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JUDITH BUTLER (1956 - ¿?

El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad1

Primer capítulo: sujetos de sexo/género/deseo

1. ¿El posible un sujeto feminista?

Judith Butler empieza preguntándose por la posibilidad de una esencia de lo femenino


y si los movimientos feministas aciertan al buscar dicha esencia, como si existiera una
forma de lo femenino que fuera atribuible a todas las mujeres. Según ella esto supone ya
una limitación, pues la forma de lo femenino que buscan las feministas estaría
preconfigurada por la idea de femenidad que viene impuesta desde nuestra sociedad, la
cual se encuentra ya desde siempre estructurada dentro de un marco donde la sexualidad
está delimitada por las categorías masculino-femenino. De esta forma, lo que se busca
cuándo se busca lo femenino no es nada nuevo, sino aquello que se ha entendido siempre
como feminidad. Es posible que a esa noción de lo femenino puedan sumarse nuevas
producciones, pero todas estarán ya predeterminadas por un marco de inteligibilidad que
nos dice qué tenemos que entender por femenino. Así pues, el sujeto feminista al querer
liberarse de esta manera lo que hace es encadenarse más a las formas de lo establecido
como femenino, aunque de una manera mucho más subrepticia, mucho más discreta.

2. Sexo, género y deseo

La tesis de Butler en este sentido es clara. La distinción entre género y sexo es irreal,
es una argucia que lo busca es construir una estructura de significado para la
mayoría de las formas sexuales. No basta con decir que el sexo es biológico y el género
cultural, porque entre ese sexo biológico y ese género cultural existe una discontinuidad.
¿Cómo podemos sentir que nuestro cuerpo puede no corresponderse con lo que somos si
no partimos, de antemano, de una precomprensión cultural de nuestro cuerpo? Es decir,
¿cómo podemos sentir que no somos nos reconocemos con nuestro cuerpo si nuestro
cuerpo no está de antemano significado culturalmente? La tesis de Butler es que la

1
Paidos, 2007.
idea de género trabaja sutilmente como un mecanismo de defensa que fortalece la
naturalidad de los sexos y, por tanto, el marco binario de significado de la sexualidad.
Esa matriz de inteligibilidad binaria crea diferentes posibilidades de sentido: se puede tener
un sexo masculino o femenino e identificarte con un hombre o una mujer
(respectivamente), de manera que tu sexo se corresponde con tu género, o por el contrario
se puede tener un sexo masculino o femenino y no identificarte con un hombre o una
mujer, de manera que tu sexo no se corresponde con tu género. Este mapa de la sexualidad
únicamente abre la puerta cuatro identidades sexuales, o sea, únicamente hace inteligibles
cuatro posibilidades de la sexualidad, dejando fuera todo a todo el resto de posibilidades.

a) ¿Cómo se construye ese supuesto género?

La tesis de Butler es que si el género se construye, entonces no debería haber


determinadas formas de género que condicionaran la construcción. La conocida frase de
Simone de Beauvoir “no se nace mujer: llega uno a serlo”, parece plantear a la existencia
de un agente implícito, que adopta o se adueña del género, y en principio podría asumir
cualquier aspecto. Pero, ¿es el cuerpo neutral antes de configurarse el género? No,
según Butler el cuerpo está previamente construido, el cuerpo ya aparece
previamente bien como una plataforma o bien para como una limitación para el
género en estado de construcción. Y ese cuerpo, como no podría ser de otra manera, está
connotado genéricamente por decirlo así, está connotado por ideas de género. Así pues, el
campo imaginable del género está previamente determinado.

- Luce Irigaray afirma que las mujeres son una paradoja dentro del discurso de la
identidad, pues son “el sexo que no es uno”. La mujer conforma lo “no
representable”, representan el sexo que no puede pensarse. Pues de alguna
manera el sexo está pensando desde un punto de vista masculino.

- Simone de Beauvoir, por su parte, considera que las mujeres son “el otro sexo”,
el sexo que se designa como lo contrario, como la antítesis de lo masculino2.

b) ¿Qué relación existe entre la metafísica de la sustancia y el sexo?

Las concepciones humanistas del sujeto dan por sentado que existe una persona
sustantiva, portadora de diferentes atributos esenciales y no esenciales. Ese sujeto sería el
que, existiendo previamente, se construirá su propio género. Pero realmente el género no se
elige como se elige una chaqueta, sino que el género se construye a través de una relación
entre sujetos socialmente constituidos en contextos concretos. Lo que sea la persona y lo
que sea el género siempre es relativo a las relaciones en las que se establece. Así pues, el
género no designa a un ser sustantivo, sino a un punto de unión relativo entre conjuntos de
relaciones culturales e históricas específicas.

c) Identidad de género

¿De dónde surge la idea de identidad de género? Digamos que existe una forma de
entender el género que viene determinando lo que nosotros podemos entender: eso es lo

2
Para Irigaray la idea de Simone de Beauvoir de designar a la mujer desde la otredad o la diferencia no
hace más que reproducir esa economía significante de lo masculino. Se llama a la mujer lo otro únicamente
porque es lo diferente, pero realmente decir que es lo otro no es decir nada de la mujer. Diciendo que la
mujer es lo otro se dice, de hecho, más del hombre que se toma como punto de referencia de la significación.
que Butler llama matriz de inteligibilidad. Esa matriz funciona fundamentalmente como
un marco de sentido que se vertebra en una estructura binaria: lo masculino y lo
femenino. Lo que entra dentro de dicha estructura es visible, el cuerpo que de alguna
forma se acopla o se adecua a los cánones que están dispuestos en esa graduación de lo
masculino y lo femenino adquiere cierta consistencia, se ilustra y se vuelve inteligible para
nosotros. Decimos entonces: “esto es un hombre”, “esto es una mujer”. Incluso el marco
binario de sentido se va abriendo con la producción de nuevas prácticas que
distorsionan la idea "natural" del deseo, decimos “este es un gay” o “esta es una
lesbiana”, o incluso de la identidad “esto es un hombre/mujer transexual”. Pero el marco
de sentido se acaba ahí, no hace visibles otras formas de adquirir la identidad a través del
deseo, no es capaz de reconocer aquellas identidades que no entran dentro de ese marco,
que la rebasan y esos cuerpos, por así decirlo, son prohibidos, ininteligibles, generan
malentendidos, o son, simplemente, invisibles, no alcanza la consistencia suficiente como
para que podamos verlos.

Esto se debe a que existe un discurso hegemónico en torno al sexo, que el sexo se
configura como una sustancia. De esta forma se entiende que el sexo es algo previo, algo
que de alguna manera podemos entender que nos viene dado. “Yo soy un hombre” o “yo
soy una mujer”, pero en realidad ese uso del lenguaje es inadecuado. No se es de un sexo o
se es un sexo. Se está siendo, por así decirlo, un sexo. O sea, actuamos de tal forma que
producimos una imagen que es reconocida como un sexo en virtud de una matriz de
inteligibilidad previa construida socialmente. El problema es que, de alguna forma, el sexo
se instaura con esa voluntad de crear un lenguaje hegemónico, es decir, de establecer el
marco de sentido dentro de la cual algunas cosas son posibles, coherentes, inteligibles, y
otras son imposibles, incoherentes o ininteligibles (por ejemplo, es caso de Herculin
Barbine estudiado por Michel Foucault). La identidad, en este caso, aparece como una
ficción reguladora.

- Algunas autoras, como Monique Wittig o Simone de Beauvoir van a


considerar en concreto la posición de la mujer dentro de esta estructura de
inteligibilidad. La mujer, en este marco, queda como marcada o señalizada con
el sexo. De hecho, el sexo propiamente es femenino, pues nace de la
diferencia con lo normal, que sería lo masculino. Eso entraña la marca sexual
que señalan ambas autoras que tiene el cuerpo femenino. Lo masculino es lo
general, partiendo de esto solamente existe un género, el femenino –tal y como
señala Wittig-.

Por su parte, la metafísica de la substancia es el lugar donde se puede afirmar sin


problematicidad que “se es una mujer” o “se es heterosexual”. Además, la adquisición de
un género supone, el reconocimiento con un género como diferente. En la medida en
que yo me siento masculino, lo hago por diferenciarme de los femenino. Lo mismo ocurre
con respecto al deseo, si me siento homosexual, lo hago al diferenciarme de lo
heterosexual. De esta forma, la propia identidad de género, el propio sentirse
identificado con un género o con una orientación sexual, fortalece ese esquema binario
de la sexualidad. Así pues, la unidad de cualquier género necesita al otro. Pero, una vez
que acabamos con las categorías “hombre” y “mujer” como substancias constantes, no
podemos supeditar rasgos de género disonantes, ya no hay propiamente rasgos masculinos
ni femeninos. Lo que hace que consideremos el género como una substancia, es la
aparición de atributos que están normalmente relacionados con un género determinado.
Entonces establecemos un marco de intelección con el que nos sentimos seguros y
podemos determinar qué tiene que tener alguien para ser masculino y qué tiene que tener
alguien para ser femenino. De esta forma, género no es un sustantivo, no es un conjunto de
atributos más o menos constantes, sino que se construyen en las prácticas, con la acción, el
rigor el género se produce de manera performativa.

d) La construcción sexual de lo femenino

Desde el psicoanálisis, tanto en sus planteamientos originales como en los lacanianos y


postlacanianos (Irigaray), lo masculino se construye por la prohibición del incesto y el
desvío heterosexual del deseo. Lo femenino en cambio se construye desde la falta
(¿envidia de pene?). Pero esta construcción es problemática desde el propio psicoanálisis,
porque dentro de esta misma teoría la identidad no se algo estable, sino algo construido
desde la prohibición, con otra parte que siempre se mantiene escondida y reprimida.

En Foucault, por su parte, la sexualidad y el poder son coextensos. Esto a primera vista
evitaría la posibilidad de una sexualidad subversiva, pues no hay una sexualidad “antes” o
“después de la ley”. Sin embargo, la sexualidad no es una copia exacta o uniforme de la
ley, sino que dentro de esta misma ley se establecen transgresiones, las producciones se
van desdibujando y alejándose de sus objetivos originales, dando sujetos que no solo
sobrepasan las fronteras de la inteligibilidad cultural, sino que amplían sus confines.

Capítulo 2: Prohibición, psicoanálisis y producción de la matriz heterosexual.

¿Cómo se produce la matriz heteropatriarcal? De alguna manera esta es la pregunta que


vertebra todo este capítulo, y para ello Butler intenta buscar los orígenes de la idea de
identidad de género que es la base sobre la que se asienta dicho marco de inteligibilidad.
En su búsqueda Butler pasa por diferentes autores, pasando del psicoanálisis al
estructuralismo.

Para la antropología estructuralista de Lévi-Strauss, la diferencia entre naturaleza y


cultura explica y respalda la diferencia entre sexo y género. El sexo, en este sentido, no
sería cultural y, por tanto, sería anterior a la ley. En Las estructuras elementales de
parentesco Strauss considera que el objeto de intercambio que refuerza y distingue las
relaciones de parentesco son las mujeres, que se ofrecen en matrimonio los diferentes
clanes. La novia aparece entonces como un término o nexo entre los dos grupos, sin
embargo, la identidad de la mujer aquí aparece en la forma de la ausencia. La identidad que
sí se construye es la masculina, como aquellos que se intercambian a la mujer. En
cualquier caso, esta diferencia es vinculante: aunque diferentes los miembros de clanes
diferentes son a la vez homogéneos. La diferencia que no es vinculante es la que se
establece entre hombre-mujer. La mujer, como señala Irigaray, queda aquí como algo
desconocido, innombrable y, en cierto sentido, imposible.

Para Jacques Lacan, tras el complejo de Edipo, el orden simbólico (del lenguaje) hace
inteligibles las posiciones masculinas y femeninas de la siguiente forma: a) “tener” el Falo,
que sería la posición masculina, y b) “ser” el Falo, que sería la posición femenina. Hay que
tener en cuenta que el Falo para Lacan no hace referencia al pene a lo que falta, a algo que
no tenemos y que deberíamos poseer. Así pues, el Falo es en cierto sentido lo que hace
posible el deseo, y dicho objeto de deseo es modificable, se puede convertir en otros. Pero
esto, como señala Butler, convierte a la mujer siempre en deseo del hombre, en un “ser
para” el hombre. Por otro lado, la forma en que la mujer “es” el Falo, solamente se produce
a través de una mascarada, de manera que ese ser es en cierto sentido una apariencia. Y de
esta forma, Lacan parece admitir que hay una feminidad que se encuentra oculta tras esa
apariencia de “ser” el Falo de la mujer. Siguiendo, en cierto sentido, las teorías de Lacan,
Jean Riviere advierte que tanto la feminidad como la masculinidad se forma por la
exclusión de lo otro en a priori bisexual. No obstante, como señala Butler, la bisexual no es
origen, sino que justamente surge cuando surge la ley que hace posible diferenciar las
tendencias masculinas y femeninas.

Para Sigmund Freud en el complejo de Edipo no solamente se produce una elección de


objeto no incestuoso, sino que previamente se produce una identificación con el deseo
heterosexual, solidificándose la formación de una identidad de género.

Para Michel Foucault es la ley misma la que construye el género, o sea, la ley produce
antes que prohíbe. De esta forma, la ley (digamos la ley originaria o el tabú del incesto)
crea tanto la heterosexualidad como la homosexualidad. La ley, aunque parezca paradójico,
crea o despierta el deseo que presuntamente reprime. Pues lo que la ley reprime no es el
deseo en sí, sino las numerosas configuraciones de poder que este puede promover, cuya
pluralidad acabaría con la universalidad de la ley. Asimismo, una sexualidad anterior a la
ley sería una ilusión.

Por otra parte, esta idea de género predetermina a que entendamos el cuerpo de
alguna manera, presignifica lo que podemos entender qué es nuestro propio cuerpo y, de
esta forma, nos pone en disposición de entender qué partes de nuestro cuerpo nos van a
producir placer y cuáles no.

Capítulo 3. Actos corporales subversivos.

En este capítulo Butler interpreta la idea de la feminidad y el retorno a la madre como


subversión discursiva que desarrolla Julia Kristeva y la idea de Foucault de la producción
del sexo.

No obstante, más interesante es la reflexión que dedica a la teoría sobre el género de


Monique Wittig, partiendo de la reflexión de Beauvoir, Wittig va más allá y considera que
la idea de sexo es una producción de la idea de género y que su origen es
fundamentalmente político. El sexo lo que busca es administrar las identidades según el
patrón de una heterosexualidad normativa, que además tiene como foco irradiador la
masculinidad. Por eso, considera Wittig, que sexo propiamente es el sexo femenino,
porque lo masculino es, de alguna manera, universal, no tiene que significarse, sino que
está ya presignificado en todos los discursos, es lo femenino lo que tiene que mostrarse
como diferente, lo que tiene que resaltar para señalarse, y en ese sentido, el sexo, en cuanto
tal, tiene que ser femenino. Lo masculino sería lo general, lo que no necesita identificación,
lo que se sobreentiende en el discurso, mientras que lo femenino es lo que tiene que
ponerse nombre para hacerse visible, lo que tiene que diferenciarse. Por eso mismo, según
Wittig el sistema del sexo es opresivo para todas las sexualidades que no sean masculinas,
es decir, para mujeres, gays o lesbianas. De ahí que su objetivo sea destruir todo el
discurso sobre el sexo. En Wittig parece que el lenguaje construye una realidad de
segundo orden, una realidad social que establece o construye las categorías sexuales. Así
pues, podemos diferenciar en Wittig dos niveles de realidad: una ontología socialmente
constituida y otro más esencial presocial o prediscursiva. El sexo estaría dentro de esa
realidad construida discursivamente, mientras que la ontología presocial es la que podría
ser capaz de explicar la constitución propia de ese discurso. La división sexual se
construye bajo una ontología presocial de personas unificadas e iguales. Ahora bien, el
lenguaje construye esas sexualidades que con el tiempo se naturalizan: hombres y
mujeres son categorías políticas y no hechos naturales. Como indica Wittig: “el
lenguaje arroja manojos de realidad sobre el cuerpo social”, es decir, construye la realidad
social. Pero el lenguaje no es inocente, genera una visión de la sexualidad donde todo lo
que no sea heterosexual entra dentro de la anomalía, es decir, discrimina las identidades o
las orientaciones sexuales que no se atienen a la norma. El lenguaje, de esta forma, fuerza
y violenta la sociedad, y de alguna manera se convierte en el germen de la discriminación.

En realidad, como señala Butler, la concepción de Wittig es sobremanera metafísica,


pues supone un sustrato único e indiferenciado, con cierto sentido previo, en el cual se
realizan las fragmentaciones de género. La lucha contra el sexo iría en la destrucción de las
categorías artificiales, destrucción que sería, en último término, restauración de la unidad
indiferenciada que ocultan. Las estrategias de liberación de esa sexualidad estarían, según
Wittig, en la literatura (“el texto literario como máquina de guerra”), configurando un
discurso contra la heterosexualidad hegemónica. Sin embargo, esta idea de Wittig es
criticada por Butler, la homosexualidad no está fuera del propio discurso heterosexual, sino
que este es capaz de acogerla y significarla, aunque sea en ciertas formas más o menos
subversivas. Además, el binarismo masculino/femenino no puede desestructurarse por la
construcción de un nuevo binarismo hetero/gay, sino que esta disyunción se movería en las
mismas coordenadas que la otra.

ANEXO DE TEXTOS

1. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/genero/deseo. Las “mujeres” como


sujeto feminista, p. 47.

“Foucault afirma que los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que
más tarde representan (…) los sujetos regulados por esas estructuras, en virtud de que están
sujetos a ellas, se constituyen, se definen y se reproducen de acuerdo con las imposiciones
de dichas estructuras”.

2. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. Las “mujeres” como


sujeto feminista, p. 48.

“No basta con investigar de qué forma las mujeres pueden estar representadas de
manera más precisa en el lenguaje y la política. La crítica feminista también debería
comprender que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se pretende la
emancipación crean y limitan la categoría de “las mujeres”, sujeto del feminismo”, Cap. 1,
p. 48.

3. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. Las “mujeres” como


sujeto feminista, p. 53.

“La construcción de la categoría de las mujeres como sujeto coherente y estable, ¿es una
reglamentación y reificación involuntaria de las relaciones entre los géneros? ¿Y no
contradice tal reificación los objetivos feministas? ¿En qué medida consigue la categoría
de las mujeres estabilidad y coherencia únicamente en el contexto de la matriz
heterosexual? (…) Examinar los procedimientos políticos que originan y esconden lo que
conforma las condiciones al sujeto jurídico del feminismo es exactamente la labor de una
genealogía feminista de la categoría de las mujeres”.

4. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/sexo. El orden obligatorio


de sexo/género/deseo, p. 54-55.

“Originariamente con el propósito de dar respuesta a la afirmación de que “biología es


destino”, esa diferenciación [la diferenciación entre sexo y género] sirve al argumento de
que, con independencia de la inmanejabilidad biológica que tenga aparentemente el sexo,
el género se construye culturalmente: por esa razón, el género no es el resultado causal del
sexo ni tampoco es tan aparentemente rígido como el sexo (…) Llevada hasta su límite
lógico, la distinción sexo/género muestra una discontinuidad radical entre cuerpos
sexuados y géneros culturalmente construidos. Si por el momento presuponemos la
estabilidad del sexo binario, no está claro que la construcción de “hombres” dará como
resultado únicamente cuerpos masculinos o que las “mujeres” interpretan sólo cuerpos
femeninos. Además, aunque los sexos parezcan ser claramente binarios en su morfología y
constitución (lo que tendría que ponerse en duda), no hay ningún motivo para creer que
también los géneros seguirán siendo sólo dos. La hipótesis de un sistema binario de
géneros sostiene de manera implícita la idea de una relación mimética entre género y sexo,
en la cual el género refleja al sexo o, de lo contrario, está limitado por él (…) ¿Podemos
hacer referencia a un sexo dado o a un género dado sin aclarar primera o cómo se dan uno
y otro y a través de qué medios? ¿Y al fin y al cabo qué es el sexo? ¿Es natural, anatómico,
cromosómico u hormonal? (…) Si se refuta el carácter invariable del sexo, quizá esta
construcción denominada “sexo” esté tan culturalmente construida como el género; de
hecho, quizá siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género
no existe como tal”.

5. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. El orden obligatorio


de sexo/género/deseo, p. 55-56.

“Como consecuencia, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el


género también es el medio discursivo/cultural a través del cual la “naturaleza sexuada” o
“sexo natural” se forma y establece como “prediscursivo”, anterior a la cultura (…) En esta
coyuntura ya queda patente que una de las formas de asegurar de manera efectiva la
estabilidad del marco binario del sexo es situar la dualidad del sexo en un campo
prediscursivo”.

6. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. Identidad, sexo y la


metafísica de la substancia, p. 71-72.

“La “coherencia” y la “continuidad” de “la persona” no son rasgos lógicos o analíticos


de la calidad de la persona sino, más bien, normas de inteligibilidad socialmente
instauradas y mantenidas. En la medida en que la “identidad” se preserva mediante los
conceptos estabilizadores de sexo, género y sexualidad, la noción misma de “la persona” se
pone en duda por la aparición cultural de esos seres con género “incoherente” o
“discontinuo” que aparentemente son personas pero que no se corresponden con las
normas de género culturalmente inteligibles mediante las cuales se definen las personas.
Los géneros “inteligibles” son los que de alguna manera instauran y mantienen
relaciones de coherencia y continuidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo. Es
decir, los fantasmas de discontinuidad e incoherencia, concebibles únicamente en relación
con las reglas existentes de continuidad y coherencia, son prohibidos y creados
frecuentemente por las mismas leyes (…) La noción de que debe haber una “verdad” del
sexo se crea justamente a través de las prácticas reguladoras que producen identidades
coherentes a través de la matriz de reglas coherentes de género. La heterosexualización del
deseo exige e instaura la producción de oposiciones discretas y asimétricas entre
“femenino” y “masculino”, entendidos estos conceptos como atributos que designan
“hombre” y “mujer”. La matriz cultural –mediante la cual se ha hecho inteligible la
identidad de género- exige que algunos tipos de “identidades” no puedan existir (…)
porque algunos tipos de “identidades de género” no se adaptar a estas reglas de
inteligibilidad cultural. No obstante, su insistencia y proliferación otorgan grandes
oportunidades para mostrar los límites y los propósitos reguladores de ese campo de
inteligibilidad y, por tanto, para revelar –dentro de los límites mismos de esa matriz de
inteligibilidad- otras matrices diferentes y subversivas de desorden de género”.

7. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. Identidad, sexo y la


metafísica de la substancia, p. 74-75.

“Para todas estas posiciones [las que critica Butler] es vital la idea de que el sexo surge
dentro del lenguaje hegemónico como una sustancia, como un ser idéntico a sí mismo en
términos metafísicos. Esta experiencia se consigue mediante un giro performativo del
lenguaje y del discurso que esconde el hecho de que “ser” de un sexo o de un género es
básicamente imposible”.

8. El género en disputa. Cap.1: Sujetos de sexo/género/deseo. Identidad, sexo y la


metafísica de la substancia, p. 80-81.

“El género puede designar una unidad de la experiencia, de sexo, género y deseo, sólo
cuando sea posible interpretar que el sexo de alguna forma necesita el género –cuando el
género es una designación psíquica o cultural del yo- y el deseo –cuando el deseo es
heterosexual y, por tanto, se distingue mediante una relación de oposición respecto de otro
género al que desea-. Por tanto, la coherencia o unidad interna de cualquier género, ya sea
hombre o mujer, necesita de una heterosexualidad estable y de oposición. Esa
heterosexualidad institucional exige y crea la univocidad de cada uno de los términos de
género que determinan el límite de las posibilidades de los géneros dentro de un sistema de
géneros binario y opuesto. Este concepto del género no sólo presupone una relación causal
entre sexo, género y deseo: también señala que el deseo refleja o expresa al género y que el
género refleja o expresa el deseo. Se presupone que la unidad metafísica de los tres se
conoce realmente y que se manifiesta en un deseo diferenciador por un género opuesto, es
decir, en una forma de heterosexualidad en la que hay oposición (esto es lo que Luce
Irigaray denomina “el viejo sueño de la simetría)”.

9. El género en disputa. Cap. 1: Sujetos de sexo/género/deseo. Identidad, sexo y


metafísica de la substancia, p. 84-85.

“En este sentido, género no es un sustantivo, ni tampoco es un conjunto de atributos


vagos, porque hemos visto que el efecto sustantivo del género se produce
perfomativamente y es impuesto por las prácticas reguladoras de la coherencia de género.
Así, dentro del discurso legado por la metafísica de la sustancia, el género resulta ser
performativo, es decir, que conforma la identidad que se supone que es. En este sentido, el
género siempre es un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda
considerar preexistente a la acción. El reto que supone reformular las categorías de género
fuera de la metafísica de la sustancia deberá considerar la adecuación de la afirmación que
hace Nietzsche en La genealogía de la moral en cuanto a que «no hay ningún “ser” detrás
del hacer, del actuar, del devenir; “el agente” ha sido ficticiamente añadido al hacer, el
hacer es todo». En una aplicación que el mismo Nietzsche ha habría previsto ni perdonado,
podemos añadir como corolario: no existe una identidad de género detrás de las
expresiones de género; esa identidad se construye performativamente por las mismas
“expresiones” que, al parecer, son resultado de esta”.

10. El género en disputa. Cap. 1: Sujetos de sexo/género/deseo. Lenguaje, poder y


estrategias de desplazamiento, p. 95.

“La presencia de las supuestas convenciones heterosexuales dentro de los contextos


homosexuales, así como la abundancia de discursos específicamente gays de diferencia
sexual, no pueden entenderse como representaciones quiméricas de identidades
originalmente heterosexuales; tampoco pueden verse como la reiteración perjudicial de
construcciones heterosexistas dentro de la sexualidad y la identidad gay. La repetición de
construcciones heterosexuales dentro de las culturas sexuales gay y hetero bien puede ser
el punto de partida inevitable de la desnaturalización y la movilización de las categorías de
género; la reproducción de estas construcciones en marcos no heterosexuales pone de
manifiesto el carácter completamente construido del supuesto original heterosexual. Así
pues, gay no es a hetero lo que copia a original, más bien lo que copia es a copia”.

11. El género en disputa. Cap. 1: Sujetos de sexo/género/deseo. Lenguaje, poder y


estrategias de desplazamiento, p. 97-99.

“La hipótesis aquí es que el “ser” del género es un efecto. Afirmar que el género está
construido no significa que sea ilusorio o artificial, entendiendo estos términos dentro de
una relación binaria que opone lo “real” y lo “auténtico”. Como una genealogía de la
ontología del género, esta explicación tiene como objeto entender la producción discursiva
que hace aceptable esa relación binaria y demostrar que algunas configuraciones culturales
del género ocupan el lugar de “lo real” y refuerzan e incrementan su hegemonía a través de
una feliz autonaturalización (…) Aunque el género parezca congelarse en las formas más
reificadas, el “congelamiento” en sí es una práctica persistente y maliciosa, mantenida y
regulada por distintos medios sociales. El género es la estilización repetida del cuerpo, una
sucesión de acciones repetidas –dentro de un marco regulador muy estricto- que se
inmovilizan con el tiempo para crear la apariencia de sustancia, de una especie natural de
ser (…) La univocidad del sexo, la coherencia interna del género y el marco binario para
sexo y género son ficciones reguladoras que refuerzan y naturalizan los regímenes de
poder convergentes de la opresión masculina y heterosexista”.

12. El género en disputa. Cap 2: Prohibición, psicoanálisis y la producción de la


matriz heterosexual. Lacan, Riviere y las estrategias de la mascarada, p. 132-
133.

“Algunos ensayos psicoanalíticos afirmarían que la feminidad se funda en la exclusión


de lo masculino, donde lo masculino es una “parte” de una composición psíquica bisexual.
Se reconoce la coexistencia de lo binario, y entonces la represión y la exclusión actúan
para elaborar “identidades” de género diferenciadas a partir de lo binario, con el resultado
de que la identidad siempre es ya propia de una disposición bisexual que, por medio de la
represión, se fragmenta en sus partes componentes. En cierto modo, la restricción binaria
sobre la cultura se manifiesta como la bisexualidad precultural que divide la familiaridad
heterosexual a través de la “cultura”. No obstante, desde el comienzo, la restricción binaria
sobre la sexualidad indica de manera evidente que la cultura en ningún modo es posterior a
la bisexualidad que quiere reprimir: es la matriz de inteligibilidad mediante la cual la
bisexualidad primaria misma puede llegar a ser concebida. La “bisexualidad”, que se
establece como una base psíquica y, al parecer, fue reprimida posteriormente, es una
producción discursiva que dice ser anterior a todo discurso, llevada a cabo a través de las
costumbres generativas y obligatorias excluyentes de la heterosexualidad normativa (…)
En términos lacanianos, parece que la división siempre es el efecto de la ley, y no un
requisito preexistente sobre el cual opere la ley”.

13. El género en disputa. Cap. 2. Prohibición, psicoanálisis y la producción de la


matriz heterosexual. La complejidad del género y los límites de la identificación,
p. 158-159.

“Si la diferenciación de género es el resultado del tabú del incesto y del tabú anterior de
la homosexualidad, en ese caso “convertirse” en un género es un procedimiento laborioso
de naturalizarse, lo cual exige una distinción de placeres y zonas del cuerpo sobre la base
de significados de género. Se afirma que los placeres radican en el pene, la vagina y los
senos o que surgen de ellos, pero tales descripciones pertenecen a un cuerpo que ya ha sido
construido o naturalizado como concerniente a un género específico. Es decir, algunas
partes del cuerpo se transforman en puntos concebibles de placer justamente porque
responden a un ideal normativo de un cuerpo con género específico. En cierto sentido, los
placeres están fijados por la estructura del género, mediante la cual algunos órganos están
dormidos para el placer y otros se despiertan. Qué placeres se despertarán y cuáles
permanecerán dormidos normalmente es una cuestión a la que recurren las prácticas
legitimadoras de la formación de la identidad que se originan dentro de la matriz de las
normas de género.

Los transexuales suelen referirse a una discontinuidad radical entre los placeres sexuales
y las partes del cuerpo. Frecuentemente lo que se desea en términos de placeres exige una
intervención imaginaria de partes del cuerpo –ya sean apéndices u orificios- que quizá uno
no posea realmente, o bien le placer también puede exigir imaginar una serie de partes
exagerada o disminuida. El carácter imaginario del deseo, evidentemente, no se limita a la
identidad transexual; la naturaleza fantasmática del deseo pone de manifiesto que el cuerpo
no es su base ni su causa, sino su ocasión y su objeto. La táctica del deseo es en parte la
transfiguración del cuerpo deseante en sí. En realidad, para desea puede ser necesario creer
en un yo corporal modificado que, dentro de las normas de género de lo imaginario, puede
amoldarse a las exigencias de un cuerpo capaz de desear. Esta condición imaginaria del
deseo siempre sobrepasa el cuerpo físico a través del cual o en el cual funciona”.

14. El género en disputa. Cap. 2. Prohibición, psicoanálisis y la producción de la


matriz heterosexual. Reformular la prohibición como poder, p. 169-170.

“Para que la heterosexualidad permanezca intacta como una forma social clara, exige
una concepción inteligible de la homosexualidad, así como la prohibición de esa
concepción para hacerla culturalmente inteligible. Dentro del psicoanálisis, la bisexualidad
y la homosexualidad son disposiciones libidinales, y la heterosexualidad es la elaboración
laboriosa basada en su represión gradual. Aunque esta doctrina parece tener una
contingencia subversiva, la construcción discursiva de la bisexualidad y de la
homosexualidad dentro de los estudios psicoanalíticos de hecho impugna la afirmación de
su carácter precultural (…) La bisexualidad, que supuestamente está “fuera” de lo
Simbólico y que se utiliza como el lugar de subversión, en realidad es una construcción
dentro de los términos de ese discurso constitutivo, la construcción de un “fuera” que, sin
embargo, se encuentra completamente “dentro”; no una opción más allá de la cultura, sino
una opción cultural concreta que se rechaza y se redefine como imposible. Así, lo
“impensable” está completamente presenta en la cultura, pero completamente excluido de
la cultura dominante”.

15. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. La política corporal


de Julia Kristeva, p. 193-196.

“Según Foucault, el cuerpo no es “sexuado” en algún sentido significativo previo a su


designación dentro de un discurso a través del cual queda investido con una “idea” de sexo
natural o esencial. El cuerpo adquiere significa dentro del discurso sólo en el contexto de
las relaciones de poder. La sexualidad es una organización históricamente concreta de
poder, discurso, cuerpos y afectividad. Como tal, Foucault piensa que la sexualidad genera
el “sexo” como un concepto artificial que de hecho amplía y disimula las relaciones de
poder que son responsables de su génesis (…) En realidad, puede considerar que la
represión crea el objeto que se va a rechazar. Este producto también puede ser
consecuencia de la acción misma de la represión. Como sostiene Foucault, la acción
culturalmente contradictoria del mecanismo de represión es, al mismo tiempo, prohibitiva
y generativa, y agrava la problemática de la “emancipación”. El cuerpo femenino que se
desprende de las cadenas de la ley paterna podría ser otra encarnación de esa ley, que se
presenta como subversiva pero que está supeditada a la autoamplificación y la
reproducción de esa ley. Para escapar de la emancipación del opresar en nombre del
oprimido, es preciso reconocer la complejidad y la sutileza de la ley y desprendernos de la
ilusión de un cuerpo verdadero más allá de la ley. Si la subversión es posible, se efectuará
desde dentro de los términos de la ley, mediante las opciones que aparecen cuando la ley se
vuelve contra sí misma y produce permutaciones inesperadas de sí misma. Entonces, el
cuerpo culturalmente construido se emancipará, no hacia su pasado “natural” ni sus
placeres originales, sino hacia un futuro abierto de posibilidades culturales”.

16. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. Foucault, Herculine


y la política de la discontinuidad sexual.

“En el primer tomo de Historia de la sexualidad, Foucault comenta lo siguiente sobre la


construcción unívoca de “sexo” (una persona es su sexo y, por tanto, no el otro): a) se
genera en interés de la reglamentación y el control sociales de la sexualidad, y b) esconde y
unifica de forma artificial varias funciones sexuales diferentes y no relacionadas, para
posteriormente presentarse dentro del discurso como una causa, una esencia interior que
crea y a la vez hace inteligible todo tipo de sensación, placer y deseo como característicos
de cada sexo. En definitiva, los placeres corporales no son causalmente reductibles a esta
esencia presuntamente característica da cada sexo, sino que se pueden interpretar
fácilmente como manifestaciones o signos de este “sexo”.
En oposición a esta falsa construcción del “sexo” como unívoco y causal, Foucault
inicia un discurso contrario que concibe el “sexo” como un efecto en vez de un origen. En
lugar del “sexo” como causa continua y original y la significación de los placeres
corporales, presenta la sexualidad como un sistema histórico abierto y complejo de
discurso y poder que genera el término equivocado de “sexo” como parte de una táctica
para esconder y, por tanto, mantener las relaciones de poder. El poder se mantiene y se
esconde estableciendo, por ejemplo, una relación externa o arbitraria entre poder
(concebido como represión o dominación) y sexo (concebido como una energía fuerte pero
obstruida que espera el desahogo o una autoexpresión auténtica) (…) Cuando el sexo se
esencializa de esa forma, se vuelve ontológicamente inmune a las relaciones de poder y a
su propia historicidad. Como consecuencia, el análisis de la sexualidad acaba en el del
“sexo”, y esta causalidad intercambiada y falsificadora no permite investigar la producción
histórica de la categoría de “sexo” en sí”.

Texto 17. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. Monique Wittig:
desintegración corporal y sexo ficticio, p. 224-227.

“Simone de Beauvoir afirmó en El segundo sexo que “no se naca mujer: llega una a
serlo”. La frase es extraña, parece incluso no tener sentido porque ¿cómo puede una llegar
a ser mujer si no lo era desde antes? ¿Y quién es esta “una” que llega a serlo? ¿Hay algún
ser humano que llegue a ser de su género en algún momento? ¿Es razonable afirmar que
este ser humano no era de su género antes de llegar a ser de su género? ¿Cómo llega uno a
ser de un género? ¿Cuál es el momento o el mecanismo de la construcción del género? Y,
tal vez lo más importante, ¿cuándo llega este mecanismo al escenario cultural para
convertir al sujeto humano en un sujeto con género?

¿Hay personas que no hayan tenido un género ya desde siempre? La marca de género
está para que los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos; el momento en que una
bebé se humaniza es cuando se responde a la pregunta “¿es niño o niña?”. Las figuras
corporales que no caben en ninguno de los géneros están fuera de lo humano y, en realidad,
conforma el campo de lo deshumanizado y lo abyecto contra lo cual se conforma lo
humano. Si el género está allí, estableciendo con antelación lo que constituye lo humano,
¿cómo podemos hablar de un humano que llega a ser de su género, como si el género fuera
una posdata o algo que se le ocurra más tarde a la cultura?

Obviamente, Beauvoir únicamente quería decir que la categoría de las mujeres es un


logro cultural variable, una sucesión de significados que se adoptan o se usan dentro de un
ámbito, y que nadie nace con un género: el género siempre es adquirido. Por otra parte,
Beauvoir estaba dispuesta a declarar que se nace con un sexo, como un sexo, sexuado, y
que ser sexuado y ser humano son términos paralelos y simultáneos; el sexo es un atributo
analítico de lo humano; no hay humano que no sea sexuado; el sexo asigna al humano un
atributo necesario. Pero el sexo no crea el género, y no se puede afirmar que el género
refleje o exprese el sexo; en realidad, para Beauvoir, el sexo es inmutablemente fáctico,
pero el género se adquiere y, aunque el sexo no puede cambiarse –o eso opinaba ella-, el
género es la construcción cultural variable del sexo: las múltiples vías abiertas de
significado cultural originadas por un cuerpo sexuado.

La teoría de Beauvoir tenía consecuencias aparentemente radicales que ella misma no


contempló. Por ejemplo, si el sexo y el género son radicalmente diferentes, entonces no se
desprende que ser de un sexo concreto equivalga a llegar a ser de un género concreto;
dicho de otra forma, “mujer” no necesariamente es la construcción cultural del cuerpo
femenino, y “hombre” tampoco representa obligatoriamente a un cuerpo masculina. Esta
afirmación radical de la división entre sexo/género revela que los cuerpos sexuados pueden
ser muchos géneros diferentes y, además, que el género en sí no se limita necesariamente a
los dos géneros habituales. Si el sexo no limita al género, entonces quizá haya géneros –
formas de interpretar culturalmente el cuerpo sexuado- que no estén en absoluto limitados
por la dualidad aparente del sexo. Otra consecuencia es que si el género es algo en que uno
se convierte –pero que uno nunca puede ser-, entonces el género en sí es una especie de
transformación o actividad, y ese género no debe entenderse como un sustantivo, una cosa
sustancial o una marca cultural estática, sino más bien como algún tipo de acción constante
y repetida. Si el género no está relacionado con el sexo, ni causal ni expresivamente,
entonces es una acción que puede reproducirse más allá de los límites binarios que impone
el aparente binarismo del sexo. En realidad, el género sería una suerte de acción
cultural/corporal que exige un nuevo vocabulario que instaure y multiplique participios
presentes de diversos tipos, categorías resignificables y expansivas que soporten las
limitaciones gramaticales binarias, así como las limitaciones sustancializadores sobre el
género.

“No se nace mujer”. Monique Wittig repite esa frase en un artículo que lleva el mismo
título, aparecido en Feminist Issues. Pero ¿qué clase de alusión y representación de
Beauvoir propone Monique Wittig? Dos de sus afirmaciones la acercan a Beauvoir y a la
vez la alejan de ella: la primera, que la categoría de sexo no es ni invariable ni natural, más
bien es una utilización específicamente política de la categoría de naturaleza que obedece a
propósitos de la sexualidad reproductiva. En definitiva, no hay ningún motivo para
clasificar a los cuerpos humanos en los sexos masculino y femenino a excepción de que
dicha clasificación sea útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le
proporcione un brillo naturalista a esta institución. Por consiguiente, para Wittig no hay
ninguna división entre sexo y género; la categoría de “sexo” es en sí una categoría con
género, conferida políticamente, naturalizada pero no natural. La segunda afirmación, más
o menos antiituitiva, que hace Wittig es la siguiente: una lesbiana no es una mujer. Una
mujer, afirma, solo existe como un término que fija y afianza una relación binaria y de
oposición con un hombre; para Wittig, esa relación es la heterosexualidad. Una lesbiana,
dice, al repudiar la heterosexualidad ya no se define en términos de esa relación de
oposición. En realidad, una lesbiana va más allá, según ella, de la oposición binaria entre
mujer y hombre; no es ni mujer ni hombre; pero, asimismo, no tiene sexo; trasciende las
categorías de sexo”.

Texto 18. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. Monique Wittig:
desintegración corporal y sexo ficticio, p. 230.

“El hecho de que el pene, la vagina, los senos y otros elementos del cuerpo sean
llamados partes sexuales es una división del cuerpo como totalidad. En realidad, la
“unidad” que la categoría de sexo exige al cuerpo es una desunidad, una división y
compartimentación, así como una reducción a la erotogeneidad. Por eso no es sorprende
que Wittig “destruya” en el texto la categoría de sexo mediante la destrucción y división
del cuerpo sexuado en El cuerpo lesbiano”.

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