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Carta de Paula, personaje de “Patrón” (cuento de Abelardo Castillo) a Juliana Burgos,

personaje de “La intrusa” (cuento de Jorge Luis Borges).

Turderas, 9 de noviembre de 1897

Querida Juliana Burgos:

Quiero que sepas que tu trágica historia, el modo en que truncaron tu vida los
bestias de los Nilsen, fue difundida por el mismo Cristian Nilsen, el menor de los
hermanos, durante el velorio de Eduardo, su hermano mayor. La grapa que bebió para
mitigar su pena le jugó una mala pasada y contó pormenores del crimen. Pero, ya sabés
lo ingrata que es la justicia para con las mujeres, ¿será que es así en nuestro pago o lo
será en todas partes?

Pese a lo dicho, a mí, las circunstancias de tu asesinato, al que en el futuro


llamarán “femicidio”, me lo contó la vieja Tomasina, la partera del poblado. A ella debí
consultar por mi preñez, a la que fui forzada por el patrón, don Anteno Domínguez, el
dueño de La Cabriada. Con el objetivo de tener una hembra fértil que le diera a su
capricho un crío, heredero de sus tierras y de su peonada, me pidió en matrimonio a mi
abuela. En su momento, odié a la vieja, luego comprendí que con o sin consentimiento,
el patrón se iba a salir con la suya.

La patrona del prostíbulo de Morón solía enviar alguna que otra de sus mujeres
esclavizadas para a parir con la Tomasina. Llegaban al rancho fajadas y retorcidas de
dolor. Las hubo que sus crías morían todavía enrolladas como gusanos, pero otras crías
lograban sobrevivir. La Tomasina contó que una tal Juliana Burgos tuvo un machito de
tez muy blanca con ojitos verdes y unos bellos curiosamente colorados. El guachito,
junto a los otros que sobrevivían, iban a parar a la casa de la Herminda, la esposa del
puestero del campo lindante al del viejo Antelo, donde eran alimentados y fortalecidos
para afrontar los rudos trabajos del campo. Parece que el desamor los hacía violentos, y
por lo tanto, los predilectos entre la peonada.

Yo viví cuatro años de golpes, gritos, humillación y desdicha a la par del viejo
seco, áspero y retorcido del Antelo, mi marido, mi patrón. Creo que mi rebeldía, la de no
darle con el gusto, impedía mi preñez. Pero el día que ocurrió y que coincidió con el
accidente del viejo que lo dejó casi mudo y cuadripléjico en su cama, cuidé que nadie
hubiera en la casa grande ni en los alrededores, parí un machito fuerte que lloraba
como un chancho degollado, lo alcé en mis brazos como si no me perteneciera, y cual si
fuera una ofrenda, lo dejé en su regazo, entre las sábanas blancas, en el cuarto alto de

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la casa grande. Durante un segundo, Antelo se quedó “con la boca abierta en un grito
inarticulado y feroz, una especie de estertor mudo e impotente, tan salvaje, sin
embargo, que de haber podido gritarse habría conmovido la casa hasta los cimientos”.

Luego, bajé las escaleras, salí de la casa, cerré con llave la puerta principal, subí
al sulky y me fui. Me fui libre, y galopé hasta quedar exhausta a través del espacio y el
tiempo. Lo hice para despojarme y despojarte de las sanguinarias heridas causadas por
los sometimientos a cláusulas viriles, brutales y arbitrarias, que nos humillaron y
vejaron. Lo hice para reivindicar tu muerte, querida Juliana, y las miles, millones de
muertes en manos de machos violentos, las de mis mujeres ancestrales y las de mis
mujeres futuras. Lo hice, para purgar mi alma y tu alma de tanta crueldad. Lo hice para
que un tal Castillo y un Borges puedan contar nuestras historias y queden palpitando en
el universo por toda la eternidad.

Con mucho cariño y sororidad,

La Paula

Pd: “Ni una menos”.

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