Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“Si hay un momento en que los hombres sientan necesidad de orar, es cuando la fuerza decae y la vida…
FacebookTwitterEmailWhatsApp
ELENA G. WHITE
Obediencia y oración
Solo cuando vivimos obedientes a su Palabra podemos reclamar
el cumplimiento de sus Promesas. Dice el Salmista: “Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oiría”
Salmos,66:18. Si sólo le obedecemos parcial y tibiamente, sus
Promesas no se cumplirán en nosotros. El acto de elevar la
oración es un acto solemnísimo, y no se debe participar en él sin la
debida consideración. En muchos casos en que se ora por la
curación de algún enfermo, lo que llamamos fe no es más que
presunción.
Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente:
“No podemos leer en el corazón, ni conocer los secretos de tu vida.
Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber
tuyo es confesarlos”. El pecado de carácter privado debe
confesarse a Cristo, único Mediador entre Dios y el hombre.
Pues “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre Celestial, a Jesucristo el Justo” 1ª de Juan,2:1. Todo pecado
es ofensa hecha a Dios, y se lo ha de confesar por medio de Cristo.
Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse
abiertamente. El mal hecho al prójimo debe subsanarse
ofreciendo reparación al perjudicado.
Los sucesos que prueban nuestra fe son para nuestro bien, pues
denotan si nuestra fe es verdadera y sincera, y si descansa en la
Palabra de Dios sola, o si, dependiente de las circunstancias, es
incierta y variable. La fe se fortalece por el ejercicio. No todos
entienden estos principios.
Muchos de los que buscan la salutífera gracia del Señor piensan que
debieran recibir directa e inmediata respuesta a sus oraciones, o
sino, que su fe es defectuosa. Por esta razón, conviene aconsejar a
los que se sienten debilitados por la enfermedad, que obren con
toda discreción.