Esta es la historia de Pablo, un niño de 6 años al que no le gustaban
las verduras, ni las endibias, ni los puerros, ni las coles de Bruselas. Y nunca, nunca se comía los guisantes. Su madre se los ponía con arroz, con pescado, con jamón...pero Pablo los apartaba y no se los comía, lo extraño era que él nunca los había probado, así que no podía saber si estaban buenos o malos. Un día fue con sus padres a una gran casa de campo a la que fueron invitados. Había otros niños, así que Pablo se lo pasó muy bien hasta que, persiguiendo a una ardilla se perdió en un frondoso bosque. Estaba desconcertado, no sabía cómo volver, pero miró hacia arriba y, en una rama estaba la ardilla. -Hola, ¿cómo te llamas? -¿Sabes hablar? -Pues claro. -Me llamo Pablo y me he perdido, tengo sueño y mucha hambre, ¿puedes ayudarme? -¡Sígueme! Y la ardilla llevó a Pablo a una pequeña casa abandonada que había en un claro del bosque. -Hoy podrás dormir aquí, encima de este montón de paja y mañana, cuando amanezca, te llevaré con tus padres. -Pero... ¡tengo hambre! -Espera, ahora vuelvo. La ardilla fue al pequeño huerto que había detrás de la casa y cogió lo único que había, vainas llenas de deliciosos guisantes. -¡Abre la boca y cierra los ojos! El niño tenía tantas ganas de comer que hizo caso a la ardilla. -¡Qué bueno está esto! ¿Qué es? -Algunos les llaman chícharos, ¿quieres más? -Sí, ¡qué ricos!... ¡pero parecen guisantes! -Sí, eso es, guisantes, ¿te gustan? -Están muy buenos, ¿puedo repetir? La ardilla cogió muchos guisantes y se los dio a Pablo hasta que éste quedó satisfecho. A la mañana siguiente la ardilla acompañó al niño a la casa de campo dónde se encontró con sus padres que estaban muy preocupados. ¿Sabes qué es lo primero que les dijo Pablito? - Mamá, papá, esta noche quiero guisantes para cenar.