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J ulio Minaya
Santo Domingo
2014
De esta edición
© Archivo General de la Nación (vol. CCVI)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz, No. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-586-00-8
Impresión: Editora Centenario, S. A.
Prólogo ........................................................................................... 13
Introducción......................................................................................... 17
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
– Conclusiones.................................................................................. 321
– Fechas y eventos importantes sobre Pedro Francisco Bonó...... 329
– Bibliografía de y sobre Pedro Francisco Bonó............................ 333
– Bibliografía general......................................................................... 341
Anexos
I Cronología de Pedro Francisco Bonó................................................ 357
II Decreto que dispone el traslado de Bonó al Panteón Nacional........ 385
13
Raymundo González
Asesor histórico AGN
17
hombres y mujeres que habitamos esta media isla. Sin duda, un pen-
sador indispensable para el pueblo dominicano, ya que fue quien más
conciencia tuvo de sus posibilidades y precariedades. Convocado por
su ejemplo de intelectual comprometido, hoy debiéramos emplear-
nos en conocernos más a fondo, en reducir la repugnante brecha so-
cial que separa a los dominicanos, en sacudir los cimientos culturales
y políticos de una sociedad que, sumida en el letargo mental y moral,
es llevada y traída por gobiernos y partidos que han desvirtuado la
actividad política al extremo de convertirla en un quehacer de corte
típicamente mercantilista.
Permítaseme ahora exponer las partes que constituyen el pre-
sente libro. En la primera caracterizo el contexto hispanoamericano
en el siglo xix, período durante el cual realiza su quehacer político,
social e intelectual nuestro autor. Su obrar y pensar están en relación
con lo que se hacía, se pensaba y se soñaba en Europa; si bien es
cierto que gracias a su capacidad autodidacta, y a sus condiciones
para el ejercicio del libre pensamiento, no se dejó encorsetar dentro
de constructos teórico-conceptuales que le impidieran visualizar y
hacer inteligible su propia realidad. En su caso –parecido a los de
José Martí y Manuel González Prada– se asiste a un esfuerzo por
adaptar y no simplemente adoptar categorías y doctrinas originadas
en Europa.
Hay un hecho palpable: República Dominicana y, en sentido
general, Hispanoamérica no partían de cero. Procuraban construir-
se a sí mismas asumiendo como propios usos, ideas e instituciones
creados desde y para otros entornos socio-culturales. El proyecto
liberal, la Ilustración, el movimiento romántico, la utopía socialista,
el eclecticismo, la economía política, el idealismo alemán, el cos-
tumbrismo, el positivismo, el humanismo católico, todas estas co-
rrientes y expresiones del pensamiento y del arte llegan a la región
y ejercen influencias determinantes en las personalidades atraídas
por el accionar político y el quehacer intelectual en el transcurso del
siglo xix.
Las incipientes naciones hispanoamericanas, entre ellas la
República Dominicana, afanaban sin cesar por lograr organización
y estabilidad. Empero, las constantes guerras civiles, los frecuentes
Ahora bien, ¿Cuáles textos son claves para responder las pregun-
tas anteriores?
En primer lugar, los del mismo Bonó. En segundo, los enjundio-
sos trabajos de dos investigadores nacionales: Raymundo González
y Roberto Cassá. Aparte de sus atinados ensayos al respecto publica-
dos en revistas nacionales, del primero ha de resaltarse la obra Bonó,
un intelectual de los pobres (1994); en tanto que del segundo merece
especial atención el libro Pedro Francisco Bonó (2003). El conjunto de
estos trabajos ampliaron mi comprensión en torno a la producción
intelectual de Bonó.
En tercer lugar, el texto del mexicano Leopoldo Zea titulado
El pensamiento latinoamericano (1976), en cuya primera parte se
bosqueja una interesante interpretación acerca del papel des-
empeñado por políticos-intelectuales del período decimonónico
interesados en dar culminación al proyecto inconcluso de la
independencia hispanoamericana. Tales personalidades –mayori-
tariamente abogados, amantes de la historia y algunos próceres–
advirtieron cómo, ya transcurrido y consumado el proceso de
emancipación política, continuábamos atados al antiguo régimen
colonial, manteniéndose vigente la antigua mentalidad. De ahí
que comprendieran que era necesario vencer, ahora por medio de
la pluma y la educación, ese pasado insano que de manera muy sutil
todavía nos oprimía.
Andrés Bello y Vicente Rocafuerte son los primeros en usar la
expresión emancipación mental. Pero Bello no solo la usó, sino que
tuvo el mérito de ser pionero en postular y procurar la indepen-
dencia intelectual de Hispanoamérica. Décadas más tarde autores
de diversos países del subcontinente se pronunciarían en favor de la
autonomía mental y cultural respecto de la madre patria. Debíamos
trillar camino propio, se afirmaba convincentemente.
Leopoldo Zea denomina el camino a transitar en esta segunda fase
del proceso de liberación lucha por nuestra segunda independencia. Cabe
destacar que Zea es quien más empeño ha puesto en conceptualizar la
ese pasado, dado que nos impedía cobrar conciencia de nosotros mis-
mos y acometer las grandes tareas que teníamos por delante como
Estado-nación nuevo. Pero, ¿era correcta tal pretensión? ¿Podíamos
los hispanoamericanos construirnos adecuadamente en sentido ontoló-
gico destruyendo al mismo tiempo lo español que permanecía en noso-
tros? ¿Acaso no éramos los herederos de España en el continente, de
igual manera que los estadounidenses fueron herederos de la cultura
anglosajona? Y en consecuencia, rechazando a ultranza todo lo que
remitía a los españoles, ¿no nos estábamos rechazando a nosotros
mismos? ¿O es que, debido a la emancipación política, ya habíamos
dejado de ser herederos culturales de España?
La gran mayoría de los emancipadores mentales mostraron
contra España un total y visceral rechazo. Redujeron a España a su
dimensión negativa: monarquía, Inquisición, Escolástica, dogmatis-
mo, superstición y oscurantismo. Por su parte, los llamados próceres
de la emancipación mental apostaban por el republicanismo, el libe-
ralismo, el libre pensamiento, la libre determinación, la emancipa-
ción total. Pensaron que nada de esto podía provenir de España, que
de ella únicamente podían venir resabios.
Cavilando en torno a la idea de si había algún autor domini-
cano que enarbolara en nuestro suelo los postulados de la referida
emancipación mental, me formulé las preguntas siguientes: ¿Acaso la
República Dominicana, por efecto de las vicisitudes de su historia,
ha quedado huérfana de este tipo de emancipadores? ¿Constituía
Santo Domingo, en este aspecto particular, un caso excepcional
en Hispanoamérica? ¿Se podría calificar de emancipador mental a
Juan Pablo Duarte, ideólogo de la independencia respecto de Haití
en 1844 y considerado Padre de la Patria? ¿Podía ser considera-
do Eugenio María de Hostos el emancipador mental del pueblo
dominicano?
Esta última interrogante ameritaba una ponderación especial.
Hostos, de origen puertorriqueño, llega en 1879 a Santo Domingo
y crea la Escuela Normal. Realiza la proeza pedagógica e intelectual
de formar varias promociones de maestros y maestras normales, y
cuestiona críticamente el sistema tradicional de enseñanza conjun-
tamente con la corriente filosófico-teológica que lo sustentaba: la
Como clásico al respeto cobra relieve La ética protestante y el espíritu del capitalismo
1
31
2
Julián Pacho García, Positivismo y darwinismo, Madrid, 2005.
3
Francisco Javier Caballero Harriet, Algunas claves para otra mundialización, Santo
Domingo, 2009, p. 58.
4
Precisamente, es en los inicios del siglo xix cuando emergen los primeros repre-
sentantes del libre pensamiento, tanto en Inglaterra como en Francia.
5
Luis O. Brea Franco, La modernidad como problema, Santo Domingo, 2007,
pp. 30-31. Cf. del mismo autor «La creativa y transformadora década de los años
sesenta del siglo xix en Europa», Crónicas del Ser, suplemento cultural «Areíto»,
Hoy, Santo Domingo 3 de marzo de 2007.
6
Guillermo W. F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, Madrid, 1994,
p. 177.
7
Francisco Larroyo, La filosofía iberoamericana. Historia. Formas. Temas. Polémica.
Realizaciones, Argentina-México, 1989, pp. 64-65.
8
«En un volumen aparecido en 1761 de su Histoire Naturelle –nos dice John H.
Elliott–, el conde de Buffon había representado América como un mundo o
bien degenerado o bien inmaduro, cuyos animales y pueblos eran más pequeños
y débiles que sus equivalentes europeos». En J. H. Elliott, Imperios del mundo
atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830), Madrid, 2006, p. 481.
9
En sus investigaciones sostenía que el Nuevo Mundo era enervante para la
vida, que allí todo degeneraba: las especies vegetales, animales y, por cierto, el
hombre. Referido por Miguel Antonio Rojas Mix en «América en la concepción
ilustrada de la historia», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix,
Madrid, 2000, p. 261.
10
M. A. Rojas Mix, «América en la concepción ilustrada», p. 261.
11
Escrita en castellano, luego fue publicada en italiano (Storia antica del messico).
Aquí trata de demostrar que ni los pájaros, ni los animales, ni los habitantes de
las Indias eran en modo alguno inferiores a sus correspondientes europeos. Ver
J. H. Elliott, Imperios del mundo, p. 481.
12
El criollo dominicano Antonio Sánchez Valverde refuta los conceptos estigma-
tizadores de C. de Pauw y, además de afirmar que el prusiano miente en forma
descarada, indica: «Todo lo ha hecho Mr. Pauw; y sobre todo ha empleado
nueve o diez años en coleccionar cuantas fábulas se han escrito contra las Indias
Orientales, contra sus primeros pobladores y contra los que las descubrieron y
conquistaron». Ver A. Sánchez Valverde, Idea del valor de la isla Española, Santo
Domingo, 1971, p. 33.
13
Juan Ignacio Molina, Historia Natural, citado por M. A. Rojas Mix en «América
en la concepción ilustrada», p. 293.
14
M. A. Rojas Mix, «América en la concepción ilustrada», p. 261.
15
Pablo Guadarrama, «Humanismo e Ilustración en América Latina», Filosofía en
América Latina, La Habana, 1988, p. 109.
16
Nació en Santo Domingo en 1729 y murió en México en 1790; era hijo de es-
pañol y de africana. Fue discípulo de los jesuitas y escribió una extensa epístola
(Carta al Conde de San Xavier), donde critica acremente la filosofía de Aristóteles
por considerarla «estéril»; pero además afirma que «Santo Tomás floreció en
el siglo de la ignorancia». Se interesó por la historia de su pueblo e hizo fre-
cuentes giras por el interior. Su obra principal es Idea del valor de la isla Española
(Madrid, 1785). Para un estudio pormenorizado de su vida y pensamiento ver
Juan Francisco Sánchez, El pensamiento filosófico en Santo Domingo (siglo xviii):
Antonio Sánchez Valverde, Ciudad Trujillo, 1956; Rosa Elena Pérez de la Cruz,
Historia de las ideas filosóficas en Santo Domingo durante el siglo xviii, México, 2000,
pp. 29-55.
17
J. F. Sánchez, El pensamiento, p. 41.
18
F. Larroyo, La filosofía, p. 72.
españoles.
20
C. L. Bohórquez, «La tradición republicana», El pensamiento social y político ibe-
roamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 77.
21
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, p. 282.
Liberalismo en Hispanoamérica
22
José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español. Liberalismo y romanticis-
mo (1808-1874), tomo IV, Madrid, 1984, p. 220.
23
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, tomo
VI, 1965, p. 161.
24
J. L. Abellán, Historia crítica, tomo IV, p. 220. Convencido de la idea aquí
enarbolada, el historiador español argumenta: «El liberalismo es un momento
progresista en la historia ideológica de nuestro país que constituye un avance
decisivo en la emancipación americana. No solo es un eslabón que favorece la
independencia de dichos países, sino que en muchos casos la propicia y se alegra
de ella». P. 218.
25
Yamandú Acosta, «El liberalismo. Las ideologías constituyentes. El conflicto
entre liberales y conservadores», El pensamiento social y político iberoamericano del
siglo xix, Madrid, 2000, p. 345.
26
C. L. Bohórquez, «La tradición republicana», p. 66.
27
Rafael Isidro Morla de la Cruz, La Ilustración en Santo Domingo durante los siglos
xviii-xix (tesis doctoral), Universidad Complutense de Madrid, 2009, p. 105.
28
«Octavio Paz ha dicho que el positivismo latinoamericano fue nuestra Ilustración.
No tanto porque no haya habido una ilustración latinoamericana, que la hubo en
la época de la Independencia, sino más bien porque el impulso secularizador se
cumplió más radicalmente con el positivismo nuestro que con nuestra ilustración»,
Carlos Rojas Osorio, Filosofía moderna en el Caribe hispano, México, 1997, p. 585.
29
C. Rojas Osorio atribuye la recurrente contemporización de nuestros ilustrados
con la fe religiosa, específicamente con el catolicismo, a dos hechos básicos:
primero, que no pocos sacerdotes gestaron o tomaron parte activa en la lucha
por la independencia, como Miguel de Hidalgo y J. Ma. Morelos en México, o
en República Dominicana Bernardo Correa y Cidrón; segundo, que la doctrina
de la soberanía popular fue aprendida por muchos ideólogos latinoamericanos
gracias al trabajo de los jesuitas: de Suárez, de Mariana y de Domingo de Soto.
Al respecto, ver C. Rojas Osorio, Latinoamérica. Cien años de filosofía, Vol. I, San
Juan, Puerto Rico, 2002, pp. 22-23.
30
Salvador de Madariaga, Auge y ocaso del imperio español en América, Madrid, 1979,
p. 541. Citado por C. Rojas Osorio, Filosofía moderna, México, 1997, p. 23.
32
Mario Laserna, Bolívar, un euro-americano ante la Ilustración, Bogotá, 1986, p. 70.
33
Como dijo Bolívar en un decreto de 1819: «La Cámara de Moral dirige la opi-
nión moral de toda la República, castiga los vicios con el oprobio y la infamia,
y premia las virtudes públicas con los honores y la gloria. La imprenta es el
órgano de sus decisiones… También publicará cada año listas comparativas de
los hombres que se distinguen en el ejercicio de sus virtudes o en la práctica de
los vicios públicos». Citado por Eduardo Rozo Acuña en el estudio preliminar
de Simón Bolívar. Obra política y constitucional, Madrid, 2007, p. LXXIV.
34
Ibídem.
35
C. Rojas Osorio, Latinoamérica, vol. I, p. 30.
36
Ibídem, pp. 23-24.
de los derechos del hombre y del ciudadano, edición preparada por don
Antonio Nariño en su propia imprenta.37
El documento fue editado y difundido en Venezuela hacia 1797, aña-
diéndosele en dicha ocasión un importante discurso motivador. Debido
a la gran proliferación de escritos de esta índole en la región, en 1803 la
Inquisición mexicana prohibió la versión castellana de El contrato social.
Pero hacia 1809 salió a la luz en Caracas una traducción de la
referida obra llamada «edición de Vargas». Y para el 1810, el ilus-
trado argentino Mariano Moreno,38 secretario a la sazón de la Junta
Revolucionaria de Buenos Aires, dirigió la impresión de otra traduc-
ción del mismo texto, de la que eliminó el capítulo final alusivo a la
cuestión religiosa.39 A esta edición incompleta de El contrato social
Moreno añadió un prólogo de su autoría.40
37
Dado que estaba estrictamente prohibida la difusión de ideas relativas a la
Revolución Francesa, a Nariño lo enviaron a una prisión de África.
38
Para el referido filósofo C. Rojas Osorio, Mariano Moreno es el principal represen-
tante de la Ilustración latinoamericana. Al referirse al imperio español en América,
el ilustrado argentino parece inspirado en el ginebrino al afirmar que «La fuerza
y la violencia son la única base de la conquista que agregó estas regiones al trono
español; conquista que en trescientos años no ha podido borrar de la memoria
de los hombres las atrocidades y horrores con que fue ejecutada, y que no ha-
biéndose ratificado jamás por el consentimiento libre y unánime de estos pueblos,
no ha añadido en su abono título alguno al primitivo de la fuerza y la violencia
que la produjeron». Citado por Boleslao Lewin en Rousseau en la independencia de
Latinoamérica, texto referido por C. Rojas Osorio, Latinoamérica, p. 27.
39
Mariano Moreno fue un laico católico fiel a sus creencias religiosas. La exclusión
de la parte final de El contrato social fue algo premeditado que tuvo por finalidad
el no herir susceptibilidades en la inmensa mayoría de sus posibles lectores,
católicos al igual que Moreno. Con esta parte mutilada, el libro, qué duda cabe,
se divulgaría más ampliamente –sirviendo efectivamente a una causa político-
ideológica comprensible–, pero con ello se cometió un grave error, pues quedó
comprometida la honestidad intelectual de su difusor.
40
Aquí se va en elogios de Rousseau y de su principal escrito político: «Entre varias
obras […] he dado el primer lugar escrito por el ciudadano de Ginebra Juan
Jacobo Rousseau. Este hombre inmortal que formó la admiración de su siglo y
será asombro de todas las edades». En B. Lewin, Rousseau, citado por C. Rojas
Osorio, Latinoamérica, p. 27.
Durante la segunda mitad del Siglo de las Luces y los primeros años
del xix aparece la imprenta en al menos diez de las principales ciu-
dades hispanoamericanas. En ellas se reimprimen y editan textos y
documentos claves de contenido ilustrado como El contrato social y la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, así como también
cartas, manifiestos y textos constitucionales de los más destacados
líderes de la emancipación latinoamericana: Miranda, Bolívar,
Morelos, San Martín, Núñez de Cáceres, etc.
En cada uno de los centros urbanos principales surgió más de un
periódico y se fundaron revistas con fines similares.
Un rol significativo desempeñaron las denominadas sociedades
económicas «amigas del país», «del progreso», «de la luz». Gracias
a sus iniciativas se abrieron diversos espacios públicos y privados
para el conocimiento y debate de los autores y obras iluministas más
sobresalientes. Otro evento cultural que cabe resaltar fue la creación
de tertulias o espacios culturales dedicados a discutir las nuevas ideas
y comentar el último libro llegado de Europa.
Mención aparte merece la presencia de instituciones secretas, en
especial la masonería. Impulsora de la tolerancia, de la libre difusión
de ideas filosóficas y de la libertad de culto, la logia masónica aco-
gió en su seno y respaldó en todos los órdenes a los gestores de la
acción libertaria. Su presencia en toda Europa, incluyendo España,
sirvió para constituir una red de contactos y apoyo que auxilió a
todos aquellos que, en diferentes comarcas, luchaban en contra
del colonialismo, la esclavitud, la monarquía, el oscurantismo y el
dogmatismo.
pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 52.
42
Simón Rodríguez, Obras completas, tomo I, Caracas, 1975, p. 343.
43
Pedro Henríquez Ureña, «Historia de la cultura en la América hispánica», Obra
dominicana, Santo Domingo, 1988, p. 329.
[...] los pueblos y las culturas van más allá de una mera so-
ciedad organizada para fines racionales al modo contractual
o del Despotismo Ilustrado. Más allá de eso, el pueblo tiene
un espíritu, un alma colectiva que se vierte en primer lugar en
su poesía tradicional, en su lenguaje, y, en consecuencia, en
todos los contenidos del lenguaje: mitología, derecho, poesía
ya culta, etc. Esta idea del pueblo es una idea capital para la
comprensión del Romanticismo.44
44
José Santos, «Romanticismo y tradicionalismo», en www.memoriachilena.cl/
archivos2/pdfs/MC0001551.pdf. Consultado el 19/10/2010.
45
Estamos ante un movimiento literario y filosófico que se desarrolla en Alemania
durante la segunda mitad del siglo xviii y que constituye el antecedente inmediato
del romanticismo. Las actitudes peculiares de dicho movimiento quedan sinteti-
zadas en las palabras que le sirven de lema. Se trata de expresiones irracionalistas
47
«Hugo –señala Serrano– llevó más lejos que ninguno los principios de la absolu-
ta libertad del genio creador […] En su rebelión contra toda imitación, no solo
superó las estrictas normas referidas a las formas literarias, sino que innovó funda-
mentalmente respecto del contenido, incorporando al sentimiento, la naturaleza
y el elemento local y nacional como temas literarios». A. Serrano Caldera, «Las
últimas etapas», p. 250.
48
Joaquín Santana Castillo, «Identidad y cultura de un continente. Iberoamérica
y la América sajona. Desde la Doctrina Monroe hasta la guerra de Cuba», El
pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 28.
49
Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina, Santa Fe, 1957, p. 75.
50
Ibídem.
51
S. Rodríguez, Sociedades americanas, Caracas, 1990, p. 279.
55
España, país que logró apoderarse de una parte de sus islas adyacen-
tes; en tanto que República Dominicana fue recuperada como colo-
nia por la Corona española (1861-1865). Este panorama sombrío es
retratado por Juan Montalvo (1866):
52
Juan Montalvo, «Sobre América», Fuentes de la cultura latinoamericana, México,
1993, p. 218.
La filosofía ecléctica
53
Carlos Beorlegui, Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda
incesante de la identidad, Bilbao, 2004, p. 74.
54
Dentro de este grupo de intelectuales cubanos destaca la labor pionera de José
Agustín Caballero, quien escribe en 1797 la primera obra de corte filosófico en
suelo cubano: Philosophia electiva. Este escrito sirvió de base al curso de filosofía
que impartió en septiembre de ese mismo año. Quince años después, Andrés
El socialismo utópico
57
Arturo Andrés Roig, «Política y lenguaje en el surgimiento de los países ibe-
roamericanos», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid,
2000, p. 134.
58
Salvador E. Morales Pérez, «Ideales obreros y socialistas ante los procesos de
industrialización y sus efectos en la historia intelectual de América Latina», El
pensamiento social y político iberoamericano durante el siglo xix, Madrid, 2000, p. 210.
59
Eso no significa que los krausistas españoles descuidaran el aspecto propiamente
teórico, «prueba de eso es el cuidado que se dieron en exponer, explicar, inter-
pretar y elaborar el sistema de Krause como sistema metafísico» (José Ferrater
Mora, Diccionario de filosofía, tomo III, Barcelona, 1998, p. 2035).
60
«El krausismo –nos dirá Manuel Maceiras– es la primera filosofía sistemática del
siglo. Porta un cierto orden cosmovisional: el «racionalismo armónico» (una con-
cepción organicista del mundo donde se entrelazan el pensamiento y la acción)».
Manuel Maceiras Fafián, Pensamiento filosófico español, Madrid, 2002, p. 154.
61
Completan la nómina rectora Federico de Castro Fernández, Gumersindo de
Azcárate, Alfredo Calderón, Fernando de Castro, Nicolás Salmerón, Manuel
Sales y Alfonso Moreno Espinosa, entre otros.
62
Una especie de mística, inspirada en un ideal universal humanista, hizo del krau-
sismo español «un estilo de vida», una «cierta manera de preocuparse por la
63
65
Aparte de la propuesta de J. B. Alberdi en torno a la creación de una filosofía
americana, está el esmerado interés de pensadores como Esteban Echeverría,
Alejandro Angulo Guridi y Pedro Francisco Bonó, quienes propugnan por la
libertad de pensamiento: «El espíritu del siglo lleva hoy a las naciones a eman-
ciparse, a gozar de independencia, no solo política, sino filosófica». Frase de J.
B. Alberdi citada por P. Henríquez Ureña en Obras completas, Escritos políticos,
sociológicos y filosóficos, tomo V, Santo Domingo, 2004, p. 404.
66
La observación y el análisis de lo autóctono con fines epistémicos y axiológicos se
extendieron retrospectivamente hasta los indígenas. Desde mediados del siglo,
y hasta la década de los ochenta, el indigenismo fue una temática recurrente, lo
mismo en poesía que en novela.
67
Valentina Peguero y Danilo de los Santos, Visión general de la historia dominicana,
Santiago, 1981, p. 263.
68
José Escobar, «Costumbrismo entre romanticismo y realismo», www.cervan-
tesvirtual.com/servilet/serviobras/09250620855792739754480/p00000.
Recuperado el 4/10/2010
69
Esteban Tollinchi, Romanticismo y modernidad. Ideas fundamentales de la
cultura del siglo xix, vol. II, Río Piedras, 1989, p. 819.
En cuanto a España, figuran el montañés de Pereda (en El sabor de la tierruca
70
Todo estaba por hacerse, pero cuán difícil se tornaba lograr si-
quiera cierta estabilidad. Es que se había luchado por crear repúblicas
donde aún no se habían constituido naciones. Esta fue la triste realidad,
por difícil que resulte admitirlo.
El realismo en Latinoamérica
En efecto, ese pueblo que otrora fue sujeto y objeto de intensos sen-
timientos, cantera de tradiciones y ensalzadas costumbres, ahora deviene
fuente de preocupaciones sociales y económicas. Según E. Valdearcos:
73
Enrique Valdearcos, «El arte del siglo xix: El romanticismo y el realismo»,
Clío, No. 34, 2008, en www.clio.rediris.es.ISNN1139-6237. Consultado el
29/08/2010.
74
Ibídem.
75
Miguel Mañara, «Segunda mitad del siglo xix: Realismo y naturalismo», en
www.rinconcastellano.com/sigloxix.html. Consultado el 30/08/2010.
76
Francisco G. Cosmes, en el periódico La Libertad, citado por Leopoldo Zea, El
pensamiento latinoamericano, Barcelona, 1976, pp. 390-391.
77
P. Henríquez Ureña, «Historia de la cultura», pp. 332-346.
78
El primer esfuerzo –fallido en sus resultados finales– lo emprenden sectores
criollos vinculados a la Ilustración liberal; el tercer y último esfuerzo se produce
en la segunda mitad del siglo xx y es el resultado del empuje de políticos e inte-
lectuales partidarios del socialismo.
79
Abelardo Villegas, Panorama de la filosofía iberoamericana actual, Argentina, 1969,
p. 19.
80
Comte ve expresada su idea de la armonía entre orden y progreso en cualquier
aspecto de la realidad. Nos dice: «En un tema cualquiera, el espíritu positivo
conduce siempre a establecer una exacta armonía elemental entre las ideas de
existencia y las ideas de movimiento, de donde resulta más especialmente, con
respecto a los cuerpos vivos, la correlación permanente de las ideas de organi-
zación propia del organismo social, la solidaridad continua de las ideas de orden
con las ideas de progreso; y recíprocamente, el progreso deviene la finalidad
necesaria del orden: como en la mecánica animal, el equilibrio y el progreso son
mutuamente indispensables, a título de fundamento o destino». Augusto Comte,
Discurso sobre el espíritu positivo, Barcelona, 1985, pp. 147-148.
81
Filósofo y matemático; principal propulsor de la educación mexicana. Trató
personalmente a Comte en París, del cual recibió varios cursos.
82
Julio Minaya Santos, Influencia del positivismo en el pensamiento de Pedro Francisco
Bonó (tesis de grado), Santo Domingo, 1989, pp. 38-39.
83
En Luis Pereira Barreto (1840-1923) recae la misión de impulsar el desarrollo
del positivismo en Brasil.
84
Este pensador y político fomentará y divulgará el positivismo argentino desde la
Escuela Normal de Paraná.
85
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 119.
86
El normalismo como propuesta educativa moderna y científico-laica tuvo una
aplicación exitosa en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo xix y el
primer tercio del xx. Gran parte de su fructífera trayectoria se debe a la efectiva
contribución hecha por la mujer.
87
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 121.
88
Carmen Durán, «Aportes a la lluvia de ideas. Salomé Ureña: mujer e ideología»,
Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano. Compilación de confe-
rencias, Festival de las Ideas, Santo Domingo, 2009, p. 207.
89
L. Villalba, El primer instituto venezolano de ciencias sociales, Caracas, 1961.
90
M. González Prada, «Catolicismo y ciencia», Nuevas páginas libres, Santiago de
Chile, 1937.
91
E. M. de Hostos, Obras Completas, vol. VI (Educación), tomo I (Ciencia de la
pedagogía), Río Piedras, 1991, pp. 146-147.
92
Al igual que en todos los países del área, la religión católica en México fue consi-
derada oficial. Sin embargo, tal privilegio se perdió al ser abolido el concordato
con la Santa Sede por el Estado laico de inspiración positivista. Como resultado,
y de acuerdo al Plan de Desamortizaciones, fueron confiscados los latifundios
que desde la época colonial poseía la Iglesia.
93
«Hostos se convirtió en un semidiós en una sociedad tradicional, patriarcal.
Fue […] versificado por los poetas, escuchado por los estudiantes, enamorado
por las mujeres, sospechado por los eclesiásticos y observado por los políticos,
en particular por Ulises Heureaux». Antonio Lluberes, «Positivismo, Hostos y
normalistas», Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano, Santo
Domingo, 2009, p. 218.
94
En 1882 el presbítero Francisco Xavier Billini proclama que «lo único que re-
chaza es el descreimiento impío que pretende excluir a Dios de la escuela, el
sentimiento de la inteligencia, y negar que Dios sea la fuente de vida de todos
nuestros conocimientos». F. X. Billini, «Artículo aniversario», La Crónica, 4 de
diciembre de 1882.
95
J. Santana Castillo, «Identidad cultural», p. 29.
96
Bien lo afirma José Carlos Mariátegui: «…la época de la libre concurrencia en
la economía capitalista ha terminado. Estamos en la época de los monopolios
[…] Los países latinoamericanos no son más que simples colonias». Citado por
Roberto Fernández Retamar, Para el perfil definitivo del hombre, La Habana, 1981,
p. 388. Cabe destacar aquí que ya Pedro Francisco Bonó, hacia 1881, denunció
«el neocoloniaje» que irrumpía en el seno de la sociedad dominicana.
97
«Nuestra América –apunta Roberto Fernández Retamar– fue colonizada de
nuevo, ya no por naciones atrasadas, sino por naciones verdaderamente occiden-
tales, como Inglaterra y Estados Unidos, y conservando los atributos formales
de la independencia […]» Dirá José Martí que a América Latina le ha llegado la
hora de «declarar su segunda independencia». «Nuestra América y el occiden-
te», Fuentes de la cultura latinoamericana, México, 1993, p. 171.
98
J. Santana Castillo, «Identidad cultural», p. 28.
99
Darcy Ribeiro, «La cultura latinoamericana», Fuentes de la cultura latinoamerica-
na, México, 1993, p. 117.
100
Arnold J. Toynbee, «El hemisferio occidental en un mundo cambiante», Fuentes
de la cultura latinoamericana, México, 1993, p. 257.
101
A. Korn, «Filosofía argentina», Obras completas, Buenos Aires. Citado por Augusto
Salazar Bondy, ¿Existe una filosofía de nuestra América?, México, 1988, p. 40.
104
«El positivismo, que había dado bases teóricas a nuevas oligarquías o dictaduras,
se anquilosaba al igual que éstas […] la llamada filosofía del progreso se mostra-
ría […] como una filosofía del retroceso». L. Zea, El pensamiento, pp. 409-410.
105
C. Durán, «Aportes», p. 209.
106
Francisco Pérez Soriano, «Pertinencia de ideas y corrientes filosóficas duran-
te la segunda mitad del siglo xix e inicios del xx en República Dominicana»,
Academia, No.1, 2009, pp. 45-83.
107
Para Hugo E. Biagini, la corriente positivista no puede erigirse en una «filo-
sofía emancipadora», pues entre otros lastres en ella «convergen los planteos
tecnocráticos y la discriminación étnica, la justificación del sometimiento ante
diversos centros de poder, la adopción de actitudes aristocráticas y jingoístas».
«Espiritualismo y positivismo», El pensamiento social y político iberoamericano del
siglo xix, Madrid, 2000, p. 338.
108
F. Larroyo, La filosofía, p. 109.
109
Herbert Spencer, Creación y evolución, Buenos Aires, 1973, p. 99.
110
Se trata de la «ley del progreso orgánico», la cual abarca todos los órdenes de
la realidad: la tierra, los seres vivos que la habitan, la sociedad humana y el con-
junto de sus creaciones científicas, artísticas y espirituales. En cada ámbito nos
encontramos con la misma ley del progreso, la cual consiste «esencialmente en
la transformación de lo homogéneo en heterogéneo». H. Spencer, Creación,
pp. 75 y 79.
111
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 122.
112
Entre las vertientes teóricas europeas que intentaban dar respuestas a la realidad
durante el siglo xix, Mu-Kien A. Sang da realce a las siguientes: neocatolicismo,
marxismo, positivismo, idealismo y liberalismo. Sostiene que «El neocatolicismo
[…] intentó restablecer las tradiciones católicas en la vida social y en el gobier-
no del Estado, pero defendiendo el progreso y la modernidad. Los teóricos de
esta corriente sustentaban que la verdad divina debía definir los caminos que
permitirían construir los destinos de la humanidad. Abogaban por la necesaria
renovación dentro de la Iglesia católica […] Los principales teóricos de esta
corriente fueron Ballanche, Chateaubriand y Lamennais». Mu-Kien A. Sang,
«Hostos y el positivismo. Una visión desde el siglo xxi», Retrospectiva y perspectiva
del pensamiento político dominicano, Santo Domingo, 2009, pp. 190-191.
113
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 123.
El pulso anímico e intelectual del mundo occidental que resulta del proceso
118
119
En la época experimenta especial auge la doctrina norteamericana del pragma-
tismo. William James, su principal exponente, tuvo una poderosa influencia en
la juventud latinoamericana, lo cual fue visualizado como grave amenaza para
la vida espiritual de nuestros pueblos. Así lo captó y denunció el uruguayo José
Enrique Rodó en su obra Ariel, publicada en 1900. Luego de plantear cómo
los Estados Unidos de América encarnan el verdadero espíritu utilitarista, y de
constatar la emulación que en la región se hacía del propósito pragmatista de
la vida humana, el pensador confiesa: «La poderosa federación va realizando
entre nosotros una suerte de conquista moral. La admiración por su grandeza
y por su fuerza es un sentimiento que avanza a grandes pasos en el espíritu de
nuestros hombres dirigentes y, aún más quizá, en el de las muchedumbres […]
Y, de admirarla, se pasa, por una transición facilísima, a imitarla […] Se imita a
aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree […] Tenemos nuestra nordo-
manía. Es necesario oponerle los límites que la razón y el sentimiento señalan de
consuno». J. E. Rodó, Ariel, Santo Domingo, 1981, pp. 69-70.
120
Previo al trabajo reflexivo de Rodó, ya José Martí invitaba (Nuestra América,
México, 1891) a trillar camino propio, a escuchar el canto de la tierra y del
hombre en ella. Habla del indio, del negro y del mestizo como elementos cons-
titutivos de la sociedad latinoamericana. Reconoce que hay un «enigma latinoa-
mericano» que habrá de ser descifrado, pero en clave latinoamericana, no europea
ni estadounidense. Ver J. Martí, «Nuestra América», Precursores del pensamiento
latinoamericano contemporáneo, México, 1979, pp. 70-83.
121
En el primer cuarto del siglo xx P. Henríquez Ureña siente la preocupación de
sembrar ideales fecundos en la conciencia latinoamericana. Lo que más le arre-
dra es la dispersión de nuestras naciones, mientras que en el Norte los Estados
lucen compactos: «No nos deslumbre el poder ajeno, el poder es siempre efíme-
ro […] Cuatro siglos de vida hispánica han dado a nuestra América rasgos que la
distinguen. / La unidad de su historia, la unidad de propósitos en la vida política
y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una
agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. […] la desunión
es el desastre». P. Henríquez Ureña, «La utopía de América», pp. 467-468.
1
Diversos autores discrepan respecto a esta fecha. Tal es el caso de J. Max Ricardo
Román, primer biógrafo de Bonó, quien se atiene a la declaración que le ofre-
ciera en 1947 Manuel de Jesús Bonó, sobrino del pensador. Según esta fuente,
Bonó habría nacido el 28 de octubre de 1830. Ricardo Román, «Pedro Francisco
Bonó», Clío, No. 120, 1963, pp. 100-120. Tal fecha no se corresponde, empero,
con los ochenta y dos años que le atribuye el referido sobrino a su tío Pedro
Francisco Bonó al momento de hacer la declaración formal de su fallecimiento
en San Francisco de Macorís de 1906. De haber muerto a los ochenta y dos años,
Bonó debió haber nacido en 1824.
Otros autores que rechazan el nacimiento de Bonó el 18 de octubre de 1828 son
Rufino Martínez y Juan Francisco Martínez Almánzar. No obstante, Raymundo
González y Roberto Cassá, principales estudiosos de Bonó en la actualidad,
coinciden con la objetada fecha. En el presente trabajo se asume, igualmente,
que la fecha en que nace Pedro Francisco Bonó es el 18 de octubre de 1828.
2
Era hermana del general Bartolo Mejía, nativo de Mao, quien prestó valiosos
servicios durante la Guerra de la Restauración desde el Cantón de La Sierra (San
José de las Matas), demarcación que comandaba.
93
3
J. F. Martínez Almánzar, Bonó, Luperón y Heureaux, Santo Domingo, 2006, p. 1.
4
Tenemos el siguiente retrato físico y moral de nuestro biografiado: «Pedro
Francisco Bonó era un hombre blanco, rosado, alto, elegante en el vestir, de ma-
neras distinguidas, de rostro alargado, delgado, lampiño o rasurado, de facciones
un tanto austeras, de ojos de mirar sereno, como su propia conciencia, labios
firmes y apretados que revelan la entereza de su carácter, un poco apegado a sus
ideas, de maneras sencillas aunque algo aristocráticas, sumamente caritativo, y
de muy animada e instructiva conversación, tanto en castellano como en francés
[…]». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 104.
5
Mientras Bonó se capacita de semejante manera, jóvenes de las colonias his-
pánicas de Puerto Rico (como Eugenio María de Hostos y Alejandro Tapia) y
Cuba (como José Agustín Caballero, José Martí o Enrique José Varona) tienen
el privilegio de estudiar en Europa y conocer lo más refinado de la ciencia y la
filosofía del momento. Por supuesto, el mérito de Bonó aumenta en la medida en
que comparamos las condiciones en que vivían y se preparaban dichos antillanos
con las circunstancias por las que atravesaba la patria del pensador criollo.
6
Adolescente, trabajó en el establecimiento comercial de don Furcy Fondeur en
Santiago mientras se ocupaba de sus estudios. J. M. Ricardo Román, «Pedro
Francisco», p. 101.
7
Bonó se comunicaba en francés a la perfección, por ser este el idioma que
empleaban en casa su abuela Eugenia de Port, su padre y sus hermanos. J. M.
Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 104.
8
P. F. Bonó en carta a Pedro A. Bobea incluida en Papeles de Pedro F. Bonó. Para la
historia de las ideas políticas en Santo Domingo, Barcelona, 1980, p. 56.
9
Ibídem.
10
Esta importante referencia la encontramos en el opúsculo Apuntes sobre las cla-
ses trabajadoras dominicanas, dado a la luz por Bonó en 1881. En él afirma: «La
Sociedad de Fomento, en el año 1846, entre otros trabajos útiles hizo abrir una
senda recta de Santiago a Puerto Plata, y comisionó a uno de sus miembros, mi
buen maestro general Achille Michel (cursivas añadidas), para hacer reconocimien-
tos técnicos. Este gran ingeniero pasó más de un mes en la trocha; levantó un
plano minucioso y exacto del camino, de sus obstáculos, desniveles, distancias,
etc.». «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 211.
11
En realidad, fueron muchas las personas que lograron eludir dicha persecución
trasladándose al otro lado de la frontera. Como muestra, baste mencionar los
siguientes apellidos: Benoit, Bidó, Bisonó, Bourdier, Bonnelli, Brache, Bretón,
Candelier, Coste, Cornielle, Chamberland, Chanlatte, Chevalier, Debord,
Despradel, Diloné, Diplán, Durancit, Duval, Ferdinand, Fondeur, Grullón,
Jáquez, Lachapell, Lafontaine, Lapaix, Leger, Marión, Montás, Pepén, Pepín,
Popoteur, Rochet, Ricourd, Regús, Saladín, Saint-Hilaire, Santelises, Sicard.
Tales datos los suministra Manuel Cruz Méndez, quien expresa que «Muchos
franceses se refugiaron en el Santo Domingo español con motivo de la
Revolución haitiana (1791-94). La cantidad sobrepasó los 2,000». Manuel Cruz
Méndez, Santo Domingo a fines del siglo 18. Documentos, comentarios y glosas, Santo
Domingo, 1999, p. 17.
12
Llama la atención de Martínez Almánzar el hecho de que en Bonó no se refleje
ningún sentimiento de animadversión en contra de los haitianos, a pesar de los
padecimientos que estos ocasionaron a su familia. Muy al contrario, Bonó califi-
có de gran revolución la gesta liberadora emprendida por nuestros vecinos. J. F.
Martínez Almánzar, Bonó, p. 2.
13
Achille Michel en carta a P. F. Bonó incluida en Papeles, pp. 438-440. Tanto el
discípulo como el maestro admiten la relación educativa, con lo cual esta resulta
confirmada por partida doble. «¿En qué consistió la modalidad de enseñanza-
aprendizaje adoptada por Michel?», es una pregunta hasta ahora sin respuesta.
Lo que sí puede establecerse, a juzgar por lo dicho en la misiva, es que en Bonó
calaron dos componentes teóricos presentes en su maestro, Ilustración y judeo-
cristianismo: «Empéñese con los demás que aprecian la ilustración y los deberes
del hombre, a fin de que formemos esa juventud, hasta conseguir aún algunos
célebres o al nivel de otros extraños y extranjeros. / La ilustración es la madre de
todos los bienes, hace apreciar lo bueno; la religión cristiana, ablanda, enfrena y
conduce a la recta razón». P. 439.
14
El móvil de dicha comunicación era proponer a Bonó la creación de un colegio
municipal y particular en San Francisco de Macorís, cuya dirección recaería en
el proponente (A. Michel).
15
Juan I. Guerra, «Concepción antropológica-filosófica de Pedro F. Bonó», Eme-
Eme, No. 64, 1983, Santiago de los Caballeros, pp. 33-77.
16
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 101.
17
Si, como confiesa Bonó, el hecho de vivir con su abuela le permitió beber «a la
Francia por todos los poros», no es aventurado pensar que, como parte de su
sólido acervo cultural, Eugenia de Port conociera El Emilio de Rousseau. En
un bello entorno natural como el de Puerto Plata era de esperarse que la abuela
incentivara en el niño el amor por la naturaleza, el espíritu de curiosidad, la
tendencia reflexiva y el amor por la libertad, así como otras aptitudes postuladas
por el ginebrino en su paradigmática apuesta educativa.
18
Propiedad del español Eugenio de Ochoa, El Correo de Ultramar era considerado
por entonces en Santo Domingo el vocero europeo de mayor cobertura e interés.
La publicación de El montero en dicho semanario constituyó un triunfo no solo
para Bonó, sino también para las letras dominicanas, pues se trataba de una de
las revistas españolas de mayor importancia, en la que colaboraban algunos de los
más notables escritores de la época. En la Biblioteca Nacional de Madrid se con-
servan las colecciones de dicho periódico. La novela El montero puede ubicarse en
las ediciones 158-162 de 1856. Conforme al periódico dominicano El Orden del
6 de mayo de 1854, Pedro Bonneau –obsérvese el apellido afrancesado empleado
por Bonó a los 26 años de edad– era subagente de El Correo de Ultramar. Este se-
manario europeo fue ampliamente leído en el país desde 1855 hasta por lo menos
1878. Ver el prefacio escrito por Emilio Rodríguez Demorizi en P. F. Bonó, El
montero. Novela de costumbres, Santo Domingo, 1968, pp. 16, 17.
19
Bonó la define como «una obrita relegada y olvidada con los papeles viejos en
que estaba incorporada […] Cuando la compuse y publiqué era muy joven y
aunque no he tenido la oportunidad de volverla a leer, puesto que hace diez
y ocho años que vivo en una localidad de donde nunca salgo y donde nunca
tales publicaciones llegaron ni llegan, dicha novela la creo plagada de defectos
[cursivas añadidas] y estos de gran bulto». Ver carta a P. A. Bobea incluida en
Papeles, pp. 55-56.
20
En el prefacio a El montero. Novela de costumbres, Emilio Rodríguez Demorizi
resalta la importancia de dicha obra en el aspecto histórico-social: «La aportación
de Bonó, mediante su novela, al conocimiento de la sociedad dominicana de su
tiempo, aunque en solo un limitado aspecto, es inapreciable. Es la contribución
de la novela al estudio del pasado, de que habla Montesinos: «Es increíble lo que
el conocimiento del siglo xix en historia, en geografía, en condiciones sociales
de los pueblos, en mil otras cosas, debe a la novela». E. Rodríguez Demorizi,
«Prefacio», en P. F. Bonó, El montero, Santo Domingo, 1968, p. 29. Rodríguez
Demorizi cita a J. F. Montesinos, Costumbrismo y novela, Valencia, 1960, p. 7.
21
Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, tomo II,
Santo Domingo, 2da edición, 1966, pp. 328-329.
22
P. F. Bonó, Papeles, pp. 80-103. Con indudable influencia de los ilustrados fran-
ceses y del movimiento romántico, Bonó desarrolla la primera crítica histórica
24
Merced a sus actividades mercantiles y profesionales, Bonó logró acumular con-
siderable fortuna en Santiago. En una lista de comerciantes previa a la gesta res-
tauradora aparece con locales comerciales en la calle del Sol. Su padre también
poseyó varias casas en dicha ciudad. El prócer refiere cómo tres generaciones de
su familia vieron esfumarse importantes riquezas, unas heredadas y otras acu-
muladas en virtud del trabajo intenso. Con dejos de tristeza, expresa: «El fruto
del trabajo de mis abuelos fue aniquilado por una revolución, el de mis padres
igualmente y el de mi juventud también. La fortuna de los primeros fue debida
al privilegio de castas y de sistema. La de los segundos y la mía fue debida al tra-
bajo paciente personal en concurrencia con el de todos los laboriosos, y los tres
sufrimos aunque desiguales en cuantía la misma suerte en el mismo territorio y
en distintas épocas». P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras domini-
canas», Ensayos sociohistóricos. Actuación pública, Santo Domingo, 2000, p.107.
25
Era, no cabe duda, la más completa de la región, pues habría que calcular no
solo los libros adquiridos directamente por Bonó, sino también los que su abuela
debió reunir con la finalidad de sumergirlo en la cultura gala. Con la extinción de
este tesoro intelectual se perdió una de las más preciadas fuentes documentales
y bibliográficas para el conocimiento de la sociedad dominicana del siglo xix.
La actual Biblioteca Pedro Francisco Bonó de Santiago (así se llama la del
Monumento a los Héroes de la Restauración) bien pudo contener –de no haber-
se quemado la de Bonó en 1863– una exhibición de sus libros.
26
En carta a J. de J. Castro inserta en Papeles, p. 458.
27
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 107.
28
Pedro María Archambault, Historia de la Restauración, Santo Domingo, 4ta edi-
ción, 1981, p. 313.
29
Por supuesto, La Vega no era ni por asomo la abreviada provincia que conocemos
hoy: comprendía además los territorios de las actuales provincias de Espaillat,
Sánchez Ramírez, Monseñor Nouel y Duarte.
30
«Plan de mi obrita. Dos palabras sobre mi ida al cantón de Bermejo. Estado de
la Revolución el 10 de octubre de 1863 después de reseñar los acontecimientos
desde la entrada en campaña en Capotillo hasta esa fecha. Mi encuentro con
el joven en el cantón; me cuenta su historia. Protagonistas de mi romance. Un
joven del pueblo de Santiago, pronto para casarse, se le quema la casa y tienda
y marcha a Yamasá. Descripción de Yamasá. Jefes. Manzueta. Esta es la bella
36
P. F. Bonó, Papeles, pp. 426-427, 429-430.
37
Roberto Cassá, «Pedro Francisco Bonó y su época», Estudios Sociales, No. 114,
1998, Santo Domingo, p. 11.
38
R. Cassá, Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo, 2003, p. 26.
39
Aún estaban frescos los 200 mil dólares que tuvo que desembolsar el Gobierno
de Geffrard a favor de la monarquía española como indemnización por haber
permitido que el territorio haitiano sirviera de base para que Francisco del
Rosario Sánchez y sus compañeros –renuentes a la anexión– intentaran atacar
por el sur a las autoridades españolas de la parte este de la isla (1861).
40
Presentamos la versión ofrecida por J. M. Ricardo Román sobre el altercado
verbal suscitado entre el general Gaspar Polanco y Bonó: «Bonó, por respeto
a su personalidad no lo mando a fusilar por la actitud que Ud. ha tomado en
la muerte del Gral. Salcedo, pero no continúe en esa actitud airada». A lo que
contestó Bonó: «Sé que si Ud. lo ordenara sería fusilado, y para no traicionar
mis convicciones no solo le hago entrega de las dos carteras que ocupo en su go-
bierno, a las que renuncio en este momento, sino que me retiro a la vida privada,
no volviendo a actuar en la política de mi país mientras no sean los tribunales de
justicia los que llenen los trámites y que sean los únicos que puedan disponer de
la vida de los conciudadanos». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 107.
41
P. M. Archambault ofrece el siguiente relato acerca de cómo Bonó sale de su
urbe nativa: «[…] lleno de vergüenza por aquel odioso crimen de partido, el
licenciado Bonó […] inmediatamente juró no volver a Santiago mientras viviera
y separarse para siempre de la política. Montó a caballo en la puerta de la casa del
43
Tal y como refiere J. M. Ricardo Román, San Francisco de Macorís estaba en
sus inicios formado por mocanos, veganos, santiaguenses... No existían obreros,
razón por la cual Bonó –hombre dotado de enorme sentido práctico– «se pre-
paraba sus envases […] no habiendo curtidores, él y su padre curtían las pieles
y se hacían los zapatos de la familia; también blanqueaba la cera de las velas que
alumbraban su casa; del melado sobrante del alambique fabricaba el azúcar para
el consumo doméstico; además preparaba excelentes jamones y chorizos […]
carpintero y ebanista, construía sus muebles, y en el patio de su casa cosechaba
las legumbres necesarias para su mesa, cual nuevo Cincinnatus. Como la pobla-
ción carecía de reloj, construyó dos de sol, que señalaban la hora con la mayor
exactitud a los particulares y oficinas públicas». J. M. Ricardo Román, «Pedro
Francisco», pp. 102-103.
44
Ibídem, p. 103.
45
P. F. Bonó, «Un proyecto», Ensayos sociohistóricos. p. 43.
46
En este escrito, cuya publicación original circuló en el periódico El Porvenir (di-
ciembre de 1880), el autor exhorta a todos los enfermos de buba a que «se dirijan
a la casa del Señor Pedro Francisco Bonó, sita en esta villa del Macorís, calle
Colón No. 40; a cuyo Señor exhibirán un certificado del cura o del Presidente
del Ayuntamiento de su respectiva localidad, donde conste que son indigentes.
Yo los examinaré, oiré cómo padecen, y después de este examen les entregaré
gratis las medicinas que deben tomar y también les indicaré, gratis, el régimen
que deben seguir». P. F. Bonó, «Un proyecto», p. 60.
47
P. F. Bonó, Papeles, p. 511.
48
Titulado Actuación pública en 1867, es una suerte de rendición de cuentas de sus
ejecutorias. De gran interés es el intento de reforma de la instrucción pública
y la manera en que Bonó la concibe. Se trata de la iniciativa pedagógica más
avanzada conocida en el país hasta la llegada de Hostos, muy a pesar de conservar
ciertos componentes de la tradición, por ejemplo, el uso del catecismo cristiano
como texto obligatorio. Ver P. F. Bonó, Papeles, pp. 125-153.
49
Las razones que lo indujeron a renunciar nunca fueron reveladas por Bonó,
aunque parecen estar motivadas en los contactos soterrados del Gobierno na-
cional con el de Estados Unidos en procura de un empréstito o de la venta de la
península y bahía de Samaná.
50
De los que fueron víctimas antiguos luchadores de la Guerra de la Restauración,
entre ellos el poeta Manuel Rodríguez Objío y el general Eusebio Manzueta.
51
Como fueron los casos de su tío Bartolo Mejía (hermano de su madre) y de su
gran amigo Ulises Francisco Espaillat.
52
Gregorio Luperón, Notas autobiográficas y apuntes históricos, tomo II, Santo
Domingo, 2da edición, 1974, p. 77.
53
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 109.
54
En carta a su hermana Casimira, Bonó se manifiesta inconforme por la imposi-
bilidad de viajar a España e Italia como había planeado.
55
Se presenta a continuación una recreación del diálogo sostenido entre el recién
electo presidente Espaillat y Bonó cuando el primero hizo parada en la casa del
segundo:
«Ulises, ya sabes que te aconsejé no aceptar la Presidencia, y las razones que
para ello te daba, me impiden aceptar el ministerio que me ofreces; es más, me
permito rogarte que levantes la vista y veas el nublado tan negro que tenemos
delante, y si retornas a Santiago no te mojarás.
– Miro el nublado y el aguacero que producirá, y por ello vine a buscarte para
decirte: la Patria nos pide que nos mojemos sembrando la buena semilla, y como
hermanos de ideales, juntos debemos desafiar la tempestad.
– No puedo quedarme en seco mojándote tú, y como vas a sembrar te acompañaré
en la faena, y para ello me puedes mandar el nombramiento de Inspector de
Agricultura, pero sin sueldo». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 110.
El autor se basa en declaraciones que le hiciera el sobrino de Bonó, Manuel de
Jesús Bonó Araújo, en San Francisco de Macorís. Se ha presentado aquí una
versión dialogada; en el texto de J. M. Ricardo Román aparece en forma de
relato.
56
Mu-Kien Adriana Sang, Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano
del siglo xix, Santo Domingo, 1997, p. 154.
57
En Papeles, Santo Domingo, 1980, pp. 325-329.
58
P. F. Bonó, «A mis conciudadanos», p. 325.
59
Ibídem, p. 328.
60
Con una extensión de 55 páginas, es el principal escrito de Bonó entre todos
los recopilados por E. Rodríguez Demorizi. Fue publicado originalmente en el
periódico El Porvenir de Puerto Plata en 1881.
61
No por otra razón se ha declarado el 18 de octubre –día y mes en que nace Bonó–
como Día Nacional del Sociólogo en República Dominicana. Esta disposición fue
sancionada mediante el Decreto No. 2838 de 1981, año en que se cumplía el
centenario del referido texto Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas.
62
Franklin Franco Pichardo, El pensamiento dominicano, 1780-1940, Santo
Domingo, 2001, pp. 153-154.
63
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 220.
64
F. Franco Pichardo, El pensamiento, p. 154.
65
H. Hoetink, El pueblo dominicano: 1850-1900. Apuntes para su sociología histórica,
Santiago, 1971, p. 61.
66
Raymundo González, Bonó, un intelectual de los pobres, Santo Domingo, 1994,
p. 28.
67
Bonó es «el sociólogo intuitivo más penetrante de aquella época», Juan Isidro
Jimenes Grullón, Sociología política dominicana, 1844-1966, vol. I, Santo Domingo,
1982, p. 332.
68
Orlando Objío, «Bonó, el sociólogo», Estudios Sociales, No. 142/143, 2006,
pp. 61-78.
69
Ibídem, pp. 65-76.
José Ramón López es, sin duda, nuestro primer sociólogo, na-
die ha hurgado con más perspicacia en nuestro fondo étnico ni
nadie ha sido más agudo en la interpretación de los fenómenos
que caracterizan la sociabilidad dominicana.
Sus estudios acerca de nuestra realidad social se fundan princi-
palmente en la historia y en las ciencias naturales.70
70
Prólogo de Joaquín Balaguer en José Ramón López, El gran pesimismo dominica-
no, Barcelona, 1975, p. 16.
71
Este importante ensayo lo publicó Bonó originalmente en el periódico El Eco
del Pueblo, de Santiago. Acerca de Bonó puede afirmarse que fue, por encima
de cualquier otra consideración, un intelectual ético. Por eso se convirtió en un
disidente. Si su vocación dominante hubiera sido la política, en modo alguno
hubiera rechazado la candidatura presidencial varias veces ofertada; tampoco se
hubiera mudado de Santiago para establecerse en San Francisco de Macorís.
Pensar era su quehacer predilecto. Así pues, no estaba descaminado en su con-
vicción de que desde su observatorio macorisano podía realizar aportes más
valiosos a la sociedad dominicana que estando en la cúspide del poder.
la problemática entre los dos países que habitan la isla. Ambas na-
ciones –plantea– se han consolidado históricamente siguiendo pa-
radigmas socioculturales esencialmente contrapuestos: la República
Dominicana se ha edificado sobre la base étnico-cultural del cos-
mopolitismo como resultado directo del hibridismo trinitario racial
(razas blanca, negra e indígena); mientras que, por el contrario, la
República Haitiana se ha configurado, esencialmente, a partir del
exclusivismo étnico-cultural, consecuencia directa de su desarrollo a
partir de una sola raza, la negra. Ambas modalidades contrapuestas
se derivan, a su vez, de los estilos coloniales divergentes que implan-
taron España y Francia respectivamente.
Huelga aclarar que la producción intelectual de Bonó en el
período indicado (1880-1885) no se limita a los títulos reseñados
anteriormente; a dicho espacio de tiempo pertenecen también
otros escritos de inexcusable lectura para toda persona interesada
en formarse una idea lo más completa posible de las circunstancias
dominicanas en el segundo tramo del siglo xix. Nos referimos a
Privilegiomanía (1880), Un proyecto (1880), Una súplica (1880), Las
franquicias (1880), Cuestiones sociales y agrícolas (1880 y 1882), Una
indicación (1882), A mis conciudadanos (1884).
72
E. Rodríguez Demorizi, «Apuntes para la biografía de Bonó», Papeles, p. 47.
No estaba en capacidad de serlo aun cuando su deseo hubiera sido ese. Tal con-
75
Dice Rousseau, filósofo que ejerció notable influencia sobre Bonó: «Importa
76
mucho al Estado que cada ciudadano tenga una religión que le haga amar sus
deberes; pero los dogmas de esta religión no interesan ni al Estado ni a sus
miembros, sino en tanto que estos dogmas se refieren a la moral y a los debe-
res que el que la profesa tiene que cumplir hacia otro. Cada cual puede tener
además las opiniones que le plazcan, sin que el soberano haya de conocerlas,
pues como tiene jurisdicción en el otro mundo, no le compete la suerte de los
súbditos en la vida futura con tal que sean buenos ciudadanos en el presente».
Juan Jacobo Rousseau, El contrato social, Madrid, 1981, p. 146. Bonó concebía la
República Dominicana como un país «donde no hay aún arte ni filosofía, donde
solo el vínculo de la fe ata a la sociedad» (P. F. Bonó, El montero. Epistolario,
Santo Domingo, 2000, p. 256). De ahí que, a su parecer, fuera necesario di-
fundir y hacer conocer los principios doctrinarios de la religión cristiana, pues
conociéndolos y obedeciendo sus mandatos los dominicanos estarían en mejor
disposición de cumplir con sus deberes de ciudadanía. En este, como en otros
aspectos, coincide con Rousseau.
77
P. F. Bonó, Papeles, pp. 391-392.
78
Alejandro Angulo Guridi, «Observaciones», Papeles, pp. 114-116. Este ensayo
lo insertó Rodríguez Demorizi para que se pudiera apreciar un poco el deba-
te que suscitó la defensa del federalismo hecha por el pensador macorisano.
Originalmente fue publicado en el periódico La Gaceta. Luego fue recopilado en
Alejandro Angulo Guridi, Temas políticos, Santiago de Chile, 1891, Vol. 1, p. 39.
Ibídem, p. 454.
80
Santiago (1861), tenía parejos orígenes que Bonó: por línea paterna
procedía de una familia que salvó la vida cruzando la frontera cuan-
do ocurrió la Revolución hatiana de finales de siglo xviii, familia que
terminó por radicarse en Santiago.
Dechamps, que para tener mayor incidencia en los debates de
opinión había fundado varios periódicos, consideraba inoportuno
que la candidatura presidencial recayera en una personalidad desli-
gada por completo de la vida militar, argumentando dicho plantea-
miento de la manera siguiente:
81
E. Deschamps, «Rectificaciones y ampliaciones» (1884), Eugenio Deschamps.
Antología, Santo Domingo, 2012, p. 274.
82
R. Cassá, «La colección de Deschamps y la presente recopilación», Eugenio
Deschamps. Antología, Santo Domingo, 2012, p. 34.
Sin esas franquicias, y solo por los motivos que hace valer el Sr.
Bonó, muy pequeño sería el número de fincas de caña con que
contaríamos, reducidas a las fomentadas por cubanos. Ningún
ingenio central ha sido todavía establecido por éstos: los que
existen son de dominicanos o extranjeros no cubanos.83
83
P. F. Bonó, Papeles, pp. 256-257.
84
R. Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, tomo II, Santo
Domingo, 1989, p. 131.
89
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 77.
90
P. F. Bonó, Papeles, pp. 73, 75.
91
J. J. Rousseau, El contrato, Madrid, 1981.
92
Entre ellos cabe mencionar también a Eugenio María de Hostos, José Ramón
López y Rafael Justino Castillo. Estos defendían la pequeña propiedad, pero sin
los ribetes de radicalidad con que lo hacía Bonó, quien rechazaba de manera
tajante el capital que traía consigo la inmigración europea por entender que
95
Fernando Pérez Memén, «El día de Bonó», Clío, No. 139, Santo Domingo,
1982 p. 93-97.
96
Rufino Martínez, Diccionario biográfico-histórico dominicano (1821-1930), Santo
Domingo, 1998, p. 70.
97
«Los países que se independizaron políticamente de España no son naciones.
Algunos de ellos no lo son en absoluto, otros están en trance de serlo, en camino
o a punto. La vida social e histórica parece tener grados de realidad. Se puede
ser más o se puede ser menos nación. Don Américo Lugo dijo que la República
Dominicana no constituía una nación por no tener conciencia de ser una
comunidad. Esto le pareció excesivo a mucha gente porque los dominicanos han
manifestado varias veces la voluntad de ser independientes. Pero esto no basta».
Federico Henríquez Gratereaux, «!Dios mío, cuántos dictadores!», Un ciclón en
una botella. Notas para una teoría de la sociedad dominicana, Santo Domingo, 1999,
p. 91.
98
Un caso significativo a este respecto lo constituye Félix María del Monte, con-
siderado por M. Henríquez Ureña como «padre de la literatura de la República
Independiente» a pesar de que en el himno que escribió horas después de pro-
clamada la independencia de 1844 veía a los dominicanos como «españoles»:
«“Al arma españoles”, dice la primera y más conocida versión […] el vocablo
“españoles” fue sustituido después por el de “patriotas”». M. Henríquez Ureña,
Panorama p. 176. Ni del Monte, ni ninguno de sus amigos seguidores de
Buenaventura Báez (su caudillo) o de Pedro Santana tenía conciencia de lo que
significaba la nacionalidad dominicana. Fueron anexionistas consuetudinarios,
aun haya sido bajo el pretexto de que Haití constituía una amenaza latente para
la existencia del país.
102
P. F. Bonó, Papeles, p. 521.
103
E. M. de Hostos, «Falsa alarma. Crisis agrícola», Hostos en Santo Domingo, vol. I,
Ciudad Trujillo, 1939, p. 163.
104
Actitud que fue una constante en toda su vida. El siguiente fragmento, especie
de autorretrato, lo confirma: «Pues, señor, érase un hombre de alguna edad,
honrado, tranquilo, que vivía en un pueblo de la República Dominicana llamado
Macorís, donde ejercía, habrá veinte años, la profesión de destilador o alambi-
quero. Sus productos, ya fueran romo o tafiá, eran conocidos a diez leguas a la
redonda, y su clientela era muy considerable visto que su bebida eran tan buena,
que cierto Abate que era conocedor y tuvo ocasión de probarla la halló exquisita,
y le dió varias veces el parabién. El referido destilador, que se llamaba Pedro,
ejercía con gran caridad el oficio de médico en el pueblo y campos vecinos, cura-
ba a todos y daba de balde asistencia, medicina y hasta alimentos, y sábanas a los
más necesitados de sus enfermos. No había uno en el pueblo que él no hubiera
curado de alguna dolencia, desde los más encopetados hasta los más humildes,
y todos de balde. Entre estos todos los miembros del Ayuntamiento habían sido
sanados por él, ellos y sus mujeres e hijos y siempre amorosamente de balde».
Comentario extraído de una carta que Pedro Francisco Bonó envía al presbítero.
J. Fco. Cristinacce. Ver Papeles, p. 500.
105
Bonó hizo contactos en Francia para la adquisición de los implementos nece-
sarios para la instalación de estos alambiques en las proximidades de su casa,
ubicada en la actual calle Colón de San Francisco de Macorís (donde funciona
ahora el parqueo del Ayuntamiento Municipal). El pequeño producía de diez
a doce galones de aguardiente por día. El alambique mayor era suficiente para
cubrir sus necesidades personales.
106
R. González, Bonó,.
107
«Ciertamente, Rousseau, distanciándose de manera radical del cogito ergo sum
(pienso, luego existo), que a partir de Descartes se había convertido en el eje de
la lectura filosófica del mundo, proclama el sentio ergo sum (siento, luego existo)
como piedra angular de su modelo filosófico, es decir, como fundamento de toda
certeza que se concreta en la superioridad del sentimiento sobre la razón. Así, en
el libro IV del Emilio y, más concretamente, en Profesión de fe del Vicario saboyano
dirá que “existir para nosotros es sentir, nuestra sensibilidad es incontestable-
mente anterior a nuestra inteligencia, y hemos tenido sentimientos antes que
ideas […]” Conocer el bien, no es amarlo, el hombre no tiene el conocimiento
innato del mismo, pero cuando su razón le hace conocer, su conciencia le lleva
a amarlo: es el sentimiento que es innato». F. J. Caballero Harriet, La dialéctica
liberalismo-democracia, San Sebastián, 2006, p. 11.
108
P. F. Bonó, Papeles, pp. 605-607.
111
En el siguiente texto de Bonó se advierte cómo, al igual que Karl Marx, el pensa-
dor criollo logra poner en interacción los opuestos al interior del discurso: «En
un tiempo el Tesoro público eran los bienes de los particulares, hoy los bienes de
los particulares lo constituye el Tesoro público, de él sacan su subsistencia milla-
res de zánganos y aduladores, la hez de la sociedad». Carta del 25 de noviembre
de 1885 al general G. Luperón, incluida en Papeles, p. 537.
112
Según Diógenes Céspedes, en el período de los «seis años» Buenaventura Báez
solía acusar a sus enemigos políticos de «comunistas y ladrones»; en tanto que
G. Luperón se refiere en 1873 a «una peste de socialistas que quisieran el poder,
la anarquía y la expropiación legal». Ver la carta que G. Luperón dirigió al pre-
sidente Francisco Gregorio Billini el 15 de junio de 1873 y que fue publicada en
«Documento: dos cartas de Luperón», Eme-Eme, No. 38, 1978, p. 162. Texto ci-
tado por D. Céspedes, «Filosofía e ideas socialistas en República Dominicana»,
L. F. Martínez Jiménez Filosofía, p. 210.
115
Andrés L. Mateo, Mito y cultura en la Era de Trujillo, Santo Domingo, 1993,
p. 149.
116
P. F. Bonó, Papeles, p. 301.
117
Juan Isidro Jimenes Grullón, Sociología política dominicana 1844-1966, vol. I
(1844-1898), Santo Domingo, 1976, p. 373.
118
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 228.
119
Ibídem.
120
J. I. Jimenes Grullón, Sociología política, p. 301.
121
P. F. Bonó, Papeles, pp. 233-237.
122
Su concepción del término medio tiene prolija aplicación en los ámbitos lógicos,
político-sociales y éticos. Para el caso que nos ocupa, son de especial interés las
argumentaciones y ejemplos que ofrece en sus libros Política y Ética a Nicómaco.
En este último sostiene que el «término medio» constituye la clave para ser
feliz, pues permite una conducta equilibrada alejada de los extremos, los que se
caracterizan, bien por el exceso (abundancia excesiva), bien por el defecto (suma
escasez).
123
El pesimismo dominicano ha hecho antología. De pesimistas han sido tildados
Emiliano Tejera, Francisco Moscoso Puello, José Ramón López, Federico
125
José Mármol, Ética del poeta, Santo Domingo, 1997, p. 160.
126
Para este autor Bonó no es un pesimista más, sino que sus escritos acerca de
temas dominicanos «lo consagran como primer postulador de la corriente o es-
cuela que se ha denominado “pesimismo dominicano”. Pesimismo no concebido
como aceptación sin remedio de los males, sino como ejercicio de pensamiento,
como pesaje de la realidad y movilizador de fuerzas superiores para alcanzar me-
jores metas y situaciones». Ver P. Nadal, Bonó, p. 53. Resulta evidente que lo que
entiende Nadal por pesimismo corresponde más bien a un escepticismo moderado o
metódico.
127
Miguel Pimentel distingue cinco tipos de pesimismo dentro del ámbito inte-
lectual criollo, los cuales derivan directamente de la causa a la que se asocia el
núcleo de los problemas dominicanos: «biológico-natural en José Ramón López,
que lo atribuye a la “mezcla de razas”; en Américo Lugo de tipo jurídico-político,
puesto que considera la ausencia del Estado ordenador y de sus instituciones idó-
neas como el “mal nacional”; filosófico en Federico Henríquez y Carvajal, que
ve el mal en la lucha binaria entre civilización y barbarie; romántico en Bonó,
ya que requiere reivindicar la función histórica de la clase trabajadora». Ver M.
Pimentel, Modernidad, post-modernidad y praxis de liberación, Santo Domingo,
2002, p. 11.
128
J. Minaya Santos, «Pedro Francisco Bonó. Emancipador mental y crítico de la
sociedad dominicana de segunda mitad del siglo xix», L. F. Martínez Jiménez,
Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo I, Santo Domingo, 2009, pp. 173-209.
129
P. F. Bonó, Papeles, p. 228.
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», p. 393. Temiendo que la posteridad
130
131
Fernando I. Ferrán, «Bonó o la fenomenología del alma dominicana», L. F.
Martínez Jimenéz Filosofía dominicana, pp. 159-172.
132
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 191.
133
F. I. Ferrán, «Bonó o la fenomenología», p. 160.
134
Ver carta del 30 de diciembre de 1887 dirigida a G. Luperón, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 560.
135
Bajo el formato de revista, Bonó inició el 7 de julio de 1895 una crítica sutil al ré-
gimen dictatorial del general Ulises Heureaux. Debajo del título de la publicación,
Bonó incorporó «Editor Pedro Fco. Bonó, San Francisco de Macorís, calle Colón,
no. 40». Con ello quiso dejar claro que no se trataba de un libelo, sino de un medio
de comunicación cuyos mensajes tienen a una persona como única responsable. El
Congreso de Bonó es el otro congreso, el del pueblo. Aquí los diputados son diez y sus
nominaciones se corresponden con las letras del abecedario comprendidas entre la
A y la J. El diputado B es quien toma más turnos durante los debates: es el que
argumenta de manera más coherente y expone las causas más justas. Representa a
Bonó. El historiador Manuel Ubaldo Gómez ofrece una ponderación del Congreso
extraparlamentario. Diario de los debates en su libro Resumen de la historia de Santo
Domingo (1922). Nos dice: «Las deliberaciones del Congreso imaginario eran una
crítica fina y sutil de la mala administración y de la corrupción implantada en aque-
llos días, crítica capaz de haber llevado a otro que no hubiera sido Bonó a la Torre del
Homenaje, pues en esos tiempos la expresión del pensamiento era castigada como
en tiempos de la Inquisición…». Citado en P F. Bonó, Papeles, p. 352.
136
F. Henríquez y Carvajal, «Letras y Ciencias», 14 de julio de 1895. Citado en P.
F. Bonó, Papeles, p. 52.
137
El espacio escogido para las sesiones de los diputados está a la intemperie; se en-
cuentra en un lugar de las afueras de San Francisco de Macorís llamado Sabana
del Borrego. Las discusiones se llevan a cabo frente a un público que imprime
un franco sabor popular. La libertad con que se expresan los representantes del
pueblo y las problemáticas neurálgicas que allí se ventilan marcan un contraste
con el congreso oficial: un conjunto de títeres sin más función que levantar la
mano y decir: «corroboro».
138
P. F. Bonó, «El Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 378.
139
Pablo Mella, «La identidad narrativa dominicana. Por un nuevo Congreso
extraparlamentario», Estudios Sociales, No. 142/143, Santo Domingo, octubre
2005/marzo 2006, pp. 130-153.
140
En dicha comedia figuran como personajes animales salvajes y domésticos; los
salvajes representan a miembros del gabinete de Heureaux. El lugar que sirve
de escenario imaginario a la pieza teatral es Sabana de Angelina, aledaña a San
Francisco de Macorís. Ver J. M. Ricardo Román, «Pedro», Clío, No. 120, 1963,
p. 103.
141
P. F. Bonó, «La libertad», Papeles, p. 189.
144
No se refiere, obviamente, a un partido político como tal. Los trabajadores
dominicanos ni soñaban con formar su propio partido. Lo que Bonó quiere sig-
nificar es que el Partido Azul, renegando de todos sus principios democráticos,
había caído en manos de la «clase directora», de «los fuertes», y había por tanto
dado la espalda a «las clases trabajadoras», a «los débiles». El intelectual llegó a
la conclusión de que ya no tenía razón de seguir militando en el «partido de mi
predilección».
145
En Bonó «podemos seguir encontrando el modelo del intelectual ajustado a
parámetros morales, al compromiso con la sociedad… Leer a Bonó genera un
sentimiento inefable de emoción, de cita con la búsqueda de lo verdadero y lo
bueno». Ver R. Cassá, «Apología a Pedro Francisco Bonó», Clío, No. 155, 1996,
p. 27.
Alcides García Lluberes, «Báez, Bonó y Tenárez» Listín Diario, sección Opinión,
146
Augusto Ortega, «Pedro Francisco Bonó. Su vida y su obra», Listín Diario, 10,
148
Emilio Cordero Michel, «Presentación», Clío, Santo Domingo, No. 172, 2006,
150
p. 10.
151
P. F. Bonó, Papeles, pp. 508, 509.
152
E. Rodríguez Demorizi (editor), Informe de la Comisión de Investigaciones de los E.
U. A. en Santo Domingo en 1871, Ciudad Trujillo, 1960, pp. 605-627.
153
El encabezamiento es el siguiente: «Sobre lo escrito dice de arriba abajo: Consta de
doce fojas (veinticuatro páginas) quince escritas. Santo Domingo, junio 28 de 1873.
En el nombre de Dios Trino y Uno autor y Supremo Legislador del Universo.
En la Común de San Francisco de Macorís el día veintitrés del mes de Febrero
del año de nuestro Señor de mil ochocientos setenta». Ver R. M. González de
Peña, «Bonó, ¿baecista y anexionista?», pp. 237-238.
154
Diómedes Núñez Polanco, Anexionismo y resistencia. Relaciones domínico-nor-
teamericanas en tiempos de Grant, Báez y Luperón, Santo Domingo, 1999, p. 184.
155
Báez, en su política opresiva, queriendo siempre humillar al elemento contrario
de valía moral o intelectual, o de prestigio militar o económico, manu militari
obligó a Bonó a aceptarle el humilde puesto de Alcalde de S. Fco. de Macorís,
pero él rechazó con la mayor dignidad los emolumentos de tal empleo. En el
transcurso de los «seis años» de Báez, plenos de opresión y tiranía, Don Pedro
Fco. acuñó esta frase: Confiad en la libertad, en el Pueblo y en la Providencia y
esperad el castigo del tirano. Ver J. M. Ricardo Román, «Pedro», p. 109.
156
Hasta aquí se han presentado, de forma sintética, las informaciones y argumen-
taciones esgrimidas por el historiador Raymundo González con el objetivo de
refutar el artículo periodístico del también historiador Alcides García Lluberes.
157
R. Martínez, Diccionario, p. 205.
158
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 442.
159
Restaurador, se desempeñó como secretario del general Gregorio Luperón, a
quien acompañó durante la guerrilla antibaecista de 1871 que se produjo en el
noroeste del país. Poeta de fina sensibilidad, sus méritos literarios no valieron
de nada a la hora de subir al cadalso y morir el 18 de abril de 1871, a la edad de
treinta y tres años.
160
Prócer de la Restauración, fue enemigo implacable de Báez. En 1868 rechazó un
indulto porque en el decreto no se incluyó a otros compañeros de lucha. Prefirió
vivir cinco años en los montes, en condición de prófugo, antes que exilarse.
Lamentablemente fue descubierto: se le ejecutó en Santo Domingo en 1873.
161
Prominente intelectual y prócer restaurador que fue muy amigo de Bonó. Su
oposición a Báez le llevó a pasar más de tres meses en la Torre del Homenaje,
histórica prisión de Santo Domingo.
162
También prócer en la Guerra Restauradora, fue encarcelado durante cinco me-
ses porque brindó hospedaje en su casa a un desafecto del tirano.
163
Se le considera Padre de la historia dominicana. Fue enemigo acérrimo de Báez.
Desde el exilio combatió con la pluma el intento de anexión a los Estados Unidos,
en cuyo Congreso fueron presentados algunos de sus manifiestos o informes.
Se trata de una versión dialogada hecha a partir del relato ofrecido por J. M.
168
169
P. F. Bonó, Papeles, p. 480.
170
José Ortega y Gasset, «La idea de principio en Leibniz», Analíticos y continentales,
Madrid, 1997, p. 45.
171
Edickson Minaya, «La ciencia-técnica y el mundo de la vida: un enfoque feno-
menológico», Paradigmas, Santo Domingo, No. 3, 2004, pp. 7-33.
172
Palabras de Pedro Francisco Bonó extraídas de su artículo «Comentarios polí-
tico-económicos», publicado en el Boletín Oficial No. 17 del 26 de noviembre
de 1864 del Gobierno Provisorio Restaurador. Citado por José Antinoe Fiallo,
«Pedro Francisco Bonó: Municipalidad, Poder, Ciudadanía y Conciencia», Ecos,
No. 11, 2011, pp. 31-58.
173
P. F. Bonó, Papeles, p. 506.
174
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 78.
175
Carta de 1875 dirigida a su hermana Casimira Bonó desde Berlín. Incluida en P.
F. Bonó, Papeles, p. 434.
176
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 78.
177
L. F. Martínez Jiménez, «Filosofía dominicana: pasado y presente» (introduc-
ción), Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo I, Santo Domingo, p. 23.
178
R. González, «Prefacio», Pedro Francisco Bonó. Textos selectos, Santo Domingo,
2007, p. 18.
179
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Textos selectos,
Santo Domingo, 2007, pp. 68-69.
180
Ibídem, pp. 66-78.
181
Esta honda preocupación por sentar las bases de una aproximación filosófica a
su sociedad se reedita tres años más tarde, en «Opiniones de un dominicano».
Aquí se lamenta Bonó de que «las frías meditaciones de la ciencia de observación
filosófica no entran en la manera general de tratar nuestras cosas», y afirma: «en
las verdades útiles que estas meditaciones encierran, quien sabe descubrirlas en-
contrará un venero inagotable de glorias y satisfacciones personales y generales.
En ellas solas pueden encontrarse la razón, la explicación y el remedio de ciertas
explosiones periódicas desastrosas que mantienen en zozobra a la Nación…».
Ver P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Pedro Francisco Bonó. Textos selec-
tos, Santo Domingo, 2007, p. 105.
182
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Pedro Francisco
Bonó. p. 69.
183
Ibídem. No debe sorprender el advertir algunas similitudes entre los cuatro
pasos que Descartes sigue en su Discurso del método y los que aquí adopta Bonó.
184
Ibídem, p. 69.
185
Dice Bonó refiriéndose al estudio de las complejas realidades que convergían en
el tejido social del país: «Procuremos desenvolver esta enmarañada madeja con
las luces que nos suministran la filosofía, la historia y el conocimiento huma-
no». Ver P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Pedro
Francisco Bonó. p. 77.
Ibídem, p. 96.
187
Y prosigue:
Carta del 27 de junio de 1884 a don Félix María del Monte, en P. F. Bonó,
188
Papeles, p. 515.
189
Intelectual contemporáneo de Bonó –frente al que defendió ardientemente el
centralismo– y gran amigo y admirador de Eugenio María de Hostos. Ensayista
sobresaliente, se apoyó en la filosofía positivista para realizar importantes
reflexiones sobre la problemática nacional, la cual conoció como pocos. Fue
inflexible con el catolicismo, religión a la que dirigió duros ataques (llegó in-
cluso a polemizar con algunos de sus representantes). Es el pensador domini-
cano del siglo xix que más se identificó con el espíritu secular levantado por la
Ilustración, el positivismo y la teoría de la evolución. Su formación intelectual
se fraguó en Cuba.
196
P. F. Bonó, El montero. Epistolario, Santo Domingo, 2000, p. 300.
197
P. F. Bonó, Papeles, p. 570.
198
«En esta época, este fin de siglo tan decantado de ciencia y de progreso tan
acabado, ni la ciencia ni el progreso han cumplido sus promesas». En P. F. Bonó,
Papeles, p. 374.
199
El de Bonó, por supuesto, no fue un caso aislado. Muchos intelectuales de
Europa y América experimentaron una intensa crisis espiritual tras la muerte
de la ideología del progreso, lo que significó la caída del ideal utópico moderno
que se sustentaba en la creencia de que el desarrollo combinado de la ciencia
y la técnica –manifestadas en la industria y en la educación– conduciría a la
humanidad entera hacia la solución de todos los males sociales y a la con-
quista de la felicidad. Al percatarse de que el paraíso prometido ya no tendría
posibilidad de concretarse (Bonó es el primero en el país en tomar conciencia
de esto), gran parte de ellos se refugió en el catolicismo, religión que a sus
ojos parecía mantener una base sólida fuertemente enraizada en la tradición.
A partir de 1930 los filósofos dominicanos Andrés Avelino y Juan Francisco
Sánchez prosiguieron el camino inaugurado por Bonó cuarenta años antes:
basándose en criterios éticos, metafísicos y espirituales, continuaron la crítica
del ideal cientificista.
200
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, 1980, pp. 391-392. Como
puede notarse en la cita anterior, Bonó no acaba de descartar del todo el papel
orientador que la filosofía y la ciencia podrían proporcionar al género humano.
201
Carta a monseñor Fernando A. de Meriño 11 de marzo de 1900, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 589.
202
R. Cassá, Apología de Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo, 1997, p. 32.
Objetivos y estrategias
189
1
J. F. Sánchez, El pensamiento, 1956, p. 31.
2
Ibídem.
3
Iván Alfonseca Bobea, «Inquietudes filosóficas en Santo Domingo», Cuadernos
de Filosofía 2, No. 2, 1983, pp. 107-125.
4
F. Pérez Memén, «El día», pp. 93-94.
5
R. Martínez, Diccionario, p. 70.
6
R. Cassá, Pedro Francisco Bonó, p. 32.
7
Ibídem, pp. 67-68.
8
Cabe recordar su participación en contiendas militares: en la última batalla
contra los haitianos (1856), cuando ostentó el puesto de secretario personal del
general Juan Luis Franco Bidó, jefe militar victorioso; y en la gesta restauradora,
cuando fue comisionado de guerra.
9
Bonó estaba empeñado en descifrar las claves de los males recurrentes que carac-
terizaban el desenvolvimiento de la vida política, social, económica y cultural de
su pueblo. Aleccionado por los hechos, estaba persuadido de que «ninguno de
estos pueblos latinos ha estado más agitado que el de Santo Domingo en todo el
siglo, ninguno ha sufrido más calamidades, ninguno tiene menos abierto el ca-
mino de su seguridad, y esta recrudescencia de males debe tener una explicación
filosófica racional que puede encontrarse en causas remotas». En P. F. Bonó,
«Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
10
Bonó se expresa así en 1881; su estudio abarca desde principios del siglo xix hasta
el momento en que escribe.
11
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 233.
12
En realidad, si nos limitamos al contenido del subtítulo «Reliquias dejadas por
los españoles» (pp. 237-239 del volumen Papeles de Pedro F. Bonó en el que apa-
rece el aludido artículo), concluimos que el autor solo dedica tres páginas conse-
cutivas al tema de la emancipación cultural dominicana; pero si consideramos el
subtítulo que viene a continuación, «Clases superiores e inferiores dominicanas»
(pp. 239-244), entonces nos percatamos de que Bonó, ciertamente, dedica al me-
nos siete páginas seguidas –desde la 237 hasta la 244– a examinar con particular
cuidado la cuestión que aquí se dilucida. Esto sin contar las demás alusiones al
tema que realiza en otros ensayos, cartas y documentos.
13
Puntos de vistas esclarecedores al respecto se encuentran en la histórica epístola
enviada por Bonó a su amigo Luperón en 1882. Ver P. F. Bonó, El montero, Santo
Domingo, 2000, pp. 183-185.
14
Tal indicación la expresa el autor en su opúsculo de 1857, Apuntes para los cuatro
ministerios de la República. Ver P. F. Bonó, Ensayos sociohistóricos, Santo Domingo,
2000, p. 13.
16
La historiadora Carmen Durán resalta los principales agentes del movimiento
que procuraba enrumbar al país por los cauces de la vida moderna: «Figuras
de pensamiento y acción política dentro del liberalismo, el republicanismo y
las ideas democráticas, desde los llamados poetas civilistas, pensadores e ideólo-
gos, son: Pedro Fco. Bonó, Benigno Filomeno de Rojas, Ulises Fco. Espaillat,
Eugenio Deschamps… entre otras personalidades». En C. Durán, Historia e
ideología: mujeres dominicanas, 1880-1950, Santo Domingo, 2010, p. 18.
17
Johann G. Herder, Obra selecta, Madrid, 1982, p. 343.
18
Consigna que sirvió de catapulta al movimiento romántico. En realidad, es el
título del drama que escribiera Friedrich Maximilian Klinger hacia 1776, obra
que inspiró a los precursores del romanticismo durante el segundo tramo del
siglo xviii.
19
Voz alemana que traduce la expresión introducida por Montesquieu esprit d’une
nation, la cual hace referencia al carácter fundamental de una nación en cuanto
resultado de una multiplicidad de factores. Ver Nicola Abbagnano, Diccionario de
filosofía, México, 1998, p. 445.
20
J. J. Rousseau, Discursos a la Academia de Dijón, Madrid, 1977, p. 235.
21
En dicha obra el autor pretende mostrar el temple de un subsector del cam-
pesinado nacional, el de vida más abnegada y descuidada: el de los monteros.
Que Bonó se propusiera describir en detalle su modo de vida tiene un mérito
relevante, sobre todo si tomamos en cuenta el hecho de que para la élite de la
época el campesinado aparecía como el principal obstáculo para la consecución
de una vida moderna en el país.
22
Ciriaco Landolfi, «El ethos nacional en la historia dominicana», Clío, No. 168,
Santo Domingo, 2004, pp. 51-70.
23
Pedro Henríquez Ureña cita autores, obras y países latinoamericanos en los que
el romanticismo y el costumbrismo tuvieron cierto despliegue, pero no men-
ciona a Bonó. Por ejemplo, nos dice: «La novela, que había comenzado con
Fernández de Lizardi durante la guerra de independencia, se multiplica ahora,
a partir de 1845. Abunda el cuadro de costumbres, en forma de artículos o ensayos
breves, especialmente en Colombia, Venezuela, Perú y Chile». En P. Henríquez
Ureña, «Historia de la cultura», p. 330.
24
Ibídem, pp. 329-330.
25
Tal papel, huelga aclarar, es compartido también por Ulises Francisco Espaillat y
Benigno Filomeno de Rojas, quienes pudieron cursar estudios en Europa. Bonó,
tal como ya hemos señalado, no tuvo la suerte de realizar estudios en el extran-
jero, aunque sí permaneció por seis meses en Estados Unidos y viajó por varios
países de Europa. En todo caso, logró obtener el título de licenciado en derecho
poniéndose en contacto directo –sin mediación de enseñanza universitaria algu-
na– con las teorías jurídicas, filosóficas y político-sociales más sobresalientes de
la época. Autodidacta, se formó por su propia cuenta.
27
Nótese la ele minúscula en el nombre dado a la región, lo cual podría ser indicio
de que aún no se había generalizado. Hostos fue de los primeros hispanoameri-
canos en emplearlo. Pero es importante hacer notar que dicho nombre tiene su
propia historia, «no fue creado de la nada. “América Latina” fue concebida en
Francia durante la década de 1860, como parte de un programa de acción para
incorporar el papel y las aspiraciones del país galo hacia la población hispánica
del Nuevo Mundo… La Francia de los años sesenta era, industrial y financie-
ramente, la segunda nación más poderosa del mundo». En John L. Phelan,
«El origen de la idea de Latinoamérica», Fuentes de la cultura latinoamericana,
México, 1993, p. 463.
28
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
29
Dice P. Henríquez Ureña: «Entre tantos azares difícilmente podía formarse
una conciencia general, segura y clara, de nacionalidad. Muchos pensaban en el
apoyo de algún poder extranjero como remedio a la perpetua amenaza de Haití
y a las disensiones civiles. Así nació, y se llevó a realidad, la reanexión a España.
A Santana le tocó hacer la entrega (18 de marzo de 1861). Pero en muchos
patriotas sí persistía la conciencia de nacionalidad». Ver P. Henríquez Ureña,
«La emancipación y primer período de la vida independiente en la isla de Santo
Domingo», Obra dominicana, Santo Domingo, 1988, pp. 467-468.
30
«La independencia de 1821 en República Dominicana es la que se hace a tiem-
po, en el momento en que los demás países de Hispanoamérica están haciendo
la suya. Fue precisamente abortada por la invasión haitiana del 9 de febrero de
1822, frustrando el Estado confederado proclamado por los ilustrados domini-
canos». Ver R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración en Hispanoamérica. Una
reflexión en torno al ser latinoamericano, Santo Domingo, 2011, p. 199.
31
Lo que se aduce en relación a los procesos independentistas desatados en
Argentina, Venezuela, Perú, México, etc., esto es, que constituyeron hechos
precipitados básicamente por el vacío de poder que se dio en España a raíz de
la invasión francesa de 1808, por lo que en cierto sentido fueron improvisados,
34
P. Henríquez Ureña, «Patria de la justicia», Obras completas, tomo V, p. 459.
35
L. Zea, El pensamiento, p. 173.
36
C. Rojas Osorio, «Enrique José Varona», Filosofía moderna en el Caribe hispano,
Río Piedras, 1997, p. 186.
37
Ibídem, p. 187.
38
P. Henríquez Ureña, «Cartas a Federico García Godoy», Pedro Henríquez Ureña.
Obra dominicana, Santo Domingo, 1988, p. 540.
¿Pero por qué una década después de ese año crucial (1873) Bonó
sostiene que él y el general Gregorio Luperón todavía «continúan
combatiendo las viejas tradiciones, los hábitos arraigados en nuestro
país…»39? Conforme a su criterio, la superación de las taras legadas
por el pasado colonial no era una cuestión que podía realizarse en el
corto plazo, sino que implicaba un trabajo lento y prolongado. A su
juicio, ese conjunto variopinto de ingredientes culturales que con-
figuraban la mentalidad dominicana era muy difícil –por no decir
imposible– de desarraigar.
39
En carta al general G. Luperón, 12 de marzo de 1882. Ver P. F. Bonó, Papeles, p. 462.
40
P. Henríquez Ureña, «Relaciones de Estados Unidos y el Caribe», Obras
completas, tomo V, p. 333.
41
Ibídem, p. 336.
42
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles,
pp. 231-232.
43
J. Martí, «Nuestra América», pp. 76-77.
44
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 34.
45
Como bien señala Mabel Artidiello, «España no podía exportar a sus nuevas
colonias de América otra filosofía que no fuera la escolástica, ya que era la que
imperaba dentro de sus propias fronteras. Como se sabe, cuando la Reforma
se extendió por toda Europa durante el siglo xvi, tanto España como Portugal
se convirtieron en defensoras del catolicismo, llegando a ser los bastiones de la
reacción contra la Reforma. Fue allí, precisamente, donde perduró esta medieval
tendencia de pensamiento». Mabel Artidiello Moreno, «Pensamiento filosófico
dominicano hasta la década del 1950», Ecos, No. 2, 1993, p. 129.
46
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 240.
47
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Ensayos socio-
históricos, p. 13.
48
Bonó tiene la convicción de que las creencias mueven y condicionan al ser hu-
mano. A más de siete décadas de distancia, esta postura anticipa ideas nodales
orteguianas: «Las creencias constituyen el estrato básico, el más profundo de la
arquitectura de nuestra vida. Vivimos de ellas y no solemos pensar en ellas… Por
eso decimos que tenemos estas o las otras ideas; pero nuestras creencias, más que
tenerlas, las somos». En J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, Madrid, 1971,
p. 18.
49
G. Luperón, «Nuestro candidato», Papeles, p. 302-303.
50
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 133.
51
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 533.
52
Adaptar y no adoptar acríticamente. En la región se prefirió la segunda acti-
tud, por ser la más fácil aunque no la más conveniente. En efecto, se adoptaron
55
Raúl Fornet-Betancourt, Interculturalidad y globalización. Ejercicios de crítica filosó-
fica intercultural en el contexto de la globalización neoliberal, Frankfurt, 2000, p. 17.
56
L. F. Martínez Jiménez, «Filosofía dominicana», p. 31.
58
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 241.
60
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 241.
61
Ibídem, p. 240.
Vengan, pues […] y den sus opiniones como estoy dando las
mías, es decir, con entera libertad.
¿Pero éstas, mis opiniones, son acaso fundadas? Los pocos
estudios que en la materia he hecho, hondamente así me lo
hacen creer; más bueno será si he merecido ser leído, que los
mismos hombres las confirmen, las rebatan, las discutan, pro-
pongan otras mejores, iguales, peores, distintas. Los llamo a
discusiones que mi poca salud no me permitirá sostener, llamo
a trabajar por la patria y declaro que todos mis deseos estarían
colmados si uno o muchos indicaran los verdaderos medios
prácticos de que fuésemos felices, aun cuando estos medios
propuestos fuesen la condenación razonada de las anteriores
opiniones.62
62
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 294.
63
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 388.
64
I. Kant, «Immanuel Kant (1724-1804)», pp. 18-19.
65
Ibídem, pp. 19-20.
66
Salvo durante los «seis años» de Báez –período en el que recibió humillaciones
horribles que soportó con admirable estoicismo–, Bonó mostró siempre una
resuelta disposición para el libre pensamiento, actitud que mantuvo incluso bajo
la tiranía de Ulises Heureaux.
El paternalismo
Bonó excusó a las clases trabajadoras del país por sus deficien-
cias; pero no a la élite nacional, pues consideraba que esta no había
69
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 192.
70
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 387.
71
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 393.
72
R. González, Bonó, un intelectual, Santo Domingo, 1994, p. 64.
73
Hacia 1832 el pensador cubano José Saco se expresaba en términos parecidos
a Bonó: «Como viles se consideraron en Cuba los oficios de zapateros, sastres,
carpinteros, herreros, albañiles […], y el amo que se acostumbró desde el principio
a tratar con desprecio al esclavo, muy pronto empezó a mirar del mismo modo sus
ocupaciones. En tan deplorable situación, ya no era de esperar que ningún cubano
se dedicase a las artes, pues con el solo hecho de abrazarlas parece que renuncia a
los fueros de su clase». Ver J. Saco, «Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba
(1832)», El pensamiento latinoamericano, Barcelona, 1976, pp. 176-177.
74
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 283.
75
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, pp. 284-285.
76
En carta dirigida al general G. Luperón en 1885. Ver P. F. Bonó, Papeles, p. 537.
77
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 286.
78
Charles de Secondat, barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, Madrid,
1998, p. 5.
79
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 518.
80
P. F. Bonó, «Un proyecto», Papeles, p. 179.
81
En La Española se escenificó incluso una modalidad compulsiva de traslado
interno de pobladores en 1605-1606: la Corona, mediante cédula real, ordenó
las devastaciones de las cuatro ciudades principales próximas a la costa norte
(Puerto Plata, Montecristi, Bayajá, Yaguana) y el consiguiente traslado de sus
habitantes y bienes a la Banda Sur. Con tales medidas procuraba evitar que los
lugareños tuvieran contacto con extranjeros suplidores de contrabando a cambio
del cuero de la res. Al quedar despoblada la extensa zona, franceses y otros euro-
peos pasaron de manera progresiva a establecerse en la misma, lo que finalmente
dio origen a la que hoy se conoce como República de Haití. Ya apoderados de las
tierras cultivables al oeste de la isla, los franceses hicieron la guerra a los españo-
les, resultando vencedores. Esto explica que en una isla pequeña hoy existan dos
repúblicas: República Dominicana y República de Haití.
82
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 228.
83
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 228.
84
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», Papeles, p. 340.
85
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», Papeles, p. 340.
86
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, Santo Domingo, 2009, p. 291.
Puede afirmarse que Bonó veía por los ojos de sus deseos: reves-
tía a la sociedad dominicana con prendas que no podía exhibir. En
realidad no había el mencionado «prestigio». Y es eso mismo lo que
lleva a Bonó a plantear que en la sociedad dominicana se tendría en
el porvenir, de manera ineluctable, «despotismos y más despotis-
mos, dictaduras y más dictaduras». ¿Por qué razón Bonó reitera una
y otra vez tal postura? Su respuesta varía solo en matices: «Porque
87
O. Paz, Tiempo nublado, p. 168.
88
J. Martí, «Nuestra América», Fuentes de la cultura latinoamericana, México, 1993,
p. 125.
89
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 238.
90
Andrés L. Mateo, «El poder y la cultura (III)», Al filo de la dominicanidad, Santo
Domingo, 1996, p. 47.
91
A. L. Mateo, «El poder y la cultura (II)», Al filo, p. 43.
92
A. L. Mateo, «El nacionalismo fraudulento (II)», Al filo, p. 81.
93
G. Luperón fue espada y espíritu de la Guerra de la Restauración nacional (1863-
1865). Fundó el Partido Azul, de corte liberal. Presentó en varias ocasiones a
Bonó como candidato presidencial, cosa a la que no obtemperó el pensador. Más
bien le devolvía con la misma moneda.
94
Carta de P. F. Bonó al general Luperón fechada el 30 de diciembre de 1887,
incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 560.
95
Nótese que Bonó denomina ya como dominicanos a los pobladores de la parte
este de la isla hacia finales del siglo xviii. Efectivamente, ya venía empleándose
el gentilicio; lo emplea en 1785 el intelectual criollo A. Sánchez Valverde, en su
obra Idea del valor de la Isla Española (Madrid). Pero es seguro que dicho término
ya había sido empleado en décadas anteriores, pues consta ya en una versión de
novena dedicada a la Virgen de la Altagracia, cuya impresión data del 3 de junio
de 1738 y que está firmada por F. J. T. Al inicio, dentro de un párrafo, se dice:
«No dudo, que al compás de los reverentes cultos se continuarán los favores y
beneficios, que confiesan debidos á María los dominicanos [cursivas añadidas]».
Ver Novena Altagracia, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos,
2002.
96
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 239.
97
Las palabras son del ministro español Manuel Godoy, quien habría expresado
que Santo Domingo se había convertido en «un verdadero cáncer para la econo-
mía de la Metrópoli». Citado por Julio Genaro Campillo Pérez, «Emancipación
e independencia», Clío, No. 151, 1994, p. 14. Este argumento para justificar la
cesión a Francia de Santo Domingo a través del Tratado de Basilea del 22 de
julio de 1795 expresa en toda su dimensión el trance dramático por el que atra-
vesaba la porción de tierra que había servido a España como puerta de entrada al
Nuevo Mundo.
98
En el período 1822-1844 Santo Domingo fue agregado a la República de Haití
como un Departamento nuevo. A inicios del siglo xix, producto del vaivén que
experimentaba esta colonia española, el cura Juan Vásquez expresó su descon-
cierto mediante la siguiente quintilla: Ayer español nací / en la tarde fui francés /
en la noche etíope fui / hoy dicen que soy inglés / no sé que será de mí... Manuel Cruz
Méndez, Cultura e identidad dominicana. Una visión histórico-antropológica, Santo
Domingo, Editora Universitaria-UASD, 1998.
99
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 237.
105
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 375.
106
Para esta fecha, 1895, Bonó se había propuesto crear un Congreso ficticio en el
que representantes fidedignos de la nación ventilaran abiertamente sus proble-
mas. El diputado B era el que más parlaba, y quien mejor argumentaba a la hora
de discurrir y buscar solución a los males que afectaban la sociedad. Tal diputado
era Bonó.
107
Década y media más tarde Estados Unidos ocuparía el país por ocho años. El
cobro de la deuda con ellos contraída fue el principal argumento para desatar la
violencia imperial.
108
P. F. Bonó, «Petición de un alambiquero», Papeles, p. 416.
109
Carta de P. F. Bonó al general G. Luperón fechada el año de 1882, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 461.
110
En carta a J. M. Glas fechada el 22 de enero de 1886, en P. F. Bonó, Papeles, p. 545.
111
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Pedro Francisco Bonó. Textos
selectos, Santo Domingo, 2007, p. 77.
112
P. F. Bonó, «De política», Papeles de Pedro F. Bonó, Barcelona, 1980, p. 247.
113
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República Haitiana», p. 346.
114
Andrés Bello exhortaba a la juventud chilena a no descender al servilismo frente
a la civilizada Europa, pues a su entender los hispanoamericanos eran arrastrados
más allá de lo justo por influencia de ella. En todo caso, se debería emularla
en el desarrollo de un pensar autónomo. Ver A. Bello, «Autonomía cultural de
América», El pensamiento de América, México, 1943, p. 34.
115
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», pp. 344-345.
116
El pensador inicia tal esfuerzo precursor a la edad de veintinueve años, con el
opúsculo ya referido: Apuntes para los cuatro ministerios de la República (1857).
117
D. Céspedes, «Contrarreforma y barroco en esta isla», suplemento cultural
«Areíto», Hoy, 2 de octubre de 2010.
123
P. Henríquez Ureña, «Cartas a Federico», p. 540.
124
Manuel Cruz Méndez, «Declaratoria de independencia del pueblo dominicano»,
Historia Social Dominicana, 5ª. ed., Santo Domingo, 1999, p. 163.
125
Ibídem, p. 165.
126
En la portada de un trabajo preparado por el AGN, se incluye la foto y el nombre
de Pedro Francisco Bonó…
127
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios», Papeles, p. 80.
Bello vive entre los años 1781 y 1865, y Bonó entre 1828 y 1906.
128
132
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, pp. 292-293.
133
Luego de declarar que todo visitante se queda absorto y contemplativo ante
tantas especies y colores de aves, refiere lo excepcional de su flora: «cedros
seculares, caobas majestuosas y otros robustos árboles entretejen sus ramas pres-
tando fresca sombra, mientras el parásito y alimenticio ñame abarca sus troncos
con delgado bejuco de fibras delicadas». P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro
ministerios», Papeles, pp. 97-100.
134
«El río, con sus cristalinas aguas arrastrando menuda arena; con sus riberas en-
redadas por bejucos de tabaco de flores acampanilladas de todos matices, es un
tipo de río quisqueyano. Por medio de sus enredaderas floridas, cruza el camino,
ancho, solitario, cubierto de mullida grama, que verde y abundosa sirve sabroso
pasto a los caballos. Todo en él […], convida a los viajeros al descanso, en medio
de una naturaleza bella y apacible, que solo engendra ideas pacíficas y gratas». P.
F. Bonó, «Un proyecto», Papeles, pp. 170-171.
135
Dice refiriéndose a San Francisco de Macorís: «Esta común enclavada en el
renombrado valle Vega Rea […] La caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien
desdeña el mundo los panales, tiene aquí su domicilio más arraigado. Un labrador
[…] me mandó de muestra una caña que tenía nueve varas de largo […]». Ver P.
F. Bonó, «Cuestiones sociales y agrícolas», Papeles, pp. 258-261.
136
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Papeles, p. 97.
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Papeles, pp. 82-83.
137
138
Pedro L. San Miguel, La isla imaginada. Historia, identidad y utopía en La Española,
Santo Domingo, 2007, pp. 78-79.
139
Pedro L. San Miguel, La isla imaginada, p. 79.
140
Bonó no se limitó a señalar exclusivamente las taras o vicios heredados de
España, como ya se tuvo ocasión de apreciar, sino que habló también de las cuali-
dades positivas que embellecían al genio español, según lo demuestra el siguiente
párrafo: «Y este es el cuadro compendiado de lo que la tradición dominicana
viene celebrando hasta hoy como el buen tiempo viejo, capaz él solo por cierto […]
de hacernos amar el desventurado presente que nos agobia, pero el cual también
pone de relieve las buenas prendas que adornan y son el fondo del carácter na-
cional español, que es la sola causa atenuante que puede justificar en la historia
el poco provecho que la causa de la civilización retiró durante tres siglos de su
grande imperio colonial». P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras»,
Papeles, pp. 218-219.
141
P. L. San Miguel, La isla imaginada, p. 80.
142
A. Bello, El pensamiento de América, México, 1943, p. 68.
143
P. Henríquez Ureña, «La antigua sociedad patriarcal de las Antillas», p. 505.
144
Para Sarmiento la barbarie la representaban en Argentina los españoles, los indí-
genas y los mestizos. Y quienes mejor expresaban la civilización eran los Estados
Unidos.
145
D. F. Sarmiento citado en L. Zea, El pensamiento, p. 94.
146
E. M. de Hostos, «La América Latina», en M. Pimentel, Identidad, multicultura-
lismo y capitalismo, p. 133.
147
A. Angulo Guridi, «Examen crítico de la anexión de Santo Domingo a España»,
Obras escogidas 2, Santo Domingo, AGN, 2006, p. 229.
148
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
149
O. Paz, Tiempo, p. 144.
150
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 238.
Ibídem, p. 214.
152
«[…] los Estados Unidos se fundaron sobre una tierra sin pasado. La memoria
154
J. L. Sáez, Breve introducción a la cultura dominicana, Santo Domingo, 2006, pp. 36-37.
155
a Estados Unidos, país que no los visualizaba como sus aliados –an-
tes bien, como sus enemigos–, debido a la ignorancia y a su carácter
corrupto: «El arma más terrible de que se valen ambos enemigos
contra nosotros es dicha corrupción e ignorancia».157
Conforme lo visto anteriormente, en Bonó latía la preocupación
en cuanto a si la sociedad dominicana estaba o no en condiciones de
dar el salto a la vida moderna, esto es, si podía adoptar el modelo
gubernativo que más aconsejaban las circunstancias del momento.
Según su óptica, ello estaría supeditado a la superación de los re-
sabios que la vida colonial le había dado como herencia. ¿Con qué
medios podíamos superarlos? La clave estaba en el conocimiento.
¿No da lástima, señores, ver a este pueblo inocente, tan valiente pero
al mismo tiempo tan niño, que su vida es temblar diariamente por su
autonomía [cursivas añadidas], porque no se ve salida por sí propio
al ancho y seguro camino que recorren los pueblos autónomos,
servidos por sus propios organismos, en pos de ideales asequibles
por su propio esfuerzo? Esta autonomía tan caramente compra-
da ¿no podrá darle de sí todo lo que ha dado y dará al resto del
mundo? ¿Acaso le están cerradas las puertas de la dicha ya como
colonia, ya como nación libre? Eso no es posible, no entrará en
los designios de la sabia Providencia condenar a un pueblo que
arrastró la cadena del esclavo por tres siglos, a una miseria y escla-
vitud peores que la que conllevó tan largo tiempo. Causas ocultas
hay que debemos investigar, escudriñar y resolver, y yo creo, que
si los hombres pensadores independientes, discutieran los actos
gubernamentales […] la administración no cometería las graves
157
Carta de P. F. Bonó al general G. Luperón fechada el 12 de marzo de 1882, en P.
F. Bonó, Papeles, p. 462.
158
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 388.
159
Carta inserta en P. F. Bonó, Papeles, p. 253.
160
«No basta escribir y narrar lo que tanto se ha dicho y repetido, de que la ilustra-
ción es la palanca del progreso, que la instrucción se necesita, que faltan escuelas,
que falta la educación de familias, capitales. ¿Quién ignora eso? ¿Quién puede
desconocer verdades de tanto bulto, tan probadas y definidas?». Ver P. F. Bonó,
«Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 191.
México, 1979, p. 9.
P. Henríquez Ureña dedica varias páginas a dar cuenta de los aprestos reali-
zados en procura de la independencia intelectual de los diversos pueblos de
la región. Pueden destacarse:
– Jóvenes literatos, arrastrados por la corriente romántica, se proponen expresar y
profundizar el llamado de Andrés Bello por la independencia intelectual en cada
uno de sus países.
– El interés de un grupo de pensadores (literatos y políticos) por explorar me-
tódicamente sus propias tierras, otorgando especial atención al paisaje y las
costumbres del campo y de la ciudad.
– Dichos intelectuales recurren al cuadro de costumbre a través de artículos o de
ensayos breves.
– Aparecen pensadores de amplia visión filosófica interesados en dar explicación
de los intrincados hechos que presenciaban y en los que ellos mismos tomaban
parte. Se redactan importantes esbozos de historiografía en diversos países.
– Los literatos acogen en sus producciones la discusión de los problemas sociales
que afectan a sus colectividades.
Ver P. Henríquez Ureña, «Historia de la cultura», pp. 329-332. Debe resaltarse
aquí el hecho de que Bonó escribe en 1848 una novela de costumbres, El monte-
ro, la cual fue publicada en París hacia 1856. A pesar de ello, Henríquez Ureña
refiere que en la región solo se escribieron artículos y ensayos breves durante el
lapso de 1825-1860 (pp. 317-332).
de corte organicista: «Haremos como hacen los hombres de ciencia; por ejemplo
los botánicos: principiaremos por la organografía, anatomía y fisiología de la
sociedad que debemos estudiar, y después pasaremos a su física y química […] El
cuerpo social no es materia como el vegetal, pero en realidad tiene raíces, ramas,
troncos y frutos tan visibles para el sociólogo y hombre de Estado, como para
todo el mundo; los troncos, frutos y raíces del árbol que se tiene a la vista». Ver
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 357.
Varona hizo un análisis crítico del legado español, el cual veían todavía
vigente después de alcanzada la independencia de la metrópolis».164
Bonó no fue un filósofo positivista, tampoco un filósofo per se,
sino más bien un pensador que conoció las propuestas filosóficas de
su época, las cuales empleó para complementar otros saberes que le
servirían también para lograr su cometido epistemológico: el estudio
de la sociedad dominicana de segunda mitad de siglo xix.
Si Bonó hubiera sido un filósofo positivista, entonces Eugenio
María de Hostos no habría tenido que venir a auxiliarnos teóri-
camente mediante la creación del nuevo régimen pedagógico que
propiciaría el acceso a las ciencias modernas. Puede plantearse que
Bonó tuvo, en estos aspectos, limitaciones atendibles, las cuales eran
propias del medio en que se desenvolvía. Por tal motivo podría de-
cirse que, en cierta forma, el contexto salvó a Bonó.
En la hipótesis de trabajo aquí empleada se ha establecido que a
Bonó le asiste el mérito de ser pionero de la independencia intelectual
dominicana, pero en modo alguno que en él culmina dicho proce-
so. En efecto, su trabajo de enjuiciamiento no abarcó cuestiones
neurálgicas de la cultura y el pensamiento coloniales (verbigracia,
el sistema de ideas y creencias del escolasticismo junto al formato
educativo tradicional que le era afín). Lo antes dicho no impidió,
sin embargo, que en reiteradas ocasiones Bonó se refiriera lacóni-
camente a la Escolástica en términos desdeñosos, si bien sin llegar a
entrar en un ajuste de cuentas con la misma, a diferencia de Hostos.
Bonó no efectuó un enjuiciamiento directo y radical, sustentado
filosóficamente, de la Escolástica, pero tampoco lo hizo ningún inte-
lectual dominicano anterior o contemporáneo suyo, pues contrario
a lo que acontecía en las islas hermanas de Cuba y Puerto Rico –que
eran aún colonias de España–, en el período 1824-1880 la República
Dominicana ni contaba con universidades ni tenía a ninguno de sus
hijos estudiando filosofía en el extranjero.165
164
C. Rojas Osorio, «Enrique José Varona», Filosofía moderna en el Caribe hispano,
México, p. 186.
165
En Cuba la reflexión filosófica no registró interrupción desde la primera mitad
del siglo xix. Se inicia con José Agustín Caballero, que nace en 1765; continúa
con Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero; y finaliza con
Enrique José Varona, que muere en 1933. Cuba exhibe ciento treinta y tres años
de quehacer filosófico sin interrupción. El caso de Puerto Rico, sin ser igual
al cubano, es muy diferente al dominicano. Allí tenemos a Eugenio María de
Hostos, quien es enviado desde su adolescencia a estudiar a España, donde cursa
estudios universitarios y donde se convierte en discípulo de Julián Sanz del Río,
con el que se adentra en el conocimiento del krausismo. Pero además Hostos
se sumerge en el estudio del positivismo, corriente filosófica de la que asume
especialmente la vertiente spenceriana. Fueron ambos cuerpos doctrinarios los
que le permitieron convertirse en la personalidad filosófica más consolidada
del Caribe insular de la segunda mitad del siglo xix. Pero Puerto Rico contó
también con Alejandro Tapia, contemporáneo de Bonó al igual que Hostos, y
que permaneció varios años en Europa poniéndose en estrecho contacto con el
idealismo alemán, especialmente con Hegel. Sus trabajos sobre estética permi-
ten apreciar el grado de formación filosófica alcanzado. Mas ¿qué sucede con la
República Dominicana? Aquí hay un enorme vacío académico-intelectual desde
la década del veinte hasta la del ochenta de la centuria decimonónica. La causa
primera es que bajo la ocupación haitiana la Universidad de Santo Domingo
fue clausurada; la segunda, que tras la independencia respecto de Haití los do-
minicanos vivieron una permanente tensión bélica, la que se recrudeció con la
Guerra de la Restauración frente a España. En la atmósfera de turbulencias en
que desenvuelve Bonó su vida hasta edad cercana a los cuarenta años no hubo
tregua para ocuparse de asuntos teóricos o exclusivos del pensamiento. Mientras
jóvenes cubanos y puertorriqueños adquirían formación teórica en el exterior,
aquí Bonó se veía sometido a arduas tareas políticas: ya a los veintiocho años
fungió como secretario personal del general Juan Luis Franco Bidó, a quien
acompañó en campos de batalla.
Fueron sus lecturas tempranas, su privilegiada condición de autodidacta y el
acompañamiento de personas de alta calificación intelectual –como el caso del
ingeniero Achille Michel, considerado su maestro– la fuente y el origen de la
formación que se manifiesta y demuestra en sus escritos.
166
Si tuviéramos que citar nombres de autores que acompañan a Bonó en tal empre-
sa –sin llegar, por supuesto a elevarse a su altura– tendríamos, en primer lugar,
a Alejandro Angulo Guridi. No obstante haber ofrecido su respaldo a la etapa
inicial de la anexión a España de 1861, posteriormente lanzó ardientes críticas al
colonialismo español. No nos dejan mentir sus ensayos: Breves reflexiones sobre las
repúblicas hispanoamericanas (1854), La matrícula española (1856), Santo Domingo
y España (1864), Examen crítico de la anexión de Santo Domingo a España (1864),
Cuestión Santo Domingo, (1865). Ver A. Angulo Guridi, Obras, pp. 33-300.
167
«El único movimiento intelectual que cosecha frutos inmediatos entre la clase
intelectual y la pequeña burguesía es el movimiento renovador de la enseñanza,
promovido por el maestro Hostos. Sin embargo, la Iglesia y los sectores hispa-
nizantes serán los que obstaculicen la labor del educador puertorriqueño, lo que
demostrará que aún está arraigado el sentimiento hispanista entre los habitantes
del Santo Domingo de finales del siglo xix» J. L. Sáez, Breve introducción, p. 40.
168
Armando Cordero, La filosofía en Santo Domingo, Santo Domingo, 1978, p. 99.
169
F. A. Avelino García, S. Castro Ventura, R. González, J. G. Guerrero, A. L.
Mateo, «Aproximación al pensamiento filosófico y político de Hostos. Su
contexto histórico», Eugenio María de Hostos, pp. 15-16.
170
J. G. Guerrero, «Hostos en Clío: Apuntes para el estudio de la Historiografía en
Santo Domingo», Eugenio María de Hostos, p. 59.
171
Hijo de familia dominicana emigrante a Puerto Rico, Angulo Guridi retornó y
vivió en el país desde 1852. Previamente había estudiado Derecho en La Habana.
Laboró como profesor en el Colegio San Luis Gonzaga de Santo Domingo y
sobresalió como publicista y librepensador. Nutrido del pensamiento ilustrado-
liberal y de la doctrina positivista, desató importantes debates en el seno de una
sociedad muy poco acostumbrada al libre juego de las ideas. Llegó incluso a
sostener en la prensa ardientes discusiones con representantes conspicuos del
clero nativo.
172
El mismo Hostos, en claro gesto de justicia, reconoce que existían –a pesar de la
tradicional enseñanza– «unos cuantos hombres de intelectualidad natural muy
poderosa, que, en virtud de sus propios esfuerzos y contra los esfuerzos de su
viciosa educación intelectual, se elevaban por sí mismos a una contemplación
más pura y más real de la verdad y el bien que la generación de bípedos dañinos
o inofensivos que los rodeaban». E. M. de Hostos, «Discurso en la Escuela
Normal», Páginas dominicanas, Santo Domingo, 2ª. ed., 1979. pp. 197-198.
173
P. Henríquez Ureña, «Vida intelectual de Santo Domingo», pp. 395-397. En el
conjunto de intelectuales prehostosianos mencionados por Henríquez Ureña no
se incluye a Pedro Francisco Bonó, cuestión habitual en todos sus trabajos.
174
D. Céspedes, Salomé Ureña y Hostos, Santo Domingo, 2002, p. 37.
175
J. L. Sáez, Breve introducción, p. 89.
176
Aparte de Ramón Emeterio Betances, invitado por Bonó y luego por Luperón,
sobresalió en lo educativo el insigne Román Baldorioty de Castro, director de la
Escuela Náutica en 1875 y quien pusiera al día en física y matemáticas a muchos
estudiosos dominicanos.
177
Bonó y Espaillat trabaron una fuerte amistad en Santiago; amistad probada por
revueltas civiles, guerras de liberación, exilio, etc. Fueron políticos, legisladores,
comerciantes, ensayadores de industrias, santiagueros y, sobre todo, compañeros
de utopía. Con Espaillat, profesional de la farmacia y médico, debió haber co-
nocido Bonó muchas fórmulas y procedimientos que le permitieron tener éxito
como médico empírico sanador de muchas enfermedades y salvador –¿quién
sabe?– de tantas vidas humanas en Macorís. Y Espaillat, según lo reitera Mu-
Kien A. Sang, experimentó influjos de Bonó en más de un aspecto, pues este
fue un «fiel amigo inspirador de sus ideas». En la definición de sus prioridades
económicas, por ejemplo en su respaldo al tabaco como rubro básico, es pro-
bable que Espaillat se acogiese al pensamiento de Bonó, que auspiciaba en sus
escritos la pequeña producción mercantil simple. Ver Mu-Kien A. Sang, Una
utopía inconclusa, Santo Domingo, 1997, pp. 212-215. ¡Cuánto no quisiéramos
los dominicanos y dominicanas del presente contar con dos personalidades tan
influyentes como estas dos, las cuales, armonizando en tan alto nivel sus respec-
tivas vidas, nos permitan cosechar frutos parecidos a los que Bonó y Espaillat
lograron gracias a una amistad tan fecunda como ejemplar!
178
Alba Josefina Záiter, La identidad social y nacional en Dominicana. Un análisis psico-
social, Santo Domingo, 2001, p. 125.
179
A este tema se habrá de dedicar especial atención, pues en él puede ubicarse una
de las principales limitaciones padecidas por Bonó, la que le impediría llegar a
ser quien lleva a su culminación la emancipación mental del dominicano.
180
P. F. Bonó, «Al Presidente del Congreso Nacional», Papeles, p. 143.
181
Carta inserta en P. F. Bonó, Papeles, p. 153.
182
Curiosamente, hacia 1867 se iniciaba en México la rica experiencia pedagógica
impulsada por el médico, matemático y filósofo mexicano Gabino Barreda, quien
regresaba de París, donde había sido discípulo de A. Comte. Barreda escribió ese
mismo año la Oración cívica, momento excepcional de la historia pedagógica lati-
noamericana, por cuanto dio especial impulso a la educación mexicana moderna,
propiciando la instalación de la Escuela Nacional Preparatoria –de inspiración
positivista– bajo la administración de Benito Juárez. Con ello se prepararía el
ambiente conducente a la efectiva reforma de la educación en México. Por otra
parte, un año después, Argentina se enrumbaría también por los senderos de
la modernización del sistema tradicional de enseñanza, en virtud de la gestión
encabezada por Domingo Faustino Sarmiento (de 1868 a 1874). Como puede
colegirse, los esfuerzos de Bonó sintonizaban con la gran urgencia del mo-
mento. Evidentemente, Bonó no era Barreda ni Sarmiento, como la República
Dominicana no era México ni Argentina.
183
Ciriaco Landolfi describe la situación calamitosa que acusaba la realidad educa-
cional del país y la presencia de Bonó en medio de la misma: «Nadie se percató
más vivamente de ese drama que Bonó […] La carencia era absoluta en el campo
de la educación secundaria, no existían a ese nivel centros educativos ni en la
ciudad de Santo Domingo ni en Santiago […], el Seminario, al que había que
ensanchar sus currícula con una clase de derecho civil […] no recibía matri-
culados procedentes de la escuela pública dominicana». C. Landolfi, Evolución
cultural dominicana, Santo Domingo, 1981, pp. 123-124.
184
«[…] en el ámbito político y social dominicano circulaban otras visiones no tan
amplias como la que expone Bonó, que enfatizan diversos aspectos del problema
de la instrucción, pero podemos decir que todas coincidían en la necesidad que
tenía el país de avanzar en el sistema de enseñanza […] Huelga decir que el
proyecto planteado por Bonó cayó en el vacío. Pasaron más de diez años para
que otro gobierno liberal, encabezado esta vez por Gregorio Luperón, se com-
prometiera con un proyecto equivalente para el desarrollo de la educación en el
país. Su inspirador fue el político y escritor puertorriqueño Eugenio María de
Hostos […]». R. González, «La impronta de Hostos en la escuela dominicana:
notas para una evaluación histórica», Eugenio María de Hostos, pp. 29-30.
185
Ramón Morrison, «Pedro Francisco Bonó y la educación», suplemento cultural
Aquí, La Noticia, 17 de marzo de 1984.
186
F. Henríquez y Carvajal, Ideario, citado por R. González, «La impronta de
Hostos», pp. 35-36.
187
R. González, «La impronta de Hostos», p. 34.
188
Adviértase que, hacia 1867 –doce años antes del arribo de Hostos al país–, a la que
se denominaría Secretaría o Ministerio de Educación se le llamaba Secretaría de
Instrucción Pública. Se empleaba el término instrucción y no educación; el atraso
no era solo de Bonó, sino de la sociedad en su conjunto. Uno de los principales
méritos de Bonó fue denunciar el estado de abandono en que se mantenía dicho
ministeriro, lo que impedía que se enseñara a leer y escribir a la niñez y juventud
191
M. Pimentel, Marxismo y positivismo 1899-1929, Santo Domingo, 1985, p. 137.
192
Nótese que ya López de Medrano daba por supuesta la existencia de la patria
dominicana hacia 1813, fecha en que escribe su libro de lógica. Ocho años des-
pués proclamaría la primera independencia del pueblo dominicano un grupo
de ilustrados nacionales. Entre ellos el médico y filósofo desempeñaría un rol
político e intelectual de primer rango.
193
J. G. Campillo Pérez, Dr. Andrés López de Medrano y su legado humanista, Santo
Domingo, 1999, p. 75.
195
Como sostiene F. A. Avelino García: «en buena medida su partida hacia Chile
fue producto de presiones eclesiásticas sobre el gobierno de Ulises Heureaux».
F. A. Avelino García y otros, «Aproximación al pensamiento filosófico y político
de Hostos. Su contexto histórico», Eugenio María de Hostos, p. 25.
J. I. Jimenes Grullón, Sociología política, vol. I, (1844-1898), Santo Domingo, 3ª. ed.,
196
1982, p. 280.
199
No debe olvidarse la influencia en Hostos de Augusto Comte y Herbert Spencer.
Para estos filósofos el progreso constituía la categoría central a que debía aspirar
toda sociedad preciada de moderna. La consigna de Comte era «orden y pro-
greso». Pero de ambos quien más influye en Hostos es Spencer, pues, contrario
a Comte, el inglés postula la libertad de los sujetos dentro de un orden seguro y
flexible, mientras que el francés enfatiza el orden y la paz, colocando a la cabeza
de la sociedad una autoridad fuerte que las garantice. Así las cosas, Comte con-
venía a la Francia de su época, en tanto que Spencer se adecuaba más a su país
Inglaterra, pero también a los países de Latinoamérica. Por otra parte, Hostos
pensaba que si el pueblo dominicano accedía al progreso teniendo por base la
educación y la industrialización –las cuales permitirían «disciplinar» a las per-
sonas–, al cabo de un tiempo se lograría un nuevo orden. Si esto no se lograba,
todo estaba perdido, pues su consigna era Civilización o muerte.
200
M. Pimentel, Identidad, multi-culturalismo, Santo Domingo, 2007, p. 129.
201
P. F. Bonó, «Privilegiomanía», Papeles, pp. 251-252.
202
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, p. 57.
203
Son apreciaciones de Bonó contenidas en una misiva escrita en francés a un
amigo que se supone era haitiano (dado los tópicos tratados) y que vivía en París.
La carta no tiene el nombre del destinatario y data posiblemente de 1880, pues
tampoco está fechada. Ver P. F. Bonó, «El error de Boyer», Papeles, p. 610.
204
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 281.
205
Como apunta José Carlos Mariátegui: «la época de la libre concurrencia en la
economía capitalista ha terminado en todos los campos y en todos los aspectos.
Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países
latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros
puestos están definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del
orden capitalista, es de simples colonias». J. C. Mariátegui, «Aniversario y balan-
ce», Ideología y política, Lima, 1969, p. 248.
206
Conviene realzar, aun sea muy someramente, el atinado análisis que efectúa
Darcy Ribeiro, quien lee en clave tecnológica lo que a su entender ha ocurrido
en Latinoamérica. Lo resumimos del siguiente modo: Los procesos civilizatorios
desencadenados por la revolución tecnológica provocan el surgimiento de focos
dinámicos correspondientes a pueblos activados por el dominio de los nuevos
recursos tecnológicos. Tales focos, difundiéndose sobre áreas contiguas o le-
janas, constituyen constelaciones matroétnicas que se estructuran en forma de
imperios. Dentro de esta lógica, todos los pueblos enrolados en esos movimien-
tos se transfiguran en dos formas distintas según experimenten movimientos
acelerados de autoconstrucción que los modelan como pueblos autónomos que
existen para sí mismos, o movimientos reflejos de actualización o modernización
que plasman pueblos dependientes, objeto de dominio colonial de los primeros.
Los pueblos de la periferia, que intentan acceder a las ventajas del mundo tecno-
lógico devienen colocados bajo el dominio de un centro rector, pero con pérdida
de autonomía y mediante su conversión en proletariado externo de otros países.
Es decir, como proveedores de fuerza de trabajo o de materia prima destinadas a
promover la prosperidad ajena. Fue siguiendo esta lógica que Inglaterra, Francia
y los Países Bajos, en una primera etapa, se configuran como formaciones
imperialistas industriales. Al ocurrir la emancipación de las colonias ibéricas,
las mismas se transfieren de la órbita ibérica a la inglesa y se transfiguran de
formaciones colonialistas de tipo diverso, a una condición general de naciones
neocoloniales. D. Ribeiro, «La cultura latinoamericana», pp. 111 y 117.
209
R. Fernández Retamar, «Nuestra América», p. 171.
210
Comentario de Martí a la Primera Conferencia Panamericana de 1889. Citado
por R. Fernández Retamar, «Nuestra América», p. 171.
Esta teoría echada a los cuatro vientos por las grandes nacio-
nes civilizadas, repletas de población, de capital, de ciencia,
experiencia, actividad y demás accesorios para aplicarlas con
energía y con fruto a la explotación de hombres y de cosas, es
uno de los males que afligen al mundo en la actualidad.212
Tal teoría tiene a Inglaterra y Francia como sus patrias nativas, los
dos imperios hegemónicos en el mundo hasta 1889. Lo que llenó de
satisfacción intelectual a Herbert Spencer213 fue causa de pesar para
Este filósofo inglés, padre del liberalismo de corte individual y del darwinis-
213
mo social, devino tan entusiasmado con la utopía del progreso que se dedicó a
buscarle bases filosóficas y aplicaciones universales. Como argumenta J. Bury,
«Spencer estudió las leyes generales de la evolución y planeó su filosofía sinté-
tica que habría de explicar el desarrollo del universo. Trataba de demostrar que
pueden descubrirse las leyes del cambio que controlan todos los fenómenos en
conjunto, tanto inorgánicos como biológicos, psíquicos y sociales. A la luz de
esta hipótesis, el progreso de la humanidad aparece como un hecho necesario,
una secuela del movimiento cósmico general, gobernada por sus mismos prin-
cipios. […] por lo menos en Inglaterra […], la significación de la doctrina de la
evolución elevó la doctrina del Progreso al rango de una verdad admitida por
todo el mundo, un axioma al que la retórica política podía recurrir con efectivi-
dad». John Bury, La idea del progreso, Madrid, 2009, pp. 347-348.
214
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, pp. 293-294.
215
R. González, Bonó, pp. 110-111.
216
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 277.
217
Petronila Dotel Matos, «La idea de progreso en Bonó. Tan desafiante como
entonces», Estudios Sociales, No. 142-143, octubre 2005-marzo 2006, Santo
Domingo, p. 108.
218
P. F. Bonó, «A mis conciudadanos», p. 327.
219
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 135.
226
Antonio Campillo, Adiós al progreso. Una meditación sobre la historia, Barcelona,
1985, p. 19.
227
«Surgía así una nueva religión: la industrialista. Se levantaban entonces palacie-
gos altares a la maquinaria, como las Exposiciones universales, con sus millones
de visitantes-feligreses. En la École Polytechnique, donde concurrieron las mejores
lumbreras de Europa, se gesta un sujeto histórico inédito que mira la vida con
lente ingenieril, prescindiendo de las humanidades y su enfoque inveterado».
Ver H. E. Biagini, «Espiritualismo», p. 325.
228
L. Garagalza, «El dominio planetario de la técnica: La hermenéutica en un
mundo global», Curso dentro del Programa del Máster Filosofía en un Mundo
Global, Universidad del País Vasco-Universidad Autónoma de Santo Domingo,
2012-2013, p. 6.
229
A. Campillo, Adiós al progreso, p. 69.
230
El progreso, cual «fantasma», recorría el mundo entero. En varios países de la
región surgieron voces que, sin tener la asiduidad y coherencia que Bonó, lo ob-
jetaron. La matanza de obreros en Chicago hacia 1886 agregaba su ingrediente a
dicha objeción. No todo en el desarrollo industrial era bondad: ¿A qué costo había
que pagar el progreso? «El pueblo ha aprendido esta frase ¡progresamos! Y en
medio de sus mayores dolores la repite con consuelo». Así se expresa el argentino
(exiliado republicano español) Serafín Álvarez en 1886, en su importante opúsculo
Cuestiones sociológicas. También hacia la misma época, en el libro titulado Escritos
filosóficos, el uruguayo Prudencio Vásquez cuestiona desde una perspectiva krau-
sista la visión progresista: «no por tener ferrocarriles y teléfonos los pueblos viven
tranquilos y felices». Ver H. E. Biagini, «Espiritualismo», pp. 324-330.
231
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 39.
232
Enrique Dussel, Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión,
Valladolid, 1998, p. 379.
233
Racionalista francés, contribuyó a sentar las bases iniciales de la doctrina progre-
sista. Parte de su producción la tuvo Bonó en su biblioteca.
234
Con su Boceto de una imagen histórica del progreso del espíritu humano, Jean Antoine
Condorcet –filósofo francés, miembro y secretario de la Academia de Ciencias
de París– se consagró como el primer gran impulsor del ideal de progreso en
cuanto vía fecunda para lograr la felicidad humana: «La perfectibilidad del hom-
bres es verdaderamente indefinida, y el progreso de esta perfectibilidad de ahora
en adelante […] no tiene más límite que la duración del globo terráqueo. Este
progreso […] no podrá ser nunca detenido». Citado por Robert Nisbet, Historia
de la idea de progreso, Barcelona, 1981, p. 293.
no al Bonó maduro, al autor que vertebra una lectura del progreso que
se aparta del paradigma enarbolado por ellos. Su concepción se nutre,
más bien, de los postulados prerrománticos de J. J. Rousseau (quien
impugnó las supuestas bondades de la ciencia y de la técnica, así como el
supuesto progreso que acarrean), y en menor medida, de los creadores
del socialismo utópico y del humanismo católico francés. Y no se puede
dejar de hacer referencia al hecho de que fue contemporáneo de K.
Marx y de F. Nietzsche, a quienes, a decir verdad, nunca menciona en
sus escritos, pero que formaban parte nodal del ambiente intelectual de
la centuria decimonónica en su segundo tramo.
Si Jorge Sorel235 logra ridiculizar en la actualidad las bases en que
descansa la idea moderna y contemporánea de progreso, Bonó con-
sigue poner al desnudo, en el período finisecular del siglo xix, tanto
su poder demagógico y alienador, como sus resultados ruinosos,236
pues dicha noción lubricó los resortes en virtud de los cuales el
capitalismo monopólico pudo explotar a las personas, abusar de la
soberanía nacional y esquilmar los recursos naturales del país.
Iniciada en 1880, esta crítica es mantenida por el pensador –lan-
za en ristre– hasta su último escrito dirigido al Congreso Nacional,
el cual data de abril del año 1900237 (contaba a la sazón con setenta y
dos años de edad). En dicho escrito observa:
235
Sociólogo de nacionalidad francesa, Jorge Sorel se ha ganado el respeto del
mundo intelectual gracias a sus obras Ilusiones del Progreso y Reflexiones sobre la
violencia.
236
A fin de expresar y denunciar estéticamente la vocación ruinosa del progreso,
Walter Benjamin toma como punto de partida el cuadro de Klee, Angelus Novus:
en escena se destaca el Ángel de la Historia, el cual se detiene ensimismado
para contemplar los escombros que a su paso ha dejado un temible huracán que
acaba de arrasar con todo lo que encuentra a su paso. El huracán es el progreso,
que en su transitar triunfante por la historia, con paso arrollador, todo lo va
destruyendo, arruinando así al ser humano mismo (creador del progreso) y a su
casa: la tierra.
237
Se trata de un documento oficial que no vio la luz pública para la época: «Petición
de un alambiquero». Aquí, como en el resto de sus trabajos sobre el tema, el en-
juiciamiento de la concepción progresista va ligada indisolublemente a la defensa
de la patria y de los sectores populares; razón por la cual dicho cuestionamiento
reviste un cariz ético.
combate por la vida; con otras mil más pomposas y más huecas
pronunciadas por los interesados, cubre con sus espantosos
ruidos los lamentos de los infelices aplastados.238
238
P. F. Bonó, «Petición», Papeles, p. 414.
239
R. González, Bonó, p. 12.
240
Como atinadamente expone Raymundo González, «La postura de Bonó exhibe
un pensamiento que ha evolucionado desde el liberalismo de sus contemporá-
neos hasta el utopismo socialista, perspectiva desde la cual fue el primero en
plantear como criterio la justicia social para formular un proyecto nacional desde
las clases populares». Ver R. González, Bonó, p. 72.
241
«Con todo, Bonó no pudo evitar recaer en la búsqueda de brechas alternativas al
sistema político vigente que conllevasen el protagonismo beneficioso de la masa
del pueblo. Es lo que se puede inferir de su Congreso extraparlamentario, ficción
de un sistema político utópico, donde representantes pertenecientes al propio
pueblo analizan juiciosamente sus problemas y trazan las sendas alternativas. Se
puede leer que estaba abogando por una acción autónoma de los trabajadores
frente a un estado sujeto a una degeneración casi irremediable. Se infiere de esos
debates la idea de que la construcción de la democracia debía tener por terreno
el de la sociedad». Ver R. Cassá, «Pedro Francisco Bonó», pp. 7-23.
242
A. J. Toynbee, «El hemisferio occidental», p. 259.
243
«La ley que exonera al rico que tiene buena casa del tributo de patentes y lo
impone al pobre que solo puede tenerla de yaguas es mala». Carta de P. F. Bonó
al presbítero J. F. Cristinacce (1884) inserta en Papeles, p. 501.
244
E. Dussel, Ética de la liberación, Valladolid, 1998, p. 378.
245
P. F. Bonó, «Congrego extraparlamentario», Papeles, p. 395.
246
Ibídem.
Por lo visto, Bonó, autor criollo de la segunda mitad del siglo xix,
está volcado en muchos aspectos hacia los siglos xx y xxi. Gran parte de
sus preguntas permanecen sin ser respondidas y muchas de sus respues-
tas aún dan qué pensar y qué hacer. Es probable que en él encontremos
pistas para iniciar replanteamientos de problemáticas no superadas, para
realizar reflexiones de gran pertinencia en el marco de una humanidad
signada por el riesgo permanente y por las perplejidades e incertidum-
bres de su devenir.
323
1906, 23 de septiembre
Eliseo Grullón escribe a manera de panegírico «Restaurador y
patriota», texto publicado en El Pensamiento, No. 13, Santiago.
1906, 2 de octubre
Luis M. Castillo publica la semblanza «Don Pedro Francisco
Bonó» en
El Diario, Santiago.
1917
Pedro Ma. Archambault da a conocer la biografía «Pedro
Francisco Bonó», en el Almanaque dominicano para 1917, N. de
Moya, Santiago.
1963, 16 de agosto
Con motivo del Centenario de la Guerra de la Restauración,
se pone en circulación un sello postal con las efigies de Ulises
Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó y Benigno Filomeno
de Rojas.
1963
J. M. Ricardo Román publica «Pedro Francisco Bonó», biografía
donde revela importantes noticas sobre la vida y obra de nuestro
autor. Revista Clío, No. 120, año XXXI, enero-diciembre de 1963.
329
1964
La Academia Dominicana de la Historia, con motivo del cente-
nario de la Guerra de la Restauración publica Papeles de Pedro F.
Bonó, una recopilación de Emilio Rodríguez Demorizi, en cuya
primera parte se incluye: «Cronología» y «Apuntes para la bio-
grafía de Bonó».
1968
Emilio Rodríguez Demorizi hace público Pedro Francisco Bonó.
El montero, acompañado de un enjundioso estudio de su autoría.
Esta novela estuvo sumida en el olvido por espacio de 112 años.
1980
La Academia Dominicana de la Historia publica la segunda edi-
ción de Papeles de Pedro F. Bonó, recopilación a cargo de Emilio
Rodríguez Demorizi.
1981
Mediante decreto presidencial No. 2838 se declara el día 18 de
octubre de cada año «Día Nacional del Sociólogo». La fecha se
escoge como reconocimiento póstumo a Pedro Francisco Bonó,
quien nace en el día y mes referidos, en 1828.
1985, septiembre
Fundación en la ciudad de Santo Domingo del Instituto
Filosófico Pedro Francisco Bonó, por iniciativa de la Compañía
de Jesús.
1985, octubre
Raymundo González obtiene el premio del Instituto Tecnológico
de Santo Domingo (INTEC), con una biografía sobre Pedro
Francisco Bonó.
1986
La Fundación Pedro Francisco Bonó publica Pequeña antología
de Pedro F. Bonó.
1988, 29 de junio
Por decreto presidencial No. 303 se dispone el traslado al
Panteón Nacional en Santo Domingo, de los restos de Pedro
Francisco Bonó, los cuales yacían en el Cementerio Municipal
de San Francisco de Macorís.
1989, 28 de abril
Los restos de Bonó se depositaron en una urna del Panteón
Nacional en la ciudad de Santo Domingo.
1989
La Universidad Autónoma de Santo Domingo crea mediante re-
solución del Consejo Universitario la Cátedra Extra-curricular
«Pedro Francisco Bonó», adscrita a la Escuela de Sociología.
1991, Junio
Pablo Nadal hace pública la obra Bonó: ciudadano dominicano.
1993, 9 de enero
Creación en la ciudad de Santo Domingo, por iniciativa de la
Compañía de Jesús, del Centro Pedro Francisco Bonó.
1994, 28 de octubre
Raymundo González publica el libro Bonó, un intelectual de los
pobres, primer estudio sistemático acerca de la vida y el pensa-
miento de Bonó. Obra de referencia básica.
2000, 24 de octubre
Publicación, por Ediciones Fundación Corripio de dos tomos
que recopilan los escritos de Bonó:
1.
El montero. Epistolario (Vol. XXXI)
2.
Ensayos sociohistóricos. Actuación pública (Vol. XXXII).
2003
Roberto Cassá publica Pedro Francisco Bonó, texto biográfico que
permite aquilatar la evolución del pensamiento de Bonó.
2006, septiembre
Realización de dos grandes jornadas con motivo del centenario
de la muerte de Pedro Francisco Bonó (1906-2006):
Jornada «El pensamiento de Pedro Francisco Bonó» (del 14 de
septiembre al 27 de octubre). Organizan: Universidad Autónoma
de Santo Domingo y Archivo General de la Nación.
Mes conmemorativo del centenario del fallecimiento de Pedro
Francisco Bonó (Del 11 de septiembre al 18 de octubre).
Organizan: Centro Bonó, Academia Dominicana de la Historia,
Academia de Ciencias de la República Dominicana y Asociación
Dominicana de Filosofía.
2006
Publicación de dos textos importantes sobre el autor en ocasión
de conmemorarse el centenario de su fallecimiento:
Pedro Francisco Bonó, publicado por la Asociación Duarte de
Ahorros y Préstamos de San Francisco de Macorís.
Centenario de Pedro Francisco Bonó, monografía de la Revista Estudios
Sociales (No. 142-143) del Centro Bonó, Compañía de Jesús.
Creación del Premio Ensayo Pedro Francisco Bonó por la
Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE).
2007
Publicación de la antología Pedro Francisco Bonó. Textos selectos,
Archivo General de la Nación.
2011, 16 de noviembre
Presentación y defensa de la Tesis doctoral: «Pedro Francisco
Bonó. Precursor de la emancipación cultural dominicana.
Aportes éticos y político-sociales». Julio Minaya, Universidad
del País Vasco, San Sebastián, España.
333
341
1828, octubre 28
Nace en Santiago de los Caballeros, hijo de José Bonó y de Inés
Mejía. Sus abuelos paternos, Lorenzo Bonó y Eugenia de Port,
eran dueños de plantaciones en Saint-Domingue o Haití. A
consecuencia de la sublevación de los esclavos, Lorenzo Bonó
perdió la vida, mientras que Eugenia de Port y su hijo José Bonó,
vestido de hembra, lograron cruzar la frontera y salvarse gracias
al auxilio brindado por una esclava.
1831, marzo 8
Su padre José Bonó compra una casa en San Francisco de
Macorís, donde ejerce actividades comerciales.
1846
Reside junto a su abuela Eugenia de Port en Puerto Plata, hogar
en el cual creció y permaneció hasta iniciada su juventud.
357
1848
Escribe en Puerto Plata El montero. Novela de costumbres, la
primera novela escrita en el país.
1851, enero 18
Ejerce de fiscal en Santiago.
1853, septiembre 17
Por causa de la muerte de su madre Inés Mejía, acaecida en San
Francisco de Macorís, se procede a la partición de los bienes del
matrimonio Bonó-Mejía.
1854, marzo 4
Resulta electo como suplente de representante o diputado por
Santiago.
1854, mayo 6
Es designado subagente de El Correo de Ultramar, revista editada
en París. Al dar la información, el periódico El Orden, de Santo
Domingo, se refiere a Pedro Bonneau. En su juventud Pedro
Francisco prefería afrancesar su apellido, hasta el día en que su
padre le llamó la atención y le exigió escribir Bonó.
1854
Obtiene su título de abogado.
1855, enero 18
Es nombrado procurador fiscal del Tribunal de Justicia Mayor
de Santiago.
1856, enero 24
Se desempeña como secretario del general Juan Luis Franco
Bidó durante el desarrollo de la batalla de Sabana Larga, en la
que los haitianos resultan derrotados definitivamente.
1856, junio 23
Es escogido senador de Santiago por el Senado Consultor.
1856, junio 30
Obtiene un voto en las elecciones organizadas por el Colegio
Electoral de Santiago para elegir al presidente de la República.
Matías Ramón Mella y Ulises Francisco Espaillat también logran
sendos votos.
1856, julio 17
En misiva al Senado, se excusa por no poder asistir a las sesiones
debido a quebrantos de salud.
1856, septiembre 15
Es juramentado como senador por Santiago. Expresa los buenos
deseos que le animan y su disposición a cumplir fielmente las obli-
gaciones de su cargo.
1856, octubre 6
Es designado abogado defensor público para los tribunales del
distrito judicial de Santiago.
1856, octubre 9
Presenta en el Senado una moción en torno a la organización
del Ejército y a la creación de un Banco Nacional, entre otras
medidas progresistas.
1856, octubre 13
En sesión del Senado enuncia tres pilares en los que a su en-
tender descansa el progreso del pueblo dominicano: a) darle al
dominicano tiempo para trabajar y asegurarle su trabajo; b) esta-
blecer escuelas primarias y escuelas profesionales cuya enseñan-
za sea libre y sin trabas ni restricciones, y que se retribuya bien
a los maestros; c) dar más tiempo para producir y abrir buenos
caminos para hacer menos costoso el producto, más rápida la
comunicación, más rápidos los cambios.
1856, octubre 18
Presenta renuncia como senador de Santiago.
1856
Publica su obra El montero. Novela de costumbres en El Correo de
Ultramar, París.
1857, marzo 11
Ejercicio del derecho; ubica su oficina en la calle del Sol, Santiago
de los Caballeros.
1857, mayo 8
Da a la publicidad el primero de sus ensayos: Apuntes para los
cuatro ministerios de la República. Escrito en Santiago, se trata de
un opúsculo en el que aborda temas políticos, económicos, jurí-
dicos e histórico-sociales. Constituye el primer esbozo crítico de
la historia dominicana que parte de la era colonial.
1857, junio 17
Es elegido presidente de la Comisión Oficial Diputada sobre
la Frontera del Norte, la cual estaba integrada por Fernando
Valerio, José Hungría, Antonio Batista y Bonó. Dicha Comisión,
reunida en Sabaneta, celebró conferencias con su homóloga hai-
tiana los días 18 y 19 de junio a fin de procurar zanjar diversos
conflictos fronterizos.
1857, junio 19
Expone a los integrantes de la Comisión Oficial del gobierno
haitiano el cese de la conferencia, en vista de que no aceptaron
estipular por escrito lo que ya habían discutido y convenido: que
ambos gobiernos evitarían el merodeo por la zona norte de la
frontera.
1857, julio 7
Toma parte activa y directiva en la revolución liberal contra el
presidente Buenaventura Báez. Aparte de la firma del Manifiesto,
1857, septiembre 25
Es elegido diputado al Soberano Congreso Constituyente de
Moca.
1857, diciembre 7
Es diputado por Santiago en el Soberano Congreso Constituyente
de Moca. Con varios votos para presidir dicho Congreso, resulta
escogido como secretario.
1857, diciembre 10
Recién instalado el Congreso, su padre José Bonó presenta re-
nuncia como diputado en representación de la común de San
Francisco de Macorís.
1857, diciembre 18
En el marco de los debates efectuados en el Soberano Congreso
Constituyente de Moca defiende los postulados del sistema fe-
deral y refuta los del sistema centralista.
1858, enero 23
En sesión del Congreso Constituyente lanza duros ataques al
presidente Báez y propone su aislamiento.
1858, febrero 16
Redacta y da lectura, dentro del Congreso Constituyente, al
decreto con el que se promulga la Constitución.
1858, agosto 28
Tras la renuncia del presidente Valverde, y en su condición
de presidente del Congreso Nacional, anuncia a los generales
Fernando Valerio y Juan E. Gil su designación como máximas
autoridades del Gobierno de Santiago.
1858, agosto
A causa del triunfo de la facción santanista, sale desde Montecristi
con destino a Filadelfia. Le acompañan sus amigos Ulises Francisco
Espaillat, José Desiderio Valverde, Benigno Filomeno de Rojas y
Domingo Mallol. La residencia por varios meses en Estados Unidos
le llevará al conocimiento directo de sus instituciones modernas.
1859
De regreso en Santiago, se dedica al ejercicio profesional del derecho.
1860, diciembre 17
Se desempeña como procurador del Tribunal de Primera
Instancia de Santiago.
1861, marzo 24
Seis días después de proclamada la anexión de la República
Dominicana a España, personalidades de Santiago se pronun-
cian a su favor; su firma no aparece dentro del listado.
1861, octubre 1
Recibe autorización para ejercer como defensor público.
1863, septiembre 6
El incendio de Santiago, desatado en el fragor de la guerra de la
Restauración, redujo a cenizas la casi totalidad de las edificacio-
nes de la ciudad. Bonó perdió todo: residencia, biblioteca, loca-
les comerciales, etc. En carta a J. de J. Castro testifica: «Debo
manifestar a Ud. Que vivía en Santiago en el año 1863 y fui una
de las víctimas del incendio de ese año. Casas, tienda, almacén,
biblioteca, todo se quemó y solo salvé la ropa que me cubría, que
a los ocho días ya estaba hecha jirones».
1863, septiembre 13
El general Gregorio Luperón le designa, junto a U. F. Espaillat,
P. Pujol y R. Curiel, representante en la Conferencia que cono-
cería la capitulación de las fuerzas españolas en Santiago.
1863, septiembre 14
Es instalado en Santiago el Gobierno Provisional Restaurador.
Es nombrado comisionado de guerra junto con Julián Belisario
Curiel. Estampa su firma en el Acta de la Independencia o
Manifiesto de la Revolución. Un relato de J. Max Ricardo R.
expresa: «En los comienzos de la Revolución Restauradora se
presentaron una tarde a su Oficina don Ulises Francisco Espaillat,
don Pablo Pujol y Julián Belisario Curiel a pedirle que redactara
el Acta de la Independencia o Manifiesto de la revolución, dictán-
dole don Ulises: “Pierre, coge la pluma, que tú eres el historiador,
y estás ante la posteridad y escríbelo”».
1863, septiembre 28
Es designado por el Gobierno comisionado para la consecución
de un empréstito voluntario entre los habitantes del Cibao.
1863, octubre
En calidad de ministro de la guerra, es designado comisionado
en la provincia de La Vega, jurisdicción que serviría de escenario
para el desarrollo de cruciales enfrentamientos bélicos con las
tropas españolas dirigidas por el general Pedro Santana.
1863, octubre 5
En su condición de ministro de la guerra, se traslada al cantón
de Bermejo, en las proximidades de Yamasá y Monte Plata, zona
que el Ejército español se proponía conquistar para avanzar ha-
cia el Cibao.
1863, octubre 8
La Logia de Santiago expide una certificación mediante la cual
le confiere los tres primeros grados que otorga la masonería.
1863, octubre 19
El Gobierno de Santiago aprueba sus ejecutorias en la provincia
de La Vega, expresándole que «Ud. mejor que otro alguno pue-
de desempeñar esa delicada misión».
1863, octubre 21
Se encuentra en La Vega desempeñando su función de co-
misionado. Preocupado, el Gobierno de Santiago le instruye
en torno a «curar de raíz el mal de la sonsaca», asegurándole
a Bonó que se actuará de acuerdo a como «su prudencia le
aconseje».
1863, octubre 25
En La Vega. El Gobierno le manifiesta que aprueba «la combina-
ción militar que Ud. ha observado en la colocación de los diferentes
cantones, así como del plan estratégico, el que será una bendición
del cielo si el General Florentino se encuentra en El Higüero […]
El croquis del teatro de la guerra se ha recibido […]».
1863, diciembre 30
Permanece en la común de San Francisco de Macorís, donde
viven su padre y hermanos.
1864, febrero 10
En San Francisco de Macorís, el Gobierno le dice: «Esta
Superioridad tiene a bien manifestarle que las observaciones que
contiene su oficio han merecido la aprobación; de todo lo que le
da infinitas gracias».
1864, febrero 23
Presenta su renuncia como ministro por quebrantos de salud.
El Gobierno reacciona: «Antes que aceptar la dimisión hará
mejor el sacrificio de esperar que su salud le permita pasar
a ésta para que nos ayude con su actividad, patriotismo y
conocimiento».
1864, abril
Establece contacto con Juan Pablo Duarte, el cual había llegado
de Venezuela para prestar su colaboración en favor de la libera-
ción de la patria.
1864, mayo 12
Cesa en su cargo de comisionado de guerra, función compartida
con Matías Ramón Mella y Julián Belisario Curiel. Dirige, hasta
el mes de junio, el Ministerio de Relaciones Exteriores. También
ocupa, de forma provisional, el Ministerio de Hacienda.
1864, junio 18
Sale con destino a Puerto Príncipe, como enviado confidencial
del Gobierno ante el presidente haitiano Geffrard, al cual se le
solicita ayuda para la causa bélica contra España. En la capital
haitiana permanece alrededor de dos semanas, hasta que recibe
una comunicación de las autoridades donde estas expresan que
entre la Reina de España y la República de Haití existían relacio-
nes de amistad. Con ello dejaban sentado que no reconocerían al
Gobierno Provisional con asiento en Santiago.
1864, noviembre 4
Tras enterarse del golpe de Estado y posterior fusilamiento
del general José Antonio Salcedo, presidente del Gobierno
Provisional y prócer de la Guerra Restauradora, abandona
Santiago, declarando que solo volvería el día que la justicia acla-
rase dicho crimen. En San Francisco de Macorís, donde pasa a
residir, se dedica a la práctica del derecho, la medicina empírica,
el comercio, el periodismo, la agricultura y la industria, así como
también al librepensamiento y la filantropía.
1865, febrero 12
Detenido en Santiago. Expresa su propósito de regresar a Macorís.
1865, febrero 23
Nace su hija Florencia Fernández en Macorís.
1867, junio 12
El presidente José María Cabral y Báez le nombra, mediante
decreto, ministro de la Suprema Corte de Justicia.
1867, junio 26
Es designado secretario de Estado de justicia e instrucción pú-
blica y encargado de las relaciones exteriores a través de un de-
creto del presidente José María Cabral. Permanece en ejercicio
de tales funciones desde el 29 de julio hasta el 14 de diciembre.
1867, agosto 28
Lanza encomios a la Guerra de la Restauración. Expresa: «La
gran Guerra de la Restauración mostró al pueblo dominicano
bajo una nueva faz, reveló su indomable energía, sus inagotables
recursos y su inquebrantable voluntad de ser libre e indepen-
diente […] Ha reaparecido con una aureola de gloria que le han
conquistado los aplausos y simpatías de todas las naciones».
1867, septiembre 5
Hace su llegada a Santo Domingo el ilustrísimo antillano, nativo
de Puerto Rico, Ramón Emeterio Betances, quien es invitado
por Bonó para dictar cátedras en la nueva carrera de medicina
establecida por él en las instalaciones del Seminario Conciliar.
1867, octubre 8
Mientras ostenta el cargo de secretario de Relaciones Exteriores
enuncia un sabio principio de geopolítica relacionado con la
República Dominicana: «Con respecto a las grandes naciones maríti-
mas, la integridad de nuestro territorio es la mejor garantía. En cual-
quier choque de grandes potencias seremos forzosamente neutrales,
porque nuestra pequeñez nos impondrá esta línea de conducta».
1867, noviembre 2
Sostiene que la ilustración pública ha sido descuidada, motivo
por el cual la ignorancia por doquiera nos cerca, nos invade, nos
ahoga.
1867, noviembre 16
Realiza una importante exposición al presidente José María
Cabral y Báez acerca de los ministerios de Justicia e Instrucción
1867, noviembre 18
Expresa gratitud al cónsul dominicano en Nueva York por la re-
comendación de traer al doctor Ramón Emeterio Betances para
abrir la cátedra de medicina en Santo Domingo. Expresa: «Es
una de las mejores adquisiciones que la República puede haber
hecho».
1867, diciembre 14
Presenta su renuncia al presidente José María Cabral en su con-
dición de secretario de Estado de justicia, instrucción pública y
relaciones exteriores. La Presidencia mostró satisfacción por el
patriotismo y lealtad con que desempeñó sus funciones.
1868, diciembre
Ejerce funciones como regidor del Ayuntamiento de San
Francisco de Macorís.
1870, enero 2
Es designado por el presidente Báez como juez de primera ins-
tancia de La Vega.
1872, julio 22
Presta servicio a la comunicad macorisana desde la posición de
alcalde constitucional y actúa como notario público.
1874, mayo 29
La Sociedad de Estudios y Recreo La Joven Macorisana le nom-
bra socio honorario.
1875, marzo 6
La Gobernación de La Vega le expide pasaporte para viajar a
Europa.
1875, abril 16
Llega a París. Tres semanas después escribe a su hermano Manuel
de Jesús Bonó: «No se puede negar bajo cualquier aspecto que lo
veas que París es lo mejor que hay en la tierra».
1875, abril 26
En carta a su padre se lamenta de no poder llegar a España de-
bido a que la ruta estaba obstruida por la guerra de los carlistas
y no estaba dispuesto a tomar la ruta marítima. El tiempo lo
dedica a conocer París: «Ando tanto que hasta un juanete se me
ha hinchado de tanto andar».
1875, abril 27
Estando en París sufre los síntomas de su enfermedad. El doc-
tor Archambault le diagnostica una dispepsia acompañada de
mucha debilidad. Expresa: «él la llama la enfermedad de Santo
Domingo, porque casi todos ahí la padecen y él también la esta-
ba padeciendo».
1875, abril 28
Dice a su hermana Casimira Bonó: «El catarro va mejorando, el
estómago es cierto continúa mal, yo creo que ésa es una enfer-
medad incurable».
1875, mayo 4
Visita Bruselas.
1875, mayo 5
En Colonia, Alemania.
1875, mayo 12
Llevado por un guía conoce Berlín. Ve desfilar al emperador
Guillermo, al príncipe Federico Carlos, al emperador de Rusia,
al príncipe Bismarck: «En un momento ví los hombres que más
ruido hacen hoy en el mundo […] como buen filósofo fui a ver
la residencia del Rey Filósofo». Acerca de Berlín, manifiesta: «es
1875, mayo
Visita Hamburgo.
1875, mayo 29
En Londres.
1875, junio 2
Abandona Londres y sale hacia República Dominicana, vía
Nueva York.
1876, marzo 26
Es propuesto por el periódico puertoplateño El Porvenir para
formar parte del gabinete que acompañaría al presidente Ulises
Francisco Espaillat. Aparte de Bonó, lo conforman: Manuel de
Jesús de Peña y Reynoso, José Gabriel García, Luis Durocher y
Gregorio Luperón.
1876, abril 23
En San Francisco de Macorís es visitado por el Presidente
Espaillat, cuando este se dirigía a Santo Domingo para hacer
su juramentación presidencial. En la conversación le ofre-
ce un ministerio a Bonó, quien le agradece pero rechaza la
proposición.
1876, mayo 22
Es designado comisionado especial de agricultura en la provincia
de La Vega por el presidente Espaillat.
1876, junio 3
Solicita a las autoridades, en calidad de comisionado de agri-
cultura, un descascarador movido por fuerza muscular, en vis-
ta de que el arroz de pilón agrega un 50% al costo. También
hace la solicitud de una imprenta para comunicarse con sus
1876, julio 6
Impugna resueltamente la idea inveterada de que el dominicano
se caracteriza por la pereza: «Porque es preciso hacer justicia al
dominicano aunque solo sea una vez; él no merece el dictado de
perezoso con que a menudo se le regala y pocos pueblos son más
laboriosos, más endurecidos ni más valientes en la fatiga».
Publica a través del periódico El Amante de la Luz, de Santiago,
varios escritos con el título general de Estudios. Cuestión Hacienda.
1876, agosto 16
Hace un importante planteamiento de corte ecológico al soste-
ner que la extracción maderera es una industria que no debiera
llamarse productiva, sino más bien destructiva.
1876, agosto
Presta auxilio al presidente Espaillat ante la sublevación de que
fue víctima su Gobierno.
1876,
Se entrevista en Samaná con Federico Henríquez y Carvajal.
1877, febrero 26
Recibe desde Santiago una carta del ingeniero Archille Michel, el
cual le propone el establecimiento en San Francisco de Macorís
de dos colegios: uno municipal y otro privado. Sus palabras de
despedida fueron: «Su afectísimo amigo, hermano y maestro».
1880, marzo 6
Publica en el periódico El Porvenir de Puerto Plata el artículo
«Privilegiomanía». Escribe: «La tendencia de todo el mundo
aquí, es de obtener privilegios, pero qué privilegios!, es decir
1880, mayo 30
Congratula a su amigo José Gabriel García por la publicación de
su libro Memorias para la historia de Quisqueya.
1880, agosto 31
Rehúsa la designación como miembro de la Junta de Agricultura
de San Francisco de Macorís.
1880, octubre 2
Declara su admiración por el padre Francisco Xavier Billini.
1880, noviembre 4
El presidente Fernando Arturo de Meriño le escribe para soli-
citarle un informe detallado de la situación agropecuaria de la
común de Macorís del Norte.
1880, noviembre 8
En carta a Pedro A. Bobea, refiriéndose a su abuela, escribe:
«Criado por ella que profesaba a la patria de sus mayores un
culto ciego y exclusivo, bebí a la Francia por todos los poros
y me creí francés por línea masculina». En dicha carta revela
importantes rasgos autobiográficos y sobre sus antepasados.
1880, noviembre 22
Dice en carta al presidente Fernando Arturo de Meriño: «Las
clases de abajo, cimiento de la patria, no son susceptibles de
mejora rápida. La corrupción es muy honda. Vivimos porque los
grandes no permiten que entre ellos ninguno nos trague».
1880, diciembre 12
Envía la primera parte del informe solicitado por el presidente
Meriño en torno a la situación agropecuaria de su común. Cinco
meses después completa el informe solicitado.
1881, junio 19
Declara que, de los partidos políticos, el Azul (liberal) es su
predilecto.
1881, agosto
Participa en Macorís en la campaña de vacunación contra la
epidemia de viruelas.
1881, septiembre 6
El general Gregorio Luperón le escribe exhortándole a aceptar
su postulación para la Presidencia de la República.
1881, septiembre 10
Da inicio en el periódico de Puerto Plata El Porvenir a su enjun-
dioso ensayo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas.
1881, octubre 23
El editor del periódico La Voz de Santiago, al recibir de Bonó auto-
rización para reproducir sus Apuntes sobre las clases trabajadoras domi-
nicanas, motiva a sus lectores: «Al leerlo el lector experimentará ese
placer y curiosidad que solo saben despertar los grandes maestros».
Al mismo tiempo sugiere al autor dar a la estampa una obra con los
diversos trabajos inéditos que posee, con la convicción de que se
convertirá en uno de los eminentes escritores del país.
1881
Plantea la necesidad de favorecer a las clases laboriosas del país
con la instalación de pozos tubulares.
1882, enero 29
Nace en San Francisco de Macorís su segunda hija, María
Casimira.
1882, enero 31
Reacciona contrario a la presentación de la candidatura presi-
dencial del general Ulises Heureaux, promovida por el general
1882, febrero 24
Declara: «Vivía en Santiago en el año 1863 y fui una de las vícti-
mas del incendio de ese año. Casas, tienda, almacén, biblioteca,
todo se quemó y solo salvé la ropa que me cubría, que a los ocho
días ya estaba hecha jirones».
1882, febrero 28
Recibe misiva del presidente Ulises Heureaux, quien le hace
ofrecimiento de su amistad. En lo adelante, Heureaux no des-
perdiciará ocasión en prodigarle todo tipo de elogio y distinción.
1882, marzo 12
Ante la insistencia del general Luperón de que consintiera en
el lanzamiento de su candidatura presidencial, escribe: «Debo
hacerle una declaración neta y franca. Esta es que no he deseado
nunca ni deseo actualmente ser Presidente de la República como
Ud. me propuso en vísperas de su viaje y como otros señores
pretenden que sea». Advierte, a la vez, que Heureaux no debe
ser de nuevo candidato, sino más bien una personalidad del
Partido Azul, de la ciudad de Santo Domingo.
Sostiene que la independencia dominicana, lograda frente a
España, fue un hecho casi inconsciente de nuestra parte.
1882, abril 15
Desde París Gregorio Luperón le propone recoger sus escritos
en un volumen, asumiendo él la mitad del costo de la edición.
Le manifiesta: «Cada carta suya me conmueve, me agita y me
renueva los sagrados recuerdos de la Restauración».
Luperón reconoce la labor ejercida por Bonó a favor de la va-
loración positiva de los dominicanos: «Solamente Ud. los ha
reivindicado de la triste fama que desgraciadamente teníamos
de perezosos; es suya la gloria de la reparación de una gran
injusticia».
1882, mayo 22
Contribuye con la campaña económica realizada en procura de
erigir una estatua de Cristóbal Colón en Santo Domingo.
1882, julio 9
Dice: «No tengo el honor de conocer al Señor Hostos, pero
como dominicano que ama al Ozama tanto como al Cibao estoy
autorizado […] para darle las gracias […] porque aboga por las
clases desheredadas dominicanas, por la equidad, por la igual-
dad, esencia de la República».
1882, septiembre
Recibe la visita del médico y escritor haitiano doctor Dehoux.
1883, enero
Reitera su postura de no presentarse como candidato a la presi-
dencia de la República.
1883, julio 12
El presidente Heureaux, preocupado por tres misivas no res-
pondidas por Bonó, le escribe nuevamente poniéndosele a las
órdenes, reclamándole sus valiosos consejos.
1883, julio 22
Rompe el silencio y le escribe al presidente Heureaux: «No
extrañe Ud., pues, mi silencio, puesto que el desconsuelo de lo
público y el aguijón de las necesidades privadas, no dan lugar a
éste su servidor para dilatar el espíritu en otras esferas».
1883, noviembre 21
Realiza donación económica en provecho de la obra filantrópica
del presbítero Francisco Xavier Billini.
1883, noviembre 22
Confiesa a Luperón que carece de las condiciones necesarias
para desempeñar la presidencia del país: «el poder para ejercerlo
1883, noviembre 26
Recibe felicitaciones del presbítero J. F. Cristinacce, quien se
entera de que tiene una hija: «Yo no sabía que Ud. era papá; le
felicito».
1884, enero 13
Da inicio a la publicación de su ensayo Opiniones de un dominicano
en el periódico santiagués El Eco del Pueblo.
1884, febrero 3
Realiza un pedido de 77 obras a la librería Courrier des Etats
Unis, de Nueva York. En el mismo figuran autores como
Rousseau, Montesquieu, Diderot, Pascal, Lamennais, Buffon,
Fontenelle, Renan, Goethe, Shakespeare, Cousin, Cicerón, en-
tre otros.
1884, febrero 12
En carta pública Gregorio Luperón lo presenta como candidato
presidencial. Más tarde le informa: «Su candidatura ha sido bien
acogida por los hombres de alguna importancia de todos los
pueblos de la República […] y aceptada de lleno por la opinión
pública».
1884, febrero 13
Es presentado como candidato presidencial en el periódico La
Libertad, a instancia de Luperón. En esta misma fecha Luperón
le advierte y suplica: «Hay que salvar a todo trance la paz, las
libertades públicas, el progreso y la independencia de nuestra
Patria. Ayúdeme una vez más, en nombre del 16 de agosto y no
se afloje por tan poca cosa».
1884, febrero 14
El presbítero J. F. Cristinacce intenta persuadir a Bonó con res-
pecto a la candidatura ofrecida; al percatarse de que las preten-
siones de perpetuarse en el poder de Heureaux eran muy tenidas
en cuenta por Bonó, le manifiesta:
«El pequeño entourage de Lilís (presidente Heureaux, j.m.) pesa
poco en la Balanza de la Nación. En cuanto a él yo pienso que
él abrirá los ojos y no se separará del General Luperón… Haga
como Cincinato, que después de haber prestado un gran servicio
a su Patria en momentos difíciles, volvió a su arado».
1884, febrero 28
Es llevado al banquillo de los acusados por un grupo de paisanos
(M. Ma. Castillo, J. N. Brea padre, Santiago de la Cruz, etc.)
que usaron como escudo el Ayuntamiento. Con dejos de humor
Bonó narra sobre sí mismo: «se susurra en el pueblo que se quie-
re hacer Rey a Pedro: empiezan sus amigos los encomios de sus
virtudes, de su talento […], y según iba en aumento el elogio en
otros pueblos y ciudades iba el vituperio e irritación creciendo
en Nazaret (digo mal) en Macorís. Estalló por fin en Puerto
Plata, la proclamación de Pedro para Rey y estalló en cuanto se
supo en Macorís una demanda por ante el Alcalde acusando a
Pedro de contraventor.
Al que se le preparaba el sillón tuvo que sentarse en el banquillo
de los acusados».
1884, marzo 1
Envía por la prensa un Manifiesto donde declina el honor que se
le confiere al presentarlo como candidato presidencial. Aclara:
«Yo no quiero ser partidario, quiero ser dominicano».
1884, marzo 14
En carta al doctor E. Tió y Betances Bonó informa que, desde
que el periódico La Libertad presentó su candidatura, la élite
macorisana, a través del Ayuntamiento Municipal –cuyo con-
trol tenía–, lo demandó correccionalmente y lo hizo sentar en
1884, marzo 24
Mediante carta, Eugenio María de Hostos reconoce «su no-
ble actitud moral» y «el recto alcance de su entendimiento»,
al tiempo que le agradece el envío de tarjeta, «la cual tiene el
mérito de haberme relacionado con uno de los hombres de bien
que deseo tratar, en medio de los hombres de mal que me veo
forzado a esquivar».
1884, abril 13
Desde Alemania J. W. Kuck le escribe: «Más vale vivir como un
filósofo modesto y tranquilo al lado del hermoso río de Macorís
entre sus animales y hermosos frutales, durmiendo su siesta en
una hamaca, que estar sentado en el sillón presidencial, criticado
de todos y cometer errores a la opinión de amigos y enemigos».
1884, junio 15
En la despedida de la carta que le envía a Hostos, le expresa:
«Mientras llega el día en que acercándonos uno al otro podamos
apretarnos las manos de verdad y no por encima del Sillón de
la Viuda, estímolo yo a Ud. y aunados trabemos de cuando en
cuando una recia lucha contra los imbéciles […] Haciéndolo
habremos cumplido con nuestro deber de hombres».
1884, agosto
Recibe la visita del general Heureaux por encargo del general
Gregorio Luperón.
1884, noviembre 27
Expresa al presbítero Francisco Xavier Billini: «La suerte de la
Patria me tiene muy triste; su presente lo veo envuelto en la
miseria y desolación».
1885, enero 11
Se inicia la publicación de su ensayo La República Dominicana y la
República Haitiana en el periódico El Eco del Pueblo de Santiago.
1885, marzo 31
Desde París el prócer puertorriqueño Ramón Emeterio Betances
le declara su admiración: «Yo siempre he conservado de Ud. el
recuerdo más grato desde la primera vez que lo vi en el Congreso,
defendiendo un proyecto de instrucción pública. Desde ese mo-
mento mereció Ud. todo mi respeto y conquistó mi corazón […]
Leo siempre con avidez sus artículos que desbordan de sensatez
y de patriotismo».
1885, noviembre 24
Predice la dictadura del general Ulises Heureaux en carta al
presbítero J. F. Cristinacce: «En este país el Poder, el verdadero
Poder, lo tendrá el General más feliz, más atrevido, y no el po-
lítico más sagaz. Los pensadores son empujados […] al segundo
plano».
1885, noviembre 25
En carta a su amigo Gregorio Luperón critica al gobierno de
Heureaux: «El Presidente no gobierna ni manda, está en acecho,
en contemplaciones impropias de su jerarquía y dando lo ajeno a
las Gobernaciones. Todo es un desbarajuste que solo Dios… En
un tiempo el Tesoro público eran los bienes de los particulares,
hoy los bienes de los particulares lo constituye el Tesoro público,
de él sacan su subsistencia millares de zánganos y aduladores, la
hez de la sociedad».
1886, enero
Refiere, en carta a su amigo Gregorio Luperón, su precario esta-
do de salud: «Estoy hace tiempo quebrantado y achacoso; tengo
una dolencia que me inhabilita para todo trabajo intelectual
seguido. En el estómago tengo tales sacudimientos que tengo
que acostarme».
Rechaza nuevamente la candidatura presidencial que otra vez le
ofrece su amigo Luperón.
1886, enero 26
Expone a J. M. Glas que no quiere ser presidente porque ve lo
que muchos no ven, además de no gustarle dicho oficio y de que
está muy enfermo.
1886, febrero 1
A propósito de su rechazo reiterado de la candidatura pre-
sidencial, su amigo Federico Henríquez y Carvajal le argu-
menta que «su negativa puede suscitar conflictos y asumir
tremenda responsabilidad ante la historia y el porvenir de la
República».
1886, febrero
Responde a Federico Henríquez y Carvajal sobre el tema de su
postulación a la Presidencia: «libre es el señor Bonó de elegir su
día y su hora si ésta a su juicio llegare a sonar».
1887, diciembre 30
En momentos en que se inicia la dictadura de Ulises Heureaux,
Bonó propone a Luperón presentar su candidatura presidencial,
exhortándole asimismo a pensar con seriedad en los destinos que
la Providencia reserva a los negros y mulatos en la América.
1889, febrero 3
Le expresa al arzobispo Meriño su complacencia de verle por
dilatado tiempo al frente de la Iglesia: «Por eso le deseo viva
lo bastante para que aunque sea por un tiempo tengamos los
1889, febrero 9
Mediante carta, Meriño le pregunta por qué razón ya no quiere
escribir.
1889, junio 10
Obsequia a la parroquia de San Francisco de Macorís una her-
mosa custodia de plata valorada en 1,347 francos. Desfiló desde
su casa hasta la Iglesia, en tal ocasión, con más de cien pobres, a
quienes hizo donativos económicos.
1893, julio 30
En carta, expresa a Manuel de Jesús García: «Aquí, amigo, cada
día más viejo y más desconsolado con la suerte de mi Patria, se
entiende viéndola por el vidrio del Macorís del Norte».
Solicita a Manuel de Jesús García el favor de sufragar el costo
de suscripción por un año de la Revista L’Independance Belge,
por ante su agente en el país, su amigo Federico Henríquez y
Carvajal.
1894, noviembre 20
Responde y agradece la solicitud que le hiciera el periodista
Manuel de Js. de Peña y Reynoso, en el sentido de enviarle un
retrato para la Sección de Vivos Notables. Le responde: «no puedo
actualmente acceder a su deseo de que le remita mi retrato con
algunos apuntes biográficos, pues mi deseo más pronunciado
hoy día es vivir completamente ignorado de la generalidad, con
excepción de algunos generosos amigos como Ud., de quienes
buenos recuerdos conservo».
1895, marzo 1
El presidente Heureaux le manifiesta su pesar por el incendio
que afectó sus propiedades en San Francisco de Macorís.
1895, junio 7
Pone a circular la edición No. 1 de la Revista del Congreso
Extraparlamentario. Diario de los Debates en San Francisco de
Macorís. Simula un congreso alternativo, donde los habitan-
tes de cada provincia y distrito escogen un representante para
«discutir los altos y difíciles problemas que la sociedad de que
forman parte pide que con urgencia se resuelvan».
1895, junio 8
En plena gestión dictatorial le dice a Heureaux: «Veo a todos tan
tristes, tan miserables, que desearía hacer algo por mi pobre patria.
Mis armas son la predicación, pero no tengo púlpito donde subir-
me. Aquí solo hay una imprentita tan mísera como nuestro estado
actual, y muchas veces quise pedirle una […] donde yo externara
algunos conceptos que tal vez serían útiles a la patria… Si me pro-
mete guardarme entro en acción, aunque sea en una guerrillita».
1895, junio 9
En carta, R. E. Hernández le congratula por el Congreso Extra-
parlamentario. Le expresa: «Nuestro país, Don Pedro, necesita
que hombres así como Ud., que miran alto y piensan hondo, y
que viven para inspirarse siempre en la fuente del bien común,
le presten su valiosa ayuda, pues solo podrá mejorar la grave
situación económica que le aqueja».
1895, junio 22
El presidente Heureaux le expresa: «Un hombre dotado de su
prudencia y de su reconocido buen tacto […] ¿podrá ser sos-
pechado de herir o modificar los intereses de su aliado, que en
suma no habían de ser otros sino los de él mismo? De ningún
modo. El púlpito que Ud. necesita le será proporcionado».
1895, octubre
Le escribe Gregorio Luperón celebrando la lectura de la Revista
del Congreso Extraparlamentario, especialmente «por haber pues-
to el dedo en la llaga sin lastimarla».
1896
Gregorio Luperón hace pública su obra Notas autobiográficas y
apuntes históricos. En el Vol. II le dedica una semblanza. Escribe:
«Es Bonó filósofo profundo, capaz de leer hasta en el fondo de
las humanas intenciones y de abrazar en su fecunda mente las
diversas ramas del saber humano».
1896
Sugiere al presidente Heureaux traer a Santo Domingo al gene-
ral Luperón, quien se encontraba enfermo de un terrible cáncer
en Saint Thomas.
1898, febrero 28
Expresa gratitud a su amigo Federico Henríquez y Carvajal por
el puntual envío de su periódico Letras y Ciencias.
1899, julio 25
Es designado por el presidente Heureaux para presidir la
Comisión encargada de incinerar los billetes del Banco Nacional
en San Francisco de Macorís.
1899, julio 26
Presenta formal renuncia al puesto de presidente de la Comisión
que en Macorís se encargaría de retirar e incinerar públicamente
los billetes del Banco Nacional. Explica al presidente: «Ninguno
mejor que Ud. conoce mi vida actual y formales propósitos y
hay que agregar que aun cuando no los tuviera de esa índole,
los achaques inherentes a la vejez no me permiten desempeñar
ningún puesto público, por poca actividad que su despacho
implique».
1900, marzo 11
Escribe al arzobispo Meriño: «Aunque algo triste por mi patria
y aunque muy viejo y desengañado, me queda bastante fe para
saber que los tiempos se siguen y no se parecen, y que pue-
de llegar un día en que el presente y el porvenir no sean tan
1901, junio 1
En respuesta a Bonó, Meriño anticipa la ocupación de Estados
Unidos en 1916: «Sobre los asuntos de la patria, lo que debemos
es abrigar la convicción de que, por desgracia nuestra, acabare-
mos nuestros días oyendo hablar inglés».
1903, diciembre 31
Confiesa en su última carta a Meriño: «estudiando, observando,
padeciendo, gozando, viviendo, en fin, entre todas estas maneras
de ser mi vida, nada he encontrado que me satisfaga por comple-
to, solo Jesucristo».
1905, marzo 14
Declara al Ayuntamiento de San Francisco de Macorís que los
beneficios derivados de su alambique pequeño serán destinados
exclusivamente a los pobres del pueblo.
1906, septiembre 15
Muere en San Francisco de Macorís, su pueblo adoptivo.
Decreto
JOAQUÍN BALAGUER
Presidente de la República Dominicana
NÚMERO: 303-88
385
DECRETO:
JOAQUÍN BALAGUER
Comisión Oficial1
PRESIDENTE
Monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito
Presidente de la Academia Dominicana de la Historia
MIEMBROS
General E. N. Aquino Guzmán Pérez
Representante de la Secretaría de las Fuerzas Armadas
2006.
389
G H
López, José Ramón 121-122, 135, Marx, Karl 88, 145-146, 314
151, 153 Mateo, Andrés L. 148, 235, 278,
Louverture, Toussaint 303 306-307, 342, 350
Lugo, Américo 137, 152-153 Mayor, Jorge 350
Luperón, Gregorio 101, 108, 111, Medrano, Andrés López de 57-58,
115-117, 119, 124-125, 134, 136, 125, 248, 290
138-139, 141, 146, 156, 161, Mejía, Bartolo 93, 117, 167
167, 169, 171-172, 174, 196, Mejía, Inés 93, 357-358
202, 206, 208-210, 213, 227, Melville, Herman 265
236, 244, 267-268, 280-281, 285, Mella, Matías Ramón 107-108
291-292, 294, 296, 298, 337, Mella, Pablo 27, 158, 335, 337
362, 369, 372-379, 381-382 Menéndez y Pelayo, Marcelino 41,
Luz y Caballero, José de la 24, 75, 350
270, 275 Meriño, Fernando Arturo de 77,
Llerena, Cristóbal de 246-247 115, 125, 136, 181-186, 279,
Lluberes, Antonio 77, 349 292, 371, 379-380, 382-383
Michel, Achille 96-98, 106, 276, 370
M Mill, John Stuart 69
Minaya, Edickson 173
Maceiras Fafián, Manuel 60, 349 Miñano, Sebastián 145
Madariaga, Salvador de 44 Miranda, Francisco de 45, 49
Maldonado-Denis, Manuel 301-302 Moctezuma 254
Mallol, Domingo 103, 362 Molina, Enrique 88
Manzueta, Eusebio 107, 117, 167 Molina, Juan Ignacio 36
Mañón Arredondo, Manuel de Monción, Benito 109, 202
Jesús 386-387 Montalvo, Juan 24, 56, 144, 192,
Mariana, Juan de 43 270, 350
Mariátegui, José Carlos 78, 298 Montás (apellido) 97
Marión (apellido) 97 Monte, Félix María del 138, 165,
Mármol, José 152-153 180, 279
Martí, José 8, 17, 20, 68, 78-79, 82- Montesino, fray Antonio de 246, 266
83, 89, 95, 103, 125, 207, 211, Montesinos, José F. 100
218, 234, 272, 296, 300-301 Montesquieu, Charles Louis de
Martínez Almánzar, Juan Francisco Secondat, barón de 42, 44-47,
26, 93-94, 97, 334 175, 199, 214, 228-229, 267,
Martínez Paulino, Marcos Antonio 350, 375
337 Mora, José María Luis 24, 144, 192
Martínez, Rufino 93, 137, 166, 193, Morales Pérez, Salvador E. 59, 350
337 Morelos, J. María 43, 45, 49, 75
399
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge
Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación
de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E.
Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael
Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael
Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XC Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCI Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. CLXXXVII Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad
Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIII Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de
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Colección Juvenil
Vol. I Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. II Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. III Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
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Vol. IV Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo,
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Vol. V Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VI Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VII Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. VIII Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
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Colección Referencias