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La literatura como metatexto histórico

Los libros llegan a ser clásicos porque nos hablan de nosotros, de su tiempo y de nuestro

tiempo. La historia o la trama resuenan abiertamente con los acontecimientos de su época o

relatando incluso hechos pasados. Unas veces juegan con la verosimilitud y otras crean mundos

paralelos o antropomórficos que, pese a tener leyes, razas y costumbres distintas, siguen

hablando al presente de los lectores. Perduran no por su pulcritud ortográfica ni por idealizar

personajes como Dorian Gray, sino por plasmar las ilusiones, bajezas y esperanzas frustradas de

su retrato, es decir, las del escritor y su época, aunque sea en forma de caricaturas

monocromáticas.

Así pues, las novelas históricas entrañan la relectura de un periodo, sea a la luz del bando

vencedor o del vencido. Porque, así como las palabras no pueden escapar a la mano del autor,

éste tampoco puede escapar a la mano de su tiempo, de sus experiencias y de su historia. Ya que,

más importantes que las victorias territoriales o legales, están las filosóficas, aquellas que

sostienen, cuestionan o sobrepasan a los paradigmas. Estas ideas pueden ser religiosas, estar

encarnadas en las costumbres de los pueblos o manifestarse a raíz de nuevos descubrimientos

geográficos, filosóficos o científicos.

La literatura cambia con cada nueva conquista o tratado, así como lo hizo cuando se

descubrió América o se decidió colonizar África y Asia para sacarlas de la barbarie. La historia

que escriben los historiadores y la que relatan los escritores no se diferencian mucho la una de la

otra, porque ambos redactan su versión de los hechos de acuerdo a su mejor entender, así se

hable de novelas de fantasía o experimentales. Y como la literatura comprende el reconocimiento

de un tú y el mejor entendimiento de nosotros mismos es capaz de variar las mentalidades de los


lectores. Después de todo, los textos responden a los latidos de su tiempo y los lectores corren a

reflejarse en ellos como Narciso.

Por lo mismo, los narradores juegan en ocasiones con las locaciones, personajes y

eventos históricos para desentrañar los recovecos de los sucesos, iluminar los lados oscuros,

hermanar al lector con el otro o, simplemente, para bañar de verosimilitud sus textos. Los

prejuicios se basan en los tabúes y en la creencia de una absoluta ausencia de antecedentes. Pero

si alguien lee dichos acontecimientos en letras impresas, sobre todo antes, los pueblos

positivistas y de las religiones de los libros son más propensos a aceptar la historia como verídica

sin cuestionarla o al menos se replantearse la lectura de los hechos.

Hoy en día, el internet y la infinitud de textos escritos han desacreditado la credulidad

primigenia de los lectores, pero de igual manera los ha abierto a realizar una lectura más crítica.

No obstante, se puede argüir que la humanidad renace con cada nueva persona y que la

educación, la sociedad y las costumbres le permiten a cada individuo leer las obras literarias

como historias ajenas a su propio contexto, cual si fueran cuentos de hadas, mientras que otros

las leen como documentos históricos que comunican más que sus personajes, la trama y sus

propias palabras, como un testimonio de su época.

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