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Este relato describe una estancia de cuatro huéspedes en una isla. Una perra llamada Belle desarrolló un antojo por cazar y comer lagartos. Dos de los huéspedes eran una pareja de ancianos recién casados que perdieron sus anillos de boda buceando. Otra pareja, los Weller, disfrutaba comiendo pez volador frito, lo que parecía burlarse de los japoneses. Una noche, mientras los Weller recordaban viejos viajes, el narrador sintió que a
Este relato describe una estancia de cuatro huéspedes en una isla. Una perra llamada Belle desarrolló un antojo por cazar y comer lagartos. Dos de los huéspedes eran una pareja de ancianos recién casados que perdieron sus anillos de boda buceando. Otra pareja, los Weller, disfrutaba comiendo pez volador frito, lo que parecía burlarse de los japoneses. Una noche, mientras los Weller recordaban viejos viajes, el narrador sintió que a
Este relato describe una estancia de cuatro huéspedes en una isla. Una perra llamada Belle desarrolló un antojo por cazar y comer lagartos. Dos de los huéspedes eran una pareja de ancianos recién casados que perdieron sus anillos de boda buceando. Otra pareja, los Weller, disfrutaba comiendo pez volador frito, lo que parecía burlarse de los japoneses. Una noche, mientras los Weller recordaban viejos viajes, el narrador sintió que a
A Belle le vino un antojo después de haber estado preñada. Tras
parir sus siete saludables cachorros, la perra enloqueció por los lagartos. Se pasaba todo el día cazando y comiendo camaleones –quien sabe cuántos-, hasta el punto de que llegamos a pensar que se le contagiaría su coloración defensiva y que se pondría blanca al contacto con la arena y que saldría del mar con las patas azules. Los lagartos desquiciaban a Belle y le hacían ladrar a las estrellas., hasta que alguno de los huéspedes le lanzaba un grito: <<¡Belle, tómate el resto del día libre!>>. Éramos cuatro huéspedes en la isla. Los otros dos eran una pareja de recién casados, de setenta años, que perdieron los anillos de boda un día en que, sumergidos con gafas de buzo, contemplaban pececillos tropicales y una raya moteada; incluso identificaron correctamente a una barracuda solitaria. Por su parte, los Weller –Bing y Ruth- tuvieron una especie de antojo especial. Descubrieron que les gustaba el pez volador frito. Cuando los Weller anunciaron lo que habían decidido cenar, nos dio la impresión de que estaban burlándose de los japoneses. A los pies de los Weller, durante aquellas cenas de pescado volador frito, Belle amamantaba a sus cachorros y un gato siamés berreaba como un cordero. <<Ésta va por ti, Bingo>>, decía Ruth, levantando su copa. Nosotros los observábamos desde nuestra mesa, sobre la que reposaba una concha llena de hibisco rojo. Fue Ruth la que nos informó de que esa flordura tan solo un día. Un día me quedé en la playa observando la punta naranja de los tubos de respiración mientras recorrían un arrecife distante. Seguí con la mirada el tubo que me importaba a mí, lo seguí hasta una balsa fondeada, y vi que la mujer que estaba en la balsa se deslizaba por la borda para reunirse con él. Después vi que él se acercaba a mí desde un refugio de hojas de palma y supe que me había equivocado. Aquella noche, tras la cena, sentados dentro de un círculo de cáscaras de coco humeantes, me fijé en la cara de Ruth mientras Bing rememoraba viajes anteriores a aquella isla, unos viajes que él había hecho con su primera… me gustaría decir <<vida>>. Me pareció que a Ruth no le importaba que Bing dijera <<nosotros>>, cuando en realidad se refería a <<ellos>>. Se suponía que los Weller, con su mensaje de afirmación, avivarían los corazones de los desconocidos. Pero a mí me urgía escapar de ellos. Antes habían sido viuda y viudo. Como es natural, los Weller se ofrecieron a hacernos una foto. Fue un gesto muy amable de su parte. Era de esperar. Le entregamos nuestra cámara y, mientras Bing se familiarizaba con ella, nosotros chamos a correr hacia el agua. Emergimos abrazados y giramos hacia los Weller. En la fotografía, parece que necesito ayuda para mantenerme de pie. No estoy mirando a los Weller. Miro hacia abajo, a un lugar en el que los anillos de boda perdidos son invisibles, del color ya de la arena o del mar o de la carne.