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Amanece

Amy Hempel

A Belle le vino un antojo después de haber estado preñada. Tras


parir sus siete saludables cachorros, la perra enloqueció por los
lagartos. Se pasaba todo el día cazando y comiendo camaleones
–quien sabe cuántos-, hasta el punto de que llegamos a pensar
que se le contagiaría su coloración defensiva y que se pondría
blanca al contacto con la arena y que saldría del mar con las
patas azules.
Los lagartos desquiciaban a Belle y le hacían ladrar a las
estrellas., hasta que alguno de los huéspedes le lanzaba un grito:
<<¡Belle, tómate el resto del día libre!>>.
Éramos cuatro huéspedes en la isla. Los otros dos eran una
pareja de recién casados, de setenta años, que perdieron los
anillos de boda un día en que, sumergidos con gafas de buzo,
contemplaban pececillos tropicales y una raya moteada; incluso
identificaron correctamente a una barracuda solitaria.
Por su parte, los Weller –Bing y Ruth- tuvieron una
especie de antojo especial. Descubrieron que les gustaba el pez
volador frito. Cuando los Weller anunciaron lo que habían
decidido cenar, nos dio la impresión de que estaban burlándose
de los japoneses.
A los pies de los Weller, durante aquellas cenas de
pescado volador frito, Belle amamantaba a sus cachorros y un
gato siamés berreaba como un cordero.
<<Ésta va por ti, Bingo>>, decía Ruth, levantando su
copa.
Nosotros los observábamos desde nuestra mesa, sobre la
que reposaba una concha llena de hibisco rojo. Fue Ruth la que
nos informó de que esa flordura tan solo un día.
Un día me quedé en la playa observando la punta naranja
de los tubos de respiración mientras recorrían un arrecife
distante. Seguí con la mirada el tubo que me importaba a mí, lo
seguí hasta una balsa fondeada, y vi que la mujer que estaba en
la balsa se deslizaba por la borda para reunirse con él. Después
vi que él se acercaba a mí desde un refugio de hojas de palma y
supe que me había equivocado.
Aquella noche, tras la cena, sentados dentro de un círculo
de cáscaras de coco humeantes, me fijé en la cara de Ruth
mientras Bing rememoraba viajes anteriores a aquella isla, unos
viajes que él había hecho con su primera… me gustaría decir
<<vida>>. Me pareció que a Ruth no le importaba que Bing
dijera <<nosotros>>, cuando en realidad se refería a <<ellos>>.
Se suponía que los Weller, con su mensaje de afirmación,
avivarían los corazones de los desconocidos. Pero a mí me urgía
escapar de ellos. Antes habían sido viuda y viudo.
Como es natural, los Weller se ofrecieron a hacernos una
foto. Fue un gesto muy amable de su parte. Era de esperar. Le
entregamos nuestra cámara y, mientras Bing se familiarizaba
con ella, nosotros chamos a correr hacia el agua. Emergimos
abrazados y giramos hacia los Weller.
En la fotografía, parece que necesito ayuda para
mantenerme de pie. No estoy mirando a los Weller. Miro hacia
abajo, a un lugar en el que los anillos de boda perdidos son
invisibles, del color ya de la arena o del mar o de la carne.

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