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República Bolivariana De Venezuela

Ministerio del Poder Popular Para La Educación Universitaria


Universidad Bolivariana De Venezuela – Sede Monagas
Estudios Jurídicos
Sección Nº 04

Facilitadora: Bachiller:
Geraldine Moreira. Diva María Téllez.
C.I: V-24.867.212.

Maturín, 26 de mayo de 2020


Durante todo el XVIII, España constituye un virreinato francés de facto, donde
los embajadores, emisarios o colaboradores galos hacen y deshacen a su antojo. Este
hecho hará desaparecer durante esta centuria las tensiones fragmentadoras. Cuando
París necesitó cuestionar la unidad española aun cuando, como durante el periodo de
los Austrias, los diferentes territorios disfrutarán de una amplísima autonomía-, las
turbulencias secesionistas hicieron su aparición. Por el contrario, cuando España
permaneció férreamente alineada bajo dominio galo, el fantasma de la disgregación
despareció, aun cuando el centralismo borbónico, suprimiendo los fueros y libertades
locales, diera motivos para ello. «Desde 1807, Napoleón tiene diseñada una España
menguante –incorporando a Francia a Cataluña, Euskadi, Navarra, La Rioja, la mitad
de Aragón y de Cantabria, y fraccionando el resto en tres virreinatos militares.

La Invasión Napoleónica:

La invasión napoleónica a España, o invasión francesa a España durante la


Guerra de la península ibérica se inició sigilosamente el 1 de Febrero de 1808 durante
la entrada autorizada de los ejércitos franceses al territorio español con motivo de la
invasión a Portugal que había sido concertada entre franceses y españoles. Una vez
que las fuerzas napoleónicas alcanzaron sus objetivos en Portugal se volvieron contra
sus aliados y ocuparon territorios en España, culminando con las abdicaciones de
Bayona y desatando el levantamiento de los españoles del 2 de mayo, así como la
llamada Guerra de la Independencia Española.
Bajo los términos del Tratado de Fontainebleau firmado secretamente entre Francia y
España en octubre de 1807, las tropas francesas bajo el mando del general Jean-
Andoche Junot tendrían acceso al territorio español para proceder con la invasión
conjunta de Portugal. El tratado también establecía la división del territorio portugués
en tres entidades: el norte sería entregado al antiguo rey de Etruria con el nombre de
«Reino de Lusitania Septentrional», el sur sería entregado al primer ministro español
con el nombre de «Principado de los Algarves» y el resto de los territorios quedarían
bajo control de los franceses. Pero el cumplimiento del acuerdo no se encontraba en
los planes de Napoleón.
El 17 de noviembre las tropas franco-españolas al mando de Junot entraron en
Portugal con destino a Lisboa sin encontrar resistencia. Pronto la presencia persistente
de las tropas francesas en España se volvió sospechosa, sumándose el hecho que
ocuparon ciudades que no se encontraban de camino a Portugal. El 22 de diciembre
otro ejército francés liderado por Dupont con 22.000 efectivos de infantería y 3.500 de
caballería entró en España sin anuencia de la Corte española; y el 9 de enero, cruzó la
frontera franco-española otro ejército al mando de Moncey con 25.000 efectivos de
infantería y 2.700 de caballería. Invasión napoleónica.

El general Junot depuso a la dinastía Braganza en Portugal así como al


consejo de regencia, y en contravención con lo previamente pactado con España en
Fontainlebleau procedió a proclamar el gobierno imperial de Napoleón Bonaparte
sobre todo el territorio portugués. Con el pretexto de reforzar el ejército franco-español
en Portugal, un número importante de tropas imperiales francesas entraron en España
donde fueron recibidas con entusiasmo por la población, a pesar del creciente
malestar diplomático. Pero más tarde ese mes de febrero Napoleón se reveló contra
sus aliados españoles y ordenó a sus comandantes tomar las fortalezas españolas.
Barcelona fue tomada el 29 de febrero cuando una columna francesa disfrazada como
un convoy de soldados heridos lograron la entrada a la ciudad. Los 100.000 soldados
del ejército real español se encontraron paralizados y pobremente equipados ante la
estratagema francesa. Las tropas se encontraban confundidas ante los disturbios en
Madrid, se encontraban frecuentemente sin líderes y sus fuerzas dispersadas desde
Portugal hasta las Islas Baleares. Tropas profesionales de la división del norte
lideradas por el general español Pedro Caro y Sureda habían sido asignadas a
Napoleón en 1807 y permanecían todavía apostadas en Dinamarca bajo el comando
de los franceses. Solo en las periferias de España hubo una respuesta efectiva contra
los franceses. El ejército de Galicia bajo el mando de Joaquín Blake y el ejército de
Andalusia bajo el mando de Francisco Javier Castaños lograron ambos contener la
invasión francesa. Los franceses no tuvieron éxito en tomar gran parte del noreste de
España pero tampoco pudieron los españoles repeler la invasión. España napoleónica
España napoleónica es el término con describe al territorio español ocupado por las
autoridades napoleónicas durante la guerra de la Independencia Española entre 1808
y 1813. Los territorios de España ocupados por los ejércitos franceses se
establecieron en un Estado satélite del Primer Imperio Francés encabezado por el rey
José I, hermano del emperador Napoleón. Guerra de la Independencia Española
Guerra de la Independencia Española La invasión napoleónica de España, y más
tarde los eventos ocurridos durante las abdicaciones de Bayona, fueron detonantes en
la Guerra de la Independencia Española que siguió (o desde el punto de vista
europeo: Guerra peninsular). Se trató de un conflicto bélico ocurrido entre 1808 y 1814
en el marco de las guerras napoleónicas por el control de la península ibérica.

El mismo Napoleón define con tajante claridad la voluntad francesa para


España: “En esta situación… decidí aprovechar la ocasión única para librarme de esta
rama de los Borbones, proseguir con mi propia dinastía el sistema de familia de Luis
XIV y unir España a lo destinos de Francia (…) Es preciso que España sea francesa;
para Francia he conquistado España, con su sangre, con sus brazos, con su oro. (…)
He destronado a los Borbones sólo porque conviene a Francia y asegura mi dinastía.
(…)Míos son los derechos de conquista; no importan las reformas, no importa el titulo
de quien gobierne: rey de España, virrey, gobernador general, España debe ser
francesa”.

Ya en julio de 1807, Napoleón había decidido los destinos españoles. Francia y Rusia
firmaron el Tratado de Tilsirt, en cuyas cláusulas secretas se acordaba la
desmembración del imperio otomano, quedando para Moscú su parte europea,
mientras que Napoleón se adjudicaba España y Portugal.

los principios de la revolución francesa: "Libertad, Fraternidad E Igualdad”:

Hace 228 años se producía en la ciudad de París una revuelta popular que
conducirá inexorablemente a un proceso revolucionario de pronunciados cambios
sociales, políticos y económicos, que modificará el devenir histórico de Francia, de
Europa y del mundo. Un día como hoy, el 14 de julio de 1789, se produjo el asalto al
presidio de La Bastilla, símbolo del poder omnímodo del absolutismo francés. El
pueblo parisino levantado en armas logró penetrar los muros del tétrico baluarte,
donde eran encarcelados todos aquellos que osaban desafiar el orden jerárquico
establecido. La violenta toma de la prisión mostró la pronunciada grieta existente,
entre la realeza y el estado llano; por la situación de desprecio político, que desde el
poder, se transmitía hacia el pueblo. La sangrienta refriega se propaló hacia el interior
del país, estallando simultáneamente, tanto en las ciudades, cuanto en la campaña. La
nobleza absorta, solo atinaba a huir de Francia. Los campesinos, se apoderaron de
sus tierras, iniciando el período que se conoció como “Grand Peur” al generalizarse la
sublevación, la monarquía se replegó y solicitó auxilio de la nobleza europea,
especialmente a la Monarquía Austríaca, con la cual Luis XVI, estaba emparentado
por su esposa, María Antonieta, hija del Emperador Francisco I.Con la caída de la
fortaleza de La Bastilla, donde el propio había sido encarcelado en dos oportunidades
en sus mazmorras, el antiguo régimen, se desmoronó, ante el grito desesperado de
libertad, fraternidad e igualdad, que contagió al pueblo, dándole a la consigna una
pertinencia republicana, tal cual lo plantearon 20 años antes, Jean Jacques Rousseau
y el barón de Montesquieu, en sus famosos escritos.” El contrato Social” y “Del Espíritu
y las Leyes”, de donde surgen los principios de soberanía popular y división de los
poderes del Estado. La Revolución Francesa cambió el curso de la historia de la
humanidad, marcando el fin del “Antiguo Régimen”, dando origen y sustento a una
nueva era. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, inspirada en
los filósofos de mediados del siglo XVIII y por la Independencia de los Estados Unidos
de Norteamérica en 1776, fue el sustento filo-político robusto del cambio radical,
propuesto por la Revolución; Montesquieu, Rousseau y Voltaire, no habían pensado y
escrito en vano. Su espíritu libertario iluminó el sendero revolucionario francés, que
luego se expandió por el mundo; ya no sería Dios quien confería la soberanía al
monarca, sino el pueblo. La Jerarquía de la Iglesia recurrió al Papa, mientras que los
sacerdotes y priores de la Clerecía Inferior, se solidarizaron con los rebeldes de la
ruralidad. En pocas semanas, toda Francia, se había levantado en un clima de agitada
confrontación. La Asamblea, donde deberían participar los representantes de los tres
Estados, no sesionaba desde el 1614. Por ello, ante la anarquía y crisis económica-
social imperante, el Estado llano comenzó a exigir al Rey Luis XVI, su inmediata
convocatoria, quien aceptó la petición y convocó a La Asamblea Nacional, donde ya
reunida, abolió el Régimen Feudal, se pronunció la célebre “Declaración de Los
Derechos del hombre y del Ciudadano” y se sancionó la Constitución de 1791, donde
el Clero perdió sus privilegios, quedando bajo dependencia estatal. Tres tendencias
políticas formaron bloques diferentes. Los Girondinos, los Jacobinos y cordeleros, se
enfrentaron en los debates parlamentarios, entre 1791 y 1792, hasta que la asamblea
se transformó en la Convención Nacional,
Aprobándose el fin de la monarquía absoluta y la conformación de un Directorio,
integrado por cinco miembros con predominio Girondino, aunque en pocos meses, los
Jacobinos tomaron el control de la Convención Nacional. Iniciándose “El Régimen del
Terror”, durante el cual se cometieron, feroces matanzas y persecuciones. El Papa Pio
VI, incitó a los emperadores Leopoldo III de Austria y Federico Guillermo de Prusia, a
una rápida intervención militar para terminar con la rebelión, ambos firmaron la
Declaración Pillnitz, amenazando al pueblo de Francia, con la guerra, que finalmente
sucedió. En la primera batalla, el general revolucionario Dumouriez venció a las tropas
Prusianas, al mando del Duque de Brumswick. El poeta y dramaturgo alemán, Goethe,
testigo ocasional de la batalla, exclamó “Este día comenzó una nueva etapa en la
historia del Mundo”. Enterados de la victoria, Robespierre y los Jacobinos acusaron de
alta traición a Luis XVI, quien fue apresado en la cárcel del Temple, otorgándosele
prioridad a la guillotina, donde fueron ejecutados 17000 personas, entre ellas el
depuesto Rey Luis XVI, su esposa María Antonieta, cientos de Nobles y Clérigos,
muchos contra revolucionarios y espías de Prusia y Austria, pero también importantes
líderes revolucionarios como Danton y el propio Robespierre y sus colaboradores
cercanos. Las noticias y partes de guerra sobre las victorias en las distintas batallas,
en el frente externo, comenzaron a exaltar la figura de un joven general corso,
Napoleón Bonaparte, quien definitivamente derrotó al ejército Austriaco en Italia,
convirtiéndose en el hombre más admirado de Francia. El 18 brumario de calendario
revolucionario francés, un golpe de Estado con apoyo popular terminó con el
Directorio,
Siendo proclamado Bonaparte como Cónsul y convirtiéndose en el máximo
protagonista de la política de Francia, quien disolvió el consejo de los quinientos,
sancionó una nueva Constitución proclamándose primer Cónsul, acaparando para sí,
todo el poder. ¡La revolución francesa, la más revolucionaria de todas las revoluciones,
había terminado! El repiqueteo de los tambores de los ejércitos del Imperio de
Bonaparte se escuchó por doquier, inclusive en la remota Moscú.
En cada territorio conquistado se propaló el pensamiento republicano del iluminismo
francés, que derivado en “La Revolución” produjo un cambio profundo de paradigma,
donde nuevos grupos sociales irrumpieron en el escenario político, exigiendo la
igualdad de todos los ciudadanos, ante la ley. Los vestigios del feudalismo anacrónico
de las monarquías absolutas europeas se habían derrumbado. La ruptura del orden
feudal, jerárquico y vertical, que terminó con los privilegios del clero y la nobleza
simbólicamente culminado por la revolución iniciada el 14 de julio de 1789, es
considerado por los franceses como su día nacional, por ello hoy, desde este portal en
el extremo sur del continente americano, saludamos, con profundo respeto y
admiración, al gran pueblo de la República de Francia, honrando, los valores que
surgieron en aquellos aciagos tiempos de la tribulada revolución.

ILUSTRACION Y GUERRA EN AMRICA LATINA, BOLIVAR Y LA ILUSTRACION


DE AMERICA:

Los vientos que comenzaron a mover la fronda latinoamericana a finales del siglo
pasado, con el inicio del ciclo progresista inaugurado en 1998 por la Revolución
Bolivariana de Venezuela, trajeron consigo una racha de furia liberadora que no podía
provenir sino de ese padre de la emancipación latinoamericana que fue Simón Bolívar.

Un estadista de la visión del fallecido presidente Hugo Chávez lo recordaba en cada


ocasión propicia, pues bien sabía que solo del entendido de que la revolución nacional
y progresivamente continental constituye la continuidad histórica y la consecuencia
dialéctica del legado del prócer caraqueño, se actuará a tenor con la idea de la
terminación de la obra hoy día lamentablemente inconclusa del héroe.
Pese al episodio involutivo en curso tras los sucesos acaecidos en naciones como
Argentina y Brasil, en la actualidad varios pueblos de América Latina ahondan en el
pensamiento y las convicciones políticas del precursor; así como en la cristalización de
la letra de su discurso de soberanía, integración e independencia.

El camino es difícil y aparecen escollos de todo tipo, pues existen enemigos muy
poderosos encarnizadamente opuestos a cualquier enfile de redención social. Son
estos traspiés —adecuados al contexto histórico: burguesías nacionales más
dependientes del poder superior del imperialismo norteamericano y la labor de zapa
permanente de un colosal sistema mediático al servicio de grandes y definidos
intereses— los mismos valladares, óbices, barreras y entuertos que debió desafiar en
su día el Libertador.

Hijo de aristócratas, huérfano desde muy pequeño, tuvo el adolescente Simón Bolívar
en Simón Rodríguez a un educador y mentor, alguien quien le enseñó instrucción,
conocimiento y contribuyó a ensancharle las fronteras de su pensamiento filosófico y
general acerca de los adalides de la Ilustración: Rousseau, Voltaire, Montesquieu,
Locke. Otros maestros que la historia le reconoce fueron José Antonio Negrete,
Guillermo Pelgrón, el padre Andújar, Migue José Sanz y Andrés Bello.

Justamente en un temprano viaje a Europa, en compañía de Simón Rodríguez,


pronuncia en el Monte Sacro su célebre juramento de que no descansaría jamás hasta
que América fuese libre.

Desde muy joven prendieron en Bolívar ideales emancipadores. Pretendía ver a su


patria, y al continente, libres de España, dueños de su itinerario, amos de su destino. Y
se propone cuanto está a su alcance para lograrlo. Es tan resuelto su afán, se toma
tan a pecho su misión que hasta con el mismísimo Francisco de Miranda llega a
disentir en algún momento; e incluso es partidario de que lo apresen cuando cree que
flaquea. Fue uno de los pocos errores políticos y humanos del patriota en una vida
llena de azares y dificultades, pero también repleta de loores y victorias morales,
políticas y militares.

Los venezolanos lo proclaman Libertador en Mérida, en 1813, poco antes de que tome
Caracas e instituye la II República. Es ahora que comienza su extraordinaria campaña
bélica, jalonada por una sucesión de importantes éxitos a través de un lustro, hasta
1818.

Después, durante la década siguiente, también firma hazañas como las victorias de
Pichincha (en 1822, al lado del mariscal Sucre) y de Junín, dos años más tarde, que
suponen la emancipación de Ecuador y el inicio de la liberación de Perú,
respectivamente.

Para 1823 crea la República de Bolívar, actual Bolivia, tras extinguir los últimos focos
de resistencia en el Alto Perú.
Antes de este parteaguas histórico, Simón ya había escrito, en 1815 la famosa Carta
de Jamaica. Este es un documento básico, profusamente publicado de forma
independiente o en antologías, a la hora de divisar su ideario y acción, el cual definió
su clara posición anticolonial.

No obstante, tras muchas vueltas de la historia y la sucesión de hechos y


circunstancias que contribuyeron a definir esquemas de pensamiento y estrategias de
acción, ha habido cambios históricos a lo largo del siglo XX y de la actual centuria en
la región que permiten barruntar la posibilidad cierta de una comunidad de países
unidos por el ideal integracionista preconizado por cubanos, venezolanos, bolivianos y
otros pueblos y gobiernos del área.

Aunque fuera a largo plazo, los ideales de Bolívar serán ciertos definitivamente sobre
la espalda martillada y sufridora, pero esperanzada del continente.

LOS IDEALES DE VALLENILLA LANZ:

Laureano Vallenilla Lanz (Barcelona, Venezuela; 11 de noviembre de 1870-


París, Francia; 16 de noviembre de 1936) fue un escritor, periodista, sociólogo e
historiador, uno de los principales representantes del pensamiento positivista
venezolano. Alcanzó un lugar prominente en las primeras décadas del siglo XX como
ideólogo y apologista del régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez1 y al mismo
tiempo logró hacerse reconocer como uno de los pensadores e historiadores más
originales y controversiales de su tiempo. Su obra fundamental se nutrió teóricamente
de las doctrinas que el cierre del siglo XIX había dejado en boga: el evolucionismo y el
positivismo. Apoyado en ellas y con las exigencias del rigor académico,

BIOGRAFIA:

Hijo de José Vallenilla Cova y de Josefa María Lanz Morales, Laureano


Vallenilla Lanz era el tercero de siete hermanos: Leonor, José de Jesús, Baltasar,
Hercilia, Josefina y Agustín. La precaria educación formal que hasta la adolescencia
recibe Laureano Vallenilla Lanz sólo encuentra reparación en la biblioteca paterna,
donde la lectura es hábito que le van cimentando autores más bien inusuales para su
edad: John Stuart Mill, Augusto Comte, Herbert Spencer y Charles Darwin. El conjunto
compendia en lo fundamental las más recientes tendencias del pensamiento político y
científico del siglo XIX. También se nutre con los clásicos de las literaturas española y
francesa.

Las últimas cuatro décadas del siglo XIX y las primeras tres del siglo XX, del
quehacer filosófico y académico en Venezuela están marcadas por el inicio, desarrollo
y consolidación hegemónica del positivismo. La temprana alocución de Rafael
Villavicencio (1866) -recibida con entusiasmo por los estudiantes y divulgada por la
prensa de Caracas- y la labor docente de Adolfo Ernst, allanan el camino para la
penetración del nuevo método cientificista1, a la par que en el ámbito económico y
político se gesta y profundiza la penetración imperialista inglesa y norteamericana.

En las aulas de la Universidad Central, en la flamante Sociedad de Ciencias Físicas y


Naturales y en los fascículos de Vargasía y El Federalista, se reiteran las excelencias
de la escuela de Comte y se dan a conocer los principios del evolucionismo. Al mismo
tiempo, en el diario La Opinión Nacional y otros órganos de difusión, se emprenden
largas campañas en defensa de los mismos.

En términos generales el anticlericalismo, el evolucionismo, la limpieza de sangre y el


cientificismo, son los rasgos característicos del positivismo venezolano, perspectivas
desde las cuales se hizo un gran esfuerzo para la reinterpretación de la historia y de la
realidad nacional, signada hasta entonces por una visión conservadora, romántica y
teológica.

Los escritos de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), se inscriben dentro de esta


perspectiva doctrinal filosófica y constituyen un hito fundacional de la presencia
positivista en Venezuela. Sus obras Cesarismo Democrático. Estudio sobre las bases
sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela (1919) y Disgregación e
integración. Ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana (1930), se
convierten rápidamente en referentes obligados para quienes pretenden participar en
el debate nacional.

LA HISTORIA:

Para Laureano Vallenilla Lanz, el objetivo más significativo fue la búsqueda de la razón
última de las cosas y para ello nada se le ajustaba mejor que la explicación positiva de
la historia, basada en el método científico. En este sentido, comienza por denunciar la
pretensión de muchos escritores de querer explicar la sociedad por medio de una
óptica “ metafísica y teológica” . Al respecto señala:

“ Todavía existe, no sólo entre nosotros, sino en la América entera, muchas


mentalidades encasilladas en las viejas teorías teológicas, metafísicas y racionalistas
que desconocen por completo las leyes fundamentales de la evolución y del
determinismo sociológico; todavía hay quienes creen en el imperio absoluto de la
razón y del libre albedrío, y en la posibilidad de reformar la sociedad según el método
especulativo y deductivo cuyo natural desenvolvimiento conduce forzosamente a
apartarse de la observación de los hechos históricos, como bases positivas de la
evolución social.

Critica Vallenilla a los historiadores que repiten los errores de la historiografía del siglo
XIX, por aferrarse a viejas teorías metafísicas que atribuyen a influencias extra
naturales o a la voluntad libre del hombre, las causas esenciales de todo fenómeno
social, lo que -según su parecer- produce un ocultamiento de la verdad.

“ todo parece surgir en nuestra historia por arte de magia; y la tendencia del espíritu
humano, que lo induce a solicitar en las vaguedades teológicas y metafísicas la causa
de los fenómenos cuya explicación no encuentra fácilmente, se halla entre nosotros de
tal manera acentuada por la mezcolanza de razas, por el medio y por la educación que
al más ligero examen podemos encontrar sus perniciosas influencias en cada una de
nuestras manifestaciones intelectuales”

Así, por ejemplo, critica a Rafael María Baralt (1810-1860), de aplicar afirmaciones
bíblicas al nacimiento de la nación venezolana, aun cuando al publicar su obra
Historia de Venezuela (1841), ya se había iniciado en Europa la aplicación del método
experimental y del positivismo en los estudios historiográficos. Según palabras de
Vallenilla Lanz:

“ Nuestro ilustre historiador Baralt, después de contar con su brillante estilo las
proezas colosales de la conquista y exponer sucintamente el régimen político,
religioso, judicial y de hacienda de la Capitanía General de Venezuela, estudia las
costumbres públicas emanadas de aquella viciosa organización, y sintetiza en estas
frases el estado de la colonia en vísperas de la revolución: ‘ la ínfima clase se hallaba
embrutecida y pobre; la más elevada era, con excepciones, ignorante y vanidosa. Por
doquiera se veía enseñoreada la superstición; en los ricos el lujo y los vicios que éste
engendra... la libertad, empero, el alma de lo bueno, de lo bello y de lo grande, diosa
de las naciones, brilló por fin sobre la patria nuestra; y en ese día, ¡cuanta luz no brotó
de aquellas tinieblas, cuantos héroes no salieron de aquella generación de
esclavos...’

Para Vallenilla, era urgente aplicar al estudio de la evolución histórica de Venezuela


los fecundos métodos positivos, a fin de que el pasado tan oscurecido por los viejos
conceptos, por la literatura épica y por las pasiones banderizas, se transformen en
realidad en fuente de saludables y fecundas enseñanzas5. Por otra parte, también
critica a los “ historiadores esquemáticos” , que interpretan los hechos a partir de una
idea o de un sistema de ideas6, así sean estas las del cientificismo.

En contraposición, plantea como método histórico el que los historiadores deban


atenerse a los hechos y documentos, y esperar a que éstos le dicten las conclusiones.
A su juicio, el método de la historia debe ser heurístico, es decir “ basado en el trabajo
analítico, en el método científico y objetivo” y debe apartarse en consecuencia del
método intuitivo que da como resultado una obra enrarecida por la poesía y la pintura.

En este sentido, Vallenilla Lanz se convierte en defensor de la aplicación en la historia


del método científico-positivo de observación, experimentación y comparación. Cree
que, solo así se podrán comprender las leyes que rigen la evolución de la sociedad y
su origen, elementos que debe brotar de los hechos y documentos que los constaten,
así como del prestigio o autoridad del historiador; afirmaciones estas que para la
época se convierten en una dura crítica a la historiografía tradicional en Venezuela.

La obra de Laureano Vallenilla Lanz como historiador ha trascendido en el tiempo con


el perfil negativo derivado de su apología al “gendarme necesario”. Por su condición
de pilar ideológico fundamental de la dictadura de Juan Vicente Gómez, Vallenilla Lanz
ha jugado, durante el período democrático posterior a 1958, un papel de segundo
orden entre los historiadores venezolanos. Otra de sus tesis fundamentales referidas a
nuestra historia, “la guerra de independencia fue una guerra civil”, apenas es
considerada actualmente en el debate historiográfico.

LOS PREJUICIOS DE LA SOCIEDAD COLONIAL:

Vallenilla profundiza el estudio de “los prejuicios de casta” presentes en la vida


colonial, análisis al cual le dedica todo un capítulo (Vallenilla, 1994: 99). Relaciona la
situación en Venezuela con los prejuicios de raza que se extendieron en España a
partir de la Inquisición:

“Todas las pequeñas sociedades que podían darse leyes particulares, exigieron de
aquéllos que deseaban entrar en ellas, pruebas más o menos rigurosas de su pureza
de raza, y rechazaban todos los pretendientes que no podían suministrarlas. Este fue
el origen de los estatutos de limpieza de sangre, que en Venezuela estuvieron tan en
boga hasta la víspera de la revolución, y aún en la época en que Caracas volvió a caer
bajo la dominación española (1814-1821)” (Vallenilla, 1994: 102).

La Venezuela colonial era el fiel reflejo de una sociedad española obsesionada por el
fanatismo religioso de la Inquisición, que relacionaba el color de la piel con la práctica
de religiones no cristianas. De esa manera, afirma Vallenilla:

“… las cofradías, las municipalidades, y una multitud de otras corporaciones,


decretaron estatutos semejantes en virtud de los cuales se pronunciaba una exclusión
absoluta contra toda persona que tuviera la desgracia de que se le comprobara
descender de un judío, de un mahometano, de un hereje, o de un condenado por el
Santo Oficio” (Vallenilla, 1994: 103).
La realidad específica del mestizaje profundo que se había desarrollado en Venezuela
durante los tres siglos de régimen colonial, era un elemento de nerviosismo y alerta en
los mantuanos, no sólo por la gran cantidad de esclavos, sino por la aún mayor
cantidad de personas “de color”, es decir, de descendientes diversos del mestizaje
entre españoles, africanos e indígenas
“En Venezuela se conservaron con mayor fuerza los prejuicios de raza, precisamente
por la gran cantidad de gente de color que resultó de la unión de los españoles con los
negros. A fines del siglo XVIII se calculaba en 406.000 el número de ‘razas mixtas o
gentes de color libres’ y el inmenso número de esclavos, sobre todo en la antigua
provincia de Venezuela, era una fuente inagotable de mulatos que alarmaba a los
blancos” (Vallenilla, 1994: 108).
Enfatiza en la caracterización de una sociedad colonial profundamente excluyente,
para ubicar allí el origen del terremoto social que estalló a partir de la declaración de
independencia por los mantuanos en 1810-1811. Para sustentar demoledoramente su
perspectiva, cita la opinión del Síndico Procurador General del Ayuntamiento de Coro,
en 1817, Don Mariano de Arcaya y Chirinos, quien se manifestaba alarmado

“por los cuidados y sobresaltos que inquietan a las familias nobles y blancas de esta
ciudad y su distrito, por la facilidad con que se ve en estos días celebrarse los
matrimonios entre personas notoriamente desiguales” y cree “que dejaría de cumplir
su (Sic) oficio si no presentase el hecho como un mal público que ha caído sobre estos
habitantes y los amenaza con la confusión de clases, invirtiendo el orden de las
jerarquías civiles, base fundamental de nuestro sistema político … Este pueblo,
señores, clama altamente por la contención de tales abusos, que lloran unos y temen
todos. Las familias de notoria nobleza y conocida limpieza de sangre, viven azoradas
aguardando el momento de ver uno de sus individuos imprevisoramente casado con
un coyote o con un zambo … al paso que se camina en Coro, en breve desaparecerán
las casas de una antigua nobleza, tanto aquí como en los lugares de su origen, y esta
calidad que ha costado a sus ascendientes el adquirirla a punta de lanza, y a sus
descendientes muchas fatigas y trabajos el conservarla, se borrará para siempre…”
(Vallenilla, 1994: 109) (Subrayado nuestro).
Vallenilla llama a esta clase mantuana colonial “oligarquías opresoras y tiránicas”, a
las cuales designa como “casta”. Hace énfasis en que la oligarquía de Coro,
particularmente, fue “de las más intransigentes que tuvo la colonia”, que “combatió
hasta última hora la revolución de la independencia”.
Más allá de los razonamientos que hace Vallenilla sobre las razas, ideas que hoy día
han sido superadas ampliamente gracias a los avances en los estudios genéticos y
antropológicos, nuestro autor ubica en estos conflictos raciales presentes en la
Venezuela colonial el origen del levantamiento popular ocurrido en los primeros años
de la independencia.

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