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Allá por la década de 1950, varios científicos que trabajaban con seres
humanos identificaron un estado caracterizado por el aumento de la
actividad cerebral, una respiración y ritmo cardíaco acelerados y la
parálisis muscular. Sin embargo, puede que el rasgo más sorprendente
fuese la agitación de los ojos bajo los párpados cerrados, pues todos
esos cambios fisiológicos se producían mientras los sujetos estaban
profundamente dormidos.
Hasta hace relativamente poco, se daba por sentado que los sueños
tenían un significado. Esas visiones extrañas que llegaban durante la
noche, cuando la oscuridad en derredor era sinónimo de peligro, debían
de ser mensajes de los dioses, o destellos del futuro. Los sueños de los
hombres y mujeres poderosos podían volverse famosos; aparecieron
personas cuyo trabajo era descifrarlos, pues los sueños podían predecir
el destino del clan o la nación. El Antiguo Testamento cuenta la historia
de José, convocado para interpretar el sueño del faraón en el que
aparecían siete vacas “cebadas” y siete “raquíticas”. José confió en Dios,
que le permitió comprender que aquello significaba años de plenitud para
el reino, seguidos de una terrible hambruna.
“Oía sollozos quedos, como si varias personas estuviesen llorando. Decidí salir
de la cama y bajar las escaleras. Allí el silencio se rompió con los mismos
sollozos tristes, pero los dolientes eran invisibles. Fui de habitación en
habitación: no había un alma, pero esos sonidos de pena y aflicción iban
recibiéndome a mi paso […]. Seguí hasta llegar a la Sala Este, en la que entré.
Allí me encontré una sorpresa repugnante. Ante mí había un catafalco, sobre el
que descansaba un cadáver envuelto en una mortaja. Lo rodeaban soldados que
hacían guardia; y había un gran gentío, algunos contemplando con gesto
lúgubre el cadáver, que tenía la cara cubierta, otros sollozando lastimosamente.
‘¿Quién ha muerto en la Casa Blanca?’, pregunté a uno de los soldados. ‘El
presidente’, respondió, ‘¡lo ha matado un asesino!’. Entonces se elevó de entre
la multitud un estallido de congoja, que me arrancó del sueño”.
Aunque el trabajo de Blair bebe de toda una gama de fuentes, hunde sus
raíces en la revolución iniciada a principios del siglo XX por Sigmund
Freud. Fue el primero en intentar interpretar los sueños dentro de un
marco científico, y veía en ellos la expresión camuflada de los impulsos
sexuales y agresivos inconscientes. Pero lo que a Freud le parecía
científico podría considerarse ahora una mera conjetura.
¿Con qué más cosas salen los que dudan de las teorías psicológicas de
los sueños? En la década de 1960, los científicos descubrieron que
cuando a los gatos se les extirpaba una antigua estructura evolutiva
llamada puente troncoencefálico, el sueño REM desaparecía por
completo. Algunos concluyeron que, durante la fase REM, los mensajes
químicos llegados del puente activaban algunas partes del lóbulo frontal
del cerebro, incitándolas a producir imágenes y sensaciones
completamente aleatorias. Por consiguiente, detrás de los sueños estaría
el lóbulo frontal, “haciendo lo que buenamente puede para crear
imágenes oníricas, incluso parcialmente coherentes, a partir de las
señales relativamente confusas enviadas desde el tronco cerebral”.
Para algunos, eso constituyó una nueva base para comprender los
sueños: son las chispas y efusiones de un sistema en modo de espera,
como los crujidos de una vieja televisión que se está enfriando.
Para Patrick McNamara, director del laboratorio de neurocomportamiento
evolutivo de la Universidad de Boston, se trata de un mito que todavía
está por derribar. “Una de las cosas que más me irrita es la idea de que
los sueños no son más que un flujo aleatorio nocturno, que no significa
nada”. Al contrario, afirma McNamara, “ahora existen pruebas muy claras
de que los sueños son funcionales”.
Las investigaciones recientes han socavado la idea de que los sueños
solo se producen durante la fase REM, y que son un proceso de abajo
hacia arriba, en el que las partes más antiguas del cerebro activan las
más evolucionadas. El paradigma inicial cambió como consecuencia de
cientos de estudios sobre el contenido de sueños individuales, que
mostraban que las personas de diferentes culturas tenían sueños
similares: para McNamara, esa era la prueba de un mecanismo
adaptable en funcionamiento.
¿Pero por qué son adaptables, y por ende beneficiosos para nuestra
supervivencia como especie? ¿Es por la antigua idea psicoterapéutica de
que los sueños son llaves para abrir los problemas que atañen a
nuestras relaciones? “Creo que hay datos que indican que, entre otras
cosas, los sueños contribuyen a facilitar las interacciones sociales”,
señala McNamara. Sin embargo, para él la auténtica ventaja es menos
poética.
“La mayoría de los científicos que estudian los sueños creen que
soñamos para practicar la manera de evitar situaciones amenazantes
durante el día […]. Los hombres suelen soñar con interacciones
agresivas con otros hombres, mientras que las mujeres sueñan con
interacciones verbales con ambos sexos. Otro patrón que se repite es
que, cuando aparecen hombres desconocidos en los sueños, suelen
indicar una agresión física”.