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Claudia, debo confesarte que encuentro una pequeña felicidad en las caminatas nocturnas, la

ciudad parece libre de su trabajo, porque no hay nada más engrandecedor que el trabajo en el
hombre, pero yo no lo creo mucho a Engels. Ya verás porque, cuando camino como a la deriva, un
instinto curiosamente felino intenta fijar mi atención en los detalles. De noche, los detalles son
como el retoque único del artista, lo que pasa es que aquí no hay artista, esta ciudad no es de
nadie, todos son unos renacentistas que excretan a la urbe con lo que su dura casca nuez les
permite, claro que yo vengo de más atrás, un poco Epicuro, un poco hedonista. Me place ver las
velas de poco más de 5 metros iluminando los pasillos de este palacio putrefacto pero
deslumbrante, que algunos me dicen que se llama Bogotá. Me pregunto, ¿Dónde estarán los
feligreses para depositar su fe en esos objetos e intenten cuidarnos de desagradables sucesos que
nos ocurren en altas horas del sueño de la ciudad?

Recuerdo como un flashback que era más o menos por aparentar ser feligrés que te acompañaba a
coger el bus. Entonces en mi cabeza pasa una foto, y te veo en el antiguo imperio egipcio, siendo
lo que podría ser una joven princesa que hace vestidos para ganarse la vida. Seguro es el corte de
cabello que te hiciste, que sé yo. Pero fíjate que entre tú y yo no puede haber cosas tan distintas,
tus manos de (madera) tejen lo que puede ser un vestido, una prenda que plasme lo que
consideras estéticamente bello. Y yo paso entre el tejido que puede ser esta ciudad buscando
cosas que capten mi inspiración para imprimir lo que considero estéticamente bello y no
perderme entre algún roto de la tela de cemento.

Ahora que lo pienso somos artesanos, y en esa medida eso que hacemos, nos hace grandes
,dignificando nuestra existencia no sólo para satisfacer nuestro egoísmo, si no hacer parte de esta
perdida sociedad, quizás para que no se pierda tanto, quizás para que arda un poco, quizás para
que sea un lugar donde nuestros sueños se cumplan y que cuando pasen algunos años, tejamos un
traje con una máscara que demuestre lo felices que somos aunque la ciudad siga sucia y
depredadora.

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