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Innovador

China
(On China)
Henry Kissinger | Penguin Press © 2011

En su formidable libro de más de 500 páginas, el diplomático y erudito Henry Kissinger escribe
sobre el país al que está inextricablemente vinculado: China. Kissinger impregna su texto con
impresionantes recuerdos personales basados en sus más de 50 visitas a China a lo largo de
40 años, en las que trabajó oficialmente como Consejero de Seguridad Nacional y Secretario
de Estado y extraoficialmente como experto en política exterior. Fue testigo de la evolución de
China a lo largo de cuatro generaciones de líderes. Sus conocimientos sobre política exterior y su
relación personal con altos funcionarios chinos le permiten dramatizar esta historia diplomática
con detalles y reflexiones extraordinarios. getAbstract recomienda el vasto alcance de este libro a
todo aquél realmente interesado en examinar el papel actual y futuro de China en la política y la
economía mundiales.

Ideas fundamentales
• Henry Kissinger, ex Secretario de Estado estadounidense, presentó las propuestas del gobierno
de Nixon a China a principios de los años 1970.
• El conocimiento de China que Kissinger cultivó en más de 50 viajes, a lo largo de 40 años con
cuatro generaciones de sus líderes, no tiene paralelo.
• China se unificó en el siglo III a.C. lo que la convierte en una de las civilizaciones más antiguas
del mundo.
• Durante casi toda su historia, China fue rica y poderosa: a principios del siglo XV, su armada
era más numerosa y avanzada que la Armada Española 150 años después.
• En 1820, China produjo un tercio del PIB mundial, más que Europa y EE.UU. juntos.
• La decadencia de China comenzó con las invasiones de “bárbaros” extranjeros en el siglo XIX y
culminó con la guerra civil de los años 1940.
• Mao Zedong transformó una China cuasi feudal en una superpotencia independiente.
• China aceptó a EE.UU. en 1970 para contrarrestar la amenaza de la Unión Soviética.

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• El presidente Richard Nixon comprendió el potencial de China en la política y la economía
mundiales.
• Estados Unidos y China deben establecer una “Comunidad del Pacífico” con las naciones
asiáticas para impulsar sus objetivos políticos comunes.

Resumen

El centro del universo

La historia de China como una de las más antiguas civilizaciones sigue determinando sus ideas en
el presente. Los archivos de la antigüedad narran la unificación de China en el siglo III a.C. con
el emperador en el centro de una vasta jerarquía política, pero incluso la mitología china alude
a una sociedad sin verdadero inicio, sino simplemente a su existencia como centro del universo
o “Reino del Centro”. La actual lengua escrita de China data del año 2000 a.C. y vincula a los
ciudadanos chinos contemporáneos con su antigua literatura y sus personajes históricos. Ese
sentido de continuidad impregna los actos de los líderes chinos actuales: una visión de largo plazo
y de su rol en el mundo. Para gobernar y unir a su vasta población, China adoptó la filosofía de
Confucio (551-479 a.C.), que enfatizaba la “senda” del orden, la armonía y el gobierno compasivo,
y desdeñaba las muestras ostensibles de poder. Los funcionarios de la amplia burocracia china
eran expertos en el pensamiento confuciano, que subrayaba el aprendizaje, la honestidad y la
fortaleza de carácter.

“El gran aislamiento de China alimentó en los chinos una percepción especial de sí
mismos”.

Durante gran parte de su historia, China fue rica, poderosa y autosuficiente. Ya en el siglo XV,
poseía la armada más numerosa y más avanzada tecnológicamente del mundo, mayor aun de
lo que fue la Armada Española siglo y medio más tarde, pero China usó la marina para explorar
oportunidades comerciales y no para colonizar otras tierras. De hecho, su indiferencia por las
conquistas la llevó a desmantelar su flota alrededor de la época en la que Occidente empezó a
expandir sus perspectivas de exploración. Antes de la Revolución Industrial, China era el país más
prolífico del mundo económicamente: en 1820, generó más del 30% del PIB mundial, más que
Europa y EE.UU. juntos.

Un juego estratégico

China nunca inició un contacto prolongado con otros países; cualquier Estado que quisiera
relaciones diplomáticas con ella tenía que aceptar su lengua, instituciones políticas y cultura.
Durante siglos, la política exterior china siguió la máxima expresada en 1372 por el primer
emperador de la dinastía Ming: “A quienes nos visitan con modestia, los despedimos
generosamente”. En vez de basarse en políticas agresivas y a corto plazo, la doctrina estratégica

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china consistía en prolongadas campañas diplomáticas basadas en sutileza, paciencia y oblicuidad,
lo que le daba ventajas de largo plazo.

“Las élites chinas se acostumbraron a la idea de que China es única, no sólo una ‘gran
civilización’ entre otras, sino la civilización misma”.

El característico estilo geopolítico de China se refleja en su “juego más duradero”, el wei


qi (conocido en Occidente como una derivación de su nombre japonés go), un combate de
“envolvimiento estratégico”. El objeto es rodear las piezas del oponente con las propias y tener una
ventaja relativa mediante jugadas bien reflexionadas. Se compara con el ajedrez, cuyo propósito
es tener la “victoria total” al dar mate al rey del oponente. Mientras que el ajedrez enfatiza la
“resolución”, el wei qi se centra en la “flexibilidad estratégica”. De manera similar, en el Arte de la
guerra, Sun Tzu enfatiza la victoria militar psicológica y estratégica “al evitar el conflicto directo”,
estrategia que Mao Zedong y Ho Chi Min desplegaron en la guerra civil china y en las guerras de
Vietnam, respectivamente.

El mundo la invade

Para fines del siglo XVIII, las potencias occidentales presionaban a China para tener lazos
diplomáticos y, así, acceso a su vasta riqueza mediante el libre comercio. Hasta entonces, China
sólo había permitido a Rusia una embajada en Beijing en 1715, para apaciguar a su vecino
geográfico. Los británicos resentían en especial el limitado acceso comercial; sus avances
tecnológicos en máquinas de vapor y ferrocarriles le daban una ventaja productiva sobre los
chinos, pero el PIB de China seguía siendo siete veces mayor que el de Gran Bretaña. En 1793, el
rey Jorge III envió a lord George Macartney a tratar de obtener derechos comerciales especiales,
pero el esfuerzo fracasó tras semanas de negociación sobre si Macartney tocaría el suelo tres veces
con la frente ante el emperador chino.

“Los emperadores chinos creían que no era práctico pensar en influir en países a los que
la naturaleza había dado la desgracia de encontrarse a tan gran distancia de China”.

Para mediados del siglo XIX, la Guerra del Opio ya había cristalizado la invasión de China por
Occidente. El poder marítimo de Inglaterra forzó a los chinos a ceder el control de Hong Kong
y permitir el acceso comercial a cinco puertos. Pronto, EE.UU. y Francia negociaron acuerdos
similares como “países más favorecidos”. Para los años 1860, los consejeros del emperador le
decían que “se fortaleciera” con el aprendizaje de lenguas occidentales, el desarrollo de la industria
bélica y la adquisición de innovación científica y nueva tecnología. Reacia, China creó su primer
ministerio de relaciones exteriores en 1861, en respuesta a presiones de Occidente, pero su
estrategia de contraponer “bárbaros contra bárbaros” sólo demoró la inevitable avalancha de
intereses extranjeros.

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La decadencia

En 1898, una fuerza expedicionaria de ocho países, incluidos EE.UU., Francia e Inglaterra, sofocó
el Levantamiento de los Bóxers, un grupo de místicos y tradicionalistas que se alzó para liberar al
país de la dominación extranjera. La presencia de tropas extranjeras significó el fin del régimen
dinástico chino: las facciones demócratas y militares, junto con el Partido Comunista, lucharon
por el control durante los años 1920, pero ninguna de las fuerzas tuvo el poder suficiente para
crear un gobierno central. A fines de la década, el Partido Nacionalista de Chiang Kai-shek asumió
el control.

“Los chinos han sido astutos practicantes de la Realpolitik, y estudiosos de una doctrina
estratégica completamente diferente de la estrategia y la diplomacia que Occidente
favorece”.

Hacia mediados de los años 1940, la guerra civil ensombreció a China al enfrentar las fuerzas
nacionalistas con los comunistas de Mao Zedong. Pese a los esfuerzos de mediación de EE.UU.,
las fuerzas nacionalistas perdieron terreno en lo militar y, en 1949, Chiang Kai-shek finalmente se
retiró con sus seguidores a la isla de Taiwán, a la que declaró República de China. Los comunistas
triunfantes proclamaron la República Popular China en el continente, como representación de una
nueva ideología.

“La revolución continua de Mao”

Mao Zedong fue el primer gobernante chino que se rebeló contra las antiquísimas tradiciones
del país. Postuló un nuevo orden basado en la lucha y la contradicción continuas; tenía que
destruir el tradicional concepto confuciano de armonía, que consideraba una subyugación, para
construir una sociedad militarista de trabajadores; no obstante, su propia inspiración venía de
textos antiguos y líderes legendarios chinos. La China de Mao estaba en agitación constante;
elevaba y purgaba grupos de líderes para mantener la revolución y la transformación social. En
1956, Mao lanzó la Campaña de las Cien Flores, en la que invitaba la crítica pública a las políticas
estatales, pero castigaba a los participantes. El Gran Salto Adelante (en pro de la transformación
económica nacional en 1958) institucionalizó su visión de “desequilibrio”, a la vez que originó
una de las peores hambrunas de la historia moderna. La Revolución Cultural de 1966, destinada a
eliminar las ideas elitistas, obligó a los intelectuales a hacer trabajo manual en el campo. Pese a la
muerte y la destrucción, Mao creía en la excepcionalidad de China y en la “resistencia, capacidad y
cohesión” de su pueblo.

“Un rasgo cultural que invocan regularmente los líderes chinos es su perspectiva
histórica: la habilidad, la necesidad realmente, de pensar sobre el tiempo en categorías
diferentes a las de Occidente”.

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Mao transformó una China cuasi feudal en una superpotencia nuclear independiente capaz de
desafiar a EE.UU. y la URSS. Recurrió a la historia de China para contraponer a bárbaros contra
bárbaros y surgir como “un ‘agente libre’ geopolítico de la Guerra Fría”. Mao creía que el principal
beneficio de dar el primer golpe no era tener ventaja militar, sino psicológica, que preparara el
escenario para la maniobra política. Demostró su estrategia en 1950 con la guerra de Corea, que
terminó en un punto muerto, pero China ganó credibilidad como potencia militar y centro de la
revolución asiática.

Acercamiento sino-estadounidense

En el otoño de 1969, los funcionarios chinos empezaron a reevaluar sus intereses estratégicos
respecto a EE.UU. Rusia había concentrado un millón de soldados a lo largo de su frontera con
China con la intención de dar un golpe preventivo contra las instalaciones nucleares chinas. Desde
la perspectiva del presidente Richard Nixon, establecer relaciones con China en medio de la
polémica Guerra de Vietnam era una oportunidad de demostrar la disposición de EE.UU. a buscar
la paz.

“El liderazgo comunista chino conserva parte del tradicional enfoque de la gestión
bárbara”.

Los diplomáticos estadounidenses hicieron el primer contacto con los chinos en Varsovia, en
febrero de 1970: en una exhibición yugoslava de modas, funcionarios de EE.UU. siguieron a
diplomáticos chinos que se retiraban, y les pidieron a gritos, en polaco, una reunión de alto
nivel. Después, Nixon dijo a líderes de Pakistán y Rumania que quería sostener pláticas con los
líderes chinos. Mao respondió con sutiles mensajes que estaba dispuesto a hablar, pero insistió en
mantener sobre la mesa el espinoso asunto de Taiwán. La oportunidad diplomática se presentó
cuando China invitó al equipo de ping-pong estadounidense a visitar Pekín en abril de 1971, en
un episodio de “diplomacia del ping-pong” que atrajo la atención popular de Occidente. En julio
de 1971, la primera delegación diplomática de EE.UU., encabezada por el consejero de seguridad
nacional Henry Kissinger, arribó secretamente a Beijing. Las negociaciones con el primer ministro
Zhou Enlai (cuyo liderazgo pragmático complementaba la tendencia ideológica de Mao) abrieron
brecha para la visita de Nixon a China en 1972.

“Nixon en China”

Casi nadie podría haber imaginado que un acérrimo anticomunista como Richard Nixon
sería el responsable de promover el retorno de China a la escena internacional, pero él “vio
una oportunidad geopolítica y se aferró a ella audazmente”. Nixon había tenido como meta
equilibrar las fuerzas de la Guerra Fría para salvar al mundo de una guerra nuclear. Sabía que
estadounidenses y chinos tenían principios distintos y no quería comprometer los ideales de
EE.UU. ni intentar convencer a los chinos de abandonar los suyos. Comprendía el potencial

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de largo plazo de la numerosa e industriosa población de China y creía que ese país tenía una
importante función en las relaciones internacionales.

“Nos condujeron directamente al estudio de Mao, una habitación de tamaño modesto,


con libreros ... en un estado de gran desorden: había libros que cubrían las mesas o
estaban apilados en el piso. En un rincón había una sobria cama de madera”.

La visita de Nixon a Beijing consolidó la opinión de Mao Zedong y Zhou Enlai de que era un líder
franco y confiable. El resultado de las reuniones, “el comunicado de Shangai”, presentaba la visión
del mundo de cada país, pero incluía la “convergencia” en el compromiso de que ninguno buscaría
dominar la región de Asia-Pacífico. La visita de Nixon abrió una nueva fase de la diplomacia,
restableció a China como influencia mundial y desplazó el equilibrio del poder de la Unión
Soviética.

China contemporánea

Después de la muerte de Mao, Deng Xiaoping, “rehabilitado” por etapas, llevó a China a una nueva
fase de desarrollo centrado en la renovación económica. En 1992, Deng esbozó “los cuatro grandes
artículos” que todo chino debía poder comprar: “una bicicleta, una máquina de coser, un radio y
un reloj de pulsera”. De ahí en adelante, el crecimiento económico de China fue mucho más allá de
esos cuatro bienes básicos, pues creó una nueva clase media y sacó a millones de la pobreza.

“[Mao] el gobernante todopoderoso de la nación más poblada del mundo deseaba que
lo vieran como un rey filósofo que no tenía necesidad de reforzar su autoridad con los
símbolos tradicionales de la majestad”.

Aunque el matiz de las relaciones EE.UU.-China ha cambiado con el tiempo, la relación misma
ya no está en disputa. Con la caída de la Unión Soviética, su “adversario común”, ambos países
han tratado de definir un nuevo orden mundial. Las diferencias entre ellos siguen siendo
evidentes, sobre todo en la esfera financiera; por ejemplo, EE.UU. considera que el yuan chino
está subvaluado y, por ende, daña a las empresas estadounidenses, mientras que China considera
que las exhortaciones de EE.UU. a consumir nacionalmente más y a exportar internacionalmente
menos la dañan políticamente.

“Los primeros 20 años del siglo XXI representan un claro ‘período de oportunidad
estratégica’ para China”.

Hoy, tanto EE.UU. como China aplican políticas nacionales que reflejan sus intereses mundiales,
lo que inevitablemente generará áreas de conflicto, pero EE.UU. debe resistirse a desatar una
guerra fría con China. Por otra parte, el auge de China se ha basado en gran medida en la mano
de obra joven y poco calificada, que ahora es de mayor edad, más calificada y acomodada. China
envejece rápidamente: en el 2050, la mitad de los chinos tendrá 45 años de edad o más; y, con

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una demografía así, China no puede sostener una política militar expansionista, por lo que la
competencia entre ambos países se centrará más en aspectos socioeconómicos.

“Una guerra fría entre los dos países [EE.UU. y China] detendría el progreso durante
una generación en ambos lados del Pacífico”.

La “coevolución” es lo que mejor describe el futuro de las relaciones China-EE.UU. La


cooperación, donde y cuando sea posible, aminorará el conflicto. Una “Comunidad del Pacífico”,
compuesta por EE.UU., China y otros países asiáticos, similar a la alianza atlántica de la
posguerra, estimulará las metas políticas comunes y disuadirá la formación de bloques nacionales.
Con base en 40 años de historia común, EE.UU. y China podrían unirse “no para estremecer al
mundo, sino para cimentarlo”.

Sobre el autor
Henry Kissinger fue Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado en los gobiernos
de Richard Nixon y Gerald Ford. Ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, ha escrito extensamente
sobre política exterior y diplomacia, y dirige la empresa consultora internacional Kissinger
Associates, Inc.

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Este resumen solo puede ser leído por Ruth Jimenez Noches (Ruth.Jimenez@cl.ey.com)
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