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Antropologia Teolog. Ii
Antropologia Teolog. Ii
El pecado tiene un efecto cósmico. En el hombre hay una doble muerte: corporal y espiritual. dios es
fuente de vida no sólo porque es el creador.
El alma racional fue constituida en un lugar intermedio y recibió la orden de gobernar lo inferior y
someterse a lo superior.
En Civitate Dei (13-14) expone que en aquellos primeros hombres del mundo no habían desobediencia de
la carne.
1
SAYES, José Antonio. Antropología... pp. 158-159
1.2 Concupiscencia.
1.2.1 Concepto.
1. Etimología: Procede del vocablo latino concupiscere, concupiscentia, que significa deseo o afán vehemente,
intenso, por el cual una persona se siente fuertemente atraída por algo.
2. Al incorporarse a la cultura cristiana, el término concupiscencia ha adquirido un matiz religioso; por
concupiscencia se entiende, principalmente, el afán de las cosas terrenas, opuestas a las espirituales o divinas,
aunque no rara vez su significado se reduzca al deseo sensual (líbido) o a la ambición de acaparar bienes
(avaricia).
3. Su existencia es un hecho que pone de manifiesto la introspección más simple. Las inclinaciones que contrarían el
ideal de vida, las tendencias que repugnan contra lo que la razón señala como más noble, esa fuerza animal que
Platón denomina epithimia y de modo gráfico localizaba en el vientre; todas esas tensiones internas ponen al
hombre frente a frente con su concupiscencia.
4. Fenomenológicamente, la concupiscencia se muestra siempre como una fuerza irracional, de honda raíz biológica,
que desde el fondo misterioso y poco conocido de la personalidad profunda, intenta subyugar las funciones y
aspiraciones más elevadas del ser humano. Se resiste a ser identificada con esta o aquella tendencia; unas veces se
presenta como una desmedida ambición de gloria y poder; otras, como un afán insaciable de apoderarse de objetos
o conocimientos; otras, en fin, como una búsqueda irrefrenable de placeres o sensaciones nuevas.
5. La concupiscencia surge en edad temprana y perdura hasta la vejez, desapareciendo sólo con la muerte. A lo largo
de la vida, aparece como un elemento de división, por no tener en cuenta las exigencias de la totalidad de la
persona. Busca su satisfacción, independientemente del bien o mal que acarree. Como fuerza, puede ser fuente de
desarrollo y progreso; como impulso animal y ciego, más bien es causa de involución y fracaso, tanto en un plano
personal como social. En definitiva, la concupiscencia se muestra, pues, como una fuerza que es necesario
controlar de algún modo. Los antiguos propusieron dos soluciones diversas:
a) La escuela epicúrea, coherente con su identificación de la bondad con el placer, sostenían, la necesidad de
controlar la concupiscencia para evitar las consecuencias amargas y dolorosas que reporta el desorden del
apetito. Su ideal era la ataraxia, la ausencia de dolor o inquietud.
b) Para los estoicos, el control de la concupiscencia era suficiente; por ser un impulso irracional, debía ser
extirpado, anulado, hasta conseguir la apatheia, el estado ideal en que no existirían ya inclinaciones o pasiones.
2
Mouroux, J. “Sobre la dignidad de la persona humana”. Tomado de: La Iglesia en el Mundo de Hoy .
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1.2.2 La concupiscencia en la Sagrada Escritura.
1.2.2.1 El Antiguo Testamento.
1. Aproximadamente se hace referencia unas 60 veces en los libros de la Biblia a la concupiscencia. En hebreo se
expresa con el término ta’awach, que significa deseo, y que en la versión de los LXX se tradujo por epithimia, sin
adquirir el sentido de apetito inferior, bajo y despreciable, que le atribuían los griegos. Unas veces es el simple
deseo de cosas sensibles, como el alimento (Sab 16,3) o el placer sensual (Eccli 9,9); otras, de bienes espirituales
(Sab 6,21; Sal 83,3; 118,40; Eccli 24,26). Sin embargo, a medida que avanza la historia del pueblo elegido, la
concupiscencia se presenta cada vez más como una fuerza que se opone a la voluntad de Dios y, por tanto, es
fuente de pecado. El Señor impone en la ley: non concupisces (Ex 20,17; Dt 5,21; 7,25); y la transgresión del
mandato lleva aparejado el castigo, como sucedió en el desierto (Num 11,4-34; Sal 106,4), como aconteció a
David con la mujer de Urías (2Sam 1-12) y a Acab con la viña de Nabot (1Re 21). La concupiscencia y su
consecuencia inmediata, el pecado, son vistos como algo connatural a la vida humana: nacemos ya pecadores (Sal
50; Job 14,4). La causa se narra en el inicio del Génesis. Eva, tentada por la serpiente, incumple el mandato de
Dios, dejándose llevar por el deseo de ver que el fruto prohibido era bueno, hermoso y apetecible (Gen 3,6), y
arrastró a Adán a su pecado. A partir de ese mismo instante perdieron nuestros padres el estado de justicia original
que incluía el don de integridad (Gen 2,25) y se desata la concupiscencia: «se les abrieron los ojos» (Gen 3,7). El
pecado «estará a la puerta como al acecho» (Gen 4,7).
3
Tomado de SAYES, José A. Antropología del hombre caído pp. 353ss.
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elevada, como si la altura óntica fuera garantía de moralidad. Es el hombre, el hombre todo, el que está en lucha
consigo mismo. Por esa desviación viene el error, entendiendo el concepto paulino de carne como un elemento
antropológico, como oposición de lo sensible a lo espiritual, cuando en realidad es un concepto religioso: el hombre
sin la gracia y dominado por el pecado.
Con semejantes prejuicios no se puede entender bien el don de la integridad, pues no se ve cómo puede
concebirse, en una naturaleza sin pecado, una rebelión de la parte inferior que incite exclusivamente al mal. Ello
introduciría de antemano una contradicción interna en la estructura antropológica del hombre.
Es preciso, por tanto, hacer una clarificación del concepto de concupiscencia. Habría que decir que
«concupiscencia», en su sentido más estricto, es el acto de la facultad apetitiva dirigido hacia un bien o valor
determinado, que surge espontáneamente de la conciencia en virtud de la dinámica natural humana (p. 391). Se trata
de una tendencia espiritual sensible que puede dirigirse a un objeto sensible o a lago que trasciende la experiencia. En
todo caso, es algo que precede a la libre decisión del hombre, es el apetecer espontáneo del hombre en cuanto previo
a la libertad y persistente contra ella.
En efecto, lo propio de la persona es hacer una opción de libertad dirigida hacia el bien en cuanto tal y, en último
término, hacia Dios. Por ello mismo, es un acto por el que la persona busca disponer de sí misma en su totalidad,
haciendo una opción, más que sobre un objeto concreto, sobre sí mismo en cuanto sujeto. La libertad surge del centro
más íntimo del sujeto. Es esencialmente una disposición del hombre sobre sí mismo.
Pero, en esta decisión personal, el hombre encuentra una resistencia en su naturaleza, de modo que esta
disposición total de sí mismo no llegará nunca. La naturaleza, campo de lo espontáneo, precede, pues, a la libertad y
ofrece resistencia a la disposición total y libre de la «persona» sobre sí misma. A la naturaleza pertenece todo aquello
que precede necesariamente a la decisión libre de la persona. La decisión libre tiende a que el hombre, ante Dios,
disponga de sí mismo como una realidad total. La persona pretende que toda su naturaleza, en la medida en que
dispone de ella, sea pura transparencia de sí misma.
La concupiscencia tiene, pues, un carácter natural. Éticamente considerada es ambivalente. Lo mismo puede
intervenir como factor retardante del bien que del mal.
Habría que pensar, por tanto, continua Rahner, que el don de la integridad que Adán tenía, más que en la
supresión de esa espontaneidad o apetencia, consistía en el dominio de la misma por parte de la persona, es decir, en
la integración de la misma en la dinámica de la actitud personal.
El don de integridad no es, pues, ausencia del apetecer. Adán, que poseía el don de la integridad, no era menos
sensible ni menos espiritual, en un sentido más neoplatónico que cristiano...El don de integridad es el poder total de
la autodeterminación, del dominio de sí.
Pero si la concupiscencia es esto, se pregunta Rahner, parece que sea algo tan natural e inocuo que no tenga nada
que ver con el sentido trágico que un Pablo, un Agustín o un Lutero resaltaron. Es cierto que la concupiscencia, por
su parte, es una dimensión natural; pero, por otro lado, supone en el hombre un desorden tan imperioso que no puede
deber su existencia al Creador bueno y omnipotente.
Rahner pretende explicar esta dimensión trágica de la concupiscencia por un camino que no convence del todo.
Viene a decir que, en el orden actual, el hombre que ha sido elevado por la gracia a un fin sobrenatural, experimenta
la concupiscencia de forma diferente a como la experimenta el hombre de la naturaleza pura.
La ordenación al fin sobrenatural hay que entenderla, dice Rahner, como un existencial ontológico-real del
hombre que le califica real e intrínsecamente. Además, ese existencial pertenece al mundo de lo consciente (aunque
no reflejo). Ahora bien, dice Rahner, si tenemos en cuenta que los dones preternaturales fluyen de la gracia
santificante con toda naturalidad, el hombre concreto experimenta la muerte y la concupiscencia como algo que
contradice lo más hondo de su espíritu. Tiene lugar así una discrepancia ontológico-real.
A decir verdad, esta explicación no convence; en primer lugar, aunque el orden de la elevación de la gracia sea el
único orden existente de hecho y aun teniendo en cuenta que dicha elevación no es algo meramente jurídico, sino que
culmina la naturaleza humana, no hay que olvidar que se trata de un don indebido, de modo que no se puede entender
que su privación sea una tragedia para el hombre. Es además poco probable que algo que no se experimenta temática
y reflejamente (la elevación al orden sobrenatural) pueda producir una experiencia dolorosa en el hombre.
La concupiscencia es, pues, una tendencia natural i espontánea de las facultades anímico-sensibles del hombre,
previa a la decisión libre de éste; tendencia que el hombre podía dominar espontáneamente en la medida en que
estaba anclado en Dios y que, ahora, ya no puede dominar por sus propias fuerzas. El hombre en estado de naturaleza
pura, pudiendo amar a Dios sobre todas las cosas con amor natural, dominaría también sus facultades y sus
apetencias; pero el pecado de Adán hizo que el hombre perdiera no sólo la gracia santificante, sino la misma
capacidad natural de amar a Dios sobre todo. Perdida ésta por la esclavitud del demonio, el hombre experimenta en sí
mismo el desorden y el desequilibrio interior.
4
Ignacio Carrasco de Paula. GER. Voz: Concupiscencia. 4. Valor moral de la concupiscencia (p. 194ss).
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sin embargo, está ordenado a un fin superior. Y el pecado surge cuando se desea el placer en sí mismo,
independientemente de su fin, y la voluntad accede a ello. Entonces ni siquiera es necesario que el deseo se lleve a
término (Mt 5,28).
d) Por el contrario, cuando la voluntad, lejos de consentir, resiste ante el apetito desordenado, no sólo «no hay
pecado, sino materia para el ejercicio de la virtud» (Sum Th. 1-2 q.80 a3 ad 3), convirtiéndose en fuente de
progreso interior y de mérito.
e) La concupiscencia, además, como integrante de la persona humana, interviene modificando en ocasiones la
moralidad del acto. Puede ser que excite la voluntad, empujándola a actuar; en esos casos aumenta la
voluntariedad del acto, porque refuerza el querer, la volición; sin embargo, disminuye la responsabilidad moral,
tanto porque «peca menos el que padece una tentación mayor» (Sm Th. 1-2 q73 a6 ad2), como, y principalmente,
porque coarta la libertad, alterando el juicio del entendimiento.
f) En ocasiones, la concupiscencia no precede al acto voluntario, sino que lo acompaña. Unas veces de un modo
espontáneo, debido a la fuerte atracción que un objeto ejerce sobre la voluntad. En este caso no tiene valor moral
alguno, pues sólo es un signo de la intensidad del acto voluntario, del mismo modo que los cambios fisiológicos
son signos de la fuerza de una emoción.
1.3.3.1 Lutero.
Para afirmar la gratuidad de la justificación del pecador, no halla otra salida que negar la libre participación del
hombre en su propia salvación. La voluntad humana cooperaría con la gracia de Dios de un modo puramente físico,
pero sin que haya una auténtica autodeterminación a secundar la iniciativa divina. Admite, pues, sólo una libertad de
coacción externa, pero no de necesidad: el hombre de por sí no puede dejar de pecar, y si se salva es sin mérito
alguno de su parte. Este error fue llevado al extremo por Calvino, que recogiendo la doctrina de Wicleff y Hus,
afirmó la existencia de una predestinación positiva e incondicionada al infierno. En contra de la clara enseñanza de la
S.E. sobre la voluntad salvífica universal, Dios destinaría a la condenación a algunas almas sin prever siquiera sus
desmerecimientos futuros (GER. Libertad, p. 324).
a) La justicia original era algo esencial a la naturaleza humana. De donde se infiere que, al perderse por el pecado
la justicia original, la naturaleza humana haya quedado esencialmente herida, viciada y deformada, y el libre
albedrío completamente extinguido (Dz 776 y 815). De aquí resulta que el pecado es algo intrínseco y esencial
al hombre, que nunca puede ser borrado.
6
“Liberum arbitrium non evacuatur per gratiam sed statuitur, quia gratia sanat voluntatem qua iustitia diligitur”
(De spir. et lit. 52: PL 44,233)
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b) Todas las obras del hombre, aun aquellas que hace en orden a prepararse a la justificación y aquellas otras que
hace después de la justificación, todas son pecado.
c) La justificación sólo hace que las obras malas no sean imputadas al justo ante los ojos de Dios (Dz 771, 772,
775, 776, 817, 835).
d) El hombre, como árbol esencialmente malo, no puede menos de dar malos frutos.
La doctrina sobre la libertad. Fue Erasmo, que en un principio había simpatizado con el monje agustino en
cuanto que éste fustigaba ciertos defectos de la Iglesia que también reprendía el humanista de Rotterdam, el que más
hondamente sintió la posición de Lutero en torno a la libertad.
En 1524, mientras Erasmo componía su Diatriba, Lutero, que temía la entrada en batalla del gran humanista se
anticipó escribiéndole una carta que era al mismo tiempo de respeto y amenaza. Lutero temía a Erasmo por su cultura
y por el prestigio de que gozaba. Erasmo publicó sus reparos al concepto luterano de libertad, y Lutero contestó con
su De servo arbitrio, en el que consolidaba definitivamente, con su estilo áspero y polémico, el principio de que el
hombre, corrompido por el pecado original, no goza de libre albedrío. ¿Cuáles son las razones de Lutero para negar la
libertad del hombre?
a) La razón fundamental es, sin duda, la corrupción del hombre por el pecado original (Weimar 18,786).
b) La doctrina de San Pablo a los romanos, que representa al hombre como un ser impotente ante la ley, incapaz
de hacer obra buena alguna. (Ibid)
c) Hay también una razón cristológica: si creemos que Cristo ha redimido al hombre, hemos de admitir que estaba
totalmente perdido.
d) Finalmente, hay también una razón filosófica: la presciencia absoluta que Dios tiene de todos los actos
humanos es algo que niega la existencia de la libertad en la criatura.
1.3.3.3.2Jansenismo.
Controversias de Bañes, O.P. y Molina S.J. : Cronológicamente hablando, después de las tesis de Bayo y antes
de la entrada en escena de Jansenio tiene lugar la famosa controversia De auxiliis. Estalló en Salamanca en una
defensa de tesis el año 1582 y alcanzó proporciones gigantescas. Clemente VIII abocó la causa a un tribunal,
imponiendo silencio a las dos partes. Las controversias continuaron durante el papado de Pablo V, el cual ordenó por
fin consultar a personal autorizado e imparcial, el cual no se resolvió de forma autoritaria. A este ambiente se agrega
la infiltración del rigorismo calvinista (particularmente en los Países Bajos y Francia); con lo cual el jansenismo
puede aparecer como un Calvinismo moderado.
El jansenismo abarca dos etapas: La primera abarca desde la publicación del Agustinus,(1640), hasta la paz
clementina (1668), o sea hasta que los cuatro obispos rebeldes se sometieron a las decisiones de Roma; se pueden
distinguir dos aspectos: El dogmático (Sintetizado en el libro Augustinus, de Jansenio, y en los escritos de controversias a
que dio ocasión). El moral (centrado en el libro De la frecuente comunión, de Antonio Arnauld y en las Provinciales de
Pascal). La segunda desde la aparición de Quesnel (1701) hasta que se sometió el arzobispo Noailles de París (1728),
aceptando la bula Unigenitus. En Quesnel se amalgama lo dogmático con lo moral y lo devocional.
Muerte de Jansenio y prisión de Saint-Cyran: Persuadidos de su misión de reformar la Iglesia luchan contra la
Compañía de Jesús, Saint-Cyran escribe desde París tratando de desacreditarlos; Jansenio durante 1624, 1626-27;
hizo dos viajes a España, representando la Universidad de Lovaina en la campaña que aquella Universidad había
emprendido contra la enseñanza jesuítica en los centros superiores. Más tarde se ocupa se encuentra ocupado en la
redacción de un libro contra los reyes de Francia. El rey de España lo premió con el obispado de Ipres, confirmado
por Urbano VIII en 1636. De obispo no abandonó los estudios y la composición del libro Augustinus, hasta su muerte
en mayo de 1638. Poco antes de morir quiso recibir la confesión, el viático y la unción; hizo un testamento y entregó
al capellan su gran obra manuscrita, a condición de que la entregara a sus amigos. A la semana de morir Jansenio en
Iprés era arrestado en París el abad de Saint-Cyran. Richelieu dio esa orden porque enterado de la doctrina jansenista,
comprendió que aquella secta acaudillada por Saint-Cyran podría resultar su partido tan temible como el de los
hugonotes.
Publicación del “Augustinus”: Se publicó en 1640 con licencia eclesiástica y real. Tuvo un éxito extraordinario;
fue reeditado en 1641 y 1643. En 1641 fue prohibido por una disposición de la Inquisición, confirmada por Urbano
VIII en 1642. La Universidad no mostró ningún interés por retirar de la venta todos los ejemplares y al poco tiempo
el libro corría por Alemania. El abad de Saint-Cyran lo leyó muy pronto en su prisión.
Finalidad de la Obra: “...ofrecer una amplia exposición de la doctrina de la gracia de San Agustín, vista como
fundamentación dogmática de los ideales de severidad moral y ascética que caracterizaron el movimiento. De ahí una
fuerte insistencia en las consecuencias del pecado original y en las heridas que provocaron en la naturaleza humana,
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hasta dañar radicalmente a la libertad abocándola al mal y al pecado, así como en la consiguiente necesidad de la
gracia, presentada como fuerza que arrastra irremisiblemente hacia el bien: sólo una gracia así puede superar la
tendencia al mal que, después del pecado, caracteriza a la condición humana. (Illanes, J.L. “Historia de la Teología”,
pp. 203-204.)
Errores teológicos de Jansenio: Concepto semejante al de Lutero, sobre lo que puede el hombre en orden a la
sallvación, presentado en forma más mitigada. Para Jansenio el hombre tiene voluntad, y con ella puede querer; pero
esa voluntad está internamente necesitada por una fuerza íntima, invencible.
Las cinco tesis: Inocencio X condenó en 1653 cinco proposiciones extractadas del Augustinus:(Const. Apost.
“Cum occasione)
a) Algunos preceptos de Dios son imposibles de cumplir, por más que el hombre se empeñe.
b) En el estado de naturaleza caída nunca se puede resistir a la gracia interior.
c) Para merecer y desmerecer, en el estado de naturaleza caída, no se requiere la libertad de indiferencia, basta la
libertad de coacción.
d) Los semipelagianos admitían la necesidad de la gracia interior proveniente para todos y cada uno de los actos; y
en esto consistía su herejía, en que querían que la gracia fuese de tal naturaleza que el hombre pudiese resistirla
o seguirla.
e) Es semipelagiano decir que Cristo murió y derramó su sangre por todos los hombres.
En la naturaleza se observa una quiebra entre las leyes físicas y las leyes morales. Aunque uno sea bueno la
naturaleza no le trata bien. Esto plantea el problema del mal, el sufrimiento de los inocentes que es la muestra de
la ambivalencia de la naturaleza.
Pascal: “Hay un solo Dios del cual los hombres son capaces” “Hay una corrupción de la naturaleza que le
hace indigno de ella”.
Kierkegar: Concepto de angustia. Esa diferencia entre las realizaciones y las aspiraciones.
1.4.4 Sufrimiento y muerte sin Cristo.
Podríamos hacer una panorámica de las diversas respuestas sobre el dolor.
Sin Cristo lo que se ofrece es el Sheol: una existencia tenue en el más allá.
2.1.2.1.2Conclusión.
El concepto de gracia en el AT es, por consiguiente, tan complejo y rico como el concepto de salvación; una
salvación que aparece por un lado como liberación, es decir, como salvación de la esclavitud y del pecado que el
hombre no puede lograr por sus propias fuerzas, y por otro como relación de amistad con el Dios de la alianza. La
respuesta a este Dios de la salvación la realiza el hombre por la fe y el cumplimiento de los mandamientos
estipulados en la alianza, de modo que así es como el hombre llega a ser justo delante de Dios.
2.1.2.2.2San Pablo:
Aparece más de 100 veces. habla de una gracia especial: “toda la gracia nos es dada por Cristo”, por tanto
también se incluye nuestra redención, nuestra transformación. “La gracia de nuestro Señor Jesucristo...” frase que
indica un cúmulo de dones divinos que nos ha venido a través de Jesucristo. Si la palabra gracia se suple por Don la
frase cobra su sentido original.
La gracia de San Pablo es la justificación divina que se nos da en Cristo por la fe. El hombre, caído en Adán, era
impotente para conseguir la justicia, la salvación, dado que la fuerza de pecado que le arrastra le lleva a la esclavitud.
El hombre es impotente ante la ley (Rom 7,15-20)
2.1.2.2.3San Juan:
La terminología sobre la gracia es diferente. el término jaris no aparece en boca de Cristo, pero sí en la reflexión
teológica: Aparece en su prólogo: “...lleno de gracia y de verdad...”. Ese binomio “gracia-verdad” tiene una
resonancia veterotestamentaria: Heset-Amet. Afirma que de su “plenitud hemos recibido gracia tras gracia” (o sea
unos tras otros, o dones nuevos sobre los antiguos).
Sin embargo, el término que Juan usa para hablar frecuentemente de la gracia es el de vida. En él no aparece
apenas el concepto sinóptico de reino de Dios.
Cristo es el que trae al mundo la vida escatológica e imperecedera (Jn 3,15ss; 10,10). Quien cree en él tiene ya la
vida (5,24; 6,40.47; 10,28). Sesenta y seis veces aparece el término soé en el corpus ioaneum. Es la vida propia de
Dios de la que el hombre participa. Por el contrario, la vida natural se describe en San Juan con el término de psiché.
San Juan usa también el concepto de comunión con Dios, de conocimiento de Dios. Son variantes terminológicas
de la vida en Cristo.
Finalmente, Juan emplea también el término sosein (salvar) como expresión técnica del acontecimiento de gracia
consistente en la concesión de vida al mundo. En Jn 4,42 Jesús aparece fundamentalmente como “el Salvador del
mundo”. La vida viene así a coincidir con la salvación que se nos da en Cristo.
2.1.2.2.4Conclusión.
La gracia no es algo que Dios da; es Dios que se da a sí mismo en su dimensión intratrinitaria, de modo que por
ella somos hechos hijos del Padre en Cristo en virtud del Espíritu, lo cual supone para el hombre una profunda
transformación que le diviniza y le libera del pecado.
Esta gracia tiene su clave y fundamento en Cristo. Su fundamento, porque gracias a su cruz y su resurrección
tenemos la garantía del amor paternal de Dios en Cristo. La clave la tiene también en Cristo porque somos
introducidos en el seno de la Trinidad en cuanto partícipes de la filiación de Cristo, en cuanto hijos en el Hijo. Somos
hechos hijos y vivimos la vida de Dios en la condición de hijos en Cristo. Bien puede, pues, llamársela gracia de
Cristo.
2.2.5.1.2Segunda justificación.
En el texto del cap 7 del Decreto tridentino se trata la desigualdad de la justificación recibida por uno u otro
hombre, desigualdad que se explica por el carácter de regeneración interior que la justificación tiene. En esta
perspectiva, se advierte la posibilidad de crecimiento a través de las buenas obras que, desde luego, suponen la gracia
u la justificación ya recibidas, pero que afectan a esa misma justificación: los hombres justificados crecen «en la
misma justicia recibida por la gracia de Cristo, “ cooperando la fe con las buenas obras”, y se justifican más (can 24 y
32)» (Dz 1535).
2.3.1.2.2San Juan.
San Juan habla de la mutua inmanencia que se da entre Dios y el cristiano: el justo permanece en Dios y Dios (el
Padre) en el justo (1Jn 2,6.24.27.28; 4,12-16; 5,20).
La teología de San Juan está centrada sobre el Hijo en su relación con el Padre. La comunión entre la Trinidad y
el hombre es el núcleo del mensaje joaneo a las Iglesias (1Jn 1,1-4)
a) En San Juan está el tema de las aguas: Jn. 3, 6-8: los discípulos serán bautizados en Agua y en el Espíritu, lo
nacido de la carne, carne es, lo nacido del espíritu, espíritu es.
b) El Espíritu Santo vendrá a enseñarnos todo (Jn 14, 17: el Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir
porque no lo conoce; Jn. 16, 13-15: Cuando venga el Espíritu de la Verdad os guiará a la verdad completa).
2.3.1.2.3San Pablo.
a) Utiliza el término shekinah empleado a propósito del templo para hablar de la presencia de Dios en el cristiano.
Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Cor. 19).
b) El mismo Espíritu vivifica a toda la persona humana y es prenda de inmortalidad, nos identifica con Cristo y
somos herederos de las promesas (2 Cor. 1, 21).
c) 1 Cor. 3, 16; 2 Cor. 6,16; Rom 8, 11; Rom. 5, 5.
d) Esta inhabitación es la vida en Cristo. Ciento sesenta y cuatro veces utiliza San Pablo la expresión “en Cristo
Jesús”. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo que nos asemeja con él (esto aparece en la parábola de la vid y
los sarmientos: la participación de la vida de Cristo).
Esta inhabitación no sólo es del Espíritu Santo. De alguna manera también está presente Jesucristo: “Yo estaré
con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt. 28,29); “Si alguno me ama y guarda mis palabras...mi Padre lo amará y
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vendremos a él y haremos en él nuestra morada”(Jn. 14,21); “He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre
entraré y cenaré con él y él conmigo” (Apoc.)
2.3.2.3 Orígenes .
En el vasto panorama de la teología espiritual de Orígenes halla buen lugar la inhabitación. También él desarrolla
la teología de la imagen, mientras que en las Homilías sobre el Cantar de los Cantares trata la temática de la unión
del alma con el Verbo, como en un amor nupcial. El alma que no posee a Dios, no posee a Cristo, no tiene el
Espíritu; está desierta; se encuentra habitada cuando está llena de las Personas divinas: «Dios no habita la tierra sino
el corazón del hombre. ¿Buscas la morada de Dios? Él habita en los corazones puros... En cada una de nuestras almas
ha sido excavado un pozo de agua viva: allí se encuentra cierto sentido celestial, allí mora la imagen de Dios» ( Hom
13 in Gen.: PG 12,229-236).
Habría que hablar aquí del papel que Orígenes concede al Espíritu cuando afirma, por ejemplo, que el Espíritu es
fuente de regeneración al mismo tiempo que el Padre y el Hijo, no pudiendo nadie participar del Padre y del Hijo sin
participar del Espíritu (De Princ. 1,3,5: PG 11,150). Insiste también Orígenes en la presencia de Cristo en las almas y
en el misterio de la unión con él. Para él la filiación divina comienza cuando el Logos viene al hombre deificándolo a
su semejanza. Es así como el hombre se convierte en hijo de Dios: «Cuando el Verbo unigénito ha asimilado a sí
todas las obras, palabras y pensamientos del hombre, éstos imitan la imagen de Dios invisible y se hacen imagen del
Creador... Se realiza en ellos la imagen del Verbo celestial, que es, a su vez, imagen de Dios. Puesto que los santos
son imagen de la imagen y puesto que la imagen misma es el Hijo, aquéllos realizan la filiación no sólo en cuanto
que se hacen conformes a la gloria de Cristo en el cuerpo, sino también en cuanto que se conforman a aquel que ha
asumido el cuerpo» (De Oratione c.22: PG 11,485).
2.3.5 Reflexión teológicas sobre el modo de inhabitar Dios en el hombre y la distinción de las
relaciones
Se plantea sobre todo desde el siglo pasado. Pero retrocedamos un poco de historia, según vivimos antes:
a) San Atanasio utiliza los esquemas sacados de la Biblia referidos a la historia de la salvación: hace ya una
referencia a la unidad de la Trinidad. San Gregorio de Nisa dice que la acción externa de la Trinidad es un
reflejo de la acción intratrinitaria. Lo mismo hace San Cirilo de Alejandría que resalta la acción de toda la
Trinidad en la inhabitación. El Símbolo de San Epifanio por su parte dice que creemos en el Espíritu Santo que
habita en el alma de los justos
b) Santa Catalina de Siena e Isabel de la Trinidad describen (de diferentes modos, pero lo esencial es muy
parecido lo que dicen ambas) la identificación con Cristo por la inhabitación de la Trinidad.
Por tanto, en la Tradición de la Iglesia es unánime la creencia de que hay una presencia de Dios en el alma. La
pregunta clave, por tanto, es ¿qué es la inhabitación?, ¿la inhabitación del Espíritu Santo es una apropiación o es algo
más?, ¿es acción sólo del Espíritu Santo o de la Trinidad?
La Escolástica se da cuenta del problema. Además se es consciente de que Dios está en todas las cosas por
esencia, por presencia y potencia. En la inhabitación en el cristiano hay un algo nuevo que lo hace diferente. No es
solo una metáfora.
1. El problema ontológico: la inhabitación ¿es real o es una metáfora?, y si es real, ¿cómo puede estar Dios en el
hombre? y ¿cómo se explican la unión creado o increado?, ¿es a nivel esencial o solo intencional -conocimiento y
amor?, ¿es objetiva o subjetiva?
2. ¿Quién está presente, el Espíritu Santo o las tres Personas?, ¿se pueden distinguir o no?, ¿cabe un trato diferente o
no?
3. ¿Qué relación hay entre la inhabitación y la santificación? (ver Baumgartner, pag. 217: Sat 92.395/ SAT 87502)
Problema ontológico:
a) Se plantea el problema ontológico en la Edad Media a partir de las misiones divinas, está Dios de una manera
nueva en el alma, porque Dios no cambia, es inmutable. Por eso nuestra relación con él es real, la de él con nosotros
de razón.
b) Dios como causa “ad extra” obran las tres Personas.
c) Gracia increada o gracia creada, ¿qué es antes?
2.4.4 Comentario.
a) En primer lugar, es importante considerar la filiación divina, no como algo aislado, sino en el contexto unitario
del misterio de lo sobrenatural.
b) La filiación divina no puede considerarse como algo metafórico, o como algo moral: no es simplemente que
Dios nos trate como un Padre y quiera que le tratemos como hijos, sino que realmente el cristiano es, por la
fuerza santificadora del mismo Dios, presente en su ser, hijo de Dios. La realidad ontológica de la filiación
divina le viene de la correspondiente realidad de su fundamento: la gracia, participación real de la divinidad.
c) El hecho de la realidad ontológica de la filiación divina debe matizarse siempre por la consideración de que
(por grande que sea la dignidad de los hijos de Dios) el hombre no deja por la gracia filial de ser hombre,
criatura infinitamente inferior a Dios.
d) La filiación divina, como todo el misterio de lo sobrenatural, está estrechamente vinculada al misterio de la
Santísima Trinidad.
e) Una vía para esclarecer algo más este misterio del amor de Dios hacia los hombres (1Jn 3,1) y muy en
conformidad con lo que nos dicen las fuentes de la Revelación, es considerar la conexión entre filiación divina
e identificación con Cristo.
f) De esto nace una consecuencia importante: la real unidad y fraternidad entre los cristianos, hijos de Dios,
hermanos de Cristo. Unidad que se nos manifiesta, no como horizontalidad, sino como convergencia en Cristo.
2.5.1 Introducción
Comenzamos con tres citas que reflejan lo que se plantea en esta cuestión:
a) El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios (San Atanasio);
b) Cristo asume todo lo que salva y diviniza todo lo que asume (San Gregorio Nacianceno);
c) Hoy ningún hombre racional quiere ser divinizado (Häns Küng).
El asunto de fondo, como se aprecia, es que hay una problemática entre “divinización” y “humanización”.
Podemos encontrar dos antecedentes principales en los que se situado esta confrontación: a) uno cultural y b) otro
filosófico.
a) Historia cultural
La cuestión consiste aquí en que para humanizarse hay que despojarse de todo lo divino. Es lo que refiere el mito
de Prometeo. Este mito prometéico intenta negar o quitar cosas a dios para tomarla el hombre y así irse humanizando.
Los griegos así intentaban tomar fuerza.
De esta mentalidad se alimenta por ejemplo Nietzche (el hombre se humaniza quitándose todo lo “divino”, en la
muerte de Dios es cuando se hace hombre); o en Comte, en su tesis de los tres estados consistente en irle ganando
terreno a lo divino; o la ilustración, en un libre pensador lo importante es negar a Dios, así es como se realiza; o bien,
K. Marx cuyo pensamiento se encamina a “liberar” al hombre de lo divino para que llegue a ser hombre.
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA II RESUMEN página 29
La clave en esto es, pues, que hay que “humanizarse”
b) Historia filosófica
Sugiere que ha habido una helenización del cristianismo. Surge sobre todo a finales del s. XIX con el liberalismo
protestante (acusan la “helenización cristiana”. Los más tipos de esta corriente son Ritschl y Adolf Harnack, aunque
este último menos ideológico.
Sostienen que la divinización es un concepto típicamente helenista (Ritschl y Harnack) de la salvación que
conduce a la fuga de la condición humana y a la salvación del hombre, a interpretar la deificación como una
confusión (theoisis). Ritschl dice que la divinización es una helenización del mensaje cristiano, que se da primero en
san Pablo y luego en Oriente con la platonización del cristianismo.
Pero, en contra de estas dos posturas (la “humanización” y la “helenización”), el cristianismo afirma que la
perfección del hombre se da en la divinización con Cristo. En este contexto, frente a las dos posturas, la Comisión
Teológica Internacional presentó en 1981 un documento titulado “Teología, Cristología, Antropología”.
[Cfr. fotocopias adjuntas del dicho documento].
La asimilación no es un proceso puramente intelectual en la moral cristiana, es portarse bien. Solo por la gracia se
puede conseguir lo que Dios es por naturaleza. El Verbo asume la carne mortal para que nosotros seamos partícipes
de la naturaleza divina, asimilación con Jesucristo que hace recorrer el camino por donde Él ha pasado (oración de la
Misa del día de Navidad).
La deificación cristiana eleva la naturaleza humana sin destruirla tomando como referencia a Jesucristo. La
deificación es la verdadera y última humanización del hombre, porque Jesucristo es verdadero hombre y hemos de
parecernos a Él.
La asimilación deificante del hombre no se da fuera de la gracia de Jesucristo que se obtiene por los sacramentos
de la Iglesia.
2.5.3 En la Patrística
Podemos encontrar en la patrística oriental dos líneas: la alejandrina y la de Dionisio el Aeropagita.
A) Línea Alejandriana: como fondo esta la filosofía griega. Los griegos tiene un tipo de “ascética” de la
divinización, en la que es esforzaban para obtener los atributos divinos. Como los dioses eran inmortales, lo divino es
lo inmortal.
Los padre intentan descubrir de qué manera se realiza la divinización en el hombre. Para ello los cristianos
aplican la idea de divinización a la idea de inmortalidad, algunos padres identifican inmortalidad con divinización del
hombre y es un don de Dios: somos premiados con la inmortalidad. Es decir, la divinización del hombre se percibe,
se ve, por el don de la inmortalidad, pues si Dios es inmortal y nosotros participamos de la inmortalidad, por tanto
somos divinizados.
Otra forma de ver esa divinización la encontramos en la inhabitación del Espíritu Santo: tenemos la promesa del
Espíritu Santo. Así también los padres descubren ese divinizarse en el principio de resurrección y en el hecho de ser a
imagen y semejanza de Dios, el cual Cristo nos la restaura, una vez que la perdimos con el pecado.
Theosis aparece en Teófilo. Un paso más lo da Ireneo (Adversus Haereses), la divinización no es como para los
gnósticos quitar la materia, hay una auténtica transformación, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, la
semejanza se ha perdido, no la imagen. Esto es, el hombre es divinizado hasta llegar a la unión con Dios por medio
de Cristo y se hace en el hombre esa identificación con Jesucristo por la acción de los sacramentos.
En Orígenes aparece la identificación con el Logos.
A ) La cuestión 109 (sobre la necesidad de la gracia) se divide en 10 artículos. Los cinco primeros son en contra
de los pelagianos, mientras que los cinco restante en contra de los semipelagianos:
1) Artículos 1-8: El hombre antes de la justificación o sin la gracia justificante: ¿qué puede y qué no puede sin la
gracia?:
a) En orden a obrar el bien (por parte del entendimiento y la voluntad).
b) En orden a evitar el mal (ya cometido o en el que pueda cometer).
2) Artículos 9-10: El hombre ya justificado, o con la gracia justificante: ¿necesita aún de ulteriores gracias?:
a) Para obrar el bien y evitar el mal.
b) Para perseverar en el bien hasta el fin.
Santo Tomás en esta cuestión aborda el tema central del debate entre San Agustín y Pelagio: la gracia como algo
necesario.
Art. 1: Si el hombre puede conocer alguna verdad sin la gracia:
Responde que necesita de la gracia para aquellas verdades que están encima de la naturaleza. Las que son
del orden natural basta con el auxilio divino que permite que el entendimiento obre según su capacidad natural, o sea
sin ninguna ayuda especial, sino a través de lo ordinario. Dicho con palabras de Santo Tomás: “Para conocer una
verdad de cualquier orden que sea, el hombre necesita del auxilio divino que mueva a su entendimiento a su propio
acto, pero no necesita una nueva iluminación para conocer las verdades que por luz natural puede alcanzar, sino para
las que exceden su natural conocimiento. Lo que no impide que a veces Dios instruya milagrosamente a algunos
sobre verdades que pueden alcanzar por la luz natural de la razón...”.
Art. 2: Si puede el hombre querer y hacer el bien sin la gracia
Distinguiendo entre la naturaleza íntegra y la naturaleza caída responde que en la íntegra sin la gracia puede
querer y hacer el bien natural, pero la necesitaría para obrar y querer el bien sobrenatural. Con respecto a la
naturaleza caída necesita de la gracia tanto para ser curada como para obra el bien sobrenatural. Pero en ambos casos
necesita de la gracia para determinarse a obrar el bien.
Art. 3. Si el hombre puede amar a Dios sobre todas las cosas con las solas fuerzas naturales y sin la gracia
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA II RESUMEN página 35
Responde que el hombre el hombre en el “estado de naturaleza íntegra no necesitaba un don de la gracia añadido a sus
facultades naturales para amar a Dios sobre todas las cosas con amor natural, aunque sí necesitaba que le moviera el auxilio de Dios. Pero en el estado
de naturaleza caída la necesita para lograr este amor y, además, para sanarla.
Art. 9: Si el hombre que ya posee la gracia puede obrar el bien y evitar el pecado por sí mismo sin otro auxilio de
la gracia
Lo interesante de este artículo es que distingue la gracia como Don Habitual y como Auxilio Para Obrar. La
respuesta es que sí necesita otro auxilio de la gracia.
La cuestión 110 (sobre la esencia de la gracia) se divide en cuatro cuestiones:
Art. 1: Si la gracia pone algo en el alma
En este artículo explica la triple acepción del término gracia: a) el amor por alguien (resultar grato a
alguien); b) el don que se da gratis; y c) el agradecimiento por un beneficio recibido.
Responde que sí pone algo: algo sobrenatural que proviene de Dios, de su amor hacia nosotros. “...Respecto a las
dos acepciones últimas no cabe duda que el gracia pone algo en quien la recibe: el don concedido gratuitamente y el
reconocimiento de ese don, respectivamente. Pero refiriéndonos a la primera acepción, debemos tener en cuenta la
distinción entre la gracia de Dios y la gracia del hombre...más la voluntad del hombre se mueve por el bien que existe
en las cosas, y de ahí que el amor del hombre no causa totalmente la bondad de las cosas, sino que la presupone
parcial o totalmente. Es evidente, pues, que a cualquier acto del amor de Dios sigue un bien causado en la criatura,
peor no coeterno al amor eterno...”.
Art. 2: Si la gracia es una cualidad del alma
La gracia como moción no es cualidad del alma, sino un movimiento del alma. Pero la gracia como don sí es una
cualidad del alma.
Art. 3; Si la gracia es lo mismo que la virtud
La gracia no es lo mismo que la virtud. La gracia eleva a la misma naturaleza, mientras que la virtud la
perfecciona. Dicho de otra manera: la virtud perfecciona una naturaleza preexistente, la gracia da una nueva
naturaleza (una naturaleza sobrenatural, nos hace Hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina). Es decir la
virtudes adquiridas y las virtudes infusas perfeccionan la naturaleza humana natural y la naturaleza humana elevada
al orden de la participación divina (gracia), respectivamente.
Art. 4: Si la gracia está en la esencia del alma como en su sujeto o en alguna de sus potencias
Como la gracia no es lo mismo que la virtud y el sujeto propio de la virtud son las potencias y siendo la gracia
anterior a la virtud, por tanto la gracia está en la esencia del alma como en su sujeto.
4.1.3 La Predestinación
Se plantea dentro del “initium fidei”. La predestinación se plantea en 2 áreas de la teología en relación al tratado
de Dios cuando se intenta hacer compatible la voluntad de Dios con la libertad humana y también en el tema de la
gracia, Dios conoce todo desde siempre antes de que suceda, ¿cómo hacerlo compatible con la libertad humana?
Dios causa todo, no se hace nada sin voluntad de Dios, ¿cómo se conjuga esto con la libertad? Es el problema del
concurso.
La iniciativa de todo acto que se encamina a la salvación es siempre Dios, ¿cómo coopera el hombre? De Auxiliis
“Ante praevisa mérita” o “Post praevisa merita” ¿es arbitraria? o ¿prevé quién va a corresponder y se lo da? Pero la
gracia no es un fluido sacra, Dios actúa, es un auxilio interno que lleva a obrar; la gracia es eficacia, no puede darse
si no se actúa.
Si toda la iniciativa es de Dios, es Dios quien elige y predestina. En la Sagrada Escritura (Ef. 1, 3) se habla de
predestinación: “nos ha elegido en Él antes de la constitución del mundo para ser santos”. En Ef. 4, 1-11: a unos les
dio el ser apóstoles, a otros profetas, evangelizadores, etc.
Las parábolas del Reino hablan de unos escogidos y otros rechazados, y está también el discurso escatológico de
Mateo 25. Hay reprobación, hay gente condenada, muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Hay además textos misteriosos donde se habla del endurecimiento del corazón y cita Isaías 6, 10. Aparece citado
en Mt. 13,14 y Jn. 12, 40. También el Señor habla sobre el pecado contra el Espíritu Santo que tiene que ver con este
endurecimiento. Dios salva, Dios Señor de la historia, Dios elige y esa elección se realiza en el tiempo y se cumple en
plenitud en los elegidos. Hay quien se condena y se condenarán por su culpa (tuve hambre y no me distéis de
comer...). Los que se condenan son por un motivo, por sus pecados. No se puede ir más allá. No hay paralelismo
entre predestinación y la reprobación. A unos Dios salva, a otros sus pecados los condenan.
4.2.2 La noción de gracia actual y las distinciones clásicas: distintas ayudas de Dios al
hombre.
Las fuentes de la revelación hablan de que hay un conjunto de ayudas de Dios de distintas naturalezas que han
recibido, desde el s. XIII el nombre de gracia actual. Desde Capreolo o Dionisio el cartujo. Auxilio (adiutorium),
visita, ilumina, hace crecer, impulsa. Filp. 2, 13: “Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el obrar según
un beneplácito”.
Trento define que hay una serie de obras buenas impulsadas por Dios que preparan la justificación (contra
Lutero). El hombre es capaz de hacer obras buenas, son suyas, aunque estén movidas por Dios. Son movidas
internamente por Dios y son gracias internas, no sólo externas (lecturas, ejemplos, situaciones, etc.)
Contra Bayo y Jansenio la Iglesia recuerda que hay obras naturalmente buenas y si son saludables —orientadas a
al salvación— ya están dirigidas por la gracia de Dios.
Vimos que la gracia habitual era el estado correspondiente a la inhabitación. Frente a ella la gracia actual son
mociones de la voluntad o iluminaciones del entendimiento, o sea, Dios obrando dentro de nosotros. Son gracias
internas que se distinguen de las externas (una predicación, un libro, un ejemplo, una situación).
Entre las gracias veíamos las “gratrum faciens” (para el provecho propio) y las “gratis data” (para el bien de
otros). Dios que obra internamente en nosotros. Las iluminaciones del entendimiento son un don.
Algunos pensaban que como la voluntad sigue al entendimiento Dios moviendo el entendimiento mueve también
la voluntad (así pensaban Vázquez). Pero no está claro, pues en la Sagrada Escritura se habla de que Dios mueve la
voluntad, pero ¿esas gracias son antes de las deliberación o son después? Esta es la cuestión.
Hay mociones que no necesitan deliberación, por ejemplo, la gracia tumbativa de San Pablo. Hay otras que sí
necesitan deliberación.
Antes de un acto deliberativo hay un acto indeliberado, dice la psicología tomista. La gracia tiene algo que ver
con esto. Aunque la gracia no causa como las demás cosas. Pero nuestra libertad no es absoluta, antes de ser
conscientes somos. La conciencia no es absoluta, necesita unas realidades previas, todo un soporte biológico, cultural,
de relaciones humanas, etc. Pues por ahí se mete la gracia.
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA II RESUMEN página 43
Además se puede distinguir entre gracia:
A) Causalidad:
A1) Gracia operante: lo que Dios lleva a término (es indeliberado).
A2) Gracia cooperante: hay contribución de la debilidad humana, de la voluntad.
B) Temporalidad:
B1) Gracia Preveniente: antes de la decisión de la voluntad.
B2) Gracia Subsiguiente: aquello que permite llevar a término algo empezado.
B3) Gracia Concomitante: es la misma decisión de la voluntad.
Todo esto está tomado de San Agustín, que lo toma de al Sagrada Escritura.
La Providencia Divina que gobierna todas las cosas, el ser y el actuar. En toda la acción de las criaturas está la
gracia de Dios. Eso es el concurso divino.
5. Cuestiones históricas: