Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Facilitadora: Bachiller:
Geraldine Moreira. Diva María Téllez.
C.I: V-24.867.212.
La Invasión Napoleónica:
Ya en julio de 1807, Napoleón había decidido los destinos españoles. Francia y Rusia
firmaron el Tratado de Tilsirt, en cuyas cláusulas secretas se acordaba la
desmembración del imperio otomano, quedando para Moscú su parte europea,
mientras que Napoleón se adjudicaba España y Portugal.
Hace 228 años se producía en la ciudad de París una revuelta popular que
conducirá inexorablemente a un proceso revolucionario de pronunciados cambios
sociales, políticos y económicos, que modificará el devenir histórico de Francia, de
Europa y del mundo. Un día como hoy, el 14 de julio de 1789, se produjo el asalto al
presidio de La Bastilla, símbolo del poder omnímodo del absolutismo francés. El
pueblo parisino levantado en armas logró penetrar los muros del tétrico baluarte,
donde eran encarcelados todos aquellos que osaban desafiar el orden jerárquico
establecido. La violenta toma de la prisión mostró la pronunciada grieta existente,
entre la realeza y el estado llano; por la situación de desprecio político, que desde el
poder, se transmitía hacia el pueblo. La sangrienta refriega se propaló hacia el interior
del país, estallando simultáneamente, tanto en las ciudades, cuanto en la campaña. La
nobleza absorta, solo atinaba a huir de Francia. Los campesinos, se apoderaron de
sus tierras, iniciando el período que se conoció como “Grand Peur” al generalizarse la
sublevación, la monarquía se replegó y solicitó auxilio de la nobleza europea,
especialmente a la Monarquía Austríaca, con la cual Luis XVI, estaba emparentado
por su esposa, María Antonieta, hija del Emperador Francisco I.Con la caída de la
fortaleza de La Bastilla, donde el propio había sido encarcelado en dos oportunidades
en sus mazmorras, el antiguo régimen, se desmoronó, ante el grito desesperado de
libertad, fraternidad e igualdad, que contagió al pueblo, dándole a la consigna una
pertinencia republicana, tal cual lo plantearon 20 años antes, Jean Jacques Rousseau
y el barón de Montesquieu, en sus famosos escritos.” El contrato Social” y “Del Espíritu
y las Leyes”, de donde surgen los principios de soberanía popular y división de los
poderes del Estado. La Revolución Francesa cambió el curso de la historia de la
humanidad, marcando el fin del “Antiguo Régimen”, dando origen y sustento a una
nueva era. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, inspirada en
los filósofos de mediados del siglo XVIII y por la Independencia de los Estados Unidos
de Norteamérica en 1776, fue el sustento filo-político robusto del cambio radical,
propuesto por la Revolución; Montesquieu, Rousseau y Voltaire, no habían pensado y
escrito en vano. Su espíritu libertario iluminó el sendero revolucionario francés, que
luego se expandió por el mundo; ya no sería Dios quien confería la soberanía al
monarca, sino el pueblo. La Jerarquía de la Iglesia recurrió al Papa, mientras que los
sacerdotes y priores de la Clerecía Inferior, se solidarizaron con los rebeldes de la
ruralidad. En pocas semanas, toda Francia, se había levantado en un clima de agitada
confrontación. La Asamblea, donde deberían participar los representantes de los tres
Estados, no sesionaba desde el 1614. Por ello, ante la anarquía y crisis económica-
social imperante, el Estado llano comenzó a exigir al Rey Luis XVI, su inmediata
convocatoria, quien aceptó la petición y convocó a La Asamblea Nacional, donde ya
reunida, abolió el Régimen Feudal, se pronunció la célebre “Declaración de Los
Derechos del hombre y del Ciudadano” y se sancionó la Constitución de 1791, donde
el Clero perdió sus privilegios, quedando bajo dependencia estatal. Tres tendencias
políticas formaron bloques diferentes. Los Girondinos, los Jacobinos y cordeleros, se
enfrentaron en los debates parlamentarios, entre 1791 y 1792, hasta que la asamblea
se transformó en la Convención Nacional,
Aprobándose el fin de la monarquía absoluta y la conformación de un Directorio,
integrado por cinco miembros con predominio Girondino, aunque en pocos meses, los
Jacobinos tomaron el control de la Convención Nacional. Iniciándose “El Régimen del
Terror”, durante el cual se cometieron, feroces matanzas y persecuciones. El Papa Pio
VI, incitó a los emperadores Leopoldo III de Austria y Federico Guillermo de Prusia, a
una rápida intervención militar para terminar con la rebelión, ambos firmaron la
Declaración Pillnitz, amenazando al pueblo de Francia, con la guerra, que finalmente
sucedió. En la primera batalla, el general revolucionario Dumouriez venció a las tropas
Prusianas, al mando del Duque de Brumswick. El poeta y dramaturgo alemán, Goethe,
testigo ocasional de la batalla, exclamó “Este día comenzó una nueva etapa en la
historia del Mundo”. Enterados de la victoria, Robespierre y los Jacobinos acusaron de
alta traición a Luis XVI, quien fue apresado en la cárcel del Temple, otorgándosele
prioridad a la guillotina, donde fueron ejecutados 17000 personas, entre ellas el
depuesto Rey Luis XVI, su esposa María Antonieta, cientos de Nobles y Clérigos,
muchos contra revolucionarios y espías de Prusia y Austria, pero también importantes
líderes revolucionarios como Danton y el propio Robespierre y sus colaboradores
cercanos. Las noticias y partes de guerra sobre las victorias en las distintas batallas,
en el frente externo, comenzaron a exaltar la figura de un joven general corso,
Napoleón Bonaparte, quien definitivamente derrotó al ejército Austriaco en Italia,
convirtiéndose en el hombre más admirado de Francia. El 18 brumario de calendario
revolucionario francés, un golpe de Estado con apoyo popular terminó con el
Directorio,
Siendo proclamado Bonaparte como Cónsul y convirtiéndose en el máximo
protagonista de la política de Francia, quien disolvió el consejo de los quinientos,
sancionó una nueva Constitución proclamándose primer Cónsul, acaparando para sí,
todo el poder. ¡La revolución francesa, la más revolucionaria de todas las revoluciones,
había terminado! El repiqueteo de los tambores de los ejércitos del Imperio de
Bonaparte se escuchó por doquier, inclusive en la remota Moscú.
En cada territorio conquistado se propaló el pensamiento republicano del iluminismo
francés, que derivado en “La Revolución” produjo un cambio profundo de paradigma,
donde nuevos grupos sociales irrumpieron en el escenario político, exigiendo la
igualdad de todos los ciudadanos, ante la ley. Los vestigios del feudalismo anacrónico
de las monarquías absolutas europeas se habían derrumbado. La ruptura del orden
feudal, jerárquico y vertical, que terminó con los privilegios del clero y la nobleza
simbólicamente culminado por la revolución iniciada el 14 de julio de 1789, es
considerado por los franceses como su día nacional, por ello hoy, desde este portal en
el extremo sur del continente americano, saludamos, con profundo respeto y
admiración, al gran pueblo de la República de Francia, honrando, los valores que
surgieron en aquellos aciagos tiempos de la tribulada revolución.
Los vientos que comenzaron a mover la fronda latinoamericana a finales del siglo
pasado, con el inicio del ciclo progresista inaugurado en 1998 por la Revolución
Bolivariana de Venezuela, trajeron consigo una racha de furia liberadora que no podía
provenir sino de ese padre de la emancipación latinoamericana que fue Simón Bolívar.
El camino es difícil y aparecen escollos de todo tipo, pues existen enemigos muy
poderosos encarnizadamente opuestos a cualquier enfile de redención social. Son
estos traspiés —adecuados al contexto histórico: burguesías nacionales más
dependientes del poder superior del imperialismo norteamericano y la labor de zapa
permanente de un colosal sistema mediático al servicio de grandes y definidos
intereses— los mismos valladares, óbices, barreras y entuertos que debió desafiar en
su día el Libertador.
Hijo de aristócratas, huérfano desde muy pequeño, tuvo el adolescente Simón Bolívar
en Simón Rodríguez a un educador y mentor, alguien quien le enseñó instrucción,
conocimiento y contribuyó a ensancharle las fronteras de su pensamiento filosófico y
general acerca de los adalides de la Ilustración: Rousseau, Voltaire, Montesquieu,
Locke. Otros maestros que la historia le reconoce fueron José Antonio Negrete,
Guillermo Pelgrón, el padre Andújar, Migue José Sanz y Andrés Bello.
Los venezolanos lo proclaman Libertador en Mérida, en 1813, poco antes de que tome
Caracas e instituye la II República. Es ahora que comienza su extraordinaria campaña
bélica, jalonada por una sucesión de importantes éxitos a través de un lustro, hasta
1818.
Después, durante la década siguiente, también firma hazañas como las victorias de
Pichincha (en 1822, al lado del mariscal Sucre) y de Junín, dos años más tarde, que
suponen la emancipación de Ecuador y el inicio de la liberación de Perú,
respectivamente.
Para 1823 crea la República de Bolívar, actual Bolivia, tras extinguir los últimos focos
de resistencia en el Alto Perú.
Antes de este parteaguas histórico, Simón ya había escrito, en 1815 la famosa Carta
de Jamaica. Este es un documento básico, profusamente publicado de forma
independiente o en antologías, a la hora de divisar su ideario y acción, el cual definió
su clara posición anticolonial.
Aunque fuera a largo plazo, los ideales de Bolívar serán ciertos definitivamente sobre
la espalda martillada y sufridora, pero esperanzada del continente.
BIOGRAFIA:
Las últimas cuatro décadas del siglo XIX y las primeras tres del siglo XX, del
quehacer filosófico y académico en Venezuela están marcadas por el inicio, desarrollo
y consolidación hegemónica del positivismo. La temprana alocución de Rafael
Villavicencio (1866) -recibida con entusiasmo por los estudiantes y divulgada por la
prensa de Caracas- y la labor docente de Adolfo Ernst, allanan el camino para la
penetración del nuevo método cientificista1, a la par que en el ámbito económico y
político se gesta y profundiza la penetración imperialista inglesa y norteamericana.
LA HISTORIA:
Para Laureano Vallenilla Lanz, el objetivo más significativo fue la búsqueda de la razón
última de las cosas y para ello nada se le ajustaba mejor que la explicación positiva de
la historia, basada en el método científico. En este sentido, comienza por denunciar la
pretensión de muchos escritores de querer explicar la sociedad por medio de una
óptica “ metafísica y teológica” . Al respecto señala:
Critica Vallenilla a los historiadores que repiten los errores de la historiografía del siglo
XIX, por aferrarse a viejas teorías metafísicas que atribuyen a influencias extra
naturales o a la voluntad libre del hombre, las causas esenciales de todo fenómeno
social, lo que -según su parecer- produce un ocultamiento de la verdad.
“ todo parece surgir en nuestra historia por arte de magia; y la tendencia del espíritu
humano, que lo induce a solicitar en las vaguedades teológicas y metafísicas la causa
de los fenómenos cuya explicación no encuentra fácilmente, se halla entre nosotros de
tal manera acentuada por la mezcolanza de razas, por el medio y por la educación que
al más ligero examen podemos encontrar sus perniciosas influencias en cada una de
nuestras manifestaciones intelectuales”
Así, por ejemplo, critica a Rafael María Baralt (1810-1860), de aplicar afirmaciones
bíblicas al nacimiento de la nación venezolana, aun cuando al publicar su obra
Historia de Venezuela (1841), ya se había iniciado en Europa la aplicación del método
experimental y del positivismo en los estudios historiográficos. Según palabras de
Vallenilla Lanz:
“ Nuestro ilustre historiador Baralt, después de contar con su brillante estilo las
proezas colosales de la conquista y exponer sucintamente el régimen político,
religioso, judicial y de hacienda de la Capitanía General de Venezuela, estudia las
costumbres públicas emanadas de aquella viciosa organización, y sintetiza en estas
frases el estado de la colonia en vísperas de la revolución: ‘ la ínfima clase se hallaba
embrutecida y pobre; la más elevada era, con excepciones, ignorante y vanidosa. Por
doquiera se veía enseñoreada la superstición; en los ricos el lujo y los vicios que éste
engendra... la libertad, empero, el alma de lo bueno, de lo bello y de lo grande, diosa
de las naciones, brilló por fin sobre la patria nuestra; y en ese día, ¡cuanta luz no brotó
de aquellas tinieblas, cuantos héroes no salieron de aquella generación de
esclavos...’
“Todas las pequeñas sociedades que podían darse leyes particulares, exigieron de
aquéllos que deseaban entrar en ellas, pruebas más o menos rigurosas de su pureza
de raza, y rechazaban todos los pretendientes que no podían suministrarlas. Este fue
el origen de los estatutos de limpieza de sangre, que en Venezuela estuvieron tan en
boga hasta la víspera de la revolución, y aún en la época en que Caracas volvió a caer
bajo la dominación española (1814-1821)” (Vallenilla, 1994: 102).
La Venezuela colonial era el fiel reflejo de una sociedad española obsesionada por el
fanatismo religioso de la Inquisición, que relacionaba el color de la piel con la práctica
de religiones no cristianas. De esa manera, afirma Vallenilla:
“por los cuidados y sobresaltos que inquietan a las familias nobles y blancas de esta
ciudad y su distrito, por la facilidad con que se ve en estos días celebrarse los
matrimonios entre personas notoriamente desiguales” y cree “que dejaría de cumplir
su (Sic) oficio si no presentase el hecho como un mal público que ha caído sobre estos
habitantes y los amenaza con la confusión de clases, invirtiendo el orden de las
jerarquías civiles, base fundamental de nuestro sistema político … Este pueblo,
señores, clama altamente por la contención de tales abusos, que lloran unos y temen
todos. Las familias de notoria nobleza y conocida limpieza de sangre, viven azoradas
aguardando el momento de ver uno de sus individuos imprevisoramente casado con
un coyote o con un zambo … al paso que se camina en Coro, en breve desaparecerán
las casas de una antigua nobleza, tanto aquí como en los lugares de su origen, y esta
calidad que ha costado a sus ascendientes el adquirirla a punta de lanza, y a sus
descendientes muchas fatigas y trabajos el conservarla, se borrará para siempre…”
(Vallenilla, 1994: 109) (Subrayado nuestro).
Vallenilla llama a esta clase mantuana colonial “oligarquías opresoras y tiránicas”, a
las cuales designa como “casta”. Hace énfasis en que la oligarquía de Coro,
particularmente, fue “de las más intransigentes que tuvo la colonia”, que “combatió
hasta última hora la revolución de la independencia”.
Más allá de los razonamientos que hace Vallenilla sobre las razas, ideas que hoy día
han sido superadas ampliamente gracias a los avances en los estudios genéticos y
antropológicos, nuestro autor ubica en estos conflictos raciales presentes en la
Venezuela colonial el origen del levantamiento popular ocurrido en los primeros años
de la independencia.