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PARADIGMAS, PROGRAMAS DE

INVESTIGACIÓN Y EL ESTUDIO DEL


LENGUAJE Y EL PENSAMIENTO DESDE LA
PSICOLOGÍA CONDUCTUAL
Jesús Ramírez Gamboa

Resumen: En muchos manuales y libros de historia de la psicología se suele


tratar al conductismo como un paradigma en el sentido kuhniano, un paradigma
que ha sido superado y reemplazado por la psicología cognitiva a partir de los
años 60. Sin embargo, dado que Kuhn se retractó y redefinió gran parte del
contenido de La estructura de las revoluciones científicas en escritos
posteriores, en este trabajo expongo que su perspectiva histórica de la evolución
de las ciencias no es apropiada para describir el estado de la psicología durante
la segunda mitad del siglo XX; en su lugar, se propone la perspectiva de los
programas de investigación de Imre Lakatos para analizar la competencia entre
los programas conductistas y los cognitivistas. Con ese propósito, se analizarán
los progresos hechos en el área del lenguaje y la cognición desde el punto de
vista del análisis de la conducta.
Palabras clave: paradigmas, programas de investigación, conductismo,
psicología cognitiva, lenguaje, cognición, filosofía de la ciencia.

Introducción

Mucho se suele hablar de la Revolución Cognitiva de los años 60 y de cómo el


paradigma del procesamiento de la información sustituyó al conductismo radical como
paradigma en psicología, casi siempre haciéndolo desde una perspectiva kuhniana (Weimer
& Palermo, 1973; Segal & Lachman, 1972; Lachman, Lachman & Butterfield, 1979).
Quienes defienden esta postura afirman que el conductismo desapareció después de un
período de revolución, subyugado por el cognitivismo (Casey & Moran, 1989; de Vega,
1990). Otros afirman que el primero fue absorbido por el segundo para dar paso a un nuevo
y más completo paradigma. En ambos casos se están tergiversando los hechos: la psicología
conductual no desapareció ni fue absorbida (más bien sus métodos fueron usados para
obtener datos y hacer inferencias a partir de ellos, algo que se ha dado en llamar
conductismo metodológico), sino que ha continuado y todavía continúa. En el presente
trabajo expongo por qué la perspectiva kuhniana no es apta para estudiar este aspecto de la
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historia de la psicología y propongo que se haga desde el enfoque de programas de


investigación de Imre Lakatos. Pondré como ejemplo la evolución del estudio del lenguaje
y el pensamiento desde la perspectiva conductual, desde Conducta verbal de Skinner
(1957), pasando por los estudios en conducta gobernada por reglas (Catania, 1998; Hayes,
1989b) y en relaciones de equivalencia (Sidman, 1994), hasta el desarrollo de la teoría de
los marcos relacionales (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001), para mostrar la viabilidad
del conductismo como filosofía promotora de programas de investigación fértiles en la
actualidad.

El conductismo: un enfoque naturalista y monista del ser humano.

El conductismo tiene su origen en los trabajos del psicólogo norteamericano John B.


Watson, formado en Chicago y muy interesado en la biología, la fisiología y la conducta
animal (Watson, 1924). Watson estableció como objeto de estudio a la conducta, descripta
por él como un conglomerado de reacciones musculares o glandulares –respuestas– ante
estímulos, y adoptó el método experimental como forma de obtener información acerca de
la conducta. Sin embargo, a pesar del gran avance que representó el conductismo de
Watson con respecto a la psicología introspectiva (abiertamente mentalista), era un
proyecto que había nacido con poca esperanza de vida (ver más abajo). Fue así que el
conductismo watsoniano murió, pero la propuesta de una psicología objetiva y
experimental –conductista– permaneció, y fue retomada por autores como Clark L. Hull o
Edward C. Tolman (Keller, 1990), hasta caer, finalmente, en las manos de Burrhus F.
Skinner.

La influencia de Watson es notoria en los primeros seis años de Skinner como


investigador: aún hablaba de reflejo, por ejemplo. Pero Skinner estaba consciente de las
limitaciones de la noción watsoniana de reflejo: no bastaba para explicar la complejidad de
la actividad humana, sino sólo la conducta involuntaria. Por ello, en un artículo publicado
en 1937, Skinner acuñó el término operante para denominar a la conducta voluntaria,
aquella que no es provocada por ningún estímulo antecedente. Había tomado como punto
de partida los experimentos de Edward L. Thorndike sobre conducta instrumental y su ley
del efecto (Keller, 1990), además de sus propios experimentos, realizados a lo largo de siete

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años, sobre comportamiento que se aprende y se mantiene gracias a sus consecuencias. Al


año siguiente, Skinner publicaría La conducta de los organismos (1938), libro en el que
sintetizaría dichos experimentos y expondría su punto de vista sobre la conducta, además de
introducir conceptos y métodos que serían útiles en el futuro estudio del comportamiento.

Sin embargo, pronto quedó claro que lo que Skinner había desarrollado no era sólo un
sistema de investigación o un conjunto de métodos y conceptos como el conductismo
watsoniano, sino algo más. De hecho, tanto él mismo como otros autores posteriores
definirían su posición como “la filosofía de la ciencia de la conducta” (Baum, 2017; Pérez-
Álvarez, 2004; Hurtado, 2006; Skinner, 1974). Adoptar esta posición implica que el
conductismo radical dicta los cánones acerca de qué tipo de preguntas son válidas y cómo
se han de contestar (Zuriff, 1985), lo que, además, está relacionado con supuestos sobre la
naturaleza humana, que implican una concepción del mundo y de la vida (Pérez-Álvarez,
2004), y, sobre todo, de “lo mental”, ante lo que adopta una postura abiertamente
antidualista (Burgos, 2015). Empezaré por este último punto.

Watson desarrolló el conductismo como una reacción a las debilidades teóricas y


experimentales de la psicología introspectiva de principios del siglo XX (Keller, 1990;
Morris & Todd, 1999; Watson, 1913), producto de tradiciones filosóficas dualistas acerca
del ser humano que se remonta a René Descartes:

“Lo que pensaba Descartes era similar al sentido común –opinión de la


mayoría de las personas que leerán esta explicación–, prueba convincente de
su influencia en el pensamiento de las generaciones posteriores. La mente era,
para Descartes, aquello que ‘piensa’; la ubicación principal de esta actividad
era en el cerebro y podía no ocupar un espacio físico. El cuerpo, por otra
parte, era una ‘sustancia extendida’, claramente objetiva, mecánica en su
acción y que obedecía a todas las leyes conocidas de lo inanimado.” (Keller,
1990, pág. 12).

Al establecer de forma tan tajante la distinción entre mente y cuerpo, Descartes


apartó la posibilidad de entender “la mente” en términos objetivos, y, por ende, durante

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siglos la psicología fue una ciencia del espíritu, ya que su enseñanza no involucraba
experimentos o matemáticas, ni siquiera pizarrones (Bunge & Ardila, 2002). Mientras
tanto, la medicina y la fisiología progresaban enormemente. Sin embargo, el desarrollo de
esta última iba a abrir las puertas al inicio de la psicología científica, sobre todo de la mano
de la reflexología rusa (Pávlov, Sechenov) y de biólogos como Lloyd Morgan (Keller,
1990), quienes influyeron de forma notable en Watson. Sin embargo, la postura watsoniana
adolecía de: a) un excesivo reduccionismo, al considerar la conducta como una colección
de reacciones de los músculos esqueléticos y glándulas; b) un dogma negativo, al basar su
propuesta entera en la eliminación de la conciencia como objeto y la introspección como
método (Pérez-Álvarez, 1995); c) derivado del punto anterior, los motivos de Watson para
establecer a la psicología como ciencia natural fueron metodológicos más que
conceptuales o filosóficos (Watson rechazaba la utilidad de la filosofía en lo tocante a lo
humano), por lo que los fenómenos que no aprobaban su trámite fisicalista quedaban
ocultos bajo la superficie: presentes pero lejos del alcance de la ciencia, como siempre
habían estado. En otras palabras, el conductismo de Watson seguía siendo una psicología
implícitamente dualista.

De la mano de Skinner, en cambio, el conductismo fue llevado más allá. Anota


Baum:

“La idea de que la conducta puede ser tratada científicamente implica que,
justo como las otras ciencias se apartan de esencias, fuerzas y causas ocultas,
así el análisis de la conducta (o la psicología si son lo mismo) omitirá tales
factores misteriosos […] Mientras Darwin ofendió al abandonar la mano
oculta de Dios, los conductistas ofenden cuando dejan de lado otra fuerza
oculta: el poder de los individuos para dirigir su propia conducta. Justo como
la teoría de Darwin retó la querida idea de Dios como creador, así reta el
conductismo la querida idea del libre albedrío.” (Baum, 2017, pág. 10).

La postura del conductismo radical ante la doctrina del libre albedrío puede
considerarse como un reto en tanto se rechaza la capacidad de elección del individuo como
factor explicativo del comportamiento y pasa a ser parte de lo que hay que explicar; de lo

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contrario, sería puro creacionismo psicológico (Skinner, 1987). El conductismo radical de


Skinner es radical en tanto considera que la conducta es, tanto aquellas respuestas motoras
que interesaron a Watson, como los eventos que interesaron primero a los
introspeccionistas y después a los psicólogos cognitivos: pensar, imaginar, conocer, saber,
planear, estar consciente de uno mismo, etc. En sus palabras, cuando se trata de conducta,
“la piel no es una barrera muy importante” (Skinner, 1974), y ante esta perspectiva, resulta
incluso absurdo suponer que la piel tiene la capacidad de generar dos fenómenos
totalmente diferentes (Freixa, 2003). Esto significa que tanto la conducta motora como los
“fenómenos mentales” son conducta: lo que debe ser explicado, en lugar de usar los
segundos para explicar la primera. Por tanto, en cuanto el conductismo radical adoptó esta
postura, dejó de ser una mera aproximación metodológica -o incluso una metateoría- para
pasar a ser una filosofía (y de paso, deslindarse del positivismo y el positivismo lógico y
acercarse a otras filosofías como la fenomenología, el marxismo y el pragmatismo; ver
Pérez-Álvarez, 2004 y Baum, 2017). Bajo su perspectiva, Skinner hizo apuntes
relacionados con aspectos filosóficos como el conocimiento, lo que se conoce, cómo se
conoce, para qué se conoce y cuáles son los criterios de validez del conocimiento (Baum,
2017; Skinner, 1953, 1957, 1972, 1974; ver una revisión en Ballesteros, Rey & ABA
Colombia, 2001). Dichos temas llevaban, de una u otra forma, al estudio de la conducta
verbal.

Conducta verbal

En su tratamiento sobre la conducta (1938), Skinner desarrolló su sistema


psicológico, en donde sería reintroducido el término condicionamiento, proveniente de
Pávlov (Keller, 1990; Millenson, 1977), así como el de reforzamiento y otros procesos de
relevancia. Sin embargo, en lugar de definirlos de forma mecánica, como Pávlov y
Watson, los definió de forma funcional e interdependiente, y abandonó el esquema de
estímulo-respuesta de Watson para pasar a la triple contingencia A → B →C. Al respecto,
dice Sidman:

“Cada uno de los tres elementos de la contingencia –estímulo, respuesta y


refuerzo- puede ser definido solamente en términos de los otros: un evento

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puede ser llamado ‘estímulo’ sólo si lleva a cambios en una respuesta; un


evento puede ser llamado una ‘respuesta’ sólo si produce una consecuencia
medible y si cambia cuando algún aspecto del ambiente cambia; una
consecuencia puede ser llamada reforzante sólo si se produce un cambio
subsecuente en la respuesta precedente.” (Sidman, 2008 pp. 128).

Es curioso que en La conducta de los organismos Skinner evitase explícitamente la


aplicación de la triple relación de contingencia a un aspecto que, en sus palabras, era vital
para entender el comportamiento humano: el lenguaje (Skinner, 1938). Sin embargo, en
aquel momento no se contaba con la suficiente evidencia ni desarrollos teóricos que lo
permitieran, y, de todas formas, la intención de Skinner y de otros analistas al estudiar ratas
y palomas en contextos de laboratorio era obtener las herramientas analíticas suficientes
para abordar organismos más complejos en contextos más complejos, hasta llegar al
comportamiento humano (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001; Skinner, 1966). En
1953, empero, con el libro Ciencia y conducta humana, aborda brevemente el tema,
haciendo referencia a cómo el lenguaje regula el comportamiento. Cuatro años más tarde,
Skinner publicó Conducta verbal (1957), una aproximación teórica más detallada al tema.
En él, Skinner delinea los conceptos que han de servir para analizar la influencia del
lenguaje sobre la conducta y provee de una definición de conducta verbal y de cómo la
triple contingencia puede servir para analizar el lenguaje. El libro recibió una acogida tibia
debido a la complejidad del tema, y por la misma razón, no se iniciaron investigaciones
experimentales en conducta verbal sino hasta tiempo después. Apenas dos años después,
Chomsky (1959) publicaría su crítica al libro, que, contrario a lo que se cree, no fue ni
instantáneamente aceptada ni demoledora. De hecho, varios autores han señalado que
Chomsky criticó muchas cosas en su reseña, pero no entendió la postura funcional de
Skinner con respecto a la conducta, incluyendo la verbal (Jackson & Gillard, 2015;
MacCorquodale, 1970).

Sin embargo, Chomsky tenía razón en dos cosas: Conducta verbal no constituía una
teoría del lenguaje propiamente dicha, y la definición misma de “conducta verbal” era
demasiado ambigua y amplia. Con respecto al primer punto, a pesar de que los conceptos y

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métodos delineados en el libro son usados hoy por terapeutas conductuales para enseñar a
hablar a niños con autismo (con éxito; Primero, 2008) e incluso fueron retomados treinta y
cuatro años más tarde para ser aplicados en el contexto de la psicoterapia (una vez más,
con éxito; Kohlenberg & Tsai, 1991), no se hicieron predicciones ni muchas
investigaciones de laboratorio con ella. Algunos autores realizaron investigaciones sobre la
distinción entre tactos y mandos (Hayes, Blackledge & Barnes-Holmes, 2001), pero, en
general, la línea de investigación derivada de Conducta verbal careció de la vitalidad
requerida para un tema tan importante. Décadas más tarde se realizaron grandes avances en
el área de la conducta gobernada por reglas (Hayes, 1989b; Reese, 1989), descubriendo,
por ejemplo, que el seguimiento de reglas puede ocasionar insensibilidad a las
contingencias naturales (Gómez, Moreno & López, 2006; Hayes, Brownstein, Zettle,
Rosenfarb & Korn, 1989; Stewart & Roche, 2013), pero gran parte de esta línea de
investigación prescindió de los conceptos usados en Conducta verbal.

Con respecto al segundo punto, existen dos problemas: el primero es que, a pesar de
que el tratamiento de Conducta verbal es funcional, la definición del fenómeno no lo es: en
lugar de considerar la historia previa del organismo de interés, sólo considera la historia de
otro organismo, el “escucha”, que debe provenir de una comunidad socio-verbal (Skinner,
1957). De esto se derivaría que, para conocer la conducta verbal emitida por un organismo,
en lugar de mirar en la historia de dicho organismo, el experimentador debe buscar en la
historia del “escucha” (Hayes, Blackledge & Barnes-Holmes, 2001). El segundo problema
–derivado del primero– es que la definición de conducta verbal resulta demasiado amplia.
En este sentido, incluso la conducta de una rata que es reforzada dentro de una cámara de
condicionamiento sería clasificada como verbal, ya que el científico, el “escucha”, tiene
una historia de condicionamiento dentro de una comunidad socio-verbal (Hayes,
Blackledge & Barnes-Holmes, 2001; Hughes & Barnes-Holmes, 2016).

Como se mencionó arriba, la línea de investigación que rindió frutos respecto al


lenguaje y comportamiento fue el de la conducta gobernada por reglas (Gómez, Moreno &
López, 2006). Skinner (1953) hizo la distinción entre conducta gobernada por la
contingencia y conducta gobernada por reglas; definió la primera como la conducta

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reforzada por el contacto con el medio inmediato, y la segunda como estímulos


discriminativos que “especifican” una contingencia entre antecedentes, respuestas y
consecuencias (Skinner, 1969), aunque, como veremos más adelante, esta definición se
convirtió en problemática dados los hallazgos de esta línea de investigación (Gómez,
Moreno & López, 2006). En esta área, cabe resaltar los esfuerzos de investigadores como
A. Charles Catania, Carmen Luciano o Steven C. Hayes (Catania, Shimoff & Matthews,
1989; Gómez, Moreno & López, 2006; Hayes, Brownstein, Zettle, Rosenfarb & Korn,
1989), destacando a este último y a su colega, Aaron J. Brownstein (fallecido en 1986)
como los más prolíficos investigadores en esta área. Sin embargo, a pesar de la vitalidad de
esta línea de investigación, aún hacía falta encontrar los procesos básicos subyacentes al
fenómeno del lenguaje; es decir, se sabía que las reglas podían regular el lenguaje, e
incluso que causaban insensibilidad al contacto inmediato con el ambiente, pero cómo
adquirían sus propiedades reguladoras sin una historia previa de entrenamiento era una
pregunta que ni Skinner ni investigadores posteriores habían podido responder (Hayes,
Blackledge & Barnes-Holmes, 2001; Hayes & Hayes, 2016; Hughes & Barnes-Holmes,
2016; Stewart & Roche, 2013). Mientras tanto, los psicólogos cognitivos presentaban
definiciones de reglas que implicaban constructos mentalistas (y, por ende, dualistas), por
lo que no resultaban apropiados para un entendimiento totalmente científico del lenguaje
(Gómez, Moreno & López, 2006; Reese, 1989).

Una línea de investigación traería una posible respuesta. A principios de los 70,
Murray Sidman se encontraba trabajando en mejorar la comprensión lectora de un
individuo con retardo en el desarrollo, usando un procedimiento llamado discriminación
condicional, en el que el sujeto es enseñado a escoger un estímulo de entre cierto número
de estímulos de comparación, sólo en presencia de uno de entre cierto número de estímulos
de muestra (Sidman, 1971). El paciente ya sabía seleccionar las imágenes correctas (B) en
presencia de palabras habladas (A), por lo que Sidman le enseñó a seleccionar palabras
impresas (C) en presencia de palabras habladas (A). Sin embargo, en pruebas
subsecuentes, el paciente no sólo supo realizar las relaciones entrenadas, sino también otras
que no lo habían sido; es decir, mostró las relaciones A-B, A-C, B-C y C-B. Una anomalía

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para el análisis conductual de aquella época, el fenómeno fue explicado por Sidman como
que el sujeto se comportaba como si los tres estímulos fueran mutuamente intercambiables
o sustituibles, por lo que lo denominó equivalencia de estímulos (Sidman, 1994; Stewart &
Roche, 2013). Conforme las investigaciones avanzaban, aparecía evidencia de que la
equivalencia de estímulos y el lenguaje estaban íntimamente relacionados (por ejemplo:
Barnes, McCullagh & Keenan, 1990; Ogawa, Yamazaki, Ueno, Cheng & Iriki, 2010). Las
relaciones de equivalencia atrajeron la imaginación de los analistas conductuales a este
respecto en tanto permitían realizar un análisis operante de las propiedades simbólicas del
lenguaje y la cognición humanas (Sidman, 1971, 1994), y hacia finales de la década de los
80, esta línea se encontró con la investigación en conducta gobernada por reglas al surgir la
teoría de los marcos relacionales (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001).

La teoría de los marcos relacionales es una aproximación conductual al lenguaje y a


la cognición, a los que considera como fenómenos cuya base es la respuesta relacional
derivada; es decir, la capacidad de responder ante estímulos sin haber sido entrenado
explícitamente para hacerlo (Blackledge, 2003). Muchos animales tienen esta capacidad:
monos, peces y abejas –además de los seres humanos– pueden responder a un estímulo en
términos de las propiedades físicas de otro estímulo, a lo que se le llama respuesta
relacional no-arbitraria (Blackledge, 2003; Stewart & Roche, 2013). Sin embargo, sólo los
seres humanos presentan respuesta relacional arbitrariamente aplicable: pueden responder a
un evento en términos de otro no con base en sus semejanzas físicas, sino en las claves
contextuales que especifican la relación. Bajo esta perspectiva, la teoría explica el proceso
por el que las reglas “especifican” contingencias, además de abordar el lenguaje humano y
el pensamiento desde una perspectiva monista. Actualmente, es uno de los programas de
investigación más fértiles en psicología conductual (ver Dymond & Roche, 2013; Wilson
& Hayes, 2018; Zettle, Hayes, Barnes-Holmes & Biglan, 2016) y, como tal, ha sido
utilizado para abordar, conceptual y experimentalmente, temas típicamente considerados
imposibles para el conductismo, como la sexualidad humana (Barnes & Roche, 1997;
Roche, Barnes-Holmes, Barnes-Holmes & Hayes, 2001), la espiritualidad (Barnes-Holmes,
Hayes & Gregg, 2001; Hayes, 1984), la educación (Barnes-Holmes, Barnes-Holmes &

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Cullinan, 2001; Rehfeldt & Barnes-Holmes, 2009), procesos sociales como el prejuicio o
la pertenencia al grupo (Kohlenberg, Hayes & Hayes, 1991; Roche, Barnes-Holmes,
Barnes-Holmes & Hayes, 2001), creencias implícitas (Barnes-Holmes, Barnes-Holmes,
Power, Hayden, Milne & Stewart, 2006), funciones ejecutivas (Hayes, Gifford &
Ruckstuhl Jr., 1996), o la formación de la identidad y el Yo (Barnes-Holmes, Hayes &
Dymond, 2001; Luciano, 2017), abriendo la puerta, además, a estudiar constructos
provenientes de otras corrientes teóricas de una manera experimental, monista y
materialista.

Este repaso histórico muestra que la investigación conductual en psicología, lejos de


haber desaparecido, sigue produciendo fértiles investigaciones y ampliando sus límites. En
la siguiente sección, expongo los errores en que se incurre al abordar la historia de la
psicología bajo una perspectiva kuhniana, sobre todo en lo concerniente a la supuesta
Revolución Cognitiva.

La Revolución Cognitiva y la ciencia según Kuhn

Thomas Kuhn es famoso por su libro La estructura de las revoluciones científicas


(1962), en el que propuso una visión diferente a la sostenida por los positivistas lógicos –
quienes dominaban el panorama de la filosofía de la ciencia a mediados del siglo XX–
sobre el modo en que la ciencia avanza y progresa (Kuhn, 1962; Okasha, 2002; Rorty,
2000). Desde una perspectiva histórica, Kuhn argumentó que la ciencia consistía en
períodos de calma, llamados ciencia normal, y que lo que guía la práctica científica son las
asunciones teóricas hechas por la comunidad científica y un conjunto de problemas
aceptados y resueltos por dichas asunciones teóricas; a esto, Kuhn lo denominó
paradigmas (Kuhn, 1962; Okasha, 2000). Durante los períodos de ciencia normal, los
científicos están de acuerdo tanto con las proposiciones que caen dentro del paradigma,
como con los problemas que pueden ser abordados y los métodos con los que se han de
abordar. Comparten valores, asunciones y creencias que permiten que el período de ciencia
normal fluya (Kuhn, 1962). Pero, por mucho que dure el período de ciencia normal, poco a
poco se van acumulando anomalías: fenómenos que no pueden ser explicados ni
entendidos por los científicos de un paradigma dado. Surgen alternativas al nuevo

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paradigma, a las que se unen científicos, no siempre por la razón, sino por la presión de sus
pares. Este es el período de ciencia revolucionaria.

Pronto, surge un nuevo paradigma, cuyos practicantes no pueden establecer diálogo


alguno con los del viejo paradigma, ya que se encuentran en burbujas totalmente
diferentes, guiados por diferentes valores, asunciones teóricas y metodológicas (Kuhn,
1962; Okasha, 2000). Se pueden interpretar algunos grandes cambios en la historia de la
ciencia como provenientes de una transición de este tipo, como la transición de la
astronomía ptolemaica a la copernicana, o de la física newtoniana a la einsteniana (Okasha,
2000). Debido a esto, en la década de los 70 algunos psicólogos usaron esta aproximación
para analizar lo que sucedía dentro de la psicología. Y a pesar de que, debido a las críticas
y a otros movimientos dentro de la filosofía de la ciencia, Kuhn prácticamente acabó por
redefinir lo expuesto en La estructura de las revoluciones científicas, es dicho libro
precisamente el más usado para caracterizar la historia de la psicología de la segunda mitad
del siglo XX.

De acuerdo con esta perspectiva, el período de ciencia normal dentro de la psicología


corresponde a las décadas de 1930, 1940 y aún 1950, cuando el “paradigma conductual”
era la perspectiva dominante en investigación básica y en tecnologías aplicadas. Sería
dicho paradigma el que dictase que los problemas abordables por los psicólogos, así como
el método a usar para abordarlos y resolverlos. De acuerdo con Segal y Lachman (1972),
los “psicólogos E-R” partían de la experimentación en laboratorio; más específicamente,
del estudio del aprendizaje animal, y hacían uso del operacionismo y de una tecnología
para controlar las condiciones de estimulación y registrar la conducta seleccionada. Por
ejemplo, dentro de este paradigma es válido estudiar las leyes de la conducta usando
sujetos animales (De Vega, 1990). También era lícito, según este autor, no estudiar los
llamados “procesos mentales”. Mediante estas asunciones, el “paradigma conductual”
alcanzaría un gran éxito al predecir y controlar la conducta animal… pero las anomalías
comenzarían a acumularse al pasar al comportamiento humano complejo. Muchas
objeciones se alzaron en torno al uso de ratas y palomas en la psicología experimental de
aquella época, o más bien, al querer generalizar esos hallazgos al área del comportamiento

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humano. Con la publicación de la crítica de Chomsky (1959) a Conducta verbal se hizo


patente la crisis que padecía la psicología conductual, que ya no hallaba cómo dar cuenta
de aspectos de la experiencia humana que no encajaban en el rígido molde de E-R (De
Vega, 1990; Minici, Dahab & Rivandeneira, 2012; Segal & Lachman, 1972). La crítica de
Chomsky no fue tanto una reseña de libro sino una crítica al paradigma conductual en su
totalidad, que expuso las debilidades del paradigma y fue erigido, junto con otras obras
como Cognitive psychology (1967) de Ulric Neisser y los trabajos de gente como Jerome
Bruner y Jean Piaget, como uno de los pilares de la Revolución Cognitiva (Minici, Dahab
& Rivandeneira, 2012), dando paso a un nuevo paradigma que heredó lo mejor del
“paradigma conductual” (la importancia de la experimentación, por ejemplo) y lo usaba
bajo una nueva concepción de lo psicológico: la de descubrir los procesos mentales,
apartados durante tanto tiempo de la psicología. Varios manuales de psicología, libros de
historia y artículos de revisión lo reflejan así (ver, por ejemplo, De Vega, 1990; Hothersall,
2005; Lachman, Lachman & Butterfield, 1979; Miller, 2003).

Dado lo revisado en las dos secciones anteriores, debe quedar claro por qué esta
visión de la historia de la psicología es errónea. Aun así, a continuación, expondré las
supuestas anomalías encontradas por los revisores kuhnianos de la historia de la psicología.

1. Autores como Chomsky (1957), De Vega (1990) o Segal y Lachman (1972) suelen
hacer referencia al conductismo como “psicología E-R”. Como se abordó en la primera
sección, el tipo de conductismo que usaba el modelo E-R fue el conductismo de Watson,
pronto desfasado y de mero interés histórico (Pérez-Álvarez, 1995). Es más, hablar de
conductismo englobando en la misma categoría a Skinner, Watson, Hull y Tolman es, en sí
mismo, un error, ya que se ignora la diversidad de las propuestas metateóricas y filosóficas
etiquetadas como “conductismo”. O’Donohue y Kitchener (1999) clasificaron hasta
catorce variedades de conductismo; algunas de ellas, como los programas de Watson, Hull
y Tolman, sí están muertos, mientras que otras tantas, como los programas de Bijou,
Rachlin, Timberlake o Staddon tienen poca presencia en la academia y pronto
desaparecerán. El conductismo radical de Skinner, el interconductismo de Kantor y el
contextualismo funcional de Hayes (siendo el último una extensión del primero) son los

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tres conductismos con mayor presencia en el ámbito académico, y el conductismo radical


de Skinner es contra el que se dirigieron la mayor parte de las críticas erróneas. Como se
revisó en la primera sección, mientras Watson usaba el modelo mecanicista E-R, Skinner
adoptó el enfoque funcional A-B-C o de la triple contingencia (Morris, 1992; Sidman,
2008; Skinner, 1938), en la que cada miembro de la cadena puede ser llamado como tal
sólo si provoca cambios en los otros.

2. Una de las supuestas causas del período de crisis del paradigma conductual fue la
caída del positivismo lógico (De Vega, 1990), la filosofía de la ciencia que, según muchos
autores, estaba íntimamente relacionada con el movimiento conductista. La realidad es que
no todas las variedades de conductismo estuvieron ligadas a o pueden ser categorizadas
como positivistas. Por ejemplo, si bien el conductismo radical de Skinner pudo verse
influenciado en sus etapas iniciales por el positivismo, posteriormente adoptó posturas
opuestas a dicha filosofía:

"Buena parte de la argumentación va más allá de los hechos establecidos. En


este momento me interesa más la interpretación que la predicción y el control.
Cualquier campo científico tiene una frontera más allá de la cual la discusión,
aunque necesaria, no puede ser tan precisa como se quisiera. Algún escritor
ha dicho recientemente que «la simple especulación que no se puede someter a
la prueba de la verificación experimental no forma parte de la ciencia», pero
si eso fuese cierto gran parte de la astronomía, por ejemplo, o de la física
atómica, no sería ciencia. En realidad, la especulación es necesaria para
procurar los métodos que pongan bajo control una materia de estudio".
(Skinner, 1974, pág. 20-21).

En cambio, otras variedades de conductismo, como las de Hull, Tolman, Watson o


Staats, fueron implícita o explícitamente positivistas (Pérez-Álvarez, 2004). En la
actualidad, algunas variedades de conductismo pueden tener vínculos con la
fenomenología, con el realismo científico o con el contextualismo, dependiendo de la
variante (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001; O’Donohue & Kitchener, 1999; Pérez-
Álvarez, 2004).

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3. Segal y Lachman (1972) argumentan que los postulados y datos conductistas no


podían explicar lo que ellos denominan procesos mentales superiores. En otros lugares, se
hace referencia a que el conductismo rechazaba de tajo el estudio de los pensamientos,
emociones, imágenes mentales, procesos de razonamiento y otros conceptos de la
psicología cognitiva (De Vega, 1990). Si bien es cierto que Watson, el primer conductista,
negó a la conciencia como el objeto de estudio de la psicología, también es cierto que
teorizó acerca del pensamiento y lo relacionó con el lenguaje (Morris & Todd, 1999;
Watson, 1924). Skinner, en Sobre el conductismo (1974), deja muy en claro que “el
organismo no está vacío, y no se le puede tratar adecuadamente como una mera caja negra,
sino que debemos distinguir cuidadosamente entre lo que se sabe acerca de lo que hay
dentro y lo que simplemente se infiere”. La crítica conductista radical al mentalismo iba
dirigida a las explicaciones que involucraban procesos hipotéticos o inferidos, a los que se
les atribuía la causa del comportamiento, y se argumentaba que tanto la conducta
manifiesta como la conducta encubierta tenían su origen en la interacción del organismo
con el contexto. Por decirlo de una manera llana, la persona no se forma “de adentro hacia
afuera”, sino “de afuera hacia dentro”.

4. Una variante de la crítica anterior es afirmar que el conductismo no tiene en cuenta


las expectativas o las experiencias previas, tal como hace Levine (1974; como se citó en
Bunge & Ardila, 2012). A poco que se lea a los autores originales, esta afirmación pierde
todo sustento. Desde Watson se postuló que la conducta actual es originada tanto por el
contexto presente como por la historia de aprendizaje (Morris & Todd, 1999). De hecho,
según Morris (1992), el modelo de la triple contingencia abarca no sólo un momento
determinado en el presente, sino que los antecedentes pueden extenderse hacia atrás, hacia
la historia filogenética y ontogenética del organismo (refutando así otra creencia errónea:
que el conductismo no tiene en cuenta variables genéticas o fisiológicas), e incluyendo la
historia sociocultural de la persona. Hayes & Quiñones (2005) definen a las operantes no
sólo por su función, sino también por su historia de desarrollo. Por otro lado, las
expectativas caen en el ámbito de la conducta gobernada por reglas (Hayes, 1989b). En la
década de los 80 los estudios en esta línea descubrieron que la conducta gobernada por

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Paradigmas, programas… Ramírez, 2018

reglas puede eliminar la sensibilidad a las contingencias naturales, siendo así un base para
las expectativas, las metas y otros aspectos relevantes de la experiencia humana: no se
pueden modificar cambiando directamente el ambiente y son resistentes al castigo y a la
extinción (Catania, 1998; Gómez, Moreno & López, 2006; Hayes, Barnes-Holmes &
Roche, 2001; Hayes, Brownstein, Zettle, Rosenfarb & Korn, 1989).

5. Un punto muy importante: muchos autores de la supuesta revolución, como los ya


mencionados Chomsky y Miller, no sólo escribieron sobre procesos cognitivos, sino
también sobre historia de la psicología mientras esta ocurría, lo cual nos autoriza a decir
que la revolución cognitiva fue “autoproclamada” (Minici, Dahab & Rivandeneira, 2012).
Los análisis kuhnianos hechos sobre el supuesto cambio de paradigma se hicieron en la
década de los 70 (Lachman, Lachman & Butterfield, 1979; Segal & Lachman, 1972):
menos de veinte años después de la crítica de Chomsky (1959) a Conducta verbal. En
perspectiva, MacCorquodale desmontó dicha crítica en 1970, Sidman descubrió las
relaciones de equivalencia en 1971, Skinner publicó Sobre el conductismo en 1974, los
estudios en conducta gobernada por reglas se dieron a lo largo de la década de los 80
(Catania, Shimoff & Matthews, 1989) y el primer libro sobre la teoría de los marcos
relacionales se publicó en 2001 (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001). Difícilmente
puede hablarse de un cambio de paradigma, mucho menos de la muerte del conductismo
(Jackson & Gillard, 2015; Minici, Dahab & Rivandeneira, 2012).

La metodología de los programas de investigación en psicología

Dados los puntos anteriores, es evidente que el recuento kuhniano de la psicología de


finales del siglo XX resulta incorrecto. Por ello considero que el mejor abordaje para esto
es la propuesta de Imre Lakatos (1978) sobre la metodología de los programas de
investigación.

Lakatos, en respuesta al supuesto relativismo de la propuesta de Kuhn, así como a la


estrechez del falsacionismo de Popper (Lakatos, 1970, 1978), realizó una propuesta que, en
su perspectiva, no caía en el dogmatismo ni en las convenciones para entender y explicar la
racionalidad científica. En su propuesta, Lakatos sustituye la noción de teoría por la de

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Paradigmas, programas… Ramírez, 2018

programa de investigación. Bajo su visión, los programas de investigación suelen competir


entre sí a lo largo del tiempo, asimilando sus disconfirmaciones para convertirlas en
confirmaciones y afianzando sus propias teorías confirmándolas mediante el
descubrimiento de nuevos hechos y predicciones exitosas. Los programas están
compuestos por un núcleo firme, hipótesis fundamentales irrefutables que tratarán de ser
protegidas y confirmadas por la comunidad científica; un cinturón protector, hipótesis
auxiliares que protejan el núcleo y que serán modificadas en caso de anomalías; una
heurística negativa, que determinan lo que los investigadores no han de hacer en su
trabajo; y una heurística positiva, que determina lo que los científicos han de hacer para
desarrollar el programa de manera exitosa, así como un conjunto de modelos que tratan de
simular la realidad.

A diferencia de la visión de Kuhn, en la que los paradigmas son monopólicos y


nunca coexisten entre sí (salvo en el período de crisis, en el que de todas formas no pueden
interactuar entre sí debido a la inconmensurabilidad), bajo la perspectiva de Lakatos los
programas de investigación coexisten y compiten entre sí. Un programa se considera
exitoso cuando se torna progresivo; es decir, cuando con cada modificación del cinturón
protector se hacen predicciones de hechos nuevos, mientras que fracasa cuando se estanca
y el cinturón se debilita, dejando expuesto al núcleo para su refutación definitiva.

Si aplicamos la visión de Lakatos a la psicología conductual-radical, podemos ver


que el núcleo fuerte del programa de investigación es la ley del efecto: toda conducta
operante se verá mantenida o reforzada por sus consecuencias. También se encontraría en
el núcleo firme la hipótesis de que los fenómenos psicológicos se ven influidos, en mayor o
menor medida, por el contexto, y la hipótesis de que incluso los fenómenos conocidos
como “mentales” son conducta (Freixa, 2003; Skinner, 1953, 1974). El programa de
investigación ha sobrevivido en tanto este núcleo, si bien criticado, no ha sido refutado,
gracias al cinturón protector. Por ejemplo, hasta la década de los 60 una de estas hipótesis
auxiliares refería que las conductas presentes en el repertorio de un individuo habían sido
entrenadas directamente (moldeadas, modeladas o reforzadas). No existía manera de que
una conducta se emitiera sin entrenamiento… a menos que uno quisiera recurrir a

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constructos o entidades mediadoras mentalistas –lo cual sería una violación a la heurística
negativa del programa. Pero cuando Murray Sidman (1971) descubrió las relaciones de
equivalencia –conductas que emergen o se derivan sin necesidad de entrenamiento
directo–, el cinturón protector hubo de ser modificado para poder proteger el núcleo: las
relaciones de equivalencia surgen a partir de procedimientos de igualación a la muestra o
de discriminación condicional en las que se entrenan directamente algunas relaciones entre
estímulos. En el artículo original (1971), Sidman reforzó los ensayos correctos de igualar
palabras impresas con palabras habladas, y con base en este entrenamiento, el sujeto derivó
la relación inversa, además de otras dos, sin previo entrenamiento para hacer tal cosa.

El incluir las relaciones de equivalencia en el cinturón protector tuvo, además, otra


característica descrita por Lakatos: llevó a predicciones nuevas; es decir, hizo progresivo al
programa de investigación. Para Sidman y otros investigadores, las relaciones de
equivalencia se convirtieron inmediatamente en las candidatas para un abordaje conductual
del lenguaje (Barnes, McCullagh & Keenan, 1990; Barnes-Holmes, Finn, McEnteggart &
Barnes-Holmes, 2018; Hayes & Hayes, 2016; Sidman, 1994), sobre todo del aspecto
simbólico: comportarse como si dos estímulos que no comparten propiedades físicas
fuesen equivalentes es algo que tanto las relaciones de equivalencia como el lenguaje
humano tienen en común (Sidman, 1994). Se predijo, por ejemplo, que algunos animales
no-humanos no mostrarían relaciones de equivalencia, cosa que, a pesar de seguir
despertando polémica, se ha ido confirmando en estudios experimentales desde la década
de los 90 hasta hoy (Barnes-Holmes, Rodríguez & Whelan, 2005; Hayes, 1989a; Pérez-
Fernández, 2015).

Asimismo, la teoría de los marcos relacionales es otro factor del cinturón protector.
La teoría, formulada con base en los estudios experimentales en clases de equivalencia y
conducta gobernada por reglas de finales de los 80, no es una modificación per se, sino un
añadido al cinturón que ha hecho que la investigación conductual en lenguaje y
pensamiento se haga más progresiva. La mayoría de las predicciones hechas por la teoría
de los marcos relacionales se han cumplido –por ejemplo, que el establecimiento de reglas
tipo pliance (reglas que son reforzadas simplemente por seguirlas) ayuda a establecer

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reglas tipo tracking (reglas que son reforzadas debido a que llevan a consecuencias
naturales reforzantes), y éstas, a su vez, ayudan a establecer reglas de tipo augmenting
(claves contextuales que aumentan el valor reforzante o aversivo de una regla) (Para más
ejemplos, ver: Hayes & Quiñones, 2005; Hayes, Gifford & Ruckstuhl, 1996; O’Hora,
Roche & Barnes-Holmes, 2002; Rehfeldt & Barnes-Holmes, 2009; Wilson & Hayes,
2018). Asimismo, la heurística positiva del programa de investigación conductual en
lenguaje y pensamiento incluye modelizaciones de la realidad, cosa alcanzada con el
Modelo de Coherencia Relacional y el Procedimiento de Evaluación Relacional Implícita
(IRAP; ver: Barnes-Holmes, Barnes-Holmes, Luciano & McEnteggart, 2017; Barnes-
Holmes, Barnes-Holmes, Power, Hayden, Milne & Stewart, 2006; Hussey, Barnes-Holmes
& Barnes-Holmes, 2015), mientras que la heurística negativa es bastante clara: evitar las
conceptualizaciones y la incorporación de variables mediadoras hipotéticas y/o mentalistas,
ya sea para explicar datos o para generar nuevas hipótesis.

Conclusión

El propósito del presente trabajo era revisar los avances realizados en el área del
lenguaje y el pensamiento desde el enfoque materialista y monista del conductismo, con la
intención de aplicarles la metodología de los programas de investigación de Lakatos para
mostrar que, lejos de la visión kuhniana que ha predominado las últimas décadas la historia
de la psicología, no se ha dejado de hacer investigación conductual; más bien al contrario,
este enfoque de la conducta humana se ha nutrido y ha crecido exponencialmente. Tal
como afirman Hayes, Blackledge y Barnes-Holmes (2001) y Skinner (1966), la intención
desde el inicio era comenzar desde los casos más simples e ir progresando y acumulando
información para aplicarla a contextos y comportamientos más complejos, en lugar de
hacer que los hechos encajen dentro de las teorías. Por ello, a pesar de las diferencias
dentro de la misma comunidad analítico-conductual en el área del lenguaje, puede hablarse
de un mismo programa de investigación lakatosiano en tanto su núcleo firme sigue siendo
el mismo.

Parece innecesario resaltar que el programa rival del aquí revisado sería la
aproximación cognitiva al lenguaje; este programa de investigación tiene como núcleo

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firme la hipótesis de que el lenguaje es una facultad mental innata en los seres humanos y
que la mente, modular, es un rasgo evolutivo (Bunge & Ardila, 2002; Casey & Moran,
1989; Chomsky, 1959; De Vega, 1990; Miller, 2003). Es la perspectiva más adoptada por
la comunidad científica, pero, tal como Lakatos dejó en claro, en cuanto al éxito de un
programa de investigación el consenso no es un asunto de importancia: sólo importa qué
tan progresivo sea (Lakatos, 1970, 1978; Nickles, 2000). El cinturón protector de un
programa de investigación puede sufrir refutaciones y anomalías constantes, pero si es
reformulado de manera más astuta que sus rivales puede resurgir como un programa más
progresivo y triunfar, incluso décadas después de su aparente derrota. No hay razón para
pensar que en psicología esto pueda ser distinto; lo sensato sería decir que la conclusión
sobre cuál programa de investigación en lenguaje y pensamiento resulta vencedor, sólo
puede ser revelada por la historia.

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