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Leyendas de Birmania
Las misteriosas Rangún y Mandalay. Y Bagan, con sus 2.000 templos
budistas en la llanura.
Myanmar, la antigua Birmania, se abre al turismo en pleno proceso de
cambio político
Un exótico crucero por el río Irawadi y otras emociones del país de moda
del sureste asiático
AMELIA CASTILLA
28 MAR 2014 - 00:00 CET 17

La llanura de Bagan, con sus templos budistas sobresaliendo entre la vegetación. / Ana Nance

Si los aeropuertos ofrecen la primera imagen del país al que llega el viajero, la
fotografía de Rangún esta mañana parece sacada de una ciudad árabe. Acaba
de aterrizar un vuelo procedente de La Meca y cientos de personas, con
chilabas de lujo, velos de seda de colores y mucho oro, esperan sudorosas
para atravesar el control policial. La entrada se realiza en orden y en silencio,
como si los militares, que durante casi cincuenta años sumieron al país en una
dictadura feroz, todavía mandaran mucho, que lo hacen, pero ahora en un
discreto segundo plano. Los musulmanes son minoría perseguida en algunas
zonas del país. “Si no quieren líos, que se hagan budistas”, resume sin una
pizca de sensibilidad uno de los empleados del aeropuerto. Fuera luce el sol y
la humedad se pega al cuerpo. Para algunos la riqueza de un país se mide por
el número de coches de sus ciudadanos; otros, en cambio, estiman que el
verdadero poderío se mide por el número de “ricos” que viajan en transporte
público. Myanmar (antigua Birmania) pertenece a la primera categoría. Los
atascos en Rangún son de antología, y cruzar una calle en la antigua capital
del país, una aventura a la que uno se acostumbra rápido. Y lo mismo con los
hombres, la mayor parte ataviados con faldas y chanclas.

No es un tópico. Todo el mundo


sonríe y saluda juntando las manos
sobre el pecho: “¡Mingalaba!”, el
equivalente a nuestro “hola”. Mujeres
y niños usan como protección solar
una pasta, tanaka (extraída de uno
de los árboles locales), de un tono
mucho más claro que el de su piel.
Se lo untan en las mejillas, con
dibujos de flores o mariposas. En la
antigua capital del país hay que mirar
bien el suelo en que se pisa: el
asfalto ofrece trampas mortales,
Una de las barcas rústicas que navegan por el río como si hubiera sido arrancado por
Irawadi, en Birmania. / Ana Nance
un terremoto. La vegetación se cuela
por los carcomidos edificios de piedra
y el cableado aéreo atraviesa las calles a la vista de todos. Mientras se
mantiene la luz del día, las aceras se convierten en un hervidero de gente. En
los puestos callejeros se encuentra de todo, desde improvisadas cabinas
telefónicas hasta escribanos redactando cartas con pluma o con máquinas de
escribir. La comida se cocina en rústicos fogones y se puede consumir en
chiringuitos de sillas diminutas de plástico; el pescado aún vivo se ofrece junto
a la variada fruta local, en la que destaca el dragón y la papaya.

Rangún tiene seis millones de Con o sin monzón, la humedad


habitantes, pero la riqueza se acaba empapando. El bar del hotel
concentra en manos de un 8% Strand, un elegante edificio de estilo
colonial, situado cerca del río
Yangón, puede servir como refugio
para el viajero ansioso del fresco que proporciona un potente aire
acondicionado, agitado con ventiladores de madera colgados del techo. Sirven
cócteles, amenizados por las suaves notas procedentes de un xilófono y un
arpa local para un público integrado por turistas y hombres de negocios, sobre
todo arquitectos e ingenieros, implicados en la construcción de nuevos
edificios. A unos pasos, cruzando la carretera, se encuentra el puerto desde el
que salen los barcos que cruzan el río hasta el otro lado de la ciudad. El viaje
en cargueros destartalados, llenos de gente que ofrece sus mercancías
(huevos de codorniz o fruta), muestra una buena panorámica de cómo vive la
mayor parte de la población. Rangún tiene seis millones de habitantes, aunque
la riqueza se concentra en manos de un 8%.

En algunas pagodas se puede sacar


dinero de los cajeros automáticos, los
niños venden bolsas de plástico para
los zapatos de los turistas y las
vendedoras ofrecen pájaros vivos
como ofrendas para Buda, que las
malas lenguas cuentan que han sido
amaestrados para volver a su jaula.
El complejo religioso de la
Shwedagon pagoda, con una estupa
de 100 metros de altura, recubierta
con un baño de oro, parece visita
obligada. El recorrido se inicia por la
La orilla del río Irawadi, con el 'Road to Mandalay' izquierda, y a cualquier hora del día
anclado entre sus aguas ocres. / Ana Nance
se ven familias enteras, monjes
rezando en posición de loto, ancianos
que precisan ayuda y brigadas de limpiadores manejando una fregona que
abarca todo el pasillo y que va secando el suelo de mármol para evitar
resbalones. El ambiente de recogimiento y espiritualidad contrasta con las
oleadas de turistas, mayoritariamente asiáticos, que, armados de teléfonos de
última generación, sortean a los fieles o directamente se plantan delante para
hacerse un selfie. Nadie protesta. La paz no se rompe. Conviene ganar puntos
para la nueva vida en el más allá, nadie quiere retornar convertido en un
insecto. Los monjes con sus túnicas azafrán forman parte del paisaje;
descalzos o con chanclas, van y vienen por las calles recogiendo comida. Se
les venera y, en cierto modo, representan el auténtico poder de un país
profundamente religioso.

Myanmar se ha convertido en el Con la oscuridad de la noche, las


país de moda del sureste asiático. calles pierden su ritmo vertiginoso; de
En un año, el número de hecho, algunas zonas quedan
visitantes ha crecido de 400.000 parcialmente iluminadas, pero la vida
a un millón no se detiene en una ciudad que vive
transformaciones espectaculares
desde que empezaron los cambios
políticos. Myanmar se ha convertido en el país de moda del sureste asiático.
En un año, el número de visitantes ha crecido de 400.000 a un millón. Durante
años, su acceso estuvo cerrado a los extranjeros, y todavía muchas zonas del
país —que comparte frontera con China, India, Tailandia y Bangladesh— no
pueden visitarse sin un permiso especial. Sin embargo, Rangún parece
embargado por la fiebre del oro. Se ven grúas por todos lados, el alquiler de los
pisos se ha multiplicado por 10; ya se ha instalado Mango, funcionan
supermercados donde comprar un excelente cabernet sauvignon o chocolate
belga; todo ello junto a los abigarrados mercados locales, donde el oro se
compra al peso y lo funden según la joya que se desee. Cada poco nacen
centros comerciales iguales a los de cualquier capital europea, pero con mucho
té, cremas chinas y tejidos indios. Se encuentran buenas salas de masaje (tres
dólares por hora) y se puede elegir entre excelente comida china, japonesa,
birmana o tailandesa expedida en locales de ultimísimo diseño y a precios
asequibles para el occidental. El kyat, la moneda local, se combina con el pago
en dólares o en euros.

En Rangún vive Aung Sann Suu Kyi,


la líder de la oposición y futura
presidenta del país si los militares se
lo permiten. La casa en la que
permaneció encarcelada durante
décadas, situada junto al lago Inya,
se ha convertido en lugar de
peregrinación. Teresa Mossis y Joy
Bailey, dos amigas mochileras, han
viajado desde California en busca de
la espiritualidad. La casa de la líder
opositora parece parada obligada. La
imagen de su padre, el líder de la
Un artesano birmano dibujando en la madera de independencia del país, preside la
bambú antes de lacarla. / Ana Nance
entrada a la mansión, en la que se
distinguen las alambradas y las
típicas luces de vigilancia nocturna. “Resulta muy excitante estar aquí y
comprobar los cambios de un país que ha vivido cerrado durante décadas.
Estamos muy felices”, dice Mossis.

La Lady, como la llaman allí, se ha convertido en una referencia mundial. A sus


78 años, su elegante figura se exhibe en fotografías, camisetas y llaveros. Las
librerías venden libros sobre ella o su padre junto a novedades de Jonathan
Franzen o Richard Ford. Su presencia en una exposición o en un restaurante
genera un éxito de público. Los habitantes de la antigua Birmania han pasado
cuatro décadas sin poder expresar su opinión, pero ahora, hasta en las aldeas
más remotas, la gente ha perdido el miedo a hablar, aunque pocos quieren
recordar el pasado de represión y violencia. Muchos temen que se produzcan
disturbios y se acabe la paz social si el Gobierno de Thein Sein, teniente
general y presidente del país, no accede a modificar las leyes que permiten a
los militares disponer de escaños en el Parlamento sin haber sido elegidos.
Para alejarse del ruido y disfrutar del
charme oriental se recomienda el
Governor’s Residence, antaño
vivienda del gobernador de Kaya
reconvertido ahora en hotel de lujo.
Decorado con madera y plantas
tropicales, el recibimiento incluye
collar de flores y refresco en el bar
con vistas a la piscina y al delicado
jardín tropical. Para el que se atreva,
disponen de carta de puros (un
Cohiba, 74 euros) y una pequeña
biblioteca al alcance del viajero que
incluye libros de Jo Nesbo y de
Tolkien.

Mandalay
Un viaje en avión de poco más de
una hora deposita al viajero en
Mandalay, la segunda ciudad más
grande del país y antigua capital del
imperio antes de la invasión británica.
De ahí parten algunos de los barcos
que navegan por el Irawadi, el río que
cruza el país de norte a sur. El Road
to Mandalay (Camino a Mandalay), Mapa de Myanmar, la antigua Birmania. / JAVIER
BELLOSO
un crucero organizado por Orient
Express, compañía hotelera y
operador de sofisticadas aventuras,
llega hasta Bagan en una de sus
rutas. El barco de madera, remolcado
desde Hamburgo en 1994 para
navegar por el río, reúne en esta
ocasión a 68 viajeros de 13
nacionalidades, sobre todo europeos
o australianos. La mayor parte del
pasaje lo integran parejas, solas o en
grupo, gente de cierta edad
acostumbrada a viajar. Malvena
Sargeant no quiere ni oír hablar de su
edad, pero de los 80 no baja. Vive en
En el caos circulatorio de Mandalay, la segunda Sidney y se pasa los meses viajando,
ciudad más grande de Birmania, mandan las motos y
las bicicletas. / Ana Nance en una especie de maratón personal
para recuperar el tiempo que estuvo
al lado de su esposo, un mal hombre
que no disfrutaba de la vida. Arregladísima a cualquier hora del día, luce
sobrepeso y se mueve con dificultad, pero eso no parece ser un problema para
nadie en el barco. Viajeros y tripulación vigilan atentos sus necesidades,
empezando por Stephen Locke, australiano de 46 años, director del Road to
Mandalay. Los tres años que lleva al frente del barco le han convertido en
testigo excepcional de los espectaculares cambios que vive el país. Le
preocupa que todo se masifique y se pierda la espiritualidad.

La vida en el barco permite Pese a las actividades programadas,


disfrutar del dolce far niente. que incluyen la presencia de un
Desde la cubierta se divisa el astrólogo y excursiones puntuales, la
horizonte verde de plantaciones vida en el barco permite disfrutar del
de mango y bananos, con las dolce far niente. Desde la cubierta se
inevitables pagodas divisa un horizonte verde que, al
primer golpe de vista, se confunde
con un gigantesco campo de golf;
luego, en los puntos en los que el río se estrecha, la cercanía permite distinguir
las plantaciones de mango, los bananos, las rústicas cabañas y las inevitables
pagodas. Sentado junto a la orilla, un pescador lanza una caña rudimentaria;
las mujeres, cargadas con barreños repletos de ropa, enjuagan y golpean las
prendas con jabones caseros; los niños nadan en las aguas color té, y los
campesinos de regreso del campo acercan los bueyes al agua. La filosofía de
los habitantes de Myanmar, tras décadas de represión, se resume en cuatro
palabras: ver, oír, aprender y vivir.

Bagan
El barco navega por el centro del río
y ahí permanece anclado mientras
duran las paradas para las
excursiones. Los viajeros son
transportados hasta a la orilla en
barcazas de madera pintadas de
colores. De fondo, la llanura de
Bagan con sus más de 2.000 templos
sobresaliendo entre las acacias. Las
edificaciones están conectadas entre
sí por caminos de tierra llenos de
baches que los turistas recorren en
bicicleta o calesa y, si el tiempo lo
La pagoda de Shwesandaw, en Bagan. / Ana Nance permite, en globo. Los cambios que
experimenta el país también han
calado en la gente, que vive en
condiciones miserables y que ve en los turistas una fuente de ingresos. En los
lugares que hasta hace unos años eran remotos, los niños esperan al viajero a
pie de barco, cargados de productos locales. El típico “bueno, bonito y barato”
o la pregunta sobre si militas en el Madrid o el Barça sirve como preámbulo de
una amistad que está a punto de empezar. De nada vale una negativa:
“¡Amigo!, ¡amigo! ¿Te espero aquí? ¿Luego? ¿Mañana?”.

Cuando cae el sol, no cabe un Si hay ciudades que se pueden


al�ler en el templo de describir por su color, el de Bagan
Shwesandaw, de estilo piramidal sería una mezcla del verde de los
con escaleras que ascienden por maizales y el marrón de algunas
cinco terrazas cúpulas. No se ve apenas gente, en
1990 la población fue obligada por
decreto de uno de los gobernadores
a trasladarse al otro lado del río. Se les acusó de robar reliquias. Solo los
turistas, los campesinos que aran los campos como en los años de Marco Polo
y los vendedores de postales y figuras de Buda se mueven por los caminos.
Nada te prepara para el atardecer en Bagan. Tras una jornada de tormenta que
ha dejado algunos restos grises en las nubes, el sol comienza a declinar. En el
templo de Shwesandaw, de estilo piramidal con escaleras que ascienden por
cinco terrazas, no cabe ni un alfiler. Móviles de todas las generaciones, iphones
y sofisticadas cámaras, apoyadas en trípodes, disparan sin parar al horizonte
tratando de captar una vista general de las pagodas, erguidas entre las
acacias, con las aguas ocres del río y las pequeñas embarcaciones varadas en
la orilla.

El viaje incluye visitas a estupas,


templos y monasterios, lo que
permite contemplar arquitectura
budista de todas las épocas hasta
llegar a una cierta saturación
religiosa. En el acceso a los templos
se despliegan mercadillos
abarrotados de productos locales.
Antes o después de contemplar
frescos con diferentes escenas de la
vida del príncipe Siddharta se ofrecen
bolsos de mimbre de colores,
pinturas de arena o un ejemplar de
Una calesa en la llanura de Bagan, en Myanmar, la Los días de Birmania, de George
antigua Birmania. / Ana Nance
Orwell, en el idioma que guste. La
visita a Katz, el pueblo donde el
escritor inglés ejerció como policía y cuya vida y miserias colonialistas quedan
magistralmente retratadas en la novela, tendrá que esperar a otro viaje.

Myanmar, tutelado por los militares y con una líder opositora que se acerca a
los 80 años, se enfrenta ahora a un destino incierto. Quizá la bonanza
económica estimule la consolidación de la democracia y la libertad.

Guía
Información

Visados: para entrar en Myanmar se necesita visado. España no


mantiene relaciones diplomáticas con la antigua Birmania y hay que
solicitar el permiso a través de alguna de las embajadas de ese país
en Europa. Las delegaciones diplomáticas de Myanmar en París (+33
156 88 15 90) o Berlín (www.botschaft-myanmar.de) son las que
acogen mayor número de peticiones. Es necesario realizar los
trámites con cierta antelación puesto que pueden retrasarse hasta 20
días.

Turismo de Myanmar (www.myanmar-tourism.com).

Cómo ir

Qatar Airways (www.qatarairways.com), Thai (www.thaiairways.com)


y Air China (www.airchina.es) conectan España con Rangún con
vuelos de una escala.

Mayoristas y agencias como Catai (www.catai.es), Kuoni


(www.kuoni.es), Tui (www.tuispain.travel), Tuareg
(www.tuaregviatges.es) o Ámbar (www.pasaporte3.com), entre otros,
ofrecen viajes organizados a Myanmar.

Road to Mandalay (www.orient-express.com; 900 95 89 22) navega


entre Bagan y Mandalay durante tres, cuatro o siete noches (a partir
de 1.940, 2.160 y 2.770 euros respectivamente). Los itinerarios
comienzan y terminan en Rangún e incluyen vuelos domésticos. El
viaje por el río solo es posible finalizada la época de lluvias, entre
agosto y enero.

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