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UNA REFERENCIA NECESARIA A PROPOSITO DE LA CRISIS


AGROALIMENTARIA

Ocarina Castillo D’Imperio


Diciembre 2018

Cuando se aprecia el recorrido por el sistema alimentario venezolano en el siglo XXI,


no es posible omitir alguna, aunque breve, referencia a la situación que ha experimentado
Venezuela durante la última década, en particular, al impacto sobre lo qué hoy comen y
cómo comen, los venezolanos. En efecto desde el año 2012 Venezuela atraviesa una severa
crisis agro-alimentaria que en breves palabras puede resumirse como una reducción sostenida
de la producción nacional, las importaciones (en virtud de la falta de divisas por la caída en
los precios y las exportaciones del petróleo venezolano) y el consumo de alimentos por parte
de la población. El desabastecimiento y escasez de los alimentos básicos, así como la
inaccesibilidad a los mismos dados sus altos costos, han desencadenado un aumento de la
desnutrición que ha sido incluso reconocido oficialmente en las últimas cifras que publicó el
Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en su “Encuesta de Seguimiento de Consumo” del
año 2014. Estas tendencias se han sumado a la agudización de los procesos inflacionarios,
propiciando, sobre todo a partir del año 2017 la emergencia de niveles de desnutrición aguda
(especialmente en los grupos más vulnerables niños, embarazadas, enfermos crónicos y
ancianos) así como una estrategia de respuesta de los organismos oficiales convirtiendo el
tema alimentario en una forma de control territorial y político.
El agravamiento de la crisis alimentaria ha sido reconocida por la FAO en su último
informe sobre Seguridad Alimentaria en América, al señalar que en Venezuela entre 2014 y
2016 se incrementó en 13% el número de personas con desnutrición. Expertos en el área
como Maritza Landaeta de la Fundación Bengoa, señalan que “Las carencias de nutrientes
han dejado secuelas: personas más delgadas, niños y adultos anémicos –con hambre oculta-
y con desnutrición aguda. La desnutrición está asociada al aumento de la pobreza. El
aumento de la pobreza extrema ocurre en medio del deterioro progresivo de la producción
de alimentos y la implementación de políticas restrictivas en las que el Estado ha tomado
para sí la importación de comida y se reserva todos los insumos para que las empresas y sus
productores puedan generar alimentos” (Landaeta entrevistada por Altuve, 2016). Es decir,
los venezolanos no completan los requerimientos nutricionales necesarios para que los niños
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puedan crecer y desarrollarse convenientemente, ni los adultos alimentarse saludable y


gratificantemente.

Al cierre del 2018, Venezuela atraviesa el quinto año de caída de la producción


interna y una contracción del 5,5% para el PIB, con un impacto muy fuerte en las condiciones
de vida, en particular en lo que se refiere a la salud y alimentación. La Federación de
Asociaciones de Productores Agrícolas (FEDEAGRO) señala que años atrás, Venezuela
producía el 70% de lo que consumía, en la actualidad solo está en capacidad de atender un
25%, el país cuenta con 9 millones de Ha con potencial para la producción agrícola vegetal,
de las cuales no se cultivan ni 2 millones, mientras que en la ganadería el potencial es de 30
millones de Ha y no hay en producción ni siquiera 7 millones.

La “Encuesta Nacional de Condiciones de Vida” realizada por ENCOVI


(Universidades Católica Andrés Bello, Simón Bolívar, Central de Venezuela y Fundación
Bengoa) para 2017, señalaba la reducción en la cantidad de hogares que pueden adquirir
todos los alimentos, con excepción de hortalizas y tubérculos, y cómo frente a la escasez de
maíz y trigo, han sido necesarias diversas sustituciones, en medio de grandes dificultades en
la distribución pública de alimentos y su derivación al sector informal con precios
inaccesibles para buena parte de los venezolanos. Solo 20% de los hogares tienen
posibilidades de acceder a una dieta equilibrada, mientras que el 70% tiene insuficiencia de
alimentos, 63% de los adultos dejan de comer para alimentar a sus hijos, 80% de las personas
comen menos porque no hay comida, la inseguridad alimentaria está cerca del 80%, la
pérdida de peso de 11,4 kg y el hambre ronda la vida de ocho millones de personas. Como
bien señala la Dra. Landaeta contrariamente a las recomendaciones de los organismos
internacionales, en los platos faltan las proteínas, vegetales y frutas, es decir son platos
monocromáticos, platos blancos (Landaeta, 2018).

ENCOVI en su encuesta para 2018, señala que el número de hogares pobres subió al
48% (tomando como indicadores el estándar de vida, condiciones de la vivienda,
funcionamiento de servicios básicos, acceso a la educación, empleo y protección social), que
el 94% aseguró que sus ingresos son para cubrir los costos de vida, el 63% es beneficiario de
algunas de las misiones sociales, siendo la más importante la asistencia alimentaria a través
de la cual, el 80% (es decir, cerca de 16,3 millones de personas, 3,7 millones más que en
2017) compra a precios muy económicos y recibe mensual o bimensualmente las bolsas o
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cajas CLAP1 (cuya obtención no es de libre elección, su asignación se organiza en función de


zona, lista y fecha), para lo cual es necesario tener el ‘Carnet de la Patria’, intensificando de
esta forma el ejercicio del populismo y los nexos de dependencia y sumisión respecto a las
dádivas oficiales.

Para el momento en que escribimos este texto, se contabilizan 14 meses de


hiperinflación, con su secuela en el agravamiento de la crisis económico-social y en el
desmejoramiento de la calidad de vida de la población. Estas perversas consecuencias se
evidencian diariamente en las mesas de los hogares venezolanos, en las cuales, dados los
altísimos costos de los alimentos, se han abandonado varios platos tradicionales como el
pabellón, la parrilla o el pasticho, que, simplemente, no pueden prepararse; los platos se han
vuelto mono-cromáticos dada la ausencia reiterada de proteínas animales, hortalizas y frutas,
prevaleciendo en ellos algunas combinaciones como arroz, granos (caraotas o lentejas) y
plátanos, o yuca (puede ser otro tubérculo batata, ocumo), caraotas y plátanos; también se
encuentra pasta con caraotas, y arroz, plátano y vegetales (zanahoria, calabacín, auyama,
berenjena). El costo de la harina precocida de maíz hace a la arepa, nuestro ícono
alimentario, un bien tan apreciado como escaso, cuando se le puede disfrutar se han reducido
significativamente las opciones de relleno, se consumen mucho menos quesos blancos frescos
y buena parte de los embutidos, mientras que se resuelve con sardinas (frescas o de lata),
queso blanco rallado, mortadela, caraotas. Hay importantes modificaciones cualitativas en la
composición de las comidas: el ciclo ‘sopa, seco y postre’ tiende a reducirse sólo al ‘seco’ y
están desapareciendo postres y jugos. Se han puesto en práctica necesariamente algunas
estrategias alimentarias, como la sustitución del pan de trigo y de las arepas por el casabe,
que por lo demás dada su versatilidad se emplea en numerosas presentaciones, como pan
acompañante, base de pizza, tostado con alguna cobertura (picante, cremas, queso), etc; la
incorporación al consumo de vegetales antes desconocidos o al menos despreciados en
algunos hogares, dada la vieja conseja popular “monte no es comida”, como las espinacas,
acelgas, brócoli y la sustitución de la azúcar refinada por el papelón. Han desaparecido de las
compras familiares las galletas, las chocolates y otras chucherías, los frutos secos,
mermeladas, refrescos, jugos pasteurizados y otras bebidas, yogures y helados, en algunos
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La composición del Clap no es producto de un estudio del cálculo calórico ni proteico adecuado, consta de
aceites y carbohidratos, un paquete de bebida láctea o de leche en polvo y en lo que respecta a proteína animal,
las pequeñas latas de atún. Contenido: 2 Kg harina de maíz nixtamalizado (México), 2 Kg arroz (Brasil), 1 Kg
azúcar (Brasil), 1 kg lentejas (México), 1 kg caraotas (México), 3 kg pasta (Turquía), 1,5 leche en polvo
(México), 2 lt de aceite de girasol y soya (argentina), 5 latas de atún en aceite (México) y 1 flexipack de
mayonesa (Perú). Datos de la bolsa distribuida en Caracas el 3 de noviembre de 2018.
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casos estas restricciones, paradójicamente, terminan siendo beneficiosas a la salud al


disminuir la ingesta de azúcares o grasas, pero cabe resaltar que no son el resultado de una
toma de conciencia por una alimentación saludable, sino salidas ‘de hecho’ ante la
imposibilidad de adquirirlos.

La mesa del venezolano de hoy, es pues un espacio de resiliencia en el que toca


combinar los hábitos alimentarios con estrategias novedosas en las que ocupa un lugar
importante el consumo de los cultivos propios de la agricultura conuquera (tubérculos,
musáceas, maíz, lechosas) utilizados en toda una gama de preparaciones; del casabe, pan
ancestral, que en el medio urbano ha diversificado sus usos y presentaciones, registrando un
importante y sostenido incremento de ventas en los últimos tres años; de los granos a partir de
los cuales, emulando la herencia africana, se hacen masas, croquetas y hamburguesas. Se
evidencia entonces cómo, con la excepción de la ingesta de carnes, la combinación
maíz/casabe, granos, plátanos, tubérculos, papelón, propia de nuestro régimen alimentario
criollo sobrelleva en la crisis, la alimentación de los venezolanos. No obstante los problemas
de costos y distribución de la harina precocida, dado el protagonismo que la arepa tienen en
el consumo popular y el papel simbólico que cumple en nuestra cultura, apreciamos la
creatividad de la población para inventar y reinventar nuevas formas de arepas con mezclas,
sustituciones e innovaciones en los ingredientes: arepas de yuca, de arroz, mezcladas con
vegetales (auyama, espinacas, zanahoria, ají dulce), con tubérculos, cereales y otras harinas
(avena, fororo), aún cuando el deseo y quizás el máximo placer, está en poder disfrutar de la
arepa tradicional de maíz, convirtiéndose esta aspiración en un blanco importante de la
actitud de resistencia.

Es imposible soslayar el éxodo masivo de venezolanos, por el cual sólo en los últimos
dos años (2017 y 2018) abandonaron el país 700 mil personas que migraron en un 80% a
Colombia, Perú y Chile, dadas las condiciones que estos destinos ofrecen para la
regularización de su condición. Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM)
la cifra de venezolanos en el mundo alcanza 2,3 millones, a partir del año 2016.

Cerramos estas páginas con un conjunto de interrogantes en torno al futuro de la


gastronomía venezolana: su posicionamiento, los retos en la formación de los cocineros,
emprendedores, críticos periodísticos; las posibilidades de contar con una investigación
interdisciplinaria capaz de crear conocimientos acerca de su conformación y perspectivas, y
sobre todo, de asumir que no tendremos gastronomía propia y para el mundo, si antes no
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tenemos una agricultura sostenible, comprometida con el respeto y cuido de nuestra eco-
biodiversidad. La crisis alimentaria actual, con su rudeza y graves riesgos, es una fuente de
desafíos y oportunidades, así como la recién inaugurada condición de ‘cocina migrante’,
ambas fuentes de descubrimiento de ingredientes, fusiones y complementariedades, y sobre
todo, de re-encuentro -entre símbolos y nostalgias- con nuestra identidad, siempre en
construcción.

Fuentes:
Altuve, A. (2016). La alimentación se convirtió en una carga para los hogares. Entrevista a la Dra.
Maritza Landaeta. El pitazo. Recuperado de http://elpitazo.info/reportajes/maritza-landaeta-la-
alimentacion-se-convirtio-en-una-carga-para-los-hogares/

Instituto Nacional de Estadísticas. (2014). Encuesta de seguimiento al consumo de alimentos.


Recuperado de: http://www.ine.gov.ve/index.php?
option=com_content&id=740&Itemid=38;tmpl=component

Landaeta, M. (2018, 18 de marzo). Tsunami alimentario. Ultimas Noticias. Recuperado de


http://www3.ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/tsunami-alimentario/

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