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De la cultura a la alteridad
la materia Antropología Social y Cultural. En esta ficha nos toca trabajar juntos/as un concepto
central, el de alteridad, que se agrega a los ya revisados, como el de cultura y etnografía. Vamos a
ver aquí ¿qué es la alteridad? ¿cómo se relaciona con el concepto de cultura? ¿qué desafíos implica
la alteridad para la práctica de la etnografía? Para dar respuesta a estas interrogantes voy a
presentarles una anécdota que me sucedió en mi trabajo de campo en Mozambique, en el año 2004.
Recurriendo a algunos autores como Esteban Krotz y Rosana Guber, voy a mostrar la relevancia
que tiene el concepto de alteridad y la práctica de la etnografía, como enfoque, método y texto, para
abordar la comprensión de hechos y prácticas que nos resultan “extraños” y desafían nuestra propia
perspectiva cultural.
Hemos dicho en las clases anteriores que la Antropología Social es una ciencia que surgió, junto
con otras disciplinas (Sociología, Economía, Psicología, Ciencia Política) en Europa y Estados
Unidos en el siglo XIX, con objeto de estudiar la cultura de los pueblos no occidentales. Frente a
diferentes a las prevalecientes en sus países de origen, muchos funcionarios coloniales, misioneros,
naturalistas se propusieron entender esas formas de vida “extrañas” y alejadas, intentando
En el ITD 2 revisamos cómo se desarrolló ese particular método antropológico llamado trabajo de
campo, puesto en práctica por los primeros antropólogos que estudiaban a las poblaciones
“exóticas”, especialmente las de Melanesia, en Oceanía. Más adelante vamos a ver que el trabajo de
determinada realidad.
textual que busca comprender una cultura poniendo el foco de la atención en el punto de vista de
sus propios miembros, no en el punto de vista que sobre ese grupo tiene el/a antropólogo/a que los
estudia. Como señala Rosana Guber en el texto que ya leímos, solo los miembros del grupo “pueden
dar cuenta de lo que piensan, sienten, dicen y hacen con respecto a los eventos que los involucran”
Aquí queremos contarles cómo hacia fines del siglo XX, producto de varios cambios políticos
con el surgimiento del concepto alteridad (Rapport y Overing, 2000: 9). El interés exclusivo en la
cultura de los otros (primitivos, bárbaros o nativos) cedió su lugar, generando las condiciones para
(de la cultura a la alteridad) que se produjo en la disciplina, hacia la década de 1990. El concepto
de alteridad, sin suprimir el de cultura, pone en cuestión el acceso directo y no mediado por
científica la relación que mantiene el/la antropólogo/a, con sus cualidades socioculturales
particulares, con la población sujeta a estudio. Pues es en esa relación que entabla el/la
particular y compleja, adonde se gesta la pregunta por la cultura de los otros. El enfoque
antropológico, centrado en la alteridad, intenta captar las dos cosas: la pregunta por la
cultura de los otros y el momento en el que surge en el/a antropólogo/a esa pregunta.
El desplazamiento de la cultura a la alteridad supuso, sin lugar a dudas, una crisis disciplinar que
hunde sus raíces hacia mediados del siglo XX. Hay varios hechos sociopolíticos que incluenciaron
un estudio unilateral de las “culturas primitivas”, entre otros. Vamos a poner un ejemplo de lo que
decir, mostraremos, con una experiencia de trabajo campo propia, la forma en la que se gesta una
relación de conocimiento entre una antropóloga, que soy yo, y una interlocutora durante el trabajo
de campo. A través de esta experiencia ustedes podrán advertir cómo se gesta la emergencia de la
pregunta por la alteridad, que exige que la antropóloga indague al mismo tiempo en su propia
cultura y la cultura de su interlocutora, con objeto de explicar algo extraño que sucedía frente a sus
Mozambique, país ubicado en el sureste del continente africano, me encontré con una situación bien
singular. Mi tema de estudio eran las práctica de evangelización que llevaban adelante un grupo de
misioneros católicos provenientes de Argentina. Mozambique era una colonia portuguesa, de la que
se independizó en 1974; desde entonces una guerra civil azoló al país hasta 1992 dejando un saldo
portugués, los llamaban por el nombre de pila acompañado por un categoría de parentesco. Así
cuando me presentaban a los animadores de las comunidades católicas decían “Él es papá José”;
“ella es mamá Paulina”, etc. Al poco tiempo me di cuenta que eran llamados de esta manera, papá y
mamá, las personas adultas, casadas y con hijos. A su vez, la gente llamaba a los/as misioneros/as
laicos/as como “mano Federico” o “mana María”. El sacerdote, en cambio, era llamado “señor
Al principio creí que se trataba de una práctica exclusiva de la comunidad católica, en la que el uso
de las categorías del parentesco no se restringían al dominio de las relaciones de sangre (padre,
madre e hijos/as) o de afinidiad (matrimonio). Pero, éste no era el caso. Un día a pedido de mamá
casa, para conocer a su familia. Todos/as en ese lugar sabían que yo no era misionera y que estaba
allí al solo efecto de realizar un estudio sobre las comunidades católicas del sur del país. Mamá
María me fue a buscar a la casa misionera y caminamos hasta su lugar de residencia, ubicado
cruzando las vías y la estación del tren. Su predio tenía varias habitaciones individuales hechas con
piedra y troncos de árbol, de cuatro por cuatro metros aproximadamente, repartidas por un terreno
más o menos amplio. Me presentó a varios/as de sus hijos/as y nietos/as y me enseñó a “pilhar”,
moler maíz en un mortero con una mano que pesaba ocho kilos más o menos. El maíz era sembrado
por María cerca del río Limpopo, a diez kilómetros de su casa, en la estación de lluvias, de octubre
a marzo. Con el producto de este trabajo la familia tenía asegurado una parte del alimento durante la
Mientras caminábamos le dije que se llamaba igual que una de mis hermanas, Maritza. Me miró con
la cara llena de alegría y me dijo: “entonces, ¡somos hermanas!” y miró al grupo de niños/as que
nos acompañaba.
Desde entonces se ocupó especialmente de mí, cuando nos cruzábamos en la feria de la ciudad me
saludaba y me presentaba a sus amigo/as como su “hermana”, y me dio presentes que me ocupé de
retribuir. A la vez, su madre, “mamá María”, me tomó por su “hija”. Pues si Maritza era mi hermana
ella pasaba, por la lógica relacional del parentesco, a ser “mi madre”. Esto era señalado en cada uno
de nuestros encuentros con un tono jocoso, pero eso no le restaba densidad al vínculo establecido
especial de vinculación con un grupo familiar en esa localidad. Pues para mí, y para la sociedad de
como en el sur de Mozambique. En las áreas rurales de esta sociedad la división racial de la
población establece una jerarquía entre los extranjeros, considerados de manera general como
“mulungos” (blancos) ricos, y la población africana local. En ese lugar establecer un vínculo de
parentesco con una mulungo como yo, más allá de mi propia autopercepción como no blanca, era
un hecho prestigiante. Tener una hermana que era mulungo era un hecho de gran prestigio frente a
la comunidad local. Fue así como, en Chicualacuala, gané de manera inesperada una madre y una
advertir que la forma en la que los misioneros llamaban a sus colaboradores, como “mamá” o
“papá”, imitaba una práctica local, una forma de establecimiento de cercanía y confianza entre dos
Como puede advertirse, Maritza para mí era un individuo particularmente preciado, pero, a la vez,
colectividad, portadora de una cultura; iniciada en una forma de vida diferente de la mía. Aquí hay
una consideración importante, la alteridad no tiene que ver exclusivamente con la constatación
de que todo ser humano es un individuo único. Maritza se me revelaba como un ser social. Ella
de pronto se puso muy feliz al descubrir que “éramos hermanas”, a partir de la coincidencia fortuita
de dos nombres. Mientras tanto yo, perpleja porque no entendía lo que pasaba, me preguntaba: ¿por
qué me llama “hermana” apenas porque su nombre y el de mi hermana son iguales? ¿Por qué tanta
a dos culturas diferentes. Lo segundo, es que la descripción etnográfica, que tiene en cuenta la
perspectiva de los actores involucrados, no hace foco en una sola cultura, la sociedad local
que ese encuentro entre diferencias socioculturales suscita una situación de extrañeza en la
antropóloga, que no entiende del todo lo que sucede allí. Entonces, tomando en serio el asombro
que provoca la reacción inesperada de una persona, la antropóloga formula la pregunta por la
alteridad que suscita este particular encuentro en el Mozambique Post-Colonial, ¿De verdad esta
Maritza es mi hermana? ¿Esto que me está pasando con Maritza, que no entiendo y me provoca
inquietud, puede ayudarme para conocer un aspecto de la cultura y sociedad local? ¿Qué quiere
decir aquí ser hermana, ser mamá o ser papá de alguien? ¿Quiere decir lo mismo que en Argentina,
mi país de residencia habitual? De manera más general, entonces, me pregunté: ¿Cómo funcionan
Vamos a pedirle ayuda conceptual a Esteban Krotz, autor del texto “Alteridad y pregunta
antropológica”, para que nos ayude a entender cómo funciona el concepto de alteridad. La
alteridad, dice Krotz, tiene que ver con la experiencia de lo extraño. Es verdad que las plantas
y los animales pueden provocar situaciones de extrañeza, pero, según el autor “solamente la
confrontación con las hasta entonces desconocidas singularidades de otro grupo humano
Las categorías del parentesco usadas por Maritza de una manera tan singular me confrontaban con
una forma de vida diferente a la mía. Pero yo podría haberme quedado simplemente en la sorpresa y
la categoría alteridad. ¿Por qué? Porque capta el fenómeno humano desde el lugar de la “otredad” y,
al mismo tiempo, muestra la vinculación que con esa otredad sostiene la sociedad y cultura del/a
“Un ser humano reconocido en el sentido descrito como otro, no es tomado como tal
solo por sus particularidades altamente individuales y mucho menos con respecto a sus
propiedades ‘naturales’ como tal, sino como miembro parte de una sociedad , como
portador de una cultura, como heredero de una tradición, como representante de una
otras -todo esto significa también, como resultado y creador partícipe de un proceso
histórico específico, único e irrepetible-. (...) Al divisar a otro ser humano, al producto
cursivas en el original).
Maritza no se propuso mostrarme uno de los aspectos fundamentales que la definían como miembro
de su particular mundo sociocultural. Ella solo quería dar un paseo por la “vila local”, tomar un
sparleta fresca (gaseosa de frutilla) en uno de los kioskos, acompañada por la mulungo visitante. Yo
no pensaba que aquella tarde se transformara en el momento en que iban a adoptarme como
hermana e hija de una familia local y, además, no esperaba que ese fuera el momento en el que esa
sociedad iba a revelárseme en uno de sus aspectos cruciales. Mucho menos imaginé que
comprender la alegría de Maritza iba a demandarme, como señala Krotz, remitirme “a la
pertenencia grupal propia”, a reflexionar sobre el modo de usar las palabras hermana, mamá y papá
misma y mi “patria-matria”.
Explicitemos algunas respuestas que quedan presupuestas en los párrafos anteriores en relación a
las preguntas formuladas más arriba. Maritza efectivamente era mi hermana en Mozambique,
porque un evento casual era significado como un oportunidad para crear lazos más o menos
duraderos entre dos desconocidas. ¿Era mi hermana en el sentido que le damos a esa palabra aquí
en Argentina? No, en Mozambique aludía a otro aspecto pues la forma de usar las categorías del
parentesco en las comunidades rurales del sur de Mozambique difiere de las nuestras. Sobre todo
porque estaba asociada a la adscripción racial en la que yo era clasificada en el lugar, como
mulungo (extranjera, blanca y rica). La división racial entre blancos y negros, institución heredada
del colonialismo portugués, hacía que la unión entre miembros de uno y otro grupo (entre Maritza y
yo) fuera sumamente compleja, por los prejuicios en contra de la población negra y la enorme
De manera que el uso que hacía Maritza de las categorías del parentesco no podía ser entendida por
parentesco ficticia conmigo, llamándome hermana, ella tendía un puente entre nosotras, entre su
sociedad y la mía. Ésta era una de las maneras que había gestado la sociedad local para traspasar -de
forma más o menos segura, evitando la posible explotación- los obstáculos sociales, raciales,
culturales y económicos que les impedían relacionarse con otras sociedades. Para entender esa
particular función que cumplían allí las palabras “mamá”, “papá”, “hermana”, debí contrastar el uso
que hacían de estas palabras en el sur de Mozambique con respecto al uso que yo misma le daba a
esas nociones en mi propia sociedad. En Argentina las categorías del parentesco y las relaciones
raciales no son vinculados de la forma en que lo hacen en Mozambique. De la consideración
reflexiva de esa extraña práctica de nominación y su contrastación con la mía, pude entender el rol
Aquí está en acto el resultado conceptual del desplazamiento producido en la definición del objeto
alteridad. Enfatizamos aquí que la diferencia cultural no remite sólo a las propiedades altamente
particulares de una determinada sociedad, no se relaciona exclusivamente con “la cultura” del otro.
Recurriendo al concepto de alteridad que trabaja Krotz, buscamos mostrar que el objeto
antropológico es relacional. La pregunta antropológica por la diferencia, por quiénes son los/as
otros/as, está en íntima vinculación con nuestra propia sociedad del/a antropólogo/a. La mayoría de
nuestras preguntas por los otros están relacionadas con la forma en que mi propia sociedad se
vinculada con los grupos antropológicamente indagados. Es como si la pregunta antropológica por
la diferencia cultural actuara como un bumerang: una vez lanzado, retorna a su lanzador/a, cargado
con las mismas preguntas formuladas, y nos obligara a dar cuenta de ellas.
Lo otro que pudimos ver aquí es el rol que desempeña la etnografía como enfoque (centrado en la
perspectiva de los actores); como método (la práctica del trabajo de campo, la observación
participante y el foco en las categorías o palabras que usan las personas para describir lo que sucede
que lo pruebe. Pero, sobre todo, vemos la etnografía como un esfuerzo por reponer la humanidad de
En mi contacto con Maritza muchas veces me vi forzada a explicarle, para su sorpresa, que en mi
ciudad, en ese momento residía en Capital Federal, las personas no precisábamos cultivar maíz para
comer. “Entonces, cuando tienen hambre ¿qué hacen?”, me interrogaba con su rostro iluminado por
el asombro. “Vamos al supermercado”, le contestaba. “E entao minha irma, lá en Buenos Aires nao
tem elefantes? (“Y entonces hermana mía, allá en Buenos Aires no tienen elefantes?”). No, tenemos
otros continentes y países. Los conocía perfectamente porque viajaba cada tanto con su hermano
Creo que las incisivas preguntas de mi interlocutora se dirigían a otro aspecto de mi cultura: quería
saber cómo era que nosotros manejábamos la incertidumbre con respecto al haber de alimentos,
dependiendo no del trabajo manual en la tierra propia sino, apenas, de la existencia del volátil
“dinero”. Maritza era una caja de sorpresas para mí; y yo, para ella. Ese juego de espejos es lo que
dos lados que componen el contacto antropológico: nosotros/as y ellos/as. Quién es diferente para
El trabajo por restituir el valioso aporte que la diversidad cultural puede significar para nuestra vida
social es una actividad en permanente reconstrucción. Cada encuentro humano con otras formas de
vida vuelve a plantear la misma pregunta por el significado que puede adquirir la diferencia
crear mundos más justos y generosos. Una última advertencia: “La alteridad tiene un alto precio: no
es posible sin etnocentrismo”, señala Krotz. La sorpresa, la paradoja o la curiosidad por otras
formas de vida humana, diferente de las nuestras, están organizadas por una inquietud etnocéntrica.
¿Cómo son? ¿Qué hacen? ¿Por qué hacen las cosa de ese modo y no de otro? ¿Por qué son tan
diferentes? Estas preguntas están movilizadas por la idea de que las cosas no se hacen de esa
manera: la gente, como diría mi hermana Martiza, no debiera confiar tanto en el dinero, no debiera
abandonar nunca el trabajo de la tierra. ¿Por qué lo hacen?, se preguntaba con concentrada
extrañeza. El etnocentrismo es el primer paso de la pregunta antropológica. El siguiente paso está
guiado por el esfuerzo reflexivo, el que somete a interrogación al/a propio/a antropólogo/a: - A
diferencia de este grupo que me inquieta, ¿en mi propia sociedad cómo funcionan las cosas? ¿Por
qué funcionan así? ¿Desde cuando? La alteridad entonces está relacionada con el objeto de estudio
primigenio de la Antropología, la cultura, pero en una torsión reflexiva, incorpora como dimensión
ambos, los trasciende y permite conocer tanto la sociedad objeto de estudio como la sociedad de la
análisis , exige dos procedimientos diferentes a quién se arriesga a formular la pregunta por el otro,
próxima entonces!
Bibliografía
Guber, Rosana 2001 La etnografía. Método, campo y reflexividad. Buenos Aires: Grupo Editorial
Norma
Krotz, Esteban 1994 "Alteridad y pregunta antropológica", en Alteridades 4 (8) , pp. 5-11
Rapport Nigel y Overing Joanna 2000 Social and cultural anthropology. The Key Concepts.
London: Routledge
Zapata, Laura (2008) Além das Fronteiras: formação de missionários leigos ad gentes na Argentina
e práticas de evangelisação dos missionários argentinos na diocese de Xai-Xai, Moçambique, Tesis
de doctorado, Universidade Federal de Rio de Janeiro Museu Nacional - Programa de Pós-
Graduação em Antropologia Social, mimeo.