y no nos ha dado la
tarea de 
denunciarlos. Lo que nos pide es tener en cuenta la
verdadera 
causa de Dios, la de trabajar en su epifanía.

b) ¿Resacralización o regresión cultural? 


La Iglesia ya no buscará resacralizar el mundo, o sea
volver al 
estado cultural de un mundo anterior. Sin embargo,
algunos 
rechazan el desarrollo cultural, industrial y técnico de
Occidente. Si 
se diera un estadio menos desarrollado, como el de
África, por 
ejemplo, seríamos más religiosos. Les remito a la
encíclica 
"Populorum progressio": allí podrán ver que el
cristianismo va 
siempre en el mismo sentido del desarrollo y del
progreso. No 
encontraremos a Dios deseando una regresión cultural y
llevando al 
hombre, según la expresión de monseñor Dupanloup, al
estadìo del 
"trabajador, testigo de los milagros de la Providencia" y
del hombre 
"que invoca al Dios protector de los sembrados". No,
estamos en 
una época en la que los sembrados se protegen de otro
modo: hay 
máquinas, cañones anti-granizo, muchas técnicas... Este
pudo ser 
el sueño de ciertos predicadores románticos, conducir a
los 
hombres a un estado regresivo desde el punto de vista
psicológico, 
social, político, técnico, científico, para que sabiendo
menos se 
sientan más dependientes. Es un callejón sin salida. El
Dios de 
Jesucristo no está de ese lado.

2. Respuesta al ateísmo 
¿Cuáles son las tareas de la Iglesia? 
Entendiendo por "Iglesia" no solamente el Papa, el
Concilio, sino 
el "nosotros" consciente de los cristianos. Creo inevitable 
primeramente una cierta tarea de contestación. Aún
comprendiendo 
el ateísmo, aún apreciando a la persona atea, sobre todo
cuando lo 
es en conciencia y pensando que es amado por Dios y
que Dios es 
su Dios, la Iglesia, sin embargo, no puede convertirse en
una Iglesia 
afásica, o sea una Iglesia que se calla. Ciertamente es
consciente 
de que cierto número de ateos de hoy son ante Dios
mucho más 
"conscientes" que algunos creyentes de antaño, pero la
Iglesia 
considera que, a pesar de todo, el ateísmo es un mal para
el 
hombre. Así empieza el capítulo sobre el ateísmo en el
texto 
conciliar: "el aspecto más sublime de la dignidad humana
se 
encuentra en la vocación del hombre a la comunión con
Dios". Por 
eso, sin agresividad contra el ateo, la Iglesia ha de
responder al 
ateísmo.
Responder no es ni polemizar, ni entablar una
controversia. Es 
expresar la experiencia contraria. Y así la Iglesia puede
decirle al 
ateo: usted tiene su experiencia atea, creo comprender
su génesis, 
en nuestra complicidad, sí, la de nosotros los creyentes, y
en la 
mentalidad moderna modelada por la mutación cultural.
Creo 
comprender su posición, y vuestra opción no me es
ajena, pero 
tengo una experiencia del Dios vivo que me invita a
cuestionarle, a 
oponer mi experiencia a la suya, para que la tenga en
cuenta. La 
Iglesia en nombre de esta respuesta debe decirle al ateo, 
fraternalmente: ¿está usted seguro de no haberse
quedado en el 
nivel de una liberación adolescente?, ¿de no haberse
dejado 
encerrar dentro de los métodos de análisis del mundo
captado 
científica y técnicamente?, ¿de no generalizar
apresuradamente el 
juicio a las religiones acusándolas de impuras? ¿Tienen 
suficientemente en consideración lo que hay de más puro
en la 
experiencia que el hombre tiene de Dios, de más
original, 
especialmente en la revelación cristiana?, ¿no corren
peligro de 
rehacer ídolos, reintroduciendo el absoluto que le niegan
a Dios, en 
las realidades humanas: piensen en las ideologías, aun si
hoy están 
declinando? ¿Están dispuestos a dejarse inquietar
nuevamente por 
las impurezas, los simplismos, las insinceridades, las 
sistematizaciones fáciles a que les conduce vuestra
posición atea? 
¿Están dispuestos en consecuencia a dejarse cuestionar
por todo 
testimonio que pueda venir a reabrir el expediente que ya
han 
cerrado? Personalmente he encontrado ateos de
renombre, en la 
literatura o en las ciencias, y que me han parecido muy
cerrados en 
su posición atea: estaban de vuelta del problema, habían
encerrado 
el cristianismo por ahí y para nada estaban dispuestos a
cambiar. 
Incluso su conciencia ética no era siempre tan sincera
como 
proclamaban, y llegaban a tener una conciencia tan
cerrada como 
la de cierto número de creyentes con relación a su propio
sistema.
La Iglesia no puede dejar el mundo tranquilo, lleva en sí
una 
palabra de Dios hecha para inquietar a los hombres, para
decirles: 
vayan profundamente, amplíen el campamento, no estén
seguros 
de que vuestro ateísmo, por digno y verdadero que sea
pueda ser 
mejor que la religión que han abandonado; no es tan
seguro que 
vuestro ateísmo no los dejará en la miseria.
Desearía que encontráramos en nuestro Iglesia la fórmula
de 
respuesta, ya que tenemos una cierta agresividad frente
al ateísmo 
o nos callamos, como si practicáramos lo que Pablo
llamaba "el 
silencio de la confusión".

3. Dar importancia a la realidad-Dios en la pastoral 


La segunda tarea consistiría en dar importancia a la
realidad- 
Dios, no al problema de Dios sino a la realidad-Dios, en el
corazón 
de toda la pastoral. Estos son algunos de los terrenos en
que los 
cristianos tienen que testimoniarla.

a) Participar con los desposeídos 


Primeramente, la constante preocupación, manifestada ya
desde 
hace algún tiempo en la Iglesia, según la opinión de los
mismos 
comunistas, de no separar la causa de Dios y la del
hombre.
El legado del Papa se equivocó al pensar que Dios
reconocería a 
los suyos si el hombre no los reconocía. Es a la vez sobre
el rostro 
del hombre y sobre el rostro de Dios como se realizará la
nueva 
epifanía de Dios. El ateísmo tiene la pasión de lo humano:
podrá 
reconocer a Dios descubriendo en nosotros como el Dios
muy 
humano de Jesucristo ha reconocido al hombre hasta el
punto que 
el hombre es como un niño perdido cuando no ha sido
reconocido 
por su autor y padre: Dios. Quien ha «reconocido» al
hombre, es 
Dios; reconocido en el sentido de que muchísimos
hombres no 
existen verdaderamente porque nadie los ha reconocido.
La Iglesia 
testimonia que Dios es aquel que ha reconocido al
hombre. Es 
necesario que esto se vea. He aquí un ejemplo entre
otros, que yo 
no querría presentar a la ligera: mientras el hemisferio
norte del 
planeta sea el de los cristianos que hablan del Dios que
ha 
reconocido al hombre, y el hemisferio abastecido, con
relación al 
otro que globalmente es el hemisferio más
subdesarrollado y menos 
evangelizado, no hay ninguna posibilidad porque está
inscrito en la 
revelación de Dios de que el hemisferio no evangelizado

subdesarrollado preste una seria atención al Dios de los
cristianos. 
Y tendrán todas las posibilidades de aceptar las ideologías
que, 
aunque contradigan su alma religiosa nativa, manifiestan
al menos 
su eficacia por liberar al hombre y desarrollarlo. Hay que
saber a 
qué atenerse: no es el Dios cultural de los americanos y
europeos, 
del que hablan incluso cuando guerrean, quien podrá
manifestar su 
epifanía para multitud de hombres, a quienes por otra
parte 
enviamos misioneros y dólares. Es sobre el rostro del
hombre como 
se manifestará la reconciliación de lo religioso y de lo
político, de lo 
religioso y de lo antropológico, en la lógica misma del
Dios de 
Jesucristo. Es el Dios para los hombres, el Dios de los
hombres, 
nunca tan Dios como cuando es el Dios con los hombres y
para los 
hombres.

b) Purificar nuestras formas de devoción 


Otro sector pastoral donde debe manifestarse lo serio de
la 
realidad-Dios es el culto y la vida eclesiástica. El Concilio
nos invita, 
y queda mucho por hacer, a liquidar todas las
supersticiones, todo 
lo que hacemos en nombre del dios infantil, del dios de
las 
pequeñas seguridades, del dios doméstico. Si somos
conscientes 
de la gravedad del problema, tenemos mucho que hacer
para 
depurar nuestras devociones, para hacer más
transparente nuestra 
liturgia con aquel que está ahí, y con quien entramos en
relación. 
No poseemos a Dios, El está siempre más allá. Será
necesario que 
nuestro culto exprese todo eso en lugar de hacernos
creer que está 
en cualquier cajita, en las cremas, aceites, imágenes,
cosas que se 
tocan, en fin que lo poseemos: eso es magia.
No, Dios se nos escapa siempre, nos lleva hacia adelante,
no 
está por encima nuestro para aplastarnos, ni detrás
nuestro para 
empujarnos, está siempre delante de nosotros para
atraernos, 
ampliarnos y agrandarnos.

c) Testimoniar una experiencia 


El tercer aspecto de la importancia de la realidad-Dios en
nuestra 
pastoral concierne a nuestra predicación, no simplemente
la de los 
sacerdotes, sino de manera más amplia, nuestras
expresiones 
sobre Dios. Evidentemente hoy debemos testimoniar una 
experiencia de Dios. Es una terrible exigencia. Una
experiencia de 
los convertidos para quienes Dios es real, un poco como
la de 
Moisés que decía a Dios: "muéstrame tu rostro". Dios no
es una 
noción. Si no podemos hacerlo, comprendo el que ciertos
cristianos 
y aún teólogos, sobre todo en los Estados Unidos,
aconsejen pasar 
por alto este tema en la predicación mientras no seamos
capaces 
de hablar de Dios de manera real y experimental. Pienso
en los 
llamados teólogos de la muerte de Dios. Uno de los más 
importantes, protestante como la mayoría, Van Buren, en
su Iibro 
titulado: "El sentido profano del Evangelio", llega a decir:
"intento 
mostrar que al cristianismo le concierne
fundamentalmente al 
hombre y que su lenguaje sobre Dios es un medio, por lo
demás 
muy superado, y no el único, de decir lo que el
cristianismo quiere 
decir sobre el hombre, la vida humana, la historia".
Entonces las 
expresiones sobre Dios se desvanecerían y la única cosa
que la 
Iglesia tendría para decir en definitiva, es lo concerniente
al hombre. 
La Iglesia no puede dejar de hablar de Dios, pero
atención: un 
hablar que no sea alienante, una predicación
verdaderamente 
evangélica.
Esto es fácil de decir, pero difícil de realizar; lo siento con
toda 
crudeza.

d) Reencontrar a Dios en los caminos de la actividad y la


lucha 
Finalmente, tendremos que renunciar en escrupulosa
decisión, a 
andar o hacer andar a Dios por caminos dudosos.
Tendremos que 
renunciar a querer poner a Dios en el molde de la vida
humana, en 
la desgracia, en el subdesarrollo, en la crisis, en la
conciencia 
desgraciada, en el sentido de los filósofos del siglo XIX, y
por el 
contrario ayudar a los hombres a reencontrar a Dios por
los 
caminos más humanos y positivos de su vida: el camino
de la 
responsabilidad, de la actividad humana y no de la
fatalidad, de la 
lucha y no del aplastamiento, de la toma de conciencia y
no del 
sueño, reencontrar a Dios por los caminos más adultos de
la 
personalidad y de su historia y no de las regresiones
infantiles.
Es una resolución difícil de tomar porque los hombres
religiosos, 
sin duda por adhesión a su Dios y también porque están 
persuadidos de que es una desgracia para el hombre
desconocer a 
Dios, prefieren los caminos más fáciles: tareas de
titiritero, de 
proselitismo deshonesto. Las motivaciones no importan
mucho si 
conseguimos delimitar a Dios y darlo al hombre. Esa es
una de las 
causas del ateísmo. El hombre se vuelve ateo cuando se
descubre 
a sí mismo mejor que los dioses o que su Dios. No
vayamos a 
alimentar ese ateísmo, cuidemos al contrario como el
decreto 
conciliar sobre las misiones nos invita, de ser muy
escrupulosos en 
marchar por los caminos donde podamos encontrar a
Dios. Estos 
son caminos verdaderamente humanos y no
infrahumanos.

CONCLUSIÓN 
Debo terminar. Evidentemente Dios no tiene necesidad de
un 
referendum para ser Dios. Es el Dios vivo. Dios es
también el Dios 
de los ateos: no lo saben, pero a veces viven en
comunión con él y 
pueden ir a él sin saberlo, por lo que los teólogos de hoy
llaman 
frecuentemente "cristianismo anónimo", un cristianismo
incógnito. 
Debemos recordarlo en este tiempo de ateísmo: ciertos
ateos son 
más cristianos que los cristianos de nombre y de registro.
Poner 
millones de hombres en actitud reverencial no sirve de
nada si es 
ante un ídolo. Pero teniendo dicha convicción, la Iglesia,
los 
cristianos no estamos menos convencidos de que el
hombre está 
hecho para conocer al verdadero Dios, y que el Dios
venido en 
Jesucristo a reconocer al hombre, desea que el hombre lo
conozca 
verdaderamente, no simplemente que se encuentre con
El de 
incógnito. De ahí por qué, sin lamentarse
interminablemente del 
ateísmo, tampoco la Iglesia se afilia a su partido. Sabe
que si hay 
novedad en el Evangelio, es la verdad. El Evangelio ha
asombrado 
al mundo y debe seguir asombrándolo. La novedad no
está 
solamente, como ciertos cristianos de hoy pueden pensar,
del lado 
del hombre. Lo extraordinario del Evangelio está del lado
de Dios: 
que Dios haya revelado quién es, que Dios se haya
aproximado, 
entrado en la historia de los hombres, que se haya unido
a lo 
humano hasta el punto de no separarse ni más allá de la
muerte, 
que haya reconocido al hombre de una manera fraternal,
que haya 
transformado las representaciones que se hacían de El, 
reemplazando el poder cósmico, demiúrgico, milagroso,
aplastante, 
por la proximidad y la invitación a la vida mas alta.
Entonces, sabiendo hasta qué punto el hombre y Dios
están 
hechos para encontrarse, Ia Iglesia, sabiendo que Dios no
tiene 
necesidad de ella, está, sin embargo, profundamente
persuadida de 
que todo lo que haga, lo que diga, no tiene sentido si no
es en 
vistas a ese encuentro. La esperanza de la Iglesia hoy es
que por 
encima de los malentendidos verdaderamente trágicos
del ateísmo, 
se levante con su trabajo, en el mundo de los hombres, el
tiempo de 
una epifanía de Dios. Y es de esta esperanza de la que
querría 
hacerlos partícipes. Necesitamos una larga conversión;
diálogos, 
encuentros, porque no es posible que este malentendido
trágico 
entre el hombre y Dios, hechos para estar juntos, no sea
superado. 
Con vistas a que todos entremos, según nuestras
posibilidades, en 
esta tarea primordial de la epifanía de Dios en este
tiempo de 
ateísmo, he tenido la alegría de estar con ustedes esta
tarde.

P. A. LIEGE
CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY
CELAM-CLAF. MAROVA. MADRID-1970.Págs. 16-34

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