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ZONAS DE

SACRIFICIO
A mis hijas
ATARDECER

El privilegio de leer a Pound a las cinco de la tarde


no debes olvidarlo nunca. No lo des por hecho.
Ni tampoco a esos árboles que ya no florecen.
Ni a las enfermedades que los secaron.
Las olas reventando en la playa.
La gente que se acerca hasta la orilla
para verlas devenir espuma sin que nadie
intentara escribir, las madres regañando a sus hijos
y el papel ahuesado de 80 gramos.
Los maceteros en las calles de Córdoba.
La temperatura que te permite caminar por ellas.
El bar abierto los domingos. El televisor
que nos reúne. Nada de eso es gratuito.
Ni las baldosas en la acera ni las naranjas
en los árboles. La cola que vuelve a crecerle
a las lagartijas es otro de los privilegios
que no puedes dejar de lado. La clave
morse que ocupaban tus maestros
para hacerte entender que no lo eran.
ENTONCES

Alguien que me ofrezca una taza de café.


Y yo me ocupo del resto. Para empezar de
los marinos golpeando al hombre equivocado

encima de la pista de baile. Luego de los recuerdos


que le produce el tintineo de la cuchara
mientras me dedico a conversar

de lo difícil que es ponerse a dormir


cuando el muerto que está a tu lado
sigue susurrándote palabras al oído

y tú las sigues escuchando. Una taza de café


a cambio de levantarme de la cama
para decirle al ratón Miguelito

también conocido como Mickey Mouse


que no importa la chapa que ocupe
la Flaca Alejandra seguirá

siendo Marcia Merino dentro del auto


en que la sacaban a pasear para que delatara
a la gente que vivía en su misma calle

y a todos aquellos que usaran chaquetas de tweed


con parches de gamuza cubriéndoles los codos:
a los que iban caminado por la acera y de pronto

ya no estaban. A los que estaban comprando cigarrillos


en el mismo quiosco de siempre y de pronto ya no estaban.
A los que fueron a hacer unos mandados y de pronto ya

no fueron. A los que conocían a Marcia Merino y de pronto


no la conocían. Un café es lo único que necesito. Con leche
y con azúcar. Los dibujos animados no resisten la tentación

de convertirse en un peine del porte de una cama.


Escribir para los sordos (quítale
la música al poema. Hazlo bailar
de atrás para adelante, piensa

en tus amigos, el más lírico


de todos entonando un arpa
sobre una nube y un carcaj

con municiones. Y olvídalo.


Escríbelo con lenguaje de señas
para los que no tienen manos,

cervantistas del hoy por hoy


leyendo sobre el derecho
a decirlo todo con un megáfono

en la boca. Olvídate de los diminutivos,


del tono menor, del tímpano: tener
orejas de tarro te permite

escribir para los sordos, bailar


sin moverte, meter las manos
al fuego por un amor que nunca

podría traicionarte (etcétera,


etcétera, etcétera. Agarrar
a patadas la batería

sin que a la “audiencia”

se le llegue a mover un pelo,


devorar una gallina encima
del escenario, dedicarle

ese poema a los niños de Madrid


desamparados por los bombardeos
de la aviación nazi-fascista:

colgarte de una cuerda


para dedicarle ese poema
a los que no puedan respirar.
MARÍA ISABEL REYGADAS

Yo no sabía de esta maravilla


pero ahora me vengo a enterar.
El templo de un dios desconocido
no siempre necesita de sus fieles.
Una dosis de quinientos milígramos
de cualquier pastilla que esté disponible
sería la fórmula aconsejable para enfrentar
el hecho de que tus amigos estén más allá
del teclado con que tipeas tus saludos
cumpleañeros. Las salas de cine
no admiten adolescentes que no vengan
acompañados de otros adolescentes.
Es común ver en los restaurantes
estratégicamente ubicados
a un costado del museo de historia natural
gente cargando las bandejas con una sonrisa
propia de las escuelas más ortodoxas del primer
renacimiento, esas que nos legaron
estatuas que todavía se conservan
al interior de una fuente que no empaña
la belleza del mármol inmarcesible
ni sacia la sed de los turistas
que se acercan a mojarse con desesperación
los últimos cabellos que sobreviven
en su eterna calvicie de jubilados. El agua
también les corre por la frente,
reemplazando las gotas de sudor
que una larga caminata a mediodía
justifica por completo. Yo no sabía de esta
maravilla, pero nunca es tarde
para ver pasar en la pantalla
imágenes de unos fieles reunidos
a la espera de que alguien les diga
por dónde sopla el viento
en las tardes menos soleadas.
Bautizar los días de calor con algún
adjetivo que los convierta en una forma
de generar ciertas ganancias de otro modo
inalcanzables es la maravilla de la que hasta ahora
no habíamos podido darnos cuenta. Extiéndeles
una sonrisa. Lo que ocurra después
será una bendición o una condena
dependiendo lo que se demoren

en volver a su adorado lugar de origen.


EN MINNESSOTA HAY UN PUENTE
QUE TIENE ESCRITO UN POEMA

Todo esto fue moderno alguna vez.


Ahora, sin embargo, los fotógrafos
llenan las páginas de un libro

como si estos lugares hubiesen sido


abandonados. Sin embargo aún
viene gente a estos centros

comerciales. Los automóviles


todavía cruzan el río gracias
a este puente con un poema

escrito en las columnas


que lo sostienen. El hierro
por todas partes está oxidado.

Todavía llegan aviones a estos


aeropuertos. No hay restaurantes
ni taxistas esperando la llegada

del Salvador. Pero los aviones


continúan aterrizando en esta
capital del medioeste. Un perro

está bebiendo agua en un charco.

La nieve se ha tornado de un color


ajeno a ese catálogo modernista
que durante años insistiera

en verla derretirse de inmediato.


Todo lo sólido. Una vez que recojo
mi maleta el futuro sigue dando

vueltas en la correa del equipaje.


EL ÚLTIMO ROUND

En el último round, Frazier y Alí


vuelven a salir al cuadrilátero.
Ya ni siquiera levantan los brazos.

Frazier no ve nada. Las caderas


de Cassius Clay se rehúsan
a seguir moviéndose. Sting like

a bee no more. Pero siguen de pie


debido a alguna razón que no
se encuentra allí en Manila

ni en los barrios que los vieron


crecer. El único en derrumbarse
fue el que dicen que ganó la pelea,

su contendor impasible tuvo durante


tres semanas un dolor en el cuello
que orgulloso le impedía moverlo.

El aire caliente ya no sirve de nada.


Respirar es una tortura. Para qué seguir
pegándole a alguien que se niega a abandonar.

Yo quiero llegar a ese último round


que nunca se produjo. Yo quiero
que la campana suene por última vez.

Y caminar hacia el centro donde debe


estar el enemigo. Esperándome. Si
yo fuera él: también me esperaría.

Que tenga claro que voy a llegar.


Que tenga claro que voy a volver.
Aunque tenga que arrastrarme

para caminar y lo único que me sostenga

sea el viento.
I.-

El arquero sabe que ganará menos


después de un gol como ese. Por eso
les grita a sus defensas. Porque sabe
que llegar a fin de mes será mucho más

difícil después de que el centro delantero


cabeceara solo en el área. No sabe si los gritos
que se escuchan en el estadio son retruécanos o
alabanzas, pero de cualquier manera lo ensordecen:

tal vez también grita por eso, por la incapacidad


de comunicarse con quienes debiera mantener
una conversación fluida, un entendimiento
donde bastara una señal, una forma

de mantenerse a cierta distancia


de aquello que representa
un peligro y sin

embargo no se le teme: cuando


aterrice el primero de esos golpes

la estrategia debiera sea la misma.


El combate, en su esencia, no ha
cambiado. ¿O esperabas un

lecho de rosas, a cuyos pies estaría


tendido tu contrincante?, ¿una jornada
de comprensión y camaradería?,

¿un detenerse a contemplar las olas


rompiendo como de costumbre
indiferentes a si lo hacen

en contra de las rocas o la arena?


Y, sin embargo, algo hay de eso.
Un algo de esperable

en ese afán de arrojarte contra la lona


para golpearte a voluntad, un poco
de lo que todos estábamos esperando:

es hora de responderle con algo igualmente


predecible aunque imprevisto, una
zancadilla a la altura de las caderas
que lo haga girar en el aire

para que el aterrizaje


sea tan abrupto como el cemento
que habrá de acariciar su espalda.
Los gritos del arquero no cesan.

Dime, Pedro, qué harías en este caso.


LA REBELIÓN DE SATSUMA

El heroísmo de Miguel Enríquez


no nos daba de comer. La conciencia
política de mis padres: una larga cola
en la que se le podía pagar a alguien
para que mantuviera tu puesto, orgullosos
de la escasez y una imagen repetida
hasta el hartazgo, un bombardeo
que no sirve para explicar ni tampoco
trae de vuelta a los que tuvieron que dejarlo
todo tirado, tal como estaba, cuando los subieron
a un auto en medio de la calle y todavía
caminan por la acera sin pavimentar.

El retorno del rey no se produjo


hasta que terminaron las últimas líneas del Metro
todavía en construcción. La ciudad ha cambiado

pero hay gente viviendo a un costado del río. El poder


ha dado algún discurso, grandioso
por las dimensiones del libro que lo contiene

y poco más. Lingüística


nuestra versión de los hechos, añeja
y accidentada por los porrazos
que la línea del tren propiciara
en esos pueblos que todavía

se encuentran a la vera del camino.


Las artes marciales del proletariado
poco tenían que hacer ante el peso de las armas.

Takamori Saigo, el último samurái, dirigió


a un grupo de rebeldes en contra
de las balas del ejército imperial.

Y también escribió poesía.


LO MISMO

Un árbol caído en noventa grados


es la única respuesta posible
a la pérdida del idioma
y el pasaporte.

Cerca, por ahí cerca, sin


tratar de imitar a nadie
los restos de una chimenea
yacen a la intemperie.

Es lo único que queda de una casa.


Rodeada de loa árboles del bosque.
El lugar donde los quemaban.
El calor humano. Imagino

los calcetines colgando


de la repisa en navidad.
El fuego atizado con cartas
que era preferible no leer.

No hay huellas de ninguna habitación.


El único rastro es el ducto por el que
las cenizas escupían al cielo.
Sólo para volver. Mutismo

de las paredes exteriores


que sólo puedo imaginar.
Mi casa está a un kilómetro.
También a punto de perecer.

Habrá que adornar con propiedad


la chimenea: nuestra botella al mar
con un mensaje que sintetice
las cuatro piezas que aún

habitamos, el tamaño de la cocina,


los utensilios guardados en el garage,
las toallas colgando en la puerta del baño
y los carteles de propaganda que adornan
el comedor. Los arqueólogos de fin de semana
que salgan a pasear en el futuro sin la intención
de imitar a nadie verán como orinan sus perros
encima de nuestro dormitorio, da absolutamente

lo mismo donde se detengan a defecar.


Hay un aire de cercanías entre las nodrizas
caribeñas, reinas de la casa patronal
al interior de los campos de algodón

y las machis del sur que no le piden


perdón a nadie. Un principio
y un fin alrededor de la cena

que está servida: mi lingüística


es una tabla de salvación
flotando en un mar lleno

de algas que podrían ser la vida


o podrían ser la muerte, dependiendo
hacia donde se incline ese árbol

recién plantado por el capataz


perdidamente enamorado
de la nodriza caribeña

que ha parido
los dos últimos vástagos
del dueño absoluto

de estos territorios.
EL LIBRO ROJO

Hay quienes comparan su salud con la de un roble.


Pero un roble es un árbol septentrional de hoja sinuosa,
caduca o marcescente, a veces visible en un clima mediterráneo
pero apto para crecer en ese frío que obliga a las parejas
a casarse debajo de sus ramas: cargar consigo una bellota

es un símbolo de fertilidad, su madera se utiliza


para tratar la disentería y la diarrea crónica
y en torno a ellos las ardillas se empachan

con los frutos que acumulan para pasar el invierno.


Yo prefiero comparar mi salud con la del pasto
donde los estudiantes fraguan todavía

sus próximas protestas: los libros desparramados


por el suelo no son una metáfora del aprendizaje
ni tampoco un ancla en el pasado: son papeles

manchados de tinta, acertijos para ser horizontalmente


interpretados, manifiestos vanguardistas
en bond de 80 gramos, proclamas

que uno quisiera haber escrito para leerlas


enfrente de una audiencia que no
tiene por qué ser la verdad:

rájate con un par de nombres propios


para que el nombre científico de los robles
guarde algún sustento y tenga una mínima

relación con aquello que estamos por definir:


una silvicultura maoísta, que avance
desde los campos hacia

las ciudades y explote los recursos


que nos quedan como un fotógrafo
se detiene a que pase por delante
de su objetivo un ciclista al pie
de una escalera: ciertas escuelas
de poesía enfatizan el espiral

y la baranda. Para otras


que no se consideran
a sí mismas una escuela

lo importante es la identidad
del ciclista, su sombra reflejada
en el pavimento que cobra

su cuota de protagonismo
en la fotografía enmarcada
en el museo que estamos

contemplando. Rájate con unas


entradas para que nosotros
también podamos verla:

antes de volarse la tapa de los sesos,


De Rokha decía que estaba enfermo de salud.
Árbol de hoja perenne, lejos de todo bosque:

me resigno a escarbar en la basura, como un zorrillo con sus crías.


MONACAL

Las despedidas se despiden de los que quedan


en el muelle. Los pañuelos blancos son una especie
de vegetación que crece en el horizonte mientras
se alejan los que se van. Las despedidas están
afuera de las fábricas, las despedidas se ponen
a la cola para encontrar otro trabajo, las cifras
de desempleo alcanzan niveles históricos, nunca
antes había habido tanta gente trabajando después
de las nueve de la noche, quejarse sería nadar contra
la corriente según la cual el país se encuentra mejor
que cómo se encontraba cuando los sacerdotes repartían
el cuerpo de Cristo incluso si no te habías confesado:
la sangre de nuestro señor chorreaba por las mejillas
de sus hijos para que los padres pudieran pasar su lengua
por la húmeda epidermis del lenguaje, aquí te queda todavía:
déjame decirte adiós plantando un árbol en el horizonte
mientras agito mi mano en el aire, déjame decirte adiós
para que los trenes que escucho desde esta celda se dirijan
de nuevo hacia mi infancia, trapense es el que se queda mirando
por la ventana para contar a los ciclistas que pasan delante de ella,
el voto de silencio lo seguimos –literalmente al pie de la letra, ni una sola
palabra debiera cruzar el aire, ni un solo sonido que altere el oído medio
y transmita a través de la cóclea el curso del agua en un arroyo, los pies
arrastrándose de un niño aprendiendo por tercera o cuarta vez a caminar,
la ropa desperdigada porque no hay tiempo de recogerla, la goma de las llantas
deslizándose sobre una autopista que también podría llevarnos de vuelta
y así evitar el tener que reclinarnos sobre un balcón
como si estuviéramos fumando un cigarrillo
y el humo se perdiera en el horizonte
donde tendríamos que dirigir la mirada:
las barras de la celda son los maineles
dividiendo los rayos del sol
que caen por separado
sobre esta página.
DECISIÓN

Los cuatro venados cruzando la calle


una vez concluido el mediodía: ¿son más importantes

que la decisión que vamos a tomar como si estuviéramos


reunidos en el ágora? Se arrojan sin avisar
a la carretera, los autos disminuyen

la velocidad y alguno de ellos frena destempladamente.


Se pierden corriendo por el bosque,
indiferentes a los testigos

que los ven atravesar sin pedirle


permiso a nadie. Alguien lee
el acta y después de hacer una lista

con los temas a discutir, los someten


a votación, aunque ya sepamos
el elegido. Así funciona

nuestro sistema. Su cornamenta


les permite hacer a un lado
las ramas de los árboles más

jóvenes mientras van haciéndose


camino en la espesura. Ninguno
falleció esta tarde. Ninguno

se quedó tendido con las piernas


quebradas en la vía que une
el noroeste de Ohio

con la más parte más occidental


de Pennsylvania. Los ancianos
levantan la mano mientras

se realiza el conteo. Después


se levantan con sus togas
y se dirigen a los baños.

El tráfico se reanuda una vez


que el animal es arrojado
en la carga de un camión.

En el urinario los espera un(a) joven.


Los cuervos con hambre vuelan
en torno nuestro. La carne

es tierna. La cena
está servida.
IVÁN SCHULMAN

Faunos para ser padres fundadores.


Ninfas del bosque que sólo existieron
en el láudano que las convocaba,
la aurora les poblaba los ojos
de hermanas eróticamente fallecidas
y águilas imperiales de las que nadie
imaginaba el holocausto por venir.
Los mismos laboratorios donde un gato
era capaz de estar en dos lugares a la misma
vez nos dieron hongos alucinógenos dispuestos
a destruirlo todo y servicios de seguridad
que pueden abrazar a sus hijos al final de la jornada
sin necesidad de aplicarle corriente en los testículos.
De vez en cuando los alumnos se niegan a decir
la verdad escudados en que la misma es revolucionaria.
Otras, parten con rumbo desconocido para internarse
en una selva sin dejar otro rastro que un par de lágrimas
derramadas. Las matriarcas han perdido la vista
pero aun así se preocupan de la decoración
de esa casa de campo que heredarán los asesinos.
Están allí afuera, esperando: las flautas/
de algunos de los seres mitológicos que los profesores
de literatura aseguran que habitan en este lugar
son la señal de partida. Una vez publicado el libro
tienen su trabajo asegurado. Incluso pueden cobrar
favores que nadie se atrevería a negarles. Su señoría:
el caso no ofrece ningún interés para las musas.
Hay un par de bustos en el pasillo que recuerdan
la efigie de estos caballeros. ¿Una flor marchita,
un par de piedras que sobreviven, una ley
que podría ser la del padre pero en realidad
sólo es un par de ventanas abiertas batiéndose
en desigual batalla contra el viento?

Y una nota a pie de página en algunos libros de Historia.


LA VIDA ES BELLA, MIROSLAW KLEJNOCKI
(traducido del polaco al inglés por Herbert Lloyd Llop;
del inglés al español por Cristián Gómez O.)

Ganas de entrar al mar con la ropa puesta.


De chocar a ciento veinte kilómetros contra
un árbol y parezca un accidente. Mi mujer
está de viaje o está muerta. Da lo mismo.
Mis hijos estarán de luto veinte minutos.
Ok, veinticinco. Para que no me acusen de.
Semanas enteras sin bañarme. Sólo desodorante
y un frasco de Paco Rabanne. Cada hora en frente
de mis alumnos es una forma de mirarme en ese espejo
donde sólo se ven cerdos degollados mientras los animalistas
claman al cielo por tamaña bestialidad. Una chica me pregunta
si es verdad que Góngora y Quevedo se tenían odio parido.
Dice que le gustaría trabajar sobre ese tema y agrega una frase
sobre un doctorado en el futuro. El agua está llegándome
hasta el cuello. Ni siquiera me saqué el reloj que llevo
todavía en la muñeca. ¿Debería decirle que nunca
en su vida va a lograr el tenure?, ¿que la precarización
laboral es diez veces más grave en nuestra área?
¿que la hecatombe ecológica está a la vuelta de la esquina
y lo más probable es que ni siquiera alcance a terminar
sus estudios? Desde que se me acabó el Paco Rabanne
comencé a echarme lo que ella dejó del Channel n 5
que le regalé para su último cumpleaños. Si me doy vuelta
ya no alcanzaré a ver la playa. Pero le respondo que me parece
un tema muy interesante, e incluso le recomiendo un par de libros
que profundizan en esa discusión. Algunos de los autores son
amigos míos. Esa parte sin embargo no se la cuento.
OPÚSCULOS CON ABUNDANTE INTERPRETACIÓN DE HELENISMOS

¿Habrá un tiroteo en la escuela de mis hijas?


¿eran tuyos los aretes tirados encima de la cómoda?
¿volverá subir el precio de la gasolina de alto octanaje?

Los cantos gregorianos a las siete de la mañana


eran como pasear por una galería antes y después
de que colgaran los cuadros. Mejor leer

un poema de Vicente Aleixandre, cuya casa de Velintonia n° 3


ha sido abandonada en igual medida por las administraciones
de los socialistas y los populares, allí donde conociera

a Lorca y a Neruda, allí donde se enamorara perdidamente


como nosotros nos enamoramos alguna vez de la forma
en que los árboles respiran para que nosotros podamos

respirar. La pregunta por la tercera persona del plural


agobia el pensamiento de los gramáticos, enterrados a un costado
de la biblioteca donde solían escribir esos opúsculos, con abundante

interpretación de helenismos, para que pudiéramos reposar tranquilos


en los campos de un Instituto Pedagógico todavía en paz con el universo.
Mi viejo manejaba por Macul con un par de copas encima. El encendedor

era en lo primero que se fijaba a la hora de comprar un auto. Vicente


Aleixandre te lo agradece. Yo prefiero este cáncer de fumador pasivo
a la agonía de verte morir entre escolios que no le aclaran nada

a nadie. Preferible escribir a haber escrito, preferible ser negro


a hablar de los negros, en medio de una casa vacía, cuyas
paredes albergarán en un futuro no muy lejano

fotografías de sus antiguos moradores


enaltecidos después de un cuidadoso proceso
de blanqueamiento en estandartes de un escudo

de armas, en síntomas de una enfermedad


cuyos efectos están a la vista de todos
aunque los decretos del rey sean incapaces
de conjurar las manchas que deja en nuestra piel:
marcas de nacimiento que exhibimos con orgullo
desde el interior de nuestras jaulas. Dermatitis

seborreica como una forma silenciosa de resistencia:


sucios venceremos. No hay noticias en las noticias
de ningún tiroteo por estos lados. Todo sigue en calma.
LA ESCUELA DE LOS ARCHIVOS

I.

¿Cómo le explicaremos a las futuras generaciones el suicidio colectivo de los ingleses?


¿A qué metáforas recurrirán los historiadores para anotar en las páginas
de sus libros los matices del comportamiento del partido republicano durante

las últimas seis décadas? ¿A quién traeremos a colación cuando queramos resumir
en el nombre de una sola persona todo lo que pasó durante una época
que buscamos exornar con los festones de un apellido incapaz de ocultar

lo peor de aquellos días pero sí de embellecerlo? ¿A qué ciudad habremos de


dirigirnos cuando sea el momento de darnos cuenta y el perenne follaje
de estos bosques se niegue a seguir escondiendo la luz de la que hablan

esas voces que apenas escuchamos a lo lejos y de inmediato desaparecen


cuando pensamos en acercarnos y sin embargo no damos nunca un paso
al frente? ¿Cuántas veces los suboficiales tendrán que preguntar con voces

atipladas quién quiere ser voluntario para una misión de la que nadie
ha vuelto todavía aunque todos insistan en declararse orgullosos
del panteón de conductores de ambulancias al que aspiramos en secreto

mientras leemos con una linterna debajo de esas sábanas que aun seguimos
mojando como una forma de expresar el profundo amor que profesamos
por las encargadas de secarlas bajo el sol? Cualquiera que sea la respuesta,

el agua hay ponerla a hervir.


Y esperar en silencio unos minutos.
II.-

¿Cómo le explicaremos a las futuras generaciones


el suicidio colectivo de los ingleses?
¿A qué metáforas recurrirán los historiadores para anotar
en las páginas de sus libros los matices del comportamiento
del partido republicano durante las últimas seis décadas?
¿A quién traeremos a colación
cuando queramos resumir en el nombre de una sola persona
todo lo que pasó durante una época
que buscamos exornar con los festones de un apellido
incapaz de ocultar lo peor de aquellos días
pero sí de embellecerlo?
¿A qué ciudad habremos de dirigirnos
cuando sea el momento de darnos cuenta
y el perenne follaje de estos bosques
se niegue a seguir escondiendo la luz
de la que hablan esas voces que apenas escuchamos a lo lejos
y de inmediato desaparecen cuando pensamos en acercarnos
y sin embargo no damos nunca un paso al frente?
¿Cuántas veces los suboficiales
tendrán que preguntar con voces atipladas
quién quiere ser voluntario
para una misión de la que nadie ha vuelto todavía
aunque todos insistan en declararse orgullosos
del panteón de conductores de ambulancias
al que aspiramos en secreto mientras leemos con una linterna
debajo de las sábanas que aún seguimos mojando como una forma de expresar
el profundo amor que profesamos por las encargadas de secarlas bajo el sol?
Cualquiera que sea la respuesta, el agua hay ponerla
a hervir. Y esperar en silencio unos minutos.
OMNI PARKER HOUSE HOTEL

Cada cual sabe lo que puede beber


haciendo un cuenco de agua con las manos.
Cada cual sabe el tipo de hotel que le conviene
cuando hay que llegar a una ciudad con el único

fin de salir de otra. Esa medida es lo que define


el número de pasos que daremos para ir
desde un punto a otro del mapa
sobre el que hemos puesto

nuestro índice. Desplazarse es


mover la yema sobre una imagen.
Todo está más cerca cuando el pavimento
se encuentra debajo de nuestros pies

y las aceras donde comenzó la revolución americana


también la vieron morir. Los irlandeses
continúan arribando al mismo
sitio donde antes los

trajeron para sofocar un incendio


cuyas lenguas multicolores todavía
todavía no es la peor de las palabras
que podríamos usar: un intérprete

alega en contra de la soledad


como lo hacen todas las canciones
de hoy, el trovador que según
dicen resbaló desde su ventana

todavía todavía todavía


es un alma en pena:
un aparición transita
los pasillos de este hotel.

Un presidente muerto también


durmió en alguna de estas
habitaciones antes
de morir.
El tranvía más antiguo de este país
transita como nosotros
bajo tierra.
BARRAS Y ESTRELLAS

Fuimos a ver un cuadro de Jasper Johns.


¿Es ese entero de blanco? No, es ese
entero de rojo. ¿Ves los animales

cayendo por el precipicio?, ¿las


vacas volando por el aire, el terror,
sí, el terror de las cabras del monte

al sentir que la tierra cede repentinamente


debajo de sus pies de animal?, ¿qué
quiso decir ese pintor americano

con esa fauna mirando el abismo?


Faltan colores para dibujar
una bandera. Pero, si

te fijas con detención, si aguzas


la vista puede que logres
reparar en esos

detalles. ¿O son policías


vaciando los bidones de agua
en medio del desierto?, ¿o son

esos robots enviados para ganar


la única batalla que no valía la pena?
¿o los abogados que nos

entregarán un oficio de la corte?


Jasper Johns ya no está aquí
para preguntárselo. Pero

lo más probable es que nos hubiera dicho:


llega hasta el borde, mira hacia abajo.
Abre el paracaídas: a nadie

le importa si no te atreves a saltar.


IMITACIÓN DE LA VIDA (1934, 1959)

Milwaukee Massachusetts New York Nevada Ohio Indiana


Florida Delaware Vermont Texas Minnesota
South Dakota California North Carolina

Idaho West Virginia New Jersey


Tennessee Louisiana Oregon Washington
New Mexico Michigan Kentucky South Carolina

Missouri Illinois North Dakota Maine


Georgia Hawaii Utah Kansas
Arkansas Maryland

Wyoming Alabama Virginia


Colorado Oklahoma
Rhode Island

Mississippi Alaska New Hampshire


Montana Wisconsin Connecticut
Nebraska Vermont Pennsylvania
LA ESCUELA DE LOS ARCHIVOS (III)

¿Es verdad que Claudio Arrau era acosador de menores?


¿Que las computadoras que inventaron su propio lenguaje
dejaron de lado los sustantivos para reemplazarlos con

conjunciones adversativas?, ¿qué hay de cierto en los que


dicen que Bernardo O’Higgins tenía esclavos y los hermanos
Carrera cuatro o cinco convivientes?, ¿es verdad que el suizo

Eduardo Frei le había prometido al embajador norteamericano


devolverle la explotación de la gran minería del cobre a las
empresas extranjeras que habían sido estatizadas?, ¿que

el ruiseñor de Keats no lo visitó a él sino que él salió a


buscarlo con tal de poder arrepentirse, con tal de edulcorar
la melancolía que lo hizo heredero y fundador?, ¿cuántos

son los árboles que habrán de talarse para que quede impresa
la verdad en torno a la muerte de Jean Seberg y el legado
de los Panteras Negras? Cualquiera sea la respuesta,

el agua hay que ponerla a hervir y esperar en silencio


unos minutos. Hay que matar a las monjas con
un golpe de oreja y esperar en silencio unos

minutos.
NEGARLO TRES VECES ANTES DE QUE

Un cristal recién roto por dos amigos


que escenifican una pelea mientras se caen
al suelo a las tres de la mañana.

La gente empujándose para entrar


a los vagones del Metro, o la gente
empujándose para poder salir.

Una mujer embarazada que apenas


puede caminar, o una mujer embarazada
que sale a trotar por las mañanas.

Aunque no quiera reconocerlo: los dibujos que hacen


las hormigas en el muro blanco de mi casa en Santiago
que ya no es pero sigue siendo mi casa.

Si se lo propone antes de empezar, la forma de esas begonias


dispuestas en los balcones de San Toribio
de Motolinia, que no pueden imitar

un jardín, pero enclavadas en el cuarto piso


de esos edificios de departamentos de clase media,
reciben todo el sol que necesitan
para florecer sin otra aspiración

que lograr un puesto de funcionario


en uno de esos pueblos perdidos
(el que pierda su vida por mí…)

donde el horario de almuerzo


es una cuestión de vida
o muerte: todo eso podría

ser un poema, o una hipótesis sociológica,


o una pequeña meditación al atardecer
en un cementerio junto al mar:

cualquier opción será bienvenida, siempre


y cuando me lo digas entrando
al estadio, mientras caminemos

hasta la galería sur, donde habrá que gritar


más fuerte porque al León hay que alentarlo
y sea lo que sea lo que ocurra dentro de la cancha

nos iremos de cualquier manera contentos.


¿Cuántas pinturas renacentistas
esbozadas con el cuidado que

se supone imprescindible para agradar


a su mecenas podrían garantizarte
esto?, ¿cuántos preámbulos del sol

en compañía de las gaviotas que lo esperan


volando alrededor de su alimento
serían también el exordio

de un día irrepetible como este?


Unámonos a la marcha de las madres
que todavía no encuentran a sus hijos.

A la de los poetas en pos de su musa


y los cazadores que apuntan a su presa
con una ballesta demasiado hermosa

para atrapar cualquier cosa que no sea


un poema caído en la desgracia.
   El rey del mote con huesillo

es nuestra forma de entrar en este siglo.


             Nuestra forma de vestirnos en invierno.
             Nuestra edad del gallo antes de que cante

al amanecer.
TESTAMENTO

Alguien muy delgado está duchándose


para ejercer su derecho a la limpieza.
Sus manos suben y bajan por una piel

partidaria como la nuestra de las señales


que piden auxilio a los héroes enmascarados
por la costumbre de llamarse a sí mismos

guardianes de un secreto a voces que juran


por conveniencia desconocer. Así nos hacen
entrar a sus casas como si fueran las grutas

donde se puede cumplir con el rito, una vez


que el agua se ha ido por el drenaje y la ablución
queda en manos de los sacerdotes. Todos pagamos

alguna penitencia: hubo los que dejaron de hablar


delante del espejo, los que siguen cazando hormigas
para quitarle la cena a los osos hormigueros, los que se

enorgullecían de haberle puesto el radier a la entrada


de sus hogares porque ahora podrían venderlos
al mismo precio que los compraron, los que

después de haber recitado “Las coplas a la muerte


de su padre” pidieron disculpas por haberlo
perdido poco a poco en una cama y no

en medio del combate. Los anaqueles


de sus bibliotecas tenían circuitos
cerrados de televisión. Todo lo que

parecía real lo era. Lo único abstracto


de ese lugar era la forma que tenía
de sonreírnos la fortuna: una carta

manuscrita, un comentario hecho al margen,


una de esas primeras ediciones por las
que fuimos capaces de abandonarlo
todo, de escribir con nuestros hijos
en las faldas, de seguir escribiendo
cuando ya estuvieran grandes y la única

herencia que podríamos ofrecerles


sería el recuerdo de un ángel con las alas
plegadas no por temor ni por cansancio

sino por culpa del viento que sopla


en dirección a la única calle que no deberíamos
transitar: todas las fábulas tienen un sentido.

Que algún día lo descubras será mi testamento.


LOS CLAVELES AMARILLEAN
EN EL BALCÓN DE NUESTRA CASA

“(…) En el reino de las sillas de tevinil


y aserrín esparcido por el suelo
se forja o se forjó el material necesario
para hablar de las flores artificiales
que adornan todavía los hogares de algunos
parientes que visitamos con la frecuencia necesaria
para pasar sin sobresaltos el invierno.

En el reino de la Cristal y el tres medallas


los bailarines de cumbia pierden el paso
abrumados por las tendencias luxemburguistas
que han ganado presencia en las últimas deliberaciones

del Comité. Pero no importa: la acumulación de fuerzas


no son intrigas/sino las condiciones imprescindibles

para decidir la fecha del asalto.


Del número que seamos capaces de reunir

dependerán los años que pasemos en el exilio,


el tipo de universidades donde seremos profesores

para meditar hasta el infinito en la derrota


sufrida por los claveles en nuestro lugar:

citando un día sí un día no


los volúmenes leídos hasta las cuatro de la mañana,

horario en que otros se levantan


para ver si todavía existe el aire:

los vagones absolutamente llenos


son la única respuesta que se me ocurre

cuando alguien me pregunta qué es la poesía


mientras se aferra con temor a su cartera”.

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