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Menos Que Un Perro - Charles Mingus PDF
Menos Que Un Perro - Charles Mingus PDF
MONDADORI
[1]
—Ya trataremos eso más tarde. Volvamos al
tema, a tu antigua profesión de mala reputación.
—Bueno, es verdad que intenté ser un chulo,
doctor, pero no lo hacía bien porque no me gustaba
el dinero que me daban las chicas. Me acuerdo de
la primera que conocí, Cindy. Escondía toda esa
pasta debajo del colchón. Bobo se reía de mí
porque no se la quitaba, decía que yo no sabía
llevar a una puta.
—Si no te interesaba el dinero, ¿qué te
interesaba?
—Quizá solo ver si yo podía hacer lo que los
otros chulos.
—¿Por qué?
—Es casi imposible de explicar: lo que sientes
cuando eres un chico y los reyes de la chulería
regresan al barrio. Con esas poses y abrochándose
las cadenas de sus relojes y luciendo los Cadillac
y los Rollos nuevos y con sus trajes caros a
medida. Eso es lo más cerca que cualquiera de
nosotros podía llegar a estar de ser presidente de
Estados Unidos. Cuando un joven prometedor
consigue imponerse como chulo de primera, ya ha
llegado. Eso es lo que significaba allá de donde
vengo: demostrar que eres un hombre.
—Y cuando lo hubiste demostrado, ¿qué te
interesaba?
—Solo tocar, nada más.
—He estado leyendo sobre ti en una revista. No
me habías dicho que fueras un músico tan famoso.
—Eso me importa una mierda. Es un sistema que
tienen nuestros dueños. Nos hacen famosos y nos
ponen nombres: el rey de esto, el conde de
aquello, el duque de ¡váyase a saber qué! De todas
formas morimos destrozados y, a veces, me
apetece más morirme que afrontar este mundo de
blancos.
—Estamos progresando, Charles, pero quizá ya
hemos hecho bastante por hoy.
—Quería hablarle de Fatos; anoche volví a
soñar con él.
—Estupendo. Guárdatelo para la próxima visita.
Adiós, Caz.
—Hasta la vista, doctor.
2
Octubre.
Mayo.
Julio.
—Kiddle lid.
—¿Cómo hostias sacas ese sonido como si
estuvieras riéndote o hablando?
—Bird, ¿has oído a este paleto?
—Síii, Lucky, ¿lo has oído tú? Del mismo modo
que nosotros hacíamos da ooh da, bajando en
progresión cromática de tu do a do sostenido a si a
do natural, de si bemol a si natural, etcétera.
Simplemente le añadió un cuarto de tono
glissando, y le puso el alma.
—La otra noche escuché a un tío tocando el bajo
como solía hacerlo Adolphus Allbrook. Se supone
que no se puede, pero lo hacen.
—Bird, ¿me tomas el pelo? Es la segunda vez
que oigo hablar de Adolphus Allbrook. Jimmy
Blanton me contó que se hacía una púa de madera
con una mano, seguía tocando con la otra,
terminaba su púa y tocaba la guitarra con ella de
verdad.
—Todo un genio, Mingus.
—Seguro que me gustaría conocerlo.
—Síii, un tío grande. También es científico: es
especialista en física. Enseña judo a la policía.
Consiguió dominar el arpa en dos años.
—¿Cuándo vais a parar de hablar y poneros a
tocar, hijoputas, en vez de dejar a Dodo y a Stan
haciéndose pajas por ahí solos?
—Miles, eres tan vulgar.
—Quiero oír soplar a Bird y no tanta
conversación gilipollas.
—Pues vamos. Uno, dos, uno, dos, tres, cuatro.
—Síii, Bird. ¡Toca, pequeño! ¡Dale, hombre!
—¡Bravo!
—Damas y caballeros, ¿van ustedes a callarse y
escuchar a este hijoputa?
—¡Miles! Cuidado, hombre. No puedes decir
eso.
—Mierda, tío, tapo el micrófono en lo de
«hijoputa». ¿Os acordáis de cuando Monk llamó
por el micrófono siete veces hijoputa al dueño del
club en Detroit porque no tenía un piano en
condiciones?
—Pero lo tuvo a la noche siguiente. Si lo hubiera
llamado «señor», habría seguido con el mismo
trasto viejo.
—¿Quién es este Buddy Collette, Mingus?
—Mi mejor amigo. Antes tocaba de verdad, pero
los blancos lo acojonaron y palideció por dentro.
Le gusta sonar blanco. Pero es capaz de leer
cagaditas de mosca esparcidas en un matamoscas.
—Eso no es jazz.
—Pues díselo a él, Lucky.
—Voy a hacerlo. Primero le voy a dar un poco
de lo suyo.
—No lo intentes, Lucky, te vas a desangrar.
Todos los del estudio lo intentaron. Toca la flauta,
el clarinete, todo... como los blancos dicen que
hay que tocar y con algo más de cuerpo.
—Un tío que se llama Paul Desmond, en Frisco,
toca así. ¿Lo has oído?
—¿Quién es ese niño agarrado a los pantalones
de Bird?
—Ese es mi hijo.
—¡Duke Ellington, papá! ¡Duke Ellington, papá!
—¿Qué está diciendo?
—Me está diciendo que le mola Bird. Mira a
Bird, se sonríe de oreja a oreja. Es una persona
extraordinaria.
—¡Sigue, Dodo! ¡Tío, ese desteñido sí que toca
bien! Y ese batería, también. ¿Cómo se llama?
—Stan Levy. Es judío. Ya sabes que esos chicos
judíos tienen muy buena onda... y fuera.
—Fuera. Acaba.
—¡Bravo! ¡Síii!
—¿Qué tal «April in Paris», Bird?
—Claro, claro, y
—¡Ming, escucha!
—¡Dioos! Suena como millones de almas
encerradas en ese instrumento cochambroso que
tiene. Celofán, gomas y chicle, y dicen que canta.
¡Jo! ¡Canta, Bird! El no hace más que sujetarlo y
escuchar cómo canta.
—Mira, tiene a tu niño en trance. No puede ni
moverse.
—¡Chisss, Lucky! Ya lo he escuchado. Es el tío
que he estallo escuchando en sueños.
—Vamos a dar unas caladas fuera, Mingus.
—Me pregunto si Buddy seguirá creyendo que
las boquillas Merle Johnson dan un sonido más
potente. Algún profesor le ha ido diciendo que los
negros no sacan sonidos potentes con las boquillas
abiertas.
—¡Jo, jo, Mingus! Que cuesta esfuerzo, querrán
decir. Trabajo. No les gusta sudar. Los blancos no
se quedan a gusto hasta que le han quitado todo el
elemento humano. Como Bird... después de haber
llegado hasta aquí le ofrecen instrumentos de
mecanismo blando. Él dice: «¿Para qué? Ya es
demasiado tarde». Le gusta trabajar. Toca una
vieja Conn, con una boquilla abierta del treinta.
Recuerdo que un chico le dijo a Bird que había
oído que los negros usaban boquillas trucadas para
hacer las cosas más fáciles. Bird abrió su estuche
y dijo: «Venga, prueba esta Berg Larsen, hijo». El
chico la puso en su trompeta y sopló. ¡Ja! Solo
salió aire. Se le puso la cara encarnada y morada.
No sacó un solo sonido. Bird dijo: «Tráela, vamos
a ver qué le pasa. Oh, la lengüeta es demasiado
blanda». Sacó una moneda de cincuenta centavos y
sujetó la lengüeta contra ella y quemó el borde con
un mechero... la quemó casi hasta la base. Después
la probó. «Suena estupendamente —dijo Bird—.
Un poco blanda aún, pero servirá.» Si ese chico
hubiera probado a tocar con una lengüeta tan dura
se habría desmayado o muerto antes de conseguir
que sonara. ¿Sabes quién era? Un chico llamado
Lee Konitz. Pregúntale cuando te lo encuentres si
alguna vez vas a Nueva York... Bien, ¿quieres
tocar con mi banda, Mingus?
—No. ¿Quieres tocar con mi trío, Lucky?
—¡Jo, jo! Mingus, si nadie ha oído hablar de ti.
—Estoy contento, hombre. Por eso me hago tres
billetes a la semana en casa, en la alegre y soleada
California.
—¿Tres? ¿Con quién estás?
—Nosotros. «Pick, Plank and Plunk.» Yo, Lucius
Lañe y Harry Hopewell.
—¿Lañe?
—Guitarra. El mejor.
—¿Ah, sí? ¿Has oído hablar de Barney Kessel?
—Sí, y Kessel de Lañe. Lucky, ¿por qué Miles y
tú no ensayáis con nosotros? Quizá podríamos
asociarnos. Tenemos un repertorio difícil. Muchos
trompetistas no pueden con él. Cari George dice
que le da problemas. Dice que hay demasiado
movimiento.
—¿Has oído a Diz?
—Solo en discos con Bird. Suena como si le
enrollara Bartók. Pero al carajo esas gilipolleces,
Lucky. Ven a tocar algo de nuestra sencilla y
anónima música negra de la Costa Oeste.
Ensayamos mañana en el local de Britt Woodman.
Ahora está con Boyd Rayburn. Algunos de los
músicos decían que ningún negro iba a poder tocar
las partes de trombón y, mira por dónde, yo soy el
tío que le ha conseguido a Britt una audición.
—Pero Boyd es un tipo serio de verdad.
—Síii, pero yo no puedo aguantar que me miren
por encima del hombro. Y Harry Babson estaba
detrás, echándome el aliento encima, así que jodí
la música de Boyd. Pero le dije a Boyd que ya que
necesitaba un trombón le diera a Britt una
oportunidad y no juzgara a todos los negros a
partir de mí.
—¿Quieres que entremos a escuchar a Ray
Brown?
—Si ese es el chico que está con Diz, lo escuché
la otra noche en la radio... toca a Pettiford bastante
bien, pero no sé lo que podría hacer por su cuenta
con toda esa técnica. Sé cuándo un músico utiliza
todavía trucos manidos con el bajo. Bill Hadnot,
uno de los mayores bajistas del mundo, y puede
que nunca llegue a oírsele, me llamó para
confirmar si yo estaba tocando con Bird y Diz.
Encendí la radio y ¡bam!: allí estaba yo, al menos
del modo en que tocaba hacia el treinta y nueve. Al
final resultó ser Ray. Pero Ray sigue demasiado de
cerca las ideas de Oscar. El piensa para el bajo, y
no debería hacerlo. Hay que pensar en notas,
sonidos que oyes, lo mismo que un instrumento de
viento. Si hay un tío que sabe tararear buenas ideas
me quedo con eso. ¿Has escuchado alguna vez un
sonido de alto como el de Bird?
—Ni siquiera a Buster Smith.
—Bueno, espera y verás si el sonido de Bird no
se convierte más o menos en el modelo para el
alto, en todo el mundo, para cualquiera que lo
oiga... Lucky, mejor me voy. Tengo que llevar a mi
mujer y a mi hijo a casa y luego ir al Venice para
el bolo.
—Vale, Mingus. Ya hablaremos de formar un
grupo un día de estos. Hasta pronto.
—Bárbara, ¿estás lista?
—Sí, si consigues que Charles deje de meter la
cara en el alto de Bird.
—¡Eh, chico! Vamos.
—¡Bird, papá! Duke Ellington. ¡Bird! ¡Bird!
—Síii, ya lo sé, hijo. Bird es realmente otra
cosa.
19
¡PAF! ¡SPLASH!
—¡Yo, señor!
¡PLONC!
—¡No! ¡Yo, míster!
¡pum!
—¿Gusta follar?
—Diecisiete, dieciocho, diecinueve, ¡veinte!
¡splash, shuuu!
—¡Dos dólares, míster!
—Eh, Hickey, ¿eres tú? ¿Qué te dije?
—No puedo creérmelo, ¿de dónde salen todas?
—Venga, adentro. Necesitamos unas cuantas
más.
—Vale, si tú lo dices, Mingus.
¡casplas! ¡flusss! ¡splash!
—¡Yo francesa, señor!
—Esa hace veinticuatro... veinticinco...
—¿Le gusto? Diez dólares por mi hermanita,
míster, ya va por trece añitos, sin niños, chichis
grandes. Quince dólares por mi prima. Tiene
diecisiete añitos. Diez dólares por la hermana de
mi madre. Veinte años. Mi madre le cuesta a usted
cinco dólares, ahora mismito tiene veinticinco
años.
—Vosotras, poneos las ropas y venid a la suite
diecisiete, die— ci-sie-te, ¿queda claro? Fiesta.
Muchos pesos.
— Sí, señor. Nosotras vamos, follar todas.
Fiesta. Sí. Tú pagas.
— Sí. Suite diecisiete. Venga, Hickey, vamos a
volver deprisa para guardar la pasta antes de que
se amontonen ahí dentro... Nesa, somos nosotros,
¡abre!... Van a subir más de veinte. Vamos a
guardar las cosas con llave en la otra habitación.
—Ya lo hemos hecho, cariño.
¡PAM, PAM!
—¡Bueno, vamos allá!
— Señor, soy yo con mi hermana, mi prima, mi
tía y mi madre. Mire, todas buenas para follar.
Cuarenta y cinco pesos.
—Estás chalado, crío, ¡quiero un descuento si
voy a quedarme con toda la familia!
—Oh, sí. ¿Diez dólares?
—Oh, venga, ¿y qué haces tú aquí? No queremos
chicos rondando.
—Vale, ocho dólares y uno para mí. Yo su chulo.
¿Sabe? Son tímidas.
—De acuerdo, ahí tienes, y piérdete. No se
admiten chicos... Venga, mama. Tú y yo. Dame un
poco de ese tequila.
— Señorita, ¿quieres follar a ella?
—¿Cómo?
—Como prefieras. ¿Así? ¿Lo ves? ¿O quieres
que te mame?
—Vamos, Nesa, déjala.
—Todavía no, Georgie, no me apetece.
¡PAM, PAM!
—Abre la puerta, Nesa. ¡Síii, mamacita,
enséñalo!
—Aquí... goma. No goma, no follar. Nene,
¿entiende?
—A trabajar, mamacita. ¡Sigue así! Hermanita,
acércate al viejo Ming. Tú... ¡uiii! ¡Mama me estás
poniendo bien!
¡PAM, PAM!
—Otra vez la puerta... ¡Siete más!
—¡Este Ming no está de broma! Ha invitado a
todo México a nuestra suite!
—¿Vaselina, míster?
—Un poco, para que no me duela de tanto
tenerla empinada. Venga mama, acerca el morrito.
¡Síii, hermanita, aquí viene!
—¡Ayyy! ¡Que me mueles la panocha! Hago
buena follada, dos dólares más, por favor.
—Hago buena follada gratis, por favor. Tú lo
haces bien, yo trabajo para ti.
—¡Ja, ja, chica! Pero esto no es serio, solo
quiero correrme unas cuantas veces.
—¿Unas cuantas veces, Mingus?
—¡Jo, tú, Hickey! ¿Qué más me queda en esta
sociedad de blancos, si no le gusto a Dios? Yo, yo
y otra vez yo. Y yo vine al mundo entre muslos, no
miento... ¿Cuántas llevo hasta ahora?
—Diecisiete. ¡Estás como una cabra, tío!
—No, hombre. Pásame tequila y lima. ¿Cómo te
llamas, nena?
—Chita. ¡Me han hablado de ti! Mucho toro. Tú
no follas después de Chita. Yo te acabo bien, ¿no,
sí?
—¡Ja! ¡Nesa, págale el doble! ¡Síii! ¡Me gusta su
confianza! Pásame la botella. ¡Güiijii!
NAT.
34
Querido Nat:
Boletín desde Bellevue. He visto que llegaría a
esta encrucijada en mi vida, y necesito saber que
me comprende alguien humano y no esos robots a
los que pagan por escuchar y enseñados a
reaccionar; una máquina a la que se le introdujera
la misma información podría ofrecer un análisis de
mis problemas igual de bueno. Acabo de escuchar
unos cuartetos de Bartók, y ¡uau! Lo que me ha
impulsado a escribir no es tanto el compositor
como los músicos; los intérpretes, como solía
decir Rheinschagen. No dieron el nombre de cada
uno, solo fueron presentados como el Juilliard
Quartet. Así es como debería ser. Son buenos,
buenos intérpretes, y sus nombres carecerían de
toda importancia si no fuera porque tienen que
vivir en algún lado, en una casa con un número y
con un número de teléfono que uno necesita para
poder localizarlos, para pedirles que toquen la
música de otro... puede que incluso la mía, si
tuviera algo que valiera la pena. Son buenos, muy
buenos, rayan en la perfección; son hombres muy
importantes. Poseen la habilidad de transformar en
un instante el alma del oyente y hacerla palpitar de
amor y de belleza... con solo seguir los rasgos de
una pluma sobre una partitura. Cuando escucho a
artistas como estos me viene a la cabeza mi meta
original, pero algo llamado «jazz» me apartó del
camino y no sé si alguna vez podré retomarlo. Soy
un buen compositor con posibilidades enormes y
he logrado un éxito fácil con el jazz, pero no ha
sido realmente éxito... el jazz tiene demasiadas
cualidades asfixiantes para un compositor. Me
pregunto si habrá algún intérprete de jazz tan
impecable como estos tipos. Hay algo que
funciona tan mal que hasta da pena. Sobre los
escenarios tenemos a niños, aclamados pero que
apenas saben tocar. Yo mismo y los otros bajistas
de jazz deberían poder tocar el chelo o incluso la
viola de las piezas de música de cámara más
difíciles, pero el acicate para tocar a ese nivel no
existe en este país. (Con ello no quiero decir que
estos hombres, que logran lo imposible con el
arco, fueran capaces de seguir un ritmo de cuatro
por cuatro como hacen los músicos de jazz.) Pero
si los amantes de la música supieran la cantidad de
talento que está desperdiciándose en nombre del
jazz, ¡asaltarían los despachos de los managers y
los promotores y les dirían que no se conforman
con la mierda que les están dando! ¿Cuántos
músicos de jazz se quedarían en los clubes si
pudieran ganarse la vida tocando en parques y
lugares sencillos sin el gran montaje que ahora es
absolutamente necesario para sobrevivir?
¡Anotarse ese Down Beat, ganar esa encuesta,
esperar ser mencionado antes de llegar a viejo!
¡Ah, lo que daría por ser un miembro desconocido
de un cuarteto como el que he escuchado hoy! Si
eso es de verdad lo que quiero, Nat, supongo que
tendré que dejar el jazz... esa palabra da lugar a
demasiadas tonterías.
Chazz.
36
bookdesigner@the-ebook.org
08/09/2014