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La medicina chilena actual -en tanto sistema de salud y paradigma teórico-práctico-, se constituye
por un conjunto de enfoques y herencias que han ido acuñándose a lo largo de la historia de Chile,
tanto a nivel de instituciones formales como en el espacio simbólico. Esto, que es posible
denominar “cultura sanitaria”, se ve asimismo reflejado en la visión y el discurso de la ciudadanía
respecto al tema.
Luego, al momento de definir y proyectar nuevos escenarios como es la Estrategia de Salud a diez
años plazo, aparece de suyo necesario dar una mirada histórica, en búsqueda de hitos y
experiencias exitosas a replicar, así como de relatos fundantes que logren dar un cuerpo
coherente a los próximos desafíos.
La medicina aborigen contiene tanto elementos mágico-religiosos como empíricos. Para los
mapuches, las enfermedades son el resultado de la acción de terceros -que se valen de diversas
prácticas para causar daño a personas con quienes mantienen relaciones conflictivas- o la
influencia de espíritus (representantes de las fuerzas de la naturaleza) u otro impulso misterioso
desconocido y temido por sus efectos sobre la salud y la génesis de enfermedades (Citarella L.,
1995).
El agente médico mapuche, por excelencia, es la Machi (rol que ocasionalmente ha sido asumido
también por el género masculino) que realiza prácticas mágico-religiosas (especialmente a través
del rito del machitún), y que cuenta con amplios conocimientos herbolarios, efectividad
terapéutica tempranamente reconocida por cronistas españoles.
Estos dieron cuenta con admiración de alrededor de 200 hierbas, arbustos y árboles utilizados con
fines medicinales en tiempos de la Colonia, algunos de los cuales fueron adoptados por los
conquistadores y utilizados hasta hoy (Medina E., 2008).
Esta medicina lejos de ser un antecedente histórico anecdótico, se ha constituido en un
procedimiento presente en el sistema sanitario del país y en convivencia con la medicina
occidental (u alopática) imperante, por lo que ha de ser considerado al momento de establecer
directrices sanitarias poblacionales.
Esta situación intentó ser remediada con la puesta en marcha de la cátedra de medicina de la
Universidad de San Felipe, fundada en 1747. No obstante, hasta fines del siglo XVIII (salvo
excepciones como la introducción de la vacuna variólica por Fray Chaparro), la medicina en Chile
seguía estando dominada por prácticas curativas basadas menos en bases científicas formales que
en la superstición. Respecto del cuidado de los enfermos, la atención hospitalaria se encontraba
reducida a establecimientos como el de Nuestra Señora del Socorro en Santiago (posteriormente
bautizado como San Juan de Dios) o Nuestra Señora de la Asunción en La Serena (el primero
fundado en Chile y tempranamente destruido por un terremoto), dirigidos por órdenes religiosas y
financiados por la caridad.
Valga acotar que, frente a esta realidad, otra variante de respuesta colectiva (popular) fue la
creación de las denominadas Sociedades de Socorros Mutuos, entidades autónomas organizadas y
financiadas directamente por sus afiliados (inicialmente grupos de artesanos) con el objetivo de
asistirse ante enfermedad, la vejez y la muerte e instruirse y recrearse en vida.
Sin embargo, y ante los negativos indicadores de salud de la población chilena, el Estado se vio
forzado a intervenir de manera más enérgica en la resolución de los problemas sanitarios.
Se aprecia entonces, desde principios del siglo XX, una incipiente y progresiva inversión estatal
directa en la construcción de hospitales en las distintas ciudades del país. Entonces, si en 1860
aproximadamente más de la mitad de los gastos de los hospitales del país era financiado por la
caridad, hacia 1940 sólo el 40% del total del gasto del sistema hospitalario nacional era financiado
por medio de la Beneficencia. Entre otros indicadores, la alta mortalidad nacional forzó la
transformación de un régimen caritativo e individual de salud a un sistema en que el Estado debía
hacerse cargo de los problemas de enfermedad y muerte que enfrentaba la población nacional,
especialmente en los sectores populares.
Por otra parte, en 1938 se aprobaron la ley Nº 6.174 de Medicina Preventiva y la ley Nº 6.236 de
Madre y Niño, las cuales tenían el propósito de realizar exámenes de salud sistemáticos a los
trabajadores y proteger a madres y niños de las dificultades del parto. Asimismo, en 1942, se
estableció la Dirección Nacional de Protección a la Infancia y Adolescencia con la finalidad de
agrupar en una sola instancia las instituciones fiscales orientadas al cuidado de los primeros años
de vida. Ese mismo año se creó el Servicio Medico Nacional de Empleados, que aglutinó a las
siguientes instituciones: los Servicios de Medicina Curativa de la Caja Nacional de Empleados
Públicos y Periodistas, el Departamento Médico de la Caja de Previsión de Empleados Particulares,
los Servicios de Medicina Preventiva y Curativa de la Caja de Previsión del Personal de la Marina
Mercante Nacional, los Servicios de Medicina Curativa y Preventiva de la Caja de Retiro y Previsión
Social de Empleados Municipales de la República, y los servicios médico preventivos de los
organismos auxiliares de la Caja de Previsión de la Mutual de la Armada y del Departamento de
Previsión de la Caja de Crédito Agrario. Todas estas medidas encausaban la necesidad de salud de
la población y permitían al estamento profesional tomar a su cargo las directrices socio-sanitarias
del país.
Pero, sin lugar a dudas, un hito fundamental en el desarrollo fue la creación en 1952, del Servicio
Nacional de Salud (SNS), a través de la Ley Nº 10.383, que afirmaba el rol de un Estado garante de
la salud pública. En el SNS se fusionaron las entidades de Beneficencia, la Caja del Seguro Obrero,
la Dirección Nacional de Protección a la Infancia y Adolescencia, el Servicio Médico de las
Municipalidades, la Sección de Accidentes del Trabajo del Ministerio del Trabajo y el Instituto
Bacteriológico. El Servicio Nacional de Salud se constituyó así en el pilar fundamental de la
medicina social chilena, contando con variados agentes, mecanismos y normativas que
permitieron un avance significativo en la planificación y administración de la estructura sanitaria
por parte de un Estado preocupado de la salud de la población desde un enfoque promocional,
preventivo y solidario.
En la década de los 70, se dio énfasis en la planificación sanitaria a la salud materno infantil. El
Ministerio de Salud, en conjunto con agencias del Sistema de Naciones Unidas, formuló y puso en
ejecución el Programa de Extensión en Salud Materno Infantil y Bienestar Familiar (PESMIB) que se
ejecutó exitosamente en el cuadrienio 1972 – 1976 logrando un impacto significativo en la
reducción de las tasas de mortalidad materna, perinatal e infantil del país (Hevia P. 2002).
El futuro:
Referencias
Blest, Guillermo (1826). Observaciones sobre el estado actual de la medicina en Chile, con la
propuesta de un plan para su mejora.
Reproducido en: Revista Médica de Chile, N° 111, 1983, p.351. Citarella, Luca (comp.) (1995).
La salud materno infantil y el bienestar familiar en la década del 70. En: La Salud Pública y la
Organización Panamericana de la Salud en Chile (1902 – 2002): 100 años de colaboración.
Santiago, Chile, pp. 80–81. Labra, María Eliana (2002).
La reinvención neoliberal de la inequidad en Chile. El caso de la salud. En: Cad. Saúde Pública, Río
de Janeiro, 18(4):1041-1052, jul-ago. Laval M., Enrique (1935).
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(1993).
En el nombre del pueblo, del estado y de la ciencia: historia social de la salud pública, Chile,
1880-1973: hacia una historia social del Siglo XX. Santiago, Chile: Colectivo de Atención Primaria.
Medina Ernesto (2008).
Historia médica y sanitaria de las plantas medicinales chilenas. En: Anales Chilenos de Historia de
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