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13.1. INTRODUCCIÓN
Este capítulo representa un considerable avance sobre ediciones previas, ya que
incluye los trastornos especificados en la CIE-10 como trastornos emocionales y con-
ductuales de origen en la niñez y adolescencia (trastornos hipercinéticos, de conduc-
ta, de control de esfínteres, tics y trastornos generalizados del desarrollo) pero, ade-
más, añade cuadros clínicos de especial relevancia en la infancia, como es el maltrato.
En el caso de los denominados «trastornos mentales del adulto» se incluyen aquellos
que son particularmente relevantes, puesto que pueden tener su primera presentación
antes de los 18 años y que debido a factores evolutivos o/y etiológicos pueden pre-
sentarse de una manera específica y diferenciada con respecto a los mismos cuadros
clínicos del adulto. Éste es el caso de la esquizofrenia y de los trastornos afectivos,
somatomorfos, obsesivo-compulsivos, alimentarios, del sueño e inducidos por tóxi-
cos. Además, en este capítulo se presentan aspectos clínicos particulares, como las
urgencias en salud mental infantojuvenil.
Los trastornos mentales infantojuveniles, que para ser considerados como tales
deben producir un impedimento funcional importante en la vida del niño-adoles-
cente, ocurren en el 10-20% de la población menor de 18 años. Sin embargo, debido
a varios factores, entre ellos la ausencia del reconocimiento de los trastornos menta-
les de los menores por los adultos que conviven con ellos, sólo una pequeña pro-
p o rción de ellos, el 10-30%, llegan a los servicios de salud mental. Sabemos que
algunos trastornos tienen una presentación limitada a la edad infantojuvenil (tras-
tornos del control de esfínteres), mientras que otros tienen una evolución crónica
aunque se inicien en la edad infantil temprana (trastorno hipercinético, trastorno
generalizado del desarrollo) y que la falta de identificación y tratamiento en su ini-
cio se ha relacionado con un incremento de condiciones adversas en la edad adulta,
como el consumo de tóxicos o los trastornos de personalidad, etc. Una gran pro p o r-
ción de los trastornos mentales tradicionalmente considerados de «adultos» (esqui-
z o f renia, trastorno bipolar, trastorno obsesivo-compulsivo, etc.) tienen su inicio de
una manera aguda o bien insidiosa en la edad infantojuvenil, muchas veces con pre-
sentaciones clínicas diferenciadas de las que se establecerán posteriormente en la
317
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.2
edad adulta. En estos casos, la edad de inicio, la forma de presentación, las caracte-
rísticas clínicas y la identificación y el tratamiento precoces no sólo pueden re l a c i o-
narse con factores etiólogicos y de respuesta al tratamiento en la edad adulta, sino
que pueden ser determinantes con respecto a factores pronósticos más tarde en sus
vidas.
En los menores de 18 años, el abordaje diagnóstico y terapéutico tiene que ser, más
que en ninguna otra área de la salud mental, multidisciplinario y multimodal.
Tradicionalmente, no se ha dispuesto de estudios empíricos que demostrarán la efec-
tividad de determinadas intervenciones terapéuticas, problema que en los últimos
años ha comenzado a resolverse con la demostración de que intervenciones farmaco-
lógicas y psicológicas cognitivo-conductuales son claramente efectivas en trastornos
mentales infantojuveniles específicos (trastorno por déficit de atención con hiperacti-
vidad [TDAH]).
La psicofarmacología en menores de 18 años plantea problemas propios relaciona-
dos con la dificultad de realizar estudios a doble ciego, la forma de administración de
los fármacos, la diferente farmacocinética y, en consecuencia, diferente respuesta tera-
péutica, así como la reticencia de los padres, los profesores y la población en general
a usar psicofármacos en esta edad.
La dificultad de realizar estudios farmacológicos ha conducido a la situación actual,
en la que más del 80% de los psicofármacos recetados en esta edad no tienen autori-
zación explícita de la Administración, y representan una extrapolación de las inter-
venciones psicofarmacológicas en los adultos.
En general, ha existido la tendencia a recetar dosis por debajo de los umbrales tera-
péuticos en la edad infantil. Sin embargo, a esta edad está aumentando el metabolis-
mo hepático, y adelantado en general el pico de acción con respecto a sus homólogos
adultos, y los fármacos liposolubles se eliminan más lentamente. Por consiguiente,
habitualmente las dosis terapéuticas en la edad infantojuvenil no presentan grandes
diferencias con las de la edad adulta. El conocimiento de la psicofarmacocinética en
esta edad y de la evidencia empírica, así como la adquisición de una experiencia clí-
nica sólida, serán imprescindibles para que las intervenciones psicofarmacológicas
consigan la máxima efectividad con los mínimos efectos adversos, condiciones
imprescindibles para vencer las reticencias a la psicofarmacología que muestran los
adultos responsables del cuidado de estos pacientes.
El desarrollo del control de los esfínteres vesical y anal se adquiere durante la pri-
mera infancia. Requiere un período más o menos breve de entrenamiento que se rea-
liza en el hogar (retirada de pañales y elogio por control) y en el colegio o guardería.
Suele iniciarse por el control vesical diurno, seguido del control del esfínter anal diur-
no y, finalmente, el control nocturno de ambos esfínteres.
El 80% de los niños de 3 años controlan sus esfínteres. Alrededor del 20-25% de las
318 enuresis nocturnas son secundarias. A los 5 años, el 14-20% de los niños mojan la
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
cama. A los 16 años sólo lo hace el 0,8-1,5% de los adolescentes, y existe un claro pre- 13.2.1
dominio en los varones. Con respeto a la enuresis diurna, las cifras son muy bajas, del 13.2.2
1-2%, y las niñas son las que con mayor probabilidad presentan el trastorno.
La causa más frecuente de los trastornos de la eliminación es el aprendizaje in-
correcto. Posteriormente en la enuresis, sobre todo en la nocturna, prevalece una predis-
posición genética. En el 77% de los casos, el padre y la madre presentan antecedentes
de enuresis.
13.2.3
se observa un rezumar continuo, tanto de día como de noche. En la defecación
normal sólo se expulsan pequeñas cantidades de heces y la incontinencia desa-
parece al resolverse el estreñimiento.
B. Sin estreñimiento ni incontinencia por rebosamiento: las heces son de forma y con-
sistencia normales; la emisión de las heces es intermitente y se produce en
lugares inadecuados. Este trastorno suele asociarse a otros trastornos conduc-
tuales o emocionales.
13.2.3. Evaluación
Es esencial una historia personal y familiar completa, así como la exploración física
para descartar una enuresis orgánica. En la historia clínica debe registrarse informa-
ción extensa sobre los episodios y los posibles desencadenantes. Es importante eva-
luar el desarrollo psicomotor, así como el proceso de adquisición del hábito de orinar y
defecar, valorando la respuesta del niño y la aparición de miedos a defecar u orinar.
Siempre conviene diferenciar si la encopresis se acompaña de estreñimiento y/o de
episodios de rebosamiento, así como si hay dolor asociado o se relaciona con prácticas
inadecuadas de entrenamiento en el control de los esfínteres. Es recomendable inves-
tigar otros hábitos, como los de higiene (lavado de la ropa sucia, limpieza del cuer-
po) y los alimentarios (fibra). Debe investigarse el uso actual o previo de laxantes u
otros fármacos. Es importante registrar los intentos para resolver el problema, los tra-
tamientos previos y el grado de preocupación por el trastorno de los padres y del pro-
pio paciente, así como la respuesta de cada uno de ellos ante los episodios de elimi-
nación. Se ha de verificar que el niño no utiliza pañales. En la evaluación son de gran
utilidad los sistemas de registro, ya que permiten valorar la magnitud de la enuresis
y encopresis y su evolución a lo largo del tratamiento.
En la enuresis diurna deben valorarse especialmente la urgencia urinaria (imposibi-
lidad de aplazar la micción) y las posibles infecciones urinarias y/o las malformacio-
nes de las vías urinarias.
En la enuresis nocturna hay que valorar también la urgencia urinaria: si se levanta
por la noche voluntariamente para orinar o son los padres los que lo levantan, hora-
rio de sueño y existencia o no de un trastorno del sueño.
En la encopresis es fundamental el sistema de registro para conocer la pauta de defe-
cación, la motivación hacia el tratamiento, tanto del niño como de los padres, así como
su capacidad para seguir y comprender instrucciones. Es importante llevar un regis-
tro de la pauta de defecación y, paralelamente, sobre todo al principio, uno del régi-
men alimentario.
Hay que descartar alteraciones psicopatológicas en el niño (más frecuentes en la
enuresis diurna secundaria) en la entrevista clínica con los padres y con el niño y bus-
car información complementaria con cuestionarios. Se recomienda una interconsulta
con el servicio de urología pediátrica. Los niños que se orinan a cualquier hora del día
tienen más probabilidades de presentar alteraciones de las vías urinarias que los que
320 sólo padecen enuresis nocturna.
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
Si se presentan los tres trastornos al mismo tiempo, el orden de intervención aten- 13.2.4
derá primero la encopresis, luego la enuresis diurna y finalmente la enuresis noc- 13.2.5
turna. 13.2.5.1
13.2.5.1.1
Hay que valorar el desarrollo del niño y recordar que no existiría el trastorno si la
edad mental del paciente no correspondiese a su edad cronológica. Se debe investigar
si ha habido un proceso de entrenamiento en el control de los esfínteres y, si no se
hubiera adquirido el hábito, iniciarlo reforzando la interacción positiva entre padres e
hijo.
En el caso de la encopresis debe establecerse la diferencia diagnóstica entre la enco-
presis y el miedo a defecar, bien por evitación del dolor, bien por evitación a defecar
en lugares distintos del propio domicilio.
Deben descartarse otros trastornos psiquiátricos que favorezcan la aparición de
encopresis, como los trastornos emocionales, los trastornos por abusos sexuales, y el
TDAH.
Siempre debe descartarse la existencia de otras causas orgánicas que justifiquen el
cuadro. En la enuresis, dichas causas son más frecuentes en los casos de enuresis mixta
(sobre todo si hay tenesmo y polaquiuria) y en la secundaria. Entre las enfermedades
de base orgánica deberían descartarse afecciones genitourinarias, estructurales, neu-
rológicas o infecciosas y otros trastornos orgánicos que causan poliuria y enuresis,
como las diabetes mellitus e insípida, la anemia de células falciformes y la insuficien-
cia renal. Hay que descartar, asimismo, trastornos de la conciencia, como epilepsia e
intoxicaciones, y efectos secundarios farmacológicos (antipsicóticos, especialmente
risperidona y tioridazina). En la encopresis debe descartarse la presencia de otras
enfermedades en los casos en que está involucrado un mecanismo de estreñimiento o
bien cuando la incontinencia fecal se relaciona con otras enfermedades médicas (p. ej.,
la diarrea crónica no justifica el diagnóstico de encopresis).
Es fundamental motivar al niño. Para ello hay que informarle sobre el funciona-
miento de los sistemas urinario y digestivo, así como sobre la función de defecar, y
evitar que se sienta culpable y conseguir su participación activa.
13.2.5.1.2
y, como en todos los casos, recoger información sobre la intensidad y frecuencia antes
de iniciar cualquier tratamiento.
El método de alarma o «pipi-stop» es eficaz y de bajo coste; su objetivo es despertar al
niño e interrumpir la micción pocos segundos después de haberla iniciado, momento en
que fisiológicamente coincide con una distensión vesical intensa y la relajación del esfín-
ter externo; al repetir la secuencia, se asocia la distensión vesical con el despertar.
Además, cuando ha transcurrido un mínimo de 4 semanas sin emisiones nocturnas
involuntarias, para prevenir recaídas antes de retirar el pipi-stop conviene incrementar
por la noche la ingesta de líquidos. El pipi-stop debe acompañarse del registro diario de
incidencias realizado por el propio niño y un programa de refuerzo para, según cada
caso, despertarse o levantarse cuando suena la alarma y comprobar si hay que cambiar
la ropa de la cama o se trata de una «noche seca». El porcentaje de éxitos es del 60-86%
y las recaídas del 26-41%. Las recaídas disminuyen significativamente al volver a utili-
zar el pipi-stop; así, el 60-82% de los niños se mantienen asintomáticos después de una
segunda tanda de tratamiento.
El entrenamiento en cama seca es muy eficaz, pero de mayor coste en cuanto al esfuer-
zo por parte de los padres y del niño. Es un entrenamiento intensivo de una noche y
mantenimiento de una serie de estrategias a lo largo de las 14 noches siguientes.
Consiste en la aplicación de diversas técnicas: aparato de alarma, despertar progra-
mado, ingestión sistemática de líquido, entrenamiento en retención, consecuencias
aversivas por mojar (entrenamiento en limpieza, práctica positiva) y consecuencias
positivas por tener la cama seca. El porcentaje de éxitos es del 82-92%, con el uso de la
alarma incluido, y el de recaídas del 23-25%.
Se ha demostrado que la participación y motivación del niño es un factor predictivo
de éxito. Así pues, el niño debe tener un papel activo en el hecho de despertarse cuan-
do suene la alarma, levantarse, cambiarse y volver a hacer su cama cuando esté mojada.
Es muy eficaz la compaginación de la alarma y el entrenamiento en cama seca. Este
entrenamiento puede realizarse también de forma grupal y mixta, con sesiones a los
niños y sesiones a los padres, lo que incrementa la motivación del niño para seguir el
tratamiento.
En casos resistentes y después de haber utilizado el pipi-stop y el entrenamiento en
cama seca, pueden recomendarse la reducción de la ingesta de líquidos y la reinicia-
ción del tratamiento con registros, alarma y cama seca.
La utilización del sistema de alarma es eficaz cuando suena simultáneamente a la emi- 13.2.5.1.3
sión de orina, pero también cuando no es simultánea, de lo que se desprende la efica- 13.2.5.2
cia de avisar al niño (educadores, padres) para que vaya a orinar a menudo (p. ej., cada 13.2.5.2.1
13.2.5.2.2
dosis pro g resivamente hasta su supresión total (0,3 mg el primer mes, 0,2 mg el
13.3 segundo, 0,1 el terc e ro y 0,1 mg en días alternos el cuarto mes). Las recaídas son ele-
vadas y sólo alrededor del 27% lo consiguen después de la supresión del fármaco.
Los factores de pronóstico positivos fueron la edad mayor de 9 años y una menor
f recuencia de episodios enuréticos.
En cuanto a los antidepresivos tricíclicos, la imipramina ha sido el principal fármaco de
tratamiento para la enuresis. Aunque no se conoce su mecanismo de acción, es mucho
más eficaz que cualquier otro agente anticolinérgico. Al parecer, su efecto se relaciona
con la función tubular renal. La respuesta es inmediata: disminución de la frecuencia
de episodios en el 85% de los casos y control total en el 30-50%. Se producen recaídas
en el 60-95% de los casos. La dosis es de 1-1,5/kg, antes de acostarse.
La oxibutinina tiene un efecto antiespasmódico muscular directo, efectivo en la enu-
resis con hiperreflexia vesical (incontinencia diurna).
Muchos niños pasan épocas durante las cuales aparece alguna dificultad para con-
ciliar el sueño, y estas dificultades son una queja relativamente frecuente en las con-
sultas pediátricas y de salud mental. Alrededor del 20% de los niños de 1-3 años y el
10% de los niños de 4-5 años presentan problemas significativos para dormirse y des-
pertarse. En general, las consultas disminuyen con la edad, pero su importancia se
mantiene por las repercusiones sobre la salud, el comportamiento, el humor, la aten-
ción, la concentración y la vida familiar.
Entre los 2 y los 15 años de edad los trastornos del sueño tienen la siguiente preva-
lencia: somniloquia, 32%; pesadillas, 31%; despertares nocturnos, 28%; dificultades para
conciliar el sueño/insomnio inicial, 23%; terrores nocturnos, 7%, y sonambulismo, 2,5%.
Los terrores nocturnos son más prevalentes entre los 2 y los 5 años, las pesadillas
entre los 4 y los 8 años y el sonambulismo entre los 6 y los 11 años. La fobia a dormir
es más frecuente en la etapa escolar.
Los principales problemas del sueño en la infancia son:
La etiología es múltiple e incluye factores del entorno, factores del propio individuo
y factores directamente relacionados con el comportamiento familiar ante el problema.
13.3.2
C. En el terror nocturno el niño no recuerda nada a la mañana siguiente y, por
consiguiente, el malestar subjetivo es menor que en las pesadillas.
D. El niño con terror nocturno responde parcialmente a los intentos de calmarlo.
E. Ni en el terror nocturno ni en las pesadillas hay signos de trastorno físico.
F. Las pesadillas se presentan en cualquier momento del sueño y se acompañan
de escasas manifestaciones motrices.
G. Habitualmente, los niños con pesadillas tienen un recuerdo vívido y detallado
de lo que han soñado, y por ese motivo pueden mostrar ansiedad anticipatoria
(miedo a soñar o a volver a soñar).
Un niño es maltratado cuando es objeto de agresión, física, sexual y/o psíquica por
acción y/o por omisión por parte de las personas responsables de su cuidado o insti-
tuciones. Se considera abuso sexual cuando existen contactos e interacciones entre un
niño y un adulto, cuando el adulto (agresor) utiliza al niño para estimularse sexual-
mente él mismo, al niño o a otra persona.
El abuso sexual puede también ser realizado por una persona menor de 18 años,
cuando el perpetrador es significativamente mayor que la víctima o cuando el agresor
está en una posición de poder o control sobre el menor (National Center of Child
Abuse and Neglect, 1978).
El maltrato infantil es una de las causas de mayor preocupación social. Un gran
número de casos de maltrato infantil no son diagnosticados por la falta de conoci-
miento que tienen algunos profesionales que trabajan con niños sobre los signos de
alerta o la evaluación del maltrato, así como su resistencia a adoptar una actitud acti-
va en la notificación del maltrato debido a sus posibles repercusiones legales. Es una
obligación de los profesionales cursar la notificación de la situación a la fiscalía de
menores, así como asegurar la protección del menor. Es importante saber que una
notificación no es un diagnóstico ni una denuncia. Siempre será necesario un estudio
posterior a cargo de una unidad específica, que determinará la existencia del abuso o
negligencia, que en algunos casos puede resultar difícil.
Diferentes estudios demuestran que el 25% de los niños que fueron devueltos a sus
padres sin ninguna intervención, a pesar de la sospecha de maltrato, volvieron a ser
víctimas de maltrato, y el 5% murieron por ello.
En España se detecta maltrato en 1 de cada 2.500 niños, a pesar de que se estima
que sólo se detecta el 10-20% de los malos tratos existentes. Por edad, existen dos gru-
pos de riesgo: los niños menores de 2 años y el grupo de 12-14 años. Por sexo, los niños
sufren mayor número de malos tratos físicos y negligencia, y las niñas, más abusos
sexuales y maltrato psíquico. Es frecuente la presencia de más de un tipo de maltrato,
así como su reiteración.
La mayoría de las lesiones son rasguños, cortes o moretones. Las fracturas de hue-
sos son la segunda causa de demanda de atención médica en estos casos. En los casos
de negligencia, así como en el síndrome del bebe zarandeado, cuando hay lesiones
físicas, éstas son más importantes. Los niños menores de 1 año de edad suelen pre-
327
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.4.1
sentar las lesiones físicas más graves. Los casos de maltrato o negligencia ocurren con
13.4.2 mayor frecuencia (31%) en niños que presentan otro problema asociado (prematuri-
dad, problemas médicos previos, etc.) que en niños sin otros problemas (9%). Los
varones más jóvenes son los que tienen mayor riesgo de ser víctimas de maltrato
(2 niños/1 niña). En el 31% de los niños maltratados no se diagnostican las lesiones
físicas que presentan en la primera exploración.
13.4.1. Clasificación
Maltrato físico (incluye el síndrome de Munchausen por poderes).
Abuso sexual.
Negligencia o abandono (incluye maltrato prenatal).
Maltrato emocional.
En las tablas 13-1 y 13-2 se indican las variables utilizadas para detectar situaciones
de riesgo en los padres y en los niños, respectivamente.
Tabla 13-1. Variables para detecar una situación de riesgo en los padres
Nombre Definición Categorías
Tabla 13-2. Variables para detectar una situación de riesgo en los niños
Nombre Definición Categorías
1. Contactar con los servicios sociales, los cuales tienen que ponerse en comunicación con el Equipo de
Atención a la Infancia y Adolescencia (EAIA)
2. Comunicación a la Fiscalíaa
3. Exploración por el servicio de urgencias pediátricoa
a
En caso de sospecha fundada.
329
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.5
a realizarse. Se trata de un trastorno que requiere un seguimiento sistematizado, tanto
13.5.1 de contención familiar como para facilitar estrategias al paciente para afrontar con fre-
13.5.1.1 cuencia situaciones potencialmente estresantes.
Es imprescindible valorar el riesgo de repetición del maltrato para proteger al niño
de forma inmediata. Los diferentes profesionales deben actuar como un equipo cohe-
sionado con el fin de evaluar la situación y organizar un plan de actuación.
Las diferentes formas de actuación posibles son las siguientes:
13.5.1.2
H. Privación ambiental grave. Es el caso de los niños cuidados en los primeros
años de su vida en orfanatos, con gran privación socioemocional y ambiental.
Muestran cuadros denominados de «seudoautismo», con anormalidad en la
relación social, retraso en el lenguaje e intereses circunscritos con anormalida-
des sensoriales que mejoran cuando el ambiente es seguro y estable con padres
adoptivos.
De la misma manera que hay que monitorizar los avances del niño en el tratamien-
to, conviene efectuar reevaluaciones periódicas de sus capacidades a fin de objetivar
332 los avances terapéuticos.
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
El tratamiento farmacológico no es específico del autismo, pero puede mejorar síntomas 13.5.2.1
graves que supongan un gran impedimento al niño y a los adultos que viven con él: 13.5.2.2
Se manifiesta por la misma tríada sintomática que el autismo infantil, pero se dife-
rencia de éste en algunas de las características clínicas esenciales para su diagnóstico:
o bien comienza después de los 3 años, o no hay retraso del lenguaje o algunas de las
dimensiones sintomáticas (sociabilidad, comunicación o patrón de intereses) es sublí-
mite para realizar el diagnóstico de autismo infantil.
Puede haber algún síntoma de la tríada del autismo infantil, pero mucho menos
intensa. Puede haber retraso en el desarrollo del lenguaje con alteraciones leves en la
reciprocidad social o bien algún síntoma dentro del patrón restringido de intereses,
pero de menor intensidad que en el autismo atípico y, por supuesto, que el autismo
infantil.
Los trastornos de conducta son alteraciones del comportamiento en los que se vio-
lan los derechos de otras personas o las normas sociales de convivencia. Incluyen dos
grupos: el trastorno negativista desafiante, en general en niños más pequeños, que se
caracteriza por síntomas de menor intensidad, como discusiones y desobediencia
hacia los adultos, mentiras, irritabilidad, etc., y el trastorno disocial, en el que existen
graves violaciones de los derechos de otros, como uso de armas, crueldad con anima-
les o personas, robos, inicio de fuegos, etc. Se han establecido dos subtipos dentro de
este último en función de la edad de comienzo: de inicio infantil, en el que al menos
una característica del trastorno aparece antes de los 10 años, y de inicio en la adolescen -
cia, sin ningún síntoma antes de los 10 años. Ambos tipos difieren en cuanto a las
características de los problemas de comportamiento que presentan, proporción de
sexos, curso evolutivo y pronóstico, siendo el de inicio infantil el que presenta mayor
riesgo de acabar desarrollando una personalidad antisocial.
La mayoría de los adultos con personalidad antisocial tienen antecedentes de tras-
torno disocial en la adolescencia. Cuando el trastorno tiene un inicio sintomático en la
infancia, es del tipo de trastorno negativista desafiante, a menudo asociado a conduc-
334 tas agresivas.
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
No obstante, no todos los niños o jóvenes con trastorno de conducta acaban presen- 13.6.1
tando un trastorno antisocial cuando llegan a la edad adulta. 13.6.1.1
El trastorno negativista desafiante presenta unas tasas de prevalencia que oscilan, 13.6.1.2
13.6.1. Comorbilidad
13.6.1.1. TRASTORNO DE CONDUCTA Y TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN
CON HIPERACTIVIDAD
13.6.1.3
lar, irritabilidad y conductas autoagresivas y/o hetero a g resivas hacia personas u
13.6.1.4 objetos.
13.6.2 Es esencial la identificación de la comorbilidad porque su abordaje terapéutico es
13.6.3
13.6.3.1 específico y porque el riesgo de autolesionarse e incluso de suicidio está incrementa-
do en este grupo.
13.6.4
d) Carbonato de litio: niveles plasmáticos de 0,4-1,0 mEq/l.
13.7 e) Otros: oxcarbazepina, gabapentina, lamotrigina, etc.
B. Otros fármacos:
1. Propranolol: 40-360 mg/día.
2. Naltrexona: 0,5 mg/kg/día.
13.7.1. Comorbilidad
Los niños con TDAH derivados a una unidad clínica presentan cifras de comorbilidad
del 75% (más del 50% del conjunto de niños con TDAH sufrirán, al menos, un trastor-
no comórbido). Destacan los trastornos del aprendizaje en el 40% de los casos, específi-
camente problemas en la lectura, escritura, cálculo matemático y coordinación moto-
ra. Un porcentaje menor presentan problemas en la adquisición y el desarrollo del len-
guaje. El trastorno por tics o enfermedad de Gilles de la Tourette está presente en el
30% de los casos. Los trastornos de conducta y el trastorno negativista desafiante se
diagnostican en el 25-50% de los casos y pueden asociarse a los trastornos de depen-
dencia y abuso de drogas. Los trastornos de ansiedad coexisten en el 25% de los indi-
viduos afectos, y los trastornos del humor en el 20%.
13.7.2. Evolución
El TDAH es un trastorno crónico. Su curso se caracteriza por una disminución pro-
gresiva de la hiperactividad, pero el déficit de atención y la impulsividad persisten en
la mayoría de los casos. Se considera que en el 15% de los individuos afectos se pro-
339
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.7.3
duce una recuperación funcional. En el 68% de los afectados los síntomas perduran
13.7.4 hasta la vida adulta y aparecen síntomas derivados del TDAH no tratado. La preva-
13.7.4.1 lencia del trastorno en los adultos es del 2-7% (v. Anexo 3). Es necesario plantearse un
tratamiento prolongado que mejore la evolución de los síntomas y prevenga las com-
plicaciones. Entre los factores predictivos de mal pronóstico están la comorbilidad con
el trastorno negativista desafiante y el trastorno de conducta, la depresión materna, la
conflictividad marital y las interacciones padres-hijos negativas, la desestructuración
familiar y los antecedentes familiares de TDAH.
Debe realizarse con los trastornos adaptativos, los trastornos por ansiedad, los tras-
tornos generalizados del desarrollo, los trastornos bipolares de inicio temprano, los
trastornos del aprendizaje, el retraso mental y un cociente intelectual límite.
A. Tratamiento psicoeducativo a padres, maestros y otros adultos que cuiden del paciente.
B. Tratamiento con los padres sobre estrategias cognitivo-conductuales del manejo de la
conducta. El objetivo es que los padres aprendan a abordar la conducta de su
hijo utilizando técnicas de manejo de contingencias. Incluye el uso del re f u e r-
zo positivo, la extinción, el uso del tiempo fuera, la economía de fichas y el
340 coste de respuesta. Esta intervención puede aplicarse individual o gru p a l-
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
mente. La aplicación grupal ofrece ventajas, como un menor coste, ayuda a los 13.7.4.2
padres a relativizar y ubicar los problemas de su hijo al contrastarlos con los
de otras familias, los padres se ayudan mutuamente y comparten las dificul-
tades, etc
C. Tratamiento psicoeducativo a los maestros. Incluye estrategias de manejo de la
conducta y del rendimiento académico en el aula.
D. Tratamiento cognitivo-conductual dirigido al niño:
1. Procedimientos conductuales. Se debe hacer partícipe al niño mediante re g i s-
tros donde se definen las conductas que se pretende lograr (el chico puede
ocuparse de su supervisión) y los pactos o contratos terapéuticos, donde se
concretan qué consecuencias tendrá el cumplimiento de las conductas obje-
tivo. Es importante que el niño conozca qué consecuencias negativas se
aplicarán en el caso de no cumplimiento o no obediencia.
2. Procedimientos de autocontrol de las emociones. Entrenamiento en el auto-
control de la rabia, aunque también debe entrenarse en la tolerancia a la
frustración, incluyendo el manejo de la tristeza. La emoción que ocasiona
mayor prejuicio es la rabia y, de hecho, en general es la emoción que más
frecuentemente subyace en el trastorno negativista desafiante y en el tras-
torno de conducta disocial.
3. Procedimientos autoinstruccionales. El objetivo es potenciar el uso de estos
procedimientos para que dediquen tiempo a «parar y pensar» antes de
actuar, en un intento de incrementar su autocontrol. Los procedimientos
autoinstruccionales y de resolución de problemas aplicados de forma ais-
lada no han demostrado su eficacia en ensayos controlados, sobre todo por
el problema de generalización que presentan (aunque este problema existe
en todos los componentes del tratamiento), pero aún no se han encontrado
tratamientos cognitivos alternativos que mejoren la memoria de trabajo o
el procesamiento del lenguaje. La experiencia sugiere que las técnicas
autoinstruccionales pueden ser de ayuda en los individuos con TDAH, al
igual que, muy probablemente, algún tipo de trabajo coordinado con
padres y maestros que facilite la generalización de dichos procedimientos
en otros entornos.
E. Tratamiento psicopedagógico, si se requiere. Su objetivo es el aprendizaje y el esta-
blecimiento de un buen hábito de estudio, en cuanto a organización y planifi-
cación.
13.7.4.3
ves, dependientes de la dosis y poco frecuentes, y desaparecen en pocos días o
13.8 al ajustar la dosis (v. tabla). Una vez estabilizada la dosis, podría pasarse al psi-
coestimulante de acción prolongada.
B. Psicoestimulantes de acción prolongada: metilfenidato clorhidrato en dosis de 18
o 36 mg/día en una sola toma para facilitar el correcto cumplimiento de la
p rescripción y el tratamiento prolongado del trastorno. No se recomienda
i n t e r rumpir el tratamiento con psicoestimulantes durante los fines de sema-
na y las vacaciones. Deben valorarse el peso y la altura de los pacientes en
tratamiento con psicoestimulantes, porque si la pérdida de apetito es muy
franca y altera el correcto desarrollo, debe corregirse con pautas alimenta-
rias.
C. Antidepresivos tricíclicos: imipramina en dosis de 25-30 mg/día. Tiene impor-
tantes efectos secundarios. Hay que vigilar la función cardíaca y se recomien-
da monitorizar el pulso, medir la presión arterial y realizar un ECG antes del
inicio de la medicación y reevaluar cada 3 meses.
D. Fármacos noradrenérgicos y serotoninérgicos: inhibidores de la recaptación de
noradrenalina o mixtos, como atomoxetina, en dosis de 1,2 mg/kg peso/día
(actualmente puede pedirse como medicamento extranjero); reboxetina, en
dosis de 2-4 mg/día, y venlafaxina, en dosis de 37,5-75 mg/día.
A. Trastorno por tics motores crónicos y/o enfermedad de Gilles de la Tourette. El trata-
miento se inicia con metilfenidato y, si los tics o hábitos nerviosos se incre-
mentan, puede añadirse risperidona o proceder al cambio a imipramina y, en
algún caso, a venlafaxina. Muy probablemente la comercialización de la ato-
moxetina en España hará que dicho fármaco sea de primera elección ante esta
comorbilidad. La clonidina es una alternativa en casos resistentes.
B. Trastorno emocionales (ansiedad, depresión y obsesivos). El tratamiento se inicia
con metilfenidato. Si el cuadro no mejora o empeora, es posible:
1. Cambiar a venlafaxina, reboxetina o atomoxetina.
2. Añadir sertralina o fluoxetina, pero prestando atención a la aparición de
síntomas de desinhibición, que obligarían a su retirada.
3. Cambiar a imipramina si no se observa una mejoría y aumenta la agre s i-
vidad.
El 15-20% de los niños en edad escolar presentan tics transitorios. La prevalencia del
342 trastorno de Gilles de la Tourette se estima en 4/1.000; en la edad adulta esta cifra dis-
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
minuye al 0,5/1.000. Se trata de un trastorno 3-4 veces más frecuente en los niños que 13.8.1
en las niñas. 13.8.1.1
Los trastornos por tics cubren una amplia gama de afecciones, que comprenden
desde los tics simples y estables hasta los tics multifocales que implican tics motores
y fónicos.
Un tic es una vocalización o un movimiento motor súbito, rápido, recurrente, no rít-
mico, estereotipado. Aparecen en forma de descargas y quienes los presentan pueden
suprimirlos durante un tiempo variable, pero son involuntarios. Son variables en fre-
cuencia y fuerza y se viven como irresistibles. Los tics pueden exacerbarse por situa-
ciones de estrés o durante actividades absorbentes (leer, dibujar). Durante el sueño
desaparecen.
Según su presentación clínica se diferencian varios tipos de tics:
13.8.1.1. COMORBILIDAD
13.8.1.2
La coexistencia de problemas conductuales, como agresividad, negativismo, ata-
13.8.2 ques de ira, ansiedad (hasta el 25% de los pacientes) y depresión, en muchas ocasio-
13.8.2.1 nes provoca más interferencias que los propios tics en la vida del individuo.
13.8.2.2
En la edad adulta puede haber tics, pero generalmente son de menor intensidad y
tienen su origen en la infancia. La aparición tardía de tics obliga a efectuar una eva-
luación de posibles causas orgánicas (tóxicos, infecciones, traumatismos, fármacos
antipsicóticos, neuroacantocitosis).
reducción de los tics del 80-90% en 2-4 meses. El 70-80% de los pacientes se liberan
total o casi totalmente de los tics y la mejora se mantiene en el seguimiento al cabo
de 1 año.
A. TDAH: metilfenidato, con precaución, según la evolución de los tics. Las alter-
nativas son los fármacos que aumentan la transmisión noradrenérgica: atomo-
xetina (pronto disponible en España) y venlafaxina.
B. Trastorno obsesivo-compulsivo: antidepresivos (generalmente ISRS) en las
dosis habituales para el tratamiento de este trastorno.
C. Depresión: la asociación con un trastorno depresivo también requiere el uso de
ISRS.
D. Ansiedad: en caso de tener que asociar benzodiazepinas, se recomienda clona-
zepam. También puede ser necesario el tratamiento con ISRS.
infecciones estreptocócicas (PANDAS), caracterizada por un inicio precoz de los sín- 13.9.1
tomas (antes de los 8 años de edad), predominio en el sexo masculino (3:1), exacerba- 13.9.2
ciones sintomáticas súbitas asociadas a infecciones por estreptococos y asociación fre- 13.9.2.1
13.9.2.2
sivos, realizar un entrenamiento en el empleo del autorreforzamiento, re e s t ru c t u r a-
13.9.2.3 ción cognitiva de las creencias obsesivas erróneas o distorsionadas y detección del
pensamiento. También pueden aplicarse técnicas más específicas, como práctica
masiva o saciedad en algunas obsesiones puras, modelado y moldeamiento en la
lentitud obsesiva e inversión del hábito en compulsiones semejantes a tics com-
plejos.
A. Fluoxetina: dosis inicial de 5-20 mg/día en función del peso, con un incremen-
to de 10-20 mg semanales, hasta una dosis máxima de 60-80 mgg/día.
B. Fluvoxamina: dosis inicial de 25 mg/día, con un incremento de 50 mg sema-
nales hasta una dosis máxima de 300 mg/día.
C. Sertralina: dosis inicial de 25 mg/día, con un incremento de 50 mg semanales
hasta una dosis máxima de 200-250 mg/día.
Si con el ISRS escogido no hay una mejoría clínica suficiente o la tolerancia es mala,
puede indicarse otro ISRS. Antes del cambio de fármaco es preciso esperar unas 10-
12 semanas con dosis plenas, para decidir que la intervención con dicho fármaco no ha
sido eficaz. Si no se objetiva mejoría clínica, se recomienda iniciar la administración de
clomipramina, con una dosis inicial de 10-25 mg/día según el peso. El aumento de
dosis ha de hacerse lentamente, hasta una dosis media de 3 mg/kg/día y una dosis
máxima de 5 mg/kg/día. Es conveniente controlar los niveles plasmáticos y realizar
un ECG basal y de control. Si tampoco se obtuviere una respuesta clínica suficiente
puede potenciarse la clomipramina añadiendo un ISRS, y si también entonces se
observara resistencia, se añadiría un antipsicótico de segunda generación.
Una vez mejorados los síntomas debe mantenerse la misma pauta terapéutica
durante al menos 6 meses en caso de trastorno obsesivo-compulsivo leve-moderado,
o 12 meses si es moderado-grave.
13.10.2
B. Constantes vitales: temperatura, presión arterial y frecuencia cardíaca, que sue-
13.10.3 len ser bajas.
C. Pruebas de laboratorio: puede existir anemia, leucopenia, hipercolesterolemia,
hipercarotinemia, elevación de transaminasas y amilasa, disminución de ácido
fólico, hipopotasemia, hiponatremia, bajos niveles de triyodotironina (T3) y de
factor de crecimiento insulinoide 1 (IGF-1), aumento de hormona de creci-
miento.
D. ECG: el hallazgo más frecuente es la bradicardia sinusal.
A. Normalizar la nutrición del paciente y/o interrumpir los atracones y las con-
350 ductas purgativas.
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
Para lograr estos objetivos puede ser necesario realizar el ingreso en un hospital de
día o la hospitalización completa. En estos casos debe prestarse especial atención al
seguimiento escolar para intentar minimizar la repercusión en la adaptación posterior
al ingreso.
Es fundamental dar pautas a los padres sobre cómo actuar frente al trastorno,
cómo colaborar en el tratamiento y cómo afrontar las situaciones de conflicto creadas
351
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.10.3.3
con el paciente, bien por el trastorno, bien por otras características de su personali-
13.10.3.4 dad o propias de la adolescencia. Es muy importante que ellos comprendan en qué
consiste el trastorno y las bases del tratamiento para que el seguimiento de pautas sea
adecuado.
13.10.3.4. DERIVACIÓN
Se presenta en niños que durante muchos años han recibido escasa variedad de ali-
mentos. Sólo comen tres o cuatro tipos de alimentos, generalmente hidratos de carbo-
no como galletas, patatas o pan. No suelen tener problemas nutricionales, dado que
compensan los nutrientes con los alimentos que pueden comer, pero su relación social
353
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.11.3
puede estar limitada por la imposibilidad de comer como sus compañeros. Si aún son
13.11.4 pequeños, no suelen colaborar en el tratamiento, dado que a ellos el trastorno no les
13.11.5 crea problemas, pero cuando son más grandes suelen comprender que deben enfren-
13.11.6
tarse a sus dificultades. El tratamiento es de base cognitivo-conductual, con incre-
mento progresivo de diferentes tipos de alimentos. En ocasiones puede requerirse el
hospital de día para realizar las comidas.
13.12.1. Clasificación
13.12.1.1. TRASTORNO DE CONVERSIÓN (F44)
Alteración o pérdida de funcionamiento que sugiere un trastorno orgánico, pero que
es debido a un problema psicológico. No se produce de forma voluntaria. La mayoría
de estos trastornos son sensoriomotores y se asemejan a alteraciones neurológicas, como
parálisis, anestesia, ceguera o convulsiones. Otros son de tipo nervioso autónomo, como
los vómitos psicógenos. En los niños suelen manifestarse como una mezcla de los sínto-
mas anteriores y suelen empeorar en función de factores estresantes ambientales.
Dolor en ausencia de base orgánica que lo justifique, por ejemplo, cefaleas recu-
rrentes, dolor abdominal, etc. En los niños, no es clara la diferenciación entre este tras-
torno y el de conversión, ya que en ocasiones coexisten .
Quejas somáticas persistentes y recurrentes para las que no hay una explicación
orgánica. Las quejas se presentan de forma dramática y exagerada. El trastorno suele
empezar en la adolescencia. No existe acuerdo acerca de que pueda diagnosticarse en
la edad prepuberal.
A. Enfermedad física real con síntomas fluctuantes que llevar a confusión (epi-
lepsia, migraña, esclerosis múltiple). A favor de un trastorno somatomorfo
orienta la presencia de estrés psicosocial, síntomas anteriores de tipo similar,
sobreprotección familiar, etc. Sin embargo, se ha de evaluar cuidadosamente al
paciente, dado que trastornos reales y especialmente poco claros pueden con-
llevar sobreprotección, estrés y ganancia secundarias.
B. Trastorno depresivo al que suelen asociarse síntomas somáticos. En estos casos,
además, suele haber alteraciones del sueño y del apetito, ideación suicida y sín-
tomas depresivos.
C. Trastorno de ansiedad, que suele asociarse con síntomas físicos como cefaleas,
dolor epigástrico, náuseas y vómitos.
D. Psicosis con ideas delirantes somáticas.
E. Simulación, es decir, producción de síntomas de forma intencionada para obte-
ner un objetivo concreto, como no ir al colegio, o conseguir drogas o dinero. No
se considera un trastorno mental, y en los niños es difícil distinguirlo del tras-
torno de conversión o de somatización, ya que también pueden conllevar evi-
tar el colegio u otras actividades o situaciones. En muchos casos de conversión
o somatización en niños es difícil distinguir los aspectos voluntarios e invo-
luntarios que suelen mezclarse.
F. Trastorno facticio, es decir, producción de síntomas de forma intencionada
para mantener el papel de enfermo. El trastorno facticio by proxy es un síntoma
que el adulto provoca de forma intencionada en el niño para compensar sus
propias necesidades psicológicas de atención del entorno.
enfermedad grave. Es muy importante una buena alianza terapéutica con el paciente, 13.12.3.1
la familia y el médico de atención primaria. 13.12.3.2
El pediatra o médico de familia debe intentar disminuir el nivel de estrés, si se ha 13.12.3.3
13.12.3.3. PSICOFÁRMACOS
Los antidepresivos y los ansiolíticos han demostrado su eficacia en la reducción
de síntomas somáticos en adultos depresivos y ansiosos. En el adulto, los antide-
p resivos superan al placebo en el tratamiento de los trastornos por dolor y somato-
morfos y de los síntomas somáticos en general. Los ISRS mejoran el trastorno dis-
mórfico corporal y la hipocondría en los adultos, pero no hay estudios comparables
en niños.
357
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.13
Las benzodiazepinas durante períodos cortos, en pacientes en los que los sínto-
13.13.1 mas somáticos se acompañan de una activación emocional o ansiedad, pueden ser
útiles.
evitarla, busca la protección de los adultos. Los pensamientos ansiosos generados en 13.13.2
estas situaciones están relacionados con amenazas hacia su seguridad (ser mordido 13.13.3
por un perro, etc.). Estos niños suelen tener ansiedad anticipatoria, están hipervigi-
lantes ante su ambiente y pueden no reconocer que el miedo que sienten ante la situa-
ción es excesivo o poco realista.
Los trastornos fóbicos son similares a los miedos evolutivamente normales a estas
edades, es decir, no se diferencian en el tipo de temores cualitativamente, pero sí en su
intensidad, en que a menudo se acompañan de conductas evitativas, en que persisten
en el tiempo y en que causan malfuncionamiento individual, social o familiar. Para el
diagnóstico de un trastorno fóbico, los síntomas deben durar al menos 4 semanas
(CIE-10) o 6 meses (DSM-IV). Las fobias más frecuentes en la edad infantil son a la
oscuridad, la altura, las inyecciones, los insectos, los perros, etc. Estudios retrospecti-
vos de adultos fóbicos indican que el miedo a los perros comienza a los 7 años, a la
sangre a los 9 años y al dentista a los 12 años. El pico de incidencia de las fobias espe-
cíficas se sitúa hacia los 10-13 años de edad.
13.13.4
requieren una interacción social con gente no familiar. Existe una reacción emocional
13.13.5 intensa, con evitación de las situaciones e interferencia en el funcionamiento social. El
inicio debe ocurrir antes de los 6 años (CIE-10) o de los 18 años (DSM-IV) y durar al
menos 4 semanas (CIE-10) o 6 meses (DSM-IV). Suele acompañarse de síntomas somá-
ticos, y los adolescentes pueden concentrar sus temores en la manifestación somática
de la ansiedad (temblores, sonrojos, etc.).
El trastorno de ansiedad social generalizado se ha asociado a un inicio más tem-
prano, incremento de psicopatología familiar, mayor comorbilidad y mayor evolución
a la cronicidad.
las que puede ser difícil escapar si se produce el ataque de pánico. En niños y adoles- 13.13.6
centes puede conducir a la negativa a ir al colegio por no viajar en el autobús, etc. 13.13.7
13.13.8
13.13.7. Comorbilidad
Existe una asociación entre los diferentes trastornos de ansiedad, que es de especial
relevancia en el trastorno de ansiedad generalizada, ya que en el 90% de los casos está
asociado a otros trastornos de ansiedad.
La comorbilidad con los trastornos depresivos es frecuente y aumenta con la edad.
En el 20% de los trastornos de ansiedad en la infancia (5-11 años) existe una asociación
con depresión, mientras que la comorbilidad en la adolescencia se incrementa al 50%
(12-19 años). Los casos comórbidos con depresión son más graves y los síntomas de
ansiedad son más intensos que en los trastornos de ansiedad sin comorbilidad.
Existe la teoría de que la ansiedad tiene una progresión evolutiva que precede a la
depresión, ya que en la edad infantil temprana los trastornos de ansiedad son más fre-
cuentes sin comorbilidad, y la asociación con la depresión se produce a medida que
aumenta la edad.
A menudo se han asociado los trastornos de ansiedad con los trastornos de con-
ducta y el abuso de sustancias.
13.13.8.1
Aunque no se dispone de estudios de intervención farmacológica en los trastornos
13.13.8.1.1 de ansiedad en la edad infantojuvenil, se recomienda su uso teniendo en cuenta que
13.13.8.1.2 las intervenciones más estudiadas en la población infantojuvenil son las psicológicas
13.13.8.1.3
(cognitivo-conductuales).
dadas) otras posibles causas (victimización y exclusión, trastorno grave del apre n- 13.13.8.1.4
dizaje o retraso cognitivo no detectado, etc.) que expliquen la negativa a asistir al co-
legio.
El tratamiento comparte muchos de los componentes del abordaje de los trastornos
de ansiedad:
A. Entrenamiento en relajación.
B. Planificación con el paciente de los pasos que han de seguirse en la exposición.
C. Exposición in vivo a los estímulos que provocan ansiedad.
D. Abordaje cognitivo de pensamientos irracionales, interpretaciones y expectati-
vas erróneas.
E. Utilización de técnicas de resolución de problemas, autoinstrucciones y autorre-
fuerzo.
13.14.1.1
exposición a acontecimientos vitales estresantes continuados, la comorbili-
13.14.1.2 dad con otros trastornos psiquiátricos, experiencias adversas tempranas,
13.14.2 determinados aspectos cognitivos o temperamentales y las adversidades psi-
cosociales. La depresión mayor puede asociarse a secuelas físicas y académi-
cas y laborales o sociales que persisten tras la recuperación clínica de la depre-
sión, como son las producidas por los intentos de suicidio, consumo de sus-
tancias, embarazo, enfermedades crónicas, accidentes, actos delictivos con
implicaciones legales, etc.
13.14.1.1. COMORBILIDAD
13.14.2. Distimia
Existe actualmente una gran controversia con respecto al uso de los ISRS en la
d e p resión infantojuvenil. Se han publicado pocos estudios aleatorizados con gru-
pos control a estas edades: fluoxetina (2), paroxetina (1), sertralina (2), citalopram
(0) y venlafaxina (1), y la polémica ha surgido con un metaanálisis reciente de
Wittington y cols. que, al considerar también los escasos estudios no publicados 367
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.14.3.2
p e ro incluidos en la revisión del Committee on Safety of Medicines, obtiene re s u l-
tados contradictorios sobre la eficacia de los ISRS en la depresión infantojuvenil,
con la posible excepción de la fluoxetina, el único ISRS aprobado por la Food and
D rug Administration (FDA) en la depresión infantil. Otro estudio advierte sobre el
i n c remento de ideas suicidas en estos estudios publicados de depresión infantoju-
venil tratada con ISRS (con excepción de la fluoxetina). Es importante señalar que
ninguno de los 477 pacientes infantojuveniles con depresión incluidos en los estu-
dios con ISRS cometió suicidio.
Por lo tanto, nos remitimos a la reunión del Psychopharmacologic Drugs Advisory
Committee de la FDA del 10 de septiembre de 2004, en la que se estableció la exigen-
cia de incluir en las etiquetas de los antidepresivos el aviso del posible incremento de
ideas suicidas en niños y adolescentes. La FDA no contraindica el uso de antidepresi-
vos (incluidos los ISRS) en la depresión infantojuvenil, pero advierte de la necesidad
de informar a los padres sobre los posibles efectos secundarios, además de que el equi-
po médico realice una vigilancia continuada cuando se utilicen estos fármacos en
dicha población.
Considerando las últimas publicaciones que asocian el incremento de ideación sui-
cida en la depresión infantojuvenil con los ISRS (en especial paroxetina y venlafaxina),
se ha valorado esta evidencia y se han establecido las siguientes recomedaciones far-
macológicas:
13.15
D. Si a pesar de la gravedad clínica no existe un buen cumplimiento del tratamiento
13.15.1 farmacológico, con importantes repercusiones en la vida familiar, escolar y social.
E. Si no hay respuesta al tratamiento ambulatorio y existe una fobia escolar rela-
cionada con la intensidad de los síntomas depresivos.
13.15.1. Diagnóstico
Aún existe controversia en relación con el diagnóstico del trastorno bipolar en estas
370 edades. Los criterios de la CIE-10 requieren al menos dos episodios en los cuales el
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
humor y los niveles de actividad del paciente deben hallarse significativamente alte- 13.15.2
rados. En el caso de la manía o la hipomanía estas alteraciones consisten en el estado 13.15.3
de ánimo elevado, incremento de la actividad y de la energía o, si existe depresión,
humor bajo, y disminución de la energía y de la actividad.
En el DSM-IV los criterios difieren ligeramente de los anteriores. El trastorno bipo-
lar incluye el trastorno bipolar I, el trastorno bipolar II, la ciclotimia y los trastornos
bipolares no especificados. El primero comprende a los pacientes que tienen al menos
un episodio maníaco o mixto, y el segundo a los que presentan o han presentado uno
o más episodios de depresión mayor e hipomanía. El trastorno ciclotímico en adoles-
centes o en niños aparece cuando presentan síntomas hipomaníacos o depresivos y no
cumplen los criterios completos durante un año. La manía mixta se define por la co-
existencia de síntomas de manía o hipomanía y síntomas depresivos.
Son cicladores rápidos los que sufren 4 episodios al año, cicladores ultrarrápidos
los que presentan de 5 a 364 episodios al año y cicladores ultradianos o continuos los
que tienen más de 365 ciclos al año; en este caso la manía ocurre durante 4 horas al
día o más.
13.15.2. Comorbilidad
Los pacientes con trastorno bipolar presentan a menudo muchos otros trastornos:
el TDAH es el más frecuente en el trastorno bipolar de la edad infantil (69%), el tras-
torno de conducta se observa en todas las edades (54%) y el abuso o la dependencia
de sustancias se presenta sobre todo en la adolescencia (39%). Otros trastornos que
también pueden coexistir son la ansiedad (31%), el síndrome de Gilles de la Tourette
(8%) y la bulimia nerviosa (3%).
13.15.4
diferencial se fundamenta en que en la esquizofrenia hay antecedentes familiares de
esquizofrenia, anormalidades premórbidas de personalidad e inicio insidioso de los
síntomas psicóticos.
Los trastornos de conducta no presentan delirios de grandiosidad, fuga de ideas,
disminución de la necesidad del sueño ni pérdida de contacto con la realidad, sínto-
mas básicos en la manía.
Otros trastornos que pueden presentarse con síntomas maníacos y que deben tener-
se en cuenta al realizar el diagnóstico son enfermedades neurológicas (tumores cere-
brales, infecciones del SNC, VIH, esclerosis múltiple, epilepsia del lóbulo temporal,
etc.) y endocrinológicas (hipertiroidismo, enfermedad de Cushing, etc.), la toma de
fármacos (antidepresivos, corticoides) o el abuso de sustancias (anfetaminas, cocaína,
éxtasis).
de antipsicóticos atípicos por sus menores efectos secundarios, como risperidona u 13.16
olanzapina (también por vía intramuscular). En el caso de los trastornos bipolares
refractarios al tratamiento con eutimizantes, puede utilizarse clozapina sola o con
otros eutimizantes, excepto con carbamazepina.
El tratamiento de la depresión del trastorno bipolar debe realizarse inicialmente con
eutimizantes, y en caso de resistencia como se indica en el apartado 13.14.3.2.
La participación de los pacientes en grupos psicoeducativos y una intervención
familiar educativa sobre los síntomas mejoran el curso y el pronóstico de esta enfer-
medad.
En cualquier caso, hay continuidad con la esquizofrenia del adulto, cuyo inicio se
sitúa antes de los 15 años en el 4% de los casos y antes de los 10 años en el 0,5-1%. La
personalidad premórbida del 50% de los pacientes se describe como introvertida, tími-
da, retraída, sensitiva y ansiosa.
La esquizofrenia de inicio en la infancia evoluciona de manera continua y, en
general, tórpida, con mal pronóstico. La esquizofrenia de inicio en la adolescencia
evoluciona por «episodios», con gran variabilidad individual. Su reconocimiento
tiene implicaciones diagnósticas y de tratamiento. A un período prodrómico (con
retraimiento social y aislamiento, preocupaciones ideosincrásicas o extrañas, com-
portamiento inhabitual, dificultades académicas y de autocuidado, disforia y sínto-
mas de ansiedad junto a alteración del sueño y el apetito, que a veces se acompaña
de agresividad u otros problemas de conducta incluyendo consumo de sustancias)
suele seguir una agudización (predominio de síntomas positivos), un período de
recuperación (sin síntomas clínicos) y uno residual (con deterioro). Algunos pacien-
373
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.16.1
tes permanecen asintomáticos durante cierto tiempo, mientras que otros manifies-
13.16.2 tan síntomas continuamente. En general después de cada ciclo el deterioro es
mayor.
La presentación clínica incluye síntomas cognitivos (distorsiones del pensamiento)
como inserción, ruptura, interrupción, eco o pensamiento ilógico e impreciso (valora-
ble en el discurso); delirios, como ideas de re f e rencia, persecución, cambios corpora-
les, de control u otras con tendencia a mayor sistematización en la adolescencia; alu-
cinaciones, como voces que ordenan o comentan o sin estructura verbal, que ríen o
susurran, resultando en otras modalidades sensoriales extrañas), síntomas emocio-
nales y cambios en el funcionamiento social (irritabilidad, miedo, desconfianza,
síntomas negativos, como apatía, falta de resonancia o incongruencia afectiva que
relacionan con retraimiento y baja capacidad social), alteraciones en el discurso y el
lenguaje (bloqueos o logorrea, perseveraciones o estereotipias verbales, ecolalia y
neologismos) y trastornos de la motricidad (desde inquietud hasta estupor y cata-
tonía, movimientos extraños y estereotipias motoras, y actos o rituales compulsivos
inesperados y extraños).
13.17.1
mento y los rasgos de personalidad (impulsividad, dificultades de adaptación, baja
tolerancia a la frustración, etc.) son variables que condicionarian el inicio del con-
sumo y parece existir también una influencia genética en estos trastornos, no espe-
cífica de tóxico, sobre todo relacionada con la posibilidad de desarrollar una depen-
dencia.
Conviene diferenciar entre intoxicación aguda, abuso y dependencia de las distin-
tas sustancias (v. cap. 2.).
A esta edad hay que destacar la mayor frecuencia de abuso que de dependencia
(que dificulta la conciencia de trastorno), la etapa evolutiva de cambio y conflicto y la
importancia de la presión del grupo y de variables familiares, como la supervisión
parental.
El 70-90% de los jóvenes consumidores de tóxicos presentan una comorbilidad psi-
quiátrica: el trastorno depresivo multiplica por dos el riesgo relativo de presentar esta
patología, y existe la posibilidad de presentarlo de manera secundaria al consumo de
la sustancia. El trastorno de ansiedad aumenta también el riesgo. El trastorno bipolar
se ha relacionado con el inicio precoz en el consumo de tóxicos. El 15-40% de los
niños con TDAH desarrollan un abuso de alcohol y alrededor del 20% de otros tóxi-
cos (este riesgo se relaciona con la ausencia de intervención farmacológica del tras-
torno y la presencia de comorbilidad con trastornos de conducta). A su vez, la pre-
sencia de TDAH en los adultos consumidores es elevada (20-25%). El trastorno opo-
sicionista desafiante y otros trastornos de conducta son los procesos patológicos psi-
quiátricos que más se diagnostican en los niños y adolescentes con consumo de tóxi-
cos (50-75%).
13.18.2
A. Lorazepam: de 0,5-2 mg.
13.18.3 B. Alprazolam: de 0,25-1 mg.
13.19. BIBLIOGRAFÍA
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13.20.2.1
Año: 1983
Edad: 8-18 años
Autoadministrado
Consta de 175 ítems. Evalúa la inadaptación familiar, social, personal y escolar y las
actitudes educadoras de los padres.
13.20.2.4
Edad: 2-16 años
13.20.2.5 Evalúa problemas de conducta en la escuela, basándose en conductas molestas más
que en formas graves de conducta antisocial.
13.20.2.8
Consta de 40 ítems. Evalúa actitudes, comportamientos y síntomas propios de la
anorexia nerviosa. Distingue anoréxicos y bulímicos de la población normal, pero no
tiene capacidad para distinguir entre anoréxicos y bulímicos. Existe una versión abre-
viada de 26 ítems. Útil para la valoración de la evolución.
388
13.21
389
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396
Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
13.22.2. Epidemiología
La prevalencia de TDAH en los niños es del 3-5%; de ellos, el 30-60% seguirá pre-
sentando síntomas en la edad adulta, con una prevalencia en la población general del
4,7%. El subtipo más frecuente es el combinado, seguido del inatento y, por último, el
hiperactivo-impulsivo.
13.22.3. Descripción
Actualmente, el DSM-IV considera la posibilidad de TDAH en el adulto, aunque no
hay criterios específicos para dicho trastorno.
Para establecer el diagnóstico de TDAH en el adulto deben cumplirse los criterios
en la infancia y mantenerse en la edad adulta. En los adultos los criterios son los mis-
mos que en los niños, pero con algunas peculiaridades.
Los adultos con TDAH se caracterizan por la dificultad para organizarse, planifi-
car, establecer prioridades, estructurarse el tiempo y acabar tareas empezadas; la
impulsividad suele acompañarse de baja tolerancia a la frustración, y puede haber
episodios de irritabilidad y explosión. Los individuos afectos tienen dificultades en
las habilidades sociales, con más tendencia a los conflictos ambientales y más difi-
cultad para mantener las interrelaciones personales y sentimentales, con aumento de
los riesgos en el terreno sexual. En el ámbito laboral tienen una tasa más alta de fra-
caso laboral, con mayor número de desempleos y cambios de trabajo, y menos éxitos
laborales de los esperados. También pueden presentar problemas en la conducción de
vehículos.
Cuando el TDAH se identifica por primera vez en la edad adulta, suele tratarse de
individuos que han perdido sus estrategias compensatorias frente a situaciones menos
estructuradas y supervisadas y cuyos síntomas se vuelven más evidentes, o bien por
la comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos. 397
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
A. Entrevistas clínicas:
1. Entrevista para TDAH de Barkley (1998).
2. Conners Adult ADHD.
3. Diagnostic Interview for DSM-IV (CAADID, Parte I/II, 2001).
B. Escalas:
1. Escala Retrospectiva: Wender Utah Rating Scale (WURS).
2. ADHD Rating Scale (Dupaul y cols., 1998).
3. Adult Self-Report Scale (ASRS) (WHO and Workgroup on Adults ADHD:
Adler, Kessler y Spencer).
4. Brown ADD Scales (Brown, 1996).
5. ADHD Symptom Rating Scale (Barkley y cols., 1998).
6. Conners Adults ADHD Rating Scale (CAARS) (Conners y cols., 1999).
C. Pruebas neuropsicológicas:
1. Conners Continuous Performance Test (Conners, 1995).
2. STROOP (Stroop, 1935).
3. California Verbal Learning Test (Delis y cols., 1987).
4. Wechsler Memory Scale Revised (Wechsler, 1987).
5. Test del trazo A y B (Reitand, 1958).
6. Torre de Londres (Shallice, 1982).
13.22.6. Comorbilidad
Al igual que sucede en la infancia, la presencia de otros trastornos psiquiátricos aso-
ciados al TDAH es frecuente en los adultos. Se considera que el 60% de los adultos con
TDAH presentan comorbilidad psiquiátrica. Esta elevada comorbilidad no resta vali-
dez e identidad propia al diagnóstico de TDAH en el adulto.
Los trastornos comórbidos más frecuentes son:
13.22.8.1.2
tica, hipertiroidismo no tratado y glaucoma. También debe usarse con precaución en
los pacientes con patrón de abuso de sustancias.
Se recomienda iniciar con dosis de 10 mg por la mañana y aumentar 10 mg/día
hasta alcanzar la dosis eficaz. En los adultos la eficacia terapéutica máxima se encuen-
tra en dosis de alrededor de 1,2 mg/día (hay que valorar eficacia y efectos secunda-
rios). La semivida del metilfenidato es de 2-3 horas, por lo que hay que repartir las
dosis en 2-3 tomas diarias. Se recomienda no administrar después de las 17.00 horas
para evitar el insomnio secundario y no mezclar con lácteos porque disminuyen la
absorción.
Actualmente se dispone de una presentación de liberación bimodal, el metilfeni-
dato clorhidrato, que se ha diseñado para reemplazar las pautas de administración en
3 tomas (mañana, mediodía y tarde), pues logra que el segundo pico de concentración
plasmática sea posterior al de otros sistemas de liberación sostenida. Ello permite que
el efecto terapéutico persista durante 12 horas y que la tarde quede también cubierta.
Las equivalencias entre el metilfenidato de liberación inmediata y el metilfenidato
clorhidrato son:
Dada la complejidad del trastorno, se considera que el tratamiento debe ser multi-
modal, combinando las intervenciones farmacológicas, con las psicológicas y las psi-
cosociales.
13.22.8.2.1. Psicoeducación
Está dirigida a todos los adultos con TDAH y su entorno familiar. Consiste en infor-
mar sobre el trastorno (naturaleza, factores etiológicos implicados, curso y opciones
terapéuticas) y valorar su posible implicación en las dificultades de adaptación en
diferentes contextos a lo largo de la vida (individual, familiar, escolar, laboral y/o
social). La información es terapéutica en sí misma y permite desarrollar formas más
efectivas de afrontamiento.
A. Déficit de atención:
1. Técnicas de estructuración: planificación, priorización, gestión del tiempo,
establecimiento de rutinas y hábitos.
2. Estrategias para la mejora de la memoria y atención: autoverbalizaciones,
reglas mnemotécnicas, recordatorios, etc.
3. Entrenamiento en solución de problemas.
B. Impulsividad: estrategias de autocontrol.
C. Hiperactividad: control de la sobreestimulación.
D. Intervención de los síntomas secundarios: mejora de la autoestima, estrategias de
afrontamiento, técnicas cognitivas para la depresión.
401
Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales
13.22.9. Mantenimiento
Ante la carencia de estudios que avalen el tiempo de tratamiento se recomienda una
evaluación periódica en cada caso individual, siendo aconsejable realizarla al año de
tratamiento.
El tratamiento debería ser continuado, evitando los descansos, con posibilidades de
mantenerlo de forma indefinida.
13.22.10 BIBLIOGRAFÍA
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Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo en la infancia y adolescencia
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