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Tema | Trastorno del universo evitativo

Módulo | Trastornos de la personalidad en la infancia y la adolescencia

Ángel Fernández

INTRODUCCIÓN Contenido
Son niños y adolescentes especialmente tímidos e inhibidos socialmente. Con baja
Introducción
autoestima y autoconcepto marcado por sentimientos de ineptitud, inadecuación
e incapacidad para alcanzar cualquier tipo de reto o logro. Se observa fuera de Características
casa, especialmente en el aula, excesivamente contenidos, ansiosos, rígidos,
motivados por pasar desapercibidos. Raramente se implican en actividades que Bibliografía
requieran contacto interpersonal. El temor a la burla y al rechazo es su Talón de
Aquiles.

El comportamiento del niño o adolescente con rasgos evitativos, puede recordar

al del esquizoide. Ambos manifiestan una clara inhibición social. Sin embargo,
mientras que el sistema afectivo del esquizoide está impermeabilizado a los
afectos y emociones, es inmune, no le afecta lo emocional, el sistema afectivo
del niño evitativo es completamente permeable, hipersensible a los estímulos
afectivos. El esquizoide está realmente a gusto consigo mismo, el evitativo está
realmente ansioso ante los demás, buscando en el aislamiento un descanso al
miedo a ser rechazados.

CARACTERÍSTICAS
La ansiedad les condiciona a evitar contactos
sociales, lo que les condena a evitar al mismo
tiempo cualquier tipo de placer o satisfacción en
las relaciones. Es fácil observarles solos en la hora
de recreo, mientras miran a los demás jugar. Tal
sufrimiento les sumerge en una espiral en la que, por
un lado, evitan de manera indirecta las relaciones
placenteras, y por otro, consolidan un aislamiento
de manera activa.
Cualquier situación social es interpretada como
problemática dada su especial aversión a ser
ridiculizados. Cuando decimos que los demás
pueden ridiculizarles, nos referimos a que,
simplemente les den el turno de palabra que no han
pedido, o que les inviten a jugar o a una fiesta de
cumpleaños.
Tímidos, vergonzosos, cabizbajos, dan la impresión
de ineptitud, justo la impresión que tienen de
sí mismos. Aunque desean profundamente
integrarse y formar parte del grupo, el miedo les
paraliza. Incapaces de intimar o dar el primer paso
para conocer o darse a conocer, se autoanalizan
constantemente percibiéndose inadecuados y
dándose perfecta cuenta de la imagen de tímido,
débil e inferior que de ellos llega a los demás. Si
como intento de romper esa barrera o por indicación
y consejos de familiares o amigos cercanos, se ven
obligados a jugar con el grupo o a ir a esa fiesta de
cumpleaños, desaparecerán haciendo una “bomba
de humo”, sin ser vistos.
Pueden mostrarse como niños muy obedientes,
sin rechistar aceptan las normas de convivencia
llegando a ser niños modelo, y a la vez sensibles a
cualquier llamada de atención.
A pesar de que desean relacionarse y de que son
perfectamente conscientes de ello, sólo se atreverán
a dar el paso de exponerse si están completamente
seguros de que serán aceptados. Este mecanismo
es altamente sensible a las experiencias anteriores
en relación a sus tímidos intentos de integración
en contextos en los que estuvieran seguros de que
iban a ser aceptados. El cuadro se va agravando
de manera exponencial, ya que cada intento fallido
tiene una enorme repercusión traumática, y dicha
repercusión traumática hace que sean cada vez más
sensibles a cualquier indicio de rechazo, llegando
a cotas máximas en las que perciben como rechazo
incluso una mirada dirigida hacia ellos.
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Figura 1. Ansiedad social.
Como ocurre en todos los casos que cursan con
ansiedad, hay siempre un radar activo para detectar
aquello que no saben gobernar y que les amenaza.
El radar del chico evitativo, hace que esté siempre
interpretando los tonos de voz, las sutilezas del
lenguaje, gestos, caras, risas.
Todo ello les distrae de su realidad, sumidos cada
vez más en sus consideraciones subjetivas y
evaluaciones sobre cualquier tipo de comunicación
hacia ellos, interferencias y ruidos mentales que solo
les deja una salida: evitar el contacto, sumergirse
en el alivio de su soledad y sentir la seguridad del
silencio social.
Los miedos del evitativo le llevan a actuar de
una forma ante los demás que ellos mismos
catalogan de forma negativa, lo que les sumerge
más en sus miedos, lo que les sumerge más en un
comportamiento poco natural, lo que…etc., etc. Esto
les lleva a sentirse diferentes, inferiores, sin ningún
tipo de atractivo para nadie, y ese sentimiento
desvirtúa su comportamiento de tal forma que su
peor pesadilla se convierte en realidad: los demás
niños, adolescentes o adultos pierden el interés
hacia él, si es que lo hubiera, o sencillamente pasan
desapercibidos en el mejor de los casos, cuando no
son objeto de burlas y discriminación.
La tristeza, sentimientos de ineptitud, baja
autoestima, ansiedad y estados depresivos se
convierten en el color del cristal desde el que
terminan percibiendo el mundo: frío, amenazante,
humillante y nada nutritivo.
El aislamiento y la evitación elegido por el niño, se
convierte en la situación menos mala, nunca en la mejor.
El miedo es entonces el principal motivo de retraimiento
social. Este miedo se manifiesta en diferentes matices:

• Miedo a la valoración negativa: auténtico
miedo a que se diga algo negativo sobre ellos,
sobre su forma de vestir, caminar, hablar, reír,
pensar, aspecto físico, gustos, etc. El miedo es
generalizado a cualquier clase de evaluación o
crítica negativa, o sencillamente no positiva, pero
el miedo más persistente y el que más rigidifica
al evitativo es, como ocurre en las ansiedades, el
miedo anticipatorio, ya que este miedo inunda a su
cerebro de este tipo de química, y, por tanto, coloca
al sujeto en una posición perceptiva focalizada
e hipersensible a cualquier dato o información
que confirme el motivo del miedo. El evitativo no
duda de su inadecuación, por tanto, no percibe la
parte del universo estimular que desconfirma tal
inadecuación, solo la que lo confirma.
La no presencia del estímulo más temido, no es más
que una medida de tiempo o una cuenta atrás desde la
que el rechazo es inminente. Es vivido como “aún no ha
ocurrido…aún no ha ocurrido…no ha ocurrido aún…pronto
me toca a mí”. De esta manera, la realidad está avocada
a terminar por confirmar el rechazo. La ausencia de éste,
no confirma más que el hecho de que lo inevitable esté
cada vez más cerca. Es como quien, ante una serpiente
venenosa, se encuentre paralizado y no pudiera confirmar
que la serpiente no le vaya a terminar mordiendo, dado
que hasta ahora no le ha mordido.
El evitativo vive las situaciones
sociales como cualquiera viviría
la tensión ante la mirada de esa
serpiente, y cada segundo que pasa es
un segundo menos para el mordisco.
• Miedo a ser rechazados: no sólo teme a que los
demás ratifiquen su autovaloración negativa,
además sufren ante la falta de muestras de
cariño dirigido hacia ellos. Estas faltas de cariño
son percibidas por el niño en una amplia gama
de gestos y actitudes de los demás. Desde la
evidencia de auténtica falta de interés, hasta
una declaración explícita de rechazo hacia
ellos. Viven de forma abrumadora su falta de
conexión con los demás, su fuente de gran
malestar es precisamente su mayor anhelo.
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• Miedo a mostrarse: sencillamente a mostrarse
desde una posición simétrica, a ser vistos,
pero sobre todo mirados y escuchados. Es
un temor a posicionarse respecto a lo que se
esté compartiendo en un momento dado en
un grupo cualquiera, corriendo el riesgo a que
su posicionamiento sea diferente al del otro.
Posicionarse es alimentar el miedo anticipatorio,
es colocarse ante la serpiente y mirarla a los ojos.
Evitar no sólo se manifiesta recluyéndose en casa
o ausentándose físicamente de las actividades
grupales, fiestas de cumpleaños o excursiones con el
colegio. Podemos ver al evitativo interactuando con
una apariencia normal, pero siempre mantendrá el
mecanismo de autocontrol midiendo constantemente lo
que dice, lo que hace.
Su comunicación verbal y no verbal, está interferida
por el miedo a mostrarse. Su escaso contacto ocular
manifiesta su convicción de que mirar a los ojos es como
establecer una relación de igual a igual, cosa que él no
siente. Así evita, huye desde dentro de la relación.
Cuando deja de hablar está también huyendo, evitando.
El evitativo se desaprueba hablando y no hablando
también, no tiene escapatoria ya que él mismo es su
peor enemigo.
Su posición interactiva de evitación, distanciamiento
o aislamiento repercute, como no puede ser de otra
manera, en el otro; y lo hace de diversas formas: El otro
reacciona con:
• Comprensión y acercamiento: siempre hay personas
que sintonizan con las dificultades de los demás, y
son estas quienes se acercan. Los niños buenos de
la clase les ofrecen un oasis de alivio, pero no son la
solución al autoconcepto negativo del evitador. No
debemos confundir comprensión con compasión, y
la compasión suele ser lo que, por un lado, reconforta
al niño evitador, y por otro lado, le sume aún más en
la confirmación de su vulnerabilidad.
La misma compasión que alivia al evitativo, es lo que
certifica su falta de valía. Le protegen por cómo es visto,
y acepta la protección por como se ve a sí mismo.
• Indiferencia y ausencia de interés: Una de entre
tantas leyes que rigen las interacciones humanas
es la de acercarnos a aquellas personas que nos
pueden aportar algo, tendemos a identificarlos
con las personas a las que nos acercamos. Las
personas indiferentes al evitativo no le tratan mal,
sencillamente no les interesa relacionarse con
alguien con quien “tengan que cargar”, hacer el
esfuerzo de llevar la voz cantante, ocupar la posición
dentro de la relación de quien nutre y no es nutrido.

Aunque no haya una actitud activa de rechazo, la
indiferencia es una actitud pasiva de rechazo, lo que
ratifica en el evitativo su falta de valía.
• Rechazo explícito: Es bastante frecuente,
sobre todo en círculos sociales de niños
o adolescentes, el rechazo explícito. Los
evitadores son blancos perfectos para quienes
muestran su poder atacando a quienes ven
vulnerables. Pongamos el caso de que el
adolescente evitador está en una fiesta, todos
bailan menos él. Sería un caso en que sufre la
indiferencia de los demás. Pero si el chico se
atreviese a proponer bailar a alguien, el rechazo
explícito se refiere a que le respondieran
abiertamente que prefieren no bailar antes de
bailar con él.
Figura 2. Rechazo.
• Agresión / burla: Los evitadores son blancos
objeto de los hostigadores que en la escuela se
nutren de su vulnerabilidad para satisfacer su
ansia depredadora y sádica. Son frecuentes los
escenarios en que sufren bullying.
El autoconcepto del evitador le lleva a mantenerse
en una espiral que se confirma a sí misma en la falta
de valía, sentimientos de inferioridad y la actitud
negativa en los demás de la que él mismo participa,
provocándolas, manteniéndolas o no extinguiéndolas.
Sus predicciones se hacen realidad, dado que son
ciegos a la realidad que no confirma sus peores miedos.
El sentimiento de inferioridad hace que demande
cada vez más protección de los demás, que una vez
ofrecida le permite volverse más vulnerable a los
demás, lo que hace que necesite progresivamente
más y más protección, confirmando y cimentando un
autoconcepto devastador.
En el amplio espectro de personalidades con rasgos
evitadores se pueden encontrar diferentes grados de
patología. El perfil medio del evitador es el de personas
tímidas, inseguras e hipervigilantes en cualquier situación
social, que pueden llegar incluso a actuar de forma
satisfactoriamente competente como para solventar la
situación en cuestión, pero a pesar de estar siempre alerta.
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Personas de pocas amistades, fantasiosas, celosas de su
intimidad. Interactúan bien si el contexto es conocido, no
así ante situaciones o personas nuevas.
En la infancia y la adolescencia se manifiestan los rasgos
evitadores con una gran tensión e irritabilidad ante los
estímulos exteriores. Parece que se refugian en objetos
inanimados. Van acumulando miedo a afrontar sus
responsabilidades y el contacto social porque se ven a sí
mismos como inadecuados, inferiores o incompetentes.
Fantasean sobre sí mismos sobreponiéndose a sus
sentimientos de inferioridad a través de grandes y
ejemplares gestas o actos heroicos. Se ven tristes,
apagados y rechazan actividades de juego con los demás.
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