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Tema | Trastorno depresivo

Módulo | Psicopatología en la infancia y adolescencia

Ángel Fernández

INTRODUCCIÓN Contenido
“El rasgo común de todos estos trastornos es la presencia de un ánimo triste,
Introducción
vacío o irritable, acompañado de cambios somáticos y cognitivos que afectan
significativamente a la capacidad funcional del individuo. Lo que los diferencia Depresión mayor
es la duración, la presencia temporal o la supuesta etiología”. Párrafo tomado del
DSM-5 en la introducción del epígrafe “Trastornos depresivos”. Distimia
Trastorno disfórico
La depresión ha comenzado a ser una de las enfermedades más extendidas en
premestrual
las sociedades desarrolladas. Lo más alarmante de esta tasa de crecimiento
ascendente afecta también al mundo de los niños. Durante mucho tiempo ha Bibliografía
sido difícil de aceptar y entender por parte de la comunidad científica y por las
creencias populares la existencia de la depresión en niños, y sólo se admitía su
comienzo en la adolescencia.

El estereotipo popular de la depresión llevaba implícito el hecho de que un niño

es un ser que no tiene preocupaciones, o al menos, no del calibre de una madre
o un padre que tienen que enfrentarse día a día a su jefe, a llegar a fin de mes, a
pagar a hacienda o a sobrevivir al paro laboral. Este estereotipo encierra muchos
puntos ciegos respecto de la depresión infantil. En primer lugar, lo que conduce
a una depresión no es la “cualidad” del problema al que nos enfrentamos, sino
la capacidad de respuesta y adaptación para asimilar y superar el problema. El
niño no tiene, lógicamente, la preocupación de tener que encargarse de cuidar
la vida de otros, pero se “siente” responsable de demasiadas cosas, incluso del
posible fracaso de los padres además de los suyos propios. El niño además tiene
una doble fuente de preocupaciones; por un lado, lo que ocurre a su alrededor y
por otro lo que ocurre en su fantasía. Dispone además de menos herramientas
cognitivas para explicarse racionalmente la naturaleza de los problemas que
le ocupan, lo cual es caldo de cultivo para los sentimientos de inseguridad y
emociones negativas. Por tanto, tiene el niño la posibilidad de preocuparse y
deprimirse, y por desgracia lo hace.

Por otro lado, desde la comunidad científica, durante
el siglo XIX y gran parte del siglo XX, se ha negado la
existencia de la depresión infantiles por cuestiones
teóricas. Por un lado, la corriente psicoanalítica más
freudiana, definía la depresión como una pérdida
de la estima del yo, fraguada en la comparación
dinámica del ego con el superego, pero el ego, y
por tanto el yo, no estaba lo suficiente formado
en la infancia, lo que hace imposible la depresión
infantil. El conductismo, por su parte, no atendía a
cuestiones más allá de lo meramente observable
como la conducta, por lo que no se interesaba en el
estudio de lo cognitivo y lo emocional, por lo que no
les interesaba especialmente la depresión.
El reconocimiento y comprensión de la depresión
infantil, tuvo que esperar hasta las primeras
descripciones y observaciones de dos psicoanalistas
heterodoxos: René A. Spitz y John Bowlby. Spitz
descubrió que los niños separados precozmente
de sus madres por ingresos en instituciones,
presentaban un importante cambio en su
comportamiento: lloros, retraimiento, desinterés,
apatía, descenso del apetito, estancamiento del
desarrollo físico y mayor morbilidad. Al síndrome
descrito por Spitz se le denominó depresión
anaclítica u hospitalismo. Posteriores estudios
añaden observaciones que confirman la presencia
de inexpresión facial, anomalías en la coordinación
visomotora, movimientos espásticos y un mayor
índice de mortalidad. Su teoría sigue siendo actual,
a excepción de su concepción de la irreversibilidad
del trastorno. Hoy en día se considera la depresión
infantil perfectamente tratable y reversible.
Bowlby (1958) encontró un fenómeno parecido, al
que también denominó depresión anaclítica. Se
presentaba en niños que, habiendo establecido un
vínculo con la madre, eran separados de ellas en
edades de entre seis meses y tres años. La alteración
conlleva tres fases: protesta, desesperación y
desvinculación. Primero el niño llora, entrando
después en un período de desesperanza cuando
siente su llanto ineficaz para recuperar a la madre.
Por último, se produce la desvinculación con el
mundo, estado caracterizado por una inactividad
extrema. Harlow (1971) describe exactamente los
mismos comportamientos en primates separados
precozmente de sus madres, lo que termina por
avalar la existencia irrevocable de la depresión
infantil.
Trastorno depresivo | 2
A partir de los años setenta, y una vez admitida la
existencia de la depresión en el marco de la población
infantil, los numerosos estudios y la proliferación de
instrumentos de medida, posibilita que podamos
contar hoy en día con un perfil sólido respecto a qué
es la depresión infantil, su prevalencia y la diferente
metodología para su evaluación.
Manifestaciones clínicas de la depresión
infantil
El niño o adolescente se encuentran un estado en
que se siente triste, desganado, descontento de
sí mismo y del entorno, y en numerosas ocasiones
furioso por todo ello. Todo el mundo, y en especial
a edades infantojuveniles, pasa por momentos
con este tipo de sentimientos, pero en la mayoría
de los casos se trata de una situación transitoria
y proporcionada al acontecimiento vivenciado.
Esto es normal. Si asistimos a la muerte de un ser
querido sin sentirse en absoluto afectado, diremos
que es anormal o estaremos ante un psicópata;
si por el contario, después de meses del entierro
sigue hundido, sin poder concentrarse, distraerse,
trabajar o estudiar, diremos que está deprimido. Por
ello, un acercamiento a sus síntomas nos ayudará a
aproximarnos con mayor precisión a la DI.
Enumeramos los más importantes agrupados por
áreas:
Emocionales:
• Tristeza.
• Ausencia de interés y pérdida de disfrute.
• Cambios bruscos de humor.
• Irritabilidad.
• Falta de sentido del humor.
• Lloros excesivos y desproporcionados.
• Desesperanza.

Motores:
• Inexpresividad.
• Letargo.
• Enlentecimiento motor.
• Hipoactividad.
• Hiperactividad.
Cognitivos:
• Falta de concentración.
• Pérdida de memoria.
• Desesperanza y pesimismo.
• Indecisión.
• Sentimientos de culpa.
• Ideas de suicidio.
Sociales:
• Aislamiento.
• Soledad.
• Retraimiento.
• Incompetencia social.
Conductuales:
• Protestas y riñas.
• Desobediencia.
• Rabietas.
• Indisciplina escolar.
• Delincuencia. Droga.
• Piromanía.
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Psicosomáticos:
• Enuresis.
• Cambio en el sueño y el apetito.
• Pérdida o aumento de peso. También se
considera el hecho de no coger el peso normal
para su edad.
• Pérdida de energía y fatiga.
• Dolores múltiples.
• Pesadillas.
Los síntomas más consensuados por la mayoría de
expertos son: baja autoestima, cambios en el sueño
y pérdida de apetito y peso, aislamiento social,
hiperactividad y disforia. En población adolescente,
los síntomas más representativos de la depresión
son la anhedonia, los trastornos de peso y apetito,
la indecisión y los pensamientos suicidas.
En su mayoría se muestran de una forma
interiorizada se parecen mucho a los de la depresión
adulta, sin embargo, cuando se trata de población
infantojuvenil, la depresión se da también con
síntomas más exteriorizados como los problemas
de conducta, rabietas, desobediencia o enuresis.
Esta mezcla de sintomatología interiorizada y
exteriorizada ha llevado a algunos autores de hablar
de “depresión enmascarada”, lo que ha contribuido
a la tardanza en aceptar la existencia de la depresión
infantil con sus propias características: en la DI
aparecen frecuentemente unidas las conductas
interiorizadas y las exteriorizadas como un fenómeno
de comorbilidad.

Comorbilidad
Especialmente en el caso de los niños y adolescentes,
la aparición de un trastorno facilita la aparición de
otros, en especial en los casos de trastornos de
ansiedad y depresivos. Además, numerosos síntomas
comparten distintas dimensiones diagnósticas
especialmente en niños. La concurrencia de dos
o más perturbaciones se da en más de un 55% de
los casos. En el caso de la DI, la comorbilidad es
especialmente fuerte con problemas de conducta,
agresión y ansiedad en niños, y en adolescentes,
los trastornos de conducta, ansiedad, oposición y
consumo de drogas son especialmente comórbidos
con la depresión en un 42% de los casos.
Evolución de los síntomas
La sintomatología de la depresión infantil
tiene un carácter especialmente evolutivo. En
edades tempranas, los niños muestran síntomas
mayoritariamente de carácter exteriorizado, siendo
los más frecuentes los no verbales: expresión facial,
movimientos corporales, de cabeza, movimientos
expresivos de las manos; sobre los tres años, la
enuresis y las quejas psicosomáticas son los más
comunes; a partir de los seis años la depresión
empieza a parecerse más a la adulta, pero se le
añade los problemas de conducta la mayor parte de
los casos. En los adolescentes priman los síntomas
interiorizados como en el caso de los síntomas
cognitivos y afectivos que, además aparecen con
mayor intensidad. La Anhedonia, la desesperanza,
la variación diurna, el enlentecimiento motor y las
ilusiones perceptivas son algunos de los síntomas
que se incrementan con la edad, así como otros
descienden: la baja autoestima, las quejas
somáticas y las ilusiones perceptivas. El intento de
suicidio sigue una evolución curvilínea a lo largo del
desarrollo.
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Tipos de depresión infantil
Hasta aquí hemos tratado de esclarecer las
características que definen la depresión infantil.
De igual modo que en la depresión adulta, cabe
también distinguir diferentes tipos, categorizados
en función de diferentes criterios: su curso, su
gravedad, sus desencadenantes y su carácter
evolutivo. Si tenemos en cuenta el curso de la
perturbación, distinguimos entre depresión unipolar
y bipolar, como ya hemos visto anteriormente. En
cuanto a su gravedad o severidad, distinguimos
la depresión mayor y el trastorno distímico, con
sintomatología más numerosa e intensa en el
primero que en el segundo. Sus desencadenantes
distinguen las depresiones exógenas, consecuentes
a acontecimientos psicosociales negativos, y las
depresiones endógenas, cuyo desencadenante
es desconocido y en las que el episodio depresivo
comienza de una forma inexplicable para el paciente
y sus familiares y allegados. Si adoptamos el criterio
evolutivo, se dintingue entre depresión psicomotriz
(1-3), preescolar (4-5), escolar (6-12) y adolescente
(12-18).
DEPRESIÓN MAYOR
La principal diferencia entre los trastornos del humor
(trastornos afectivos) es el tiempo de duración. La
depresión mayor se presenta en episodios de corta
duración, de no menos de dos semanas en las que
el niño se muestra muy deprimido. En la distimia,
sin embargo, hay períodos largos de un año en
que el humor del niño se muestra medianamente
triste pero no tanto como en la depresión mayor.
El problema es que a veces el episodio depresivo
puede durar tanto como para confundirse con una
distimia, y esta, suele durar tanto y mostrar síntomas
tan poco abruptos, que es fácil confundirla con la
personalidad propia del niño.

La depresión mayor es un trastorno del humor
bastante frecuente y serio en niños y adolescentes.
Cuando se detecta pronto y se trata adecuadamente
suele responder bien al tratamiento. No hay que
olvidar que, entre los adolescentes, después de los
accidentes y el cáncer, el suicidio es la tercera causa
principal de muerte. Muchos de estos adolescentes
mostraron síntomas de depresión y un aumento
del consumo de alcohol y drogas. La mayoría había
verbalizado alguna vez ideas suicidas antes del
suicidio y, por desgracia, el 82% de este grupo no
había recibido nunca ayuda psicológica.
La depresión mayor se define como la presencia
de al menos un episodio depresivo en que el niño
muestra 5 o más de los siguientes síntomas durante
un mínimo de dos semanas:
1 Estar triste, deprimido o irritable la mayor parte
del día y casi todos los días.
2 Disminuye notablemente el interés y el placer
por la mayoría de actividades.
3 Pérdida o aumento de peso, o disminución o
amento del apetito casi todos los días. También
se evidencia este síntoma cuando el niño no
alcanza el peso esperado dentro del umbral
pertinente a su edad.
4 Insomnio o aumento de somnolencia casi
todos los días.
5 Agitación o retraso psicomotor (lentitud,
pesadez) casi todos los días.
6. Cansancio o sensación de falta de energía casi
todos los días.
7 Sentimientos de inutilidad o culpa inapropiada
casi todos los días.
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8 Menor capacidad de concentración o
indecisión.
9 Ideas recurrentes de muerte (no sólo miedo a
morir) y suicidio, o intento o planificación de
suicidio.
Uno de los cinco síntomas ha de ser humor deprimido
o irritable, o pérdida de interés en actividades
placenteras (juegos, aficiones, amigos, que antes le
divertían).
Estos criterios son los mismos para niños,
adolescentes y adultos. La única diferencia es la
cara que adoptan dichos síntomas en las diferentes
edades, así como el peso que adopta cada uno de
ellos en las diferentes etapas del desarrollo. Por
ellos es importante reconocer la sintomatología
típica en cada edad:
• Depresión mayor de 3 a 5 años de edad.
Preescolares: la depresión mayor a estas
edades ejerce su principal impacto en las
actividades propias de la fase evolutiva y sobre
las habilidades adquiridas recientemente.
Siguiendo los criterios del DSM-5 los síntomas
manifestados en los preescolares son: aspecto
triste, cambios de peso y apetito, trastornos del
sueño, hipoactividad, baja energía, inutilidad
expresada e ideaciones suicidas (sin olvidar
que el concepto de muerte desarrollado a
estas edades de pensamiento preoperatorio,
la muerte es temporal y reversible. Es como
“desaparecer para siempre un rato”).

El humor disfórico del preescolar se manifiesta
clínicamente en los temas de fracaso, dolor,
destrucción y muerte que impregnan el juego
fantasioso y de simulación. Las fantasías mágicas
y ominipotentes con las que el niño “solucionaba”
y aliviaba su angustia, dejan de funcionar.
Desaparecen.
De igual modo ocurre con su comportamiento motor
o sus intereses lúdicos. Ya no quiere montar en bici,
o escalar, o ponerse los zapatos; habilidades que ya
posee y le gustaba realizar. Ya no quiere jugar con los
demás niños, y si le proponen sus padres o maestros
ir a jugar con ellos, suele responder: “Todos dicen
que soy tonto”, “Todo el mundo me odia”.
Son frecuentes las quejas de dolor, de dolor de
cabeza o del estómago. En niños que ya poseían
control de esfínteres, se pueden volver enuréticos o
encopréticos.
El sueño es trastornado por frecuentes pesadillas,
terrores nocturnos, dificultades para dormir.
Algunos niños muestran comportamientos
autodestructivos cuando se arañan hasta sangrar,
se golpean fuertemente la cabeza, tragan objetos
afilados y haciéndose propensos a accidentes
(accidentismo).
• Depresión mayor en escolares. 6 a 12 años:
la mayor prevalencia de depresión mayor en
niños y adolescentes corresponde al período
escolar, probablemente es debido a que los
clínicos tienen más contacto con estos grupos
de edad. También se vuelve más verbal, y
el niño puede compartir sus sentimientos
y fantasías depresivas con los demás. Los
profesores son, a menudo, los primeros en
notar la tristeza persistente, pobre rendimiento,
retraimiento y ensoñación del niño. Los padres
son habitualmente incapaces de reconocer la
depresión del niño, tendiendo a minimizarla o
negar su existencia.
El humor disfórico del escolar se expresa mediante
fantasías y temáticas relacionadas con culpabilidad,
frustración, autocrítica, pérdida y abandono. A nivel
motor se muestran agitados o nerviosos, torpes y
propensos a accidentes. Hipomotilidad, aunque
debido a su temperamento, algunos niños se
muestran hiperactivos, con conducta disruptiva en
el colegio, junto a una disminución de rendimiento
escolar. A menudo se confunde con TDAH, pero es fácil
diferenciarlos dado el humor disfórico, sentimiento
depresivo y baja autoestima del niño deprimido.
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Sus sentimientos de culpabilidad los expresa
pidiendo perdón constantemente sin conseguir
alivio alguno, o puede volverse “demasiado atento
y amable con los demás”. Buscan así la tranquilidad
y alabanza continuas, pero al mismo tiempo, estas
alabanzas y tranquilidad excesivas refuerzan sus
sentimientos de culpa, resultando de poca eficacia.
Puede dar paso a sentimientos ambivalentes
(sentimientos de amor y odio) en la relación del niño
con sus padres. La diligencia y entusiasmo relativos
al desarrollo de habilidades deriva en sentimientos
de duda personal e inferioridad.
• Depresión mayor en la adolescencia. 12
a 18 años: aunque los adolescentes son
especialmente vulnerables a la depresión,
generalmente es una perturbación
infradiagnosticada. Posiblemente, el motivo
es que, incluso para clínicos experimentados,
es a veces difícil distinguir entre “la confusión
adolescente” típica de su edad, y los síntomas
de depresión mayor en la adolescencia.
Los cambios normales del humor en la adolescencia,
se intensifican notablemente en la depresión. El
humor volátil prevalece, pero aumenta su frecuencia
hacia estados de humor disfórico y triste, proclives
a reacciones de ira injustificadas. Si la depresión
está unida a pérdida de peso o anorexia, puede
retrasarse la aparición de los cambios físicos
y psicológicos de la pubertad. Al adolescente
deprimido puede resultarle difícil incorporar los
cambios de la pubertad. El torrente de hormonas y las
dudas sobre sí mismo puede hundir al adolescente
en las profundidades de la depresión y llevarle a
comportamientos autoagresivos y suicidas.
Los sueños húmedos, los primeros sentimientos
de interés sexual, pueden suponer una carga extra
en los adolescentes que están deprimidos. La
menstruación en las adolescentes puede retrasarse,
ser irregular o cursar con excesivo dolor o molestias.
El humor disfórico se intensifica durante el período
premenstrual de las adolescentes.
La depresión intensifica la baja autoestima.
Sienten en su interior que han defraudado a los
demás y a sí mismos. Se aíslan, y la desesperación
y sentimientos de desamparo reducen más aún
su autoestima. Todo esto ocurre en un momento
en que la aceptación social, la pertenencia, la
importancia del aspecto físico y las competencias
y habilidades y el interés por lo sexual ocupan las
necesidades más importantes para el adolescente.

Por ello, los mecanismos para compensar las
espirales de caída afectiva toman protagonismo. Los
adolescentes encuentran en la negación, hostilidad
o consumo de alcohol o drogas un alivio.
Los adolescentes deprimidos no muestran ningún
interés en sus interacciones sexuales, en tener
citas, en buscar un acercamiento. Se puede dar el
caso en que algunos adolescentes deprimidos se
embarquen en actos sexuales o en comportamiento
promiscuo como defensa de su depresión. La
promiscuidad en estos casos tiene un carácter
de fondo autodespreciativo o autolesivo. Muchos
adolescentes no toman medidas para prevenir
embarazos o enfermedades venéreas.
Suelen tener multitud de quejas somáticas como
dolor de cabeza, de estómago, falta de apetito,
pérdida del ritmo de crecimiento, pérdida de peso,
aspecto pálido y cansado, sin el vigor y la alegría tan
características en la juventud.
Es de suma importancia que el clínico tome en
serio los diferentes síntomas de la depresión, las
ideas suicidas, los gestos o intentos de niños y
adolescentes. El tratamiento de un adolescente
deprimido y con ideas suicidas es parecido al de un
niño que sufre abusos. Ante la duda, es mejor tratar
que esperar a que sea el tiempo el que nos diga
si se debía haber tomado en serio las quejas del
adolescente o no.
DISTIMIA
La distimia ha sido uno de los trastornos afectivos
menos diagnosticados, ya que sus síntomas suelen
relacionarse con la “forma de ser” del niño o
adolescente, lo cual no es extraño cuando uno de los
criterios diagnósticos para su identificación es que
el estado disfórico dure al menos un año. Además,
la manera en que se manifiesta es menos abrupta y
llamativa que el episodio depresivo mayor, lo que,
erróneamente, ha implicado la atribución de una
menor gravedad y, por tanto, de un menor interés
clínico. En la jerga profesional, se habla de la distimia
como ese estado anímico análogo a la depresión,
pero más leve. Por un lado, es necesario, para poder
contrastar la sintomatología distímica, compararla
con la depresión mayor, pero esa misma facilidad
con la que se identifica la distimia como algo menor
que la depresión, hace que participemos de los
mismos mecanismos en la relación terapéutica con
el distímico que hacen que el trastorno se cronifique
y sus consecuencias se agraven.
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Aunque los síntomas se parezcan, su naturaleza
es muy diferente, y la lógica de su aparición y,
sobre todo de su mantenimiento, sigue algoritmos
diferentes a la depresión mayor.
En un trastorno afectivo, tanto distímico como
depresivo mayor, existe una pérdida de algo valioso
y una atribución interna que genera la culpa,
sentimientos de insuficiencia, desesperanza,
impotencia e indefensión. Estos sentimientos se
expresan a tres niveles. A nivel comportamental el
paciente lo vive con impotencia, como “no tengo
ganas, energía, fuerzas”; a nivel ideativo incluye
la desesperanza al no poder imaginar realizado
su deseo “no valgo, no podré”; a nivel relacional
lo vive como “no gusto, no me quieren, no me
reconocen”. De esta manera el paciente renuncia,
pero la renuncia no es vivida en realidad como una
rendición o un final, sino como una forma de aplazar,
un recurso para afrontar.
Tanto en la naturaleza de lo que realmente supone la
pérdida para el paciente, como en las características
intrínsecas a cada sujeto respecto a esa “renuncia”
como estrategia implícita de afrontamiento,
podemos diferenciar el tipo de conflicto básico más
común en ambas perturbaciones.
En el trastorno depresivo mayor, la pérdida confirma
los esquemas emocionales que circunscriben las
necesidades básicas carenciadas de valoración, ser
persona única o pertenencia. Los esquemas emocionales
tienen que ver con el “yo soy”. Siempre se ha sentido
incapaz, por lo que, aunque el episodio depresivo
debute con una pérdida, su perturbación es más bien
fruto de una posición que siempre ocupó en el mundo.

Temporalmente siempre se ha sentido así, incapaz. La
derrota o la pérdida se convierte en la prueba irrefutable
de la propia incapacidad y la justificación de la propia
renuncia. A nivel cognitivo, su autopercepción de
incapacidad da sentido a sus carencias y a sus
expectativas negativas (D. Valoración). A nivel
motivacional hay una falta de desafío. Anhedonia
en aquellas actividades que otros hacen con agrado.
“no pertenece al mundo de los capaces”, ha nacido
así, (D. pertenencia). A nivel comportamental, su
enlentecimiento no responde a lo que el paciente
sabe que tiene que hacer, alimentando la idea de su
incapacidad e insuficiencia interna (soy así). En su
forma de renuncia, el paciente espera a que otros más
capaces satisfagan sus necesidades psicológicas
de estima, valoración, pertenencia, etc. Se coloca
en el papel de “mártir”, desde sus sentimientos de
impotencia coloca en otros su esperanza, dando
una cara por lo general de excesiva complacencia,
obediencia. El deseo endógeno carenciado es el de
eliminación. No deja atrás los mecanismos infantiles
de “no hacer ni romper nada” para obtener así la
satisfacción de sus necesidades.
El trastorno distímico por su parte, se manifiesta más
a menudo con comportamientos más relacionados
con el componente ideativo de desesperanza que
con el componente emocional de impotencia.
A partir de un suceso vital en el que el paciente
distímico coloca su pérdida, se rompe una serie de
esquemas emocionales, y dicha ruptura supone una
decepción para consigo mismo. Esquemas del tipo
“si quiero puedo”, “soy capaz”, “lo importante es
ganar”, mantienen los sentimientos de autocrítica y
emoción de ira que mantienen el trastorno distímico.
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Ha descubierto que no es como creía ser. Mientras
que la pérdida del deprimido mayor tiene que ver el
fracaso en la consecución de algo demasiado elevado,
como el amor eterno, la amistad incondicional o la
pureza moral del mundo, sus padres o uno mismo,
el fracaso del distímico tiene que ver con la no
consecución de algo valorado como alcanzable, por
lo que el motivo de la no satisfacción es atribuido
a la propia insuficiencia. Pierde entonces el desafío
consigo mismo, no se contempla el perdón. El
olvido es imposible, el presente inmodificable, y el
futuro imposible ya que la imposibilidad reside en
él mismo. Incapaz de transformar la propia soberbia
en ambición y competición con deportividad, no
contempla la vulnerabilidad ni la derrota, por lo
que ni deja de jugar, ni lo intenta con fuerza. A nivel
cognitivo, la protección para no cometer más errores
se convierte en el freno. Se vuelve absolutista, no se
concentra y tiene constantes dudas y confusión. Hay
una continua búsqueda y localización de las propias
insuficiencias. A nivel emocional reina la Anhedonia
y los sentimientos de frustración. Llanto y duelo sin
fin se coloca en el papel de “víctima del mundo”,
volviéndose exigente consigo mismo y con los demás.
A nivel comportamental hace lo imprescindible, ni lo
deja ni lo supera. El deseo endógeno carenciado es
el D. de retención. No distingue lo que es de lo que
hace, lo que es de lo que le pasa. No avanza ni tiene
comportamiento regresivo. El Deseo de ser persona
única es el que protagoniza la carencia circunscrita
al esquema referencial básico.
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TRASTORNO DISFÓRICO 7 De Rivera, L. (2010) Los Síndromes de Estrés.

PREMENSTRUAL
El TDPM es un trastorno afectivo enmarcado en
los trastornos depresivos. Para su diagnóstico,
la paciente ha de presentar al menos cinco de los
síntomas que se presentan en el DSM-5 entre los
Criterios B y C: labilidad afectiva, irritabilidad, estado
de ánimo deprimido, ansiedad y tensión interna,
anhedonia, falta de concentración, fatigabilidad,
sensación de agobio, hipersomnia y síntomas
físicos como dolor mamario, articular o muscular, o
sensación de hinchazón o aumento de peso.
Los síntomas interfieren significativamente en la
funcionalidad social, relacional o académica.
El tratamiento ha de ser médico, y en aquellos casos
en que las consecuencias de los síntomas del TDPM
llevan a la paciente a problemas psicosociales, se
puede tratar de forma conjunta con el tratamiento
médico la psicoterapia.
Editorial Síntesis. Madrid.
8 Esperón, C. (2005) Depresión y Enfermedad
Bipolar en Niños y Adolescentes. Ediciones
Universidad de Navarra. Navarra.
9 I.E.P.T.L. (2015) Apuntes Máster en Psicoterapia
de Tiempo Limitado y Psicología de la Salud.
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11 Palmero, F., Breva, A. (1998) Estrés. De la
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Editorial. Valencia.
12 Rodríguez Sacristán, J. (2009) Psicopatología
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13 Siegel, Daniel J. (2016) El Cerebro del Niño. Alba
Editorial. Barcelona.
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Psiquiatría, 2013.
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Obsesiones y Compulsiones. Alianza Editorial.
Madrid.
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Manual de Psicología Clínica Infantil y del
Adolescente. Trastornos generales. Psicología
Pirámide. Madrid.