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Parte del placer de leer filosofía es que te muevan el tapete, que tomen algo

que
parece natural y de sentido común y que digan “No, no es así”. Eso me pasó
leyendo a Sócrates, Descartes, Kant, Schopenhauer. Los grandes filósofos, como
decía Nietzsche son legisladores. Imponen nuevas leyes conceptuales a través de
las cuales se abre una realidad que antes pasaba desapercibida. Hoy vamos a ver
un ejemplo de eso en Michel Foucault y su libro La historia de la sexualidad.
Si sabes algo de la obra de Foucault, sabes que muchos de sus libros son
historias: La historia de la locura, Vigilar y castigar (que es una historia del
castigo,
la vigilancia y cómo producen sujetos) y La historia de la sexualidad. ¿Qué onda
con eso de historia? ¿Es Foucault historiador o filósofo? Pues, los dos. Para
Foucault, hacer filosofía implica necesariamente hacer historia porque los
conceptos que usa no son eternas ideas platónicas sino que son contingentes,
forjados por procesos sociales muy específicos. El análisis de Foucault se apoya en
el método genealógico de Nietzsche, quien lo inventó para rastrear la historia de
la
conformación de nuestras ideas morales.
Entonces, en este libro, Foucault toma algo que parece sumamente natural, la
sexualidad, y nos muestra que lejos de ser natural, la sexualidad es producto de
fuerzas sociales con una historia muy interesante. Ahora, ya estamos
acostumbrados a que gente como Nietzsche y Foucault nos quiten la autonomía de
la razón y la objetividad del conocimiento, ¿pero la sexualidad? Parece intocable.
¿Tú elegiste ser heterosexual o homosexual, o naciste así? Seguramente respondes
que naciste así, que es natural tu atracción a los hombres o las mujeres. Entonces,
¿de qué se trata? Bueno, vamos a ver.
Primero, La historia de la sexualidad es el título no de un solo libro sino de
tres.
El primero, que se publicó en 1976, trae como subtítulo “La voluntad del saber” y
el segundo y tercero, que aparecieron en 1984, tratan de “El uso de los placeres” y
“La inquietud de sí”. En este análisis, vamos a tratar principalmente el argumento
del primer libro.

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Bueno, pues inicia con una discusión de lo que llama ‘la hipótesis represiva’.
No es nada extraño oír las palabras ‘sexualidad’ y ‘represión’ mencionadas en la
misma oración. Tomamos de sentado que durante mucho tiempo en occidente, al
menos desde el siglo XVII, la sexualidad y su expresión ha sido socialmente
reprimida. Según dicen, las exigencias del capitalismo y los valores burgueses
coludieron para frenar su expresión y callar su discusión. Pero es muy difícil
reprimir algo indefinidamente. Por toda la presión cultural que se acumula, tarde o
temprano explotará como un volcán, y eso, según cuenta, es lo que vimos en los
años 60 con Woodstock, los Hippies, el amor libre, las drogas, etc.
Bueno, todo esto lo cuestiona Foucault. No niega que haya habido límites y
prohibiciones impuestos en el sexo pero sí duda de que la categoría de la represión
sea la única o la más básica para entender el fenómeno histórico de la sexualidad.
Explica esto al hacer una distinción entre dos formas de entender el control o
manejo del sexo. Por un lado tenemos un régimen en el que la conducta sexual es
regida por leyes y códigos que establecen lo que es lícito e ilícito. Por el otro
lado
un régimen en el que lo que rige son ideas sobre lo normal y lo anormal.
Como ejemplo del primero tomemos el caso de la India. Ayer, vi en las noticias
que la suprema corte de la India reinstauró una ley que penaliza los actos
homosexuales. Se trata de una ley establecida hace siglo y medio por la colonia
británica que considera semejantes actos como antinaturales. En el reportaje dice
que para muchos indios este tipo de relaciones es ilegítimo. Me llamó la atención
esa palabra, ilegítimo, porque apunta al motivo de la prohibición. Hoy en día, ni
siquiera se oye la frase “hijo ilegítimo” pero en siglos anteriores sí. ¿Por qué
era tan
importante ser producto de un matrimonio legal y consagrado? La razón no era
tanto moral como económica. Hoy en día, la gente se casa por amor pero
antiguamente dos personas se casaban como si fueran socios, socios en una
empresa familiar. Para que la propiedad y riqueza de la familia no se dispersaran
en sucesivas generaciones, había complejas reglas y expectativas que tenían que

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cumplirse. El heredero tenía que ser producto de un matrimonio en el que la novia
era virgen y durante el cual se mantenía fiel. Éstas y otras expectativas
aseguraban
o legitimaban la herencia y por tanto la solvencia y fuerza de la familia. Estas
reglas se hacían cumplir a través de alianzas o acuerdos entre familias que se
reflejaban a nivel social y que eventualmente se plasmaban a nivel jurídico. De
hecho, Foucault caracteriza este régimen legalista como un ‘despliegue de
alianzas’. Estos acuerdos sociales regulaban la conducta sexual en términos de lo
lícito y lo ilícito.
Pero ésta no era la única ni la más importante manera de regular el sexo. Por
el
otro lado de la distinción encontramos lo que Foucault llama el ‘despliegue de la
sexualidad’ en el que los términos de relevancia son lo normal y lo anormal. En el
anterior régimen, lo que se despliegue es una ley, impuesta sobre uno desde fuera.
Pero en este régimen, lo que rige la conducta es algo interno, una idea que uno
adopta. Es una idea sobre el sexo que establece su naturaleza, su alcance, y el
rango normal en que puede manifestarse. Una vez adoptada, esta idea regula todo
aspecto de la conducta sexual.
Lo importante de este régimen, lo que explica su eficacia en el control de la
conducta sexual, es que la conducta no se percibe como obligada por una fuerza
exterior sino como algo que fluye de las disposiciones naturales de uno. Piensa en
cómo las madres dicen a sus hijos, "Oye, los niños no juegan con muñecas." De
forma muy sutil, esta afirmación y otras parecidas, van forjando una idea en la
mente del niño que moldea cómo percibe las cosas e incluso qué desea. Con
respecto a la conducta sexual, la idea que se va forjando es una que plantea la
noción de la sexualidad misma, la idea de que todos tienen una sexualidad, algo
que define en parte la naturaleza de su ser. Si uno adopta esta idea de su
naturaleza sexual, no hará falta una ley que prohiba ya que la persona misma
regulará su conducta de acuerdo con lo que percibe como su propia naturaleza.
La diferencia entre estos dos regímenes o modos de control no podría ser más

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marcada. Recuerda, por un lado tenemos un régimen que maneja leyes que
distinguen lo lícito de lo ilícito, y por el otro un régimen que maneja ideas
distinguen lo normal de lo anormal. Para apreciar bien la diferencia, dejemos el
sexo a un lado y consideremos un fenómeno como la vialidad. Imagínate que no
hubiera nada de señales, semáforos, reglas, ni límites de velocidad, sino que la
gente podría manejar como les daba su regalada gana. Pues habría un caos total y
el traslado sería imposible. Para que podamos ir de punto A a punto B de forma
eficiente, los gobiernos imponen reglas de vialidad. Esto es un régimen legalista.
La sociedad reconoce algún bien que quieren promover y en aras de ese fin
controla la conducta de la gente al imponer leyes.
Ahora, volvamos de momento al fenómeno de la conducta sexual y veámoslo
bajo este régimen legalista. Semejante marco toma la actividad sexual como algo
plural y diverso. De la misma manera en que hay muchas maneras de manejar en
la calle, hay muchas formas de tener sexo y sentir placer. Pero en las calles
queremos orden y eficiencia en el traslado, entonces se imponen reglas; de la
misma manera, en la cuestión del sexo, como vimos anteriormente, se quiere una
forma de mantener la continuidad y fuerza económica de las familias, entonces se
imponen ciertas reglas sobre la diversidad sexual para que esa meta se logre. El
punto más importante de esta comparación es el siguiente. ¿Alguna vez has
estacionado mal o ido a un exceso de velocidad y te para la policía y te multa?
¿Cómo te sentiste? ¿Mal, avergonzado? A lo mejor sí, pero la gran mayoría no. Si
se trata de un mexicano lo más probable es que diga “Puta madre, ni modo.” Paga
su multa y sigue adelante. Pues igual con el sexo bajo un régimen legalista. Si un
hombre tiene sexo con otro hombre, o con una mujer que no sea su esposa, eso
viola la ley y habrá una consecuencia. Quizá lo deshereden o tenga que pagar
algo, pero al igual con el caso de no apegarse a las reglas de la vialidad, paga la
consecuencia y sigue adelante sin pensarlo más.
Esto es muy distinto, dice Foucault, del régimen donde lo que se despliega es

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una idea sobre la sexualidad que uno adopta. Tanto en el régimen legalista como
en éste de la sexualidad, el sexo heterosexual dentro del matrimonio es el bueno.
Pero en el régimen de la sexualidad no es simplemente lo permisible sino que
constituye un estándar positivo, una norma. Cualquier cosa que se desvíe de esta
norma es una aberración. Un hombre que tiene sexo con otro hombre no ha
simplemente violado la ley sino que ha ido en contra de su propia naturaleza.
Dice Foucault, “El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una
especie.” ¡Super interesante esa afirmación! Fíjate que utiliza dos palabras
distintas para hablar de alguien haciendo el mismo tipo de acto: sodomita y
homosexual. Bajo el marco legalista, el sodomita es simplemente un criminal. Al
igual que la persona que estaciona mal, lo que le preocupa es que no le pillen y
toma precauciones para que eso no suceda. ¿Existe una palabra para alguien que
estaciona mal? ¿Mal-estacionador? Pues no, es simplemente un acto entre miles
que puede tener consecuencias legales. Pero el homosexual, dice Foucault, es
ahora una especie. Tiene nombre porque identifica algo con una esencia, una
naturaleza. Bajo el régimen donde se despliegue la idea de la sexualidad, el
homosexual sí es un criminal pero también mucho más. Es un perverso que se
preocupa más que nada por padecer una condición penosa. Mucho más eficaz
que la coacción de una ley externa es una norma asimilada por el sujeto. Es más
eficaz porque el control de la conducta no se manifiesta como una prohibición
negativa sino como parte integral de la dinámica de guiar tus actos por tus deseos.
Si la idea o norma de la sexualidad que has asimilado tacha los actos
homosexuales como malos, tú mismo regularás tu conducta de acuerdo con esa
idea.
En su libro Vigilar y castigar cita a un tal M. Servan, quien dice: “Un déspota
imbécil puede obligar a unos esclavos con unas cadenas de hierro; pero un
verdadero político ata mucho más fuertemente por la cadena de sus propias
ideas. . . . sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base inquebrantable
de los

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Imperios más sólidos”. En su obra en general, este poder de las ideas se trata en
términos del discurso y el poder que puede ejercer sobre las personas. La posición
de Foucault se discrepa de la cita que acabo de leer en el sentido de que ese nivel
de ideas o discurso no lo crea y maneja una sola persona, como un déspota, sino
que es algo que se arma poco a poco como resultado de muchas prácticas sociales,
prácticas médicas, psiquiátricas, religiosas, etc. De hecho, responde Foucault a la
hipótesis represiva al decir que, lejos de ser un tema sobre el que no se hablaba,
hubo una explosión de discursos sobre el sexo en la época victoriana. Uno se
encontraba rodeado de una constelación simbólica que poco a poco forjaba esa
cosa que llamamos hoy en día sexualidad. Es por eso que Foucault puede decir
que la homosexualidad es una invención reciente, más o menos de mediados del
siglo XIX. Obviamente, sexo entre los hombres ha existido siempre - eso no le
interesa. Lo importante en su análisis es, más bien, el significante que agrupa y
dirige esos actos bajo el dominio de una esencia o naturaleza. El despliegue de
esa idea es lo teóricamente relevante para entender los modos de control sociales
que caracterizan la modernidad occidental.
Bueno, en el próximo vídeo veremos con más detalle las consecuencias de este
despliegue de la sexualidad y la scientia sexualis que posibilitó.

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Una pregunta. ¿Tu perro tiene una identidad sexual? ¿Se identifica como
caninosexual o algo así? Pues no. Los perros simplemente tienen sexo. Lo tienen
en público, en tríos, con cochinos, patos, tigres, ¡incluso con seres humanos! ¿Tú
tendrías sexo en la calle como los perros? ¿No? ¿Por qué? ¿Porque es ilegal? No
creo. Bloquear una entrada con tu coche es ilegal pero muchos lo hacen sin
pensarlo dos veces. Aun cuando todas las policías estuvieran de vacaciones, no
tendrías sexo en la calle porque lo que te frena no es la ley sino la mirada y el
juicio del otro.
Ésa es la diferencia que vimos entre el sodomita y el homosexual en el vídeo
anterior. La actividad del sodomita es regida por una ley externa, entonces
simplemente toma precauciones. El homosexual, en cambio, es regido por una
idea interna. La emoción que guía su conducta no es miedo a un castigo sino pena
al no conformarse al ideal o norma que ha adoptado. Como había comentado, el
poder de esta forma de controlar el sexo, un modo que Foucault llama el
‘despliegue de la sexualidad’, reside en que la norma no se percibe como algo
impuesto sino como una manifestación de la propia naturaleza de uno. Una de las
tesis generales de Foucault es que el poder en la modernidad se ejerce de esta
forma, los sujetos vigilando a sí mismos.
Uno de los tesoros de mi biblioteca es una edición de El amante de Lady
Chatterly de D. H. Lawrence que en la primera página dice “Es prohibida la venta
de este libro en el Imperio Británico”. ¿Por qué era prohibida? Porque hablaba
explícitamente de una relación entre un hombre de clase baja y una mujer de la
nobleza y la describía con palabras nada aptas para oídos gentiles. Estamos
hablando aquí de 1925. Ahora, compara eso con Los cuentos de Canterbury de
finales del siglo XIV. Ahí se habla del sexo de forma muy chistosa, colorida, como
parte normal de la batalla entre los sexos y la vida social en general. Foucault no
menciona estos libros pero podemos usarlos para ver cómo se dio la transición de
una actitud muy abierta y franca a una donde la sexualidad queda muy
circunscrita, delimitada de hecho a la recamara matrimonial. Lo que hace el
despliegue de la sexualidad es que divide tajantemente lo normal de lo anormal.
Si lo normal reside en la recamara matrimonial, ¿dónde está lo anormal? Pues, en
los burdeles y manicomios. Volviendo a esa llamativa frase de Foucault - “El
sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie.” Lo que quiere
decir es que el homosexual no es una persona sino un tipo, una clasificación, igual
que “la prostituta” o “el loco”. Ya estamos muy lejos de los cuentos de Canterbury.
Dice Foucault que ese despliegue de la sexualidad efectuó algo de gran momento,

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que “subrepticiamente transfirió los placeres no hablados al orden de las cosas que
se contabilizan”.
¿Qué dice aquí? Pues, por un lado el placer es algo que simplemente se
experimenta. El punto es sentirlo y disfrutarlo. En este sentido es mudo, no
hablado, siendo una experiencia que compartimos con los animales. Pero, a
diferencia de ellos, nosotros podemos fijarnos en la experiencia, analizarla,
medirla, en una palabra - contabilizarla. Esta contabilidad es lo que explica el
paso del sodomita al homosexual. A través de prácticas como la confesión
religiosa, el análisis médico, y la interrogación psicoterapéutica, algo interior y
vago se exterioriza y se define.
Podemos ver un ejemplo actual de eso en el así llamado “trastorno de déficit de
atención”. Esto se refiere a personas, principalmente niños de primaria y
secundaria, a que les dificulta concentrarse y poner atención. ¿Te acuerdas de la
comparación que hice entre la sexualidad y la vialidad en el último vídeo? Dije
que hay muchas formas de manejar un coche en la calle. De igual modo, hay toda
un gama de formas en que los niños pueden portarse en la escuela. En la vialidad,
queremos eficiencia en el transporte, y por tanto se imponen leyes. En la escuela
lo que se quiere es, a fin de cuentas, que los niños aprendan lo que sea necesario
para funcionar bien en la sociedad. Se trata de un proceso de conformación o
normalización. Por cierto, ¡no es por nada que las escuelas en Francia y en
América Latina se llaman escuelas normales!
Bueno, estamos hablando de ese trastorno que comenté. ¿Por qué se llama
trastorno? Pues, cuando tornamos algo, como un tornillo, la rosca tiene que ir en
un sólo sentido para que logre meterse en la madera o lo que sea. En el salón de
clases eso es lo que se busca, que la rosca de todos vaya en la misma dirección.
Aquí vemos un salón que parece bastante ordenado, pero siempre hay un travieso,
como un Bart Simpson que trastorna las cosas. Su rosca va en el sentido contrario.
¿Cómo corregir el problema? Se podría imponer leyes cuya infracción tiene
consecuencias. En esta situación Bart es simplemente malo. Es como el sodomita
en nuestro ejemplo anterior. Pero hay otra forma de control mucho más sutil que
consiste en convertirlo en un tipo, en una especie. Esto es lo que ha sucedido con
ese trastorno de déficit de atención. Hay que tener claro que para Foucault esta
categoría de personas no es natural sino socialmente producida. Ciertas personas,
por no conformarse al régimen requerido, son medicalizados, convertidos en
patologías y así tachados de anormales. Es en este sentido que la simple
experiencia de un travieso es transferida al orden de las cosas que se
contabilizan.

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Les damos medicamentos para tratar el problema pero el verdadero efecto del
ejercicio de este poder reside en la identidad que produce y que los niños adoptan.
La conciencia de su penosa “condición” influye mucho más ampliamente en su
comportamiento.
Bueno, volviendo al tema del libro, hasta ahora hemos discutido a fondo el
despliegue de la sexualidad y el tipo de poder que ejerce. Es lo que opone a la
hipótesis represiva con la que empezamos el primer vídeo. Como debe ser muy
claro a estas alturas, lejos de una represión del sexo, hubo una explosión
discursiva
sobre él. Lo que quiero ver ahora es cómo Foucault explica concretamente este
proceso de convertir el sexo, ese placer no hablado, en discurso, en el orden de
cosas que se contabilizan. En pocas palabras, cómo el discurso produjo la
sexualidad.
Foucault introduce una metáfora literaria para describir el interés fundamental
que guía su investigación en estos libros. Dice que lo que quiere hacer es
“transcribir como historia la fábula de Las joyas indiscretas”. Éste es un libro de
Diderot en el que un sultán tiene un anillo que puede hacer que hablen los
órganos sexuales de las mujeres. Eso nos hace reír, pero simboliza para Foucault la
historia de la sexualidad en Occidente, una historia en la que una voluntad de
saber nos hace hablar la verdad sobre nuestros deseos y da a luz por tanto a la
sexualidad. Es por eso que Foucault subtituló este primer libro “la voluntad de
saber”. Nuestra pregunta, entonces, es, en nuestra realidad social, ¿qué es el
equivalente de ese anillo del sultán? ¿Qué nos hace hablar la verdad sobre
nuestros deseos?
Para Foucault, el despliegue de la sexualidad se lleva a cabo principalmente
con
diferentes formas de confesión. En Occidente, las diferentes formas en que
hablamos la verdad de nosotros mismos se rastrean a la práctica confesional de la
Iglesia. Pero se originó no para los feligreses sino para los monjes. Al
convertirse
en monje, uno no se convertía automáticamente en un santo perfecto. Aun
luchaba con deseos pecaminosos. ¿Cómo controlarlos? Como en el caso de Bart
Simpson, un castigo como la auto-flagelación podría servir, pero los abades se
dieron cuenta de que los malos deseos podrían dominarse al exteriorizarlos en el
habla, una especie de exorcismo lingüístico. ¿Suena familiar? Al sacarlos de la
tenebrosa región del alma y ponerlos sobre la mesa, se vuelven claros y
manejables.
Pero la confesión se trata no sólo de pecados ya cometidos sino de controlar
los
que cometerás en el futuro. Es que las detalladas preguntas del confesor, ¿cuándo,

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cómo, cuántas veces, dónde estabas, qué sentías, en qué pensabas? – todo eso
llega al nivel del deseo mismo y lo moldea. De lo efímero de nuestros placeres y
sensaciones, la práctica de la confesión va tejiendo una estructura psíquica que
canaliza el deseo, y por tanto la conducta a futuro, en términos de las normas
implícitas en las preguntas.
De las celdas de los monjes, pasó a constituir un medio para el control social
en
general. La relación confesor-penitente se manifiesta en las relaciones psiquiatra-
paciente, maestro-alumno, padre-hijo, médico-enfermo, juez-criminal. En estos
casos, no se trata de confesar pecados sino de contabilizar estados físicos y
mentales, hacer detallados exámenes, desarrollar historiales autobiográficos,
documentar pacientemente la conducta de uno y su contexto. Todos estos datos
legan a formar un sistema que, por la autoridad del médico o terapeuta, pretende
ser científicamente objetiva. De la misma manera en que el botánico encuentra un
hongo en la selva, el terapeuta encuentra en su práctica a un histérico o la
autoridad judicial a un delincuente. Las historias que investiga Foucault a lo
largo
de su obra, sea sobre la locura, el castigo y la vigilancia, o sobre la sexualidad,
tienen en común esta producción discursiva de identidades: el loco, el neurótico,
el homosexual. El hongo no se produce de esta forma, pero el homosexual sí
porque la misma dinámica de esta interrogación entre autoridad y paciente, la
observación, el examen, y la confesión, requiere de la noción de “la sexualidad”
como sustrato causal para dar cuenta de todos los datos que surgen. Parece que el
terapeuta o la autoridad que sea, al hacer todas estas preguntas y exámenes,
procede de forma científica y que gracias a ello llega a descubrir algo, pero para
Foucault no es algo descubierto sino producido por el propio discurso que maneja.
El resultado es la producción de un sujeto con una identidad que, siendo
aparentemente natural, sirve para moldear y controlar su conducta.
El sexo siempre ha sido controlado por códigos y tabúes, pero dado el éxito del
moderno despliegue de la sexualidad ha llegado a someterse a cuestiones de
verdad y falsedad, las categorías tradicionales de la ciencia. Esta scientia
sexualis
como le llama Foucault se distingue del ars erótica característico de las
tradiciones
orientales. Nosotros investigamos el sexo, pero en el famoso texto hindú de la
Kama Sutra, por ejemplo, el sexo es tratado como una fuente de placer. Habla de
cómo aumentarlo, no solamente en la cama sino en el seno de la vida familiar y
social también. Es un tratamiento artístico que toma el sexo como un bocadillo
entre muchos en el banquete de la vida. Fíjate que esta metáfora de la comida me
ha hecho pensar que nosotros tratamos tanto el sexo como la comida como objetos

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de estudio. No podemos simplemente disfrutar un plato sino que tenemos que
saber cuántas calorías tiene o si nos va a subir el colesterol. Mejor no comerlo
porque soy un gordo. En fin.
Ahora, en el último vídeo hablé de la revolución sexual en los años 60 con los
hippies y todo eso. Luego, en los años 70 empezó el movimiento de la liberación
gay. Este libro de Foucault, publicado más o menos en esas fechas, podría verse
como un apoyo teórico a movimientos generalmente liberacionistas. Se podría
pensar que lo que nos ofrece aquí es una especie de desenmascaramiento, que nos
ha dicho cómo diferentes discursos y prácticas sociales han manipulado y
distorsionado nuestra sexualidad y que ahora, sabiendo la verdad, podemos
liberarnos. Es importante entender que esto no es su intención. Uno de los
aspectos más valiosos del pensamiento de Foucault es cómo piensa la relación
entre la verdad (o el conocimiento) y el poder. No son mutuamente exclusivos, de
modo que la verdad nos puede liberar del poder, sino que se implican el uno al
otro. Reducir la verdad a una función del poder es, para muchos, uno de los
excesos del pensamiento posmoderno. En el próximo y último vídeo en esta serie,
veremos de cerca esta relación entre el conocimiento y el poder, sus consecuencias
filosóficas, y en base a ella lo que Foucault propone como alternativo a los
discursos liberacionistas.

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Las historias de Michel Foucault no son meros relatos que cuentan algo sobre la
naturaleza de la locura o la sexualidad. Si fueran historias tradicionales, podrías
esperar un cuento de progreso, de desarrollo científico, y de trato más humano. En
pocas palabras, una historia que va de la barbarie a la liberación. Pero no
encontramos eso en Foucault. No escribe historias tradicionales porque no es un
pensador tradicional. Estos últimos procuran en sus libros decir la verdad porque,
como dice la Biblia, la verdad te hará libre. Con mayor conocimiento nos
liberamos de nuestra sujeción a la naturaleza o a dictadores. El conocimiento es
bueno; el poder que nos sojuzga, malo.
A primera vista, parecería natural leer este libro de Foucault en estos
términos,
como si nos mostrara cómo nuestra sexualidad ha sido manipulada y con ese
conocimiento liberarnos. Pero no es tan fácil. Recuerda que empieza al
cuestionar la hipótesis represiva. ¿Qué concepto de poder maneja esta hipótesis?
Pues uno represivo, obviamente; un poder que se ejerce de forma negativa, que
prohibe algo. Llamemos este concepto de poder - poder monárquico, como si el
poder se ubicara en las manos de un individuo, como un rey, y que se ejerciera al
reprimir algo, como la sexualidad. Foucault dice que, conceptualmente, es hora
de cortarle la cabeza al rey. En vez de ver el Poder con P mayúscula, centralizado
y detentado por una autoridad individual, hay que entenderlo con p minúscula,
descentralizado y reticular. En vez de ser reprimida por el poder, la sexualidad es
producida por él. El poder no es una cosa que uno puede tener sino que es
fundamentalmente un fenómeno relacional. Comparemos la producción de la
sexualidad con el ojo. El ojo no es creado por ningún dios sino por un largo
proceso de evolución. Aquí al lado izquierdo vemos una primitiva estructura que,
a través de las diversas fuerzas de la selección natural, evoluciona hacia la
estructura que tenemos tú y yo hoy en día. Así pasa también en el caso de la
sexualidad, aunque las fuerzas aquí no son la reproducción y selección naturales
sino prácticas sociales, entre las cuales está el propio conocimiento. Prácticas de
exclusión, como la encarcelación o la cuarentena, junto con el conocimiento que
generan discursos médicos o psiquiátricos, se combinan para forjar diferentes
aspectos de lo que constituye nuestras identidades. Ahora, con esta nueva
concepción del poder, Foucault no quiere decir que el poder como represión o
prohibición no se ejerce sino sólo que es insuficiente para entender los niveles de
control característicos de la modernidad. La punta de un rifle puede controlar bien
la conducta, pero es burdo en su efecto y muy limitado en su duración. Muchos
más eficaz es un esquema en el que la gente controla a sí misma. Eso es
precisamente lo que sucede con fenómenos como el de la sexualidad, una idea o
norma que uno adopta como natural y que sirve como estándar para la conducta.
Volviendo a esa relación entre el conocimiento y el poder, vemos que para
Foucault el uno implica al otro. Debido a su funcionamiento, es imposible que
uno se coloque fuera de toda relación o ejercicio de poder. Es como la famosa
paloma de Kant. Una paloma al volar se cansa de la resistencia del viento y la
gravedad. Piensa que podría volar más rápido y libremente en el espacio, entonces
sube y sube hasta encontrarse en ese entorno enrarecido pero de repente encuentra
que ya no puede volar precisamente porque el viento y la gravedad son lo que
posibilita el vuelo, entonces regresa. Este cuento se aplica perfectamente a
Foucault y el poder. No hay ningún entorno social en el que uno podría estar
totalmente libre de relaciones de poder, pues eso sería una abstracción. La
realidad social en que todos vivimos está constituida por esas relaciones, de modo
que la única “liberación” que puede haber es pasar de una configuración de
relaciones de poder restrictiva a otra relativamente más permisiva. En otras
palabras, no hay ninguna verdad independiente del discurso que podría liberarnos
del poder. La verdad no te hará libre porque, como vimos en el ejemplo de
preguntar por la verdad de tu sexualidad, la verdad está implícito en el mismo
poder que se ejerce.
Es por eso que Foucault guardaba una relación tendenciosa con el movimiento
de liberación gay. Foucault mismo era homosexual; le gustaba el sexo con otros
hombres. Pero no quería definirse como tal; resistía asumir esa identidad
precisamente por lo que sus investigaciones le habían enseñado. La identidad
misma es parte del aparato de control. En una entrevista dijo que en vez de liberar
nuestro placer sería mejor dedicarnos a hacernos infinitamente más susceptibles al
placer. Me gusta mucho lo que expresa ahí porque implica que nuestra
experiencia del placer es muy restringida y superficial. Fíjate en la diferencia
entre
lo pornográfico y lo erótico. El prefijo “porno” viene del griego “porne” que
significa “prostituta”. Si vas con una prostituta, mantienes durante una hora un
contacto físico que no se distingue mucho de la cogida de un par de perros en la
calle. El placer que se produce es físico, biológico, centrado en ciertos órganos
humanos. Pero las fuentes de placer de las que puede gozar el ser humano son
mucho más amplias ya que podemos tener sexo no sólo con el cuerpo sino con la
mente - eso es el erotismo. Pero la mayoría son poco imaginativos. Es más fácil
quedarse con una identidad y vincular el placer con algo sencillo. Hacernos más
susceptibles al placer implica experimentación, andar en los intersticios entre las
islas de identidad socialmente canónicas.
En su escrito “¿Qué es la ilustración?” dice Foucault que comparte con Kant un
interés por los límites de lo que podemos pensar, decir, y hacer. Para Kant, esos
límites son naturales y eternos. El punto es mantenernos dentro de esos límites.
Para Foucault, como hemos visto, esos límites son históricos y contingentes.
Siendo así, el punto es precisamente transgredirlos; hacer un experimento en ir más
allá de ellos para explorar nuevas posibilidades de subjetividad y relación social.
Un ars erótica en vez de una scientia sexualis.
Bueno, volviendo al libro, la última sección trata de lo que Foucault llama el
bio-poder. Hace poco, dije que podemos entender la concepción tradicional del
poder como un poder monárquico, y de hecho con esa imagen empieza su famoso
libro Vigilar y castigar. Habla con mucho detalle de la ejecución de un tal
Damiens, quien había intentado asesinar al Rey Louis XV. La ejecución fue
pública, todo un espectáculo en el que el rey manifestó su poder de desmembrar,
torturar y aniquilar. Es llamativa esta historia porque se distingue tanto de la
historia posterior del castigo. Sobre tiempo, el poder dejó de aplicarse de forma
negativa y represiva. Su aplicación al cuerpo tenía como finalidad no destruirlo
sino disciplinarlo, optimizar sus capacidades, sacarle fuerza productiva, e
integrarlo, como dice Foucault, en sistemas de control eficientes y económicos. El
castigo ya no tiene que ver con venganza sino con la producción de sujetos dóciles
de los que se puede sacar provecho social y económico. La disciplina del cuerpo,
que es el tema de ese libro anterior, aparece nuevamente en La historia de la
sexualidad, pero el objeto ahora no son los cuerpos de individuos sino la vida
biológica de la especie como tal. Lo que hay que controlar son “los procesos
biológicos: la reproducción, la natalidad y la mortalidad, los niveles de salud, la
expectativa de vida y la longevidad” etc. El poder que se ejerce en este sentido no
es monárquico ni jurídico, no tiene que ver con castigar actos de individuos sino
con regular y normalizar la vida misma.
En Vigilar y castigar, Foucault habla de un “archipiélago carcelario”,
refiriéndose
a la penetración de sistemas de vigilancia y tecnologías de control a lo largo del
mundo social y cómo ese mecanismo produce sujetos: el loco, el delincuente, el
perverso, etc. La verdad, puede ser bastante deprimente leer su obra. Pero,
sorprendentemente, al final de su vida en los últimos dos tomos de la Historia de
la
sexualidad, deja de fijarse en cómo los sujetos se producen y reflexiona sobre las
prácticas que los sujetos mismos emplean para transformarse, para crear y moldear
su propia existencia. Para ello, vuelve a Grecia Antigua. Aprecia el estilo moral
del mundo greco-romano al compararlo con la tradición cristiana. Fíjate en el
marco jurídico-legalista del viejo testamento, la prohibición de muchos actos
sexuales como malos y la severa restricción de los que se permiten. El sexo en
general se considera pecaminoso. Los griegos, en cambio, lo consideraba natural y
bueno, aunque susceptible de abuso. Se trataba como una cuestión no legal sino
ética. Para ellos, el problema no era el acto, por ejemplo, sexo entre dos hombres,
sino la forma en que se hacía. Todos saben de la cultura homosexual de Grecia
Antigua. Las relaciones entre hombres mayores y hombres más joven eran, en
particular, éticamente problemáticas porque se suponía que el más joven iba
eventualmente a tomar su lugar en la sociedad de los hombres, pero si el mayor le
penetraba, si el joven era pasivo, entonces se tachaba de mujer, de afeminado, y
sería difícil que ocupara ese lugar activo más adelante. Mucho se escribió sobre
este problema, pero en general, todos los placeres tenían su lugar, sólo era
cuestión
de manejarlos bien.
Así que, distingue Foucault una “estética de la existencia” en Grecia Antigua
de
una “hermenéutica del deseo” en el mundo cristiano. Esta interpretación del deseo
dio sus primeros pasos en el desarrollo de la práctica confesional que luego, como
vimos, llegó a penetrar las prácticas médicas, psiquiátricas, educativas, etc.
Cuando dice Foucault que deberíamos hacernos infinitamente más susceptibles al
placer, está pensando en este estética de la existencia que practicaban en el mundo
antiguo. Las tradiciones y prácticas que revisa Foucault en estos libros se
encuentran en un contexto social de esclavitud. Ser un esclavo (o una mujer o
afeminado, que era casi lo mismo) era horrible. Pero al nacer hombre libre uno no
se libraba del problema porque uno podría volverse esclavo de sus propios deseos.
La meta, éticamente hablando, no era hacer ciertas cosas y omitir otras sino
volverse amo de sí mismo, manejar bien los deseos (fueran lo que fueran) en un
esquema de moderación. Y este dominio sobre uno mismo se reflejaba en la vida
familiar y social. Si controlas bien a ti mismo, controlas bien tu casa, y te
desempeñas bien en la sociedad. Esta práctica ética se llamaba askesis, que
literalmente significa un entrenamiento o ejercicio. Su objeto o finalidad era
epimeleia heautou - el cuidado de sí. En la moral cristiana, el acento está en el
individuo y su relación con Dios. Es una cuestión privada. En el greco-romano, el
cuidado de sí se da en un contexto social, público. Sea esposo, maestro,
ciudadano, o mandatario, esta práctica de askesis es fundamental, es lo que
permite que uno logre desempeñarse y vivir bien en sociedad.
Como vimos, Foucault era crítico de movimientos sociales de liberación porque
el propio discurso que usan refuerza o propaga los propios mecanismos de control
contra los que luchan. El camino que atraviesa Foucault para llegar al cambio
social no es la política revolucionaria, sea de los marxistas o de los gays, sino
esta
estética de la existencia. Su análisis del poder le lleva a centrarse en el nivel
micro
en vez de macro. Los efectos globales del poder no se afectan por fiat, por un
decreto presidencial, sino, debido a su microestructura reticular, por desafíos y
experimentos en los nodos, en la práctica local e individual, en un análisis de
“los
límites que se nos imponen y un experimento en ir más allá de ellos.”
Bueno, como en todos sus libros, Foucault utiliza un tema, como el de la
sexualidad, como lente para entender el complejo tejido de relaciones entre el
poder, el conocimiento, y la subjetividad. Espero que esta breve revisión les haya
suscitado mayor interés en las ideas de Foucault. Como siempre, estos vídeos son
meros bocadillos que espero ayuden en degustar mejor el plato fuerte. Con esta
metáfora gastronómica, ¡me despido y les deseo buen provecho!

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