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Un juego estratégico
China nunca inició un contacto prolongado con otros países; cualquier Estado
que quisiera relaciones diplomáticas con ella tenía que aceptar su lengua,
instituciones políticas y cultura. Durante siglos, la política exterior china siguió la
máxima expresada en 1372 por el primer emperador de la dinastía Ming: “A
quienes nos visitan con modestia, los despedimos generosamente”. En vez de
basarse en políticas agresivas y a corto plazo, la doctrina estratégica china
consistía en prolongadas campañas diplomáticas basadas en sutileza, paciencia
y oblicuidad, lo que le daba ventajas de largo plazo.
“Las élites chinas se acostumbraron a la idea de que China es única, no sólo una
‘gran civilización’ entre otras, sino la civilización misma”.
Estas cuestiones son tratadas en el libro como raíces culturales históricas que
conducen a una sutil Realpolitik china, que muchas veces ha escapado a la
comprensión de los líderes occidentales. Así, Kissinger le da gran importancia a
la necesidad de entender las diferencias filosóficas contenidas en el contraste
entre el ajedrez occidental y el wei qi (o go) chino, o entre Clausewitz y Sun Tzu,
cuestiones en que la ignorancia anterior de los líderes políticos y militares
norteamericanos llevó a la incapacidad para comprender el pensamiento militar
de Mao Zedong, Ho Chi Minh o Vo Nguen Giap, lo cuál está, para el ex secretario
de Estado, nada menos que en la raíz del “fracaso de Estados Unidos en sus
guerras en Asia”.
El mundo la invade
Para fines del siglo XVIII, las potencias occidentales presionaban a China para
tener lazos diplomáticos y, así, acceso a su vasta riqueza mediante el libre
comercio. Hasta entonces, China sólo había permitido a Rusia una embajada en
Beijing en 1715, para apaciguar a su vecino geográfico. Los británicos resentían
en especial el limitado acceso comercial; sus avances tecnológicos en máquinas
de vapor y ferrocarriles le daban una ventaja productiva sobre los chinos, pero el
PIB de China seguía siendo siete veces mayor que el de Gran Bretaña. En 1793,
el rey Jorge III envió a lord George Macartney a tratar de obtener derechos
comerciales especiales, pero el esfuerzo fracasó tras semanas de negociación
sobre si Macartney tocaría el suelo tres veces con la frente ante el emperador
chino.
“Los emperadores chinos creían que no era práctico pensar en influir en países
a los que la naturaleza había dado la desgracia de encontrarse a tan gran
distancia de China”.
Para mediados del siglo XIX, la Guerra del Opio ya había cristalizado la invasión
de China por Occidente. El poder marítimo de Inglaterra forzó a los chinos a
ceder el control de Hong Kong y permitir el acceso comercial a cinco puertos.
Pronto, EE.UU. y Francia negociaron acuerdos similares como “países más
favorecidos”. Para los años 1860, los consejeros del emperador le decían que
“se fortaleciera” con el aprendizaje de lenguas occidentales, el desarrollo de la
industria bélica y la adquisición de innovación científica y nueva tecnología.
Reacia, China creó su primer ministerio de relaciones exteriores en 1861, en
respuesta a presiones de Occidente, pero su estrategia de contraponer
“bárbaros contra bárbaros” sólo demoró la inevitable avalancha de intereses
extranjeros.
La decadencia
Sin comprender el cambio histórico que se había procesado con el desarrollo del
modo de producción capitalista en Europa, el emperador chino y su corte de
mandarines no captaron la diferencia de objetivos de los “nuevos bárbaros” que
buscaban expandir su radio de operación económica, en relación a los “bárbaros
tradicionales” que deseaban por sobre todo apropiarse de los tesoros de la
civilización china.
La transición entre ese período y la nueva era inaugurada en 1949 por la victoria
del Ejército de Mao en la guerra civil, pasa por la llamada “Guerra de los Boxers”
–un enorme levantamiento popular antiimperialista cerca de 1900, masacrado
por una alianza entre ocho potencias–; por la Primera Revolución China de 1911,
encabezada por el líder nacionalista Sun Yatsen, la cual derrumbó la última
dinastía (Qing, o “manchu”), y que sin embargo no fue capaz de unificar al país
y enfrentar las tareas agrarias y antiimperialista que el país necesitaba; o el fin
de la Primera Guerra Mundial y el dominio crecientemente aislado de Japón entre
las potencias imperialistas que colonizaban partes del territorio chino.
“Un rasgo cultural que invocan regularmente los líderes chinos es su perspectiva
histórica: la habilidad, la necesidad realmente, de pensar sobre el tiempo en
categorías diferentes a las de Occidente”.
Acercamiento sino-estadounidense
“Nixon en China”
Casi nadie podría haber imaginado que un acérrimo anticomunista como Richard
Nixon sería el responsable de promover el retorno de China a la escena
internacional, pero él “vio una oportunidad geopolítica y se aferró a ella
audazmente”. Nixon había tenido como meta equilibrar las fuerzas de la Guerra
Fría para salvar al mundo de una guerra nuclear. Sabía que estadounidenses y
chinos tenían principios distintos y no quería comprometer los ideales de EE.UU.
ni intentar convencer a los chinos de abandonar los suyos. Comprendía el
potencial de largo plazo de la numerosa e industriosa población de China y creía
que ese país tenía una importante función en las relaciones internacionales.
“Nos condujeron directamente al estudio de Mao, una habitación de tamaño
modesto, con libreros ... en un estado de gran desorden: había libros que cubrían
las mesas o estaban apilados en el piso. En un rincón había una sobria cama de
madera”.
China contemporánea
Hoy, tanto EE.UU. como China aplican políticas nacionales que reflejan sus
intereses mundiales, lo que inevitablemente generará áreas de conflicto, pero
EE.UU. debe resistirse a desatar una guerra fría con China. Por otra parte, el
auge de China se ha basado en gran medida en la mano de obra joven y poco
calificada, que ahora es de mayor edad, más calificada y acomodada. China
envejece rápidamente: en el 2050, la mitad de los chinos tendrá 45 años de edad
o más; y, con una demografía así, China no puede sostener una política militar
expansionista, por lo que la competencia entre ambos países se centrará más
en aspectos socioeconómicos.
“Una guerra fría entre los dos países [EE.UU. y China] detendría el progreso
durante una generación en ambos lados del Pacífico”.
OPINIÓN PERSONAL
El retrato de Mao, alguien que “se relacionaba con sus interlocutores desde las
alturas del Olimpo, como si se tratara de universitarios ante un examen sobre la
idoneidad de sus percepciones filosóficas”, es menos claro, a pesar de las
abundantes citas extraídas directamente de las conversaciones. Aunque
Kissinger nunca lo dice, Mao a menudo aparece no como un Dios que ha
descendido a la tierra para pasar un tiempo con los humanos, sino quizá como
alguien que sufre de un complejo de inferioridad cuando intenta demostrar su
mente abierta ridiculizando sus propios eslóganes revolucionarios. No creo que
un político serio deba hacer eso, a no ser que quiera arrastrarse frente a su
interlocutor.
Deng fue, por supuesto, muy diferente tanto de Mao como de Zhou. Su “estilo
áspero, sin palabrería” lo distinguía. Se mantuvo ocupado mirando cuántas
comidas debería tener un conductor de trenes, no pensando en cuestiones más
elevadas. Gobernó completamente tras bambalinas: “Deng no tenía una gran
oficina; rechazó todos los títulos honoríficos; casi nunca aparecía en televisión,
y practicó la política casi completamente tras las bambalinas. Gobernó no como
un emperador sino como el mandarín jefe.” Y en un interesante detalle, Kissinger
menciona que el último visitante extranjero que visitó a Deng fue Brent Scowcroft
en 1989 (después de Tiananmen). Deng vivió sus últimos años (murió en 1997)
como un recluso, una imagen difícil de evocar para quienes lo habían visto en
los setenta en las pantallas de televisión dando saltos con energía. Después de
su muerte, Deng fue cremado y sus cenizas se lanzaron al mar, lo que
contrasta radicalmente con Mao.
Los últimos capítulos del libro, que cubren el periodo de la crisis de las relaciones
chinoestadounidenses después de la masacre de Tiananmen, se centran en la
política exterior estadounidense hacia China, pero más generalmente hacia
regímenes no democráticos: Kissinger es educado pero no menos crítico con la
opinión del establishment estadounidense de que las relaciones pacíficas solo
son posibles con gobiernos democráticos: