Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Aprender de Los Errores
Aprender de Los Errores
Aprender de Los Errores
Años atrás, el doctor Kim Adcock, jefe de radiología del Kaiser Permanente
de Denver, Colorado, empezó una revolución en el área de las mamografías.
Él tomó la decisión de guardar los registros de los casos que los doctores a
su cargo no habían sabido diagnosticar, imprimiendo los resultados y
convirtiéndolos en gráficos y cuadros. El terreno que pisaba era controversial
y peligroso ya que ponía en peligro la autonomía y el prestigio de los
doctores. Al mismo tiempo se ponía en juego la estabilidad de la institución al
existir la posibilidad de ser llevados a juicio por las mujeres cuyos
diagnósticos fueron errados. Los resultados de sus estudios trajeron como
consecuencia el despido de uno de sus doctores que no había podido
descubrir 10 casos de cáncer en 18 meses. Otros dos fueron despedidos en
los siguientes dos años. Además, reasignó a otros 8 doctores que no reunían
las características requeridas para realizar la tarea prevista.
Pillar a un niño en sus errores no es tan difícil, pero hacer que un adulto
reconozca que ha cometido un error puede convertirse en una titánica y casi
imposible tarea. Reconocer un error adulto puede tomar años y mucho dinero
en tribunales y abogados. Detrás de la incapacidad de reconocer un error
hay orgullo y mucha dureza de corazón que inevitablemente llevarán a la
caída. Bien dice el maestro de sabiduría: “Delante de la destrucción va el
orgullo, Y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Prov. 16:18).
1
¿Cómo reaccionamos cuando las cosas salen mal? ¿Qué hacemos cuando
no sabemos por dónde empezar a solucionar el problema que nuestros
errores han fomentado? ¿Somos como el personaje del pasaje del
encabezado, al que le gusta culpar a Dios o a los demás en vez de
reconocer su responsabilidad personal en los fracasos de su propia vida? Es
necesario que refresquemos nuestras conciencias con algunos proverbios
prácticos que nos enseñarán a combatir nuestra incapacidad de reconocer
nuestros errores:
1. “Todos los caminos del hombre son limpios ante sus propios ojos,
Pero el Señor sondea los espíritus” (Prov. 16:2). No basta con nuestra
propia justificación o con la evaluación que hagamos de nosotros mismos. Es
evidente, además, que somos los peores calificadores de nuestros propias
acciones. El proverbista nos advierte que es un hecho que no podremos
nunca hacer una correcta evaluación en solitario de nuestros caminos. Para
nosotros, todo lo que hagamos siempre será limpio delante de nuestros ojos.
Nuestra miopía evaluadora es insuficiente, pero el saber que el Señor está
atento y sopesando nuestro espíritu, puede darnos la sobriedad suficiente
para saber que Él está evaluando cada una de nuestras acciones y debemos
ir a Él y a su Palabra para poder conocer la realidad de nuestras intenciones
y acciones. Finalmente, “Muchos son los planes en el corazón del
hombre, mas el consejo del SEÑOR permanecerá” (Prov. 19:21).
3. “El que vive aislado busca su propio deseo, contra todo consejo se
encoleriza” (Prov. 18:1). Una persona que no reconoce sus errores se pone
en evidencia porque tiende a enojarse cuando le hacen ver su error. Es
alguien que prefiere aislarse y creer que si no escucha voces discordantes
ese error desaparece con el aire de la mañana. ¡Y eso no es cierto! No hay
mejor cura para aceptar nuestros errores que aprender a escuchar con
ambos oídos. Bien dice el proverbista, “Escucha el consejo y acepta la
corrección, para que seas sabio el resto de tus días” (Prov. 19:20).
2
4. “Encomienda tus obras al Señor, Y tus propósitos se afianzarán”
(Prov. 16.3). Te hago algunas preguntas: ¿Podrías presentar delante de Dios
aquello que se te está reprochando o que ocultas para que no sea
descubierto? ¿Serías capaz de defender ante el Señor aquellas cosas que
otros te están demandando? Exponer nuestros pensamientos ante Dios es la
oportunidad precisa para que Él pueda ayudarnos, no solo a mantenernos en
nuestras ideas y planes, sino también a modificarlos, mejorarlos, o
simplemente aceptar que hemos fallado o nos hemos equivocado. Es bueno
saber que nuestro buen Dios soberano no es un simple observador de
nuestro caminar porque, “La mente del hombre planea su camino, Pero el
Señor dirige sus pasos” (Prov. 16:9).