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ANÁLISIS DE LA PRUDENCIA EN FULTON SHEEN

Para el análisis de las partes de la PRUDENCIA en la biografía de Fulton Sheen, se considera las
ocho partes de la prudencia. Así también, se tomó extractos de su libro autobiográfico
“TESORO EN VASIJA DE BARRO”, mencionados extractos se encuentran en cursiva.

1. PARTES INTEGRALES DE LA PRUDENCIA


MEMORIA: tipo de conocimiento que se puede adquirir a través del recuerdo de todo
lo que hemos vivido. Lo que es verdadero en muchos casos hay que considerarlo por
medio de la experiencia. El experimento, se realiza a partir de muchas memorias.
El prudente es aquel que tiene en cuenta todo lo que ha vivido anteriormente, y no
solo él, sino eventualmente también otras personas. 4 cosas en las que el hombre
debe crecer para recordar bien:
a. Observar a través de ciertas cosas semejantes (las cosas no acostumbradas las
admiras más, lo que vemos en la niñez lo recordamos más).
b. Buscar las imágenes de la memoria y disponerlas ordenadamente en su
consideración.
c. Poner afecto y preocupación en las cosas que quiere recordar.
d. Meditar frecuentemente las cosas que se quiere recordar.
Aquí podemos observar que Fulton Sheen aprendió a ser honesto y trabajador a partir de las
semejanzas acompañadas de imágenes plasmadas en su memoria, el afecto y preocupación
para que no vuelva a repetir acciones que no estaban bien en sí mismas, y el hecho de haberlas
meditado constantemente para que las haya tenido en cuenta por el resto de su vida.

Llevábamos una cuenta corriente en una de las verdulerías. Cuando tenía nueve años, de
camino a la escuela puse a cuenta una caja de galletas Nabisco, que en aquellos días valía
alrededor de diez centavos. Cuando mi padre descubrió el engaño me dio una corta pero severa
lección sobre la honestidad. También recibí una lección sobre el mismo tema la vez que robé
una flor de geranio que se exhibía al frente de una verdulería. Había visto el anuncio de
geranios a diez centavos la planta. Sabía que mi madre conservaba geranios en latas de
tomates afuera, en el alféizar de la ventana. Por lo que, asumiendo que le estaría haciendo un
favor, tomé una de las flores, la llevé a casa al mediodía y le dije a mi madre:

—Mira, Mamá, tengo un geranio para ti.

Luego llegó la inquisición:

— ¿Tú la compraste?

—No, mamá.

— ¿La robaste?

—Sí, mamá.

Entonces me hizo traer mi alcancía y sacudirla hasta que cayeran cincuenta centavos. Le objeté
el hecho de que la planta sólo costaba diez centavos y que una flor sola no podía valer
cincuenta. Pero ella insistió con que restituyera todo ese monto. Mi acto deshonesto entonces,
castigado con la restitución, me enseñó de por vida que la honestidad es siempre lo más
recomendable. De cualquier manera, cuando le llevé el dinero al señor Maden, me dio dos
macetas de geranios.

En época de clases, mis padres -ambos muy partidarios del esfuerzo y el trabajo duro siempre
nos enviaban a una de las dos granjas que tenían en aquel entonces al este y al oeste de Peoria.
El arrendador solía contratar a los muchachos Sheen los fines de semana y en los veranos. Una
vez, en un momento de respiro con tanto trabajo pesado en la granja -mi padre y unos amigos
suyos estaban reunidos-, un vecino alegre y grandote le dijo a mi padre:

—Oye, Newt. Ese hijo tuyo, el mayor, nunca servirá para nada. Siempre tiene la cabeza metida
en un libro.

Mis hermanos más bien disfrutaban del trabajo en el campo; yo lo sufría. Cada vez que veo
miles de jóvenes que al correr van vestidos con pantalones jean, me acuerdo de la vergüenza
que me daba usar los overoles de entonces. Desde el punto de vista de la moda, no se podía
caer más bajo.

A aquellos que me conocen les cuesta caer en la cuenta de que hubo una época en mi vida en la
que labré rastrojos de maíz, hice heno a la luz del sol [2], domé potros y potrillos, cepillé
caballos, limpié sus sucios establos, ordeñé vacas de mañana o de noche... Y en los tiempos fríos
y húmedos, desgrané maíz, alimenté a los cerdos, cavé hoyos para las cercas, apliqué bálsamo
en los caballos cortados por alambres de púa, combatí a los bichos bolita el mismo día que llegó
un circo a la ciudad... y discutía con mi padre, cada día, sobre el hecho de que el trabajo de
campo no era una buena vida y que sólo podías hacer una fortuna si hallabas petróleo [3].
Aunque nunca lo haya expresado en tantas palabras, fui criado y educado en la ética del
trabajo. Las Escrituras describen al trabajo como una consecuencia del pecado, «la maldición
más terrible». No es que me desagradaba trabajar; me desagradaba trabajar en el campo.
Tanto mi madre como mi padre eran muy trabajadores. Recuerdo a nuestros familiares, cuando
nos visitaban, decir en la cocina: «Dile a la tía Dee que nos deje el trabajo a nosotros»; así
llamaban a mi madre, Delia. Mi padre, cada vez que podía visitar a los arrendadores, ayudaba a
construir establos, a cosechar y a hacer cualquier cosa que lo mantuviera ocupado. Quizás se
deba al adiestramiento de mis padres o quizás yo siempre lo tuve arraigado: al hábito de
trabajar nunca lo vencí. ¡Gracias a Dios!

2. EL INTELECTO O LA RAZON COMO PARTE DE LA PRUDENCIA


La prudencia razona a parir de razonamientos universales, que reflejan la esencia del
hombre, y a partir de proposiciones morales que no siempre se ven como válidas por
todos los casos.
La prudencia es la recta razón de las cosas por obrar. La razón, en la prudencia,
termina en una cierta conclusión, en lo particular operable, a lo cual aplica el
conocimiento universal. Esta conclusión se realiza a partir de una proposición universal
y de una singular, por eso es necesario que la razón, en la prudencia, proceda a partir
de un doble intelecto.
Podemos observar que Fulton Sheen realiza varias proposiciones singulares a las
cuales aplica el conocimiento universal de lo que es Dios.

Samuel Alexander había ganado una medalla del rey Jorge por su tratado filosófico
sobre Espacio, Tiempo y Deidad. Su tesis era que la deidad estaba en evolución. Le
pregunté al Dr. Alexander si me permitiría ir a alguna de sus clases. No recuerdo si me
respondió «Es sobre Kant» o «No puedo5] «]; la cuestión es que se negó. Pero sí me
invitó a tomar el té aquella tarde. Cuando me dirigí hacia el lugar designado, vi un
anuncio que rezaba: «Esta tarde, a la hora del té, habrá un debate entre el Dr.
Alexander y el Dr. Sheen, de la Universidad de Lovaina». Yo no había terminado aún mi
doctorado en Lovaina, ni estaba calificado para representar a la Universidad. Pero
dispusieron una mesa de té en el medio de una sala, para el Dr. Alexander y para mí.
Cientos de estudiantes se sentaron alrededor, en otras mesas, para escuchar el debate.
El Dr. Alexander comenzó:
—Bueno, ¿qué le gustaría saber?
Me di cuenta, por primera vez, lo que se debe sentir sentarse a los pies de la Divina
Omnisciencia.
—Usted no cree que Dios es infinitamente perfecto, ¿verdad? —le pregunté.
— ¿Ha leído mis libros? —respondió.
—Sí, los he leído dos veces.
—Bueno —me dijo—, si en verdad los ha leído con algún grado de inteligencia, sabrá
entonces que yo creo que Dios es perfecto.
—Déjeme explicarle su punto de vista, tal como yo lo he entendido.
Allí expliqué que la posición del Dr. Alexander parecía considerar a Dios como un
»anhelo«, un empeño, siempre un nivel por encima del nivel actual de evolución.
—Cuando sólo había espacio-tiempo, Dios era un químico; cuando llegaron a existir los
químicos, Dios era el ideal de una planta; cuando existieron las plantas en el universo,
Dios era el estado ideal de un animal; cuando existieron los animales, Dios era el
estado ideal de un hombre. Ahora que existe el hombre, Dios es un ángel. Algún día
llegaremos a ese estado. Dios seguirá un paso más adelante, como el Anhelo del
universo.
—Exactamente —me dijo—. Esa es mi teoría. La ha entendido a la perfección.
—Bueno, Dr. Alexander —respondí—, su Dios no es perfecto. Está en camino hacia la
perfección. Un Dios Perfecto sería uno que, en cada momento de su existencia, tiene la
plenitud de su perfección.

3. LA EXPERIENCIA Y LA DOCILIDAD
La prudencia se refiere a cosas operables, y en estas hay infinitas diversidades, que no
pueden ser consideradas por un solo hombre, y, menos aún ser realizadas en poco
tiempo. En las cosas que se refiere a la prudencia, el hombre necesita ser ilustrado por
otro. Los ancianos han conseguido un intelecto sano respecto de los fines de las cosas
operables. Este conocimiento requiere experiencia, memoria.
No solo hay que conocer cosas singulares, se debe conocer lo universal como de
alguna manera aplicada a lo singular. La actitud de docilidad, con la cual uno es buen
recibidor de la disciplina, y acoge así el conocimiento científico enseñado por otro.

Fulton Sheen explica que su vocación fue consultada a otro que tiene un intelecto
más sano y con mayor experiencia. Por otro lado, considera que la vocación toma su
tiempo.

Una vocación es algo tan sagrado que a uno no le gusta hablar mucho sobre el tema;
yo nunca le conté nada a nadie, ni a compañeros, padres o sacerdotes (excepto al
padre
Kelly, un coadjutor de la catedral). Siempre asocié la idea del don del tesoro con la
fragilidad del cuenco de arcilla que lo alberga. Intentaba sacarme este pensamiento de
la cabeza, pero siempre regresaba. En general, la vocación religiosa resulta más bien
en un susurro silencioso, pero insistente, que demanda una respuesta; no hay nada de
violentas sacudidas de la cama ni ruidos fuertes durante la noche. Más bien un simple
«estás llamado a ser sacerdote». Tampoco es la vocación una orden imperativa; no
exige aceptación como una necesidad, sino como una obediencia bien dispuesta. En la
historia del Antiguo Testamento, cuando Dios habló al joven Samuel, nadie más que él
podía oír la voz. Ni tampoco había nada que pudiera probar que era algo divino; esa es
la razón por la que Samuel fue hacia Eli dos veces cuando fue llamado: pensaba que él
lo había convocado. La experiencia del anciano sacerdote, Eli, fue la que finalmente
convenció a Samuel de la divinidad del locutor: «Eli comprendió entonces que era el
Señor quien llamaba al muchacho». Samuel no reconoció, al principio, que era la voz
del Señor. Tampoco la mayoría de nosotros, cuando somos llamados por primera vez,
la reconocemos como tal, excepto por la insistencia, la calma y la paz con que se
apodera del alma.
4. SOLERCIA
Es propio de la prudencia tener recta estimación respecto de las cosas que hay que
operar. La recta estimación se obtiene en lo operativo, así como lo especulativo en dos
maneras: 1) de un modo, con la investigación por sí misma y 2) aprendiendo de otro.
Se refiere en cuanto a las habilidades necesarias para encontrar rápidamente lo que se
refiere a la acciones humanas que se debe obrar, razonar acerca de lo que es
particular.

Fulton Sheen tenía que asegurarse de tener una recta estimación de lo que sentía en
cuanto a su educación, así que su preocupación que confió a alguien más.

Luego de dos años estudiando en la Universidad, sentí que la educación que recibía no
era suficiente para merecer el grado de Doctor en Filosofía. Le confié mi preocupación
a uno de mis profesores.
— ¿Qué educación te gustaría tener? —me dijo.
—Me gustaría saber dos cosas —le respondí—: primero, en qué piensa el mundo
moderno. Segundo, cómo puedo hacer frente a los errores de la filosofía moderna a la
luz de la filosofía de santo Tomás.
—Nunca encontrarás eso aquí, pero sí en la Universidad de Lovaina, en Bélgica.
En septiembre de 1921, fui a Lovaina, Bélgica, e ingresé en la Escuela de Filosofía. Mi
hermano Tom vino conmigo a estudiar Medicina en la misma universidad. No importa
cuántos años viva, nunca seré capaz de expresar el profuso agradecimiento que siento
por esta gran universidad: por la excelencia de los profesores, la inspiración de su
liderazgo y el aporte que hizo al desarrollo de la mente humana. No había cursos
opcionales u optativos; todos eran obligatorios. Así tuvimos que aprender Metafísica,
Psicología experimental, Psicología racional, Cosmología, Aristóteles, el tiempo y el
espacio en la filosofía de la Modernidad. Los cursos eran parte del plan de estudios
para todos los candidatos al doctorado. En cada área de conocimiento se ponía un
especial énfasis en el pensamiento contemporáneo. Pero, junto a las últimas
actualizaciones, nos hicieron sumergir en Aristóteles, Platón y los filósofos antiguos, así
como en la filosofía de Tomás de Aquino.
Los profesores no trataban a santo Tomás como si perteneciera a los tiempos
medievales; él era nuestro coetáneo. No había lecturas asignadas, pero todos
asumíamos que cualquier libro que un profesor sugiriera en clase podía aparecer en el
examen oral final.

5. LA RAZON
La prudencia requiere máximamente que el hombre sea bien raciocinativo, y que
pueda aplicar bien los principios universales a las cosas particulares que son variadas e
inciertas. La prudencia es algo de la razón, pero en cuanto que inmediatamente mueve
a la voluntad para que esta a su vez realice los actos y mueva las potencias inferiores.
Aquí se muestra un ejemplo de que Fulton Sheen aplicaba bien los principios
universales a las cosas particulares para defender el evangelio, que es a lo que se
dedicaría los próximos años de su vida.
Los exámenes para el doctorado en la Universidad de Lovaina eran orales. Alrededor
de veinte estudiantes o candidatos eran admitidos a un gran salón, donde veinte
profesores estaban sentados en veinte escritorios. Cada estudiante podía elegir
cualquier escritorio que prefiriera, en general aquel cuyo profesor era considerado
como el «más fácil». El profesor entonces comenzaba a hacer preguntas hasta que ya
no podías responder, momento en el que te hacía pasar a otro escritorio. El examen
duraba todo el día. Al final, cada profesor decidía su propia calificación y luego entre
todos acordaban para decidir una calificación final.
Cuando me tocó el escritorio del Dr. Noel, me preguntó:
—Explique cómo un ángel realiza un silogismo.
—Un ángel no necesita pasar por el proceso de razonamiento —le respondí—; más
bien
Tiene una inteligencia intuitiva y, por lo tanto, ve las conclusiones tan claramente
como nosotros vemos que la parte nunca puede ser más grande que el todo. Por
consiguiente, un ángel no puede realizar un silogismo.

6. LA PROVIDENCIA
La prudencia en cierta manera es providencia, la virtud de la prudencia implica, en
cierta manera, una especie de puente entre la eternidad y el tiempo. La prudencia
ordena el presente hacia el fin.

Fulton Sheen ordena su presente hacia el fin (Dios) y confiar en la providencia.

El curso de la vida no está determinado por los incidentes triviales del día a día, sino
por unos pocos momentos decisivos. No debe de haber más de unos tres, cuatro o
cinco momentos así en la vida de un hombre. Para la mayoría, es la decisión de
casarse, un nuevo empleo o una mudanza. Ciertamente un punto de inflexión en mi
vida fue terminar la universidad. Dieron un examen nacional a todos los estudiantes; el
premio era una beca de tres años. Hice el examen y gané una de las becas. Me
informaron de esto durante el verano y fui inmediatamente hacia la Universidad de
San Viator a ver al padre William J. Bergan, que ya era un amigo cercano. Él estaba en
la cancha de tenis cuando llegué. Con mucho regocijo y placer exclamé:
— ¡Padre Bergan, he ganado la beca!
Él puso sus manos en mis hombros, me miró directo a los ojos y dijo:
—Fulton, ¿tú crees en Dios?
—Sabes que sí —respondí.
—Me refiero en un sentido práctico, no desde un punto de vista teórico.
Esta vez no estuve tan seguro de mi respuesta:
—Bueno, confío en que sí.
—Entonces tira la beca.
—Padre Bergan, esta beca me otorga tres años de estudio en la Universidad y se hace
cargo de todos los gastos. Vale como unos nueve mil o diez mil dólares.
—Tú sabes que tienes una vocación —me respondió—. Deberías ir al seminario.
—Puedo ir después —le dije yo, que ya tenía preparada esta respuesta—. Puedo ir
después del doctorado, ya que no habrá mucha oportunidad para hacerlo una vez que
esté ordenado. Y yo ansío mucho tener una buena educación.
—Tira la beca —repitió él—. Ve al seminario. Esto es lo que el Señor quiere de ti. Y si lo
haces, si confías en Él, recibirás una educación universitaria mucho mejor después de
ordenado.
Así lo hice y fui al seminario. Nunca me arrepentí de la visita ni de la decisión.
7. CIRCUNSPECCIÓN
Mostrar signos de amor a alguno, considerado en sí mismo, parece ser conveniente
para mover su ánimo al amor, pero si sucede que en su ánimo haya soberbia o
sospecha de adulación, no será conveniente para el fin. Se tiene que ver la bondad del
fin y la bondad de la acción que conduce hacia el fin.

8. CAUCIÓN
Tener cuidado respecto a los males que tienen apariencia de bienes, por eso es
necesaria la caución para la prudencia, de manera tal que se reciban los bienes y se
eviten los males.

En cuanto a circunspección y la caución, Fulton Sheen es prudente en cuanto el fin


(Dios) y la acción que lo conduce al fin (vocación al sacerdocio) porque hay bondad
en ambas. Tiene cuidado respecto a los males con apariencia de bienes, cuando
considera que la vocación no es algo que tiene que ver con lo que a uno le gusta, sino
más bien como un llamado.

Ahora que miro atrás hacia aquellos años, y analizando las vocaciones que hoy me
toca ver, me he dado cuenta de que -en mi caso y en muchos otros- hay tres etapas,
todas ilustradas en la llamada al profeta Isaías. Hoy parecería que muchos aseguran
tener una vocación al sacerdocio porque desean «trabajar en barrios marginales «o»
defender los derechos políticos de los presos», «luchar por los derechos de las
minorías», «cuidar a los enfermos «o» llevar una misión religiosa a América del Sur.
«Ninguna vocación verdadera comienza con» lo que yo quiero «o con» algo que me
gustaría hacer; «porque si somos llamados por Dios, esto implica que podamos ser
enviados a hacer algo que no nos gusta, y» la obediencia es mejor que el sacrificio.
«Ciertamente, si las necesidades de la sociedad me llaman, debo servir; y si Cristo me
llama, deberé ser un servidor suyo para siempre. Es decir, si siento que mi llamada es
dedicarme a la sociedad, no hay razón alguna por la que deba ingresar a un seminario
teológico. Pero distinto es si estoy convencido de que mi vocación es identificarme con
el mundo, porque entonces habré olvidado por completo la advertencia que Él nos
hizo»: Yo los he sacado del mundo. «

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