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I. INTRODUCCIÓN
En el desarrollo de este Tratado hemos analizado (a) las bases
históricas del Derecho Administrativo y su desarrollo; (b) el Derecho
Administrativo en el marco de los principios constitucionales y del
Estado Social y Democrático de Derecho; (c) el concepto y caracteres
del Derecho Administrativo; y (d) las potestades estatales de
contenido administrativo, es decir, el objeto específico de nuestro
estudio. Luego, las fuentes del Derecho Administrativo (e). Por último,
el principio de legalidad y las actividades discrecionales, esto es, de
qué modo el Poder Ejecutivo ejerce sus potestades (f).
¿Qué debiéramos estudiar en este punto de nuestro análisis? El
modo de organización del Poder Ejecutivo. Ya sabemos qué hace el
Ejecutivo y de qué modo lo hace. Veamos, entonces, cómo está
organizado y sus actividades relevantes, trátese del poder de
regulación, ordenación, fomento y prestaciones estatales.
XXII.3.12. Conclusiones
Hemos estudiado en los apartados anteriores los entes
descentralizados con fines industriales y comerciales, es decir, entes
descentralizados no autárquicos y sus diversas figuras (empresas del
Estado, sociedades del Estado y sociedades anónimas con
participación estatal mayoritaria). Por último, analizamos las
sociedades anónimas de propiedad estatal. Cierto es que cada uno de
estos moldes o formatos tiene su régimen propio y específico, y de allí
el interés jurídico en su distinción y conocimiento.
Cabe aclarar, con el objeto de completar y comprender el cuadro
existente sobre el Estado y su participación como prestador en el
campo industrial y comercial que éste puede, al igual que cualquier
otro sujeto, participar como socio en las sociedades privadas regidas
por la ley 19.550. Es decir, además de los tipos específicos creados
en función del Estado, éste puede, por ejemplo, integrar el capital o
adquirir acciones de cualquier sociedad anónima y, en tal caso, ese
tipo social debe regirse íntegramente por la ley 19.550(215). En tal
sentido, el Código Civil y Comercial dice que "la participación del
Estado en personas jurídicas privadas no modifica el carácter de
éstas. Sin embargo, la ley o el estatuto pueden prever derechos y
obligaciones diferenciados, considerando el interés público
comprometido en dicha participación" (art. 149).
Comúnmente cuando el Estado interviene como prestador, y no
simplemente como regulador de las actividades industriales y
comerciales, hace uso de las figuras de las sociedades con formatos
propios y específicos, esto es, las empresas y luego las sociedades
del Estado y, más recientemente, el tipo común con el derecho privado
(sociedades anónimas cuyo único o principal accionista es el Estado).
De modo que el régimen jurídico, sin perjuicio de otros casos
especiales, es básicamente la ley 20.705 sobre sociedades del Estado
y, en los casos más recientes, la ley 19.550 de sociedades
comerciales.
¿Por qué el Estado en ciertos casos sigue el modelo específico y
propio y en otros no (modelo del derecho privado)? Es posible, quizás,
descubrir en sus orígenes dos razones sobre el uso de las figuras
mixtas —públicas/privadas— o del derecho privado. Por un lado, el
Estado decide seguir políticas intervencionistas en el campo
económico y, consecuentemente, crea sociedades dirigidas por él sin
participación de capitales privados. Por el otro, es posible que el
Estado participe como prestador, y no simplemente como regulador,
con el propósito simplemente de salvar los déficits del mercado
(externalidades) o los incumplimientos de los prestadores de los
servicios públicos esenciales.
En el primer caso, el modelo más cercano es el de las sociedades
del Estado. En el segundo, las sociedades comerciales es, quizás, la
figura más adecuada. Así, en el caso particular del nuevo modelo de
las sociedades anónimas de propiedad estatal, el trasfondo es más
claro porque su integración por el Estado es sólo de carácter
transitorio (según su ideario originario), esto es, desde el momento de
su creación hasta su posterior traspaso al sector privado. En efecto,
estas sociedades sólo pertenecen al Estado con carácter temporal y
accidental, justificándose ese traspaso privado por razones
coyunturales de orden político y económico. El propio Estado sostiene
expresamente, en ciertos casos, que las sociedades deben volver en
el menor tiempo posible al sector privado. Las razones son, entre
otras, mantener el empleo y las actividades económicas (estatización)
y respetar las reglas de la competitividad en el mercado (carácter
transitorio y regreso al sector privado).
Sin embargo, cierto es que el Estado creó posteriormente
sociedades anónimas sin el sentido de transitoriedad y que, incluso,
las sociedades creadas en un principio temporalmente y con un plazo
predeterminado, fueron objeto de prórrogas sucesivas. Es decir, el
carácter transitorio fue trastocado, luego, por otro permanente. De
modo que es necesario buscar otro pilar en donde apoyar el por qué
de las nuevas sociedades anónimas de propiedad del Estado y el
consecuente abandono del modelo de las sociedades del Estado(216).
Veamos. Cuando el Estado decide participar en los terrenos
comerciales e industriales puede hacerlo, según su propio criterio, con
reglas más o menos rígidas o en condiciones de paridad o no con los
otros. Así, el marco de las sociedades del Estado es rígido (Derecho
Público) y, por su parte, el cuadro de las sociedades comerciales es
más abierto, flexible y competitivo según las reglas del mercado
(derecho privado). A su vez, el Estado —en este último caso—
participa bajo dos figuras: (a) titularidad de acciones (con o sin
mayoría accionaria), y (b) sociedades anónimas de propiedad estatal.
Sin embargo, cabe aclarar que: (a) el marco de las sociedades
anónimas (ley 19.550), incluso con participación del Estado en su
paquete accionario, y (b) el de las nuevas sociedades anónimas de
propiedad estatal creadas desde principios de este siglo, es distinto.
¿Cuáles son, entonces, las diferencias? Cierto es que ambas figuras
se rigen por la Ley de Sociedades Comerciales (ley 19.550), pero
pese a ello es posible marcar las siguientes diferencias:
(a) El número de socios. Las sociedades anónimas de propiedad del
Estado pueden estar integradas por un solo socio (Estado) mientras
que las sociedades comerciales, entre ellas las sociedades anónimas,
debían integrarse necesariamente por dos o más socios. Sin embargo,
la Ley General de Sociedades establece actualmente que "Habrá
sociedad si una o más personas en forma organizada conforme a uno
de los tipos previstos en esta ley, se obligan a realizar aportes para
aplicarlos a la producción o intercambio de bienes o servicios,
participando de los beneficios y soportando las pérdidas. La sociedad
unipersonal sólo se podrá constituir como sociedad anónima. La
sociedad unipersonal no puede constituirse por una sociedad
unipersonal" (art. 1º).
(b) La aplicación del Derecho Público. En el caso de las sociedades
anónimas estatales debe aplicarse el Derecho Público, luego veremos
con qué alcance. Por su lado, las sociedades comerciales (con o sin
intervención estatal) sólo se rigen por el Derecho Privado (Ley General
de Sociedades y art. 149, Código Civil y Comercial).
(c) El alcance del control estatal. En un caso, esto es las sociedades
comerciales, el órgano de control es la Inspección General de Justicia
(IGJ), sin perjuicio de que si hubiese participación estatal, el órgano de
control externo (AGN) debe fiscalizar el aporte estatal. En el otro
(sociedades anónimas estatales) el control es mayor (AGN) .
(d) Por último el patrimonio de las sociedades anónimas estatales
está integrado, sólo y en principio, por recursos presupuestarios.
En síntesis, las sociedades anónimas del Estado cumplen con estos
caracteres: 1) el socio es el propio Estado con carácter exclusivo,
salvo excepciones; 2) el patrimonio es estatal(217); 3) las sociedades
son fiscalizadas por el órgano de control externo; y 4) la sociedad es
parte de las estructuras descentralizadas del Poder Ejecutivo(218).
Cabe aclarar que no existe un marco jurídico único de las
sociedades anónimas de propiedad del Estado, sino que los
regímenes son dispersos y casuísticos. Sin embargo, desde ese caos
jurídico es posible crear un modelo con ciertos caracteres comunes.
Profundicemos sobre el marco jurídico de estos nuevos
instrumentos societarios. En principio, los respectivos textos nos dicen
que debemos aplicar la ley 19.550 de sociedades comerciales, pero
sólo el Capítulo II, Sección V, es decir, "De las sociedades en
particular" y "De la sociedad anónima"(219). Es decir, el objeto,
organización y gobierno están regidos claramente por el Derecho
Privado.
Este criterio normativo permite sostener que el alcance de las
competencias de las sociedades anónimas del Estado se define por el
principio de especialidad propio de las personas jurídicas del Derecho
Privado, es decir, el sujeto puede hacer todo, en el marco de su objeto
y finalidad. En este sentido, el Código establecía que "las personas
jurídicas pueden, para los fines de su institución, adquirir los derechos
que este Código establece, y ejercer los actos que no les sean
prohibidos"(220). En igual sentido, el Código Civil y Comercial dispone
que las personas jurídicas tienen aptitud "para adquirir derechos y
contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de
su creación" (art. 141).
En principio, el marco de creación de estas sociedades dispone el
régimen jurídico aplicable (básicamente la ley 19.550). Sin embargo,
en el caso de las indeterminaciones normativas no es claro si el
operador debe resolverlas con los principios y reglas del Derecho
Público o Privado. Este planteo es sumamente importante porque el
marco bajo estudio debe integrarse permanentemente por sus
múltiples indeterminaciones. Pensemos, por ejemplo, en las
contrataciones, el procedimiento, el personal y su responsabilidad,
entre otros aspectos. ¿Qué régimen aplicamos? Pensemos también
ciertos asuntos más puntuales, así, el control de estas sociedades, el
trámite de las audiencias públicas o el proceso de transferencias de
las acciones y ampliaciones del capital. Por caso, este último aspecto
es sumamente relevante, pues se refiere al modo de privatización de
las sociedades estatales. ¿Qué camino seguir, Derecho Público o
Privado?
Comencemos por descubrir cuál es el sentido de estos tipos o
figuras societarias. Por un lado, vale recordar que el fin que siguen las
sociedades comerciales, tal como lo dice la ley, es el lucro. Por el otro,
las sociedades anónimas estatales no persiguen beneficios
estrictamente económicos (individuales o corporativos), sino el interés
público y colectivo. ¿Por qué, entonces, el Estado elige este modelo y
no el de las sociedades del Estado?
Hemos dicho que el sentido es utilizar el cauce más libre y menos
riguroso (menos reglas y regulaciones); competir en mejores
condiciones con el sector privado; prestar los servicios de modo más
eficiente; y cumplir mejor sus objetivos. En verdad, y si bien el fin es
distinto en un caso o en el otro, el objeto es el mismo (esto es, el
intercambio de bienes y servicios)(221).
Continuemos, luego de esta introducción, por señalar que ciertos
aspectos de estos entes, como ya dijimos, están alcanzados por el
derecho privado, en particular, el objeto y sus reglas sobre
organización y gobierno. Este campo es claramente distinto de los
entes descentralizados, en particular, los entes no autárquicos
(comerciales). Pero, más allá de estos asuntos y en relación con otros
tantos, nos preguntamos si cabe aplicar el régimen jurídico común o,
en su caso, exorbitante. Es decir, si partimos del Derecho Público
esos campos e intersticios deben cubrirse con éste y, por el contrario,
si construimos el edificio jurídico desde el derecho privado, entonces,
las lagunas y los otros resquicios y capítulos deben rellenarse con el
derecho privado. Otro aspecto controversial es si debemos aplicar los
principios del Derecho Público o Privado, más allá de las reglas
jurídicas.
Creemos que si bien en el caso de las sociedades anónimas de
propiedad estatal el interés público es alcanzado mediante objetos
privados y reglas propias del derecho privado, tras éstos existe un
claro interés colectivo que es contenido y explicitado por el Derecho
Público. Así, cuando el Legislador dice cuál es el régimen aplicable en
términos parciales, éste debe completarse con el Derecho
Público en razón del sujeto (Estado) y el fin colectivo de las
sociedades (interés colectivo). Ciertamente es, por tanto, un régimen
mixto(222).
Concluyamos diciendo que estas sociedades deben regirse, en caso
de indeterminaciones (lagunas y vaguedades) por principios y reglas
propios del Derecho Público(223). Este régimen cuyo comienzo es el
Derecho Privado con alcance expreso y específico y, luego, el
Derecho Público en sus lagunas e intersticios, tiene otro consecuente
claro, a saber, prevalece el Derecho Público.
El escenario jurídico debe integrarse con las siguientes piezas: (1)
las disposiciones de la Ley General de Sociedades con alcance
específico, (2) en caso de indeterminaciones, ciertamente muchas, el
Derecho Público y, finalmente, (3) los principios del Derecho
Público. Es decir, el régimen jurídico de las sociedades anónimas de
propiedad estatal es claramente mixto. Así, cabe aplicar el derecho
privado si el Legislador lo dice expresamente, y el Derecho Público en
el resto de su ámbito. A su vez, los principios a aplicar son los del
Derecho Público. ¿Por qué? Porque el fin colectivo de las sociedades,
su inserción en las estructuras estatales(224) y sus recursos
estatales(225), nos conducen a inclinar la balanza por ese lado(226).
Entonces, básicamente, el derecho privado cubre la organización
(estructuras materiales y factor humano) y las actividades (objeto) de
estas sociedades. En los otros aspectos (constitución, fusión,
transformación, adquisición, disolución y control) y en los resquicios
existentes en el marco jurídico, cabe aplicar las reglas del Derecho
Público. Cabe aclarar que respecto del objeto (actividades) y en caso
de lagunas, debe aplicarse el principio de clausura, es decir, todo lo
que no está prohibido, está permitido (y no las reglas del Derecho
Público). Por último, los principios del Derecho Público cubren su
ámbito público y privado.
Por ejemplo, el personal debe regirse por el Derecho Laboral, sin
perjuicio de aplicar los principios de capacidad, mérito e igualdad en el
trámite de selección del personal (principios del Derecho Público). En
igual sentido, los contratos se rigen por el Derecho Privado, pero se
deben respetar los principios de publicidad, transparencia,
concurrencia y eficacia en el trámite de elaboración y ejecución de los
contratos (principios del Derecho Público).
A su vez, entendemos que esta categoría debe ampliarse e
incorporar a todas las sociedades anónimas en que el Estado tenga la
mayoría del capital social o del Directorio, es decir, cuando el Estado
controle por sí solo la sociedad de que se trate.
Sin embargo, el cuadro es más complejo. ¿Por qué? porque los
regímenes más recientes, sin perjuicio de la aplicación de la ley
19.550,agregan que el operador debe rechazar las leyes de
contrataciones estatales, procedimientos administrativos y obras
públicas y, además, otro aspecto incluso más concluyente, ocurre
cuando se dice que el intérprete tampoco debe aplicar los principios y
reglas propios del Derecho Público(227).
¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo debe interpretarse el modelo
jurídico? ¿El principio es, finalmente, el derecho privado y no el
Derecho Público? Creemos que en los primeros casos el marco es el
Derecho Público (principios), luego, cuerpos propios y específicos del
Derecho Privado y, finalmente, reglas del Derecho Público (en caso de
lagunas). Sin embargo, más allá de nuestros pareceres, el escenario
cambió; es otro.
Así, el Legislador no sólo fijó el campo del Derecho Privado en
términos positivos (Capítulo II, Sección V, ley 19.550) y luego
negativos(exclusión de las leyes 19.549 y 13.064, el decreto
1023/2001 y, en general, los principios y reglas del Derecho
Público), sino que, además, ordenó enfáticamente aplicar los
principios y normas del Derecho Privado. Por ejemplo, en el caso del
servicio del correo y agua potables. En estos casos, más recientes,
casi no le dejó resquicio al Derecho Público.
Pensemos, por ejemplo, en el régimen de las sociedades del Estado
y, entonces, veremos qué tan lejos estamos de ese modelo histórico.
Es cierto que la ley 20.705 prohíbe la aplicación de las Leyes de
Contabilidad, Obras públicas y Procedimientos Administrativos, en
términos casi coincidentes con las sociedades anónimas del Estado.
Sin embargo, el Legislador, en ese entonces, no dijo que debíamos
aplicar los principios y reglas del Derecho Privado y tampoco excluyó
los principios y reglas propios del Derecho Público.
Es decir, el Legislador comenzó, quizás tímidamente, con un
régimen mixto y con fuertes trazos de Derecho Público y, luego,
desplazó una y otra vez este último campo jurídico.
Finalmente, preguntémonos si las sociedades anónimas de
propiedad estatal cuyo régimen ya estudiamos pero que sólo son parte
del Estado de modo transitorio se rigen por iguales principios y
reglas(228). Es cierto que, en principio, el Estado persiguió el objetivo
de crear entes comerciales estatales simplemente transitorios y no
como parte de sus estructuras. Pues bien, el interés estatal fue
preservar las empresas prestatarias de servicios públicos y, luego de
superar la crisis, privatizarlas. En ciertos casos incluso, en el menor
tiempo posible. ¿Es razonable, entonces y en este contexto peculiar,
seguir el marco jurídico más inclinado por el Derecho Privado y sin
reminiscencias del Derecho Público? Creemos que esto ya es pasado
y que es un sinsentido preguntárnoslo. ¿Por qué? Por dos
razones, por un lado, porque el Derecho Privado inundó el escenario y
desplazó al Derecho Público y, por el otro, porque el carácter temporal
fue trastocado por otro permanente(229).
Volviendo sobre el régimen jurídico que ya definimos como propio
del Derecho Privado, agreguemos con aires de conclusión que el
aspecto de excepción (Derecho Público) es simplemente el control
sobre las sociedades anónimas del Estado.
La ley 24.156 (H-1845) establece el control por parte de los órganos
internos y externos sobre todo ente que reciba aportes estatales. A su
vez, este texto dice que el Congreso "podrá extender su competencia
de control externo a las entidades públicas no estatales o a las de
derecho privado en cuya dirección y administración tenga
responsabilidad el Estado Nacional, o a las que éste se hubiere
asociado". Es decir, el Congreso puede hacerlo (controlar), pero no
está obligado. Por eso, es razonable que el Legislador haya
establecido expresamente que estas sociedades están comprendidas
en el modelo de control interno y externo del Estado aplicándoles por
tanto la Ley de Administración Financiera y de los Sistemas de Control
de la Administración Pública nacional con carácter obligatorio en ese
aspecto. Es decir, cabe aplicarles las normas de Derecho Público
sobre presupuesto y control estatal pero no así, según el marco literal
vigente, sobre las contrataciones del Estado, entre otras. Sin embargo,
aun cuando no se aplique el marco específico sobre contrataciones —
decreto 1023/2001— sí cabe aplicar el marco general (principios de
publicidad, transparencia y participación), según nuestro criterio.
A su vez, el decreto 196/2015 establece, en su art. 1°, que "Los
Directores, Síndicos, Consejeros y funcionarios designados por, o a
propuesta del Estado Nacional o de sus entidades, en los órganos
sociales de las empresas y sociedades donde tenga participación en
el capital social, son funcionarios públicos a los efectos de la
delimitación de su responsabilidad y respecto de los actos realizados
en el ejercicio de sus funciones, con las exclusiones previstas en el
presente decreto".
En efecto, tal como adelantamos, creemos que más allá de las
exclusiones del Legislador debemos aplicar los principios del Derecho
Público, en particular los que nacen del marco constitucional y los
tratados internacionales. ¿Por qué? Porque el punto clave aquí no son
las formas sino las sustancias y éstas consisten en: a) las actividades
que desarrollan las sociedades, es decir, si son sustancialmente
privadas o públicas, b) la intervención del Estado, esto es, si la
participación en el capital o en el órgano de conducción le garantiza o
no al Estado el control de la sociedad, y c) el origen de los
recursos (recursos públicos).
Explicamos en los capítulos anteriores que el Estado recurre a las
formas instrumentales del derecho privado y, tras ello, aplica este
bloque jurídico; sin embargo, creemos que los rasgos antes
mencionados (actividades públicas y participación del Estado,
indistintamente) nos exigen recurrir a los principios del Derecho
Público. Es el caso, por tanto, de las sociedades anónimas de
propiedad estatal.
I. INTRODUCCIÓN
Hemos dicho, ya en los primeros capítulos de este Tratado, que el
poder de regulación estatal corresponde al Congreso y que, a su vez,
el Poder Ejecutivo no tiene una zona de reserva propia en el campo
regulador. Consecuentemente, entre nosotros, es el Legislador quien
debe regular el empleo público (es decir, las situaciones jurídicas entre
el Estado y sus agentes), en sus aspectos sustanciales (esencialidad),
sin perjuicio de que el Ejecutivo regule los detalles por medio de
decretos reglamentarios (complemento).
Por otro lado, también dijimos en el capítulo anterior que el Estado,
centralizado y descentralizado, está internamente estructurado por
órganos y que éstos están integrados por personas físicas que se
incorporan y ocupan esos lugares. Las relaciones entre estas
personas físicas (agentes) y el Estado están reguladas por el régimen
de empleo público con matices y modalidades, según el caso, tal
como analizaremos más adelante.
En este marco es posible y conveniente distinguir dos planos, a
saber:
a) las relaciones entre el Estado y los terceros. En este contexto, el
Estado y el agente constituyen un mismo sujeto frente a terceros
(teoría del órgano), y
b) las relaciones entre el Estado y el agente. En este escenario, el
agente es un tercero respecto del Estado. En este cuadro está inserto
el estudio de las relaciones entre ambos y el marco jurídico aplicable.
Si bien la relación de empleo público reviste diferentes formas, el
aspecto sustancial en cualquier caso es el objeto o contenido de las
tareas que realiza el agente, esto es, las actividades o funciones.
Cabe aclarar que la Corte ha dicho que dentro del concepto de empleo
público están comprendidos tanto los supuestos de incorporación
permanente a los cuadros de la Administración como el personal
contratado y temporal(1). A su vez, el agente recibe básicamente como
contraprestación una remuneración dineraria y periódica.
Los agentes públicos son, entonces, las personas físicas de que se
vale el Estado para el cumplimiento de sus fines y, consecuentemente,
sus conductas, en el marco del ejercicio de sus funciones, constituyen
actuaciones del propio Estado(2).
En el capítulo anterior, estudiamos las estructuras estatales (el
marco de organización) y, en el presente, analizaremos el régimen del
personal del Estado; en especial, el vínculo entre los agentes públicos
y el Estado en términos jurídicos.
Creemos que este aspecto es básico porque el Estado sólo puede
hacer y actuar por medio de sus agentes. Por eso, es necesario y
razonable dedicar mayor esfuerzo en el conocimiento y análisis crítico
de este asunto, es decir el régimen del personal, quizás demasiado
descuidado por el Derecho Administrativo. Es ciertamente paradójico
porque, por un lado, incorporamos más y más principios y avances
tecnológicos pero, por el otro, no estudiamos los aspectos propios del
personal de la Administración (por caso, el régimen de las carreras
administrativas y las técnicas de perfeccionamiento del personal).
Antes de avanzar conviene, quizás, recordar que históricamente se
desarrollaron dos modelos. Por un lado, el régimen de ingreso por
concurso, estructuras con carreras y categorías rígidas por
especialidad, ascenso escalonado e inamovilidad de los agentes. Por
el otro, el modelo con escalafón único, movilidad entre cargos y
funciones, e ingreso en cualquier escalón. En la práctica estos dos
modelos se cruzan con más o menos matices.
X.5.1. El concepto
El art. 17, CN, reconoce que la propiedad es inviolable y prohíbe la
confiscación de bienes, sin perjuicio de que el Estado puede
expropiar. ¿Qué es la expropiación?
El instituto de la expropiación es un instrumento estatal cuyo objeto
es la privación singular y con carácter permanente de la propiedad por
razones de interés público, garantizándose el contenido económico de
ese derecho mediante el pago de una indemnización. ¿Cuáles son los
derechos alterados? Por un lado, básicamente el derecho de
propiedad y, por el otro, el de igualdad porque la expropiación es un
sacrificio individual o particular (especial) y no general (sólo afecta a
sujetos determinados). A su vez, el fin del instituto, según el texto
constitucional, es la utilidad pública, es decir el interés colectivo, sea o
no de contenido material.
En otras palabras, la expropiación es una adquisición forzosa del
Estado respecto de bienes de propiedad de terceros. Es decir, el acto
estatal incide en el contenido esencial de la propiedad porque altera y
destruye lisa y llanamente el derecho. Sin embargo, y a pesar de ello,
este instituto logra equilibrar el derecho de propiedad individual con el
interés público por medio de su reparación económica(73).
Así, la Corte afirmó que "en la base de la expropiación se halla un
conflicto que se resuelve por la preeminencia del interés público y por
el irremediable sacrificio del interés particular. Pero la juridicidad exige
que ese sacrificio sea repartido y que toda la comunidad... indemnice
a quien pierde su bien por causa del bienestar general"(74). El Tribunal
agregó que "ninguna ley puede modificar ni subvertir los principios de
raigambre constitucional que han sido preservados aun ante el caso
de leyes de emergencia... y nunca una indemnización previa podrá
entenderse como crédito a cobrar por expropiación". Para concluir que
"sin la conformidad del expropiado, la indemnización en dinero no
puede sustituirse por otras prestaciones".
El Estado puede convertir y sustituir el derecho de propiedad por el
pago del precio del bien, pero en ningún caso confiscarlo. ¿Cuáles son
los requisitos que exige la Constitución?
— En primer lugar: la existencia de una causa de utilidad pública,
— en segundo lugar: el procedimiento legislativo que declare la
utilidad pública y
— en tercer lugar: una contraprestación o indemnización económica
justa y previa.
La ley 21.499 (ADM-1092) del año 1977 estableció el régimen actual
en materia de expropiación y derogó el marco anterior (ley 13.264)
porque no contemplaba "una serie de circunstancias y supuestos que
el accionar del Estado expropiante ha ido poniendo de manifiesto, con
sus implicancias y consecuencias jurídicas afectados por las
expropiaciones y, en algunos casos, incluso a terceros. Los vicios
legislativos fueron cubiertos con los pronunciamientos
jurisprudenciales y mediante la labor de la doctrina nacional. No
obstante, aquéllos y ésta no han sentado un criterio uniforme en todos
los casos, en la previsión de las distintas materias"(75). Veamos los
aspectos más relevantes del régimen actual.
X.5.3. El objeto
El objeto expropiado es cualquier bien público o privado que resulte
conveniente para satisfacer la utilidad pública que persigue el Estado,
sean cosas o no. Debe tratarse, entonces, del derecho de propiedad
sobre un bien y no simplemente, según dijo la Corte, de un interés(77).
Recordemos que el Código Civil establecía que los bienes son los
objetos inmateriales de valor y por su parte las cosas son los objetos
materiales susceptibles de tener valor(78). Por su parte, el Código Civil
y Comercial dispone que "Las personas son titulares de los derechos
individuales sobre los bienes que integran su patrimonio conforme con
lo que se establece en este Código" (art. 15). A su vez, "Los derechos
referidos en el primer párrafo del art. 15 pueden recaer sobre bienes
susceptibles de valor económico. Los bienes materiales se llaman
cosas. Las disposiciones referentes a las cosas son aplicables a la
energía y a las fuerzas naturales susceptibles de ser puestas al
servicio del hombre" (art. 16).
¿Qué puede entonces expropiar el Estado? Bienes y cosas.
Los bienes sujetos a expropiación son aquellos necesarios para
lograr la finalidad pública, material o espiritual, e incluso aquellos que
fuesen convenientes en tal sentido, "de modo que... las ventajas
estimadas serán utilizadas concretamente en la ejecución del
programa que motivó la declaración de utilidad pública"(79). La Corte
utilizó el concepto de propiedad, como ya explicamos, en términos
amplios, inclusivo de "todos los intereses apreciables que un hombre
pueda poseer fuera de sí mismo, fuera de su vida y de su libertad.
Todo derecho que tenga un valor reconocido como tal por ley, sea que
se origine en las relaciones de derecho privado, sea que nazca de
actos administrativos (derechos subjetivos privados o públicos) a
condición de que su titular disponga de una acción contra cualquiera
que intente interrumpirlo en su goce"(80).
Los bienes deben estar determinados, salvo que se trate de obras,
planes o proyectos en cuyo caso la declaración de utilidad pública
debe hacerse según los informes técnicos "debiendo surgir la directa
vinculación o conexión de los bienes a expropiar con la obra, plan o
proyecto a realizar"(81).
En el supuesto particular de los inmuebles, cabe señalar que: (a) en
caso de expropiaciones genéricas no sólo debe indicarse la obra, el
plan o el proyecto sino, además, las zonas "de modo que a falta de
individualización de cada propiedad queden especificadas las áreas
afectadas por la expresada declaración"(82); (b) cuando el Estado
expropie parcialmente un inmueble y la otra parte fuese inadecuada
para el uso o explotación racional, el expropiado puede exigir la
expropiación de la totalidad; (c) cuando la expropiación de un
inmueble influyese sobre otros que constituyesen unidades orgánicas,
el propietario de estos últimos puede iniciar acción por expropiación
irregular; y, por último, (d) es posible expropiar el subsuelo con
independencia del suelo e inmuebles sujetos al régimen de propiedad
horizontal.
X.5.5. El procedimiento
a) La declaración de utilidad pública
En primer término, y según el art. 17 de la Constitución Nacional, el
Congreso debe declarar por ley la utilidad pública del bien. En
particular, el Legislador debe decir cuál es el interés colectivo que
pretende satisfacer y cuáles son los bienes sobre los que recae ese
interés.
En segundo término, la ley 21.499 (ADM-1092), como ya hemos
explicado, establece cuál es el alcance del concepto de utilidad
pública, esto es el bien común material o espiritual de la sociedad y, a
su vez, cuál es el grado de detalle de los bienes que en el caso
particular debe hacer el propio Legislador.
b) El acuerdo entre las partes
Una vez declarada la utilidad pública, el sujeto expropiador puede
adquirir el bien directamente del propietario dentro de los valores
máximos que indique el Tribunal de Tasaciones o las oficinas técnicas
competentes, según se trate de un bien inmueble o no,
respectivamente. Este procedimiento previo es denominado por el
Legislador como avenimiento y es de carácter extrajudicial.
Sin embargo, si no existe acuerdo entre las partes, el sujeto
expropiador debe iniciar la acción judicial de expropiación y, en el
marco del proceso y tras el depósito del monto de la tasación, el juez
debe otorgarle la posesión del bien. Posteriormente, éste debe fijar el
valor definitivo del bien. El actor es obviamente, en el marco de este
proceso, el sujeto expropiador porque es el que tiene interés en la
posesión del bien y esto último sólo es posible, en el caso de
frustración del acuerdo extrajudicial entre las partes (avenimiento), por
medio del inicio de las acciones y el depósito judicial de la suma de
dinero correspondiente a la tasación del bien.
¿Qué ocurre si el sujeto expropiado entiende que el procedimiento o
el acto están viciados? El expropiado, entonces, no debe acordar en el
marco del procedimiento extrajudicial de avenimiento y, luego, en el
proceso judicial de expropiación debatir las cuestiones antes
señaladas. En este contexto, el juez debe expedirse sobre la
legitimidad del acto expropiador y el proceso consecuente, y no
simplemente sobre el valor del bien.
A su vez, si tras la declaración de utilidad pública del bien no
hubiese acuerdo extrajudicial entre las partes (avenimiento) y el sujeto
expropiador no iniciase la acción judicial, entonces, el expropiado no
puede hacer nada, salvo que: a) el expropiador tome la posesión del
bien, b) el bien resulte indisponible según las circunstancias del caso,
o c) el Estado imponga una limitación o restricción indebida que
lesione el derecho de propiedad.
Más allá de ello, cierto es que el expropiador tiene un plazo para
promover el juicio, y una vez vencido este término y no iniciado el
proceso, "se tendrá por abandonada la expropiación".
Asimismo, los terceros no pueden impedir la expropiación y, en su
caso, los eventuales derechos de éstos deben transferirse desde el
bien hacia el precio, quedando aquél libre de todo gravamen.
c) La determinación del precio
La indemnización sólo comprende el valor objetivo del bien; es decir,
el valor real de mercado, los daños directos e inmediatos causados
por la expropiación y los intereses.
El valor objetivo es el valor cierto y no hipotético o conjetural. El
valor del bien también comprende, en el caso particular de las
empresas, según el criterio de la Corte, la situación económica de
éstas. Sin embargo, este rubro debe ubicarse conceptualmente en el
marco del daño emergente y no del lucro cesante.
Los daños directos son, entre otros, los gastos de adquisición del
nuevo bien y, en su caso, el traslado. El Estado debe indemnizar los
daños ciertos, actuales o futuros, pero de ningún modo los daños
eventuales o conjeturales. El sujeto expropiador también debe
indemnizar al propietario sólo las mejoras necesarias que hubiese
debido realizar en el inmueble con posterioridad al acto que declaró su
afectación(85).
En ningún caso, el Estado debe indemnizar el lucro cesante o el
mayor valor derivado de las obras, planes o proyectos con motivo del
trámite de expropiación. Respecto de este rubro, es decir el lucro
cesante, ciertos autores sostienen que la ley vigente sólo excluye el
lucro eventual, pero no así el lucro que nace del curso ordinario de las
cosas(86). Sin embargo, creemos que no es posible distinguir
jurídicamente en los términos de la ley 21.499 (ADM-1092) entre, por
un lado, el lucro cesante cierto, es decir las ganancias que
necesariamente tendrán lugar y, por el otro, el lucro eventual, esto es,
los beneficios que podrán o no ocurrir por el transcurso de los hechos.
La ley de modo simple y claro dice que "no se pagará lucro
cesante", es decir que el Legislador excluyó los beneficios o ganancias
del expropiado respecto del bien sin distinciones.
En síntesis, el monto de la indemnización comprende los siguientes
rubros: a) el valor objetivo del bien, b) los daños directos e inmediatos
de la expropiación, c) las mejoras necesarias realizadas después del
acto de afectación y d) los intereses.
El criterio central es, según el Tribunal, el siguiente: "el respeto a la
propiedad... exige que se restituya íntegramente al propietario el
mismo valor de que se lo priva, ofreciéndole el equivalente económico
que le permita, de ser posible, adquirir otro bien de similares
características"(87).
A su vez, el monto debe excluir: a) el lucro cesante, b) el valor
subjetivo del bien, c) el mayor valor del bien en razón del acto de
expropiación, d) los daños indirectos causados por el acto de
expropiación, e) las mejoras de carácter no necesario introducidas en
el bien después del acto de afectación, y f) los gastos eventuales o
hipotéticos.
Detengámonos en el rubro de actualización del valor. La Corte dijo
que, según el mandato constitucional, la indemnización debe ser justa
y ello ocurre "cuando es íntegra, es decir, cuando restituye al
propietario el mismo valor económico de que se lo priva y cubre,
además, los daños y perjuicios que son consecuencia directa e
inmediata de la expropiación"(88). En efecto, el Tribunal, en otro de sus
precedentes, sostuvo que "el valor objetivo del bien no debe sufrir
disminución o desmedro alguno, ni debe el propietario experimentar
lesión en su patrimonio que no sea cumplida y oportunamente
reparada" y, en tal sentido, "para determinar la justa indemnización
corresponde computar la desvalorización monetaria sobre el valor del
inmueble del expropiado y también, en igual medida, sobre la parte de
la indemnización ya pagada en virtud del depósito, disponibilidad y
consiguiente retiro de los fondos, para que sea descontada de la suma
total correspondiente"(89). Es obvio, entonces, que en principio según
el criterio del Legislador y del propio Tribunal, el precio comprende la
actualización del valor monetario.
Sin embargo, el reconocimiento de la desvalorización monetaria ha
sido objeto de controversias. Veamos cuál ha sido su derrotero
histórico.
1) La Corte aceptó computar la desvalorización antes de la sanción
de la ley 21.499 (ADM-1092).
2) Por su parte, la ley de expropiación (ley 21.499) dice que
"integrarán la indemnización el importe que correspondiere por
depreciación de la moneda" y que "para establecer la depreciación
monetaria, se descontará del valor fijado la suma consignada en el
juicio... efectuándose la actualización sobre la diferencia resultante,
hasta el momento del efectivo pago".
3) La Corte luego reconoció en diversos antecedentes, muchos de
ellos ya citados, el cómputo de la desvalorización monetaria sobre el
valor del inmueble expropiado.
4) Sin embargo, la ley 23.928 (D-1725) establece que "el deudor de
una obligación de dar una suma determinada de pesos cumple su
obligación dando el día de su vencimiento la cantidad nominalmente
expresada. En ningún caso se admitirá actualización monetaria,
indexación por precios, variación de costos o repotenciación de
deudas, cualquiera fuere su causa, haya o no mora del deudor, con
las salvedades previstas en la presente ley".
5) A su vez, corresponde en este contexto analizar la aplicación de
la ley 24.283 (E-1899) en materia expropiatoria. Repasemos el texto
legal que dice que "cuando deba actualizarse el valor de una cosa o
bien o cualquier otra prestación, aplicándose índices, estadísticas u
otro mecanismo establecido por acuerdos, normas, o sentencias, la
liquidación judicial o extrajudicial resultante no podrá establecer un
valor superior al real y actual de dicha cosa o bien o prestación, al
momento del pago". Puntualmente, en el caso "Agua y Energía
Eléctrica", el Tribunal sostuvo que el instituto de la expropiación está
incluido en el marco de la ley 24.283 sobre actualización del valor de
las cosas, bienes o cualquier otra prestación.
En otros términos, según el criterio del Tribunal, no existe colisión
entre la ley 24.283 (E-1899; sobre actualización del valor de bienes o
cosas en general, aplicable en el trámite de liquidación judicial o
extrajudicial) y el requisito de indemnización justa, íntegra y actual. La
Corte, entonces, reiteró el concepto de que la indemnización por
expropiación debe compensar la "privación del bien, ofreciéndole el
equivalente económico que le permita, de ser posible, adquirir otro
similar al que pierde en virtud del desapoderamiento" y, asimismo,
resaltó que no debe afectarse el interés del particular(90).
Más recientemente, la Corte dijo en igual sentido que el "costo de
reproducción o reposición del bien puede asimilarse al valor real y
actual a que alude el art. 1° de la ley 24.283. De este modo, la
indemnización resulta justa y no se constituye en motivo u ocasión de
lucro para alguna de las partes, expropiante o expropiado (arts. 17 de
la Constitución Nacional y 2511 del Código Civil)". Y luego concluyó
que "si bien la ley 21.499 sigue el criterio de la desposesión para
determinar el momento al que debe referirse el valor del bien (art. 20),
ello no obsta a la aplicación del régimen de desindexación cuando el
monto indemnizatorio definitivo sea establecido en una etapa posterior
—como la de la ejecución de sentencia— si se configuran los
extremos previstos en ese régimen"(91); y
6) por último, la ley 25.561 (D-2547) modificó los arts. 7° y 10 de
la ley 23.928 (E-1899). La nueva redacción del art. 7° de la ley
23.928 nos dice que "el deudor de una obligación de dar una suma
determinada de pesos cumple su obligación dando el día de su
vencimiento la cantidad nominalmente expresada. En ningún caso se
admitirá actualización monetaria, indexación por precios, variación de
costos o repotenciación de deudas, cualquiera fuere su causa, haya o
no mora del deudor, con las salvedades previstas en la presente ley.
Quedan derogadas las disposiciones legales y reglamentarias y serán
inaplicables las disposiciones contractuales o convencionales que
contravinieren lo aquí dispuesto". Mientras que el art. 10, modificado
por el art. 4° de la ley 25.561 (D-2547), dispone textualmente que
"mantiénense derogadas, con efecto a partir del 1° de abril de 1991,
todas las normas legales o reglamentarias que establecen o autorizan
la indexación por precios, actualización monetaria, variación de costos
o cualquier otra forma de repotenciación de las deudas, impuestos,
precios o tarifas de los bienes, obras o servicios. Esta derogación se
aplicará aun a los efectos de las relaciones y situaciones jurídicas
existentes, no pudiendo aplicarse ni esgrimirse ninguna cláusula legal,
reglamentaria, contractual o convencional —inclusive convenios
colectivos de trabajo— de fecha anterior, como causa de ajuste en las
sumas de pesos que corresponda pagar".
Otro tema controvertido es si el pago del valor del bien debe
hacerse necesariamente en dinero o no. Al respecto el Tribunal
sostuvo que "ninguna ley puede modificar ni subvertir los principios de
raigambre constitucional que han sido preservados aun ante el caso
de leyes de emergencia... y nunca una indemnización previa podrá
entenderse como crédito a cobrar por expropiación"(92). Es decir, en
ningún caso es posible, según el criterio de la Corte, interpretar el
pago previo que exige el texto constitucional simplemente como
derecho de crédito a favor del expropiado. En conclusión, en el ámbito
de la expropiación, el medio de pago es el dinero y "sin la conformidad
del expropiado, la indemnización en dinero no puede sustituirse por
otras prestaciones, por el riesgo de afectar los requisitos esenciales de
pago previo, actual e íntegro". Por ello, por ejemplo, la Corte declaró la
inconstitucionalidad de la aplicación de la ley 23.982 de consolidación
de deudas y emisión de bonos del Estado respecto del pago de la
indemnización por expropiación(93).
Es decir, el sujeto expropiado no puede ser ubicado en situaciones
de emergencia en iguales condiciones que otros acreedores del
Estado.
En conclusión, la indemnización debe comprender el valor objetivo
del bien, los daños directos e inmediatos y los intereses. A su vez, el
pago debe hacerse en dinero y con carácter previo(94).
Cabe también preguntarse cuál es el momento en que debe
calcularse el valor del bien (es decir, el aspecto temporal del cálculo
del precio), más aún en períodos de inestabilidad de valores en el
mercado (por ejemplo, en procesos fuertemente inflacionarios). Por
ejemplo, la valuación debe hacerse al tiempo de: a) la aprobación de
la expropiación; b) el acuerdo en el trámite de avenimiento (valuación
del órgano competente); c) el depósito de la valuación y desposesión
del bien (inicio del juicio expropiatorio); d) el dictado de la sentencia; o
e) el efectivo pago por las diferencias entre la valuación y el fallo
judicial. Este aspecto es sumamente importante por dos razones, a
saber: por un lado, por la prohibición de las actualizaciones y, por el
otro, por la variación de los valores en el mercado. Téngase presente,
además, que entre un hito temporal y otro puede transcurrir un plazo
excesivo (por ejemplo, entre el acto expropiatorio y el inicio del
proceso judicial; o entre el acto de desposesión y el dictado del fallo).
Así, por caso, un inmueble cuyo valor de mercado al tiempo (c) es
de cien mil dólares estadounidenses y, luego, al momento (e) es de
ciento veinte mil dólares estadounidenses (es decir, entre el inicio del
proceso y su conclusión). A su vez, si se hace el cálculo a pesos
argentinos, por caso hipotéticamente su valor es de $ 100.000 al
tiempo (c) y de $ 150.000 al momento e); pero si calculamos el
importe de $ 100.000 más los índices de actualización al tiempo de (c)
arroja una suma mucho menor (por caso $ 120.000). En síntesis, si la
valuación debe hacerse al momento del depósito y desposesión del
bien corresponde reconocerle $ 100.000 o, en el mejor de los casos, $
120.000 (sin perjuicio de que el juez al tiempo de la sentencia debe
descontar el depósito hecho al inicio del proceso); mientras que si el
momento de valuación es el dictado del fallo, entonces, debe
pagársele $ 150.000.
La ley 21.499 (ADM-1092) establece que "la sentencia fijará la
indemnización teniendo en cuenta el valor del bien al tiempo de la
desposesión" (art. 20). Sin embargo, creemos que este precepto debe
interpretarse a la luz del criterio de la Corte según el cual el titular del
bien expropiado debe recibir un monto en dinero que "permita, de ser
posible, adquirir otro similar al que pierde en virtud del
desapoderamiento".
Por su parte, la Corte IDH sostuvo que "no existe un criterio
uniforme para establecer la justa indemnización, sino que cada caso
es analizado teniendo en cuenta la relación que se produce entre los
intereses y derechos de la persona expropiada y los de la comunidad
representados en el interés social". Luego, añadió que "se debe tomar
como referencia el valor comercial del bien, objeto de la expropiación
anterior a la declaración de utilidad pública de éste, y atendiendo el
justo equilibrio entre el interés general y el interés particular... dicha
indemnización deberá realizarse de manera adecuada, pronta y
efectiva".
A su vez, dijo que "no es siempre adecuado evaluarlo en
comparación con bienes en el mercado que no presenten las mismas
características. Por lo tanto, este Tribunal estima que, para fijar el
valor de un bien objeto de expropiación, se debe tomar en cuenta sus
características esenciales, es decir, naturales (tales como su ubicación
o sus características topográficas y ambientales) y jurídicas (tales
como las limitaciones o posibilidades del uso del suelo y su vocación)".
Asimismo, "la Corte considera que uno de los factores que otorgan
valor a un precio es su posible uso, vocación y su edificabilidad, por lo
que se debe establecer, para efectos de evaluación en el presente
caso, y entre otros criterios, las limitaciones jurídicas al uso de suelo
que fueron impuestas al terreno expropiado antes de la declaración de
utilidad pública".
Finalmente, la Corte IDH ordenó "el pago, en dinero efectivo, del
capital adeudado, que incluye la justa indemnización y los intereses...
en cinco tractos equivalentes, en el período de cinco años"(95).
d) El abandono. El proceso judicial en caso de desacuerdo entre las
partes
Si no hay acuerdo entre las partes respecto del valor del bien, es
decir, si no se produce el avenimiento, entonces, como ya dijimos, los
pasos son los siguientes:
1) El expropiador debe necesariamente promover la acción judicial
de expropiación en el siguiente plazo, contado desde la vigencia de la
ley que declare el bien sujeto a expropiación:
1.1. Dos años cuando se trate de bienes individuales determinados.
1.2. Cinco años respecto de bienes comprendidos dentro de una
zona.
1.3. Diez años si son bienes incluidos en una descripción
genérica(96).
Si en el transcurso de esos plazos el expropiador no promoviese el
respectivo proceso "se tendrá por abandonada la expropiación"(97).
Sin embargo, no puede interpretarse que existe abandono, más allá
de los plazos descriptos, en los siguientes supuestos: (a) cuando
existiese una disposición expresa de ley especial en sentido contrario,
(b) si se tratase de expropiaciones de partes de inmuebles destinados
a rectificaciones o ensanches de calles y ochavas y, por último, (c)
cuando estuviésemos ante reserva de inmuebles para obras o planes
de ejecución diferida(98).
2) El proceso judicial, según el art. 19 de la ley 21.499 (ADM-1092),
debe tramitar por juicio sumario. Sin embargo, vale recordar que la ley
25.488 de reforma del Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación derogó el proceso sumario. ¿Cómo debemos resolver
este conflicto jurídico? El art. 320 del Código dice que cuando las
leyes especiales hubiesen establecido el proceso sumario entonces el
juicio debe tramitar como proceso ordinario (U-0692).
3) El expropiador puede desistir de la acción siempre que la
expropiación no haya quedado perfeccionada por transferencia del
dominio mediante sentencia firme, toma de posesión y pago de la
indemnización. En tal caso, el titular del bien expropiado sólo tiene
derecho a obtener el resarcimiento de los daños si éstos fueron
consecuencia directa e inmediata de la afectación y posterior
desafectación del bien(99).
4) En el caso particular de los inmuebles, el sujeto expropiador debe
consignar el importe de la valuación practicado por el Tribunal de
Tasaciones y el juez otorgar la posesión del bien. Por su parte, el
sujeto expropiado puede retirar la suma depositada en tal concepto.
5) Si se tratase de bienes no inmuebles, el expropiador obtiene la
posesión inmediata de éstos, previa consignación judicial del valor
fijado por las oficinas técnicas competentes.
6) La sentencia debe fijar el valor del bien al tiempo de la
desposesión previo dictamen del Tribunal de Tasaciones de la Nación.
Por su parte, en el caso de bienes no inmuebles debe producirse
prueba pericial.
7) Por último, la acción del expropiado para exigir el pago de la
indemnización prescribe en el término de cinco años desde que el
monto quedó firme.
Aclaremos el cuadro vigente. Cuando el bien fue declarado sujeto a
expropiación y no existe acuerdo entre las partes, el Estado puede
iniciar el proceso judicial respectivo. Sin embargo, si no lo hace, el
expropiado no puede impulsar el trámite, salvo en ciertos casos. En
estos supuestos, el proceso no es iniciado regularmente por el
expropiante sino de modo inverso por el expropiado y, en tal sentido,
es irregular (acción de expropiación inversa o irregular, tal como
veremos más adelante).
De todos modos, si transcurren ciertos plazos y el Estado
(expropiador) no iniciase el proceso judicial (tras el fracaso del
avenimiento), es posible que el sujeto expropiado planté el abandono
y quede sin efecto la expropiación.
Distinto es el caso, en términos sustanciales, cuando el Estado tomó
posesión del bien por medio de un acuerdo extrajudicial o judicial y le
da un destino diferente o, quizás, ninguno. En este contexto, el
expropiado puede intentar el recupero de ese bien, retrotrayendo las
cosas al estado anterior (acción de retrocesión; ver punto X.5.4. de
este Capítulo).
e) La expropiación irregular o inversa
Este proceso judicial específico y obviamente distinto del trámite
regular tiene dos notas relevantes. Por un lado, el objeto es el
perfeccionamiento del trámite expropiatorio (coincide en este aspecto
con el proceso regular), pero se distingue del trámite de retrocesión
porque, en este último, el sujeto expropiado pretende la
reincorporación del bien a su patrimonio. Por el otro, el actor, en el
marco de este proceso judicial inverso, no es el sujeto expropiador
sino el expropiado que, insistimos, inicia la acción con el objeto de que
avance y concluya el trámite de expropiación(100).
La acción de la expropiación irregular sólo procede en los siguientes
casos.
I. Cuando existe una ley que declaró la utilidad pública y el Estado
tomó la posesión del bien, sin cumplir con el pago previo. Cabe aclarar
en este punto que, según el criterio de la Corte, la declaración del
Estado de que un inmueble está sujeto a expropiación "no crea un
derecho a favor del propietario para obligar a aquél a hacerla efectiva",
salvo que medie ocupación del inmueble, privación de su uso o
restricción del dominio(101). Sin embargo, el Tribunal sostuvo que, tal
como establece la ley, "la desposesión por parte del Estado por la
ocupación material de la cosa, o por la afectación en cualquier grado
de su derecho en la posesión, uso o goce de ella en razón del ejercicio
del poder de expropiación, faculta al propietario a reclamar la
expropiación inversa"(102).
II. Cuando el bien mueble o inmueble resulta de hecho indisponible
para su titular con motivo de la ley de declaración de utilidad pública.
III. Por último, cuando el Estado impone una limitación o restricción
indebida que importa una lesión sobre el derecho de propiedad. Este
supuesto es evidentemente el más controvertido, pues no se advierte
claramente el alcance del concepto "limitación o restricción
indebida"(103).
¿Cómo es el trámite de la expropiación irregular? La acción de
expropiación irregular sigue el mismo procedimiento que el trámite
judicial de la expropiación regular; no es necesario el reclamo
administrativo previo según el art. 53 de la ley; y el plazo de
prescripción de la acción es de cinco años desde la fecha en que
tuvieron lugar las conductas estatales.
Sin embargo, la Corte declaró la inconstitucionalidad del plazo de
prescripción porque "el art. 56 de la ley 21.499 —en cuanto fija el
plazo de cinco años para la prescripción de la acción deducida en
autos— implica la transferencia de bienes al Estado sin la
correspondiente indemnización que prescribe el art. 17 de la Ley
Fundamental; ello lesiona el derecho de propiedad amparado por esta
norma y, por ende, justifica declarar la invalidez de la disposición
cuestionada"(104).
XI.2. La desregulación
El poder de policía es, entonces, el poder estatal de regular,
ordenar, limitar, restringir, prohibir y controlar. Sin embargo, el Estado
establece excepciones o vías de escape de modo tal que el titular
puede, en casos particulares y si cumple con las condiciones
normativas, saltear ciertas restricciones.
Sin perjuicio de los casos particulares sobre restricciones y
autorizaciones, el Estado, así como en ciertos contextos decide
regular con mayor densidad, es posible y de hecho así ocurre que, en
otras circunstancias, retire sus restricciones con alcance general. Este
último proceso es conocido como desregulación estatal. En otros
términos, el Estado puede regular y, luego, quitar regulaciones.
Es decir, la desregulación es básicamente la derogación o supresión
de las regulaciones preestablecidas. Así como el Estado regula, esto
es, restringe derechos, puede también dejar sin efecto esos límites
con alcance general (evidentemente no se trata aquí de saltear las
limitaciones por medio de autorizaciones singulares).
Las desregulaciones deben hacerse por ley y el Estado debe
explicar y justificar sus decisiones. ¿Por qué? Porque cuando el
Estado ejerce su potestad de regular restringe y, a su vez, reconoce
derechos. Por eso, cuando el Estado vuelve sobre sus propios pasos y
suprime las restricciones sobre derechos, pero igualmente comprime
otros derechos (es decir, recorta la extensión de derechos). Por tanto,
la desregulación debe hacerse por ley ya que es el Congreso quien
debe decidir cómo resolver el conflicto entre derechos y dar las
razones del caso.
En el marco del Estado Neoliberal se produjeron cambios
sustanciales en el poder de policía. Si bien los poderes de regulación
no desaparecieron, sí se eliminaron ciertas restricciones o limitaciones
(en particular, en el marco de la intervención estatal sobre las
actividades económicas y el mercado). El control se transformó en
simples comunicaciones y se reemplazó, en ciertos casos, el control
previo por el posterior e, incluso, se delegó el control a los
particulares. Finalmente, se reconoció al silencio efectos
positivos cuando se tratase de autorizaciones y permisos.
Más puntualmente, la ley 23.696 (ADM-2613) es un claro ejemplo de
desregulación. Dice su texto que el Poder Ejecutivo "podrá disponer,
cuando fuere necesario, la exclusión de todos los privilegios y/o
cláusulas monopólicas y/o prohibiciones discriminatorias aun cuando
derivaren de normas legales, cuyo mantenimiento obste a los objetivos
de la privatización o que impida la desmonopolización o desregulación
del respectivo servicio".
Sin embargo, el arquetipo de las políticas de desregulación propio
de los años noventa es el decreto 2284/1991, dictado durante la
Presidencia de C. MENEM sobre la desregulación del comercio interior
de bienes y servicios y el comercio exterior, supresión de entes,
reforma fiscal, mercado de capitales, sistema único de la seguridad
social y negociación colectiva, entre otros.
Analicemos el decreto de desregulación con mayor detalle y según
las bases del régimen constitucional, es decir, la exigencia de ley del
Congreso y el carácter razonable de su contenido.
(A) Exigencia de ley del Congreso. El decreto 2284/1991 fue dictado
por el Poder Ejecutivo en virtud de las facultades conferidas por los
incs. 1 y 2 del art. 86 de la Constitución Nacional (actual art. 99, incs. 1
y 2). Sin embargo, de la lectura del decreto surge que el Ejecutivo
también invocó la doctrina de los reglamentos de necesidad y urgencia
en los siguientes términos: "la indispensable celeridad en la aplicación
simultánea del nuevo ordenamiento —erigida como condición
inexcusable para el éxito del programa— obliga a recurrir, en parte, al
ejercicio de facultades legislativas reservadas a otro poder de la
República, en un caso como el presente, en el que la obligatoria y
saludable publicidad de los proyectos que se gestan en el área
Gobierno, se contrapone a la imperiosa exigencia de que las nuevas
reglas de juego económicas se pongan en vigencia sin un
conocimiento previo de los operadores económicos, lo que podría
generar una inestabilidad persistente en los mercados durante todo el
tiempo que demandaría su sanción por el Honorable Congreso de la
Nación, con el consecuente perjuicio social que ello importaría. Que lo
expuesto califica como urgente la situación descripta, requiriendo
inexcusablemente la adopción en forma inmediata de las soluciones
de fondo tendientes a impedir los graves perjuicios que acarrearía a la
economía nacional una demora en su implementación".
Luego, agregó que "dicho ejercicio se ajusta a las políticas
legislativas trazadas por el Honorable Congreso de la Nación por
medio de las leyes 23.696, 23.697 y 23.928 y está sujeto al control y
decisión final del órgano legislativo de la Nación, de acuerdo a la
doctrina de los decretos leyes".
Es importante señalar que, en este contexto, el Poder Ejecutivo
sustentó especialmente sus medidas en el ejercicio del poder de
policía de emergencia. Así, sostuvo que "la Constitución Nacional no
reconoce derechos absolutos en momentos de perturbación social y
económica y en otras situaciones semejantes de emergencia y que,
ante la urgencia en atender a la solución de los problemas que ella
crea, es posible el ejercicio del poder del Estado en forma más
enérgica que la admisible en períodos de sosiego y normalidad".
Posteriormente, el decreto 2284/1991 fue ratificado por ley del
Congreso. En efecto, la ley 24.037 del presupuesto del ejercicio del
año 1994, sancionada en el mes de diciembre de 1993, convalidó el
decreto 2284/1991 y sus modificaciones (esto es, los decretos
2424/1991 y 2488/1991).
(B) El carácter razonable de las medidas estatales. En este punto
debemos repasar cuáles fueron los objetivos y las medidas concretas.
Por un lado, los objetivos que persiguió el Poder Ejecutivo fueron,
entre otros, los siguientes: (1) afianzar y profundizar la libertad
económica y la Reforma del Estado con el objeto de consolidar la
estabilidad económica, (2) evitar distorsiones en el sistema de precios
relativos y mejorar la asignación de recursos en la economía nacional
a fin de asegurar una más justa y equitativa distribución del ingreso,
(3) atenuar los efectos de la situación de emergencia sobre las
categorías sociales más desfavorecidas, y provocar la disminución de
los precios artificialmente elevados por efecto de regulaciones o
monopolios legales que provocan falta de competencia y de
transparencia en muchos mercados, (4) liberar a los habitantes de las
restricciones y limitaciones al ejercicio de sus derechos y garantías
constitucionales que fueron impuestas por situaciones de hecho que
ya no existen, en particular respecto de los derechos de contenido
económico y, por último, (5) incorporar "normas de carácter general
que amparen el ejercicio de los principios básicos de la libertad de
comercio" y excluir "intervenciones... no fundadas en el resguardo del
interés general".
Por el otro, las medidas adoptadas por medio del decreto fueron las
siguientes:
1- La desregulación del comercio interior de bienes y servicios
dejando sin efecto las restricciones sobre la oferta de bienes y
servicios en todo el territorio nacional; las limitaciones a la información
que debía ofrecerse a los consumidores o usuarios de servicios sobre
aspectos relevantes relativos a bienes o servicios que se
comercialicen; y todas las otras restricciones que distorsionen los
precios de mercado evitando la interacción espontánea de la oferta y
de la demanda.
En particular, el decreto:
(a) suspendió el ejercicio de las facultades otorgadas por la Ley de
Abastecimiento 20.680 en el Poder Ejecutivo, limitándolas a
situaciones de emergencia y previa declaración del Congreso,
(b) liberó y desreguló el transporte automotor de cargas por
carretera, como así también la carga y descarga de mercaderías y la
contratación entre los transportistas y los dadores de carga en todo el
territorio nacional,
(c) dejó sin efecto todas las restricciones al comercio mayorista de
productos alimenticios perecederos, esto es, "perímetros de protección
a los mercados considerados de interés nacional, como asimismo
otros beneficios con el objeto de facilitar la concentración de
operaciones en un mismo espacio físico",
(d) derogó las declaraciones de orden público establecidas en
materia de aranceles, escalas o tarifas que prohibían convenir
honorarios y otras retribuciones por servicios profesionales no
comprendidos en la legislación laboral ni en convenciones colectivas
por debajo de un determinado monto,
(e) facilitó la libre instalación de farmacias por parte de cualquier
persona física o jurídica, dispuso la libre comercialización de
especialidades medicinales de venta libre y autorizó la libre
importación de medicamentos y, por último,
(f) dispuso que la Procuración General debía instar ante la Corte la
declaración de inconstitucionalidad de las normas provinciales
contrarias a la libertad de comercio y transporte entre jurisdicciones.
2- La desregulación del comercio exterior ya que dispuso suprimir
todas las restricciones, los cupos y otras limitaciones cuantitativas a
las importaciones y exportaciones de mercaderías.
El decreto, en particular, ordenó:
(a) dejar sin efecto todas las intervenciones, autorizaciones o
cualquier acto administrativo de carácter previo sobre las operaciones
de exportación y sobre la documentación aduanera sobre embarques,
y
(b) derogar las preferencias adicionales del régimen del Compre
Nacional, dejando sólo en pie la preferencia de los productos de
origen nacional respecto de los extranjeros o los servicios de
empresas de capital nacional en situaciones de igualdad de precios.
3- La reforma de las estructuras administrativas, en especial, los
órganos o entes que guardaban relación con las regulaciones del
Estado.
Por eso, el decreto disolvió:
(a) las unidades administrativas de rango inferior a Dirección
Nacional, General o equivalente responsables del cumplimiento de las
intervenciones y controles suprimidos por el decreto, y
(b) la Junta Nacional de Granos, la Junta Nacional de Carnes, el
Instituto Forestal Nacional, el Mercado de Concentración Pesquera, el
Instituto Nacional de la Actividad Hípica, la Corporación Argentina de
Productores de Carne, el Mercado Nacional de Hacienda de Liniers, la
Comisión Reguladora de la Producción y Comercio de la Yerba Mate,
el Mercado Consignatario Nacional de Yerba Mate y la Dirección
Nacional del Azúcar.
4- La reforma del régimen fiscal con el propósito de simplificar el
sistema entonces vigente.
En tal sentido, el decreto concretamente ordenó:
(a) suprimir tasas, contribuciones e impuestos,
(b) dejar sin efecto la desgravación impositiva de las tierras de baja
productividad,
(c) suprimir el Fondo de Promoción de Exportaciones,
(d) establecer excepciones al pago del impuesto de sellos y
ganancias y, por último,
(e) dejar sin efecto el impuesto a la transferencia de títulos valores,
el impuesto adicional a la transferencia de títulos valores y el impuesto
sobre las ventas, compras, cambios o permutas de divisas(175).
5- Respecto del mercado de capitales, dispuso la liberación de los
requisitos de acceso por parte de oferentes y demandantes eliminando
las trabas impositivas, reduciendo los costos de intermediación y
asegurando la transparencia de los mercados.
6- En relación con la seguridad social, unificó el régimen de
recaudación de los aportes y contribuciones sobre los salarios a través
de la creación del Sistema Único de la Seguridad Social (SUSS)(176).
Por último, cabe agregar que el decreto 2284/91 fue modificado por
diversas leyes; entre ellas, la ley 26.337de Presupuesto del ejercicio
2008 que derogó el art. 70 del decreto (sobre el destino del 50 % de la
tasa de estadística sobre importaciones a la Cuenta Especial Fondo
Consular); la ley 26.567que dispuso que "la preparación de recetas, la
dispensa de drogas, medicamentos, incluidos los denominados de
venta libre y de especialidades farmacéuticas, cualquiera sea su
condición de expendio, sólo podrán ser efectuadas en todo el territorio
de la Nación, en farmacias habilitadas"; la Ley de Mercado de
Capitales (ley 26.831; D-3341) que derogó los arts. 80 a 84 del
decreto sobre desregulación del mercado de capitales; y la ley
26.893 (sobre modificación del impuesto a las ganancias) que derogó
el art. 78 del decreto 2284/91 (este precepto eximía del pago del
impuesto a las ganancias a los "resultados provenientes de
operaciones de compraventa, cambio, permuta o disposición de
acciones, bonos y demás títulos valores")(177).
En este punto, cabe recordar que el art. 237 del Código Civil y
Comercial dice que "la Constitución Nacional, la legislación federal y el
derecho público local determinan el carácter nacional, provincial o
municipal de los bienes enumerados en los dos arts. 235 y 236".
Este mandato normativo, simplemente, recoge el principio que prevé
el propio texto constitucional, cuyo art. 124 señala expresamente que
"corresponde a las Provincias el dominio originario de los recursos
naturales existentes en su territorio"(27). Es decir, los bienes son
provinciales o federales según el territorio en que se encuentren, salvo
que la ley establezca el dominio federal y de conformidad con el texto
constitucional.
Las otras disposiciones del nuevo Código, por caso el art. 235 y
otros preceptos complementarios sobre los bienes del dominio público
y su régimen jurídico, sólo son aplicables en el marco de los bienes
del Estado federal y no así respecto de los bienes públicos de los
Estados provinciales(28).
No obstante lo dispuesto por la Constitución, esto es, que la
titularidad del dominio de los recursos naturales corresponde a las
Provincias, los autores discuten si la jurisdicción sobre tales recursos,
esto es, la facultad de regulación, corresponde a las Provincias o la
Nación. En otras palabras, se encuentra controvertido si la titularidad
del dominio sobre los recursos naturales importa, además, la
jurisdicción sobre ellos o si se trata de dos conceptos independientes
y, por tanto, sobre el dominio provincial puede recaer en parte
jurisdicción federal(29).
Esta discusión se suscitó, principalmente, respecto del dominio de
los yacimientos de hidrocarburos. Más aún, la ley 26.197 del año 2006
sustituyó el art. 1° de la ley 17.319 que establecía que "los yacimientos
de hidrocarburos líquidos y gaseosos situados en el territorio de la
República Argentina y en su plataforma continental, pertenecen al
patrimonio inalienable e imprescriptible del Estado nacional" y dispuso
que tales yacimientos "pertenecen al patrimonio inalienable e
imprescriptible del Estado nacional o de los Estados provinciales,
según el ámbito territorial en que se encuentren"(30).
Creemos que el poder competente para regular el régimen de los
bienes estatales (los bienes y las reglas del dominio público) es el
titular del dominio (Estado nacional o provincial), sin perjuicio de que el
Estado federal puede regular los aspectos complementarios en tanto
guarden relación directa con el ejercicio de las competencias federales
reconocidas por el convencional.