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PENAL ECONÓMICO
El Derecho penal actual debe proteger exclusivamente bienes jurídicos, de manera tal
que la intervenció n punitiva no podrá admitirse para resguardar meras convicciones morales
o aspectos de simple orden social. Este postulado general se vincula, como correlato ló gico,
con la exigencia de que Ia conducta tipificada como delito, afecte el bien jurídico protegido
Bajo esta ó ptica, los delitos econó micos no deben quedarse en la protecció n de los bienes
jurídicos individuales de los intervinientes en el sistema econó mico, sino que deben tener en
cuenta también los llamados bienes jurídicos supraindividuales, colectivos o difusos. El
discurso jurídico-penal sobre el bien jurídico protegido abandona el monismo liberal para
asumir un dualismo social derivado de la necesidad de proteger también los sustratos
colectivos de la actual realidad social.
A saber, partir de la idea de que el Derecho penal asegura la incolumidad de esas realidades
individuales o colectivas, cuando lo cierto es que su funció n se despliega cuando esas
realidades ya Se encuentran afectadas o frustradas. Tal como ya se dijo, el fin de la sanció n
penal no es garantizar la existencia de determinados bienes individuales o realidades
colectivas, sino resolver el problema social que se produce por un ataque contra los mismos,
es decir, por el desconocimiento del derecho de una Persona a poder disponer de sus bienes
de manera segura.
El Derecho penal econó mico no sanciona un menoscabo del sistema econó mico o de algú n
Sector econó mico específico. El delito econó mico no tiene que alcanzar tal lesividad, pues su
injusto está constituido por la defraudació n de una expectativa normativa de conducta de
cará cter esencial en el sector econó mico, lo que no precisa necesariamente de una afectació n
sensible a realidades individuales o colectivas valoradas positivamente. Esta expectativa se
configura a partir del reconocimiento social de determinados bienes, intereses, facultades e
instituciones econó micas que resultan indispensables para que los agentes econó micos
puedan desplegar sus actividades. Por lo tanto, el bien jurídico penalmente protegido es la
vigencia de las expectativas normativas de conducta esenciales en el sistema econó mico,
radicando su carácter esencial en su necesidad para garantizar el desarrollo personal de los
agentes econó micos.
La relevancia penal del peligro es consecuencia ló gica de estar en una sociedad con una
economía de contactos sociales complejos y con mayores grados de desarrollo tecnoló gico.
Por lo tanto, si el Derecho penal econó mico pretende tener una vigencia efectiva en el actual
modelo de orientació n de los sujetos econó micos, debe necesariamente adaptar sus categorías
dogmá ticas a la configuració n que hoy en día tiene la realidad econó mica. Y no hay duda que
en una sociedad de riesgos, los delitos de peligro abstracto no son, en Io absoluto, cuerpos
extrañ os.
Ahora bien, la aceptació n de los delitos de peligro abstracto no significa que se admita
cualquier configuració n del peligro abstracto, sino que só lo podrá recurrirse a tal técnica
legislativa si se respeta ciertos requisitos:
(a) que la conducta prohibida esté claramente descrita,
(b) que sea visible su referencia a un bien jurídico y
(c) que no vulnere el principio de culpabilidad.
Si no se cumple con estos requisitos mínimos, el uso de esta técnica legislativa no resultará
legítimo. El esfuerzo del planteamiento teleoló gico-funcional por legitimar los delitos de
peligro abstracto sin romper la referencia con la afectació n del bien jurídico entendido en un
sentido liberal, no ha llevado a una propuesta satisfactoria. Como lo ha puesto de manifiesto
KINDÂ USER. En esta fundamentació n cae en un inevitable trilema: Si el autor es penado
también cuando valora correctamente la ausencia de relevancia lesiva de su comportamiento
concreto, esto se opondría al principio de culpabilidad debido a la ausencia de una conducta
desvalorada; si el autor, por el contrario, es penado solamente cuando parte de la relevancia
lesiva de su comportamiento, perderían los delitos de peligro abstracto la razó n de su
existencia al lado de los delitos de lesió n con punició n de la tentativa se permite finalmente
como solució n la prueba en contrario de Ia falta de peligrosidad en el caso concreto, esto
llevaría a una inversió n de la carga de la prueba contraria al principio del in dubio pro reo. En
consecuencia, el castigo por la peligrosidad de una conducta no puede hacerse con base en su
capacidad futura de vulnerar un bien jurídico.
Para poder legitimar la creació n de los delitos de peligro abstracto, no debe recurrirse al
peligro sobre la realidad que encarna el bien jurídico, sino a las condiciones para disponer
despreocupadamente del mismo. Una expectativa normativa de conducta puede defraudarse
también si no hay seguridad en el disfrute de los bienes sin peligros.
Por todo lo anteriormente señ alado, los delitos de peligro abstracto encuentran su
justificació n en la necesidad del legislador penal de establecer, por el riesgo de
representaciones individuales divergentes, unas má ximas iguales para todos.
Por un lado, podría sostenerse que la diferencia entre el ilícito administrativo y el ilícito penal
es simplemente cuantitativa, no existiendo, por tanto, una distinció n cualitativa respecto de
los criterios de estructuració n de ambas formas de injusto. El límite entre estos á mbitos
jurídicos estaría determinado fundamentalmente por el principio de subsidiariedad. Si ambos
ordenamientos jurídicos protegen bienes jurídicos, habrá que decidir qué afectaciones del
bien jurídico son tan graves como para sancionarse a través del Derecho penal. Esta solució n
argumentativa no puede, sin embargo, ser de recibo para quienes entienden que la diferencia
no es, o no lo es solamente, cuantitativa. En nuestra comprensió n del bien jurídico penalmente
protegido, por ejemplo, queda claro que el
Por el contrario, para asegurar el funcionamiento de aspectos que simplemente dan un orden
al sistema econó mico global o de cuestiones accesorias del sistema, resultará n suficientes los
mecanismos de reestabilizació n del propio sistema econó mico o los dispositivos jurídicos
extrapenales del Derecho administrativo sancionador. El cará cter esencial de las expectativas
restablecidas a través del Derecho penal marca una diferencia cualitativa con el Derecho
administrativo sancionador.
El aspecto que queda por precisar está referido al momento en el que la defraudació n de las
expectativas alcanza el cará cter de esencial y justifica, por tanto, el recurso a los delitos de
peligro abstracto. Para poder responder a este interrogante resulta necesario tener en cuenta
la diferencia de los criterios de legitimació n en dos planos distintos. Por un lado se encuentra
Ia legitimació n de la restricció n de la libertad del ciudadano mediante las prohibiciones
penales en general, 1o que significa que la protecció n penal solamente debe alcanzar a las
condiciones que, en la sociedad de la que se trate, son indispensables para la realizació n de las
personas. En la medida que la reacció n penal constituye una de las formas má s extremas de
limitació n de la libertad de los ciudadanos, debe recurrirse a la técnica del peligro abstracto
solamente en caso de ser necesaria para proteger aspectos esenciales para la realizació n de
las personas (vida, salud, etc.). Por otro lado está el plano de la legitimació n de la concreta
intervenció n punitiva del Estado por la infracció n del tipo penal, es decir, la existencia de una
peligrosidad socialmente intolerada. La realizació n de esta peligrosidad debe producir una
perturbació n social tal que sea necesario utilizar un restablecimiento normativo con las
sanciones má s drá sticas.
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determinadas circunstancias, la segunda se mide en funció n del conocimiento del mundo que
hace que una proposició n (p1) contenga ló gicamente a otra (p2). Si bien se necesita de
informació n empírica para determinar si p1 se ha dado en la realidad, el paso a p2 será una
cuestió n estrictamente ló gica. En esta ú ltima forma de probabilidad se sustenta la
peligrosidad en un delito de peligro abstracto.
Esta situació n genera una cierta vinculació n entre eI sistema penal y los otros sistemas
de control:
En la medida que los ó rdenes extrapenales puedan solventar las situaciones de conflicto, el
Derecho penal no se verá obligado a intervenir para solucionarlas. só lo las lesiones má s
intolerables a los bienes jurídicos má s importantes deben sancionarse penalmente.
El Derecho penal econó mico debe elaborar las leyes penales mediante conceptos
normativos generales que permitan al juez adaptar los tipos penales a la multiformidad
de las conductas lesivas aparecidas en el á mbito econó mico general, o contar con el
auxilio de las normas administrativas en á mbitos especializados mediante las distintas
té cnicas de reenvío'". Só lo de esta manera puede el Derecho
'penal econó mico ofrecer las condiciones para una efectiva labor de
estabilizació n de las expectativas sociales que haga frente al dinamismo de la economía.
b. El mandato de determinación
El principio de legalidad impone al legislador el deber de precisar en la ley todos los
presupuestos que configuran la conducta penalmente sancionada y la pena aplicable. A esto
se le conoce como el mandato de determinació n o certeza. Se trata de una derivació n ló gica
del principio de legalidad', pues la sola exigencia de la expedició n de una ley para castigar
penalmente no bastaría para evitar excesos de poder, en tanto esta exigencia podría
cumplirse de manera formal y, pese a ello, mantenerse las condiciones para una arbitrariedad
judicial.
El legislador só lo puede precisar en la ley los rasgos generales del delito y juzgarlo desde
su naturaleza general. En tanto el caso concreto só lo se presenta ante el juez, el legislador
es incapaz de dar una solució n concreta para una situació n específica. Como consecuencia
de lo antes referido el mandato de determinació n só lo podrá exigir la configuració n de leyes
relativamente determinadas, en las que se pueda compatibilizar la predeterminació n
legislativa general con el punto de vista judicial ante el caso concreto. La cuestió n decisiva
será precisar qué nivel de determinació n relativa se exige del legislador penal.
Se requiere siempre de una labor de concreció n de la norma por parte del particular en
la situació n específica(252). La ley penal constituye, en todo caso, un elemento de juicio que,
junto con otros aspectos adicionales y un proceso particular de valoració n por.
parte del sujeto individual, forma parte de un proceso de toma de decisió n. La norma penal
no motiva, sino que a lo mucho ofrece criterios para una orientació n eficiente en el sistema
social.
Lo relevante para el principio de legalidad no se ubica propiamente en el efecto
motivatorio que tiene la ley penal sobre la actuació n del sujeto, sino má s bien sobre la
actuació n del juez. Quien decide si una conducta concreta defrauda o no una determinada
expectativa normativa, es finalmente el juez. Ni la ley general ni los reglamentos
administrativos determinan si una conducta concreta ha defraudado o no una determinada
expectativa normativa, pues, como ya lo indicamos, se encuentran formulados en un plano
de mayor abstracció n. La exigencia del mandato de determinació n en el Derecho penal
constituye simplemente un límite a la decisió n judicial en el caso concreto, en el sentido de
sometimiento a determinadas pautas objetivas establecidas previamente por ley. En este
sentido, el mandato de determinació n, como garantía ante la arbitrariedad, podría cumplir
su funció n só lo con precisar de manera general determinadas pautas de actuació n. Sin
embargo, en sociedades complejas la necesidad de una mayor seguridad ante el arbitrio
judicial exige que el legislador penal concrete aú n má s los criterios generales de actuació n
mediante la descripció n de las formas de conducta que van en contra de estos criterios
generales de actuació n (por ejemplo, las formas de, afectar el patrimonio ajeno: hurtar,
robar, estafar, dañ ar, apropiarse, etc.p56).
Pero intentar una especificació n absoluta de la ley penal resulta una pretensió n utó pica
ya só lo por la propia indeterminació n del lenguaje utilizado y las zonas de penumbra que
toda palabra, como significante. La motivació n es un proceso interno que difícilmente puede
verificarse. Una interpretació n normativa de tal proceso tampoco permite descubrir la
funció n del Derecho penal. La determinació n sirve como pauta para que el juez pueda
determinar si hay defraudació n o no.
Entendido así el mandato de determinació n en el Derecho penal; no debería haber ningú n
inconveniente para la aceptació n de leyes penales con clá usulas de remisió n, en tanto sirven
al juez para precisar si un hecho concreto se corresponde con la forma general de actuació n
sancionada por la ley penal. Del mismo modo, el legislador puede recurrir a elementos
normativos y clá usulas generales para configurar las formas de conducta defraudatorias de
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expectativas cuya determinació n general só lo puede llevarse a cabo con conceptos
normativos o indeterminados que requieren de una posterior valoració n complementaria del
juez en el caso específico.
Pero el recurso bastante extendido en el Derecho penal econó mico de cláusulas de
remisió n a leyes complementarias extrapenales o a actos de la Administració n, así corno el
uso de clá usulas generales, cuestiona la observancia prá ctica de tal mandato. La doctrina
penal no rechaza absolutamente el uso de leyes penales con remisiones extrapenales o
clá usulas generales, Sin embargo, con esta concesió n de uso no se legitima cualquier remisió n
extrapenal o el uso de clá usulas generales, sino que se exige también una determinació n
mínima en la ley penal de los criterios de sanció n, de manera que se impida la arbitrariedad
judicial.
Para poder precisar si la leyes penales en blanco utilizados en el derecho penal econó mico
representa una presió n al mandar tu determinació n resulta necesario hacer una exposició n
diferenciada de los puestos de leyes penales en blanco:
Las leyes penales en blanco propias: en las leyes penales en blanco propias la
remisió n si hace a otras leyes igual rango (leyes especiales) . Un ejemplo de esta clase de ley
penal en blanco es el delito de abuso de poder econó mico del artículo 232 del có digo penal,
que se remiten a la ley de defensa de la competencia el decreto legislativo 701. En primer
lugar, cabe señ alar que estos puestos nos representan infracció n del principio de legalidad
en el sentido de distribució n del poder, pues tanto la ley especial como la ley especial
complementaria está n pedidas por el legislador (o por una delegació n de facultades
legislativas). Sucede solamente que los criterios de decisió n para determinar la conducta
prohibida se encuentran repartidos en las leyes.
Hay que precisar, sin embargo, que la cláusula de remisió n de la ley penal en blanco hace
que la parte pertinente de la ley especial pase a formar parte de la ley penal, con todos los
requerimientos exigidos por el mandato de determinació n
Las leyes penales en blanco impropias: En estas leyes penales en blanco se presenta una
remisió n a. Disposiciones administrativas, lo que ha levantado voces críticas por dejar en
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manos de la Administració n los criterios para decidir el cará cter penalmente prohibido de la
conducta típica. Para salir al paso frente al cuestionamiento a las leyes penales en blanco
propias, se han desarrollado fundamentalmente dos argumentaciones. La primera, asumida
por el Tribunal Constitucional españ ol, admite la conformidad de las leyes penales en blanco
con el mandato de determinació n si la ley penal establece el nú cleo esencial de la conducta
prohibida y deja a las leyes complementarias de rango inferior los aspectos accidentales o
accesorios de la conducta típica. Frente a esta argumentació n se presenta la teoría de la
concreció n, desarrollada por los tribunales alemanes, segú n la cual la ley penal en blanco
determina plenamente la conducta prohibida quedando en manos de las leyes de menor
rango solamente la funció n de concretar los criterios de decisió n ya establecidos en la ley
penal.
A pesar de la innegable similitud entre la teoría de la esencialidad y la de la concreció n,
puede señ alarse que má s resulta la formulació n de la teoría de la concreció n, pues deja a
salvo conceptualmente el mandato de determinació n. Por esta razó n, puede decirse que los
tipos penales cuya remisió n a una norma o reglamento administrativo sirve exclusivamente
para concretar el criterio de decisió n ya establecido por ley, se muestran plenamente
conformes con el mandato de determinació n. Tal compatibilidad depende del hecho de que
la norma administrativa no constituya un criterio de decisió n, sino solamente un criterio de
especificació n. Podría decirse incluso que la remisió n a normas administrativas para
especificar la conducta prohibida ofrece mayor seguridad frente al arbitrio judicial, pues no
se tratará de una decisió n judicial libre, sino sujeta a pará metros administrativamente
establecidos". Si por el contrario, la ley penal en blanco no establece criterios de decisió n o lo
hace de manera tan general que no ofrece un marco objetivo de decisió n (p.e. el supuesto de
administració n fraudulenta de persona jurídica previsto en el inciso 7 del artículo 198 del
Có digo penal), se tratará entonces también de leyes penales incompletas que facultan de
manera encubierta una intervenció n del Poder Ejecutivo en la configuració n de los criterios
generales de decisió n. Estos supuestos deben efectivamente rechazarse por atentar contra el
principio de legalidad, en tanto se trata de una intromisió n ajena en las actividades
reservadas al Legislativo.
Las leyes penales en blanco con remisiones dinámicas: La crítica a las leyes penales en
blanco se dirige fundamentalmente a los supuestos de remisió n normativa a normas
complementarias diná micas, es decir, a aquellas que son modificadas continuamente. Se
reprocha a esta forma de ley penal en blanco una infracció n del mandato de determinació n,
en tanto no permite fijar definitivamente la conducta prohibida debido al cará cter cambiante
de la norma complementaria extrapenal", Sin embargo, si se considera detenidamente los
requerimientos del mandato de determinació n, puede concluirse que esta forma de ley penal
en blanco no afecta en sentido estricto este mandato, pues se trata de una modificació n de
los criterios de especificació n que no afecta para nada la determinació n general realizada
legalmente por el legislador. En nuestra legislació n penal constituyen ejemplos de leyes
penales en blanco con remisiones diná micas el delito tributario contable (artículo 5 del
Decreto Legislativo 813) y el delito de contabilidad paralela (artículo 199 del Có digo Penal).
En estos casos no existe una infracció n del mandato de determinació n, pues los criterios
generales de la forma de conducta sancionada (no ajustarse a las reglas tributarias o
comerciales correspondientes respecto de la manera de llevar la contabilidad) se encuentran
determinados por la ley penal. Si bien cabe imaginar un abuso de los conceptos generales de
la ley penal en blanco por parte de la regulació n administrativa complementaria, estos
peligros tendrían que ser evitados por el juez mediante una correcció n de las regulaciones
administrativas excesivas. Siguiendo con los ejemplos citados: si se incluyen como
obligaciones de cará cter contable, cuestiones referidas só lo al trá fico comercial y no al
ámbito específico de la contabilidad de un negocio, el juez podrá dejar de lado la norma
complementaria y sujetarse a una interpretació n de los conceptos generales de la ley penal.
La fundamentació n jurídica de tal proceder se encuentra en el mandato constitucional que
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en caso de conflicto de leyes obliga al juez a preferir una ley sobre una norma de menor
jerarquía.
Cláusulas de remisión inversa: Mediante una clá usula de remisió n inversa una ley extra-
penal se remite a una ley penal en blanco para el castigo de una conducta determinada. Esta
remisió n no generaría mayores problemas si la conducta pudiese subsumirse completamente
en el tipo penal remitido, pues no só lo no se desnaturalizaría el tipo penal, sino que se
ofrecería una mayor seguridad jurídica. Los cuestionamientos aparecen, por el contrario,
cuando la conducta prevista en la ley extra-penal desborda el á mbito de regulació n del tipo
penal, como sucede, por ejemplo, con el artículo 231 de la LGSF que establece que si el
depositario de una prenda global-y flotante no cumple con el deber de devolució n, será
responsable por el delito de apropiació n ilícita tipificado en el artículo 190 del Có digo Penal.
Si se analiza los elementos constitutivos del delito de apropiació n ilícita, el incumplimiento
por parte del depositario de la obligació n de entregar los bienes con prenda global y flotante
no reú ne los elementos constitutivos del delito de apropiació n ilícita, pues el deudor no
recibe del acreedor los bienes dados en prenda (se trata de bienes que el deudor ya posee) y
tampoco puede apropiarse de dichos bienes (ya que el depositario es, en principio, el
propietario de los mismos). En consecuencia, la conducta del depositario de bienes con
prenda global y flotante que incumple la obligació n de entregar al acreedor dichos bienes u
otros de similar naturaleza o su valor en dinero, no podrá sub sumirse en el tipo penal de
apropiació n ilícita. Se tratará de un incumplimiento contractual que desde la redacció n del
artículo 190 del Có digo penal debería ubicarse en el á mbito de lo penalmente atípico.
La doctrina penal peruana ha visto con sentido muy crítico la clá usula de remisió n inversa
que desborda el alcance de los tipos penales a los que se remiten, en la medida que pueden
afectar el principio de legalidad y permitir el castigo de conductas que no tienen el suficiente
desvalor como para ser merecedoras de sanció n penal. Parece ló gico pensar que una
conducta típica determinada fuera del Derecho penal responde má s a objetivos de cará cter
extrapenal que a la efectiva protecció n de bienes jurídicos. En esta línea, DOVAL PAIS
advierte el peligro 11 de que el órgano emisor de normas extrapenales incluya una cláusula de remisión
inversa que eleve de facto a la categoría de delito una conducta. que por su remota relación con el objeto
remitido desde la ley penal o por su irrelevancia. excediese del ámbito del injusto típico propuesto por el
legislador penal. No cabe duda que la remisió n hecha por el artículo 231 de la LGSF materializa
este peligro y, por ello, debería ser rechazada por el juez.
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