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La tesis de Butler en este sentido es clara. La distinción entre género y sexo es irreal,
es una argucia que lo busca es construir una estructura de significado para la
mayoría de las formas sexuales. No basta con decir que el sexo es biológico y el género
cultural, porque entre ese sexo biológico y ese género cultural existe una discontinuidad.
¿Cómo podemos sentir que nuestro cuerpo puede no corresponderse con lo que somos si
no partimos, de antemano, de una precomprensión cultural de nuestro cuerpo? Es decir,
¿cómo podemos sentir que no somos nos reconocemos con nuestro cuerpo si nuestro
cuerpo no está de antemano significado culturalmente? La tesis de Butler es que la
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Paidos, 2007.
idea de género trabaja sutilmente como un mecanismo de defensa que fortalece la
naturalidad de los sexos y, por tanto, el marco binario de significado de la sexualidad.
Esa matriz de inteligibilidad binaria crea diferentes posibilidades de sentido: se puede tener
un sexo masculino o femenino e identificarte con un hombre o una mujer
(respectivamente), de manera que tu sexo se corresponde con tu género, o por el contrario
se puede tener un sexo masculino o femenino y no identificarte con un hombre o una
mujer, de manera que tu sexo no se corresponde con tu género. Este mapa de la sexualidad
únicamente abre la puerta cuatro identidades sexuales, o sea, únicamente hace inteligibles
cuatro posibilidades de la sexualidad, dejando fuera todo a todo el resto de posibilidades.
- Luce Irigaray afirma que las mujeres son una paradoja dentro del discurso de la
identidad, pues son “el sexo que no es uno”. La mujer conforma lo “no
representable”, representan el sexo que no puede pensarse. Pues de alguna
manera el sexo está pensando desde un punto de vista masculino.
- Simone de Beauvoir, por su parte, considera que las mujeres son “el otro sexo”,
el sexo que se designa como lo contrario, como la antítesis de lo masculino2.
Las concepciones humanistas del sujeto dan por sentado que existe una persona
sustantiva, portadora de diferentes atributos esenciales y no esenciales. Ese sujeto sería el
que, existiendo previamente, se construirá su propio género. Pero realmente el género no se
elige como se elige una chaqueta, sino que el género se construye a través de una relación
entre sujetos socialmente constituidos en contextos concretos. Lo que sea la persona y lo
que sea el género siempre es relativo a las relaciones en las que se establece. Así pues, el
género no designa a un ser sustantivo, sino a un punto de unión relativo entre conjuntos de
relaciones culturales e históricas específicas.
c) Identidad de género
¿De dónde surge la idea de identidad de género? Digamos que existe una forma de
entender el género que viene determinando lo que nosotros podemos entender: eso es lo
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Para Irigaray la idea de Simone de Beauvoir de designar a la mujer desde la otredad o la diferencia no
hace más que reproducir esa economía significante de lo masculino. Se llama a la mujer lo otro únicamente
porque es lo diferente, pero realmente decir que es lo otro no es decir nada de la mujer. Diciendo que la
mujer es lo otro se dice, de hecho, más del hombre que se toma como punto de referencia de la significación.
que Butler llama matriz de inteligibilidad. Esa matriz funciona fundamentalmente como
un marco de sentido que se vertebra en una estructura binaria: lo masculino y lo
femenino. Lo que entra dentro de dicha estructura es visible, el cuerpo que de alguna
forma se acopla o se adecua a los cánones que están dispuestos en esa graduación de lo
masculino y lo femenino adquiere cierta consistencia, se ilustra y se vuelve inteligible para
nosotros. Decimos entonces: “esto es un hombre”, “esto es una mujer”. Incluso el marco
binario de sentido se va abriendo con la producción de nuevas prácticas que
distorsionan la idea "natural" del deseo, decimos “este es un gay” o “esta es una
lesbiana”, o incluso de la identidad “esto es un hombre/mujer transexual”. Pero el marco
de sentido se acaba ahí, no hace visibles otras formas de adquirir la identidad a través del
deseo, no es capaz de reconocer aquellas identidades que no entran dentro de ese marco,
que la rebasan y esos cuerpos, por así decirlo, son prohibidos, ininteligibles, generan
malentendidos, o son, simplemente, invisibles, no alcanza la consistencia suficiente como
para que podamos verlos.
Esto se debe a que existe un discurso hegemónico en torno al sexo, que el sexo se
configura como una sustancia. De esta forma se entiende que el sexo es algo previo, algo
que de alguna manera podemos entender que nos viene dado. “Yo soy un hombre” o “yo
soy una mujer”, pero en realidad ese uso del lenguaje es inadecuado. No se es de un sexo o
se es un sexo. Se está siendo, por así decirlo, un sexo. O sea, actuamos de tal forma que
producimos una imagen que es reconocida como un sexo en virtud de una matriz de
inteligibilidad previa construida socialmente. El problema es que, de alguna forma, el sexo
se instaura con esa voluntad de crear un lenguaje hegemónico, es decir, de establecer el
marco de sentido dentro de la cual algunas cosas son posibles, coherentes, inteligibles, y
otras son imposibles, incoherentes o ininteligibles (por ejemplo, es caso de Herculin
Barbine estudiado por Michel Foucault). La identidad, en este caso, aparece como una
ficción reguladora.
En Foucault, por su parte, la sexualidad y el poder son coextensos. Esto a primera vista
evitaría la posibilidad de una sexualidad subversiva, pues no hay una sexualidad “antes” o
“después de la ley”. Sin embargo, la sexualidad no es una copia exacta o uniforme de la
ley, sino que dentro de esta misma ley se establecen transgresiones, las producciones se
van desdibujando y alejándose de sus objetivos originales, dando sujetos que no solo
sobrepasan las fronteras de la inteligibilidad cultural, sino que amplían sus confines.
Para Jacques Lacan, tras el complejo de Edipo, el orden simbólico (del lenguaje) hace
inteligibles las posiciones masculinas y femeninas de la siguiente forma: a) “tener” el Falo,
que sería la posición masculina, y b) “ser” el Falo, que sería la posición femenina. Hay que
tener en cuenta que el Falo para Lacan no hace referencia al pene a lo que falta, a algo que
no tenemos y que deberíamos poseer. Así pues, el Falo es en cierto sentido lo que hace
posible el deseo, y dicho objeto de deseo es modificable, se puede convertir en otros. Pero
esto, como señala Butler, convierte a la mujer siempre en deseo del hombre, en un “ser
para” el hombre. Por otro lado, la forma en que la mujer “es” el Falo, solamente se produce
a través de una mascarada, de manera que ese ser es en cierto sentido una apariencia. Y de
esta forma, Lacan parece admitir que hay una feminidad que se encuentra oculta tras esa
apariencia de “ser” el Falo de la mujer. Siguiendo, en cierto sentido, las teorías de Lacan,
Jean Riviere advierte que tanto la feminidad como la masculinidad se forma por la
exclusión de lo otro en a priori bisexual. No obstante, como señala Butler, la bisexual no es
origen, sino que justamente surge cuando surge la ley que hace posible diferenciar las
tendencias masculinas y femeninas.
Para Michel Foucault es la ley misma la que construye el género, o sea, la ley produce
antes que prohíbe. De esta forma, la ley (digamos la ley originaria o el tabú del incesto)
crea tanto la heterosexualidad como la homosexualidad. La ley, aunque parezca paradójico,
crea o despierta el deseo que presuntamente reprime. Pues lo que la ley reprime no es el
deseo en sí, sino las numerosas configuraciones de poder que este puede promover, cuya
pluralidad acabaría con la universalidad de la ley. Asimismo, una sexualidad anterior a la
ley sería una ilusión.
Por otra parte, esta idea de género predetermina a que entendamos el cuerpo de
alguna manera, presignifica lo que podemos entender qué es nuestro propio cuerpo y, de
esta forma, nos pone en disposición de entender qué partes de nuestro cuerpo nos van a
producir placer y cuáles no.
ANEXO DE TEXTOS
“Foucault afirma que los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que
más tarde representan (…) los sujetos regulados por esas estructuras, en virtud de que están
sujetos a ellas, se constituyen, se definen y se reproducen de acuerdo con las imposiciones
de dichas estructuras”.
“No basta con investigar de qué forma las mujeres pueden estar representadas de
manera más precisa en el lenguaje y la política. La crítica feminista también debería
comprender que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se pretende la
emancipación crean y limitan la categoría de “las mujeres”, sujeto del feminismo”, Cap. 1,
p. 48.
“La construcción de la categoría de las mujeres como sujeto coherente y estable, ¿es una
reglamentación y reificación involuntaria de las relaciones entre los géneros? ¿Y no
contradice tal reificación los objetivos feministas? ¿En qué medida consigue la categoría
de las mujeres estabilidad y coherencia únicamente en el contexto de la matriz
heterosexual? (…) Examinar los procedimientos políticos que originan y esconden lo que
conforma las condiciones al sujeto jurídico del feminismo es exactamente la labor de una
genealogía feminista de la categoría de las mujeres”.
“Para todas estas posiciones [las que critica Butler] es vital la idea de que el sexo surge
dentro del lenguaje hegemónico como una sustancia, como un ser idéntico a sí mismo en
términos metafísicos. Esta experiencia se consigue mediante un giro performativo del
lenguaje y del discurso que esconde el hecho de que “ser” de un sexo o de un género es
básicamente imposible”.
“El género puede designar una unidad de la experiencia, de sexo, género y deseo, sólo
cuando sea posible interpretar que el sexo de alguna forma necesita el género –cuando el
género es una designación psíquica o cultural del yo- y el deseo –cuando el deseo es
heterosexual y, por tanto, se distingue mediante una relación de oposición respecto de otro
género al que desea-. Por tanto, la coherencia o unidad interna de cualquier género, ya sea
hombre o mujer, necesita de una heterosexualidad estable y de oposición. Esa
heterosexualidad institucional exige y crea la univocidad de cada uno de los términos de
género que determinan el límite de las posibilidades de los géneros dentro de un sistema de
géneros binario y opuesto. Este concepto del género no sólo presupone una relación causal
entre sexo, género y deseo: también señala que el deseo refleja o expresa al género y que el
género refleja o expresa el deseo. Se presupone que la unidad metafísica de los tres se
conoce realmente y que se manifiesta en un deseo diferenciador por un género opuesto, es
decir, en una forma de heterosexualidad en la que hay oposición (esto es lo que Luce
Irigaray denomina “el viejo sueño de la simetría)”.
“La hipótesis aquí es que el “ser” del género es un efecto. Afirmar que el género está
construido no significa que sea ilusorio o artificial, entendiendo estos términos dentro de
una relación binaria que opone lo “real” y lo “auténtico”. Como una genealogía de la
ontología del género, esta explicación tiene como objeto entender la producción discursiva
que hace aceptable esa relación binaria y demostrar que algunas configuraciones culturales
del género ocupan el lugar de “lo real” y refuerzan e incrementan su hegemonía a través de
una feliz autonaturalización (…) Aunque el género parezca congelarse en las formas más
reificadas, el “congelamiento” en sí es una práctica persistente y maliciosa, mantenida y
regulada por distintos medios sociales. El género es la estilización repetida del cuerpo, una
sucesión de acciones repetidas –dentro de un marco regulador muy estricto- que se
inmovilizan con el tiempo para crear la apariencia de sustancia, de una especie natural de
ser (…) La univocidad del sexo, la coherencia interna del género y el marco binario para
sexo y género son ficciones reguladoras que refuerzan y naturalizan los regímenes de
poder convergentes de la opresión masculina y heterosexista”.
“Si la diferenciación de género es el resultado del tabú del incesto y del tabú anterior de
la homosexualidad, en ese caso “convertirse” en un género es un procedimiento laborioso
de naturalizarse, lo cual exige una distinción de placeres y zonas del cuerpo sobre la base
de significados de género. Se afirma que los placeres radican en el pene, la vagina y los
senos o que surgen de ellos, pero tales descripciones pertenecen a un cuerpo que ya ha sido
construido o naturalizado como concerniente a un género específico. Es decir, algunas
partes del cuerpo se transforman en puntos concebibles de placer justamente porque
responden a un ideal normativo de un cuerpo con género específico. En cierto sentido, los
placeres están fijados por la estructura del género, mediante la cual algunos órganos están
dormidos para el placer y otros se despiertan. Qué placeres se despertarán y cuáles
permanecerán dormidos normalmente es una cuestión a la que recurren las prácticas
legitimadoras de la formación de la identidad que se originan dentro de la matriz de las
normas de género.
Los transexuales suelen referirse a una discontinuidad radical entre los placeres sexuales
y las partes del cuerpo. Frecuentemente lo que se desea en términos de placeres exige una
intervención imaginaria de partes del cuerpo –ya sean apéndices u orificios- que quizá uno
no posea realmente, o bien le placer también puede exigir imaginar una serie de partes
exagerada o disminuida. El carácter imaginario del deseo, evidentemente, no se limita a la
identidad transexual; la naturaleza fantasmática del deseo pone de manifiesto que el cuerpo
no es su base ni su causa, sino su ocasión y su objeto. La táctica del deseo es en parte la
transfiguración del cuerpo deseante en sí. En realidad, para desea puede ser necesario creer
en un yo corporal modificado que, dentro de las normas de género de lo imaginario, puede
amoldarse a las exigencias de un cuerpo capaz de desear. Esta condición imaginaria del
deseo siempre sobrepasa el cuerpo físico a través del cual o en el cual funciona”.
“Para que la heterosexualidad permanezca intacta como una forma social clara, exige
una concepción inteligible de la homosexualidad, así como la prohibición de esa
concepción para hacerla culturalmente inteligible. Dentro del psicoanálisis, la bisexualidad
y la homosexualidad son disposiciones libidinales, y la heterosexualidad es la elaboración
laboriosa basada en su represión gradual. Aunque esta doctrina parece tener una
contingencia subversiva, la construcción discursiva de la bisexualidad y de la
homosexualidad dentro de los estudios psicoanalíticos de hecho impugna la afirmación de
su carácter precultural (…) La bisexualidad, que supuestamente está “fuera” de lo
Simbólico y que se utiliza como el lugar de subversión, en realidad es una construcción
dentro de los términos de ese discurso constitutivo, la construcción de un “fuera” que, sin
embargo, se encuentra completamente “dentro”; no una opción más allá de la cultura, sino
una opción cultural concreta que se rechaza y se redefine como imposible. Así, lo
“impensable” está completamente presenta en la cultura, pero completamente excluido de
la cultura dominante”.
Texto 17. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. Monique Wittig:
desintegración corporal y sexo ficticio, p. 224-227.
“Simone de Beauvoir afirmó en El segundo sexo que “no se naca mujer: llega una a
serlo”. La frase es extraña, parece incluso no tener sentido porque ¿cómo puede una llegar
a ser mujer si no lo era desde antes? ¿Y quién es esta “una” que llega a serlo? ¿Hay algún
ser humano que llegue a ser de su género en algún momento? ¿Es razonable afirmar que
este ser humano no era de su género antes de llegar a ser de su género? ¿Cómo llega uno a
ser de un género? ¿Cuál es el momento o el mecanismo de la construcción del género? Y,
tal vez lo más importante, ¿cuándo llega este mecanismo al escenario cultural para
convertir al sujeto humano en un sujeto con género?
¿Hay personas que no hayan tenido un género ya desde siempre? La marca de género
está para que los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos; el momento en que una
bebé se humaniza es cuando se responde a la pregunta “¿es niño o niña?”. Las figuras
corporales que no caben en ninguno de los géneros están fuera de lo humano y, en realidad,
conforma el campo de lo deshumanizado y lo abyecto contra lo cual se conforma lo
humano. Si el género está allí, estableciendo con antelación lo que constituye lo humano,
¿cómo podemos hablar de un humano que llega a ser de su género, como si el género fuera
una posdata o algo que se le ocurra más tarde a la cultura?
“No se nace mujer”. Monique Wittig repite esa frase en un artículo que lleva el mismo
título, aparecido en Feminist Issues. Pero ¿qué clase de alusión y representación de
Beauvoir propone Monique Wittig? Dos de sus afirmaciones la acercan a Beauvoir y a la
vez la alejan de ella: la primera, que la categoría de sexo no es ni invariable ni natural, más
bien es una utilización específicamente política de la categoría de naturaleza que obedece a
propósitos de la sexualidad reproductiva. En definitiva, no hay ningún motivo para
clasificar a los cuerpos humanos en los sexos masculino y femenino a excepción de que
dicha clasificación sea útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le
proporcione un brillo naturalista a esta institución. Por consiguiente, para Wittig no hay
ninguna división entre sexo y género; la categoría de “sexo” es en sí una categoría con
género, conferida políticamente, naturalizada pero no natural. La segunda afirmación, más
o menos antiituitiva, que hace Wittig es la siguiente: una lesbiana no es una mujer. Una
mujer, afirma, solo existe como un término que fija y afianza una relación binaria y de
oposición con un hombre; para Wittig, esa relación es la heterosexualidad. Una lesbiana,
dice, al repudiar la heterosexualidad ya no se define en términos de esa relación de
oposición. En realidad, una lesbiana va más allá, según ella, de la oposición binaria entre
mujer y hombre; no es ni mujer ni hombre; pero, asimismo, no tiene sexo; trasciende las
categorías de sexo”.
Texto 18. El género en disputa. Cap. 3: Actos corporales subversivos. Monique Wittig:
desintegración corporal y sexo ficticio, p. 230.
“El hecho de que el pene, la vagina, los senos y otros elementos del cuerpo sean
llamados partes sexuales es una división del cuerpo como totalidad. En realidad, la
“unidad” que la categoría de sexo exige al cuerpo es una desunidad, una división y
compartimentación, así como una reducción a la erotogeneidad. Por eso no es sorprende
que Wittig “destruya” en el texto la categoría de sexo mediante la destrucción y división
del cuerpo sexuado en El cuerpo lesbiano”.