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RELATO DE ARQUIMEDES.

«"Dadme un punto de apoyo", dijo Arquímedes, "y moveré el mundo."

La fanfarronada era muy segura, porque él sabía muy bien que no

había punto de apoyo, y nunca lo habría. Pero suponga que él

hubiese movido la Tierra; ¿Y qué? ¿En qué hubiese beneficiado eso a nadie?

El trabajo nunca habría cubierto gastos, mucho menos hubiese dejado dividendos,

así que, ¿De qué servía hablar de ello? Por lo que los astrónomos nos cuentan,

debo entender que la tierra ya se mueve bastante rápidamente, y,

si hubiese algunos chiflados que estuviesen insatisfechos con su marcha,

para lo que a mí me importa, bien pueden empujarla ellos mismos;

yo no movería un dedo ni suscribiría un solo penique para apoyar nada parecido.

»Por qué un compañero como Arquímedes debería ser considerado un genio,

es algo que nunca he podido comprender. Jamás he sabido que hiciese una fortuna,

ni que hiciese algo de lo que valiese la pena hablar.

Respecto a ese último contrato que emprendió, era la peor chapucería

que yo haya conocido; el asumió la tarea de mantener a los Romanos fuera de

Siracusa; Intentó una treta tras otra, pero ellos entraron de todos modos,

y cuando le tocó enfrentarlos limpiamente, también en eso se quedó corto; un simple soldado,

de una manera muy empresarial, acabó con todas sus pretensiones.

»Es evidente que era un hombre sobrevaluado. Tenía el hábito de armar un gran escándalo por
sus tornillos y palancas, pero su conocimiento de la mecánica era realmente muy limitado. Yo
mismo no me considero un genio, pero conozco una fuerza mecánica mas poderosa que
cualquier cosa que hubiese soñado el jactancioso ingeniero de Siracusa. Es la fuerza del
monopolio de la tierra; Es un tornillo y una palanca, todo en uno; desatornillará hasta el último
penique de los bolsillos de un hombre, y torcerá todo sobre la tierra para servir a su propia
voluntad despótica. Dadme la propiedad privada de toda la tierra, y yo ¿moveré la tierra? No;
pero haré más que eso. Me encargaré de hacer esclavos a todos los seres humanos sobre su
faz. No esclavos encadenados exactamente, pero esclavos de todos modos. Qué idiota sería
encadenarlos. Tendría que darles sales y senas cuando se enfermasen, y darles latigazos para
que trabajen cuando haraganean.

»No, no es suficiente. Con el sistema que propongo, los muy tontos se imaginarían que son
libres. Yo obtendría resultados óptimos, y no tendría ninguna responsabilidad. Ellos cultivarían
el suelo; cavarían hacia las entrañas de la tierra en busca de sus tesoros ocultos; construirían
ciudades, ferrocarriles y telégrafos; sus navíos surcarían los océanos; trabajarían y trabajarían,
inventarían e idearían; sus almacenes estarían llenos, sus mercados repletos, y: Lo hermoso de
todo el asunto sería que todo cuanto hiciesen me pertenecería.

»Funcionaría de la siguiente manera, como verá: Siendo yo el propietario de toda la tierra,


ellos tendrían que pagarme renta, por supuesto. No sería razonable que esperasen que yo les
permita utilizar la tierra por nada. No soy un hombre insensible, y al fijar el valor de la renta
sería muy liberal con ellos. De hecho, les permitiría que ellos mismos lo fijasen. ¿Qué podría
ser más justo? He aquí un lote de tierra, digamos, una granja o una zona residencial, o
cualquier otra cosa - si tan solo hubiese un hombre que la quisiese, pues claro que no me va a
ofrecer mucho, pero si el terreno realmente valiese algo, no es probable que se produzca tal
circunstancia. Por el contrario, habría un número considerable de individuos que la querrían, y
que empezarían a pujar y pujar, uno contra el otro, con el fin de obtenerla. Yo aceptaría la
oferta más alta - ¿Qué podría ser más justo? Cada aumento de población, cada extensión del
comercio, cada avance en las artes y las ciencias aumentaría el valor de la tierra, como todos
sabemos, y la competencia que naturalmente surgiría, continuaría haciendo subir las rentas,
tanto así, que en muchos casos a los inquilinos les quedaría muy poco o nada para sí mismos.

»En este caso, cierto número de los que pasan tiempos difíciles buscarían un préstamo, y a
aquellos que no la pasan tan mal, por supuesto, se les ocurriría que, si tan solo tuviesen más
capital, podrían extender sus operaciones, y así hacer sus negocios más provechosos. Aquí
entro yo de nuevo. El hombre que todos necesitan; un benefactor habitual de mi especie,
siempre presto a ayudarles. Con la enorme renta que cobro, puedo proveerles de fondos,
hasta donde pueda yo obtener seguridad; no podrían esperar que yo hiciese más que eso, y en
cuestión de intereses sería igualmente generoso.

»Les permitiría fijar la tasa de interés exactamente de la misma forma en que fijaron la renta.
Los tendría agarrados por el cuello, y si no llegasen a pagarme, sería la cosa mas sencilla del
mundo vender sus bienes para compensarme. Puede que se lamenten de su suerte, pero los
negocios son los negocios. Debieron haber trabajado más duro y ser más productivos.
Cualquier inconveniencia que sufriesen, sería su problema, no el mío. ¡Qué gloriosos
momentos pasaría! Renta e interés, interés y renta, y sin ningún límite para ninguno, excepto
la capacidad de los trabajadores para pagar. Las rentas subirían y subirían, y ellos continuarían
empeñando e hipotecando; y así irían cayendo, uno tras otro; sería el deporte más entretenido
jamás visto. Así, con la sencilla palanca del monopolio de la tierra, no solo el mismísimo globo
terráqueo, sino todo cuanto hay sobre el mismo, acabaría por pertenecerme. Sería rey y señor
de todo, y el resto de la humanidad serían mis más fieles esclavos.

»No necesita decirse que sería inconsistente con mi dignidad asociarme con el común
denominador de la humanidad; no será muy político de mi parte decirlo, pero, de hecho, no
solo odio el trabajo, sino que también odio a aquellos que trabajan, y no desearía tener a sus
apestosas humanidades cerca de mí a ningún precio. Muy por encima de la despreciable
horda, me sentaría en mi trono, rodeado de un círculo de devotos adoradores. Elegiría solo a
quienes mi corazón deseara para ser mis compañeros. Les condecoraría con medallas y
cachivaches para espolear su vanidad; considerarían un honor besar mi guante, y le rendirían
homenaje a la mismísima silla en la que me siento. Los valientes morirían por mí, los piadosos
rezarían por mí, y las jóvenes más hermosas se desvivirían por complacerme. Para la apropiada
administración de los asuntos públicos establecería un parlamento, y para la preservación de
la ley y el orden tendría soldados y policías, todos los cuales habrán jurado servirme fielmente;
no recibirían mucha paga, pero su elevado sentido del deber sería garantía suficiente de que
cumplirían los términos de su contrato.

»Fuera del encantador círculo de mi sociedad, habría otros, luchando por ganarse mis favores;
y detrás de estos habría otros distintos que estarían siempre luchando por ascender a los
rangos de aquellos enfrente de éstos;, y así sucesivamente, cada vez más atrás y más abajo,
hasta llegar a los rangos inferiores de los trabajadores, eternamente trabajando y eternamente
luchando tan solo para vivir, con el infierno de la pobreza eternamente amenazando con
engullirlos. El infierno de la pobreza, ese ámbito exterior de oscuridad donde solo hay llanto y
lamentos y el rechinar de dientes - la Gehena social, donde el gusano nunca muere, y el fuego
jamás se apaga - he aquí un látigo mucho más efectivo que el más certero flagelo del
esclavista, acechándoles de día, causándoles pesadillas de noche, absorbiendo la sangre de sus
venas, y persiguiéndoles con implacable constancia hasta sus tumbas. Muchos, en la flor de su
juventud, empezarían llenos de esperanza y con altas expectativas; ¡pero, a medida que
avanzan, desilusión tras desilusión, la esperanza cedería paso gradualmente a la
desesperación, la copa prometida de la alegría se tornaría amarga, y hasta el más santo de los
afectos se volvería una flecha envenenada clavada en el corazón!

»¡Qué hermoso arreglo - la ambición jalonándoles por delante, la necesidad y el miedo


empujándoles por detrás! En los intereses conflictivos que estarían involucrados, en la
competencia despiadada que prevalecería, en la enemistad que se engendraría entre los
hombres, entre marido y mujer, padre e hijo, yo, por supuesto, no tomaría partido. Habría
mentiras y trampas, maltratos de los patronos, deshonestidad de los sirvientes, huelgas y
protestas, asaltos e intimidación, riñas familiares y disputas interminables; pero todo esto no
sería mi problema. En la serena atmósfera de mi paraíso terrenal, estaría a salvo de todo mal.
Me deleitaría con los más deliciosos manjares, y paladearía vinos de la mejor cosecha; mis
jardines tendrían las terrazas más magníficas y las más bellas arboledas. Caminaría entre el
exhuberante follaje de los árboles, las fragantes flores, el canto de las aves, el chorrear de las
fuentes, y el chapoteo de aguas tranquilas. Mi palacio tendría muros de alabastro y cúpulas de
cristal, habría muebles de la más exquisita artesanía, alfombras y cortinas de los más ricos
tejidos y las más finas texturas, pinturas y esculturas que fuesen milagros del arte, jarrones de
oro y plata, las gemas más puras brillando en sus montajes, las voluptuosas notas de la música
más dulce, el perfume de las rosas, los sillones más suaves, una horda de lacayos que vienen y
van según mi capricho, y una perfecta galaxia de belleza para estimular el deseo, y administrar
a mi placer. Así pasaría las horas felices, mientras a lo largo del mundo se consideraría un signo
de respetabilidad el imitar mis virtudes, y en todas partes se cantarían himnos en mi honor.

»Arquímedes nunca soñó nada como eso. Sin embargo, con la tierra como mi punto de apoyo
y su propiedad privada como mi palanca, todo eso es posible. Si se dijese que la gente acabaría
por detectar el fraude, y que con rápida venganza nos arrojarían a mí y a mis parásitos
adoradores a la perdición, yo les respondo, "Nada de eso, la gente es más buena que el pan, y
lo soportarían como si fuesen de ladrillo - y apelo a los hechos de hoy para que sean mis
testigos.»

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