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1.
No estamos, es evidente, en el tiempo en que La Bruyère
podía
escribir tranquilamente en su libro "Caracteres", en el
capítulo 11,
titulado "Los espíritus fuertes": "Querría ver a un hombre
sobrio,
moderado, casto, justo, decir que no hay Dios; hablaría al
menos
sin interés alguno. Pero este hombre no existe".
Hoy no podemos ya decir esto, ni que la causa del
ateísmo es
una moral poco moral. Hay que tratar de comprender,
ponernos
frente a un hecho grave y caminar a partir de ese hecho.
Es lo que
me propongo hacer esta tarde, apoyándome, no por
precaución,
sino por estar de acuerdo, en el Concilio, que, en la
Constitución
"Gaudium et Spes" dice: "el ateísmo está entre los
hechos más
graves de nuestro tiempo y debe ser examinado con
toda
atención".
Comenzaré por ahí. La primera parte de mi conferencia
será una
especie de diagnóstico de este hecho particularmente
actual.
A partir de este diagnóstico, examinaré primero en qué el
ateísmo
es una tentación -para todos, para mí-; estudiaré
enseguida cómo
esa tentación puede producir, de rechazo, un despertar
de aquellos
que toman en serio a Dios, y en consecuencia, qué tareas
más
urgentes se imponen a la Iglesia para que ese despertar
haga
realidad lo que promete. Tales son, pues, los cuatro
momentos de
este recorrido: diagnóstico, examen de la tentación,
esquema del
despertar y tareas que en consecuencia se imponen a la
Iglesia.
1. El ateísmo de conciencia
En efecto, para algunos hombres, hoy, el ateísmo es un
problema
de conciencia. Esto es lo serio. Se trata del ateísmo de los
hombres
que, al hacer un balance de las religiones, concluyen con
una
decisión contraria a las mismas. El término ateísmo con la
"a"
privativa podría hacernos creer que el ateísmo es una
pura
negación. Pero esos ateos de conciencia serían los
primeros en
decirnos -Vercors se expresó así muchas veces- que no
quieren la
negación. Lo que los define, no es ser hombres sin Dios,
sino haber
tomado una decisión en favor del hombre distinta de
aquellos que la
toman en favor de Dios. Se trata, pues, de una elección
que lo
convierte en un ateísmo post-cristiano, es decir, que en
su elección
de una determinada visión del mundo y del hombre se
incluye un
juicio sobre todas las religiones y sobre el cristianismo. Y
no por
no-consideración e ignorancia, sino por estar de vuelta.
Es típico
ver a los ateos más representativos. como Jean-Paul
Sartre,
Guéhenno, hacer referencia a su infancia cristiana cuando
hablan
de su ateísmo. Ustedes conocen el texto preocupante de
Jean-Paul
Sartre presentando sus confidencias en su autobiografía
"Las
palabras": "Luego de dos mil años las certezas cristianas
tuvieron
tiempo para demostrarse, estaban en todos, se las quería
ver brillar
en la mirada de un sacerdote, Ia media luz de una Iglesia
y la
claridad de las almas, pero nadie necesitaba asimilarlas
personalmente: eran el patrimonio común... En nuestro
medio, en mi
familia, la fe en Dios es un nombre aparatoso para
expresar la dulce
libertad francesa" (una realidad puramente cultural)...
"Me
bautizaron como a tantos otros para preservar mi
independencia: de
rechazarme el bautismo, temían violentar mi alma;
católico, inscrito,
yo era libre, normal".
Como muchos ateos, Montherlant testimonia: "permanece
fijo en
mi sensibilidad, un olor católico"; esto habla de olor, de
recuerdos,
de sensibilidad, pero se está de vuelta respecto al hecho
cristiano,
al mismo Dios, y uno se sitúa al otro lado tomando una
decisión
contraria, pero una decisión que cree solucionar el
problema y
superar todas las formas de búsqueda de Dios.
Para esos ateos del ateísmo post-religioso y post-
cristiano, hay
que reconocerlo, el ateísmo tiene un valor de humanismo.
No
constituye pura y simplemente un vacío; hoy ya no
podemos estar
de acuerdo con el título del libro del padre Sertillanges,
en otros
tiempos un verdadero hallazgo, "Dios o nada". No, para
estos ateos
de hoy, si no hay Dios, no es que no exista nada. Hay
otra cosa
totalmente distinta de Dios.
2. El ateísmo de pereza
Por el contrario hemos de elogiar mucho menos el
llamado
ateísmo de pereza. Es el ateísmo más contagioso. Se
apoya en el
precedente, y no es más que una variante del
materialismo. Son
multitudes de hombres que no tienen ya necesidad de
Dios. Antes
fueron creyentes muy superficiales, bastante mágicos.
Utilizaban a
Dios y le necesitaban, tenían miedo y domesticaban a
Dios para
que respondiera a sus necesidades domésticas: conservar
las
colonias francesas, su caja fuerte, su moral, sus
escrúpulos;
conservar todas sus seguridades afectivas, intelectuales,
sociales o
políticas. Hoy para todo ello, podemos prescindir de Dios.
¡Y
prescindimos! Ningún problema. Perdemos a Dios como a
una llave
en un bolsillo roto: era de esperar. Es como una
indiferencia, un
materialismo, porque Dios no responde ya a ninguna
necesidad
inmediata. Es una vieja historia: ya en el Antiguo
Testamento,
recuerden la tristeza con que los profetas dicen a su
pueblo:
«Ustedes se acuerdan de Yahvé cuando le necesitan, pero
ahora
que tienen que comer, ya no se acuerdan de El".
Los profetas proponen el remedio: sin embargo, éste
sería el
momento de buscarle y de buscarle con más pureza, de
buscar su
rostro y no solamente sus beneficios. Pero esta es una
historia tan
antigua como la pereza espiritual: sólo nos acordamos de
Dios
mientras es un producto cultural importante, mientras
está social y
políticamente cotizado. ¡Cuántas veces Dios ha sido
utilizado así!
Hoy, cuando Dios es mucho menos útil en todos esos
aspectos,
cuando ya no es una necesidad doméstica, le
abandonamos, le
dejamos, para volver en los momentos más difíciles de la
existencia,
los momentos de crisis, cuando de nuevo tenemos
necesidad de
una seguridad más fuerte que la del "american way of
life" o la de la
civilización de consumo. ¿Quién de nosotros puede decir
que está
verdaderamente a salvo de una u otra, o aún de las dos
formas de
tentación del ateísmo? Creo que ningún cristiano puede
quedarse
indiferente ante la posible dosis de ateísmo que puede
recibir en
cualquier momento de su vida.
1. Falsas pistas
a) ¿Condenación o reparación?
Demos algunas indicaciones sin querer impartir una
lección
conciliar. Afirmemos primeramente de manera negativa,
que no
serviría para nada condenar el ateísmo. Ustedes saben
que Juan
XXIII fue asaltado al principio del Concilio con peticiones
de este
tipo. Respondía generalmente: "¿para qué? Todos saben
perfectamente que el papa no es ateo ni partidario del
ateísmo".
Condenar no sirve de nada, ni denunciar, ni siquiera
lamentar. Ni
creo que los cristianos tengan que vengar el honor
agraviado de
Dios con discursos. A fines del siglo XIX era costumbre
fabricar
reparaciones en las que los cristianos tranquilizaban su
conciencia
a expensas de los no-creyentes, lamentándose ante Dios
de que los
hombres lo abandonaban, su Sagrado Corazón no era
honrado, y
los hombres ya no se presentaban a hacer la venia ante
el
generalísimo Dios. Dios se defiende a sí mismo. Es el
Dios de los ateos. Es el Dios vivo, el Dios de todos los
hombres
incluso de los que no lo conocen, y no nos ha dado la
tarea de
denunciarlos. Lo que nos pide es tener en cuenta la
verdadera
causa de Dios, la de trabajar en su epifanía.
2. Respuesta al ateísmo
¿Cuáles son las tareas de la Iglesia?
Entendiendo por "Iglesia" no solamente el Papa, el
Concilio, sino
el "nosotros" consciente de los cristianos. Creo inevitable
primeramente una cierta tarea de contestación. Aún
comprendiendo
el ateísmo, aún apreciando a la persona atea, sobre todo
cuando lo
es en conciencia y pensando que es amado por Dios y
que Dios es
su Dios, la Iglesia, sin embargo, no puede convertirse en
una Iglesia
afásica, o sea una Iglesia que se calla. Ciertamente es
consciente
de que cierto número de ateos de hoy son ante Dios
mucho más
"conscientes" que algunos creyentes de antaño, pero la
Iglesia
considera que, a pesar de todo, el ateísmo es un mal para
el
hombre. Así empieza el capítulo sobre el ateísmo en el
texto
conciliar: "el aspecto más sublime de la dignidad humana
se
encuentra en la vocación del hombre a la comunión con
Dios". Por
eso, sin agresividad contra el ateo, la Iglesia ha de
responder al
ateísmo.
Responder no es ni polemizar, ni entablar una
controversia. Es
expresar la experiencia contraria. Y así la Iglesia puede
decirle al
ateo: usted tiene su experiencia atea, creo comprender
su génesis,
en nuestra complicidad, sí, la de nosotros los creyentes, y
en la
mentalidad moderna modelada por la mutación cultural.
Creo
comprender su posición, y vuestra opción no me es
ajena, pero
tengo una experiencia del Dios vivo que me invita a
cuestionarle, a
oponer mi experiencia a la suya, para que la tenga en
cuenta. La
Iglesia en nombre de esta respuesta debe decirle al ateo,
fraternalmente: ¿está usted seguro de no haberse
quedado en el
nivel de una liberación adolescente?, ¿de no haberse
dejado
encerrar dentro de los métodos de análisis del mundo
captado
científica y técnicamente?, ¿de no generalizar
apresuradamente el
juicio a las religiones acusándolas de impuras? ¿Tienen
suficientemente en consideración lo que hay de más puro
en la
experiencia que el hombre tiene de Dios, de más
original,
especialmente en la revelación cristiana?, ¿no corren
peligro de
rehacer ídolos, reintroduciendo el absoluto que le niegan
a Dios, en
las realidades humanas: piensen en las ideologías, aun si
hoy están
declinando? ¿Están dispuestos a dejarse inquietar
nuevamente por
las impurezas, los simplismos, las insinceridades, las
sistematizaciones fáciles a que les conduce vuestra
posición atea?
¿Están dispuestos en consecuencia a dejarse cuestionar
por todo
testimonio que pueda venir a reabrir el expediente que ya
han
cerrado? Personalmente he encontrado ateos de
renombre, en la
literatura o en las ciencias, y que me han parecido muy
cerrados en
su posición atea: estaban de vuelta del problema, habían
encerrado
el cristianismo por ahí y para nada estaban dispuestos a
cambiar.
Incluso su conciencia ética no era siempre tan sincera
como
proclamaban, y llegaban a tener una conciencia tan
cerrada como
la de cierto número de creyentes con relación a su propio
sistema.
La Iglesia no puede dejar el mundo tranquilo, lleva en sí
una
palabra de Dios hecha para inquietar a los hombres, para
decirles:
vayan profundamente, amplíen el campamento, no estén
seguros
de que vuestro ateísmo, por digno y verdadero que sea
pueda ser
mejor que la religión que han abandonado; no es tan
seguro que
vuestro ateísmo no los dejará en la miseria.
Desearía que encontráramos en nuestro Iglesia la fórmula
de
respuesta, ya que tenemos una cierta agresividad frente
al ateísmo
o nos callamos, como si practicáramos lo que Pablo
llamaba "el
silencio de la confusión".
CONCLUSIÓN
Debo terminar. Evidentemente Dios no tiene necesidad de
un
referendum para ser Dios. Es el Dios vivo. Dios es
también el Dios
de los ateos: no lo saben, pero a veces viven en
comunión con él y
pueden ir a él sin saberlo, por lo que los teólogos de hoy
llaman
frecuentemente "cristianismo anónimo", un cristianismo
incógnito.
Debemos recordarlo en este tiempo de ateísmo: ciertos
ateos son
más cristianos que los cristianos de nombre y de registro.
Poner
millones de hombres en actitud reverencial no sirve de
nada si es
ante un ídolo. Pero teniendo dicha convicción, la Iglesia,
los
cristianos no estamos menos convencidos de que el
hombre está
hecho para conocer al verdadero Dios, y que el Dios
venido en
Jesucristo a reconocer al hombre, desea que el hombre lo
conozca
verdaderamente, no simplemente que se encuentre con
El de
incógnito. De ahí por qué, sin lamentarse
interminablemente del
ateísmo, tampoco la Iglesia se afilia a su partido. Sabe
que si hay
novedad en el Evangelio, es la verdad. El Evangelio ha
asombrado
al mundo y debe seguir asombrándolo. La novedad no
está
solamente, como ciertos cristianos de hoy pueden pensar,
del lado
del hombre. Lo extraordinario del Evangelio está del lado
de Dios:
que Dios haya revelado quién es, que Dios se haya
aproximado,
entrado en la historia de los hombres, que se haya unido
a lo
humano hasta el punto de no separarse ni más allá de la
muerte,
que haya reconocido al hombre de una manera fraternal,
que haya
transformado las representaciones que se hacían de El,
reemplazando el poder cósmico, demiúrgico, milagroso,
aplastante,
por la proximidad y la invitación a la vida mas alta.
Entonces, sabiendo hasta qué punto el hombre y Dios
están
hechos para encontrarse, Ia Iglesia, sabiendo que Dios no
tiene
necesidad de ella, está, sin embargo, profundamente
persuadida de
que todo lo que haga, lo que diga, no tiene sentido si no
es en
vistas a ese encuentro. La esperanza de la Iglesia hoy es
que por
encima de los malentendidos verdaderamente trágicos
del ateísmo,
se levante con su trabajo, en el mundo de los hombres, el
tiempo de
una epifanía de Dios. Y es de esta esperanza de la que
querría
hacerlos partícipes. Necesitamos una larga conversión;
diálogos,
encuentros, porque no es posible que este malentendido
trágico
entre el hombre y Dios, hechos para estar juntos, no sea
superado.
Con vistas a que todos entremos, según nuestras
posibilidades, en
esta tarea primordial de la epifanía de Dios en este
tiempo de
ateísmo, he tenido la alegría de estar con ustedes esta
tarde.
P. A. LIEGE
CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY
CELAM-CLAF. MAROVA. MADRID-1970.Págs. 16-34