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ética y libertad: principios fundamentales


en el ejercicio de la docencia

María Esther del Pilar Ortuño Burgoa*

É
tica: del latín aethica, y éste del griego ethiké, f.f. de ethikós, ético.
Parte de la Filosofía que versa sobre la moral y las obligaciones del
ser humano.1 Si la Ética es aquella disciplina dedicada al estudio de
la conducta humana, de los actos humanos en razón a su bondad o maldad,
lleva consigo al humanismo que no es más que la orientación de nuestra vida
hacia la conciencia de la existencia del otro como semejante, del actuar para
el otro y con amor hacia él.
A la luz de la Ética se ha profundizado en el alma y la mente humana; se
han dado definiciones, teorías, discusiones en torno a valiosos conceptos
tales como: ser, hombre, valor, moral, felicidad, justicia, responsabilidad y
más. Todo esto ha dado lugar al surgimiento de axiomas incontrovertibles.
El ser humano se diferencia de otros seres vivos porque posee inteligencia
y voluntad, cuenta con dignidad que le otorga un valor que debe traducirse
en autoestima, entendiéndola como el aprecio que de nosotros mismos te-
nemos y que, bien encausada nos llevará a relacionarnos sanamente con los
demás en la búsqueda de la felicidad.
Emmanuel Kant asevera: “El hombre es un ser auto-teleológico, un fin
en sí mismo”. El objetivo de su existencia radica en desarrollar su propia
esencia, traducida en la búsqueda de la felicidad, en esa situación de satis-
facción permanente consistente en obtener la cristalización en su persona de
determinados valores los cuales pueden ser positivos o negativos, de mayor
jerarquía como los morales o menores como los económicos.
Así, la reflexión en conceptos éticos individuales como cuestiones ac-
tuales y vivas de conciencia y posteriormente en valores morales sociales

* Profesora de la Facultad de Derecho de la UNAM.


1
Palomar de Miguel, Juan, Diccionario para Juristas, México, Editorial Porrúa, 2000.

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llevan al individuo a practicar por convicción una conducta recta sustentada


por altos valores que, consecuentemente, permiten que esa voz interna lla-
mada conciencia, que nos dice si actuamos bien o mal moralmente, otorgue
la felicidad que surge del deber cumplido en las distintas facetas que inte-
gran la existencia humana.
En la búsqueda de la felicidad es que el hombre debe hacer uso de su li-
bertad natural entendida como la capacidad de forjarse fines vitales y elegir
los medios idóneos para lograrlos; pero no puede ejercerla ad-libitum ya
que como dijo Aristóteles “el hombre es un ser social un zoon politikón” no
vive aislado pues nace, crece y muere en sociedad por lo que debe respetar
las limitantes que a la misma se han impuesto para preservar la libertad de
cada quien. El ejercicio de la libertad no debe dañar un interés ajeno indivi-
dual, tampoco puede dañar el interés de una colectividad, es decir un interés
social y mucho menos en ejercicio de su libertad debe el hombre dejar de
cumplir con sus deberes sociales.
Sin embargo no basta con conocer y respetar estas limitantes por temor a
una sanción, sino por la convicción de que al ceder parte de esa libertad por
el bien común lograremos mayor libertad para todos.
Los principios éticos del Derecho, principios deontológicos que nos haya
dado el jurisconsulto Celso que conforman el ser y deber ser de éste mismo,
constituyen un pilar fundamental en la conducta a la que todo hombre debe
aspirar y que en sí llevan imbíbito un contenido profundamente amoroso:

“honeste vivere” vivir honestamente.


“alterum non laedere” no dañar a otro.
“summ cuicue tribuere” dar a cada quién lo suyo.

Elegir una vida respetando estos principios, logrará que el ser humano
pueda legítimamente buscar su felicidad pues vivirá de forma honesta, ejer-
ciendo su libertad sin dañar a otro y respetando lo suyo de cada quien.
Como seres humanos, abogados por elección, debemos estar convencidos
de la importancia del ejemplo pues a través de él es que brindaremos con-
fianza y certeza; con el esfuerzo que dediquemos con el alma y con la mente
a la realización de determinados valores mostraremos que nuestra profesión
es una de las más admirables.
El hombre como abogado debe ser libre, ejercer la expresión sin sumisión
a nadie, auténtico y fiel a sí mismo actuando de acuerdo a lo que se piensa
y siente, con valor civil pues como dice el doctor Ignacio Burgoa Orihuela
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“De nada servirá a la sociedad la sapiencia sin la conciencia de seguridad


y firmeza en lo que se cree y sin el propósito de combatir por un ideal” 2
“honesto alejándose de conductas corruptas como la deshonestidad, la inefi-
cacia dolosa, la ineptitud e incompetencia perseverantes, el engaño o fala-
cia, el desvío doloso de conducta, la adulación y servilismo, complicidad y
encubrimiento además de la indeferencia y apatía”.3
Con un profundo sentido de justicia incluyendo la justicia social, enfoca-
da a la integración de las mayorías y dignificación de la persona humana,
abramos nuestro espíritu con la intención de alcanzar lo que Hans Küng lla-
ma “ética mundial” aquélla que establece el trato humano para todo ser hu-
mano, no haciendo a los demás lo que no deseamos para nosotros mismos.
No basta con regirnos personalmente por principios éticos, que si bien
son necesarios para que cada hombre dirija su vida, es necesario y urgente
exteriorizarlos, compartirlos creando, como dice Küng, una “ética de
responsabilidad”, que nos concientice del impacto de nuestros actos en la
vida de los demás; pues sin un código de ética mundial que marque valores
aceptados por todos, estaremos poniendo en peligro la supervivencia huma-
na. “Sin un código moral mundial, no hay orden en el mundo ¿de qué sirven
las leyes sin las costumbres? Sin su cumplimiento las leyes están muertas.
Se hace necesaria la educación”.4
En el momento en que vivimos, donde impera un decaimiento social,
cuando los valores parecen invertirse cuando la ambición de poder y dinero,
aunadas a la necesidad de un consumo extravagante parecen dirigir nuestras
vidas es imperativo detenerse, retroceder, retomar y profundizar en los con-
ceptos mencionados para devolver a nuestra existencia su verdadera esencia.
Por esto ante tales circunstancias, los abogados, humanistas por exce-
lencia y sobre todo en la hermosa faceta como profesores nos encontramos
ante la importante y maravillosa responsabilidad, de la cual nunca se nos
ha eximido, y que es imprescindible revitalizar continuando la formación
de seres humanos, preparando hombres y mujeres con conocimientos téc-
nico jurídicos de excelencia que les permitan incursionar y desarrollarse en
cualquier ámbito que elijan de acuerdo al enorme abanico de posibilidades
que como abogados se les ofrece. Sin embargo y con la misma importancia

2
Burgoa Orihuela, Ignacio, El jurista y el simulador del Derecho, México, Editorial
Porrúa, 2000, p. 21.
3
Ibidem, p. 22.
4
Narro García, Ana María, Principios de Ética, México, Editorial Porrúa, 2009, p. 88.
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hemos de realizar la ardua tarea de inculcar y hacer crecer el humanismo


incipiente que por el hecho de ser hombre y elegir esta noble profesión debe
ya estar en ellos.
Así, basados en la profundización de principios éticos se formarán profe-
sionistas integrales, fieles a sí mismos, cultos, con talento y aptitudes para
el ejercicio de la abogacía y al mismo tiempo sensibles comprometidos con
ellos mismos, con sus semejantes con sus comunidades con su país y ¿por
qué no? con el mundo entero, en otras palabras abogados y no solo licencia-
dos en Derecho.
“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona, como en
la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca
solamente como un medio”. Kant”.5

Bibliografía

Burgoa Orihuela, Ignacio, El Jurista y el Simulador del Derecho, México,


Ed. Porrúa, 2000.
Narro García, Ana María, Principios de Ética, México, Ed. Porrúa, 2009.
Palomar de Miguel, Juan, Diccionario para Juristas, México, Ed. Porrúa,
2000.

5
Ibidem, p. 14.

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