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Margaret Mead - El Hombre y La Mujer. Un Enfoque Revolucionario de Las Relaciones Entre Ambos Sexos PDF
Margaret Mead - El Hombre y La Mujer. Un Enfoque Revolucionario de Las Relaciones Entre Ambos Sexos PDF
EL HOMBRE
y la
MUJER
jí
COMPAÑIA GENERAL FABRIL EDITORA
T ítulo del original inglés:
M A L E AND FEM ALF,
© by Margaret Mead
Traducción de
L . M . CAPIUOLI
IM P R E S O E N L A ARGENTINA
PM N TED IN ARGENTINA
INTRODUCCION
1. LA S IG N IF IC A C IO N DE LAS PREGUNTAS
QUE HACEMOS
2. C O M O ESCRIBE UN ANTROPOLOGO
LOS SAMOANOS
* Ver el Apéndice I.
LOS ARAPESH DE LA MONTAÑA
E n la rib era del río ancho y lento en el que desemboca el Y u at, que
recibe las vertientes de las m ontañas de los arapesh y que se comunica
por medio de canales con el lago de los tcham bulis, se levantan las orgu-
llosas aldeas del pueblo ia tm u l; cazadores de cabezas, ta llis ta s y
oradores, altos y fieros, de u n a m asculinidad quebradiza, donde las
m ujeres son espectadoras de la te a tra lid a d sin lím ites de la conducta
de los hombres. Poseyendo bañados de sagú, que Ies aseg u ran un sum i
n istro estable de víveres, bien alim entados g rac ias a l pescado que p ro
porciona la continua laboriosidad de las m ujeres, h an construido m ag
n íficas casas cerem oniales y. canoas g u e rre ra s prim orosam ente ta lla
das, acum ulando en sus gran d es aldeas todos los estilos artístico s, los
pasos de danza y los m itos de los pueblos m enores que los rod ean ; des
collantes, pero sum am ente vulnerables en la intensidad de su orgullo.
LOS BALINESES
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niño se aten ú a, se nubla y se tra n sfo rm a en una conducta social adm i
sible, quedando apenas un hilillo en la m em oria como fu en te oculta
de la que b rotan luego la s risita s de los adolescentes y las ca rcajad as
de los adultos. Y así debe ser. L a civilización depende de la ordenada
tran sfo rm ación de las experiencias p rim a ria s de la niñez en el simbo
lismo disciplinado de la vida ad u lta, en la que los bastones son distin
tivos de clase o de individualidad, los p ara g u as sirven p a ra re sg u a r
d arse de la lluvia, y los bolsos contienen los objetos que uno necesita
llevar consigo, y es ta n evidente la distinción entre lo que es comesti
ble y lo que no lo es, que el tr a g a rs e una espada resu lta un a divertida
pru eb a de circo. Los que no logran hacer estas transform aciones se
vuelven locos y llenan los manicomios. Los que conservan el acceso a
sus prim eros recuerdos y tienen adem ás talento y habilidad se convier
ten en a rtis ta s y, actores, los que pueden com binar estas experiencias
fundam entalm ente hum anas con cierta visión y con el am or a la h u
m anidad se convierten en p ro fe tas; los que combinan este fácil acceso
a las p rim eras im ágenes con el odio, se vuelven demagogos peligrosos,
como H itle r y Mussolini. Sin em bargo es necesario p a ra todos — p ara
los que dirigen y los que escuchan, p a ra los que actúan y p a ra los que
aplauden, p a ra el pintor y p a ra los que su rten su im aginación menos
fé rtil con las escenas del lienzo — que h ay a un velo en tre la niñez y el
presente. Si se re tira el velo, la im aginación a rtístic a languidece y se
extingue, el p ro fe ta se m ira al espejo con ojos desilusionados y cíni
cos, y el hom bre de ciencia se va de pesca. E l auditorio, la clase y la
m ultitud quedarán tam bién irrevocablem ente despojados. Hace mucho
tiempo, uno de los vecinos de u n a aldea de N ueva In g la te rra recibió
una m anifestación divina en el sentido de que todos hicieran lo que
quisieran. T ristem ente, pero con ejem plar rebeldía, los aldeanos se
quitaron la ropa y em pezaron a an d a r a g atas, gruñendo como anim a
les. A ninguno se le ocurrió n ad a m ejor.
La significativa y saludable función de la transform ació n de la ex
periencia corporal p rim a ria en estilizaciones aceptad as por la cu ltu
r a quedó perfectam ente dem ostrada en el caso reciente de u n a n iñ a in
tern ad a en una sala de niños p sicó p atas.1 La n iñ ita había vivido con
su m adre en un prostíbulo. Al e n tra r en el hospital dibujó repetidam en
te un a casa, un árbol y una iglesia, pero se re fe ría al dibujo diciendo
que e ra ella m ism a, u n falo y la vulva de su m adre, y “no me co n trad i
ga”. L entam ente, a m edida que fu e recobrando la salud v el equilibrio,
ia pesadilla de las experiencias del prostíbulo se fu e desvaneciendo, y la
.'asa fu e sim plem ente u n a casa; el árbol, u n árbol con m anzanas, y
la iglesia, una iglesia; y la n iña pudo abandonar el hospital.
Si esto es cierto, si los dotados de talento y los sanos deben conservar
■-.on g ra n esfuerzo los velos de reinterp retació n que los sep aran de una
nfancia profundam ente física, con im pulsos de ira incontrolable y de
: -_i detenxinacióa asom brosa, ¿cuál h a de ser el procedim iento del
- que, a fin de esclarecer n u e stra com prensión de los proble-
r..«- que enfrentam os actualm ente, no puede ra s g a r estos velos, porque
scio podrían re p a ra rse in segura e im perfectam ente, sino que debe h a
cerlos tra n sp a re n te s? E n p rim er térm ino, el científico debe te n er la
c la ra intención de explorar la p rim e ra in fan cia en nom bre de u n a hu
m anidad m ás com pleta, de u n a hum anidad que esté m ejor capacitada
p a r a u tiliza r los símbolos de n u e s tra g ra n tradición. E n segundo té r
mino, el lector debe com prender que puede sentirse tran q u ilo viviendo
larg o s años con u n cuerpo que se h a civilizado, que tiene dientes que
m astican los alim entos pero que no m uerden a sus sem ejantes, que tie
ne cavidades que sirven p a ra d ig e rir la comida en ambos sexos y p a ra
concebir hijos en la s m ujeres, y que no son cuevas de b ru ja s en las que
po drían en c e rra r y destro zar a su s enemigos, que tiene órganos geni
ta les hechos p a ra el am or y no p a r a las g u e rra s ex tra ñ as y oscuras de
niñitos furiosos atrap ad o s en u n mundo in fa n til de gigantes. E l hecho
de que las clínicas y los ja rd in e s de in fan tes dem uestren que el proce
so de civilización es difícil y lento y que en los niños de cu atro y cinco
años se pueden n o ta r a veces — observándolos d eten id am en te— cla
ros indicios de que aún no están civilizados, no significa que la m ayo
r ía de nosotros no lo estem os y que no podam os perm anecer civilizados.
E l lecho es u n a tentación irre sistib le cuando uno tiene fiebre, las pier
n as flo ja s o un dolor de cabeza, pero el hom bre y. la m u je r corrientes
pueden, por muy fatig ad o s que estén, p a s a r la m añ an a de com pras en
u n a tien d a llena de m uebles de estilo, o v a g a r toda un a ta rd e por los
salones de época de F ontainebleau o H am pton C ourt o del Museo Me
tropolitano sin d ejarse caer sobre un cobertor antiguo. Si hemos de
com prender realm ente las diferencias fundam entales que existen en
tr e los sexos y cómo estas diferencias se d esarrollan d u ra n te la in fa n
cia y la niñez — a m edida que el niño crece y va utilizando cada cen tí
m etro de su piel, cada m úsculo en tensión, cada u n a de las sensibles
mucosas, p a r a aprender, p a r a ex plorar, p a ra conocer el mundo que lo
rodea—, es preciso explorar esta infancia, que hemos dejado a tr á s y que
tienen por delante las generaciones fu tu ra s , y ex p lo rarla sin reaccio
nes violentas, sin fascinación, sin desviar los ojos, p o r lo que rep resen
ta en sí: el proceso m ediante el cual se adquiere je ra rq u ía hum ana.
Pero el hecho de que comencemos por los niños no significa que las
cu ltu ras hum anas sean obra de las c ria tu ra s. L as experiencias de los
niños en un mundo en el que los m ayores y a tienen determ inadas m a
n era s de vivir, les sirven a su vez cuando llegan a adultos p a ra deci
d ir si han de ad a p ta rse y se g u ir con dichas m aneras de v iv ir o si haii
de rebelarse y desecharlas. A l seg u ir las etap a s a tra v é s de las cuales
el niño aprende su civilización, descubrim os u n proceso de transm isión
y no de creación, pero el cam ino no es po r eso menos revelador.
Se sabe m uy poco acerca de la s experiencias que el niño tiene en la
m atriz y acerca de la fo rm a en que las d istin ta s c u ltu ras precisan di
chas experiencias. Los arap esh dicen que el niño duerm e h a s ta que es
t á pronto p a ra n acer y que entonces desciende de cabeza. Los iatm ules
creen que el niño puede a su antojo darse p risa o dem orar p a ra n a
cer. “ ¿P o r qué me riñes?", le decía Tchamwole a su m arido. “ E ste niño
v a a nacer cuando quiera. E s u n ser hum ano y escoge el momento de su
nacim iento. No es como los cerdos y. los perros, que nacen cuando los
dem ás dicen.” “ E l p a rto es difícil”, dicen los tcham bulis, “porque la m a
d re no h a ju n tad o b astan te leña.” E s probable que en diferentes socie
dades, por la m ayor o m enor autonom ía de movim iento que se le a tr i
buye al niño o por la conducta activ a o plácida que se le impone a la
m adre, el proceso de ap rendizaje comience en la m a triz y que se pueda
in te rp re ta r de distinto modo p a ra cada sexo. E s posible que h ay a p ro
fu n d as afinidades bioquím icas e n tre m adre e h ija y contrastes en tre
m ad re e hijo que desconocemos en absoluto. E n el in sta n te mismo de
nacer, ya sea que la m adre esté en cuclillas a fe rra d a a dos palos o a un
trozo de roten colgado del techo — a p a rta d a en tre m u jeres o sola con
su m arido sosteniéndola del talle, se n tad a e n tre u n grupo de v isitan tes
dedicados a l juego o su je ta a una m oderna m esa de p a r to — , el niño ex
perim enta un violento contacto inicial con el m undo cuando es sacado,
a rra stra d o , impelido y expulsado de cabeza desde un medio ap a
cible y perfectam ente modulado hacia el m undo exterior, donde la
te m p e ra tu ra , la presión y la nutrición son diferentes, y donde tiene que
re s p ira r p a r a vivir. Puede haber aquí u n a intervención cu ltu ral, en el
sentido, por ejemplo, de sa lv a r al v arón y estra n g u la r a la n iñ a, pero
no tenem os noción alguna sobre si el nacer en sí tiene distin to signifi
cado p a ra el varón y p a ra la m u jer. P arec e que existe una diferencia
de sensibilidad en tre la piel de los varones y la de la s m u je re s; y la piel
sensible es uno de los indicios que pueden inducir a u n varón a clasifi
carse como m ujer, m ien tras que u n a piel rec ia puede ser el motivo de
que u n a niña parezca m asculina a n te sus propios ojos y a n te los ojos
de los dem ás. La conmoción que su fre la piel es u n a de las m ayores que
se experim enta al nacer, y donde h ay u n a diferencia defin itiv a es posi
ble que haya tam bién u n a diferencia inicial. E n n u e stra sociedad la
im agen que tenemos del r itu a l escrupulosam ente observado en la sala
de p arto s, en la que la m ente evoca u n a te m p e ra tu ra uniform e reg u la
d a p o r el term ostato, los m ás perfectos aceites y ungüentos m edicina
les y la g a sa m ás suave p a ra Giivolveí al inno, disim ula y no perm ite
com prender la conmoción que rep rese n ta el nacim iento. L a conmoción
es evidente cuando el niño nace a la intem perie en la la d era de u n a co
lina, donde la m adre y las m ujeres que la atienden se ag ach an alrede
dor de u n a pequeña fo g a ta h a s ta que por últim o el niño cae suavemen
te sobre u n a hoja f r ía y cubierta de rocío p a ra perm anecer allí d u ran
te unos cinco m inutos, m ien tras la m adre le corta y le a ta el cordón um-
bieal, envuelve la placenta y le lim pia los ojos y la nariz. Sólo en
tonces tom a la m adre en sus brazos a la pobre c ria tu ra expuesta a un
mundo hostil, y la ac u rru ca contra el pecho. Y a sea o no fu n dam ental
m ente d istin ta p a r a cada sexo esta experiencia inicial, el concepto que
m ás adelante se fo rm a rá n de su sexo puede a b a rc a r la experiencia que
saben que han sufrido. E l anhelo de un mundo en el que la presión sea
uniform e en todo el cuerpo y la respiración no req u iera esfuerzo, la
aspiración de los m ísticos de todas las épocas, puede rep rese n tar cosas
m uy diferentes en la f a n ta s ía de u n a p a re ja que espera un hijo. P a ra
la m adre puede sig n ific ar un sentido m ás profundo de la relación pro
tecto ra que h a y en tre ella y el niño que lleva en la m atriz, p a ra el padre
estos recuerdos pueden re p re se n ta r u n a am enaza o un a tentación. P a
r a él la identificación con el h ijo iss por lo menos en p a rte inadm isible,
porque co n vertiría a su m u je r en su m adre. E sta s fa n ta sía s pueden
tra e rle s a ambos recuerdos de la época en que naciera un herm ano m e
nor, y entonces ta n to el pad re como la m adre se defenderán del recu er
do de distinto modo. No sabemos qué huellas específicas quedan re a l
m ente en el sistem a nervioso de la conmoción que se su fre al nacer, pe
ro observando cuidadosam ente las d istin ta s m aneras de t r a t a r a los n i
ños recién nacidos — los acunan suavem ente contra el pecho, los tom an
por los tobillos palm eteándolos, los a rro p a n de ta l modo que la luz no los
toca h a s ta que tienen ya v a ria s sem anas, o los sostienen con los b ra
zos tiesos p a ra que se las arreg le n solos, como r a n it a s —- se com prue
ba que estos prim eros tra to s coinciden con el tra ta m ie n to que se les da
posteriorm ente y con las fa n ta s ía s que te n d rá n luego. P or m uy poco
que ap ren d a el niño al nacer, la m adre, la com adre que la atiende y el
pad re que ag u a rd a o que se m archa a consultar al brujo, conservarán la
huella de la experiencia del nacim iento y se la tra n sm itirá n al niño.
N u estra s teorías de las nociones h um anas su friría n una alteración
esencial si se com probara que los varones y las m ujeres recuerdan, en
fo rm a diferente, la p rim e ra experiencia violenta de la te m p e ra tu ra y
la respiración, o si se en teran de ella a tra v é s de las im ágenes y de la
poesía del mundo adulto. P ero de cualquier modo, ta n to si el varón
aprende algo d iferente de la voz de su m adre porque recuerda, m uy en
lo íntim o, una conmoción menos inten sa en su piel, o porque com pren
de que sólo puede experim entar el nacim iento u n a sola vez, m ientras
que la niña vive anticipadam ente a l nacer el momento en que d a rá a
luz a su propio hijo, de cualquier modo !a experiencia del nacim iento
fo rm a p a rte del equipo simbólico de la s m ujeres, que están hechas p a ra
concebir hijos, y de los hom bres, que nunca los han de concebir.
A p a r tir del nacim iento — y probablem ente tam bién desde an tes —
pueden distinguirse tipos co n tra sta n tes de conducta en la actitu d de
'.a m adre hacia el niño. E l niño puede ser tra ta d o como u na pequeña
c ria tu ra ín te g ra : pequeño anim al, pequeña alm a, pequeño ser hum a
no, según sea el caso, pero siem pre íntegro y h a s ta cierto punto capaz
de oponer su voluntad y sus necesidades a las de su m adre. E s ta con
ducta se puede denom inar sim é tric a " ya que la m adre procede como si
el niño fu e ra esencialm ente igual a ella, como si ella respondiera a u n a
conducta sim ilar a la suya. O puede t r a t a r al niño como si fu e ra u n ser
diferente, que recibe cuando da, poniendo todo el énfasis en la diferen
cia que h ay en tre su conducta y la del niño, m ien tras acaricia, cobija
y sobre todo alim enta a u n a c ria tu ra débil que depende de ella. E sta
relación puede denom inarse com plem entaria ya que cada uno desempe
ñ a un papel diferente y los dos papeles se' com plem entan. A parece un
te rc e r tem a cuando se considera que la conducta de la m ad re y el niño
e n tra ñ a un intercam bio, recibiendo el niño lo que la m adre le da, y de
volviéndolo luego en la eliminación. No se su b ray a el c a rácter simé
trico o com plem entario de los papeles, que im plica u n a sensación de
am bas personalidades — como siendo del mismo tipo o, en este caso,
como teniendo diferentes conductas ad e cu a d as— , sino que se pone de
relieve el intercam bio de cosas e n tre m adre e hijo. E s ta conducta pue
de denom inarse reciproca. 3 E n la versión recíproca de las relaciones
el am or, la confianza, las lág rim as equivalen a los objetos físicos, pero
el intercam bio de objetos físicos sigue siendo el prototipo. Todos estos
tem as se encuentran presentes en las distin tas versiones cu ltu rales de
la relación e n tre m adre e hijo. Cuando se su b ray a la individualidad
ín te g ra del niño, h ay sim etría ; cuando se su b ray a su debilidad y su
im potencia, h ay conducta com plem entaria; cuando la m adre le da al
niño no sólo el pecho sino la leche, comienza la reciprocidad. P ero las
cu ltu ras d ifieren mucho en cuanto al én fasis que le d an a cada uno de
estos aspectos. P o r lo ta n to podemos ver los contrastes que hay en tre
m adres pertenecientes a cu ltu ras que su b ray a n aspectos diferentes.
Los ara p esh tr a ta n al niño como si fu e ra un pequeño objeto suave, f r á
gil y precioso que se debe proteger, alim e n tar y m im ar. No sólo la m a
dre, sino tam bién el padre, tienen que cum plir con esta protección abso
lu ta. Después del nacim iento, el pad re d eja de tr a b a ja r y duerm e al
lado de la m adre, debiendo abstenerse de copular, au n con su o tra es
posa, m ien tras el niño sea pequeño. Cuando la m adre anda por la casa
o por la aldea lleva al niño colgado debajo del pecho por medio de u n a
banda de género de corteza o en u n a suave bolsa de m alla donde el n i
ño se acu rru ca como lo hacía en la m atriz. Siem pre que quiera comer,
aunque no dé m uestras de ham bre, se lo alim enta con serenidad e in
terés. Se pone de relieve así la receptividad de la boca ta n to en los v a
rones como en las niñas. D u ra n te la la rg a y am parad a in fan cia, mien
tr a s son llevados por los escarpados cam inos de la m ontaña en bolsas
sostenidas con la fre n te por sus m adres o sobre los hombros de sus p a
dres, sin que ja m ás se les h ag a cum plir con ta re a s difíciles o agotado-
r ts , todo su interés se concentra en la boca. N i siquiera el pecho que
casi siem pre a su alcance le proporciona suficiente estím ulo a u n a
: a la que se le ha dado ta n to énfasis, y los chiquillos ju e g an incan
sablem ente con los labios, haciendo b u rb u jas, pellizcándoselos o f ru n
ciéndolos con los dedos. E n tre ta n to , la acción prensil de la boca no se
desarrolla. E l pecho que se le ofrece fácilm ente no tiene por qué ser
arreb atad o o mordido. E l modo des llevar a los niños no hace hincapié en
que las m anos ap ren d an a a s ir; cuando así ocurre esto re fu e rz a las posi-
bilidadades prensiles de la boca. E l niño arapesh, v arón o n iñ a, sigue
tom ando, receptiva y, pasivam ente, todo lo que le ofrecen y tiene rab ie
ta s si se le llega a n eg a r el alim ento, como puede suceder p o r nece
sidad, ya que el pueblo su fre g ra n escasez de víveres.
T anto los niños como las n iñ a s van conociendo la vida valiéndose de
la boca. Cuando m iran, sus ojos re fle ja n la m ism a expectación pasiva.
Los ojos se les ilum inan y las bocas g rita n de entusiasm o cuando se les
m u estra un color hermoso, pero la s m anos no se extienden agresivas,
n i la s m irad as escudriñan o exam inan con curiosidad activa. E n tr e los
arap esh la comunicación en tre el in fan te y los dem ás se establece a
tra v é s de u n a p a rte del cuerpo, que se ha especializado intensam ente,
la boca, y de u n aspecto de la boca, la receptividad pasiva. Los ara p esh
de ambos sexos, como todos los seres hum anos, deben ap ren d er even
tualm ente a u sa r el cuerpo entero en el acto de m adurez sexual que
conduce a la procreación. E sto le re su lta b asta n te fác il a la m u je r a r a
p e s h .4 Se necesita u n cambio m uy leve de actitud p a ra tr a n s f e rir la
sensación de agradable expectación, de retención suave y optim ista, de
la boca a la vulva. E n tre los a ra p e sh e ra posible v er a u n a esposa des
deñada tra e rle con a fá n la comida al m arido negligente, quedando p até
ticam ente agradecida si él la comía, pero ja m á s oí a n inguna m u je r
q u ejarse de la incom petencia sexual del esposo. No se oyen acusaciones
de poca potencia cuando riñ en al caer la ta rd e . Cuando siguen el p atró n
establecido p a ra el m atrim onio, según el cual el m arido, siendo toda
v ía un jovencito de doce o catorce años, empieza a alim en tar a su p ro
m etida, desem peñando el papel que su m adre y su p a d re h an des
empeñado an tes p a ra con él, y el m atrim onio no su fre in te rru p
ciones, la m u je r se encuentra en una posición psicológica que es la
evolución p erfec ta de su experiencia in fa n til: pasiva, subordinada,
m im ada. A su vez tr a t a a los hijos del mismo modo.
P ero, ¿qué le sucede a l varón arapesh? ¿Qué p rep aració n le propor
ciona p a ra ia vida en u n a a g re ste región de N ueva G uinea, rodeada
de trib u s de feroces cazadores de cabezas y brujos ch an ta jista s, la no
ción de que la relación prim ordial con los dem ás está basad a en la re
ceptividad pasiva o en el sum inistro de alim ento y bebida? N o se vuel
ve hom osexual dentro de la sociedad, aunque hay m ucha confianza
y cordialidad y risita s de am or p u eril e n tre los varones. P ero la acti-
tu d inversa — el deseo de dom inar, de im ponerse, que se rv iría de base
p a ra la hom osexualidad activa ■—■no se p rac tica lo suficiente, n i está
lo b astan te desarrollado el resentim iento asertivo de la pasividad como
p a ra d a r lu g a r a un tipo de hom osexualidad en el que se intercam bien
los papeles activos y pasivos. Los hom bres adultos son varones hete
rosexuales que desconfían muchísim o de la s m ujeres ex tra ñ as, de sexua
lidad acentuada, de las trib u s vecinas, que Ies q u ita rá n p a rte del se
men p a ra utilizarlo en b ru je ría s. A un la cópula con sus p ropias esposas,
a quienes han alim entado y mimado, no e n tra ñ a u n a confianza abso
lu ta , sino que es un rito por el cual las excreciones genitales de cada
uno le son en treg ad as cerem oniosam ente al otro. Y h a s ta d entro del
círculo doméstico, ta n bien definido, esto puede re s u lta r peligroso. No h a
cen la g u e rra casi nunca y perm iten que sus vecinos m ás agresivos los
extorsionen, los am enacen, los intim iden y los sobornen; ad m iran ta n
to las producciones a rtístic a s de o tros pueblos que p rácticam en te no
tienen a r te propio. Cuando van de caza arm a n tra m p a s y esperan a
que el anim al caiga, o “cam inan por el bosque p a ra ver si en cuentran
alg u n a p re sa ” y las peleas e n tre los cazadores son m otivadas porque
discuten acerca de quién divisó prim ero al anim al. L as cerem onias m as
culinas de los arap esh , de las que quedan excluidas las m ujeres, sub
ra y a n sim bólicam ente la n atu ra lez a de la m aternidad. Los hombres
se h ieren los brazos, dejando co rrer la sa n g re que luego m ezclan con
leche de coco p a r a d árse la a beber a los novicios, que en esta form a
ritu a l se convierten en sus hijos (porque el niño al n acer sólo lleva la
san g re de la m a d re ). Todos los violentos recursos utilizados en la ini
ciación, la subincisión, el golpearse con ortigas, etcétera, contribuyen,
a su m a n era de ver, al crecimiento de los novicios. Los jóvenes que h an
comido por f a lta de precaución alim entos prohibidos — f ra s e que
tam bién u sa n p a ra refe rirse a la prom iscuidad se x u a l— se hieren el
pene y dejan co rrer la sangre p a r a rec o b ra r la salud. P o r consiguien
te, la crianza que los ara p esh dan a sus hijos su b ray a la conducta
com plem entaria de ta l modo que les re su lta m uy fácil a las m ujeres
tra n sfo rm a rla p a r a asum ir el papel fem enino adulto. Solam ente su
f r e la m u je r que, a p esar de estas nociones im puestas, tiene un a se
x ualidad positiva y tiene interés en la culminación del placer. P ero se
tr a t a de u n a sociedad en la que es mucho m ás difícil ser varón, es
pecialm ente en los aspectos afirm ativos, creativos y productivos de la
vida, de los que depende la e s tru c tu ra de u n a civilización. Si bien la
crian za es adecuada p a ra la m ayoría de las m ujeres, sólo re su lta
apro piada p a ra algunos hombres.
Pero la receptividad es sólo u n a de las m odalidades de conducta
propias de la boca del niño pequeño que pueden tra n s fe rirs e a o tras
p a rte s del cuerpo. La boca no es únicam ente dócil y receptiva, los la
bios infan tiles son capaces de algo m ás que de ex p rim ir suavem ente
el pezón; la boca es tam bién u n órgano prensil exigente y las encías
del niño m ás pequeño pueden m order salvajem ente el pecho que no le
da satisfacción. Cuando la madrea tom a al niño en brazos por p rim e ra
vez puede tra ta rlo como si fu e ra u n a c ria tu rita receptiva o u n a cria tu -
rita activa y exigente arm ad a de voluntad propia y de dientes. E s ta re
lación activ a es todavía m ás com plem entaria; el niño tom a, la m adre
responde con resignación o con u n a acción recíproca, o quizá r e tirá n
dole el pecho si el niño reclam a dem asiado. E n tre los cazadores de ca
bezas iatm ules hallam os que ta n to la conducta receptiva como la exi
gen te están muy. desarrolladas. Desde su nacim iento se tr a t a al niño co
mo si fu e ra una entidad a p a rte con voluntad propia, y en seguida, an
tes de que la m adre ten g a leche, la nodriza le introduce el pezón en la
boca con solicitud, pero al mismo tiem po con algo de ese gesto que tie
nen las m adres cuando le ponen el pezón en la boca al niño que llora,
como quien ta p a u n a botella de gaseosa.
Cuando el niño iatm ul tiene alg u n as sem anas la m adre y a no lo lle
va a todas p arte s, n i se sienta con él en la fald a, sino que lo deja encima
de un alto banco a cierta distancia, desde donde tiene que llo ra r con g a
n as p a ra que lo am am anten. S eg u ra de que tiene ham bre, la m adre se
llega h a s ta el niño y lo alim enta generosa y serenam ente, pero cuando
el niño ha tenido que llo ra r de v era s p a ra que le den su alim ento come
con m ás determ inación y au m en ta tam bién el vigor con que la m adre
le introduce el pezón en la boca. A n tes de que el niño te n g a dientes, se le
dan a roer trozos duros de carne de ave y cuando los dientes le em pie
zan a sa lir los corta con la s conchas del collar de su m adre. A trav é s
de este intercam bio en tre m adre e hijo, se va desarrollando la sensa
ción de que la boca es u n órgano imperioso y, exigente, que tom a todo lo
que puede de un mundo que no está m uy m al dispuesto a dárselo. E l
niño adquiere noción de u n a a c titu d an te el m undo: que si lucha bas
ta n te , alguien que lo t r a t a como a u n igual cede, y que la ir a y el hacer
sen tir im periosam ente los derechos tienen recom pensa. 5
Los niños de ambos sexos se fo rja n im ágenes que luego in flu irán
sobre su concepto de la cópula; la n iñ a se fo rja u n a im agen m ás activa
del papel fem enino. M ás adelante, en las cerem onias de iniciación se h a
rá n descender fig u ra s que rep rese n tan vulvas gigantescas sobre las ca
bezas de los novicios.6
A orillas de uno de los aflu en tes del río Sepik viven los m undugum o
res, quienes exageran aún m ás la s actitudes activas de las m u jeres ia t
m ules hacia los niños de pechó. A las m ujeres m undugum ores les dis
g u sta positivam ente te n e r hijos y les disgustan los niños. Llevan a las
c ria tu ra s en ásp eras can astas opacas que les ra sp a n la piel, y luego
sobre los hombros, bien lejos del pecho. A m am antan a los hijos de pie,
apartándolos en cuanto están u n poco satisfechos. A los recién nacidos
que algunas veces adoptan los hacen p a s a r ham bre p a ra que chupen
luego con fu erza de los pechos h a s ta que les venga la leche. Aquí h a
llamos que el desarrollo del carácter sub ray a la avidez im paciente, ir r i
tad a. E n la vida ad u lta el am or se hace como si fu e ra el p rim er asalto
de u n a pelea y los mordiscos y los arañazos fig u ra n prom inentem ente.
Cuando los m undugum ores ca p tu rab a n a un enemigo se lo comían y,
luego contaban el incidente riendo. Cuando un m undugum or se enoja
ba h a s ta el punto de e s ta r furioso consigo mismo, se m etía en un a ca
noa y se dejaba llevar por la corriente p a ra que lo devorara la trib u
vecina.
E n estas tre s trib u s la boca tiene un papel im portante, como medio
del que se valen los adultos p a ra com unicarle al niño sus actitudes o r
g anizadas con respecto al mundo. E s probable que al mismo tiempo
que se alim enta, el niño vaya adquiriendo cierta noción de la disposición
del mundo p a r a d arle o n egarle comida, p a ra ofrecer pródigam ente
o r e p a rtir con parquedad. Pero a fin de lo g rar u n a comunicación ge-
nuina, que le sirv a de base al niño p a ra com prender su c u ltu ra y su p a
pel sexual, es preciso que la boca le interese ta n to al adulto como al ni
ño. Cuando una m u je r se ha form ado el concepto de su p ro p ia recep
tividad fem enina a tra v é s de la fo rm a en que ha sido alim entada de n i
ña, e¡ proceso está presente cuando le introduce el pezón en la boca
a su hijo, y es aparentem ente a trav é s de este intercam bio como se
adquieren las nociones fundam entales en la sensibilidad de los labios,
en la perioricidad del apetito, en la fuerza del impulso p a ra m am ar.
E sta s diferencias, que en rea lid ad pueden e s ta r sistem áticam ente re la
cionadas con el tipo de complexión, tienen g ra n im portancia porque
constituyen la base del carácter individual, pero la individualidad se
desarrolla como u n a versión de la actitud general que prevalece en la
sociedad, en la clase social o en la región donde se c ría el niño.
E n algunas cu ltu ras los adultos se interesan menos por la boca y de
m u estran en cambio m ás preocupación por enseñarle al niño a contro
la r el intestino. La alim entación se cumple m ás sencillam ente ya que
no tie n e la m ism a im plicancia, en ta n to que las principales nociones
que adquiere el niño tienen relación con el otro extrem o del canal g as
tro in te stin a l cuya m odalidad de conducta no es la receptividad pasi
va y la exigencia activa, como en el caso de la boca, sino la retención
y la evacuación. E n este caso el én fasis se desvía de la relación com
plem entaria hacia Ja relación en tre el niño y lo que prim ero ingiere y
luego expulsa. Asi se conocen las relaciones en tre la persona y las co
sas, subrayándose las relaciones recíprocas en vez de las simples re
laciones com plem entarias. La posterior tran sfe re n cia a los órganos
genitales de la s actitudes referen te s a la elim inación da origen a la pu
dibundez, al apuro, a la ausencia de gozo y de caricias previas en la
cópula. E ste tipo de ca rá c te r en el que la comunicación más destacada
en tre m adre e hijo es el én fasis sobre el control de la eliminación es
b astan te frecu en te en n u e stra sociedad. F ig u ra prom inentem ente en
tr e los m anus de las islas del A lm irantazgo un grupo de p u ritan o s
eficientes cuyas m ujeres ja m á s m enean las fald as de hierba al an d a r
— las fald a s no son, al fin y al cabo, m ás que un artículo como cual
quier otro de continuo trá fic o de m e rc an c ías— , donde a las jóvenes no
les e stá perm itido coquetear y donde el am or, aun el afecto e n tre h e r
m ano y h erm ana, se m ide en m ercaderías. E n estas aldehuelas de la
E dad de P iedra ex istía la prostitución, y el dueño de la p ro stitu ta , una
cau tiva de g u e rra , gan ab a dinero. A quí las m ujeres no se q u itan jam ás
las fald as, n i siquiera cuando dan a luz. E n tre m arido y m u jer la có
p u la es algo vergonzoso que se hace de p risa y a escondidas, y en tre
otros es adulterio, castigado severam ente por los espectros tu te la re s
v igilantes y p uritanos. Los papeles que desem peñan los hombres y las
m u jeres están m uy poco diferenciados; todos tienen im portante p a rti
cipación en el cerem onial religioso e intervienen en los negocios. Si un
hom bre es estúpido, los p arie n tes le buscan u n a esposa lista p a ra com
p en sar su deficiencia. E l acto sexual viene a se r algo así como u n a ex
creción com partida y en tra n en juego la s actitudes que ambos sexos
h an adquirido d u ra n te la in fan cia, aunque no en ig u al medida, y a que
el papel sexual de la m u je r es denigrado, m ien tras que el hom bre si
gue h a sta cierto punto cum pliendo con u n a actividad que le han im
puesto. P ero es ta n g ran d e la desestim ación del sexo y de la atracción
sexual que esta diferencia en tre los conceptos que se fo rja n los hom
bres y las m ujeres pierde significación. L a sodomía, algo frecu en te en
tr e los jóvenes, es uno de los n a tu ra le s resultados de e sta educación.
P o r o tra p arte , un pueblo puede d em ostrar mucho menos in terés por
los extrem os del canal g astro in testin al. Pueden alim en tar a los niños
de una m an era positiva sin én fa sis alguno, d em ostrar hacia la elimi
nación u n a absoluta indiferencia, y com unicarse con ellos en cambio
p o r la fo rm a de tom arlos en brazos, de oprim irles los bracitos y las
p iern as, de abrazarlos y tocarlos, por el juego de tensiones en tre el
niño y quien lo sostiene. Los baliineses, por ejemplo, lo g ran cierta co
municación p o r medio de la boca, pero en esta comunicación el énfasis
recae sobre el alim ento y a m asticado (es decir, por analogía, y a dige
rid o ), una mezcla de b an an as y arro z que apilan sobre los labios in
defensos del niño y que le hacen tr a g a r sin piedad en cuanto ab re la
boca p a ra p ro te sta r. L a consecuencia lógica de este asalto es u n a f u e r
te tendencia a cubrirse, a ta p a rs e la boca m ás adelante. Se come con
g ra n vergüenza, m ien tras que se bebe con n atu ra lid a d y con placer;
el arquetipo es lib a r de un pecho vuelto hacia a rrib a sobre el que se
sostiene al niño. E xiste una dicotom ía fundam ental en la vida balinesa
en tre lo frívolo y lo serio, e n tre las comidas pesadas y la defecación
p o r una p a rte , y las com idas lig e ras y la micción, por la o tra , entre
acostarse con la esposa y acostarse con una e x tra ñ a con quien se tro
pieza al azar. L a c ria tu ra se encuentra por p rim e ra vez fre n te a esta
dicotomía en la alim entación. Pero, a diferencia de los otros cuatro
pueblos que he mencionado, los balineses le dan énfasis a los órganos
genitales desde m uy te m p ran a edad. L a m adre, el chiquillo que lo cui
da y todos los que lo rodean ju g u e tea n constantem ente con el pene del
niño. A com pañan el cosquilleo repitiendo las p alab ras, “ buen mozo,
buen mozo”, calificativo que sólo em plean p a ra los hombres. A la s ni-
ñ ita s les acarician suavem ente la vulva, susurrándoles el calificativo
fem enino correspondiente: “L inda, linda, linda”. H ay m uy poca dife
rencia e n tre el tr a to que la m adre le da a su hijo y. el que le d a al pene
del niño. E l mismo palmoteo, las m ism as caricias se rep iten mien
tr a s que los dem ás tam bién tom an en brazos al niño jugando con él co
mo ju e g an con su pene.
Pero la m ayoría de las nociones del niño balines tienen relación con
su cuerpo entero, con la fo rm a en que la m adre lo tom a en brazos co
mo si fu e ra p a rte de su cuerpo; el niño, pasivo y tranquilo, se mece en
el cabestrillo m ien tras ella m a ja arro z o hace sus ta re a s con movimien
tos rápidos y rítm icos. E l niño se va creando una relación con el m un
do sem ejante a la de u n a p a rte in te g ra n te con el todo, en la que cada
p a rte de su cuerpo es una unidad y sin em bargo es p a rte in te g ran te
del todo. L a valoración de la sexualidad se basa prim ordialm ente en
la valoración del pene. L a hom osexualidad m asculina no es cuestión
de reivindicación com plem entaria, sino u n anhelo de poseer toda la
m asculinidad posible, y en los casos de hom osexualidad fem enina — en
los palacios de los viejos r a ja s , por ejem p lo — se utilizaban falos pos
tizos. Cuando los chiquillos se ponen el dedo en la boca explorándola,
ponen aparentem ente m ás énfasis en la sensación que experim entan
en la superficie del dedo que en las sensaciones de los labios y de la
cavidad oral. Se co rte ja con los ojos y todo el juego g a la n te se concen
t r a en las m iradas. L a fra s e que u san p a r a describir el juego de los
ojos es “ como se m iran dos gallos de riñ a ”, y la tensión decae rá p id a
m ente luego de este choque de sentim ientos. A un esta exploración ta n
esquem ática de la form a en que los m iem bros de diferentes cu ltu ras
les com unican a los niños sus actitudes culturales históricas puede d a r
un a idea de lo in fin itam en te complicado que les resu lta el proceso de
fo rja rs e un concepto del papel sexual adulto a los seres hum anos que
tienen que e s ta r d u ra n te ta n to s años sujetos a ¡as estilizadas presio
nes de los adultos. E l cuerpo del niño con sus orificios está expuesto a
innum erables presiones, estím ulos, prohibiciones y énfasis. P u ede ser
cuidado por m ujeres, o p o r hom bres y m ujeres, p o r n iñ a s o niños. P ue
de se r como si fu e ra p a rte de su m adre, o como si fu e ra u n a persona
ín te g ra, o p a rte de u n a persona, o u n escarabajo o u n dios. P ero cuales
q u iera sean las estilizaciones de su crianza, el acto sexual adulto sigue
siendo un acto com plem entario: el varón introduce, la m ujer recibe,
por m ás que estos principios anatóm icos se quieran fa lse a r o igno
r a r . Cada niño se fo rja , a trav é s del tr a to que recibe de los adultos de
ambos sexos, u n a im agen de su cuerpo y, del sexo opuesto, que luego
fo rm a rá p a rte de su capacidad y de su papel sexual. Probablem ente, el
én fasis sobre la boca como zona de intercom unicación en tre los adul
tos y los niños proporciona im ágenes m ás intensas p a ra el acto sexual,
pero al mismo tiem po e n tra ñ a gravísim os peligros porque la a p re
ciación dem asiado vivida de las gratificaciones de la receptividad es
incom patible con el papel masculino adulto, y puede h asta conducir a la
inversión; m ien tras que si se da mucho énfasis a los aspectos afirm a
tivos y exigentes de la boca se puede su scitar una im agen fem enina
dem asiado activa, dem asiado exigente, y am enazante. E n las d isputas
conyugales los m aridos iatm ules p ro testan agriam ente porque las m u
je re s exigen dem asiado de su capacidad p a ra la cópula.
P o r lo tan to , hemos visto que el én fasis sobre la boca o los órganos
genitales es fundam entalm ente de c a rá c te r com plem entario, y condu
ce a la adopción de ciertas actitudes con respecto a la actividad y a la
pasividad, a la iniciativa y a la correspondencia, a la introducción y a
la recepción. T am bién hemos visto que el énfasis sobre la elim ina
ción puede fácilm ente recalcar la reciprocidad y el énfasis sobre la in
gestión, retención y evacuación, la m esura en d a r y recibir. A fin de
hacer de esta conducta u n a conducta sim étrica, es preciso ig n o rar o
fa lse a r estas relaciones parciales que son esencialm ente asim étricas.
Cuando la distorsión es activa, encontram os situaciones como las que
reproducen cuando riñen las m u jeres iatm ules y una le dice a o tra :
“ Voy a copular contigo”, contestándole la o tra con la m ism a fu ria :
“ ¿Con qué?” E l hombre balinés conserva la s relaciones sim étricas re
chazando específicam ente las situaciones com plem entarias. Se ta p a la
boca y los oídos, niega su correspondencia y su receptividad, y no perm i
te que lo convenzan por medio de la o rato ria. Se doblega, y a menos que
su su p erior dem uestre !a m ás estilizada conducta com plem entaria, exa
g era súbitam ente su propia conducta en térm inos com plem entarios y
le hace co rrer el riesgo de d egradarse. E l superior, p a ra reco b rar el
equilibrio, debe ren u n ciar a la arro g an c ia com plem entaria.
Pero un conjunto igualm ente im p o rtan te de nociones, que luego fo r
m a rá n p a rte de los conceptos del niño sobre su papel sexual, le es o fre
cido p o r las diferencias de tam año ¡bu el mundo que lo rodea. Las dife
rencias de tam año en tre pad res e hijos parecen a prim era v ista fija s
y por lo tan to inm utables; no obstante, la s sociedades en realidad las
utilizan de m uy d istin ta s m aneras. E l adulto puede su b ra y a r el p are
cido en tre el niño y el pad re y vestirlo como un adulto, quitándole toda
relevancia a la diferencia de tam añ o y destacando la diferencia de se
xo. E n ciertas regiones del antiguo Ja p ó n un niño de cu atro años, por
ser varón, podía a te rro riz a r a su m adre y a las dem ás m ujeres de la
casa. Su m asculinidad c o n tra rre sta b a u n a diferencia de tam año que
le hubiera perm itido a cualquiera de las m ujeres d arle u n a buena
zu rra. Cada vez que se su b ray a la identidad del sexo a expensas del
co n traste en el tam año, se destaca la significación y el ca rá c te r com
plem entario de los dos sexos. P ero cuando se a g ru p a a los niños sin
distinción alg u n a considerándolos inferiores en categ o ría o en fu erzas
a los adultos de ambos sexos, se les re s ta toda im po rtan cia a las dife
rencias de sexos. A lgunas cu ltu ras hacen uso de un tem a, o tra s se va
len de los dos. E n tre los iatm ules, que dem uestran acen tu ad a p refe
rencia por la conducta sim étrica, cuando dicha conducta es posible,
se utilizan complicados recursos p a ra no perder el control de las posi
bilidades de que se desarrolle u n a conducta com plem entaria e n tre los
hombres. La c ria tu ra conoce sim ultáneam ente las posibilidades de la
pasividad y de la receptividad, a trav é s de la fo rm a afirm a tiv a en que
su m adre lo am am anta, y la s v en taja s de la exigencia im periosa por
que no es alim entado h a s ta que no h ay a hecho se n tir su reclamo. Las
m adres no sólo tr a ta n a los recién nacidos como si fu e ra n seres ín te
gros dotados de voluntad propia, sino que es m uy corriente ver a una
m adre desafiando a un niño de dos años, que huye chillando de miedo
al palo con que lo am enaza, pero con el que sin em bargo nunca le pega.
Se le perm ite escapar agotado por el esfuerzo, m ien tras la m adre vuel
ve a sus ta re a s com entando lo fu e rte y lo in tra ta b le que es el chico.
Los hom bres adultos ahu y en tan a los niños arrojándoles p ied ras; los
p adres se pasean furiosos por la aldea lanzando imprecaciones contra
sus hijos de ocho años, que pueden por ejemplo haber quemado u n a v a
liosa h u e rta de sagú. De m il m aneras diferentes los adultos le dicen
al n iñ o : “E re s m uy fu e rte , m ás de lo que pareces, m ás aú n de lo que
tú te sientes. T an fu e rte eres que puedes se r nuestro riv a l y vencer
nos.” Y cuando la m adre tom a algo p a ra comer el niño g rita rabioso y
la obliga a darle un pedazo prim ero. Pero, a p esar de esta valorización
de su fuerza, los varoncitos están clasificados con las n iñ as y las mu
je re s fre n te a los hom bres, que son los m ás fu e rte s o quieren creer que
lo son. Los varones se sientan con sus m adres en la s casas de duelo
arqueando la espalda, con la m ism a g rac ia que tienen las n iñ itas cuan
do se sientan a ju g a r con sus pequeños utensilios de cocina, y llevan
tam bién cariñosam ente a las c ria tu ra s en brazos. Oyen m ás de un a do
cena ue térm inos p a ra d esignar "la sodomía proferidos por los h ab itan
tes de la aldea sin distinción de sexo, pero si dos chiquillos in te n ta n
llevar a efecto lo que oyen, los varones m ayores los arm a n con palos y
los obligan a pelear. E n la vida ad u lta los rito s complicados en los que
los hom bres se d isfraz an de m ujeres parodiando su in ferio rid ad y las
m ujeres se d isfraz an de hombres parodiando su gloriosa am pulosidad
fig u ra n frecuentem ente en las cerem onias. Y sin em bargo en todas las
sociedades los hombres son en gen eral m ás grandes que la s m ujeres,
m ás fu e rte s que las m ujeres, y los adultos son en g eneral m ás grandes
y m ás fu e rte s que los niños. Se le puede hacer se n tir a un niño que su
m asculinidad es profundam ente dudosa porque es ta n to m ás pequeño
que un hom bre, o que su m asculinidad es una posesión inalienable y ab
soluta porque le otorga u n a posición de dominio o de p referen cia
fre n te a u n a m u jer mucho m ás g ran d e que él. U na n iñ a puede p asarse
la in fancia peleando en igualdad de condiciones con los varones, alg u
nos m ás chicos o m ás débiles que ella, cuando los niños de ambos se
xos se colocan fre n te al mundo de los adultos, y puede lle g ar a se n tir
se en consecuentica ta n fu e rte o m ás fu e rte que u n varón. U na n iñ a pue
de ser tr a ta d a con ta n excesiva caballerosidad desde chiquita, que lle
g a a d arle a sus encantos fem eninos u n valor que ja m á s se le hubiera
ocurrido asignarles, si no se lo hu b ieran acordado hombres ta n to m ás
g randes e im portantes que ella.
De modo que los tre s tem as, la oposición com plem entaria, la recipro
cidad y la sim etría, están entretejidos en el larg o proceso de apren d i
zaje, com penetrándose y m odificándose, siendo posible recalcar un a s
pecto de la conducta com plem entaria h a s ta convertirlo en u n a fo rm a
de conducta sim étrica, constituyendo la diferencia de edad la única asi
m etría — como en tre los arapesh, donde lo ideal es que los m aridos sean
mucho m ayores — puesto que la receptividad y la correspondencia es
tá n ta n subrayadas. O el aspecto imperioso y agresivo de la relación
que m erced a la lactan cia se crea e n tre m adre e h ijo puede to rn arse
dom inante, volviéndose ambos sexos im periosos y exigentes. L a no
ción de los medios del cuerpo se adquiere a tra v é s de éste.
You stingy boy! you’ve always had And when that other comes to you,
A share in mamma's heart; God gran t her love may shine
Would you begrudge your poorolddad Through all your life as fair and trae
The tin iest little part? As mamma's does through mine! *
* A já ! Un traidor en el campamento, / Un extraño y audaz rebelde, !
Pillo balbuceante, riente y gateante. / De cuatro años apenas!
i pensar que yo, que reiné solo / Orgullosamente en el pasado, /
Sería desplazado de mi trono. / Por fin , por mi propio hijo!
Pasea su traición por todas partes, / Como .hacen sólo los niños /
Y dice que será el novio de mamá / Cuando sea un “hombre grande” !
N iño mezquino! siempre has tenido / Un lugar en el corazón de mamá.
No le regatearás a tu pobre papá / La más pequeña parte,
Y mamá, me entristece ver, j Se inclina hacia tu lado, /
Como si una doble monarquía / Reinara en su dulce corazón!
Pero cuando pasen los años de juventud, / El hombre con barba ya, /
Olvidará que jamás haya dicho, / Que sería el novio de su mamá.
Renuncia a tu traición, hijito, / Déjiame a mí el corazón de mamá /
Pues habrá algún otro / Que reclame tu lealtad.
Y cuando ese otro llegue a ti, / Dios permita que su amor brille /
A través de tu vida, limpio y cierto / ; Como el de mamá en mí!
E n todas las sociedades conocidas encontram os en ios varones cier
ta s m anifestaciones de lo que los psicoanalistas denom inan estado la
tente, o sea un período d u ran te el cual desaparece el in terés evidente
por el sexo, viviendo los niños en u n mundo a p a rte , indiferentes o
ab iertam ente hostiles fre n te a la s niñas, preocupándose solam ente por
ad q u irir fu erza y dominio sobre los demás. Y a son dem asiado g randes
p a ra conform arse con las sensaciones que aceptaban ávidam ente du
ra n te la infancia, pero todavía no están en condiciones de gozar los de
leites m ás sofisticados de la edad adulta. No se sabe si existe algún
mecanismo psicológico interno que provoque el “estado la ten te” en el
niño, pero sin duda a los cinco o seis años se le p resen ta el dilema de la
actitud que ha de asum ir d u ran te los próxim os siete u ocho años en sus
relaciones con los adultos, con el otro sexo y con su propio cuerpo. E l
dilem a se agudiza cuando el niño pertenece a u n a reducida fam ilia bio
lógica, siendo su única com pañera fem enina la m adre, que lo h a alim en
tado y. cuidado con te rn u ra confiriéndole una sensación de dependencia,
y siendo su único com pañero m asculino su padre, que, por m ás cordial
que sea, es siem pre un riv al po r el cariño de la m adre. Luego llega el
momento — cuando lo envían a un internado si pertenece a un a fam i
lia inglesa de la clase alta, o cuando nace u n herm ano o pierde los dien
tes de leche — en que su relación con la m adre ya no se define en térm i
nos de se r él u n niñito y ella una m u jer que lo am p ara. Cuanto m ás des
taquen los adultos la fem ineidad y ¡as m usculinidad, m ás vivam ente p e r
cibirán los varones la tensión de la situación, la riv alid ad con el padre,
el co ntraste v irtu a l con el sexo de la m adre. Tam bién la m adre, empe
ñ ad a en su relación de m u jer con los hom bres adultos, e s ta rá m ás dis
puesta a renunciar al hijo. E l caso es otro cuando se pone de relieve la
fem ineidad de la m u jer y la virilidad del hombre. E ntonces es posible
que la m adre se a fe rre al hijo y que la m asculinidad del niño se des
arro lle como co n tra p arte de su m aternidad en vez de asu m ir la fo rm a
de u n a rivalidad con el padre. Cuando la m asculinidad de los hom bres
es ru d a y los sentim ientos p atern ale s están sólo ligeram ente d esarro
llados, se acrecienta la tendencia a v er u n riv a l aun en el varoncito m ás
pequeño, y el padre tr a t a al hijo-rival de modo que se atenúen los temo
res que dicha rivalid ad le in sp ira obligando a menudo al h ijo a com
p o rta rse m ás como un hom bre que como un niño, lo que viene a ser o tra
m an era de deeirle “A léjate de tu m ad re”. A sí es que au n an tes de na
cer el P.iño ya constituye1 una v irtu a l am enaza y u n riv a l tan to p a ra
el padre como p a ra la m adre m undugum or puesto que están pendien
te s de su pro p ia m asculinidad y fem ineidad, detestando ser padres. E n
tr e los m undugum ores los tabúes prenatales que en las o tra s socieda
des vecinas sirven p a ra proteger al niño protegen al p ad re; si el m a
rido copula con su m u jer d u ran te el em barazo, le b ro tan furúnculos o
en g en d rará otro hijo y luego se verá fre n te a la doble ca tá stro fe que
significan los mellizos. Pero en tre los arapesh, donde los papeles p a te rn a
les eclipsan la sexualidad, las relaciones sexuales se prolongan por
mucho tiem po d u ran te el em barazo m ientras que el niño se v a fo rm a n
do, y. es sólo cuando creen que el niño ya está completo que el m arido
deja de dorm ir con su m ujer, como m edida de protección p a ra el niño
que ta n to desean. De modo que a u n antes de que nazca la c ria tu ra se
p re fig u ra ya la situación de Edipo y se pueden observar indicios sobre
la m anera de en c a ra r la rivalidad en tre p ad re e hijo o m ad re e h ija .
El niño de cinco o seis años se h a lla tam bién en una eta p a de conso
lidación de todas la s nociones que ha adquirido, ad ap tán d o la paTa
asum ir u n a actitud fre n te a un m undo mucho m ás am plio. Sintiéndose
todavía m uy unido a la m adre, aunque haya otro niño en el regazo m a
tern o — ya sea otro hijo o el hijo de u n a v e c in a —, cuidando a los h e r
m anos m enores que todavía no controlan bien la eliminación, en fren tá n
dose con la noción de su propio sexo, la conducta del niño a esta edad
h a de te n er profunda repercusión en su vida fu tu ra . E sto re su lta ne
cesariam ente del largo intervalo que se produce e n tre el momento en
que los seres hum anos son capaces de se n tir emociones sexuales y su
a p titu d p a ra ser padres. P ero tam bién está profundam ente arraig ad o
en la n atu ra lez a de la fam ilia hum ana, en el hecho de que los p adres
fu ero n hijos un día, y que su conducta ad u lta se basa en las experien
cias de la infancia. P or lo ta n to , la fo rm a en que los niños en caran a los
cinco años su floreciente sexualidad!, p re m a tu ra y sin función social a l
g u n a en cualquier sociedad, está a rra ig a d a en el c a rácter de los p a
dres. Cuando el p ad re observa al niño de cinco años que hace gestos con
u n a lanza, que tir a flechas con c e rte ra p u n te ría, que reclam a el pecho
m aterno o que es retado por la m adre por ser ya g ran d e p a ra esos mi
mos, vive nuevam ente las emociones que ex perim entara cuando a esa
m ism a edad lo tra ta b a n del mismo modo.
E n aquellas sociedades hom ogéneas que evolucionan lentam ente este
rev iv ir de los recuerdos tiene resultados satisfactorio s, y a que todos
los adultos que el niño encuentra en su vida han pasado por experien
cias relacionadas norm alm ente. E n tr e los m undugum ores el p a d re h a
sido tra ta d o con aspereza por sus propios p adres y h a sido consentido
h a s ta cierto punto por otros hom bres, muchachos, tíos por p a rte de m a
dre, y por las vecinas. E s tá dispuesto a t r a t a r a su hijo con la m ism a
aspereza, perpetuando el p a tró n de conducta. No hay mimos inusitados
que confundan a l niño que lucha en un mundo que h a sentido hostil
desde que su m adre le ofreciera el pecho de m ala gana. A los cinco años
los niños pueden ser ya enviados como rehenes a vivir unos meses con
alg u n a trib u vecina, aliada te m p o raria. E l niño, que corre el riesgo de
p erd e r la vida si cam bian los proyectos de g u erra, tiene que odiar a las
p ersonas e n tre quienes vive, lo suficiente como p a ra ap ren d er la lengua
y, descubrir sus r u ta s a fin de que m ás adelante, cuando sea grande, y
sean sus enemigos en vez de sus aliados, pueda p re s ta r valiosos ser
vicios como guía. No se h a b rá in terpuesto n ad a de dulzura ni de con
descendencia en su camino p a ra resistir Ja prueba. E s posible que al
n acer un herm ano menor, la m adre le h ay a ofrecido nuevam ente el pe
cho, esta vez de buena g an a por el sólo gusto de observar la Licha en
tr e los dos varoncitos. F re n te a su padre, la m adre es u n a aliada. T ra
ta ella de conservarle la herm ana p a ra que el hijo pueda cam biarla por
u n a esposa, impidiendo que el padre la cambie por o tra esposa p a ra sí.
P o r su p a rte el padre vigila celosam ente a la h ija y, si puede, la cam
bia por una esposa joven m ien tras el niño es aún dem asiado pequeño
p a ra oponerse. Las posiciones están claram ente definidas, la situación
de Edipo es resu e lta de ta l modo que coloca a los hom bres unos contra
otros. E l m undugum or crece en un mundo hosco y áspero, pero su risa es
vigorosa; sonríe de gusto cuando re la ta que ha mordido ?. un enemigo.
E l mito por el que explica cómo la m uerte llegó al mundo dice que el
hom bre perdió el secreto de detener las hem orragias y que entonces las
heridas se volvieron m ortales- L a hostilidad que siente hacia todos los
varones y la rapacidad que dem uestra fre n te a las m u jeres le a c a rre a
ría n serias dificultades en una sociedad m oderna, o se m a n ifestarían
en costum bres ocultas y h asta crim inales ta n bien trab a d as que resisti
ría n a la reeducación, a la conversión y a l psicoanálisis. Pero e n tre los
m undugum ores este p atrón de conducta es válido y cada pad re revive
la sañ a de su p ro p ia in fan c ia y c ría a un hijo capaz de e n fre n ta r los
rigores de la vida con fu ria pero riendo.
A sí estudiam os el papel del p ad re en las sociedades prim itivas, pero
no basándonos en los recuerdos de individuos lo suficientem ente alterados
como p a ra co nsultar a un psicoanalista o a u n a visitadora social, sino
observando cómo los padres m im an u oprim en, alien tan o reprenden
a sus hijos y cómo responden los niños; analizando los tab ú es que de
term in an sus relaciones recíprocas. Vemos que el papei del p ad re fre n te
al niño, el de la m adre, el de la esposa, están ta n estilizados que indivi
dualm ente cada padre, ya sea joven y fu e rte , viejo y débil, o viejo y
fu erte, y cada m adre, a sí te n g a leche en abundancia o sólo alg u n as es
casas gotas que la obliguen a depender de o tra s m ujeres p a ra c ria r a
sus hijos, ac tú a siem pre sobre e! fondo de este cuadro de estilización.
P o r consiguiente, es posible p in ta r con ciertos detalles la fo rm a que
ha de asum ir la situación de Edipo. A menudo se oye decir en n u estra
sociedad: “ Si su p ad re hubiera sido otro hombre, su s problem as h a
b rían sido bien distintos." P ero sería m ás acertado com entar: “ Si hu
b iera nacido en el seno de una sociedad que tu v iera otro tipo de p a te r
nidad __ ” Guando el estilo de p atern id ad vigente exige firm eza y una
dignidad reservada, el padre débil com prom ete el desarrollo de su hijo,
dejándolo en inferio rid ad de condiciones en com paración con los de
m ás muchachos. Pero cuando el estilo de p atern id ad impone un p ad re
aliado, cordial y sereno, el p ad re firm e, reservado y riguroso constitu
ye un a am enaza. H asta en n u e s tra sociedad, ta n rica en m atices, en la
que cada pequeña fam ilia se encu en tra tan aislada de las o tra s que n a
die puede decir si son m uy p articu la re s o corrientes los sentim ientos
y la conducta que custodian las p u e rta s cerrad as con llave, hay. u n esti
lo que sirve de punto de referen c ia p a ra ju z g ar, aunque sea defectuosa
mente, las acciones individuales.
L as cu ltu ras difieren mucho en la lib ertad acordada a los niños p a
r a re p rese n tar y experim entar con su sexualidad y en la fo rm a de
im poner reserva. E n Sam oa la personalidad aceptad a es aquella que
considera al sexo como una experiencia deliciosa, que debe ejecu tarse
expertam ente, pero que no debe re su lta r ta n absorbente como p a ra
com prom eter el orden social. Los samoanos perdonan las av e n tu ras
frívolas, pero repudian las pasiones caprichosas y en realid ad no ad
m iten que alguien pueda p re fe rir perm anentem ente, a p esar de la s ex
periencias sociales que le indican lo contrario, a otro hom bre o a o tra
m u jer por encima de un cónyuge socialm ente m ás aceptable. L a exigen
cia de que las doncellas se m o stra ra n receptivas a las proposiciones de
v arios am antes pero que fu e ra n a la vez capaces de p ro b ar su v irg in i
dad al co n traer m atrim onio es b a s ta n te incongruente, y fu e soluciona
d a en un principio asignándole la responsabilidad de conservar la v ir
ginidad a la taupou, princesa r itu a l de la aldea, y no a todas las m u je
res. La taupou estab a m ejor custodiada que la s dem ás m uchachas
y se hallaba por consiguiente lib re de toda tentación. Como precaución
adicional, podía siem pre fa lsific a rse la san g re virginal. L a taupou que
no a v isara a sus g uardianes que no era una verd ad era taupou, y des
h o n rara así a la aldea en su noche de bodas, co rría el riesgo de que la
m a ta ra n a golpes, no po r su flaqueza, sino por no haberse provisto de
cierta cantidad de sangre de pollo. Los m atrim onios eran concertados
por la s fam ilias teniendo en cu en ta h a s ta cierto punto los deseos de los
jóvenes y éstos a su vez m antenían relaciones prolongadas que resu l
ta b an en el em barazo, que e ra n consideradas como u n a prep aració n
adecuada p a ra el m atrim onio, con com pañeros o com pañeras acepta
bles, reservando las av e n tu ras pa.sajeras “debajo de las p alm eras” p a
r a quienes les resu ltab an inaceptables como cónyuges. L as av e n tu ras
p rem aritales y ex tra m aritale s e ra n lo b astan te frív o las como p a ra
no a lte r a r la estabilidad de las relaciones sexuales en tre las p a re ja s ca
sadas, estabilidad que ha asegurado uno de los aum entos de población
m ás gran d es reg istrad o s en n u e s tra época.
Al exam inar esta capacidad p a r a responder con confianza y segu
rid a d a los im pulsos sexuales, capacidad que no com prom ete n i a lte ra
u n orden social firm em ente organizado en m atrim onios b astan te esta
bles, encontram os que la relación en tre el niño y sus p ad res se difunde
o se divide entre varios adultos, L a m adre sam oana am am an ta al niño
generosam ente; si lleg ara a no ten er leche elige u n a nodriza; la lac
ta n cia da lu g a r a una relación física leve pero m uy específica. De cual
quier modo, el niño es alim entado, consolado y. llevado en brazos por
todas las m ujeres de la casa, y m ás adelante es paseado por la aldea
por las niñeras que se reúnen sosteniendo a las c ria tu ra s apoyadas so
b re las caderas. Lo alim entan cuando tiene ham bre, lo lev an tan euando
e stá cansado y le perm iten dorm ir cuando quiere. Si comete u n a fa lta
— si g r ita y a lte ra el orden de u n a discusión e n tre las personas m ayo
res, si hace sus necesidades dentro de la casa, o si tiene un ataq u e de
ra b ia — no lo castigan a él sino a la n iñera que tiene que cum plir con
su deber de evitarle estas dificultades y de alejarlo p a ra que no lo oi
g an cuando llora. Los niños son m uy pequeños aún p a ra saber condu
cirse pero se puede confiar en que adquieran juicio y criterio — rno-
fa u fa u — con el tiempo. E n tre ta n to la sociedad ad u lta tom a algu
nas precauciones fre n te a ellos, y no tienen por qué ten er miedo de al
te ra r el orden norm al de la existencia, debido al control incierto que
ejercen sobre el esfín ter, a sus alaridos y a sus exigencias inoportunas.
A m edida que v an creciendo, es posible que los m ayores pierd an el
tiem po diciéndoles que hag an lo que ellos ya hacen. Me im pacientaba,
por ejemplo, oír a los niños de diez años decirle a los de cuatro, o a los
de veinte decirles a los de diez años: “ / Soia! jS o ia ! ¡S o ia !”, “ ¡Cállen
se! ¡Cállense! ¡C állense!", cuando los interpelados estab an quieteeitos
como rato n es inmóviles, con las p iernas cruzadas y los ojos fijo s ob
servando todo graves y respetuosos. E n realidad, les infligen ta n ta s
órdenes innecesarias, que el niño en cierto sentido se estrem ece dentro
de un m arco en el que y a encuadra dem asiado bien. Casi n u n ca en fren
ta la experiencia de que le pidan algo que le resu lte dem asiado difícil,
que le ex ija m ucha autodisciplina o que lo obligue a e s ta r larg o ra to sen
tado inmóvil de brazos y p iern as cruzados. Más bien p odría decirse que
lo restrin g en , no perm itiéndole hacer lo que es capaz de h acer m uy bien,
como si esto fu e ra no sólo un m argen de seguridad sino tam bién una
especie de v e n ta ja que les conceden p a ra que logren la perfección. To
dos los adultos tienen en cierto modo algo de la dignidad del je fe de la
fam ilia, en cuya presencia se come con m ucha form alidad y no se pue
den ra sc a r, ni hacer cosquillas, ni re ír, n i recostar. P ero consienten sin
reservas los bocados que tom an ávidam ente en tre las comidas, así co
mo que se rasquen, se h agan cosquillas, se ría n y se recuesten, cuando
están fu e ra del círculo form al, fu e ra de la casa, o au n dentro de la casa
en los momentos en que viven inform alm ente. L a form alidad definida
que existe entre p adres e hijos nunca desaparece totalm en te; los padres
no hablan acerca de los problem as del sexo con los hijos, aunque a
menudo asisten ju n to s a cerem onias en las que fig u ra n danzas despro
v istas de toda inhibición. P or consiguiente la form alid ad es an te todo
de c a rácter especial; y por mucho tiem po no le confieren al niño la re s
ponsabilidad de conservarla. E l pad re no lo rechaza, ni obliga al hijo
a sentirse inhibido, sino que sencillam ente la n iñ e ra se lleva al niño que
tiene g anas de g r ita r a u n sitio donde no lo oigan los adultos, cuya dig
nidad ofenderían los g rito s de la c ria tu ra . E l niño adquiere la siguien
te noción: “Tienes u n cuerpo y u n a serie de impulsos que pueden origi
n a r situaciones im propias, pero es sólo porque eres pequeño. N adie se va
a en fa d a r contigo por ello, pero se pondrán todos furiosos con tu s peque
ños cuidadores si perm iten que tú , que eres inocente, hagas daño” . E l
“aú n no” de las emociones in fan tiles es subrayado en todo momento por
u n sistem a que considera que e s ta f a lta de preparación esencial en el
niño es n a tu ra l y deseable. La peregrinación hacia la m adurez es ta n
le n ta que el impulso de no cum plir es e n tre ellos algo insólitam ente r u
dim entario. U na vez que el niño sam oano h a aprendido a quedarse quie
to, perm itiéndosele entonces e s ta r solo donde quiera, m an ifiesta poca
inclinación a p a ta le a r o a g r ita r o a q uebrar la dignidad del momento.
Cuando los niños llegan a la edad de cinco o seis años, d ejan de ser
protegidos del daño que sus p ropias exigencias exorbitantes e im pul
sos incontrolables p u dieran ocasionar a la dignidad de la vida. L as ni
ñas se convierten a su vez en n iñ e ra s y deben entonces ser ellas las que
alejen a la s c ria tu ra s p a ra que no molesten. Los varoncitos empiezan a
seguir a los m ás grandes y aprenden a pescar, a n ad a r, a m an io b rar con
u n a canoa, a tre p a rs e a los árboles adquiriendo todas las o tras pe
queñas habilidades m asculinas. L a s niñas concentran toda su atención
en el papel de fa c ilita r la vida dom éstica y cuidar a la s cria tu ra s, a
quienes consideran b astan te difíciles, resultándoles m ás bien u n a ca r
g a en vez de una responsabilidad. L a atención de los varones se desvía
hacia la posición que ocupan al principio de u n a escala de habilidad y
destreza, ansiosos de que los m uchachos m ayores los acepten. E l perm i
so p a ra acom pañar a los m uchachos m ayores parece con stitu ir un po
te n te incentivo p a r a la buena conducta y así tiene lu g a r el ap a ren te
m ilagro de que los chiquillos exigentes, sin control, tem peram entales,
se tran sfo rm en en n iñ e ra s y. serenos portadores de ag u a y ju n tad o res
de cebo.
L a distancia e n tre el grupo de los varones y el de la s n iñ as es b astan
te g rande a esta edad y se ve acentuada por el tab ú m ás severo de la
sociedad sam oana, el tab ú en tre herm ano y herm ana. E ste ta b ú no sólo
incluye a la propia herm ana, sino tam bién a las prim as y por supues
to a todas las niñas dé la casa. Los herm anos y las herm anas no deben
conversar ja m á s fa m ilia r o frívolam ente, no deben p a se a r ju n to s ni
to carse nunca, ni fo rm a r p a rte de un mismo grupo inform al en diver
siones. Puesto que la cu a rta, y h a s ta la te rc e ra p a rte de las chicas de
u n a aldea pueden ser “ herm anas" p a ra cada muchacho, el tab ú se p ara
efectivam ente a los grupos de chicos m ayores que buscan diversión, con-
virtiéndolos en grupos de un mismo sexo. Tam bién se quiebra aquí el
vínculo e n tre n iñera y pupilo si éste es un varón. Las m ujeres emplean
afectuosam ente el térm ino tei, que significa “herm an a m enor”. La re la
ción en tre herm ano y herm ana constituye el punto cen tral cuando el va-
roncito se a p a rta de u n a niñez lozana que le perm itía g ra tific a r todas
sus emociones y d u ra n te la cual te n ía a ia h erm ana apenas m ayor a su
e n tera disposición p a ra e n tra r en u n a niñez m ás avanzada siendo en
tonces sólo un varoncito m uy pequeño, m uy to rp e y m uy in sig n ifican
te en tre los varones m ayores que él. L a imposición del ta b ú se deja en
sus propias m anos: “cuando se sien ta tím ido, avergonzado” h a de
a le ja rs e gradualm ente de la herm ana m ayor, o de la prim a u o tra joven
que h a atendido ta n afablem ente a sus necesidades in fan tiles. No se
le impone nada de p risa ; sim plem ente va adquiriendo la noción, al ob
se rv a r a los dem ás, por los com entarios que oye, por la expresión y la
m ira d a de los que lo rodean, de que está llegando a la edad en que por
iniciativa propia levanta una b a rre ra que lo separa de su propia in
fan cia im pulsiva e irresponsable, y declara que empieza a re g ir el
tab ú . D u ra n te el período de la niñez y el comienzo de la adolescencia
los varones y las chicas se m antienen en grupos ap arte, conservando
la distancia m ediante cierta hostilidad ritu a l, que se m an ifiesta a ve
ces verbalm ente y o tra s veces en b atallas cam pales con proyectiles li
vianos. Luego, a m edida que llegan a la edad núbil, las chicas son ele
gidas p a ra su prim era av e n tu ra am orosa por muchachos m ayares que
a su vez h an sido iniciados en la com pleta experiencia sexual por chi
cas m ayores. E n cada p a re ja ha de haber uno con experiencia y segu
ridad. L a única discordancia g rav e que pude observar en Sam oa ocu
rrió cuando dos adolescentes sin experiencia tuvieron su p rim era aven
tu ra , sufriendo u n traum atism o psíquico como consecuencia de su p ro
p ia torpeza.
Puede a firm a rse que la adaptación sexual del samoano adulto es de
las m ás tran q u ilas y fáciles que se observan en el mundo. Combinan
ta n perfectam ente la pasión con la responsabilidad, que los niños son
recibidos con am or y. criados con te rn u ra en fam ilias grandes y e s ta
bles cuya seguridad y tran q u ilid ad no dependen solam ente de un víncu
lo su til y frá g il e n tre los padres. La personalidad del adulto es lo su fi
cientem ente estable como p a ra re sis tir presiones ex tra o rd in arias del
m undo exterio r conservando la serenidad y la firm eza. E ste sistem a f á
cil, p arejo, generoso e indulgente les cuesta no obstan te un sacrificio:
el de! talen to especial, la inteligencia ex tra o rd in aria, la intensidad
p articu la r. E n Sam oa no hay cabida p a r a el hombre a la m u jer capaz
de se n tir una g ra n pasión, u n a emoción estética com pleja o un a pro
fu n d a devoción religiosa. E l trib u to que pag an por esta negación de la
intensidad, que es el acom pañam iento de la seguridad adquirida len ta
m ente, se re fle ja en los chismes maliciosos, la calum nia, la s in trig as
políticas infam es pero astu ta s. Los inadaptados son los que tienen t a
lento, los que poseen u n a intensidad superior que hubiera podido hacer
fre n te a] im pacto de la situación de Edipo rep resen tad a por los padres,
como si fu e ra un dram a im portante. Pero el dram a no existe. E l p a
d re sam oano está dem asiado absorto en las relaciones bien escalonadas
que m antiene con el grupo social a que pertenece; sus emociones, dem a
siado bien difundidas entre los que constituyen su grup o fam iliar, p ara
p ercibir en el deseo insistente del niño po r la m adre algo que pueda
ser un a am enaza o re su lta rle de interés. No tiene miedo de su p ropia
sexualidad, no tem e por su capacidad p a ra sa tisfa c e r a la esposa, no
en cu en tra a su m u je r ni inestable ni exigente, de modo que no surge en
él ningún impulso en principio antoprotector que lo lleve a d esafiar o
a am p a ra r a su hijito. De igual modo, las m adres no abandonan una
vida in satisfecha con el m arido, con exigencias que son imposibles de
cum plir, anhelando desesperadam ente que los hijos las compensen. Po
siblem ente la cu ltu ra sam oana dem uestra con m ás claridad que n in
guna o tra h asta qué punto la solución trá g ic a o fácil de la situación de
Edipo depende de las relaciones e n tre p adres e hijos, y que no es creada
enteram ente por los im pulsos biológicos del niño.
Si com param os las cu ltu ras sam oana y m undugum or paralelam en
te, encontram os dos sociedades que p rep a ra n a los niños p a ra la edad
ad u lta, en un caso restándole im portancia y disim ulando toda in ten
sidad entre p adres e hijos, y en el otro acentuando las hostilidades y la
especificidad sexual en tre los p adres y los hijos. Ambas sociedades
p re p a ra n a los niños p a ra que sean adultos que puedan a c tu a r en la
sociedad vigente y que continúa desarrollándose. Pero estas dos socie
dades no son igualm ente viables.
Los samoanos han logrado u n a de las adaptaciones m ás efectivas
que se conozcan al im pacto de la ci vilización occidental. De la politecnia
europea han adoptado las telas y los cuchillos, los faroles, el kerosene,
el jabón, el alm idón y la m áquina de coser, el papel, la plum a y la tin ta ,
pero conservan los pies descalzos, los sarongs livianos y. cortos, la s ca
sas hechas con m ateriales locales asegurados con cuerda de fib ra de
coco. Cuando se lev an ta u n h u rac án , las chapas que techan las casas
de los blancos se vuelan y h a sta m a ta n gente m ien tras la casa se de
rru m b a ; pero la casa sam oana ca« graciosam ente a n te la to rm en ta y
luego es arm ada o tra vez con los mi smos p untales. H an aceptado el c ris
tianism o pro testan te, pero han reform ado suavem ente algunos de sus pre
ceptos m ás rigurosos; ¿P o r qué a rre p e n tirse con ta n ta a m arg u ra — p re
g u n ta el predicador samoano — “ si de todos modos Dios está siem
p re dispuesto a perd o n arte” ? N i la instrucción, ni !as misiones ni la
tecnología m oderna han logrado p e rtu rb a r la uniform idad y la docili
dad que este pueblo, euya cu ltu ra se b asa sobre relaciones hum anas
■difusas pero afectuosas, ha dem ostrado p a ra ad a p ta rse a cualquier
:ú rabio. Los m undugum ores por su p a rte h an estado siem pre en peli
gro de no m ultiplicarse, de dividirse en ta n ta s facciones que la cultu
r a desapareciera, de abandonar ta n to la s cerem onias que éstas caye
ra n en el olvido. U na solución del conflicto de Edipo, que coloca a cada
hom bre fre n te a los otros, puede aquí re su lta rle al individuo p erfecta
m ente tolerable. E l m undugum or se p asa la vida en u n a ac titu d hostil
hacia los demás, pero es jovial y se ríe a menudo. E s al considerar la
sociedad desde el punto de vista de la capacidad que d em uestra p a ra
en fren ta rse con em ergencias y con cambios y p a ra fo rm a r unidades
sociales m ayores, que se hacen notables las diferencias en tre estas dos
m an eras de vivir.
Los m undugum ores han sido siem pre violentos al e n fren ta rse con
nuevos acontecim ientos. P re firie ro n siem pre pelear an tes que ad ap
tarse. E l hom bre que a los cinco años ya desafiaba a su p ad re, y se
m archaba de la casa, que a los seis años vivía como reh én en tre los ene
migos, que a los quince tiene u n a m u jer que defender contra los otros
hombres, no se somete fácilm ente ni a n te los fenómenos n atu rales. Di
cen que cuando el río ju n to al que viven cambió de cauce, dividiendo
a los pueblos de habla m undugum or en dos, los m undugum ores siguie
ron odiando y teniéndole miedo a l agua, m anejando la s canoas con to r
peza. * No han adoptado la crianza de los niños a la vida que hacen
a orillas de u n río de corriente ráp id a, y la vida de la aldea se h a com
plicado fastidiosam ente tratan d o de h a lla r la fo rm a de im pedir que los
niños se acerquen al a g u a en lu g a r de enseñarles a no caerse al río. De
vez en cuando alguno cedía al impulso y em pujaba al hijo o a u n fam i
lia r débil m ental de otro p a ra que se ah o g ara. Ja m á s alegó n ad ie que
cu id aran a loa niños p a r a protegerlos, pero les resu ltab a m uy moles
to ir a b uscar ag u a a o tra p a rte y había un ta b ú que prohibía beber
ag u a del río si alguien se ahogaba. C ontaban que después de la sepa
ración de los dem ás miembros del grupo ocasionada por el río, los
veían cada vez menos y. que uno sugirió que quizá fu e ra posible devo
r a r a los miembros de su propio grupo lingüístico sin s u f rir consecuen-
m
nómica, como no cum plir con lias deudas o con la obligación contraída
de le v an ta r u n a casa o iniciar cierta em presa. L a m enstruación es a l
go ta n vergonzoso que debe ocultarse y no da lu g a r ni a sanciones ni a
lina treg u a . Los tabúes que debe observar el pad re de un recién nacido
le perm iten gozar de un período de ocio parcial m ien tras se recogen
los víveres necesarios p a ra llevar a efecto los intercam bios en nombre
de! niño. E n general, los m anus presen tan un p atró n b astan te equi
tativo p a ra ambos sexos. E l m arido y la m u jer com parten, aunque se
parados, un breve período de ocio después del p arto . L as m ujeres rea -
lizan m ás bien las actividades ru tin a ria s, pero los hombrea son ta n in
dustriosos que el co n traste no es m uy patente. Cuando el tra b a jo es un
deber severam ente im puesto por las sanciones religiosas, la ap titu d
ta l vez m ayor de la m u jer p a ra las pequeñas ta re a s m onótonas y la ca
pacidad ta l vez n a tu ra l del hom bre p a ra rea liza r esfuerzos irre g u la
res pueden quedar supeditadas a u n p atró n de actividades basado en el
deber inculcado de ser laboriosos.
E n tre los cazadores de caberas iatm ules del río Sepik medio, encon
tram os u n a división de los ritm os de tra b a jo que coincide b astan te con
la s te o rías actuales sobre las diferencias de los sexos. Las m u jeres t r a
b a ja n en grupos, con perseverancia pero am enam ente, sin sen tirse de
m asiado esclavizadas. Se en cargan de pescar todos los días, de llevar
ei pescado al m ercado, de ju n ta r leña y a c a rre a r ag u a, de cocinar y de
hacer las enormes cestas cilindricas que son como alcobas dim inutas
en las que se refu g ian p a r a defenderse del ataq u e de los mosquitos. E s
tá n ocupadas casi todo el tiem po que están despiertas, m u e stran m uy
pocas señales de fa tig a o de irritac ió n por la s continuas exigencias de
los deberes domésticos y de la pesca. E l tra b a jo de los hom bres es, sin
em bargo, casi enteram ente episódico: co n stru ir casas y canoas, cace
r ía s colectivas de cocodrilos d u ra n te la sequía o de roedores pequeños,
p a ra lo que quem an la m aleza, y. p ro y ectar los decorados prim orosos
de los rito s. P rácticam ente no es necesario rea liza r n inguna de estas
actividades en fechas determ inadas y sólo las realizan después de m u
chas arengas prelim inares, am enazas, desafíos y retos, que in stig an f i
nalm ente a los hombres a tr a b a ja r con resolución. F ra c a sa n muchos
in tentos de lle v ar a efecto obiras de g ra n envergadura porque no b asta
esta determ inación a ira d a y exhibicionista. Cuando desem peñan una
ta re a hacen g ra n despliegue de energía y esfuerzo, interviene todo el
cuerpo y los hom bres ue Ia tm u l se q u ejan del cansancio a l te rm in a r=
Cuando los varones y la s n iñ a s ju e g a n juntos, im itan la vida de los
adultos. Los varones cazan p a ja rito s y las niñas los cuecen; ju n to s r e
m edan las cerem onias m o rtu o rias y los exorcismos. E ntonces el n a r r a
dor suele a g re g a r: “ Volvimos a la aldea. Las niñas dijeron; ‘Juguem os
o tra vez m añ an a’. P ero los varones contestaron: 'No, estam os m uy can
sados, m añ an a descansam os’ ”. Hubo un incidente a n u e stra llegada
i- ai i r a de Tam bunum que ilu stra m uy bien la ap titu d de la m u jer
la a s o l p a ra tr a b a ja r con tesón en ta re a s m onótonas sin a b u rrirse n i
í- seriam ente el ritm o, y la aversión de los hom bres por ese tipo
i i ¿;::v id ad . Le pedimos a Tomi, un nativo que tra b a ja b a con nosotros
t - rali dad de inform ante, que tr a je r a arcilla del río p a ra ta p a r las ren
iñ a s que quedaban e n tre el tejido de alam bre y el piso de cemento des
p arejo de nuestro refugio co n tra los mosquitos. Tomi tra jo la arcilla
7 comenzó de m ala g an a a rellen ar las hendiduras. A l ra to m andó bus
car a sus cinco esposas. Dividió la arcilla en dos porciones y. les dio una
a las m ujeres p a r a que te rm in a ra n el tra b a jo ú til y tedioso. Con el re s
to hizo un cocodrilo m uy in te resa n te p a ra a d o rn a r el u m b ral de la
p u erta .
P or consiguiente, si el teórico b a s a ra sus conceptos acerca de los r it
mos n a tu ra le s de la m u je r y el hombre sobre lo observado en Iatm ul,
lleg aría fácilm ente a la conclusión de que el hom bre es el heredero di
recto del cazador nómade, capaz de rea liza r grandes esfuerzos pero exi
giendo largos períodos de recuperación, m ie n tras que las m ujeres serían
m ás a p ta s por n atu ra lez a p a ra cum plir con las ta re a s de ru tin a de la
vida cotidiana, sin rebelarse ni oponer resistencia alg u n a co n tra un
mundo en el que sus ta re a s nunca se acaban ni sus m anos descansan.
E n Iatm u l no se le da m ayor im portancia a la m enstruación. L a m u
je r m enstruosa no debe hacerle la comida al m arido a menos que esté
enfadada con él y quiera perjudicarlo levemente. Pero esto no le ocasio
n a problem as a nadie debido a la fo rm a en que está o rganizada la vida
doméstica, con dos fam ilias viviendo en los extrem os opuestos de u n a
m ism a casa y v aria s m ujeres disponibles: esposas, viudas, h ija s solte
ras. A veces las m ujeres vuelven con su fam ilia p a r a el p arto , a fin de
verse aliviadas de tra b a jo , pero no se le imponen tabúes rigurosos a l
m arido. L a crítica social e stá m ás bien dirig id a co n tra el m arido que
deja em barazada a m ás de u n a esposa a la vez y los jefes de la trib u
le reprochan su iniquidad, diciéndole: “ ¿Quién te crees que eres, p a ra
d e ja r em barazadas a tre s esposas a la vez? ¿Q uién v a a hacer la s co
sas en tu casa? ¿Q uién va a ju n ta r la leña? ¡T ú, por lo v isto !” Los
hom bres necesitan que se los hostigue h a s ta p a ra cosechar el sa g ú que
consume la fam ilia. E l a ire está lleno de los g ritos estridentes de las
m u jeres que tr a ta n de in stig a r a sus m aridos por medio de insultos y
vituperios p a ra que vayan a tr a b a ja r en el sagú.
E n tre los sam oanos los ritm os de tra b a jo están nuevam ente dividi
dos en fo rm a m ás p a re ja . A unque los hom bres a veces dem uestran en
tusiasm os repentinos por la pesca de to rtu g a s o tiburones que les ab
sorben todas sus energías, ta n to los hombres como las m u jeres cultivan
intensam ente las h u e rta s y se dedican a u n a pesca fatig o sa. T anto los
hombres como las m ujeres cocinan, hacen tra b a jo s m anuales y n i si
quiera los jefes m ás encum brados están ja m ás ociosos. Sentados en tre
sus consejeros, tienen siem pre la s m anos ocupadas, ya sea enrollando
el sennit (cordel hecho de fib ra de cocotero) o trenzándolo p a ra hacer
los m iles de m etros de cuerda que se necesitan p a r a tr a b a r las casas o
a m a rra r las canoas. L as m ujeres se p asan las horas tejiendo esteras
fin a s como el lienzo p a ra los a ju a re s de la s h ija s de los je fe s o las m ás
rú stic as que sirven de lecho a toda la aldea. E l tra b a jo se distribuye
prim ordialm ente de acuerdo con la edad y el rango, m ás que de acuerdo
con el sexo. T anto los hom bres como las m ujeres son musculosos, trep an ,
ca rg an y a lte rn a n el tra b a jo arduo con períodos de laboriosidad a p a
cible y la rg a s horas de esparcim iento cantando y, bailando. L a vida
diligente, placentera e in d u strio sa se in te rru m p e cuando toda u n a al
dea se va de v isita p a ra celebrar u n a boda o sencillam ente p a ra in te r
cam biar festejos. E n esas ocasiones, se dejan todas las ta re a s quizá por
dos o tre s meses, dedicándose todo el tiem po a los agasajos, que h an de
re trib u irse m ás adelante requiriendo mucho tra b a jo . P ero todos los
hom bres y las m ujeres de cualquier edad p articip a n del tra b a jo y de la
festividad. No hay una sensación de urgencia n i de aprem io, aunque
a veces se a g ita n inútilm ente po r cuestiones de etiq u eta o detalles r i
tu ales y los niños de cinco años com entan excitados: " ¡H a y gran d es
complicaciones en m i c a sa !”
E l mero exam en de cinco sociedades señala de qué modos ta n a rb i
tra rio s pueden disponerse los ritm os de tra b a jo de los hombres y las
m ujeres. A un si las investigaciones dem o straran finalm ente que hay
diferencias au tén ticas en la capacidad p a ra to le ra r la monotonía o p a
r a tr a b a ja r con im pulsos irre g u la re s, tendríam os que v e r si se obten
d ría n m ejores resultados creando u n a sociedad en la que las ta re a s de
las m ujeres, aunque m onótonas y asiduas, estuv ieran en relación con
los ciclos de la m enstruación y el em barazo, y el tra b a jo de los hom bres,
no ta n monótono ni asiduo, fu e r a m ás bien el requerido en las situacio
nes de em ergencia, ya que los hom bres no experim entan las fluctuacio
nes periódicas de capacidad que tienen las m ujeres. Posiblem ente des
cubram os en cambio que si el tra b a jo se a ju s ta a u n nivel lo suficiente
m ente flexible como p a r a que la s m ujeres no su fra n dem asiado d u ra n te
la s fluctuaciones periódicas de su capacidad y los hombres no se vean
impedidos de in v en tar crisis si las encuentran convenientes, el benefi
cio de la adaptación rítm ica de los sexos com pensará por lo que se p ier
da al no coordinar ta n exactam ente el ritm o de tra b a jo con las perio
dicidades respectivas.
H a sta aquí hemos considerado la distribución del esfuerzo en el tiem
po y las posibles diferencias de capacidad in n a ta y de conducta adqui
rid a e n tre los sexos. P ero h a y otro co n traste ta n notable como los dis
tin to s ritm os diarios y. m ensuales y la presencia o ausencia del em
barazo, y es el contraste en el desarrollo de la vida.
L a tra y e c to ria biológica de la m u je r tiene una es tru c tu ra n a tu ra l
con un punto culm inante que puede ser ignorada, aten u ad a, disim ula
da y negada públicam ente, pero que constituye de todos modos un ele
mento esencial del concepto que de sí tienen ambos sexos. Porque es
im prescindible reco rd ar que los niños adquieren la noción del papel se
m a ! que Ies corresponde a trav é s de sus experiencias con ambos sexos.
C ualquiera sea la n atu ra lez a peculiar del otro sexo, p a r a ellos es algo
“ que no soy”, “ que nunca seré”, “ que me g u sta ría se r”, o “que po d ría
llegar a se r”. P artic u larm e n te la e s tru c tu ra fem enina con su punto
culm inante, da m ás lu g a r a que se subrayen las posibilidades de ser que
la del hombre. L a niña es virgen. U n a vez roto el him en, físicam ente
si lo tiene y sim bólicamente si es anatóm icam ente insignificante, ya no
es virgen. L a joven balinesa a quien uno le dice “ ¿T u nom bre es 1 Te-
w a?" y que contesta con altivez: “ Yo soy Men B aw a” (la m adre de B a
w a ), habla con sentido categórico. E s la m adre de B aw a; Baw a podrá
m orirse m añana, pero ella seguirá siendo la m adre; sólo si hubiera
m uerto antes de que le pusieran un nom bre la lla m a ría n los vecinos
‘Men B elasin" (M adre D espojada). Todas la s etap a s de la vida de un a
m u jer se m antienen así, irrevocables, incontestables, consum adas. E s
ta es la base n a tu ra l del énfasis que la n iña le confiere al se r y no a! ha
cer. E l niño sabe que tie n e que a c tu a r como varón, que hacer cosas,
que p ro b ar que es v arón y confirm arlo m uchas veces, m ien tras que la
niña sabe que es m u je r y que lo único que tiene que hacer es ab s
tenerse de ac tu a r como un varón.
F re n te a la serie de etap as físicas inevitables que componen la im a
gen biológica de la vida de u n a m u jer, se destacan n ítidam ente la don
cella y la que no tiene hijos, contraste que en la vida de un hombre só
lo se podría lo g ra r m ediante determ inadas estilizaciones culturales.
La niña es virgen, luego de la desfloración ya no lo es; sucede algo
definido, identificable, m uy d iferente de la experiencia g rad u a l que
el varón adquiere de la cópula. Sólo en aquellas sociedades que poster
gan la experiencia sexual h asta una edad m ás avanzada, de modo que
el varón no ha tocado jam ás el cuerpo de u n a m u je r h a s ta que siendo
adulto tr a ta de copular con ella, puede com pararse el prim er acto se
x u al del varón con la intensidad dram ática de la desfloración p a ra las
doncellas. La p u b erta d es p a ra la niña u n a conmoción inconfundible
n ie n tr a s que p a ra el v arón la serie de acontecim ientos se produce len
tam ente: la voz in c ierta y luego m ás grave, el vello corporal y fin al-
— loe eyuculacioncs íi3.y u n momsiiuo si* si cjtis si v si’ón pii6ds
:-_;ir: “A hora soy u n hombre” , a menos que la sociedad intervenga e
ponga una definición. U na de la s funciones de las cerem onias de ini-
tiid ó n que se celebran en diversas p a rte s del mundo — en las que los
hombres adultos les practican incisiones, subincisiones, y som eten a los
m itescentes a la circuncisión, escarificaciones, m utilaciones y gol-
:«« — es precisam ente la de p u n tu a liz ar u n a eta p a del desarrollo no se-
Salada de otro modo. No sabemos si en realidad ex istiría el deseo de
señ alar definitivam ente el hecho si no se conociera a su vez la irrevo-
cabilidad de la m enstruación en la m ujer. Sea como fu ere, el hecho es
que la p rim e ra m enstruación señ ala la transición de la n iñ a a la m u
je r. A unque las cu ltu ras h an precisado este acontecim iento de d istin
ta s m aneras, n in g u n a sociedad de que se tenga noticia h a creado un
p atró n que les n eg a ra vigencia. *
La p rim e ra m enstruación da lu g a r a u n a im p o rtan te cerem onia en
tr e los austeros m anus, que a p a r tir de entonces ocultan la m e n stru a
ción h a sta el m atrim onio. No tien en u n vocablo que signifique “ virgen” ,
y p a ra ellos la hem orragia provocada por la ro tu ra del himen es equi
valente a la m enstrual, que suponen renovada po r el m atrim onio.
Son ta n extrem osam ente pudibundos — las m ujeres no se q u itan las
fald as de h ierb a ni cuando están m uy gravem ente e n fe rm a s— que la
inspección ocular es inconcebible, es poco probable que vuelvan a des
cu b rir el himen. La fra s e con que denom inan la m enstruación es ke-
kanw ot (“p ie rn a” — en te rc era persona y posesivo — “ro ta ” ) es decir,
que la m enstruación im plica c ie rta idea de lesión que otros pueblos re
servan p a ra la desfloración. P a r a la p rim e ra m enstruación de un a n i
ñ a m anus se p re p a ra u n a g ra n cerem onia. L as dem ás n iñ as de la a l
dea vienen a dorm ir a su casa, se hacen intercam bios de víveres, rea li
zan ciertos ritos y ju e g an bañandose en la laguna. Los hombres que
dan excluidos y las m ujeres se divierten en alg u n as fie sta s; des
pués las m enstruaciones de la chica quedan en el m ayor secreto. E n cam
bio la cerem onia correspondiente de los varones, en la que se les p erfo
ra n las orejas y se pronuncian hechizos sim ilares, resu lta descolorida.
A la n iñ a le ha sucedido algo que la hace p a s a r de un estado físico a
o tro ; a l v arón le hacen algo que lo coloca en o tra posición social.
E n tre los a ra p esh la p rim e ra m enstruación se efectúa cuando la
niñ a ya h a vivido varios años con la fam ilia de su prom etido, donde el
fu tu ro m arido y sus p arie n tes cazan y cultivan las h u erta s p a ra pro
porcionarle los alim entos que la ayudan a crecer. E l suceso da lu g a r a
una cerem onia; vienen los herm anos de la chica a co n stru irle un a cho
za m en stru al lejos de la aldea p a ra que la gente quede a salvo de los
peligrosos poderes sobrenaturales que les atrib u y en a las m u jeres mens-
Los hombres y las m ujeres de todas las sociedades han m editado siem
p re sobre los m éritos específicos del género hum ano, sobre las dife
rencias que irrevocable o indubitablem ente lo distinguen del resto del
reino anim al. E sta preocupación puede m anifestarse en cierto énfasis
que re ite re el parentesco del hombre con loa anim ales que caza y de los
que depende p a ra el sustento, como sucede en los pueblos prim itivos
que se ponen m áscaras de bestias cuando se reúnen alrededor de las fo
gatas. O puede denotar un profundo repudio del vínculo anim al, como se
observa en la cerem onia balinesa que obliga a la p a re ja incestuosa a
a n d a r a g a ta s con el yugo de los cerdos domésticos al cuello y a comer
de un a batea, debiendo luego despedirse de los dioses de la vida y m ar
charse a las tie rra s de penitencia a servir a los dioses de la m uerte.
Según el sistem a ta n difundido que técnicam ente se denom ina totem is
mo, la s divisiones de la sociedad, los clanes u otros grupos o rg an iza
dos singularizan sus diferencias alegando vínculos de p arentesco con
ciertos anim ales que tom an como emblema protector, que únicam ente
ellos pueden comer o que declaran tabú p a ra siem pre. C asi todos los
pueblos se in sp ira n a menudo en el mundo anim al p a ra los insultos y
las expresiones afectu o sas; los pad res se enojan con el hijo porque se
p o rta como un cerdo o como u n perro, lo m im an diciéndole g atito o p a
loma, le reprochan que reaccione como u n a fie ra o ad m iran la tem eri
dad y la agilidad que posee en común con los anim ales del bosque. Mu
cho antes de que D arw in se ñ ala ra el vínculo e n tre el hombre y la bes
tia en la teoría de la evolución, que le re su lta ra ta n rep u g n an te a g ra n
p arte de sus contem poráneos como a los balineses el ver g a te a r a u n n i
ño, los hom bres advirtieron las sim ilitudes y diferencias con los dem ás
anim ales.
E l tem a ha sido estilizado por las grandes religiones, traduciéndose
en poesía, como cuando San F rancisco les habla a los p ájaro s, o en un
precepto, como cuando los y aínas se niegan a beber el ag u a que pudie
r a contener m osquitos; ha sido dram atizado en los juicios de anim ales
de la E dad M edia; ha sido falseado y llevado a extrem os horrendos por
la sensibilidad peculiar de los que siendo b ru tales con los hombres, le
han prodigado excesivas atenciones a los caballos. Los niños sueñan y
se despiertan gritando porque tienen pesadillas en las que fig u ra n an i
m ales espantosos y ex trañ o s que los am enazan; la equivalencia de los
im pulsos del niño que los padres consideran anim ales. E n el fondo de la
poesía y. del simbolismo de la belleza evocadora de los g ran d es emble
m as de sacrificio en los que el cordero de Dios padece por el hombre o se
rea firm a el vínculo e n tre los hombres y todos los seres anim ados, por
debajo de la blasfem ia y. del insulto que p a ra den ig rar a un hom bre lo
acusan de ser un anim al o de te n e r las costum bres sexuales de u n a n i
m al, surge siem pre la m ism a p re g u n ta : “ ¿E n qué consiste la superio
rid ad del hom bre y qué tiene que hacer p a ra conservarla?" A ntes de que
hubiera filósofos que m e d itaran sistem áticam ente sobre el tem a, los
hombres de pelo enm arañado p in ta rra jea d o s de barro habían com pren
dido y a que esta cualidad h um ana era algo frá g il, que podía perderse,
que h ahía que conservarla con ofrendas, sacrificios y tab ú es p a ra que
la ap reciaran las generaciones subsiguientes. L a p re g u n ta : "¿Q ué he
mos de hacer p a ra ser hum anos?” es ta n a n tig u a como la hum anidad
misma.
E s ta interrogación p e rp e tu a revela que el hom bre reconoce que su f í
sico humano, la posición erg u id a, el cuerpo casi desprovisto de vello,
el p u lg a r oponible y hábil y las facultades potenciales del cerebro no
constituyen la clave de la n atu ra lez a hum ana. Ni siquiera el prolonga
do período de gestación que lentam ente p re p a ra a u n a sola c ria tu ra hu
m ana p a ra el nacim iento cuando todavía no está del todo fo rm ad a de
modo que pueda am oldarse a una civilización com pleja, rep rese n ta g a
ra n tía alguna de hum anidad perdurable. E n el leng u aje co rrien te se
habla de la bestia que el hom bre lleva dentro, del b arn iz de la civiliza
ción, y estas expresiones sim plem ente tra s u n ta n que no confiamos en
que los hom bres sean perm anentem ente hum anos.
N u e stra hum anidad depende de u n a serie de nociones de conducta
adquiridas, que en conjunto fo rm an patro n es indeciblemente frá g ile s
y que nunca se heredan directam ente. Podemos confiar en que la h o r
m iga que descubrim os en un bloque de ám b ar báltico que los geólogos
calculan que d a ta de m ás de 20.000.000 de años reproduzca la conduc
ta típ ica de la horm iga siem pre que sobreviva. Podemos confiar en ello
por dos razones: prim ero, porque su com pleja conducta, según la cual
su sociedad queda dividida en ca stas dim inutas que desem peñan ta re a s
p redeterm inadas, está a rra ig a d a en la e s tru c tu ra m ism a del cuerpo;
y segundo, porque aunque ap re n d iera algo nuevo, no p o d ría en señ ár
selo a las dem ás horm igas. L a reiteració n de un p a tró n de conducta
m ás complicado aú n que los que proyectan los u topistas tecnocráticos,
p o r p a rte de innum erables generaciones de u n a m ism a especie, queda
aseg u rada por dos circunstancias:: la conducta está a rra ig a d a en la es
tru c tu ra física y no son capaces de tra n s m itir las nuevas nociones ad
quiridas. Pero el hom bre no tra e consigo n i siquiera la s fo rm as m ás
sim ples de conducta de modo que un niño pueda sin que otros le ense
ñen reproducir espontáneam ente un acto cultural. A ntes de que ten g a
los puños lo suficientem ente fu e rte s como p a r a peg ar, los gestos ir r i
tados del niño no m anifiestan sus rem otos antecedentes m am íferos sino
los hábitos de a r r o ja r lanzas o de peg ar con g arro tes que tienen los p a
dres, L a m u je r que da a luz sola a su hijo no se atiene a un p atró n
instintivo que le sirv a de guía p a r a c o rta r el cordón umbilical y
lim p iar a la c ria tu ra , sino que lo hace torpem ente según las nociones
sueltas y los chismes de las com adres que ha recogido. Quizá se sirv a
de lo que recuerde hab er visto en los anim ales, pero su p ropia n a tu
raleza no le ofrece sugerencias fidedignas.
Podemos enorgullecernos de n u e stra nariz y nuestros labios, del cuer-
po casi desprovisto de vello, de los brazos bien form ados y. de n u estras
manos hábiles, pero cuando nos estremecemos fre n te a la deform idad
que d esfig u ra a un ser hum ano asem ejándolo a u n anim al o cuando r e
huim os el contacto con personas de o tra s raz as identificándolas p o r los
rasg o s p articu la re s que nos hacen considerarlas m ás anim ales que
nosotros — los labios finos y el vello del caucásico, por ejemplo, la n a
riz sin caballete de los mongoles o la pigm entación de los negroides —
existe por debajo del tem o r m anifiesto a la mezcla ra c ia l la conciencia
de que todas las form as de conducta cu ltu ral se pueden perder, que se
lo g ran y que se conservan con grandes sacrificios. Siem pre que el te
mor del hom bre se expresa en térm inos sociales — en los g ran d es rito s
colectivos p a ra que el sol brille o tra vez, o cuando todos los hombres
perm anecen callados d u ran te el día del Año Nuevo balines p a ra que
no se in te rru m p a el flu jo de la vida, euando una vez al año los iraque
ses v iv ían sus sueños, confesaban los pecados y se a rro ja b a n desnu
dos a los ríos helados a instancia de u n a ilusión — la expresión es a la
vez un a fo rm a de m itigarlo. E stos rito s sirven p a ra re a firm a r que so
lam ente en conjunto pueden ser hum anos los hombres, que su hum ani
dad no depende del instinto individual, sino de la sabid u ría tradicional
de la sociedad. Cuando los hom bres pierden la confianza en esta sabi
d u ría, y a sea porque se vean e n tre personas cuya conducta no les g a
ra n tiz a la continuidad de la civilización o porque no puedan u tilizar
m ás los símbolos de su propia sociedad, se desesperan, retirán d o se len
tam ente, luchando a menudo con brío desg arrad o r an tes de ren u n ciar
poco a poco a la herencia cu ltu ral adquirida con ta n to esfuerzo y nunca
asim ilada lo suficiente como p a ra que la nueva generación estuviera
segura.
E ste tem or bien puede atrib u irse al criterio del hombre y no im pu
társele como irracionalidad peculiar. E s ta n profundo que incluye las
acciones m ás fútiles y aparentem ente inconsecuentes. H asta los d eta
lles m ás insignificantes de los modales -— las comidas, cuándo se co
men, con quién y en qué tipo de p la to s — pueden tra n sfo rm a rse en la
base de las condiciones por las que el hombre se siente humano. E n las
sociedades que se dividen en ca sta s como la de la In d ia o la del sudeste
de los E stados Unidos, donde la hum anidad culturalm ente definida del
individuo está inextricablem ente ligada a la identificación con la casta,
relacionarse con personas de o tra clase en las form as p ro scritas signi
fica p erder la p ropia hum anidad. L a identificación con el propio sexo
tam bién com prende actitudes sem ejantes. La m u jer cosaca de la novela
de Sholokhov, después de esp iar a u n a tu rc a tra íd a por los cosacos, m a
n ifie sta: “ Lo vi con m is propios ojos. U sa pantalones. Me quedé he
lada.” E n aquellas cu ltu ras donde los modales de la m esa son d istin ti
vo de hum anidad, es posible que la gente no pueda sen tarse a comer con
alguien que tenga o tra s costum bres, especialm ente si los modales son
índice de clase o de casta de modo que la presencia de alguien que co
me de d istin ta m an era lo clasifica a uno inm ediatam ente dentro de esa
clase. Los hombres fornidos de E u ro p a occidental se sienten ofendidos
cuando en tra n en contacto con gente de E u ro p a oriental, donde los hom
bres se agachan p a ra o rin ar, y la m u je r a u s tra lia n a m oderna se siente
algo incómoda cuando u n a am ericana le dice al m arido que p re p a re el
cóctel. T odas esas pequeñas cortesías o restricciones o deferencias son
ap reciadas por lo que en realidlad representan, actitudes que cuesta
mucho a d q u irir y que son fáciles de perder.
Recordando estos antecedentes, podemos observar las disposiciones
acerca de las relaciones e n tre loa sexos que han sido indispensables p a
r a la preservación de la sociedad hum ana. ¿H a b rá en el fondo de los
m il símbolos fugaces e inconsecuentes — el caballero que se q u ita el
sombrero, la señora que b a ja los ojos, los geranios en la v en tan a del ve
cino alem án, los um brales inm aculados de las viviendas obreras de los
M idlands en I n g la te r r a — u n a p rá c tic a común esencial a la que se h a
y an afe rrad o todas las sociedades a fin de conservar los aspectos hu
m anos ta n preciados y ta n difíciles de adquirir?
Al exam inar las d istin ta s sociedades hum anas encontram os siem pre
alg u n a fo rm a de fam ilia, u n a serie de disposiciones p erm anentes por
las que los hom bres ayudan a la s m ujeres a cuidar de los hijos m ien
tr a s son pequeños. L a sin g u larid ad del aspecto hum ano de la em presa
no se debe a la protección que el hom bre le ofrece a la hem bra y a los h i
jo s; los p rim ates tam bién lo hacen. N i se basa en el dominio posesional
del macho sobre las hem bras cuyos favores conquista en com petencia
con o tros; tam bién tenemos esto en común con los p rim ates. Lo singu
la r es la conducta nutricional del varón, que en todo el mundo le propor
ciona el sustento a la m u je r y a los hijos. L as m e táfo ras sentim en
ta le s ta n corrientes en Occidente que rec u rren a las abejas, a las hor
m igas y a las flores p a ra ilu s tr a r los aspectos m ás equívocos del ser hu
m ano nos confunden y no es ta.n fácil reconocer la invención que re
presenta. e s ta conducta m asculina. E s cierto que los machos ali
m entan a los polluelos e n tre Xas aves, pero el hom bre está m uy lejos
del p á ja ro en la eseala de la evolución. C iertos peces m achos h a
cen nidos con fo rm a de b u rb u ja s y sólo ea p tu ran a la hem bra p a
r a exprim irle los huevos, dedicándose luego, después de ah u y e n ta r
la , a rec u p erar sin m ayor éxito los que salen del nido, y siem pre
que no se coman los huevos c la s cría s, algunos hijos sobreviven. P e
ro esta s analogías tom adas del m undo de los p á ja ro s o de los peces
d istan mucho del hombre. E n tr e los que tienen u n a e s tru c tu ra m ás si
m ilar a la n u e stra — los p rim a tes — el m acho no m antiene a la hem
b ra . * G rávida y pesada, cam ina trab ajo sam en te p a ra buscarse qué co
mer. Q uizá el macho luche p a r a p ro teg erla o p a r a poseerla, pero no
la alim enta.
E n algún momento en los albores de la h isto ria hum ana se debe de ha
ber instituido una invención social por la cual los varones comenzaron
a m an tener a las hem bras y a las cria tu ra s. No hay. motivo alguno p a
r a creer que los varones tuv ieran la noción de la p atern id ad física au n
que posiblemente el sustento fu e ra el prem io ofrecido a la hem bra que
no fu e ra m uy veleidosa p a ra conceder favores sexuales. E n todas las
sociedades hum anas conocidas sobre la fa z de la tie r ra el varón sabe
que al llegar a la edad ad u lta una de las cosas que tiene que hacer p ara
e n tra r cabalm ente a fo rm a r p a rte de la sociedad es proporcionarle el
sustento a u n a m u je r y a sus c ria tu ra s. H asta en las sociedades más
simples algunos hom bres rehuyen la responsabilidad, tran sfo rm án
dose en vagabundos, holgazanes o m isántropos que viven solos en los
bosques. E n la s sociedades com plejas es posible que muchos hombres
eludan la obligación de m antener a las m ujeres y a los niños, in g resan
do en u n m onasterio — donde se alim entan m utuam ente — o en un a pro
fesión que según la sociedad respectiva les confiere el derecho de ser
m antenidos, como el E jército y la A rm ada o en las órdenes budistas en
B irm ania. P ero a p esar de estas excepciones, todas las sociedades hu
m anas conocidas se basan en la conducta del varón con respecto al sus
tento. E sta actitu d de procu rarles el alim ento a las m u jeres y a los n i
ños en vez de d ejarlos valerse por sí mismos como los p rim ates, asum e
d istin tas form as. E n casi todas las sociedades las m ujeres tam bién
desem peñan ciertas ta re a s relacionadas con la recolección o el cultivo
de los alim entos pero e n tre los pueblos que viven casi com pletam ente
áe la caza y de la pesca las actividades de la m u jer se reducen a lim p iar
y a p re p a ra r las presas. Cuando la caza proporciona sólo u n a peque
ña p a rte de la dieta y los hombres se dedican prim ordialm ente a esta
ocupación, la s m ujeres se hacen cargo casi totalm ente de la ta re a de
recoger los víveres. E n las sociedades en las que los hom bres se m a r
chan a tr a b a ja r por dinero a la ciudad, las m ujeres que se quedan en las
g ran jas cultivan la tie r ra y cría n los anim ales que sirven de sustento,
m ientras que el hombre com pra h erram ien ta s y arte fa cto s con el sala
rio que gana. L a división del tra b a jo puede rea lizarse de mil m an eras
d istin tas, de modo que los hombres vivan relativam ente ociosos o que
Ía3 m u jeres d isfru ten de una vida desproporcionadam ente fácil, como
en los hogares urbanos am ericanos donde no hay hijos. Pero el princi
pio es el mismo. E l hombre, heredero de la tradición , m antiene a las
m ujeres y a los niños. No h a y indicio alguno de que el hom bre como
anim al, sin los patro n es sociales, h a ría algo sim ilar.
Las disposiciones sociales determ inan qué m u je r y. qué niños h a de
m antener, aunque el p a tró n central parece indicar que generalm ente
el hom bre m antiene a su cónyuge y a los hijos que ella ten g a. Que las
cria tu ras sean de él o de otro del mismo clan, o sim plem ente hijos legí
timos del prim er m atrim onio de su m u je r, parece no ten er m ayor im
p o rtan cia. Pueden haber entrado a fo rm a r p a rte de la fam ilia por adop
ción, elección o por ser huérfanos. Pueden ser las aú n n iñ as esposas
de los hijos. E l h ogar com partido por uno o m ás hombres y sus cónyu
ges, al que los hom bres tra e n el sustento p a ra que ellas lo prep aren ,
constituye el cuadro fundam ental que se re p ite en todo el mundo. Pero
este cuadro puede a lte ra rse y las alteraciones evidencian que el p atró n
en sí no tiene arra ig o biológico.2 E n tre los nativos de la isla de Tro-
ria n d el hombre abastece la despensa de ñam es de la h erm ana y no la
de la esposa. E n la isla de M entaw ie los hom bres tra b a ja n en la casa
del p ad re h a sta que sus propios hijos concebidos subrepticiam ente lle
g an a la edad en que pueden tr a b a ja r p a ra ellos. E n tre ta n to los hijos
son adoptados por el abuelo m atern o y los m antienen los herm anos de
la m adre. E l resultado social neto es el m ism o: el hom bre dedica g ra n
p a rte del tiem po a ase g u ra r la m anutención de las m u jeres y los niños;
en este caso los hijos son de las h erm anas y no propios. Donde predo
m inan las fo rm a s extrem as del m atriarcado el hom bre puede verse
obligado a tr a b a ja r p a ra la casa de la suegra, y si se divorcia tiene que
volver a su casa m a tern a a vivir de lo que producen los m aridos de las
h erm anas, como en los pueblos de los indios zunis. P ero a u n así, cuan
do po dría alegarse que la responsabilidad social de los hombres hacia
las m ujeres se debilita, tr a b a ja n p a r a alim e n tar a las m u jeres y a los
niños. O tra form a social extrem a en la que los hom bres aú n tra b a ja n
p a ra los niños aunque la relación con la m adre sea m uy vaga, se puede
o bservar en las sociedades in d u striales m odernas, donde m uchos niños
viven en hogares deshechos socorridos por los im puestos que p ag a n los
hom bres y m ujeres que tienen e n tra d a s m ayores, de modo que los miem
bros de la soeiedad que se dedican con esfuerzo a ta re a s bien rem une
ra d a s son en cierto sentido los que m antienen a los miles de niños que
dependen del E stado. Se ad v ierte nuevam ente lo tenue que es el im pul
so del hom bre p a r a m antener a los hijos, ya que las diferentes disposi
ciones sociales pueden an u larlo fácilm ente.
E l vínculo alim entario en tre la m adre y el h ijo está al p arecer ta n
profundam ente arraig a d o en la s condiciones biológicas de la concep
ción y la gestación, del p a rto y la lactancia, que sólo pueden in v alid ar
lo las disposiciones sociales b á s te n te com plejas. E n los casos en que
los seres hum anos han aprendido a v a lo ra r el rango por encim a de todo
y la ambición suprem a es alca n za r cierta categoría, las m u jeres llegan
a estra n g u la r a ios hijos eon sus propias m an o s.3 Guando ías socieda
des ex ag eran ta n to la observancia de la legitim idad que se lo g ra con
se rv a r provisores a los hom bres m ediante el ostracism o de la m ad re sol
te ra , es posible que la m u jer que te n g a un hijo n a tu ra l lo abandone o lo
m ate. Cuando el te n er u n hijo m erece la desaprobación social y m o rti
fica al m arido, como sucede e n tre los m undugum ores, las m u jeres se
esfuerzan por no tenerlos. Si se fa lse a la noción que de la a p titu d de su
p a p el sexual tiene la m ujer, si se disim ula el p arto con anestésicos im pi
diéndole ten er conciencia de que ha dado a luz u n niño, si se su stitu
ye el pecho con una fórm ula recetada por el especialista, advertim os
tam bién g raves trasto rn o s en las actitudes m aternales, trasto rn o s que
pueden difundirse por toda u n a clase o una región y que pueden asu m ir
im portancia social adem ás de personaL Pero las pruebas parecen indi
c a r que el problem a tiene aspectos diferentes p a ra los hom bres y las
m ujeres, y a que los hom bres tienen que a d q u irir el deseo de m antener
a otros y que esta conducta, siendo adquirida, es frá g il y puede desapa
recer fáeilrnente en circunstancias sociales que ya no la im pongan
efectivam ente. Puede decirse en cambio que la m u jer es m ad re a menos
que se le inculque el rechazo de su a p titu d p a ra te n e r hijos. L a socie
dad tiene que fa lse a r la sensación que tiene de sí m ism a, d esn atu rali
z a r los p atrones de desarrollo innato, inculcarles u n a serie de nocio
nes a la fu erza, p a ra que desista de hacerse cargo, p o r lo menos d u ra n
te algunos años, del h ijo que ya ha n u trido d u ran te nueve meses en lo
m ás íntim o de su cuerpo.
P or consiguiente, las fo rm as tradicionales que nos h a n perm itido
conservar la s cualidades hum anas adquiridas se basan en la fam ilia,
en cierta e s tru c tu ra fa m ilia r dentro de la cual los hom bres se hacen
cargo perm anentem ente de las m ujeres y de los niños. D entro de la fa
m ilia cada nueva generación de varones adquiere la conducta adecua
da que observar p a ra la m anutención y superpone este papel p atern al
aprendido a la virilidad biológica. Cuando la fam ilia queda desmem
b rad a — como sucede con los esclavos, los siervos y, ciertas fo rm a s de
mano de obra contratada, o en épocas de intranquilidad social, d u ran te
las g u erras, revoluciones y epidem ias, o períodos de escasez o de tr a n
sición rep en tin a de u n tipo de economía a otro — se quiebra esta sutil
línea de transm isión. Los hom bres vacilan y tropiezan d u ra n te esos
períodos y predom ina nuevam ente la unidad biológica p rim a ria cons
titu id a p o r la m adre y el hijo, violándose y desvirtuándose las condi
ciones especiales que g ara n tiza b an las tradiciones sociales. H a sta el p re
sente todas las sociedades históricas conocidas h a n resta u rad o siem
p re la fo rm as que perdieran tem porariam ente. E l esclavo negro de los
Estados Unidos e ra criado como u n sem ental y le quitaban los h ijos p a
r a venderlos. L a huella de esa pérdida de la responsabilidad p atern al
se observa todavía en los negros am ericanos de la clase obrera donde la
unidad n u tric ia está form ada po r la m adre y la abuela m atern a,
vinculándose a veces a ella los hombres aunque no ap o rte n ninguna con
tribución económica. No obstante, no bien alcanzan cierto nivel de edu
cación y de seguridad económica abandonan este estilo de vida desor
ganizado y el pad re negro de la clase m edia es quizá h a s ta excesiva
m ente responsable. A menudo los prim eros en establecerse al coloni
za r u na región son hombres, luego, d u ran te algunos años, las únicas mu-
je re s ta l vez sean p ro stitu ta s, pero finalm ente tra e n esposas y se re sta
blece la fam ilia. H a sta ahora el p a tró n fa m ilia r no se ha quebrantado
nunca d u ran te ta n to tiem po como p a ra que los hom bres se olvidaran
de su valor.
L a subsistencia de la fam ilia h a s ta nuestros días, su restablecim ien
to luego de la destrucción ca ta stró fic a o ideológica, no es sin em bargo
g a ra n tía de que siem pre ha de suceder lo mismo ni signifca que n u e stra
generación pueda tran q u ilizarse dándola por segura. Los seres hum a
nos han adquirido su hum anidad m ediante gran d es esfuerzos. H an
conservado las invenciones sociales a p esar de innum erables pequeñas
vicisitudes, en p a rte porque estando aislados en pequeños g rupos sepa
rados por los ríos, las m ontañas, los m ares, los idiom as extraños y, las
fro n te ra s vigiladas, siem pre h ab ía algún grupo que p u d iera conservar
la sabiduría conquistada con ta.ntos sacrificios y que los dem ás des
echaran, al ig u al que algunos se salvaban de las epidem ias que ex ter
m inaban a unos o evitaban los errores de nutrición en que in c u rría n
los otros debilitándose y pereciendo. R esulta significativo que las abro
gaciones de la fam ilia en g ra n escala m ás efectivas no h ay an o cu rri
do entre los salvajes prim itivos que se m antienen al borde de la subsis
tencia, sino en las g ran d es naciones y los im perios poderosos que te
n ían recursos abundantes, una población inm ensa y dominio ilim ita
do. E n el antiguo P erú el E stado disponía de las personas a su antojo
y sacaba a m uchas jóvenes de la s aldeas destinando a las menos a g ra
ciadas p a ra tejedoras en los gran d es m onasterios y a las m ás bellas
p a ra concubinas de la nobleza. E n R usia an tes de 1861 los siervos se ca
saban por orden de los te rra te n ie n te s que los tra ta b a n como si fu eran
ganado y no seres humanos. D u ra n te el régim en nazi en A lem ania, la
ilegitim idad e ra prem iada con casas de descanso cómodas y soleadas
p a ra la m adre y el hijo, asum iendo el E stado por completo la responsa
bilidad m asculina de la m anutención. No tenem os po r qué creer que es
tos procederes no puedan prevalecer si son im puestos d u ran te cierto
tiempo por naciones que logren ev itar el conocimiento por p a rte de sus
miembros de otros estilos de vida antiguos o contemporáneos. L a R usia
soviética ha vuelto a h acer hincapié en los vínculos fam iliares luego
de un breve ensayo de a flo ja r los lazos m atrim oniales y red u cir las res
ponsabilidades de los padres, pero esto ocurrió en u n contexto u n iv er
sal y en oposición con el resto del mundo. Las te n ta tiv a s in fru ctu o sas
que ha habido en la histo ria p a ra cre ar sociedades en las que el Horno
S apiens a c tu a ra no como el se r hum ano que conocemos sino como
u na c ria tu ra que bien se podría com parar con la horm iga o con la abe
ja , aunque sus patro n es rígidos fu e ra n adquiridos en lu g a r de innatos,
constituyen o tra advertencia — m ás punzante que las analogías que
el hom bre prim itivo percibiera en tre su conducta y la de las bestias de
la se lv a — de que la form a actu al de n u e stra n atu ra lez a hum ana no
es inalienable, que es posible perderla.
P or consiguiente, si reconocemos que la fam ilia, o sea un p atró n de
disposiciones p a ra ambos sexos en el que los hombrea desempeñan el
p apel de m antener a las m ujeres y a los niños, es u n a de la s condicio
nes prim ordiales de dicha hum anidad, podemos inv estig ar cuáles son
los problem as universales que tienen que resolver los seres hum anos que
viven d entro de la fam ilia adem ás del problem a elementa] de inculcarle
al hom bre los patrones y los hábitos de la m anutención. E n p rim er té r
mino, es preciso establecer u n a perm anencia de c ie rta índole, la seguri
dad de que los mismos individuos han de tr a b a ja r y hacer proyectos
ju n to s po r lo menos d u ra n te una tem porada o u n a cosecha, y g eneral
m ente con la esperanza de que la unión dure toda la vida. A unque sean
liberales con respecto al divorcio, aunque los m atrim onios se separen
con frecuencia, en casi todas las sociedades existe la suposición de que
el ayuntam iento h a de ser perm anente, la idea de que el m atrim onio ha
de d u ra r m ien tras vivan los cónyuges. E s posible que se devuelva a la
esposa estéril, o que se le exija o tra al clan de la m u je r; que el hombre
le ceda la esposa a un herm ano m enor con quien se lleve m e jo r; que los
m aridos dejen a las m ujeres o éstas a aquéllos por los motivos m ás in
sig n ificantes; no obstante, la suposición prevalece. N inguna sociedad ha
inventado u n a form a perdurable de m atrim onio que no te n g a implíci
ta la fra s e “ h asta que la m uerte nos separe". P or o tra p a rte , sólo con
tadas sociedades p rim itiv as h an insistido con esta suposición h a s ta el
extremo de n egarse a reconocer diversas posibilidades de fracaso s m a
ritales. L a insistencia ju ríd ic a sobre el m atrim onio perpetuo en cual
quier circunstancia es m ás propia de las sociedades que h an logrado
u n a organización ta n absoluta que el grupo puede coaccionar al indivi
duo sin te n er en cuenta las relaciones en tre los sexos. H a sta el p resen
te u n a de las condiciones p a ra que se estableciera y p e rd u ra ra la fa
m ilia h a sido la proposición de un p atró n norm al p a ra todo el curso
de la v ida; en ciertos casos se h a basado en la relación con u n a herm a
n a en vez de con la esposa, pero de todos modos el p atró n es p erm a
nente.
A fin de lo g ra r la estabilidad y la continuidad de la relación que da
lu g a r a la fam ilia, la sociedad tiene que h allarle solución a la riv ali
dad de los varones por las m ujeres p a ra que no se m aten, n i las acap a
ren de modo que muchos se queden sin esposa, ni excluyan a los m ás jó
venes, ni m a ltra te n a las m ujeres y a ios niños d u ran te la época de com
petencia p a ra el ayuntam iento. ‘ Si im aginam os a dos hom bres arm ados
de g arro tes enfrentándose ante u n a m u je r desarm ada y recelosa, nos
parece que el problem a de la rivalidad pertenece al pasado rem oto y
prim itivo y no es propio de la sociedad m oderna. Pero los p atro n es que
rigen en la elección del cónyuge son patrones adquiridos y por lo ta n to
pueden q uebrantarse en cualquier momento, debiendo retocarse cons
tan tem ente p a ra que no resulten caducos. Se dice que uno de los facto
re s que contribuyeron al advenim iento del p artido nazi fu e la tenden
cia contraproducente de la república de W eim ar de darles a los hom
bres m ayores los puestos que hubiera vacantes, dejando a los m ás jó
venes en inferioridad de condiciones fre n te a las m ujeres. D u ra n te la
Segunda G uerra M undial la diferencia en tre la pag a del soldado am e
ricano y el inglés asum ió g ra n im portancia en In g la te rra porque colo
caba a los prim eros en una situación ventajosa p a ra co rte jar y reque
r i r a las m ujeres. Siem pre que se produce un cambio violento en el p a
tró n de vida, en la división del tra b a jo , en la proporción de los sexos
•—•como en las guarniciones de la s islas del Pacífico d u ran te la últim a
g u e rra — surge el problem a periódico de la rivalidad. A unque no p ro
voque com bates individuales entice dos hombres que luchen con piedras
y cuchillos por Ja posesión de u n a m ujer, puede d a r lu g a r a p e rtu r
baciones del estado de ánimo del grupo, al agravam iento de los proble
m as grem iales, a la form ación de partid o s subversivos. Puede llegar
a a lte r a r las relaciones entre aliados o a com prom eter el éxito de una
revolución dem ocrática.
E n las sociedades m odernas que ya no sancionan la poligam ia ni en
c la u stra n a las m ujeres su rg e a h o ra otro problem a, el de la rivalidad
de las m ujeres por los hombres. Constituye éste el ejemplo de un p ro
blema creado casi enteram ente por la sociedad, de u n producto de la ci
vilización superpuesto al problem a biológico an terio r. E n el plano hu
mano m ás prim itivo el varón, po r su atracción persisten te hacia las
m ujeres, su fu e rz a física superior que los hijos no menoscaban, se en
co n trab a en la posición n a tu ra l de ataque. L as m ujeres, aunque no per
m anecieran indiferentes ni p asivas fre n te a la contienda, no e ra n h as
ta cierto punto m ás que prendas en juego. Pero a m edida que la civili
zación ha ido reem plazando los puños y los dientes, prim ero con el h a
cha de piedra, el cuchillo y el fu sil, y luego con las arm as m ás sutiles
del prestigio y la influencia, el problem a de la rivalidad de dos perso
nas pertenecientes al mismo sexo por una del sexo opuesto se h a aleja
do progresivam ente de la base biológica. E n las sociedades en que hay
m ás m ujeres que hom bres — la proporción norm al en O ccidente— y en
las que im pera la m onogam ia, advertim os que la com petencia de los
hombres po r las m ujeres está variando e incluye tam bién la competen-
cia de las m ujeres por los hom bres. Quizá este cambio sin g u lar sea la
dem ostración m ás g rá fic a de lo que puede lo grarse socialm ente, ya
que coloca al sexo que biológicamente está menos capacitado p a ra la
lucha en u n a posición de com petencia activa.
Hay. m uy diversas soluciones hum anas al problem a de qué hom bres
h an de conseguir a ciertas m ujeres, bajo qué circunstancias y. por
cuánto tiempo, y al problem a menos corriente pero m ás moderno de qué
m ujeres han de conseguir a ciertos hombres. A lgunas sociedades tole
ra n períodos de licencia p a ra que aquellos que crean que pueden h a
bérselas con m ás miembros de! sexo opuesto que los que norm alm ente
se le consienten tengan la oportunidad de rea liza r sus ilusiones sin des
b a r a ta r el orden social. E n cie rta s sociedades se estila p re s ta r a la
m u jer o in tercam biar las esposas en tre amigos, de modo que la coope
ración e n tre los hom bres se re a firm a m ediante este vínculo sexual.
O tras sociedades perm iten que todos los hombres que pertenecen al
mismo clan ten g an indistintam ente acceso a las respectivas esposas y
se observa la sin g u lar am onestación de que d u ran te el em barazo la m u
je r sólo puede tener relaciones sexuales con su m arido. E l pueblo usuai
de la s grandes islas del A lm irantazgo les perm itía a los jóvenes de am
bos sexos gozar de un año de diversión vigilada juntos, pudiendo al té r
mino del mismo escoger u n a p a re ja p a ra una sola noche. Luego casa
ban a las chicas con hom bres m ayores y los muchachos optaban por ca
sarse con viudas que tu v ie ran propiedades y experiencia. E n ciertas
sociedades los hombres m ás fu ertes, los que se d estacaran como gue
rrero s, cazadores, agricultores o depositarios del saber p opular tr a d i
cional, podían te n er m ás esposas que los demás. E n to d a sociedad no
sólo es m enester e n c a ra r la s situaciones reales, como la escasez re la ti
va de hombres o de m ujeres, sino tam bién tener presentes las ilusiones
que in sp ira n las disposiciones sociales p articu lares. E l m undugum or
tr a t a siem pre a su esposa como si fu e ra u n a entre m uchas, aunque sea
pequeño y poco com petente y te n g a sólo u n a esposa coja y con culebri
lla m ien tras el herm ano m ayor tiene ocho o nueve, porque e n tre los
m undugum ores el varón ideal es el que tiene u n as cuantas. E l arap esh ,
en cambio, aunque ten g a dos esposas, u n a heredada del herm ano m uer
to o fu g itiv a de los pueblos m ás agresivos de la lla n u ra, tr a t a a cada
un a como si fu e ra la única, la que alim e n tara y cu id ara d u ran te los
largos años del compromiso. Los m anus, siendo monógamos rigurosos,
aunque están rodeados de polígamos entusiastas, creen que hay g ran
escasez de m ujeres en el m undo y no sólo com prom eten a los hijos v a
rones lo an tes posible, sino que re la ta n que en el mundo de los espectros
se a rre b a ta n de una m anera de lo m ás indecorosa el esp íritu de cada
m ujer que se m uere. Los papúes de K iwai celebran rito s mágicos com
plicadísimos p a ra aseg u rarles a los varones el éxito en el m atrim onio
y los esquim ales p ractican a la vez el infanticidio fem enino — b asán
dose en la te o ría de que sobran m u je re s — y la poligam ia, que impli
ca q u itarles las esposas a los dem ás porque ias m ujeres no alcanzan.
Todas estas situaciones de rivalidad afectan a los adultos, ta n to si
el eje de las m ism as es la competencia e n tre los hombres m ayores y m ás
fu ertes y los jóvenes y m ás débiles como si se tr a t a del conflicto en tre
'.zs m ujeres m ás jóvenes y a tra c tiv a s y las m ayores y m ás aplom a
das, o de la lucha en tre personas de la m ism a edad. Pero h ay otro p ro
blema que toda sociedad hum ana tiene que resolver: la protección de
los que aún no han llegado a la m adurez sexual, que es en esencia el
problem a del incesto.
Hemos mencionado las diferen tes m aneras de e n c arar la sexualidad
en desarrollo del niño, hemos visto cómo el niño samoano comienza el
período de inactividad sexual m ediante la observancia del tab ú entre
la h erm ana y el herm ano, cómo la identificación del niño con el proge
n ito r del mismo sexo tr a e a p a re ja d a s ciertas tensiones y prohibiciones
en su relación con el sexo opuesto. Poner al niño a salvo de los p ad res
— un a vez que se adm ite que sea deseable— im plica tam bién poner
a los p adres a salvo de los hijos. E s m enester p roteg er a la n iñ a de
diez años de los requerim ientos del padre p a ra a seg u rar el orden social,
pero es preciso ev itarle al pad re la tentación p a ra que su adaptación
social sea perm anente. Las defensas que el niño erige co n tra el deseo
por el progenitor tienen su equivalencia en las actitudes del progeni
to r que protegen al hijo. G eneralm ente los tabúes sobre el incesto se
extienden en varios sentidos de modo que el niño queda protegido de
todos los adultos, aunque la protección puede ser m inim a, como en tre
los indidos de K aíngang, donde todos los niños reciben b astan te estí
mulo sexual, o m áxim a, como lo ilu s tra la educación trad icio n al que se
le daba en F ra n c ia a la jeune filie . E sta s prohibiciones quedan estili
zadas en los tabúes contra el “ sacjueo de cunas” y en la definición legal
de la “edad del consentim iento”, que según las m adres de la generación
p asad a significaba la edad a la cual “una joven podía acceder a su
propia deshonra” .
L as reglas fundam entales sobre el incesto abarcan las tre s relacio
nes p rim a ria s de la fa m ilia : e n tre padre e hija, entre m ad re e h ijo y
e n tre herm anos. L a necesidad social de que haya reg las que eliminen
la com petencia dentro de la fam ilia queda m uy bien ilu stra d a por las
condiciones im perantes en M undugum or. Se quebrantó el ta b ú sobre
los m atrim onios en tre personas de d istin tas generaciones debido a la
presión de u n sistem a m atrim onial dem asiado complicado y esto les
perm itió a los hom bres cam biar st las h ija s por nuevas esposas m ás jó
venes. Pero esta situación pone a]| hijo en com petencia con el pad re por
la h ija-herm ana, ya que ambos quieren c a n je arla por un a esposa. L a so
ciedad m undugum or se convirtió en u n a selva donde todos los hombres
era n rivales y subsistía gracias la m em oria de form as sociales an te
riores que algunos todavía in te n ta b an observar, aunque precisam ente
debido a esa m em oria no se podían re a d a p ta r. Puesto que la ta re a p r i
m ordial de toda sociedad es lo g ra r que los hom bres continúen tr a b a
jando ju n to s con cierto grado de; cooperación, cualquier situación que
predisponga a los hombres unos co n tra otros re su lta fa ta l. P a ra que el
hombre sig a siendo el que a seg u ra el sustento dentro de la fam ilia, tie
ne que m antener y no com petir con los hijos, sobrinos, etcétera. P a ra
que pueda cooperar con los dem ás hombres de la sociedad tiene que es
tablecer relaciones con los que no te n g a rivalidad sexual.
L as sociedades que h a n puesto de relieve la colaboración en vez de la
com petencia en tre los hom bres logran fo rm u lar los tabúes sobre el in
cesto de modo que no destaquen la necesidad de ev itar las contiendas
e n tre los que están em parentados, sino la de establecer nuevos lazos a
trav és del m atrim onio. “ Si uno se ca sa ra con la herm ana — dice el
a ra p e s h — no te n d ría n ingún cuñado. ¿Con quién iba a tr a b a ja r ? ¿Con
quién iba a cazar? ¿Quién le a y u d a ría ? ” Y la cólera está d irig id a h a
cía el hom bre antisocial que no quiere casar a la herm ana o a la h ija,
porque el deber del hom bre es c re a r nuevos vínculos p o r interm edio de
la s jóvenes de su fam ilia. Sin em bargo, el desear u n cuñado p a ra irse
de caza juntos, como los arapesh, o una nuera a quien poder dom inar,
como los japoneses, y el p erm itir el incesto en tre el herm ano y la h e r
m ana en la fam ilia real, como sucedía en tre los antiguos haw aianos y
egipcios, constituyen estilizaciones de las reglas sobre el incesto. Tam
bién lo son la s generalizaciones que com prenden a media trib u o, en el
caso extrem o de los aborígenes de A u stralia, que se extienden en ta l
fo rm a que sólo m ediante las ficciones m ás rebuscadas pueden casarse
ciertas personas. L as reg las sobre el incesto encierran en el fondo la
m an era de conservar la unidad fam iliar personalizando y p a rtic u la ri
zando las relaciones que surgen eu él seno de la mism a. L a am pliación
de las reglas sobre el incesto de modo que p ro tejan en diversos senti
dos a los jóvenes — a todos los hijos de la sociedad— co n tra la explo
tación y la crueldad sirve p a ra ilu s tra r cómo las p rácticas conservado
ra s y protectoras in stitu id as du ran te el tran sc u rso de la h isto ria hu
m ana sirven de p a u ta p a r a la conducta social m ás compleja.
A unque la fam ilia hum ana depende de invenciones sociales que indu
cen a los hom bres a m antener a las m ujeres y a los niños, dichas inven
ciones se fu n d an en determ inadas relaciones sexuales físicas que la n a
tu raleza biológica establece en tre el hom bre y la m ujer. No estando su-
n « iv in n n n n n /Irt n n l n r. 1 VlA 1*11C*Wi"íVinÍl> VI í n l 'J 'm a n í ’O l' TIOV1Á A 5f »« m Í3T*
JtílíUS a UUct e p u c a UC WiUj d i HU UiOlUUlUlJ. HA &. amtiiLQj. p c A iu u it o iu c i n t
11. LA PROCREACION
Cada hogar difiere de los dem ás, cada m atrim onio, aun dentro de la
m ism a clase y del mismo círculo, p rese n ta contrastes en tre los in te g ra n
tes, en apariencia ta n evidentes como las diferencias que distinguen a
cada trib u de N ueva Guinea de la s demás. “E n casa nunca cerrábam os
el baño con llave.” “ E n casa nunca entrábam os a u n a habitación sin
llam ar.” “Mi m adre siem pre nos pedía las ca rtas, au n siendo ya m ayo
res.” "Siem pre nos devolvían sin leer cualquier papel que tu v iera algo
escrito.” “ No nos p erm itían m encionar las piern as.'1 “ Mi p ad re decía
que ‘sudor* era una p alab ra m ás fra n c a que ‘tran sp ira ció n ’, pero que
nos cuidáram os m uy bien de decirla en casa de tía A licia.” “ Mi m adre
m e decía que se me iban a estro p e ar la s m anos si m e subía a u n árbol.”
“ Mamá opinaba que las chicas te n ían que co rrer y hacer ejercicio m ien
tr a s fu e ra n jóvenes.” H a sta e n tre vecinos, en tre los hijos de prim os y de
herm anos, se advierten discrepancias en la m an era de educar a los hi
jos, y una fam ilia los cría con rec ato y reserva, poniendo de relieve el
pape! de cada sexo, m ie n tras o tra s to leran concesiones m u tu as que hacen
que la s n iñas parezcan m arim achos. Luego se efectúan o tra vez los
m atrim onios en tre personas criad as de distinto modo, su rg e el co n tras
te, la f a lta de sensibilidad p a ra saber cuál es el momento oportuno, la
f a lta de correspondencia en tre los: nuevos padres. No h ay dos hogares
ig u ales; no hay dos padres que h ay a n sido alim entados de la m ism a m a
n era aunque los bols de p la ta p a r a la avena hayan sido idénticos. Los
adem anes de las manos, ya sean la s de la m adre o la abuela, las de u n a
cocinera irlandesa, u n a n iñ e ra inglesa, un am a neg ra o u n a sirv ien ta
tr a íd a del campo, no son los gestos seguros, estereotipados de los que
viven en u n a sociedad homogénea. L a mano de la e x tra n je ra recién lle
gad a titu b ea al m a n eja r las cosas que no le son fam iliares y a l ponerle
la cuchara en la boca a un niño que se com porta y habla en form a e x tra
ñ a ; la mano de la anciana norteam erican a conserva la huella de la in-
certidum bre de las generaciones an terio res y vacila o se crisp a al en
t r a r en contacto con un desconocido difícil de com prender.
P ero precisam ente porque todos los hogares son diferentes, porque
n inguna p a re ja responde n atu ra lm e n te al mismo arru llo , son todos
iguales. E l antropólogo que estu d ia u n a trib u de N ueva Guinea puede
a menudo an ticip ar h a s ta el m enor detalle de lo que h a de suceder en
u na fam ilia si su rg e u n a d isputa, sabe lo que dicen al reconciliarse,
quién tom a la iniciativa, de qué p alab ras y de qué gestos se valen. N in
gún antropólogo puede hacer lo m ismo en los E stados Unidos. E l mo
tivo de la disputa, quién hace las paces y la ac titu d ad optada v aría n
en todos los hog ares; tam bién v a ría el momento m ás intenso en tre los
p ad res y los hijos. Pero la form a, la índole de la disp u ta, y el tono de
la reconciliación, el afecto y el tem or de las desavenencias son sim ilares
por su d isp a rid a d .1 E n u n h o g ar el m arido m an ifiesta su ard o r t r a
yendo flores, en otro jugando eon el gato al e n tra r, en u n tercero h a
ciéndole mimos a la c ria tu ra u ocupándose de la radio, m ien tras que la
m u jer revela su com placencia o s¡u desinterés ante la expectativa eró
tica pintándose los labios o quitándose el rouge-, dedicándose a o rd en ar
el cu arto o sumiéndose en sueños acurrucada en el otro sillón m ien
tr a s ju e g a d istraídam ente con el cabello del niño. No existe ninguna
norm a, no hay ninguna p alab ra que re p ita n todos los m aridos en ore-
ien cia de los niños que han de ser m aridos alg ú n día y de las niñas que
han de ser esposas, de modo que cuando sean adultos conozcan de m e
m oria el juego de la insinuación y. la reticencia.
E n A m érica cada h ogar tiene un lenguaje propio; cada fam ilia se
vale de u n a clave que los dem ás no entienden. Y esto constituye la se
m ejanza esencial, la reg u larid ad básica de todas la s discrepancias a p a
rentes. Cada m atrim onio norteam ericano tiene su clave creada según
los antecedentes de los cónyuges, d u ran te las incidencias de la lu n a de
miel y a m edida que se definen la s relaciones con los suegros, fo rján d o
se así u n lenguaje que no llega a ser del todo inteligible p a ra ambos.
A quí se advierte o tra regularidad. Cuando un lenguaje, u n a clave, es
conocido por todos los hab itan tes de u n a aldea, utilizado p o r los que
son afables y los inflexibles, por los que tienen una disposición dócil y
por los obstinados, por los que hablan en u n tono melodioso y por los
que ta rtam u d e an , la lengua cobra una precisión prim orosa, d iferen
ciándose los sonidos n ítid a y perfectam ente. L a c ria tu ra recién nacida
que comienza a balbucear desaprensivam ente toda la posible gam a de
sonidos agradables y desagradables, escucha y lim ita la escala. Si an
tes balbuceaba cien m atices de sonido, se lim ita ah o ra a m edia docena
y se ensaya p a ra lo g rar la perfección, la seguridad de los m ayores. Pos
teriorm ente, aunque ten g a torpe la lengua y el oído, lo g ra h ab lar el idio
m a de su pueblo de modo que todos le entiendan. E l modelo perfecciona
do que le ofrecen los labios y la lengua de personas de d istin ta condi
ción que pronuncian las mismas p alab ras, le sirve al recién llegado p a
r a expresarse con la claridad y la precisión necesarias p a ra lo g ra r la
comunicación. Y lo que acontece con el lenguaje tam bién se aplica a los
gestos, al tacto p a ra saber cuál es el momento oportuno p a ra la inicia
tiva, la correspondencia, la exigencia y la sumisión. E l niño que se
com penetra de la vida de quienes lo rodean forzosam ente aprende su
p arte.
P ero en u n a cu ltu ra como la de los E stados Unidos en el momento
actu al, el niño no encuentra u n a conducta uniform e reiterad a . No to
dos los hom bres cruzan las piernas con la m ism a aserción varonil, ni
se sientan en ta b u re tes de m adera p a ra e sta r a cubierto de cualquier
ataq u e traicionero. No todas las m ujeres cam inan con pasitos afectados,
ni se sientan ni se acuestan con la s p iern as ju n ta s h a s ta p a ra dorm ir.
La conducta del norteam ericano es u n compuesto, es u n a versión im
perfectam ente lo g rad a de la conducta de otros que a su vez no tuvieron
u n modelo único —'expresado de diversas m aneras por m uchas voces
d istin tas, pero aun así ú n ic o —, sino centenares de modelos diferentes,
que tenían un estilo propio, careciendo de la autenticidad y. la preci
sión de u n estilo colectivo. Al extender la mano p a r a despedirse, p a ra
contener una lágrim a o p a ra ay u d a r a un niño desconocido que tro p ie
za, no se tiene la certidum bre de que la han de acep tar, y si la aceptan
no se sabe si es con el mismo sentido que se ofreció. Guando existe un
p atró n de conducta reconocido p a r a el noviazgo, la chica sabe lo que su
cede si sonríe o se ríe , si b a ja la v ista o si p asa callada ju n to a u n grupo
de jóvenes segadores con u n a espiga de m aíz en los brazos. E n A m é
ric a la m isma actitud puede d a r lu g a r a u n a am plia sonrisa como re s
p u esta espontánea, o a que se a p a rte n de ella los ojos turbados, a insi
nuaciones desagradables y h a s ta a que la sigan po r la s calles desier
ta s, no porque cada uno de los m uchachos reaccione de distinto modo,
sino porque in te rp re ta n de o tra m an era la conducta de la joven.
P o r consiguiente, aunque todos los hogares sean distintos, se puede
h ab lar mucho acerca del h ogar am ericano, p articu la rm en te si nos re
ferim os a la corriente p rincipal de la vida norteam ericana, adm itien
do to lerancias p a ra los esteros y los bajíos de las colonias del pasado
y a lejano y la s incorporaciones e x tra n je ra s, pero sin p re sta rle s dem a
siada atención. Los porm enores v a ría n , v a ría n enorm em ente, pero la
sensibilidad subyacente en el fondo de estas diferencias h a tomado
cuerpo y form a. L a m anera de h ab lar, los gestos del norteam ericano,
en cierran la ineertidum bre, la posibilidad de una m ala in terp retació n
cuando las relaciones son intensas, la posibilidad de establecer u n a cla
ve de em ergencia que sirv a p a r a ¡salir del paso, la necesidad de sondear
a la o tra persona, de lo g rar u n a comunicación superficial, inequívoca,
incom pleta e inm ediata.
Los hogares norteam ericanos tienen en cierto sentido, y, a p esar de
las notables discrepancias señaladas, otro rasgo de sem ejanza que no
se advierte en hogares europeos ta n dispares. La fam ilia n o rteam eri
cana vive orien tad a hacia el fu tu ro , hacia lo que los hijos pueden lle
g a r a ser, sin la preocupación de p e rp e tu a r el pasado ni de estab ilizar
el presente. E n la s sociedades divididas en ca stas los p ad res vigilan
al hijo que, p a ra bien o p a ra m al, re ite ra el estilo de vida de sus m ayo
res, casándose con u n a joven de ¡la m ism a casta, vistiéndose, actuando
y pensando, ahorrando o gastando, enam orándose y recibiendo al mo
r i r honores fúnebres al igual que sus antepasados. A unque el h ijo cam
bie de m an era de vivir, lo hace ju n ta m e n te con los dem ás miembros
de la casta, perm aneciendo en cierto sentido todavía fiel a la tradición
fam iliar. E n u n a sociedad de clases flu id as y cam biantes como la de
A m érica, los p adres que viven en los viejos edificios de H ell's Kitchen,
en las casas espaciosas de Hy.de P a rk , Illinois, en las haciendas de Ne
v ad a o en los pueblos m ineros de P ennsylvanis, no tienen} al evocar
el pasado, recuerdos en común. Pero al proyectar la m ente hacia el f u
tu ro , tienen seguram ente la m ism a visión: hijos bien vestidos con t r a
jes de Brooks Bros., con el som brero colocado como es debido p a ra m e
recer la adm iración de la chica m á s bonita, con u n a lib reta de cheques
en el bolsillo, el fu lg o r del éxito on la m irada, un coche de la misma
m arca en la puei’ta , Si estu v ieran presentes los abuelos — los altivos
te rraten ie n tes húngaros, los caballeros ingleses, los m ineros galeses,
los artesanos suizos, los escoceses que in sistía n en la perfectibilidad co
rno orientación de los h ijo s — m enearían la cabeza, y cada uno a su mo
do rec h aza ría la visión. “ E n m il años nadie abandonó el valle sin que
se m u rie ra al in te n ta rlo .” “ N ingún m iem bro de la fam ilia se h a en
suciado jam ás las m anos con u n oficio,” “Los hom bres de esta fam ilia
and an a caballo y no en m áquinas.” E l pasado los ag o b iaría con distin
ciones, con el estancam iento, con la lim itación de la esperanza con
form e a la expectativa de los m ayores. Pero los abuelos y los bisabue
los están m uy lejos, en otro país, en o tra ciudad o en o tra clase, descar
tados en principio si no de hecho, y los p adres de d istin ta condición, ta n
diferentes unos de otros que no se se n tirían a gusto en la m ism a m esa,
sueñan sin em bargo con el mismo fu tu ro . M ientras que en A sia y en E u
ropa cada aldea, cada ca sta o cada grupo dialectal se caracteriza por
la uniform idad que le h a otorgado la experiencia del pasado tra n sm i
tid a ínteg ram en te de generación en generación, el pueblo de los E s ta
dos U nidos, del norte, del sur, del este y del oeste, se caracteriza por
la uniform idad de sus aspiraciones, porque todos sueñan con la m ism a
casa a p esar de la desigualdad de sus orígenes, porque todos tienen el
mismo ideal de la elegancia fem enina aunque sus m adres no se hay an
vestido de la m ism a m anera.
H ay como es n a tu ra l m uchas excepciones, como por ejemplo Beacon
Hill, en Boston, y la M ain Line, cerca de F iladelfia, donde cada nueva
generación ocupa u n a posición f ija en el m undo aunque la vida a su al
rededor sea flu id a y cam biante. Tam bién se observan excepciones en
los pueblos m ineros donde la gente, tra sp la n ta d a directam ente de E u
ropa, no entiende aún que el hijo de u n m inero no tien e por qué a b ra z a r
el mismo oficio. Los agricultores del sudeste se en teraro n con asom
bro — por la cam paña p a ra r e p a rtir la carne d u ra n te la S egunda Gue
r r a — de que los pobres podían comer u n kilo de carne m a g ra por se
m an a y h ay personas en los b arrio s m iserables que han subido por
p rim e ra vez a u n tre n a los sesenta años y. com entan que “es lo mismo
que un tra n v ía , pero avisa an tes de ponerse en m arch a” . Pero la vida
circu n scrita y m enguada de estas fam ilias an tig u as conscientes de
su posición, de estos m ineros aislados, de los labradores de la s regio
nes ap a rta d a s, confirm an la fluidez de la vida norteam ericana en ge
n eral. L a tra g e d ia de u n a clase a lta que sólo puede descender porque
sn A m érica no existe la noción de conservar sim plem ente la csteg o rís
social, y la am arg a intransigencia de u n millón de m ineros a trin c h e ra
dos dentro de u n a colectividad e x tra n je ra que se a fe rra a un oficio,
negando casi todos los valores m anifiestos de la vida norteam ericana,
sirven p a ra poner de relieve la preponderancia y la hegem onía del ideal
del fu tu ro . E s el ideal de la n iñ a que se cría en u n a cabaña con las ro
dillas sucias, de las chiquillas raq u ítica s de los barrio s pobres y de las
n iñ as cuidadas, fu ertes, bien n u trid a s, de la clase media. T odas ellas,
aunque ten g an las piernas to rcid as por f a lta de sol y de v itam in as y
los pies deform ados por los zapatos incómodos, tienen la esperanza de
ponerse algún día las m edias de nylon que la s deslum bran en los an u n
cios de los diarios y rev istas y en los carteles de propaganda. L a n iñ a
n o rteam ericana no obtiene la sensación de la superficie de sus piernas
a trav é s del roce sensitivo de la la n a, la seda o el aire, ni de la aspere
za del algodón negro o de la piel de foea. No percibe como im agen do
m inante la sensación de los m ateriales, la adherencia, la suavidad, la
aspereza, el zurcido en la p la n ta , sino que im agina que u sa m edias de
un m ateria l que ni siquiera h a tocado jam ás. E n consecuencia, las p ie r
n as se convierten en una im agen visual percibida a trav és de los ojos,
en vez de ser un conjunto de im presiones de músculos en movimiento
y de la piel ir rita d a o pro teg id a por las m edias usadas d u ran te la
niñez.
Ju n ta m e n te con la preponderancia del soñar, del ideal que se fo r
ja n todos los norteam ericanos a p e sa r de la diversidad de anteceden
tes y de la experiencia sin g u lar de cada uno, se advierte cierto descon
ten to por la versión de la p ro p ia fam ilia y de la p ro p ia in fan cia. Los
estu d iantes se reúnen a escu d riñ ar y d iscu tir el pasado de cada uno y
los erro re s de la s d istin ta s fam ilias, el exceso de rig o r que inhibe la
espontaneidad, la indulgencia qcie no da lu g a r a la sa n a rebeldía, el
a fá n de estim ular u n a espontaneidad que term in a p o r re s u lta r f a s ti
diosa. Debido a la índole m ism a del ideal nadie lo alcanza y ninguna
fam ilia lo g ra cristalizarlo perfectam ente. A todas la s casas les f a lta
algún detalle incluido en esa c a sa soñada que nadie ocupa. N in g u n a
m ad re llega a ser todo lo que debe se r la m adre am ericana, n in g ú n id i
lio tiene todas las virtu d es del am or verdadero. Y no es porque el ideal
sea ta n elevado, sino porque se t r a t a de u n a visión del fu tu ro y no de
p ro cu rar la em ulación del pasado. E n aquellas sociedades que p ro cu ran
reproducir fiel y respetuosam ente los esquem as del pasado, algunos de
los que tr a ta n de co nstruirse una casa de acuerdo con el modelo antiguo
fra c a sa n po r diversas raz o n es: por f a lta de medios, por pereza, p o r m a
la suerte, por enferm edad o por no ser capaces de o rd en ar su vida; al
gunos tienen la im aginación n ecesaria p a ra su p e ra r el modelo y crear
uno nuevo. Pero en la s sociedades que se rig en por u n a visión no re a li
zada del fu tu ro , la deficiencia es de otro orden. E l estilo de vida que se
le p resenta al niño como ideal puede lo g rarse únicam ente m ediante u na
educación basada en dicho estilo. Sólo es posible vivir con so ltu ra y n a
tu ralid ad en determ inado tipo dtí casa si uno se ha criado en h a b ita
ciones sim ilares, con los muebles y las luces dispuestos de la m ism a m a
r e ra . E n 1947 colocaron en la te rra z a de Leopoldskron de Salzburgo
¡ra n d e s candelabros con velas encendidas p a r a a lu m b rar a los m úsi-
austríacos. Los am ericanos que asistieron al concierto apenas pu-
dieron p re sta r atención a la m úsica de ta n preocupados que estaban
por las velas; ¿se iría n a a p a g ar, velan los ejecutan tes bien la p a rti
tu r a cuando la luz vacilaba en la b risa? Hoy y a no se ponen velas en
los árboles de N avidad, no porque las velas sean m ás peligrosas que
antes, sino porque la gente h a perdido el hábito de m an eja rlas con la
precaución debida, que incluía v ig ilar la s cortinas ag itad as por el vien
to y el cabello suelto de las niñas. L a relación p erfecta e n tre la perso
na y lo que la rodea, e n tre la persona y los dem ás, depende de esta len
ta , am able habituación, a m edida que los ojos del niño v an absorbien
do los patrones, a m edida que se v an acum ulando uno tr a s otro en la
m ente los significados en e stra to s coherentes, aunque se insinúe un con
tra p u n to o contrastes aparentes.
P o r consiguiente, no sólo existe la posibilidad de describir detallada
y coherentem ente las etap a s de la tra y e c to ria hacia la edad ad u lta de
los am ericanos de cualquier condición sino que se percibe asimismo que
las etap a s se cumplen perfectam ente. L a discrepancia e n tre la rea li
dad ac tu al y el ideal se in te rp re ta como u n a discrepancia e n tre “yo y
los dem ás”, u n a tra s o con respecto al nivel general de los vecinos, del
círculo social, de la clase del colegio, de los dem ás empleados de la
oficina o de los colegas, y tam bién como u n a discrepancia en tre lo que
uno debería ser y se n tir y lo que siente en efecto. “ Quiero a mi m arido,
tengo un hijo, tengo dinero, soy inteligente y bonita”, se lam en ta la jo
ven esposa, “pero no soy del todo feliz. Me parece que no gozo plena
m ente de la vida y que m e f a lta algo. ¿S eré todo lo feliz que debería
ser?” E l antiguo im perativo de los p u rita n o s: “ T ra b a ja r, a h o rra r, m or
tif ic a r la carne”, ha sido desplazado por una serie de im perativos ir re a
lizables p a ra el f u tu ro : “ S er feliz, vivir plenam ente, lo g ra r el ideal”.
R esulta m uy difícil vivir de cierto modo cuando no se está p re p a ra
do, a d a p ta rse a relaciones que no se h a n experim entado d u ran te la in
fan cia, llevándose a los labios u n a cuchara que no lo g ra su sc ita r el re
cuerdo de la presión de los dedos. R esulta ta n difícil, p articu larm en te
p a ra los nuevos norteam ericanos, aquellos cuyos p adres o abuelos lle
g aron como extraños al país, y p a ra los que h an cambiado de posición
social, que la m ayoría encara el problem a negando la existencia del
mismo. Se olvidan, se niegan, se b o rra n de la m ente los abuelos que
desentonan, los pad res con acento extran jero , y se superpone un r e tr a
to superficial, m ás de acuerdo con el ideal norteam ericano, sobre la
im agen ag u d a de las ca ra s y actitudes verdaderas. La casueha de u n a
sola pieza, el departam ento pobre, las mil desviaciones del h ogar nor
team ericano, se disculpan como accidentes, quitándoseles toda tra sc e n
dencia en relación con la im agen ín tim a de la persona. P o r eso los sol
dados norteam ericanos que com batieron en E u ro p a d u ran te la Segun
da G uerra contem plaban los b arrio s m iserables de la G ran B retañ a y
com entaban con toda fran q u eza: “N ingún am ericano vive en esas con
diciones.” Los ingleses que h ab ían visto fotos del D ust Bowl, de los sec
tores abandonados de Chicago, o de los callejones de la s ciudades del
su r, creyeron n atu ra lm e n te que los am ericanos m entían. P ero no era
a s í; se re fe ría n sencillam ente, como siem pre, al ideal que era p a ra ellos
lo auténtico. E s claro que en A m érica la gente vive de diversas m ane
ra s, pero se t r a t a de ex tra n jero s o de desgraciados, de viciosos o de
personas sin am bición; h ay g en te que vive así, pero los am ericanos vi
ven a p a rte en casas blancas con p ersia n as verdes. E l sueño tiene p rio
rid ad siem pre, inflexible y ciegam ente. E l proceso de la negación es con
tinuo, no se t r a t a del repudio decisivo de u n pasado que no sirv ie ra p a
r a alcanzar la m eta, sino de re c tific a r diariam ente la vida rea l de acu er
do con el concepto de lo que la vida debe ser. E l living-room de la casa
con los muebles desvencijados, los posabrazos de crochel y la lá m p ara
horrible de vidrio opaco decorada con u n a escena tropical, en rojo y ver
de, no es m ás que el p recu rso r del modelo de living de este año que se
exhibe en la s m ueblerías del centro. E l chal que la abuela se pone en la
cabeza se convierte casi en u n sombrei-o y se tra n sfo rm a por completo
cuando los pañuelos están de moda. L a im aginación v a entretejiendo lo
que se percibe a tra v é s de los sentidos con lo que la m ente considera
completo y perfecto.
Los norteam ericanos en caran e s ta s discrepancias de d istin ta m ane
ra , según el tem peram ento y la s experiencias que h an tenido en la vida.
E stá n los que se niegan a ig n o rarla s y expresan la conciencia vehemen
te que tienen de las m ism as m ediante el repudio cínico de todos los v a
lores o afiliándose con entusiasm o a los grupos m inoritarios, esforzán
dose p o r perfeccionar la com unidad, por acerca r la realidad al ideal.
E stos últim os son los liberales, el ferm ento de la entidad política de la
que depende la sociedad am ericana p a r a que el sueño valg a la pena. Sin
ellos estaríam os perdidos. No obstante, su presencia nos re su lta incó
m oda porque corrobora la s discrepancias esenciales del modo de vivir
de los norteam ericanos. No sólo im p o rta el hecho de que tengam os evi
dentes desigualdades sociales, contrastes caprichosos en tre los ricos y
los pobres, contradicciones intolerables en tre el ideal y la p ráctica en
n u estra s sociedades. H a habido o tra s sociedades con co n trastes sim i
la re s que han encarado los cambios de d iferen te m an era. Pero puesto
que la e s tru c tu ra m ism a del c a rá c te r de los norteam ericanos se b asa
en la necesidad de conciliar constantem ente el presente re a l con el f u
tu ro irrealizable — en la vida p e rso n a l— la s discrepancias sociales
tienen sin g u lar repercusión. Cuando se las señala p e rtu rb a n el cora
zón y la conciencia de casi todo el m undo: algunos no duerm en y otros
contribuyen con u n a donación p a ra alguna buena cau sa; unos pocos
— los que son menos capaces de to le ra r las discrepancias — se sienten
' ¿elevados y vindicativos y org an izan el co ntraataque. Se h an llevado
i rí'ro recientem ente en la U niversidad de C alifornia ciertos estudios
m
sobre el contraste en tre la e s tru c tu ra del c a rácter de los que se m ani
fiestan como p a rtid a rio s activos de los grupos que d isfru ta n de menos
privilegios — los obreros, los judíos, los negros, e tc é te ra — y de los que
dem uestran tendencias en contra de las m inorías. - E n tre los defenso
res de las m inorías están los que se podrían clasificar como neuróticos;
es decir, los que h a n afrontado e incorporado a su propio c a rácter las
discrepancias que se hallan p resentes en la cu ltu ra. E n el grupo de los
contrarios se encuentran los que necesitan cosas perm anentes, los que no
pueden to le ra r la s am bigüedades, los que h an aju stad o la percepción de
la realid ad a u n a e s tru c tu ra fo rm a l y. perfeeta, que p resen ta u n aspec
to uniform e y m uy bien adaptado, pero que incluye la posibilidad de
un tra sto rn o psicótico. •
E stos grupos rep rese n tan tre s énfasis de la vida n o rteam erican a:
los liberales no aten ú a n su im agen de la realidad p a ra sen tirse m ás cer
ca del ideal sino que agudizan 1a percepción y luchan p a ra realizar el
sueño o renuncian desalentados. Los que pertenecen a la g ran m ayoría
ce n tral em pañan su percepción, sacrifican la sutileza de la experiencia
p a ra v iv ir de acuerdo con el ideal como si estuvieran p reparados. Y f i
nalm ente los reaccionarios, no pudiendo to le ra r la discrepancia n i en
c a ra rla a m edias, optan por n e g a rla y favorecen toda acción que con
trib u y a a ese fin. E n la vida p riv ad a este grupo se defiende con p ro
yecciones y fa n ta s ía s y haciendo responsables a los dem ás; en polí
tica abogan por d istin ta s form as de reacción que reem p lazarían los sue
ños políticos tradicionales por la aceptación de la desigualdad social,
de los sistem as de castas, de la violencia y la perversidad como fenó
menos de la v ida social. La publicación del inform e de K insey h a pues
to de relieve el co n tra ste en tre estos tr e s grupos. Los reform adores
redoblan el esfuerzo p a ra que la educación sexual esté m ás de acuerdo
con lo que el individuo a fro n ta en la p rác tica sexual; no es que reb a
jen los conceptos, sim plem ente re ite ra n su empeño. L a g ra n m ayoría
experim enta cierto desasosiego a l te n e r que a r r o s tr a r las estadísticas
que sugieren que las discrepancias que ellos practican, y n ieg an son
m uy generales y difíciles de ig n o rar en le tra de molde. Si u n hombre se
e n te ra de que su infidelidad conyugal, que lo avergüenza y le rem uerde
la conciencia, va a se r clasificada en una ta b la con los po rcen tajes co
rrespondientes a los hombres de su edad y condición, se siente am ena
zado en su sistem a de defensa por el cual podía p ecar y arrep e n tirse,
caso en el otoño de 1946 por F ortu n e, que indicaba que el 3,3 % de los hom-
ire£ decían que si nacieran de nuevo preferirían ser mujeres. 1
ro no se le ofrece ei pecho; llora, pero nadie lo tom a en brazos p a ra ali
m entarlo. Tiene todo el cuerpo cubierto de te las suaves: es la prim era
lección de que siem pre hay telas que im piden el contacto directo en tre
ios cuerpos. La segunda lección tiene lu g a r cuando se lo llevan a la m a
dre a la hora exacta de acuerdo con el peso que ten ía al nacer, y a listo
en u n a m esa rodante. E s ta lo a rrim a a su cuerpo vestido, obligándolo
a m am ar del pecho desinfectado apenas expuesto. La persuasión es in
flexible; la enferm era sabe a g a r r a r al niño que a menudo está ta n tr a n
sido de ham bre que y a ni quiere comer, lo tom a por la mica y lo acerca
al pecho. Sin re p a ra r en que h ay a m am ado o no, es preciso re tira rlo
cuando ha tran sc u rrid o el tiem po indicado. L a m ad re se queda a ve
ces con los pechos doloridos debido a la presión de las pequeñas m an
díbulas ávidas, o tra s veces preocupada y m ortificad a porque la c ria tu
r a no ha querido m am ar, y es ra ro que la experiencia ru tin a ria y enfun
dada le resu lte agradable. D u ran te los nueve o diez días siguientes la
m adre sólo toca al niño estando vestido y a las horas p rescritas. E l p a
d re no lo toca p a ra nada. E l pecho se d escarta a menudo y cuando lle
g a el momento de volver al hogar, po r lo menos la m adre y a h a ap re n
dido que todo contacto e n tre ella y el hijo asum e determ inada form a.
La f a lta de leche, la m ala disposición del niño p a ra m am ar, los conse
jos de los especialistas en el sentido de que se complemente a rtific ia l
m ente la alim entación, son fenómenos n a tu ra le s en un am biente donde
se tr a ta a i niño como si su salud y su b ienestar dependieran de la p re
cisión mecánica y de la fórm ula de la alim entación. L a m adre no se
conform a con su leche, que es dem asiado fu e rte o débil, dem asiado abun
dante o escasa, que fluye de los pezones invertidos, lastim ados o defi
cientes. R ecurre con alivio al biberón y a las h arin as, al chupete seguro
con la perforación que se puede a g ra n d a r con un alfiler, al frasco g r a
duado que sirve p a ra m edir la fórm ula adecuada a la te m p e ra tu ra in
dicada. Se lib ra así del cuerpo hum ano reacio, individual, irregulable,
que puede com prom eter el aum ento de peso del niño, p rin cip al criterio
p a ra ju z g a r su estado de salud. Desde un principio o a las pocas sema
nas, la m ayoría de las m adres norteam ericanas rechazan su cuerpo co
mo fuente n u tricia p a ra los hijos y a l a c ep tar la perfección mecánica
del biberón, re ite ra n por la m anera de tr a t a r al niño el concepto de que
éste e s ta rá m ejor en cuanto aprenda a valerse de esta m arav illa a r tifi
cial que controla exactam ente las cantidades y la hora, en cuanto acepte
un ritm o externo y abandone los ritm os peculiares que h a traíd o al
mundo. L a experiencia prim ordial que constituye el prototipo físico
de la relación sexual — la relación com plem entaria en tre el cuerpo de
la m adre y el del n iñ o — es reem plazada por una relación e n tre el ni
ño y un objeto, u n a im itación del pecho m aterno que no se considera
p a rte de la m adre ni del niño. Si la m adre tom a al hijo en brazos p ara
d arle el biberón (p rá ctica que se recom ienda p a ra proporcionarle a la
c ria tu ra lo que erróneam ente se denom ina contacto co rp o ral), el fra s
co viene a ser como un implemento, una extensión de la mano que o fre
ce el alim ento y no una extensión del pecho. No se sabe a qué edad la
c ria tu ra sabe d istin g u ir la diferencia exacta en tre un frasco de vi
drio con chupete sueiío en el espacio y el pecho de la m adre pero la m a
dre percibe la diferencia desde el comienzo y se la tran sm ite al niño a
trav és de la voz, de las m anos, del ritm o de su propio ser. No se está
dando a sí m ism a, le proporciona p u n tu al y eficientem ente un biberón
que les es ajeno a ambos, sustituyendo la relación directa p o r u na re la
ción en la que se interpone un objeto.
D u ra n te los prim eros meses la m adre se preocupa continuam ente por
la salud y el crecim iento de la c ria tu ra , dándole los alim entos indicados,
bañándola correctam ente, cuidando de que no se le ir rite la piel, que
no se excite dem asiado, que no tom e frío , que no vay a a co n traer n in
g u n a infección. E l baño es u n r itu a l que puede lleg ar a dom inar toda
la jo rn ad a , pero suscita m ás ansiedad que placer. L as c ria tu ra s n o rte
am ericanas reciben ta l vez Ja m ás p erfec ta atención física, el índice de
m ortalidad es cada vez menor, los chicos son en general m ás robustos y
p resen tan menos síntom as de deficiencia vitam ínica. E i niño bien ali
m entado, bañado, entalcado y. arropado descansa en la cuna y tom a la
leche p asteriz ad a de un biberón perfectam ente esterilizado. Después
de llo ra r un poco — a veces — porque nadie lo va a m alcriar tom ándo
lo en brazos, se duerme. E l sueño está asim ism o m uy bien reg u lad o : lo
acuestan un ra to de cada lado p a ra que no se le deform e la cabeza. Lo
pesan, lo vigilan, lo com paran. Su desarrollo concuerda con las nor
m as, así se tr a te de las norm as de Gessell que le sirven de base a la m a
d re in struida, como de los chisméis de barrio que guían a las ignorantes.
E s preciso exam inarle la boca, esa boca que nunca o pocas veces se ha
prendido del pecho, p a ra ver si los dientes le salen an tes o después que
a la generalidad de las c ria tu ra s. Tenemos luego el problem a de los
niños que se chupan el dedo. ¿Se lo ch upará? T al vez el p e d ía tra u ltr a
moderno recomiende el uso del chupete — el mismo chupete que aú n sub
siste en la s calles a p a rta d a s, en las farm ac ia s desordenadas y ate sta
das de los b a rrio s —, pero si lo recom ienda es p a ra que el niño no se
chupe el dedo. H a sta puede im ponerle el chupete al niño satisfecho
que la m adre a veces am am anta, porque está convencido de que g r a ti
ficando así la acción re fle ja se- evita que el niño se chupe los de
dos. E ste ta b ú se impone por razones de apariencia y de salud,
pero sobre todo de salud. P erju d ic a la respiración, deform a la
d en tad ura. La boca sirve prim ordialm ente p a ra la ingestión de alim en
tos sanos y h a y que conservarla lim pia, sin que se introduzcan los j u
guetes de goma que andan po r el suelo n i los dedos sucios. Los niños
se duerm en abrazados a u n p erro descolorido o a una m uñeea ro ta, de-
pendiendo p a ra el consuelo y el placer de objetos que no son p a rte de su
cuerpo ni del de la m adre.
A esta edad te m p ran a los órganos genitales se conservan siem pre
lim pios; no tiene que hab er irritació n porque el m alestar fa c ilita la
conciencia del niño y puede inducirlo a la m asturbación *. Al mismo
tiempo se estim ula al niño p a ra que crezca, p a ra que ap ren d a a mo
verse, a u tiliza r las m anos y los pies, a seguir los objetos con la m ira
da, a responder a distintos sonidos. Sin distinción de sexo y en p a r ti
cu lar porque el vínculo en tre el cuerpo de la m adre y el de la c ria tu ra
es ta n insustancial, se incita a la c ria tu ra p a ra que sea activ a y. vi
gorosa. Al b añ arla, la m adre deja a un lado m entalm ente la s evidentes
diferencias de sexo. La conducta explícita de la m ayoría de los adultos
no hace abiertam ente distinciones en tre la m an era de tr a t a r a los v a
rones y a las niñas. Probablem ente la diferencia existe siem pre por
que desde pequeños los niños tr a ta n de m uy distinto modo a las perso
n as de su mismo sexo y a las del sexo opuesto; pero perm anece subya
cente m ien tras el h ijo es u n a c ria tu ra que depende de la m adre. E l es
crupuloso am or m a tern al no da lu g a r a distinciones, a incitaciones ni
a diferencias. E sta s serían reprobables por considerarse “demasiado
estim ulantes”.
P o r lo tanto, los varones y las niñas aprenden que la boca, como las
m anos, sirve p a ra tom ar, es una p a rte del cuerpo que se pone en
contacto con el mundo con cierto propósito. L a boca no rep resen ta una
m anera de ser con o tra persona sino u n a fo rm a de a fro n ta r el am bien
te im personal. L a m adre está p a r a ponerles cosas — biberones, cucha
ra s , galletitas, aros — en la boca. E n el fondo de la im agen in a rtic u la
da que el niño tiene de las relaciones en tre los hombres y las m ujeres
fig u ra esta satisfacción p rim a ria de que le p usieran cosas en la boca.
Luego, cuando los soldados am ericanos van al exterior, los ex tran jero s
:ue reflexionan perplejos sobre el esp iritu norteam ericano p o r creer
que lo que tiene im portancia prim ordial es el jugo de n a ra n ja , la Coca-
Cola, o cualquier otro renglón de comestibles o bebidas. L a relación
com plem entaria de la lactancia es reem plazada po r un p atró n que f á
cilmente se tran sfo rm a en alterno — “Dale u n a g alletita al nene",
Nene, dale u n a g alletita a m am á” — , interponiéndose en tre ambos un
:bjeto que satisface, quitándole relevancia a la p ro fu n d a diferencia es
tru c tu ra l de los papeles femenino y m asculino. Los estudios realizados
en los E stados U nidos sobre los niños señalan que tan to los varones co
(¡P o b re niña! hace c u a ren ta años que sobre su tum ba crece la hier
ba.) De la m isma m an era los aborígenes de N ueva G uinea re la ta n la
h isto ria de la m u jer que les en tre g a a los hombres los símbolos que h an
de serv ir p a ra com pensarlos por su inferioridad fre n te a ella y luego
les dice que sería m ejor que la m a taran . E l am or en estas condiciones
se vuelve intolerable. E n la niña norteam ericana se su scita un conflic
to de otro orden. Tam bién tiene que hacer los deberes y obedecer a la
m adre p a ra no p erd er su cariño, la aprobación de la m a estra y las recom
pensas que reciben los que triu n fa n . Tam bién a ella le g u sta n las ga-
íle titas con dulce y quiere co n tar con el perm iso de sacar lo que se le
an to ja de la heladera. E ste derecho le corresponde casi autom áticam en
te. H ay una bombonería en N ueva Y ork que tiene en la v id riera un c a r
tel que rez a: “ P a ra todas las n iñas y p a ra los varones que se portar»
bien.” E l derecho es inm anente, pero le exige un sacrificio. Si cumple
con todos los preceptos, si saca buenas notas, si g an a becas u obtiene
u n puesto de periodista hace algo im perdonable tan to p a ra su criterio
: p a ra los demás. Cada paso que avanza hacia el éxito como inte*
r r a c íe de la sociedad norteam ericana, sin distinción de sexo, represen-
ur. paso hacia a trá s como m u je r y significa a la vez que h a hecho re
ír : ceder a algún hombre. P orque en Am érica la virilidad no es definí-
í . es m enester conservarla y ren o v arla día a día y uno de los elemen-
*: ? que la definen es su p e ra r a la m u jer en todos los terren o s en los que
ambos sexos p articip an y en todas las actividades que ambos sexos
desempeñan.
Cuando la niña m an ifiesta la ac titu d de la heroína de W h ittier, re-
r i á i s el dilema. E s cierto que ta l vez ten g a que saber la p alab ra ah o ra
k te rcer año porque, orien tad a como está hacia el éxito, no puede so-
P - r ta r el fracaso. Pero m ás adelante ha de desviar su interés, a p a r-
' ird o se de la com petencia fa lsa y del juego peligroso, p a ra tr iu n f a r en
:íro plano como esposa y m adre. P ersiste la necesidad im periosa de
tr iu n f a r ; no es ta n absoluta como p a ra el varón porque a la n iñ a se le
exige que triu n fe como ser hum ano sin que exista la am enaza de no ser
m a verdadera m u jer si no se destaca. E l fracaso menoscaba la identi-
iad sexual del varón, en cambio las niñas, si son bonitas, son m ás en-
raa tad o ras si necesitan un caballero que les ayude a estu d iar. No obs
tan te, esto sucede cada vez menos. Se está difundiendo sutilm ente por
todo el país la pretensión de que ta n to los hombres como las m ujeres
ter.gan la m ism a es tru c tu ra de carácter. E n una encuesta realizad a en
Iv 16 por F ortune, los hom bres ten ían que d eclarar eon cuál de tre s
.■■venes igualm ente bonitas p re fe riría n easarse: con una que nunca hu
ir iera trab a jad o , con una que se h u b iera destacado b astan te en el era-
r ’eo, o con u n a que se hubiera desempeñado brillantem ente en su tr a -
-3 ;o .* L as preferencias fueron las siguientes: el 33,8 por ciento eligió
- la que había tenido cierto éxito, el 21,5 por ciento a la de c a rre ra b ri
lla n te y sólo el 16,2 por ciento escogió a la joven que no h ab ía tr a b a ja
do nunca. Todavía se prefiere a la que no se destaca dem asiado, pero
esta opinión sirve p a ra in sta r a la joven a tr a b a ja r an tes de casarse,
•-Ü vez h asta que nazca el prim er hijo, y tam bién a em pezar a “hacer
sigo” , aunque sea un trab a jo voluntario, o a dedicarse a alg u n a afición,
« cuanto los hijos van al colegio. E l hom bre quiere que la esposa le
proporcione la certeza de su propio éxito actuando en un a escala me-
■ r. pero al mismo tiem po quiere que le g ratifiq u e su stitu tiv am en te
£“ = aspiraciones de competencia, desempeñándose bien. P odría a f ir
m arse que la distancia introspectiva que m edia en tre “ cierto éxito” y
;a rre ra brillante” significa “ a expensas de otro, actuando en o tra es
fe ra ” m ás que “superándom e a m í” , prevaleciendo el énfasis sobre e!
éxito. Se desconfía cada ve* m ás de la joven que nunca na tenido un
e~p!eo. Quizá no haya podido conseguir un puesto, quizá si lo hubiera
-te n ta d o h a b ría fracasado, y, ¿quién tiene interés en un a m u je r que
; : ¿ r l a haber sido incompetente, por más dócil y anim osa que sea? Re
su lta tam bién interesan te com probar que el 42,2 por ciento de las m uje
res que respondieron a la p re g u n ta creían que los hombres p re fe riría n
a la que se d estacara m edianam ente, que sólo el 12,1 por ciento p ensa
ba que los hombres podrían elegir a la que no hubiera trab a jad o y que
el 17,4 por ciento estim ó que p re fe riría n a la que tu v ie ra u n a c a rre ra
ex tra o rd in aria. Los com entaristas de F o rtune ag re g an : E s evidente que
las m ujeres capaces no le in sp ira n a los hombres el recelo que suponen.
E sto se advierte p articu la rm en te en tre los hombres pobres, ya que el
25 por ciento cree que la joven de c a rre ra b rilla n te sería la m ejor es
posa. Las m ujeres de condición m odesta tam bién eligen a la chica que
se destaca (24,7 por ciento), m ie n tras que las de la a lta burguesía no la
favorecen mucho (12,3 por ciento). Y obsérvese que precisam ente la
a lta burguesía le da a las niñas u n a educación m ás sim ilar a la de los
varones, obligándolas a com petir m ás directam ente con los varones y
sometiéndolas a las presiones que he mencionado.
P or consiguiente, desde el pricipio al fin de su educación y de la
evolución de las perspectivas vocacionales, la n iña se en cu en tra fre n te
al dilema de m an ifesta r sus condiciones lo suficiente como p a r a d esta
carse, pero no dem asiado; p a r a m erecer y conservar u n puesto, pero
sin la dedicación que conduce a u n a c a rre ra e x tra o rd in aria que le im
pida luego renunciar a su tra b a jo p a ra casarse y ser m adre. L a con
signa es como las instrucciones de la clase de baile: “ Dos pasos hacia
adelante y uno hacia a trá s .” Si no la cumple ha de aten erse a las con
secuencias. ¿Y cuáles son las consecuencias? ¿No casarse? Si no fu e ra
m ás que eso, no se ría ta n grave. H ay m ás m ujeres que hom bres en el
mundo y m uchas sociedades h an logrado estilizar los votos de castidad
y de pobreza asegurándoles así una vida digna. L a m onja que !e ofrece
a Dios sus cualidades potenciales de esposa y m ad re p a ra la h u m an i
dad entera, y que sustituye la creación de sus propios hijos por las ple
g aria s y el am or a las c ria tu ra s de Dios, siente que in te g ra los desig
nios divinos cumpliendo con el deber hum ano de “am ar y p ro teg er la
existencia del hombre y la v id a del mundo.” 10 E n los autobuses llenos
y en los subterráneos, donde los hombres ah o ra perm iten que las m u
je re s viajen de pie con los hijos en brazos — porque las m u jeres tam
bién ganan, ¿ n o ? —, les dan sin em bargo el asiento a las H erm anas de
Caridad.
P ero la m u jer que sigue una c a rre ra en vez de casarse no goza en los
E stados Unidos de una posición ta n g r a ta ni ta n acreditada. E l mismo
sentim iento que a veces dom ina en los norteam ericanos, cuya genero
sidad no tien e paralelo en el mundo, cuando se oponen a que en tre n en
el país algunos miles de h u érfanos desam parados, ju n tam en te con la
noción de que el éxito de la m u je r obra en desmedro de la virilidad
del hombre, an u la todas las posibilidades de que el papel le pro p o r
cione plena satisfacción. Si se destaca en una profesión como la del
- í c -í esrio, los hom bres la desechan o rec u rren a expedientes ta n in-
rr-:.;.es ccmo dictam inar que la s m ujeres no pueden enseñar h isto ria
í" segundo año, de modo que la m ism a adopción de las m edidas defen-
- los denigra an te sí mismos. N adie, ni el hom bre ni la m u je r que
deja a trá s , cree que esté bien que un hombre inepto sea nom bra-
:: i .rector de un colegio pasando por encim a de cinco m u jeres m ejor
c ita d a s . N inguno de los dos sexos se siente conforme, n i las m uje
res competentes, escrupulosas y dedicadas que pueden co n stitu ir el 80
; : r ciento de los concursantes, ni los hombres que ta l vez rep resen ten
el 20 por ciento y sospechan en general que el verdadero motivo de la
írotcoción sea que “p refieren u n hombre” .
7 vez esta situación, en la cual las m ujeres se ven siem pre diferí-
l i s después de consagrarse toda la vida a una profesión “dedicada”,
exige v irtudes fem eninas como la im aginación m inuciosa y la pa-
tlezcia con los niños, sea u n a de las razones por las cuales las m ujeres
: refieren tr a b a ja r en las fáb rica s y en las oficinas, donde no es ta n
ii-iU relegarlas. A sí pueden valerse tam bién de otros recursos. Puesto
: -e m ientras las arm as de la m a estra y de la visitad o ra social son la
m aternal y la exigencia perm anente de que los hom bres sean rec-
las arm a s de la que elige o tra c a rre ra en los E stados Unidos pue-
¿ í- incluir las de la m u jer que se vale de su sexo p a ra lo g rar lo que am -
: ::cna. La obra de Ilk a Chase, I n B ed W e C ry (Lloram os en la ca-
s a ) , describe precisam ente la trag e d ia de esta situación, la am enaza
: . i la c a rre ra brillante de u n a m u je r rep resen ta ta n to p a ra ella como
r a r a el hom bre que q u ie re .11 L a niña que siente u n a vocación m ás
í~ e rte por el éxito que por el papel de esposa y m adre se inicia en un a
ra rre ra en la que ningún recurso le está prohibido. E l v aró n está rae-
preparado p a ra la conducta p rev ista en el mundo de la competen-
, i Ambos adquieren en los campos de deportes la s nociones éticas de
lealtad en la lucha, de que no h ay que in tim id ar n i acosar, pero si-
•.■¿ando siem pre que cualquier varón es m ás fu e rte que un a niña. T al
en ella este anhelo de tr iu n f a r provenga de esa com paración, de la
i-í:nnación de que los varones siem pre h an de a v e n ta ja r a las n iñ as;
zzizá. se avive porque le cierra n m uchas p u e rta s debido a que las m u-
= “t er mi nan abandonando el tra b a jo p a ra ca sarse” o porque el pa-
: el herm ano se burlan de que las n iñas no te n g an ap titu d p a ra las
_ .¿tem áticas. De cualquier modo, queda definida como m ás débil, y. en
--_=¿rica no h ay norm as que rija n el proceder del m ás débil. Cuando las
- rr'éam erican as — la m ayoría— se guían por las reglas de la lea!-
_ i y la s concesiones m utuas, renunciando a la pensión del divorcio,
: cacen considerándose seres hum anos capaces, sintiéndose en igual-
m de condiciones fre n te a los hombres y negándose por lo ta n to a va-
¿r.-i de ellos en provecho propio. E n cambio, a la m u je r que se desta-
-.lea c a rre ra m asculina le resu lta casi imposible proceder corree-
tam ente debido a la definición de la sociedad. La m u jer que se destaca
m ás que el hombre — y en u n a c a rre ra m asculina la única a lte rn a ti
va es a v e n ta ja r a unos cuantos hombres — comete un a acción hostil
y, d estructiva. Si es bella o seductora, su proceder es todavía m ás fa ta l.
A la m u jer hom bruna o fe a se la puede tr a t a r como si fu e ra en el fon
do u n hom bre y es m ás fácil perdonarle el éxito. Pero no h ay excusa a l
g una p a ra la m u je r fem enina: cuanto m ás fem enina es, m ás difícil re
su lta perdonarla. E sto no significa que todas las m ujeres que escogen
un a actividad o una c a rre ra en la que predom inan los hom bres sean
hostiles y destructivas. S ignifica sí, que la m u je r que desarrolla y re
prim e d u ran te la niñez cie rta potencia d estru cto ra corre un riesgo psi
cológico cuando desempeña luego un papel que se define como des
tru cto r. L a situación puede lleg ar a resu ltarle absolutam ente in to lera
ble a la m u je r que tiene actitu d es m aternales bien definidas.
P o r consiguiente, el herm ano y la h erm ana que se educan ju n to s sa
ben qué es lo que cada uno desea del otro y lo que son capaces de dar. La
n iñ a se acostum bra a disciplinar y a a te n u a r la ambición que la socie
dad le estim ula constantem ente, ya que se dice que las jóvenes que tie
nes puestos adm in istrativos tien en su “c a rre ra ” y te n e r u n a c a rre ra
es in teresante, m ien tras que los hombres con la s m ism as ap titu d es
son sólo empleados. Tenemos tam bién la situación ap aren tem en te in
sólita de que a m edida que aum enta el núm ero de m u jeres que tra b a
ja n , las m ujeres parecen in te re sa rse cada vez menos por d estacarse
profesionalm ente. H ace cincuenta años, la joven de sin g u lares dotes
que cursaba estudios univ ersitario s te n ía como m eta u n a profesión,
u n a c a rre ra . D esechaba a menudo la idea de casarse porque le p arecía
un impedimento. Hoy en día u n a chica con la m ism a capacidad con
fiesa generalm ente que quiere: casarse y. está m ás dispuesta a sacri
fic a r la c a rre ra por el m atrim onio que a perder la oportunidad de ca
sarse por la c a rre ra . Debido a que se ha generalizado la costum bre de
que las chicas tra b a je n an tes de casarse — y si no tienen suerte, toda
la vida— se esfuerzan por a d q u irir conocimientos y por p re p a ra rse
p a ra una profesión. Si son inteligentes y tienen ap titu d es, el virtuosis
mo y el anhelo de tr iu n f a r las induce a dedicarse por entero al trab a jo ,
pero r a r a vez se entusiasm an ta n to como p a ra d esca rta r el m a tri
monio.
Tampoco m anifiesta ya la sociedad la condescendencia de antes p a ra
la que no re su lta elegida. Los veredictos que b rotan de los labios de !a
joven soltera al re fe rirse a urna solterona no son ta n benévolos: “ De
be ser u n a neu rastén ica”, “ N o se f ija en nadie”, “ No supo aprovechar
las oportunidades que se le p resen taro n ”. P a ra la m u jer el éxito radica
en conseguirse y conservar u n m arido. E sto es m ás cierto ah o ra que
h a s ta hace una generación, cuando a ú n se p reten d ía que los hom bres
eran los que buscaban a las m ujeres y había chicas que h allaban ta n
r ir a r iU o s a la nueva libertad fu e ra del hogar que se dedicaban por en
tere 2¡ trab ajo . Lo cual no nos e x tra ñ a en este mundo donde se eonsi-
que el hombre soltero es un fra casad o en lo que respecta a las re
laciones hum anas, u n a rara avis que, a pesar de la cantidad de jóvenes
—- hay, no ha podido en co n trar ninguna por pereza o por negligencia.
C u m to más se destaca un hom bre, m ás cree la gente que h a de ser un
:--en m arido; cuanto m ás se destaca una m u jer, m ás se pone en duda
c ;e pueda llegar a ser u n a buena esposa. L a encuesta de F ortune d eta
llaba las razones por las cuales se creía que los hom bres h ab ría n de
p re fe rir a las m ujeres que tu v ie ran u n a c a rre ra b rillan te — porque
serían m ás eficientes, m a n eja rían m ejor el dinero y p o drían ay u d ar
le al m a rid o — y ag reg ab a: “ M uy pocos consideran que la inteligencia
sea una v en taja en la m u jer y casi nadie dijo que se ría m ás fácil con
g en iar con ella.” La conocida f ra s e “h a sta los m ejores cocineros son
hombres” im plica la adm isión de que el norteam ericano no h a sido edu
cado p a ra se n tirse dichoso de ser el m arido de u n a ch ef de renom bre.
La noción de que cada fam ilia tiene que vivir en su propio h o g ar nos
parece u n a verdad trilla d a que cualquier norteam ericano acepta sin
vacilar. Casi todos los norteam ericanos adm iten asimism o que hay es
casez de viviendas debido a la declinación de la construcción d u ran te
la década de 1930 y la Segunda G uerra M undial y a ciertas d iscrepan
cias entre los costos y. los ingresos que se ría m enester a ju s ta r. Sin em
bargo, hay que ten er presente que la p alab ra “fam ilia” sirve p a ra de
sig n ar a un núm ero cada vez m ás reducido de personas, que h a au
mentado progresivam ente la cantidad de fam ilias y que, en consecuen
cia, es cada vez m ayor la necesidad de disponer de m ás unidades a dife
rencia de espacio habitable. A unque los senadores sureños se oponen
a veces a la legislación p a ra la m u jer aduciendo que la m u je r es p ara
la casa, casi todos ceden, por lo menos aparentem ente, cuando se les
p re g u n ta : “ ¿L a casa de quién?” E n los E stados U nidos la m u jer y a no
se queda en casa y la exclusión de este derecho que le h a correspondido
siem pre en casi todas las sociedades se debe en p a rte a n u estra convic
ción de que cada fam ilia tiene que vivir en su propio hogar, donde só
lo puede haber u n a m ujer. A dem ás, la fam ilia com prende solam ente al
m arido, a la m u je r y a los hijos menores.
Se considera que cualquier o tra form a de vida p resen ta g randes in
convenientes. L a combinación m adre-hijo se clasifica como perjudicial
p a ra el hijo, ya que no se quiebra el vínculo y. esto le a rru in a la vida.
No se critica ta n to al padre que vive con una hija, pero si la joven e stá
en edad y en condiciones de casarse, se censura a l p a d re e in sta a la
h ija a que busque novio. Los herm anos y las h erm an as que viven ju n
tos —solución corriente p a ra los que teniendo cierta posición carecían
de medios en o tra s épocas — están m al vistos, aunque uno de ellos sea
viudo y tenga hijos. Se piensa que en este caso alguien se está sa cri
ficando por los demás. Los h ijo s solteros que se g an a n la vida no tienen
poT qué perm anecer en el h o g a r; tienen que irse, casarse y fo rm a r sus
propios hogares. Tampoco deben quedarse los p ad res ancianos a v iv ir
con los hijos casados; de n inguna m anera si ambos viven y pueden “h a
cerse com pañía” y sólo si es im prescindible cuando h a fallecido uno.
E l concepto inflexible de los norteam ericanos de que los p arien tes, es
pecialm ente la s suegras, son funestos p a ra el m atrim onio, no re p a ra en
la soledad de los m ayores. Los respetam os si “viven su vida” , sin contar
con disposiciones sociales que se lo perm itan. Las dos únicas excepcio
nes de esta insistencia sobre la inferioridad y la conveniencia de cual
qu ier fo rm a de organización dom éstica a p a rte de la fam ilia biológica
con o sin hijos, las constituyen las jóvenes solteras que viven ju n ta s y
la m u jer divorciada o viuda con hijos que vuelve a la casa de algún
fam iliar, por lo general u n a h erm an a soltera o el pad re *. La actitu d
correcta fre n te a la m u je r viuda o divorciada que tiene hijos que m an
ten er es suponer que se ha de volver a casa r y que la solución dom ésti
ca adoptada es tem p o raria. Los hijos necesitan que h ay a un hombre
en la casa p a ra educarlos y se compadece a los que han perdido al p a
dre. No se cree que los abuelos ni los tíos puedan reem plazarlo. E n
cuanto a las m ujeres solteras que viven ju n ta s, m erecen todavía cierta
to lerancia con un dejo de la condescendencia que hace un siglo se les
acordaba a las solteronas, pero esta benevolencia se ad v ierte cada
vez menos. A hora las jóvenes que tra b a ja n y que com parten la m ism a
casa tienen que ju stific a rse con alusiones a la escasez de viviendas o ale
gando razones de economía. S urge la duda y hasta el tem or de que com
prom etan así sus probabilidades de casarse. U nicam ente se adm ite que
los hom bres vivan ju n to s en los pensionados univ ersitario s, en los
cuarteles y en los cam pam entos obreros, situaciones precisas que supo
nen que son dem asiados jóvenes p a ra casarse o que las esposas no pue
den acom pañarlos. De lo contrario, los hombres que viven ju n to s tie
nen que cuidar que no se ponga en duda su heterosexualidad. L a ética
que anim a las diversas form as de censura social y que se m an ifiesta
* En 1947 una de cada diez fam ilias no tenía hogar propio. E ntre éstas, ha
bía dos millones y medio de matrimonios con o sin hijos, es decir, personas
que en esta cultura tienen derecho a creer que arriesgan así la felicidad co
mo peligra la salud durante una época de escasez. Había 750.000 grupos
constituidos por ’Un progenitor y los hijos (generalm ente la ni adre y los
h ij o s ) .1
ios reproches a la persona que parece egoísta y en los consejos p a ra
i - ír .ta r a los supuestos perjudicados, se fu n d a en la convicción de los
- rrream ericanos de que es una perversidad re strin g ir la lib ertad emo-
:: n a l de los dem ás impidiéndoles gozar de la vida. Y como gozar de la
“ da es p a ra ellos casarse, resu lta evidentem ente equivocada cualquier
solución dom éstica que pueda inducir a la persona en condiciones de
casarse a ren u n c iar al m atrim onio, m ien tras que beneficiarse por se
m ejante situación denota un proceder egoísta y abusivo.
E sta s actitudes y preferencias van creando un mundo en el que la
persona se casa y vive en su propio hogar o se queda sola, alm uerza en
re sta u ra n te s, se pasa la noche leyendo y ve las películas dos veces, re
covando el pro g ram a diario y valiéndose de su p ro p ia iniciativa p a ra
e v itar la soledad. Con estos antecedentes no es ex trañ o que los n o rte
am ericanos estim en que u n a de las v en taja s prim ordiales del m a tri
monio sea la com pañía, porque somos un pueblo g reg ario y necesitam os
la presencia de los dem ás p a ra lo g rar la plena sensación de nuestro
ser. No hay d u ran te la niñez ni la adolescencia ocasiones que sirv an p a
r a h ab itu arse a e s ta r solo o p a ra ap re cia r lo que significa ser dueño
de la soledad. Lo que e! niño hace por su cuenta, con reserva, resu lta
sospechoso. “ Hay. ta n to silencio que debe de e s ta r haciendo alguna t r a
vesura.” Las divagaciones y los ensueños se m iran con malos ojos. L as
personas que p refieren quedarse leyendo en lu g a r de sa lir obtienen me
nos puntos en los cuestionarios sobre las ca racterísticas personales.
H a sta los m ás sencillos placeres sensoriales, como el de leer en la bañe
r a el domingo de m añana, se consideran indulgencias antisociales. E l
tiempo que uno p asa solo se aprovecharía m ejor con los dem ás y tan to
el tiempo como el dinero son valores que hay que aprovechar lo m ejor
posible. E l niño deja el hogar donde todos com parten la m ism a sa la p a
r a ir al colegio, donde ta n to el estudio como el recreo son colectivos. D u
r a n te la adolescencia se siente excluido si no tiene con quién sa lir cuan
do no hay que estu d ia r y al lle g ar a la edad ad u lta en cu en tra insopor
table la fa lta de com pañía. Lo prim ero que hace al e n tra r a u n a habi
tación vacía es poner la radio p a ra su p rim ir el silencio. “ E l silencio
p e rtu rb a ” dice esta generación que se ha criado estudiando en grupos
con el estrépito de la radio. Lo que significa que cuando se en cuentran a
solas surge inevitablem ente la p re g u n ta : “¿Qué hice p a ra m erecer este
aislam iento ?”, y a que así como se acostum bra a vig ilar al niño que bus
ca la soledad, tam bién se suele como penitencia echarlo de la habitación
o encerrarlo en su cuarto.
*)><•)
r i . =Í£ico tiem po se da cuenta de que ya no tiene m ayores probabili-
t i t a s d- p ro g re sar en el tra b a jo o de destacarse en su c a rre ra . Mien-
rü vida se desarrolló en u n a curva ascendente, la gratificación que
i- ¿ e r o e n tra ñ a p a ra los norteam ericanos le servía de incentivo. Pero
-T -rii: al punto en que ya no asciende m ás, se ve en muchos casos obli-
r i t : s tr a b a ja r sólo p a ra conservar el puesto, y esto lo desalienta. A yu-
al hijo a em anciparse de la m adre, identifica a la esposa como
i ~ - je r de quien nunca lo g ra ra lib ra rse p a r a gozar del p lacer de las
a tra c c io n e s irresponsables. L a m ira con los ojos del m uchacho y de
- ' t o s jóvenes y descubre que comienza a im pacientarse con ella por-
: -■= rep resen ta las realizaciones term inadas, la conform idad. E l hom-
r r i siente que la vida se term ina cuando apenas h a llegado a la edad
- i tu ra , no hay nuevos am ores n i nuevos horizontes, sólo tiene por de-
t r t e u n g ran vacío. De modo que aunque no h ay a perdido el puesto
— a i realidad se encuentra en la plenitud de sus funciones— se siente
~-*jo debido a la índole del ciclo v ita l de los norteam ericanos. A veces
que esforzarse por contener el impulso de abandonarlo todo y en
r_=t"ios casos su fre g rav es trasto rn o s que pueden ocasionarle un a
—u erte p rem a tu ra.
S uperficialm ente, el problem a de la p a re ja que se queda sola al llegar
i edad m a d u ra es que la misión de la m adre concluye cuando es to-
i ¿ —j¡ una m u jer san a y fu e rte que tiene que b u scar la fo rm a de encau
za,: su energía sin a p a rta rs e de las costum bres ni de las necesidades
v t. —árido, que ha vivido m uy unido a ella en ese h o g ar ta n aislado,
i_ = -tra s el hom bre sigue dedicado por entero a su trab a jo . Sin em bar-
- . debido a la g ra n im portancia que le dan a la juv en tu d , porque am -
sexos la añ o ran y la vejez les ofrece ta n pocas satisfacciones, tan to
- marido como la m u je r en caran u n a crisis mucho m ás g rav e : la des-
—tíió n . E sta crisis se agudiza si se m ueren los padres ancianos y su r-
~-f- las complicaciones de hacerse cargo del que queda solo, de cui
ta rlo d u ran te largos meses si se enferm a, de disponer la v en ta de las
t .-vt i edades y los muebles, todo lo cual contribuye a a g ra v a r el conflic-
te verse envejecer. L a insistencia de que los m atrim onios se arreg len
j s hace aún m ás a rd u a cada e tap a de la crisis, ya que la m ayoría no
logra. Pero tampoco pueden a b rig a r la esperanza de irse a v iv ir con
1:; hijos casados, ni con la s h erm anas o herm anos solteros o viudos.
I - z enden absolutam ente uno del otro cuando constituyen u n verdadero
= itrim o n io . Vienen a se r como u n a sola persona y, por lo tanto, necesi
ta* como la m ayoría de los individuos en los E stado s U nidos la presen-
de los dem ás p a ra te n er la sensación cabal de sí mismos, p a ra e s ta r
: « _ r o s de que son buenos, p a ra lib ra rse del exam en de conciencia que
_^t-: ne la soledad y del p esar que los atorm en ta si condenan a otros a
• ivir solos.
E stá n surgiendo algunas soluciones p a ra esta crisis. H ay p are jas
que tr a ta n de te n er otro hijo y h a sta se oyen térm inos vulgares c a ri
ñosos — “pequeña p o std a ta ”, “capullito de invierno” — , que m odifican
el tono del antiguo apelativo popular “el hijo de la vejez” . E s u n a fo r
m a de reconocer h a s ta qué punto la vida de la m u je r y el m atrim onio
mismo g ira n a menudo en torno a los niños. La solución m ás co rrien te es
que las m ujeres aprovechen esa independencia que ta n to an h elaran
cuando vivían a tad a s a la fam ilia y que se consagren activam ente a al
gu n a obra v o lu n taria o que vuelvan a la actividad que ejercían de sol
te ra s. Pero en este caso corren nuevos riesgos, especialm ente si h a n su
perado con éxito la inestabilidad de la m enopausia. Sin las gran d es re s
ponsabilidades anteriores, con veinte años buenos por delante, las m u
je re s inician un a c a rre ra ascendente a m edida que se entusiasm an con
las actividades de la com unidad o con las delicias de un tra b a jo que
tenían abandonado desde h ac ía ta n to tiempo. Y como la escala ascen
dente tiene ta n ta im portancia en A m érica, el nuevo ferv o r puede con
tr a s t a r vivam ente con la d esventura del m arido que tiene que resig
n a rse a acep tar un estancam iento. L a boda de u n a h ija y la atención
que le perm iten dedicarle a los nietos aten ú an a veces el entusiasm o
de la m u je r por las nuevas actividades, pero e n tra ñ a n u n g rav e p ro
blema p a ra el m arido que tie n e que a f ro n ta r el hecho de ser abuelo.
¿Q uién quiere ser abuelo en un país donde la vejez b rin d a ta n pocas
satisfacciones? L a m u je r da sus sueños inverosím iles es to d av ía un a
jovencita espigada, m ás joven ya que la propia h ija casada que a me
dida que avanza hacia la m adurez lo va relegando definitivam ente.
Los m atrim onios de c ie rta edad m ás conscientes están encarando es
ta situación seriam ente, verificando sus recursos personales y m ate
riales, pero sin o rie n ta r los proyectos hacia la v ag a noción de r e tir a r
se a p esar suyo, sino pensando en los próxim os veinte años. Si logran
p lan ear nuevam ente la vida ju n to s, la crisis significa p a ra ellos u n p a
so hacia adelante en vez de un paso a trá s. Puede se r que la sociedad
reconozca con el tiem po que se tr a ta de un período en el que las perso
n as necesitan ta n ta g u ía como d u ra n te la adolescencia. Cada m atrim o
nio aislado en su hogar e s tá expuesto a presiones y a dificultades que
no se conocen en las sociedades organizadas de otro modo. Y como p ru e
ba de las fases del ciclo de la responsabilidad, los hijos casados se po
nen a p en sar qué pueden h acer por los padres. L a solución que adop
ta n no es i r a v iv ir todos ju n to s, sino buscarles algo que les pueda in
te re sa r. Lo ideal se ría entonces que reo rg an iz aran su vida, que vivie
r a n independientem ente de los hijos excepto en los casos de em ergencia,
que les cuid aran los chicos cuando ellos tienen que sa lir y que se r e ti
r a r a n por últim o a u n a casita en la F lorida, donde los jóvenes esperan
piadosam ente que encuentren m uchas am istades de su edad.
17. ¿PUEDE DURAR EL M A T R IM O N IO ?
Z. ~ zepto que del m atrim onio ideal tienen los norteam ericanos ilus-
~ ce m anera notable h a sta qué punto se guían por un adagio: “A ta
■ - ís rro a u n a estrella.” * E s u n a de las form as de m atrim onio m ás
-i- :2es que ha ensayado la hum anidad y re su lta asombroso que h ay a
pocos fracaso s si se tiene presente la com plejidad de la situación.
r -r: el ideal es ta n alto y son ta n ta s las dificultades, que éste es u n
-'■-•-cío de la vida norteam ericana que reclam a el esam en de la relación
: - rre los ideales y la práctica.
Guiados por este ideal los norteam ericanos no sólo consienten sino
-- ¿xigen que los contrayentes se elijan m utuam ente. L a vida es raás
:'--ü si los p adres están conformes, pero ni las leyes ni las costum bres
cíales insisten sobre este requisito. Se considera que los jóvenes que
; -¿ran que los padres se opongan al m atrim onio carecen de m adurez
—: dona] o se d ejan te n ta r por los sobornos que los p ad res ricos e in-
r oyentes les pueden ofrecer. Pero la chica ideal y el joven ideal se eli-
t . v se casan a p esar de todos los obstáculos. T al vez hay an sido con-
¿i =ripulos desde la niñez. E ste es u n tem a sentim ental reiterad o :
Desde que escribiste ‘Te quiero’ en la p iz a rra cuando éram os chicos” ;
la inversa, la iniciativa m asculina: “Te quiero desde que era s un a
: ríaru ra y gateabas por el suelo.” Quizá h ay an pertenecido al mismo
:-r;-alo estudiantil, saliendo juntos y com prendiendo finalm ente que
r ir. el uno p a ra el otro. Pueden tam bién haberse conocido en un tren ,
" un barco, en un accidente, u n incendio o un n au frag io ; m ie n tras
: “ erab an en la estación cen tral, de casualidad al sa lir invitados por
m p a re ja , o por c a rta. “ Reeibí la prim era c a rta de ella el domingo
- ¿e mayo de 1943. Yo estaba en A lbuquerque, Nuevo México, y nos ca-
: i-^os en St. Louis, M issouri, el sábado 3 de junio de 1944.” T al vez la
i.-is ta d se h ay a encauzado al descubrir que el herm ano de uno y el tío
otro habían integrado, en d istin ta s épocas, el equipo de fútbol de
ru n a pequeña universidad del medio oeste. Pero no im porta que se
L ira n conocido en el colegio, cuando sentados en el mismo banco él le
- :;'aba las tren z as en el tin tero , o viajando en la m ism a línea de óm-
* iu s, o al cruzarse las m irad as en u n club m ilita r d u ran te la g u e rra ,
. ñ se tr a t a de la curiosidad y. el in terés que un joven experim enta al
- ■'o c e r a la chica que su com pañero in v ita al baile de p rim av era de la
T-iversidad, cualquiera de estas circunstancias puede se r la feliz ca-
íusiüdad que da lu g a r al encuentro p a ra que el corazón elija, E l mismo
ICC
m ás que su m ujer. A sí como ella tiene la obligación de re su lta rle siem
p re in teresante, él tiene que ev itar que las o tra s le interesen. No tiene
que ir a reuniones m ixtas sin su m ujer. E s por eso que el galanteo y la
coquetería e n tra ñ a n un riesgo que los europeos recién llegados no lo
g ra n explicarse. Donde se perm ite el divorcio hay menos to leran cia p a
r a las av e n tu ras galan tes y las pasiones extraeonyugales.
Y sin em bargo la ilusión im plícita de perm anencia que tiene su fu n
dam ento en las estadísticas — ya que por muy corriente que sea el di
vorcio la m ayoría de la s uniones siguen siendo d u rad eras— compro
mete en vez de sa lv ag u a rd a r el m atrim onio. L a conducta m atrim onial
de los norteam ericanos que los jóvenes aprenden en el h ogar a trav és
del proceder de sus p adres y de los padres de sus am igos, denota que
viven pendientes del fin del m atrim onio. L as disputas, la susceptibi
lidad, la negligencia y la obstinación te n d ría n o tra s proyecciones den
tro de un p atró n irrevocable. A hora cualquier desavenencia suscita
dudas: “ ¿Te quieres divorciar? ¿Me divorcio? ¿Q uerrá ella? ¿E n qué
te rm in ará todo? ¿A qué llegarem os?”
No hay motivo alguno p a r a que no se adopten hábitos y m an eras de
ser m ás acordes con la fra g ilid a d del m atrim onio; es im prescindible,
ya que parece im probable la o tra solución: hacer m ás rig u ro sa la legis
lación sobre el divorcio. U n a vez que la ética adm ite el divorcio, como
en el caso de ciertos sectores de la sociedad no rteam ericana, la re c tifi
cación resu lta retró g rad a. A ú n subsisten las razones por las cuales fue
necesario p erm itir el divorcio: la heterogeneidad do la población y el
peligro de que no congeniaran las p a re ja s, debido al criterio im perante
de que no hubiera barreras, en la elección. L a m edida m ás lógica sería
entonces crear un nuevo p a tró n de conducta que correspondiera a las
nuevas circunstancias y p are cería que este nuevo p atró n se estuviera
forjando.
D entro de un p a tró n m atrim onial que ad m ita que el m atrim onio
puede ser duradero pero que en algunos casos no d u ra, h ay que tr a ta r
de en co n trar la m an era ele ase g u ra r la perm anencia necesaria p ara
c ria r a los hijos, que no se consideran adultos h a s ta después de los vein
te años. A unque es posible a rg u m e n tar merced a muchos datos, que los
niños su fre n m ás en u n h o g ar desgraciado, donde se percibe el resen
tim iento m anifiesto o callado de uno o de ambos padres, que viviendo
con e! p ad re o con la m a d re pero gozando de relaciones m ás sanas,
no podemos a firm a r que p a r a los hijos sea m ejor ten er a los p ad res se
parad o s que juntos. U na de las cosas prim ordiales que tiene que ap ren
der el ser hum ano es a o b rar conform e a su identidad sexual, relacio
nándose al mismo tiem po con el sexo opuesto. No es fácil lograrlo, se ne
cesita la presencia constante del pad re y. de la m adre p a ra que esta no
ción sea realidad. P a r a que el niño sepa cómo se to m a en brazos a u n a
c ria tu ra es m enester que lo hayan alzado, y p a ra que sepa cómo lo ha-
cen las personas del sexo opuesto tienen que haberlo alzado ambos
padres. Tiene que observar cómo reaccionan an te sus impulsos, como
disciplinan y aten ú an los propios a fin de proteger a l h ijo y, al llegar
a la adolescencia, tiene que se n tir que ambos lo dejan en lib ertad p ara
en fren ta rse al mundo. Lo ideal se ria que los pad res estu v ieran presen
tes p a ra bendecir y definir el m atrim onio y p a r a ayudarles a los hijos
a asum ir el papel de padres por la m a re ra en que ellos asum en el de
abuelos. E s así como la vida del ser hum ano alcanza la plenitud y h asta
ah o ra no se conoce m ejor camino.
Sabemos, no obstante, que esta continuidad v a ría de u n a sociedad
cam biante a u n a sociedad estable, de las sociedades heterogéneas a las
homogéneas. E n Tina sociedad en transición como es la n u e s tra los mo
delos no pueden se r ta n perfectos, se pierden necesariam ente muchos
detalles. L as h ija s no aprenden a a m a sa r el pan como las m ad res; a lo
sumo aprenden a cocinar con gusto, pero se tr a t a de o tra s comidas p re
p ara d as de distinto modo. Y a no se f o rja uno la im agen de lo que ha
de p arecer y sen tir, de cómo ha de o b rar y pen sar a los seten ta años
merced a detalles concretos, como los anteojos de oro de la abuela o el
bastón del abuelo. Cuando mucho, es la energía que m an ifiestan los an
cianos al em prender u n viaje o la placidez con que tom an el sol recor
dando los salmos que solían c a n ta r de chicos, lo que le queda al niño co
mo im presión de la vida que va a llevar. E s preciso crear o tra s form as
de educación que suplem enten la p articu la rid ad de la fam ilia, por las
que el niño aprenda m odalidades de se n tir y de o b rar que le sirv an en
el fu tu ro en un m undo que los m ayores no pueden siquiera concebir.
E se mundo p erd erá mucho si los patrones de conducta que asim ilan los
■’fios son ta n concretos y p articu la re s que veinte años después se sien
ten desorientados, añorando la vida del pasado. Sabem os y a cómo en
e r a r esta ta re a cómo se puede in te rp re ta r y am p liar en el nwraery
la experiencia que cada niño h a traíd o del h ogar y com unicársela a los
demás. Sabemos tam bién que los preceptos que los p ad res les im parten
v aría n desde ¡a certidum bre de ciertas reg la s: “ No comas en la calle”,
Xo toques el tim bre m ás de tre s veces”, “N unca aceptes de ningún
"rsmbre un obsequio que no se pueda consum ir en seguida o devolver”,
■asta la enseñanza de o tra índole que adm ite que es necesario comer con
disciplina p a ra que sea un placer comer en com pañía, que las ficciones
=aciales son útiles y dignas de respeto y que h ay que p recisar de algún
modo las relaciones en tre ambos sexos a fin de proteger a los indivi
duos. Pero resu lta m uy complicado aprender a tra n s m itir un p atró n de
nodo que la genei'ación siguiente cuente con la debida protección sin
: eutirse oprim ida, p a ra que perciba las m ism as su tiles discrim inacio-
m sin perder su propio discernim iento, p a r a que no se lim ite a re p e tir
a com pletar el p atró n , sino que sea capaz de crearse uno propio. H a-
■rá seguram ente m ás riesgos que en las sociedades tradicionales don
de cinco generaciones ju g a b a n a la m ancha a la som bra del mismo
m anzano, nacían y m orían en el mismo lecho.
U na de la s singularidades de las sociedades en transición es la posi
bilidad de que se r e tra s e la m adurez, de que s u fra n m uchos cambios
los individuos m ás com plejos y flexibles. E n las sociedades m ás sim
ples los niños han aceptado ya su identidad y sus papeles al lleg ar a los
seis o siete años y sólo a g u a rd a n a que se consume el desarrollo físico
p a ra asum ir del todo e! papel. Pero en la m ayoría de las sociedades la
adolescencia es un período de reconsideración y ta l vez de reo rien ta
ción del individuo hacia la s m etas señaladas por la sociedad. E n cul
tu r a s como la n u e stra puede haber dos y tre s adolescencias y los in
dividuos m ás complejos y m ás sensibles siguen buscando y cambiando
h a s ta la m uerte, poniéndose, como F ra n z Boas, a estu d ia r o tra vez a
los seten ta y siete años el folklore del mundo a la luz de las m odernas
teorías. N adie que aprecie la civilización y. que reconozca que los hom
bres han ido tejiendo la v ida siguiendo los dictados de su im aginación
m ientras re ite ra b a n la m em oria de! pasado, la experiencia del p resen
te y la esperanza del futuro,, puede n eg a r que sea u n a v e n ta ja esta po
sibilidad de que re s u rja n la s crisis de la adolescencia suscitando cam
bios en la vida.
Pero en un mundo donde cualquiera puede re o rie n ta r su v id a a los
cu a ren ta o a los cincuenta años es m ás difícil que dure el m atrim onio.
C ada uno de los esposos tiene el derecho y la oportunidad de d esarro
lla r sus facultades. Puede descubrir que tiene cierto talen to insospecha
do y dedicarse a cultivarlo, o sobreponerse a c ie rta inclinación n euró
tic a entorpecedora y em pezar de nuevo. Desde que se educa a las m uje
re s el m atrim onio se h a visto am enazado p o r las posibilidades de que
ta n to el m arido como la m u je r se cultiven o se estanquen. “ No evolu
cionó ju n to con él” , comenta la gente o, lo que es menos corriente, pero
se oye cada vez m á s : “E lla ha alcanzado otro plano” . E n u n a sociedad
donde se les exige movilidad! a todos los ciudadanos, donde todos tienen
que hab er ascendido mucho an tes de m o rir — o co n sag rarse a e v ita r el
descenso, el único camino que le queda a la clase a lta — , los esposos co
rre n el riesgo de desencontrarse. A p a rte de los otros requisitos exor
b itan tes que tiene que lle n a r el cónyuge perfecto, elegido e n tre todo el
m undo pero que tiene que ser igual a uno, o com plem entario en aspectos
triv iales, es m enester que posea la capacidad de superarse. E n A rapesh
los p adres rec u rren angustiados a ciertos sortilegios p a ra que la niña
que crece m uy ligero se conserve m ás pequeña que su prom etido a fin
de que la disparidad no a rru in e el m atrim onio. P ero las p a re ja s n o rte
am ericanas no disponen de agüeros ni de m agia preventiva p a ra cercio
ra rs e de que han de crecer y cam biar paralelam ente. La única solución
es reconocer el problem a, enseñarles a los jóvenes a p en sar con sere
nidad cuando consideran la elección de alguien p a ra com partir la vida,
incluyendo la capacidad de crecer al mismo ritm o en tre los otros c rite
rios que aplican. Y tiene que saber e n c arar como trag ed ias, pero no
como traiciones, los fracasos en este plano. L le g ará el d ía en que una
discrepancia p aten te e irrem ediable de esta n atu ra lez a constituya un
legítim o motivo de divorcio que ambos cónyuges acepten, así como se r e
conoce que el hecho de no poder ten er hijos es u n motivo p a ra disolver
el m atrim onio. Cuando se reconozca que los cambios en el ritm o del des
arrollo personal son propios de la vida que se lleva en un mundo mo
derno y complejo, se les podi-á ofrecer asistencia profesional a los m a
trim onios que m anifiesten serias discrepancias, así como las p a re ja s sin
hijos se dirigen a una clínica en busca de consejo. Y, al ig u al que en las
clínicas, h a b rá casos que te n g an remedio y otros que no. Pero se m ira rá
la vida de o tra m anera. D u ra n te varios milenios los hom bres y las m u-
jares atrib u y ero n la esterilidad a la perversidad cíe los espectros, de los
demonios, de la s b ru ja s y de los duendes, a los hechizos de la s trib u s
vecinas y. a la inferioridad o m alicia del cónyuge. H oy en día pueden
solicitar la asistencia ex p e rta del fisiólogo y del p siq u íatra y ev itar las
trag e d ias inútiles o resig n arse a acep tar lo irrem ediable. E s eviden
te que, así como no tiene sentido el m atrim onio a menos que ambos quie
ran casarse, no es digno el divorcio si no lo desean los dos. E n tre los
rigm eos de las F ilipinas, un pueblo de pequeños hom bres y m ujeres v i
gorosos que obedecen im plícitam ente al jefe en u n a sociedad que p aré
is la infancia del mundo, cuando los cónyuges están de acuerdo en que
quieren divorciarse, el divorcio se o torga en seguida; sim plem ente no
hay m atrim onio. La aceptación de u n a fe religiosa que comprende el
ideal y el compromiso de que el m atrim onio sea indisoluble realza la
dignidad hum ana. P ero el m atrim onio civil que une a cualquier p a re ja
r.ue desee casarse siem pre que no haya impedimentos legales, pero que
no le perm ite luego disolver la unión, es u n a paro d ia de los valores
que enaltecen a l hombre. E n los E stados U nidos h ay a lo sumo
■'4.000.000 de personas afiliad as a la s Iglesias, y a muchos la fe ya no
¡es ofrece g a ra n tía de que el m atrim onio sea p a ra to d a la vida. E s m e
n ester c re ar un p a tró n que les perm ita a los otros 76.000.000 e n c arar
dignam ente el divorcio, deplorándolo cuando surge, p a ra que los espo
sas tra te n fra n ca m en te de sa lv ag u a rd a r y conservar la estabilidad del
m atrim onio.
P arecería que la nueva generación p ro c u ra ra precisam ente eso. Los
_ '-venes están aprendiendo s. aprovechar la lib ertáu prenupcial coütra-
dictoria y sin precedentes que la sociedad les ofrece, porque conocen bien
las reg las y saben observarlas. E stá n aprendiendo a cu id ar la ilusión
d i enam orarse a fin de que la casualidad de conocer a la am ada en un a
estación de fe rro c a rril quede p a ra las películas y no o cu rra en la v i
da, donde es m uy probable que la secuela sea un desengaño. E stán
creando nuevos patrones de relaciones p a ra conocerse que su stitu y an el
larg o noviazgo de antes, con aquellas estilizaciones que ah o ra resu ltan
artific ia les y. poco fra n ca s. E stá n buscando la m an era de conocerse y
de lleg ar a la intim idad, desechando la teo ría de an tes que suponía que
las chicas experim entarían u n “ d esp ertar” sexual al casarse y ta m
bién la pretensión posterior de; en say ar el m atrim onio. L as nuevas te n
ta tiv a s ab arcan d istin ta s e ta p a s de un compromiso p arcial, la p au la
tin a inclusión de m ás am istades, la posibilidad de desistir dignam ente.
Los jóvenes se m u estran mucho m ás re a lista s al considerar la perso
nalidad del fu tu ro cónyuge, debido en p a rte a que se h an vuelto m ás
sensatos contem plando el fra ca so de ta n to s m atrim onios de la g en era
ción de la g u e rra deshechos a causa de la ausencia, la escasez de vivien
das, escétera, por no saber su p e ra r las pruebas de la vida conyugal *.
Asimismo la sociedad tiene a h o ra m ás conciencia de que el m atrim onio
está expuesto a d u ra s pruebas, y de que es im prescindible ad o p tar di
versas m edidas, como la difusión de consultorios que atiendan a los
que necesitan guía p a ra e n c a ra r sus problem as an tes y después de ca
sarse, la generalización de los nurseries y de los nuevos servicios do
mésticos, etcétera, p a ra ay u d a r a la p a re ja que tiene que crearse por
sí m ism a u n estilo de vida en un mundo en el que nadie h a vivido jam ás.
E n vez de la protección que los parientes, los jefes de la trib u , los
consejos de fam ilia y los p a d re s les ofrecían a los jóvenes, se están
creando poco a poco, pero efectivam ente, a pesar de la resistencia, ins
tituciones sociales m ás am plias que cumplen con el mismo cometido de
d istin ta m anera.
E n treta n to , parecería que a los m atrim onios jóvenes les entusiasm a
ah o ra m ás la idea de te n er hijos que en o tra s épocas recientes. Y a no
se considera que los hijos sean algo ineludible en la vida n i que consti
tu y a n uno de los inconvenientes del m atrim onio, sino que son u n a asp i
ración consciente y deseable que dignifica la vida. Tam bién aquí se bus
ca la sim etría en tre el m arido y la m u jer, eligiéndose que am bos com
p a rta n la decisión, los proyectos p a ra el fu tu ro , la s aleg rías y los cui
dados. A m edida que se ac o rta la jo rn a d a de tra b a jo y el sábado libre
se convierte en una institución am ericana, desaparecen muchos de los
problem as de la fam ilia que vivía en los suburbios por el bien de los h i
jos, que nunca podían ju g a r con el padre porque llegaba ta rd e y esta
ba m uy cansado los domingos. Dos días libres por sem ana le asegu
r a n al hom bre m ás agotado el descanso y el esparcim iento necesa
rios p a r a poder dedicarse a los niños. Se está difundiendo rá p id a
m ente el concepto de que los hijos constituyen u n a aleg ría y no u n de
ber, aunque existe siem pre el riesgo de que la gente, obsesionada con
A. SAMOA
L a lengua
Contacto cultural
K eesing, Félix M., M odern Sam oa: I ts G overm ent and Changing L i
fe , S tan fo rd U niversity P ress, 1934.
------ The S o u th Sea in the M odern W orld, John D ay, N ueva York, 1941
(In s titu te of P acific Relations, Serie sobre Investigaciones In
ternacionales).
Psicología
L a población
L a cultura m aterial
T ie Rangi H íroa (P. H. B uek), Sam oan M aterial C ulture, Bernice P.
Bishop M useum B idletin 75, H onolulu, 1930.
Frint&ras explotaciones
C. LOS ARAPESH
Los arapesh, que hab lan el papú, son morenos y tienen el cabello ri
zado, ocupan un te rrito rio en fo rm a de cuña al noroeste de N ueva Gui
nea que se extiende desde la costa del Pacífico, sobre las tr e s cadenas
de m ontañas de la cordillera del P ríncipe A lejandro, h a s ta las llan u
ra s que form an le cuenca del. río Sepik. Las fro n te ra s del te rrito rio
no e stá n definidas, no tienen u n a denominación p a r a el grupo y el té r
mino “ ara p esh ” fu e adoptado por el antropólogo tom ando el vocablo
nativo que designa al se r hum ano. V iven en tre s medios distin to s: en
la playa, donde pescan y com ercian con las islas vecinas; en las mon
ta ñ a? , donde apenas pueden aseg u rarse el sustento cazando, cu lti
vando las h u e rta s y el sa g ú ; y en las llan u ras, donde están en contac
to con los pueblos cazadores <íe cabezas y tienen g randes h u e rta s de
ñam es. Se ha calculado que su núm ero asciende a ocho o nueve mil p e r
sonas. Reo F o rtu n e y yo hicimos un intenso estudio de siete meses sobre
los arap esh de la m ontaña en 1931, y el doctor F o rtu n e volvió a ob
servarlos en 1936.
Los arap esh de la m ontaña vivían en pequeños villorrios — el m ás
“ ¿r.dt les servia de base a 85 p e rso n a s— con h u e rta s d ispersas en las
r-i tenían chozas. Los villorrios, que en teoría pertenecían a u na ram a
■ irriiín eal, estaban vinculados por la vaga lealtad que le debían a una
ilid ad designada con un nom bre y que a veces se veía envuelta en
im putas fro n te riza s o en contiendas en to m o de las m ujeres. No tenían
~-"gruña form a de oi'ganización política y sólo ejercían c ie rta au to ri-
ii i rem isa los hom bres m ayores que habían ofrecido m uchas fiestas
7 los in te g ran te s del culto m asculino que podían im ponerles sanciones
i los tran sg reso res. L a m odalidad de tra b a jo , el cultivo de las h u ertas,
í caza, la construcción de las viviendas im plicaba la ay u d a m utua, la
ni dación o la participación en ta re a s colectivas. E scaseaban los víve
res, eran m uy poco frecuentes las celebraciones y el ham bre los ace-
lia b a constantem ente.
V ivían intim idados por los arap esh de la llan u ra, que eran m ás vi
gorosos y les exigian hospitalidad y sobornos económicos am enazán
dolos con b ru jería s, y por los com erciantes de la costa, que les propor-
:i:n ab a n festivales, objetos de adorno y diversiones. Los abrum aba te-
r.er que org an izar actividades económicas que les p erm itieran ap lacar
a los del in terio r, im p o rta r lo que deseaban de la costa y conservar un
mínimo de ceremonial.
La organización del parentesco e ra p atrilín eal, la residencia predo
m inantem ente patrilocal, pero te n ían im portancia los vínculos m ater-
r j s . C onstruían las casas sobre pilotes o sobre el suelo; la indum enta
ria de las m ujeres se reducía a dos delantales de fib ra y la de los hom-
:re s a un angosto ta p a rra b o de tela de corteza. Los intercam bios a fi
nes eran de ca rá c te r nominal. L a principal sanción m oral se basaba en
sistem a sustentado por los tabúes e im puesto por los rnarsalais —
- -; esp íritu s de la lluvia que m oraban en determ inados sitios frecuen-
\¿dos tam bién por los espectros de los m u e rto s— que a p a rta b a el cre
cimiento y todos los procesos relacionados con el desarrollo y con la
vida de la sexualidad activa, de la agresión y de la m uerte.
Im portaban los arcos y las flechas, las lanzas, los cacharros, las bol
sas de m alla y las herram ien tas de piedra, aunque a veces hacían to s
as imitaciones. Los arap esh m anifestaban u n a actitu d de extrem a hu-
—ildad con respecto a su a rte sa n ía y a su habilidad a rtístic a y sólo in
tra ta b a n copiar en fo rm a ru d im en taria los tra b a jo s m ás esmerados
ie ios pueblos vecinos. Como esta región form aba p a rte del antiguo te
rrito rio bajo m andato de N ueva G uinea, comenzó el reclutam iento des
vaes de la P rim era G uerra y en 1931 todos los m uchachos pensaban
—arch arse a tr a b a ja r . De ía c u ltu ra europea tra ía n cuchillos, hachas,
abalorios, fósforos, h ojas de a fe ita r y pedazos de tela con los que los
—vinbrGs se hacían ta p arra b o s y que las m ujeres se ponían p a ra b ailar,
l i zona fue ocupada por los japoneses d u ran te la Segunda G uerra
-'■londial y estuvieron expuestos a la lucha en tre los japoneses y las
fuerzas australiano-am ericanas. Se había descubierto oro en las llan u
ras a un día de m archa de la aldea de A litoa, donde trab a jam o s noso
tras, lo que im plicaba ya m ayor contacto aún antes de la g u erra.
Publicaciones sobre los iatm ulee de N ueva Guinea
E l idioma, y el folklore
L a guerra
F. LOS TCHAMBULIS
E l pueblo teham buli está form ado por u n a pequeña trib u de 500 p e r
sonas que viven a orillas de lago Teham buli, ju n to a la m ontaña del
mismo nom bre. Dos vías fluviales com unican al lago con el río Sepik
a unas 180 m illas de la desem bocadura. H ablan un a lengua papú muy
difícil que los pueblos vecinos no comprenden, por lo que tienen que
ap ren d er los idiom as de éstos. Cuando Reo F o rtu n e y yo los estu d ia
mos en 1933, hacía siete u ocho años que estaban bajo el control g uber
nam ental del M andato de N ueva Guinea. A nteriorm ente h ab ían huido
de la s tie rra s de sus antepasados por tem or a los belicosos iatm ules y,
separándose en tre s grupos, habían vivido con los pueblos de la espe
su ra. A hora, bajo la P ax B ritan n ica y con la introducción de las he
rra m ie n tas, estaban abocados a u n renacim iento cu ltu ral, construyen
do casas profusam ente decoradas p a ra los hom bres en la costa y g ra n
des viviendas fam iliares tie rra adentro. T enían algunas h u erta s, pero
dependían sobre todo de la pesca y tra fic a b a n p a ra obtener otros ali
mentos en los m ercados periódicos. Las m ujeres e ra n laboriosas y sa
bían hacer esteras, cestos, capas p a ra la lluvia, m osquiteros; los hom
bres vivían la m ayor p a rte del tiempo tallando, pintando y. p re p a ra n
do esm eradas exhibiciones te a tra le s. C ada uno de los tre s villoiTios
estab a dividió en clanes patrilin eales, los clanes se m antenían unidos
casándose los miembros con personas del grupo del herm ano de la m a
d re y te n ían disposiciones que estipulaban diversas clases de m itades
tran sv e rsale s p a ra los clanes o p a rte s de los mismos. M anifestaban m ás
interés por el a r te y por las cerem onias que por la g u erra, y las vícti
mas p a ra la caza de cabezas se com praban o e ra n crim inales de la al
dea vecina. A orillas del lago negro y reluciente, esta gente ta n ador
nada y afe cta d a vivía u n a especie de ballet perpetuo, poniéndose las
m ujeres grandes lirios rosados en los brazales an tes de salir a pescar.
D istribuim os el tra b a jo de la m ism a m a n era que cuando estu d ia
mos a los m undugum ores, y lo único que se ha publicado sobre los tcham -
bulis es la T ercera P a rte de m i libro Seos and T em peram ent (Sexo y
tem peram ento) y las secciones sobre la cu ltu ra m a terial y la s artes
aquí citadas.
G. BALI
E l pueblo balinés co n tra sta agudam ente con los dem ás que fig u ra n
m este libro. No se tr a t a de u n pueblo prim itivo, sino de indonesios que
hablan u n a lengua m alaya y que h a n estado desde hace siglos en con
tacto con las c u ltu ra s superiores del sudeste de A sia y de la China. E n
esa pequeñísim a is la — 2.905 m illas c u a d ra d a s— al este de Ja v a , vi-
re a un millón de personas en una sociedad que en muehos sentidos se
asem eja a la E u ro p a medieval, o se asem ejaba h a s ta que quedó bajo el
dominio holandés a principios de siglo. E l país se dividía en pequeños
reinos, en los que los soberanos de la casta de K esatria d irig ían va-
^ m e n te a los sacerdotes brahm anes, imponiéndole u n trib u to mode
rado a la población cam pesina que no pertenecía a n in g u n a casta y
que vivía en las aldeas dentro de una e s tru c tu ra social perfectam ente
organizada, que se b astab a a sí m ism a y controlaba la propiedad de
la tie rra , el sistem a de riego, y, todas las form a - de organización so
cial que los príncipes rein an tes no se hubieran reservado. E l hinduis-
mo había afectado profundam ente la e s tru c tu ra religiosa pero queda
ban aún vestigios del antiguo budismo. E l sistem a de castas, que se creía
h abía sido tra íd o de J a v a po r los hindúes que huyeron de esa isla an
te el avance del mahometismo, no e ra muy riguroso en Bali, pudiendo
los hom bres de la c a sta superior casarse con m ujeres de la ca sta infe
rio r y tran sm itirle s igualm ente ciertos privilegios a los hijos.
La e s tru c tu ra económica se basaba en la combinación de la adm i
nistración com unal y feudal de la ag ric u ltu ra, siendo el arro z el culti
vo principal, y en un sistem a de m ercador donde se com praban los
productos de la a rte sa n ía individual o del grupo y los víveres con di
n ero ; con monedas de cobre chinas. L as casas eran pequeñas pero
estaban construidas y ensam bladas con esmero y los tem plos consta
ban en general de u n atrio abierto elevado y de pequeños santuarios
en los que adoraban a les dioses hindúes y a los an terio res, conforme
a un calendario sum am ente complejo. Los sacerdotes y los escribas sa
bían escribir con caracteres antiguos en p áginas hechas con hojas de
palm era. Sabían tr a b a ja r el hierro, el oro y la p la ta y h acían tejidos
complicados, incluso te las que teñían por el método de a ta r p a ra que
no las tocara la an ilin a ciertas p arte s del diseño. L as a rte s, en p a rti
cular la m úsica, la danza y el te atro , estaban enorm em ente desarro
lladas y la gente, que te n ía una m an era de ser rem ota, como si viviera
en un ensueño, y una disposición perm anente e incansable p a ra la ac
tividad, dedicaba la m ayor p a rte del tiempo a p re p a ra r sucesivas ce
rem onias dram áticas. E l juego, basado en las riñ a s de gallos, estaba
muy desarrollado; eran m uy ra ro s los casos de em briaguez, a p esar de
que disponían de bebidas espirituosas. Los trances, la adivinación y el
ritu a l regido por el calendario constituían aspectos im portantes de la
vida religiosa que abarcaba todas las fac eta s de ía vida balinesa, des
de las pequeñas ofrendas que hacían después de cada comida, h a s ta las
cerem onias que ofrecían los príncipes y que costaban cientos de miles
de florines. A p esar de las notorias diferencias que se observaban en
tre los príncipes y ios campesinos, entre los sacerdotes brahm anes
y los oficiantes de loa templos locales de fas aldeas, e n tre los toscos a r
tesanos de la m ontaña y los artífic e s de la lla n u ra, por su ritu a l y su
simbolismo g ra n p a rte de la vida balinesa estaba al alcance de todos
los balineses. P o r eso, si bien se advierten diferencias en muchos de
talles e n tre distin tas p a rte s de B ali, en tre la conducta fo rm al de las
diversas castas o en tre las sectas sacerdotales, la e s tru c tu ra del carác
te r nos parece sum am ente homogénea, notándose poca diferencia en
tre las aldeas donde los h ab itan tes r a r a vez caen en u n tra n c e y o tras
donde casi todos conocen esta experiencia.
E l estudio de u n a sociedad com pleja como ésta, e n tra ñ a necesaria
m ente u n a labor m uy d istin ta a la que se realiza cuando a lo sumo dos
personas re g irá n la cu ltu ra de alg u n a pequeña sociedad p rim itiv a
recién descubierta y próxim a a desaparecer. D u ra n te los dos años,
1936-38, y d u ran te u n a nueva v isita en 1939, en que G regory Bateson
y yo trab a jam o s allí en estrecha colaboración con J a n e Belo, que h a
bía vivido y a algunos años en B ali, y contando con !a sin g u lar pene
tració n de Colín McPhee, que estudiaba la m úsica, de W a lte r Spies,
hoy. fallecido, que se había consagrado d u ran te mucho tiempo a un a in
ten sa investigación de las a rte s, y de K atherine M ershon, que se espe
cializaba en la danza y la conducta religiosa, d u ran te ese lapso sólo
pudimos conocer, en fo rm a in te n sa pero lim itada, algunos aspectos de
la cu ltu ra, observando a u n grupo de niños, a un conjunto de b ailarí
nes o de jóvenes a rtis ta s , o el calendario de una aldea, tomando notas
y reuniendo tam bién docum entación fo to g rá fica y. m ateria l film ado.
E s cierto que es m uy v a s ta la lite r a tu r a técnica y popular que h ay so
bre Bali. Los holandeses h an estudiado las leyes y han reconstruido
las secuencias arqueológicas m erced al estudio detenido de los vestigios
que quedan. Sólo presento aquí la bibliografía de nuestro trab a jo y de
la s obras de n uestros colaboradores que nos han servido de base en su
preparación.
L a organización y la religión
Bateson, G regory, “A n Oíd Tem óle and a New M yth”, D jaw a, Vol. 17
(1937), págs. 1-18.
Belo, Ja n e, “A Study o f Customs P e rta in in g to Tw is in B ali”, T ijd s-
c h rift voor Ind. Taal-, L and-, en Volkenkunde, Vol. 75 (1935),
págs. 483-549.
------ “A Study of a Balinese F am ily”, A m erican A nthopologist, Vol.
38 (1936), págs. 12-31.
L as artes
1946 “ The Women in the W a r”, in W hile Y ou W ere Gone, ed. por
Ja c k Goodman, Simón and S ehuster, N ueva Y ork, págs.
274-90.
1946 “T rends ín P ersonal L ife”, N ew Republic, Vol. 115, págs.
346-48.
1946 “ Pouvoirs de la í'emme” : “Quelques aspects du role des femmes
aux E ta ts-U n is” , E sp rit, P a rís, noviembre, págs. 661-71.
1946 “The T eacher’s Place in A m erica”, Journal o f th e A m eri
can A ssoeiation o f U niversity W omen, Vol. 40, págs. 3-5.
194G “ W h at Women W an t” , F ortune, Vol. 34, págs. 172-75, 218,
220, 223-24.
1947 “ The A pplication o f A nthropological Techniques to Cross-
N ational Com m unication” Transactions o f the N ew Y o rk Aca-
dem y of Siences, Serie II, Vol. 9, págs. 133-52 (publicado
luego y am pliado en “A Case H istory in Cross-N ational
Com munications, véase m ás a d e la n te ).
1047 “W h a t is H appening to the A m erican F am ily ?” Jo u rn a l o f
Social Casework, Vol. 28 págs. 323-30.
1947 (con A lex B avelas) “ T he D allas Convention and th e F u ta -
re o f A A U W ”, Journal o f the A m erican A ssoeiation o f U ni
ve rsity W omen, Vol. 41, págs. 23-26.
1948 “ Some C ultural A pproaches to Communication Problem s”,
in The Com m unication o f Ideas, ed. po r Lym an Bryson, Ins-
títu te fo r Religious and Social Studies, N ueva Y ork, 1948;
C apítulo II, págs. 9-26.
1948 “ A Case H istory in C ross-N ational Com m unications”, ibid.
C apítulo X III, págs. 209-29.
1948 “ T he Contemporary. A m erican F am ily as an A nthropologist
Sees I t ”, A m erican Journal o f Soc'tology, Vol. 53, págs. 453-59.
NOTAS
p r i m e r a PARTE
1 • La descripición de la etapa
siguiente se rv irá p a ra aclararles
1 Tomado de “D iscourse w ith ciertos puntos a quienes les in te
the H e a rt” de Léonie A dam s: resa sa b er cómo se u tilizan estos
“H ea rt, th a t have loved, ñor resultados al fo rm u lar hipótesis
known it holy p a r t (T ru ih is, que se v erifican con m aterial so
live h ea rts m ust love as lips shall b re los pueblos prim itivos.
b re a th e ). B y th is shall Iift w ith D espués de h acer u n estudio,
sanetifying a r t Y our aet of lile, ordenando el conjunto de sílabas
who live b u t to bequeath: As lips e x tra ñ a s según el p atró n fonético
th a t countless, graceless tim es ña- y la g ram á tic a correspondiente,
ve fed, Save themselves hungry, estableciendo un sistem a de rela
and bite blesséd bread.” ciones en tre los térm inos que los
Del libro Those N o t E lect, Me- niños utilizan p a ra los adultos,
Bride, N ueva Y ork, 1925, pág. 12. los térm inos de que se valen las
personas p a ra describirse en dis
tin to s momentos y en diversos con
2 textos y aprendiendo el sentido
que tienen las fra se s como “ E s un
1 Mead, M arg aret, “ A nthropolo- polluelo de halcón” , “pero no nos
g ical D ata on th e Problem of apoderam os del cráneo” o “te n ía
In stin c t”, Psychosom atic Medicine, el cuello firm e", recogemos todo
Vol. IV (1942), págs. 396-97 el m aterial y lo registram os. ¿Có
(Symposium-Second Colloquia on mo se utiliza? Q uizá sea de pro
Psychodynam ics and E xperim ental vecho esbozar rápidam ente cómo
M edicine). o b raría yo p a r a responder a una
3 A rm strong, W, E ., R ossel Is- p regunta. Supongamos que alguien,
land, Cam bridge U niversity P ress, que se in te re sa ra por la psicolo
1928, pág. 100. g ía del desarrollo in fan til o de la
* D em etracopoulou, D orothy, co religión me p re g u n ta ra : "¿ P o d ría
m entario de D urham , M. E-, L am s decir algo acerca de la relación
and Custo'ms o f the Balkans, A m e que hay en tre la prolongación de
rican A nthropologist, N. S. Vol. la ju ventud y ias creencias sobre
32 (1930), pág. 670. la inm ortalid ad ?” E n p rim er té r-
mino, repaso m entalm ente regio fundam ental la relación e n tre el
nes enteras de sociedades prim i aprendizaje y la te o ría del n aci
tiv as, recordando que a los indios miento y la inm o rtalid ad ?”, com
am ericanos les in teresab a en gene parando entonces la convicción ba-
r a l m uy poco la inm ortalidad y linesa de que el individuo se
que no asum ía e n tre ellos g ra n reen carn a una y o tra vez dentro
im portancia la personalización de de la misma fam ilia, p o r lo que el
los m uertos. T al vez rep ita la f r a ciclo v ita l no es u na culminación
se: “B rotam os como la hierba al sino uno de los círculos de u n a se
am anecer y nos siegan por la ta r rie interm inable en tre este mundo
de”, que suelo c ita r p a ra caracte y el otro, con la ac titu d de los m a
riz a r la actitud de los indios nus, que creen que los seres hum a
p lain s a n te la m uerte. Al mismo nos se form an de su stan cias de]
tiem po acuden a mi m ente las im á cuerpo de la m adre y del padre,
genes precisas de los indios que que alcanzan la plenitud de sus
ex h o rtab an a los peces a que se facu ltad es d u ran te la m adurez,
d e ja ra n pescar y que luego tira b an subsistiendo como poderosos es
al ag u a las espinas p a ra que re pectros durante un lapso después
e n c a rn a ra n ; de los espectros —to de la m uerte y escurriéndose lue
do u n conjunto del o tro mundo, go h a s ta los niveles inferiores del
pero nunca el abuelo o la abuela cieno poblado de babosas m arinas.
de alguien— que in terv en ían en Puedo a g r e g a r : “ Los balineses
m ascarados en la s danzas del pue creen que se puede ap ren d er a
blo zuñi; la creencia de los am a- cualquier edad —los m uy jóvenes
h as de que todos los mellizos e ra n y los ancianos aprenden re la tiv a
reencarnados. Muchos detalles sig m ente sin esfuerzo y la belleza
nificativos citados por cientos de: p erd u ra—, m ientras que los m anus
etnólogos contribuyen a agudizar1 están viejos y term inados a los
la intuición. Pienso luego en o tra cuarenta. Podríam os su g e rir que
región, buscando quizá sim ultánea se ad v ierte aquí u n a relación
m ente una eategoría. O sea que que v ald ría la pena in v estig ar a
d igo: “Y en Ind o n esia. . . ”, y rep a fondo,” P a sa ría entonces a con
so las actitudes hacia los ascen sid e ra r si conozco el caso de algún
dientes, o decido in clu ir en el grupo que creyera en la reen car
p an o ram a la veneración de los a n nación y m a n ifesta ra al mismo
tepasados y la reencarnación. Si la tiempo una decadencia bien defi
reencarnación m e parece im por n id a del vigor en el curso de la
ta n te, pienso en las cu ltu ras que vida, buscando así ejem plos n eg a
m an ifiestan e sta creencia y puedo tivos que desm ientan la hipótesis
a g r e g a r : “N atu ralm en te in te resa en desarrollo. P aralelam en te tra e ré
saber qué relación hay e n tre quién a mi m em oria lo que se sabe sobre
es uno al nacer y quién ha de s e r el ap rendizaje a d istin tas edades
a! m orir," Puede su rg ir así la en diversas C uitaras, reteniendo en
com paración en tre los esquimales un plano lo que se sabe sobre el
y los balineses; ambos pueblos t r a m ecanismo en sí — diferentes m a
ta n a los recién nacidos como Eli n eras de ap re n d e r: memorizando,
poseyeran facultades profétieas y prem iando, castigando, eludiendo
y a de pequeños les enseñan ta re a s la penitencia— y en otro plano el
com plejas. Puedo in te rc a la r aquí m aterial concreto: u n a película
un a p re g u n ta : "¿ S e rá ta l vez que m uestra a un escultor ap re n
diendo a la b ra r, datos sobre las Vol. 8 (1941), págs. 53-68.)
edades a las que los varones pue
den em pezar como aprendices de SEGUNDA PARTE
los artesanos, etc. O puedo tam
bién referirm e a dos categorías E l m aterial utilizado en esta
etnológicas, como “ creencia y re p arte proviene de los estudios di
encarnación” y “ciclo v ita l”’ y di rectos llevados a efecto por m í o por
rigirm e a la U niversidad de Yale m is colaboradm-es. E l Apéndice 11
p a ra con su ltar las fichas de un incluye la bibliografía completa
catálogo en el que se ha compilado del m aterial publicado sobre estas
la inform ación disponible sobre siete culturas. E n estas notas sólo
m uchas sociedades, ordenándola menciono algunas referencias que
por categorías, de modo que es po pueden resultarle de especial in
sible establecer la relación que terés al lector o expreso m i reco
hay en tre am bas. Puedo tam bién nocimiento por ciertas observa
co n su ltar libros especiales p a ra ciones.
a c la ra r u n a serie de p u n to s: “¿Se 3
incluía alg ú n com entario sobre la
edad en cierto estudio com parado
sobre la fo rm a en que los miem 1 Bender, L a u re tta y M ontague,
bros de dos trib u s a frica n as Allison, “ P sychotherapy th ro u g h
ap ren d ían u n a h isto ria ? ” “ S ería A r tin a N egro Child” , College A r t
in te resa n te re p a sa r el m anuscrito Journal, Vol. V II (1947) págs.
de Jem ez que decía que las m uje 12-17.
res que pasaban la m enopausia 2 E sto s conceptos fueron form u
pensaban que sólo entonces ap re n lados originalm ente por G regory
dían a gozar del sexo”, etc. B ateson m ediante el m a terial sobre
E s ta es una de las m an eras de latm u l. V éase en p a rtic u la r su
u tiliz a r el m ateria l com parativo. “ C ulture C ontact an d Schizmoge-
E l proceso comienza con una re nesis”, M an, Vol. XXXV (1935),
flexión exploratoria m ediante el págs. 178-83; N aven, Cambridge
m a teria l com parativo disponible U niversity P ress, 1936; “ Some
sobre d istin ta s p a rte s del mundo, System atic A pproaches to th e Stu-
form ulándose luego hipótesis p re dy o f C ulture an d P erso n ality ”,
l i m i n a r e s a m e d id a q u e se C h aracter and P ersonality, Vol.
avanza y p r o b á n d o la s de m e XL (1942), págs. 76-84; “ M orale
m oria, h a s ta quedar con u n a que and N atio n al C h a ra cter”, en Civi-
parezca fru c tífe ra y que se pueda lian M orale, editado por Goodwin
v erific ar con la lite r a tu r a exis W aston, H oughton M ifflin, Bos
ten te o haciendo u n estudio direc ton (1942), págs. 71-91.
to. Quizá en vez de volver al m a ‘ E n e sta acepción del térm ino
te ria l prim itivo haya que dirigirse “ recíproco” me ap a rto un poco de
ai laboratorio psicológico o a una la acepción definida en el artículo
clínica. Cada antropólogo se vale de B ateson “M orale and N ational
del método com parativo a 3U m a C h a ra cter” (loe. cit.). Basándom e
n era, pero el método es esencial en la cu ltu ra m anus, defino como
m ente el mismo. (V éase Bateson, conducta recíproca aquella en la
G regory, “ E xperim ents in T hin- cual los objetos, las m ercaderías
k in g about Observed Ethnological o las ideas fig u ra n en el in te r
M aterial”, Philosphy of Science, cambio en tre dos individuos o g r u
pos. Tomemos por ejemplo u n a pendio de la obra de K. A braham .
secuencia de acción: A le pega a U na vez que me hube fam iliariz a
B, B le pega a A ; siendo A el pa do con la utilización sistem ática
d re y B el hijo. L a conducta puede de estas ideas que señala E rik
ser com plem entaria si el golpe del H om burger E rikson, p asaro n a in
p ad re es propinado y recibido de te g r a r m i equipo teórico. L a pre
m an era m uy d istin ta que el del sentación de Balinese C haracter
h ijo : el p ad re corrige, el niño le ha sido en p a rte organizada en
devuelve un golpe insig n ifican te torno de las m ism as, p a rtic u la r
o débil. Puede in te rp re ta rse como m ente las lám inas 38-44. M ientras
sim étrica si el énfasis recae en el se ideaba e s ta presentación, G re
hecho de que am bos se en fre n ta n gory B ateson relacionó sistem áti
y se pegan con la m ism a actitud. cam ente el diag ram a de zonas de
Se puede considerar recíproca s¡i E rikson con las categorías de la
se hace caso omiso de la fu e rz a conducta com plem entaria. E n “ Re
o la debilidad relativ a, del correc search on P rim itiv e C hildren”,
tivo, del rechazo, de la com para- Mead, M arg aret, en el M anual o f
bilidad o incom parabilidad del p a Child Psychology, editado p o r Leo-
dre y del hijo, destacándose en nard C arm ichael, W iley, N ueva
cambio el hecho de que es u n golpe York, 1946, págs. 670-72, fig u ra
lo que se da y un golpe lo que se una versión interm edia del dia
recibe. Un golpe que se da o u n gram a.
regalo que se retribuye, si es que, c Bateson, G regory, "Social P la-
como se ve, el golpe o el regalo n ning an d the Concept of ‘D eutero.
constituyen el centro de la se L earning.” en Science, Pkiloso-
cuencia. phy and Religión, Sem rtd Sym po-
Como señala G regory B ateson, sium (C onferencia sobre Ciencia,
lo que nos perm ite distin g u ir los filosofía y relig ió n ), N ueva Y ork,
diversos tipos p a ra proseguir con (1942), págs. 81-97. E ste artículo
el análisis es la form a en que los describe el modo de e n c a ra r el
p articip an tes encaran la secuencia aprendizaje utilizado en este libro.
de conducta. 0 Se describen detalladam ente
* Sólo comencé a tr a b a ja r se en N aven, de G regory Bateson,
Cam bridge U niversity P ress, 1936.
riam ente sobre la s zonas del cuer
po cuando observé a los a ra p e sh
en 1931. A unque conocía en gene 5
ra l los tra b a jo s fundam entales de
P reu d sobre el tem a no se m e h a 1 Field, E ugene, “To an U su r-
bía ocurrido que pudieran a p lica r p er”, Poem s o f Childhood, Scrib-
se en los estudios directos h a sta ner, N ueva Y ork, 1904, pág. 80.
que leí el prim er inform e sobre u n a " Mead, M a rg a re t, “A ge P a t-
expedición de Géza Róheim, “ Fsy- te m in g a n á P erso n ality Devslap-
choanalysis of P rim itiv e C ultu re m ent”, A m erican Journal o f Ort-
Types”, International Journal of hopsychiatry ; Vol. X V II (1947),
Psychoanalysis, Vol. X II I (1932), págs. 2 3 1 -4 0 ; Bateson, G regory,
P ts. 1-2 (N úm ero dedicado a las y M ead M arg aret, B alinese Cha
investigaciones de Róheim en A us- racter, lám ina 74; Mead M arga
tr a la s ia ) . ret, “T he F am ily in th e F u tu re ”
Mandé b u scar entonces u n com en B eyond V ictory, editado por
R uth N anda A n s h e n , H a rc o u rt, alto y delgado que otro. La etapa
Brace, N ueva York, 1943, págs. siguiente de este razonam iento f a
66 - 87. laz es el recrudecim iento de un
5 Bateson, G regory, “ Sex and racism o diferente, pero con todos
C ulture”, A unáis o f the N ew Y o rk los peligros que el racism o e n tra
A c a d e m y o f S c ie n c e , V ol. 47 ña, cuando parece que en esta épo
(1947), págs. 603-64. ca de la h isto ria se favorece m ás
el orden destacando las caracte
6 rísticas modifieables y no los r a s
gos in alterables del ser humano.
B a sta con que el estudioso de los
1 D evereux, George, “In stitu tio - tipos constitucionales com eta dos
nalized Hom osexuality of th e Mo~ erro res —confundir la institución
have In d ian s”, H um a n B io lo g y , cu ltu ral de la conducta com pati
Vol. 9 (11937), págs. 498-527. ble con determ inado tipo con el
- Greulich, W illiam W alter, y tem peram ento in n ato y confundir
Thomas, H erbert, con la colabora el físico relativo dentro del g ru
ción de R uth C hristian Twaddle, po con la posición rela tiv a dentro
“A Study of Pelvic Type and lis de la ra z a hum ana— p a ra encon
R elationship to B ody B u ild in tra rn o s en un tem ible estado de
W hite Women”, Journal o f A m e racism o inadm isible. E n efecto, es
rican M edical A s s o d a t i o n , Vol. ta n g rav e este peligro que a l es
112 (1939), págs. 485-93. coger los cam inos de la investiga
1 L as altern ativ as de las hipó ción, es m enester e n c a ra r las im
tesis sobre ¡a hum anidad e n tra plicaciones de la s d if e r e n c ia s
ñan obligaciones profundas e ine constitucionales con especial sen
ludibles. E n calidad de científicos tido de la responsabilidad.
consagrados a !a búsqueda de las
m ejores hipótesis tenemos ciertos
compromisos bien definidos. Como 7
in te g ran te s de la sociedad hum a
na en el año 1948, tenemos ta m 1 R ahina n, Lincoln, Ricbardson,
bién el claro deber de in v estigar H en ry B., y Ripley, H erb ert S.,
activam ente las hipótesis que p a “ A norexia N ervosa w ith Psychia-
rezcan rev e lar los nuevos campos tric O bservations", Psyckosom atic
más im portantes. L as h ip ó te s is M ed ic in e, V ol. 1 ( 1 9 3 9 ) , págs.
sobre los tipos de complexión son 335 - 65.
como armsLs de dos filos. Puesto
que señalan que p u e d e n h a b e r TERCERA PARTE
p rofundas e inalienables diferen
cias en tre los individuos, se pres E n esta sección m e he valido de
ta n a g raves generalizaciones so las observaciones a n tro p o ló g ica s
b re grupos raciales. E s sum am en pa ra esclarecer los problemas ge
te fácil iden tificar un tipo de ser nerales de la fam ilia, las relacio
humano_ y confundirlo con un g ru nes entre ambos sexos, el proble
po localizado, como el europeo nór m a de la fecundidad y de la este
dico, y porque el tipo A sea alto rilidad, la hete rosexnalidad y la
y delgado como tip o in d iv id u a l, homosexualidad, teniendo presen
a trib u irle sus características a un tes las últim a s •investigaciones rea
pueblo que, como grupo, sea m ás lizadas en el campo de la endoeri-
nología, de la psicología com para 3 Puede consultarse el resum en
da, la fisiología y el desarrollo de estos contrastes presentado por
humano. M e he atenido a lo dis Mead, M a rg a re t, en “ C o n tra sts
cutido con individuos especializa an d Com parisons from P rim itive
dos en los diversos campos, cono Society” , A nnals o f the A m erican
ciendo y confiando en su m anera A cadem y o f P olitical and Social
de encarar las cuestiones y leyen Science, VoL 160 (1 9 3 2 ) p á g s .
do los trabajos que m e recomen 22 - 28.
daban por s u pertinencia. N o tra * E s lo que h acían las m ujeres
to de p resentar aquí u na biblio de la sociedad areois an tiguam en
g ra fía sistem ática; n i pretendo n i te en T ah ití y algunas m ujeres
estoy habilitada para exam inar de la sociedad india de N atchez,
estos terrenos. A l preparar este que así ascendían de categoría.
libro, tra té de consultar a ciertos * Seligm an, B. Z., “In cest and
científicos para que m e fa cilita D escent, T heir Influence on So
ra n m aterial que contradijera o cial O rganization”, Journal o f the
esclareciera los problemas sobre R oyal Anthropological I n s titu t e
los que estaba trabajando. Mucho o f G reat B rita in and Ireland, Vol.
le debo personalm ente a Law rence LIX (1929), págs. 231-72; F o rtu
K . F ra n k por su am plia orienta ne, Reo, “ Incest” en la Encyclo-
ción en el campo de la literatura pedia o f the Social Sciences, edi
y a E a rl T . E ngle, W illiam Greu- ta d a po r Edw in R. A. Seligm an
lich, G regory B ateson y E v e ly n y A lvin Johnson, M acm illan, N ue
H utchinson, y a las obras publi va York, 1932. Vol. 7 págs. 620-
cadas por K ingsley Noble, F ra n k 22 .
Beach, A . M aslow, R . Carpenter,
S . Z uckerm an, y T . C. Schneirla. 10
1 Benedek, T herese y Rubens-
8 tein, B., “C o r r e la tio n s between
O varían A ctivity an d Psychody-
1 Mead, M a r g a r e t, S e x and nam ic P rocesses: I. T he O vulati-
Tem pera/ment in Three P rim itive ve P h ase ; II. T he M enstrual P h a-
Societies, W illiam M orrow, N u e se”, Psychosom atic Medicine, Vol.
va Y ork, 1935 (Publicado ta m 1 (1939), pág . 245 y siguientes,
bién en F rom the S o u th Sean, pág. 461 y siguientes.
W illiam M orrow , N u e v a Y ork, s F u e E a rl E ngle quien me ade
1939), pág. 94. lantó esta hipótesis sobre la es
3 M iner, H orace, S t. Denis, A terilid ad de las adolescentes y re
French-Canadian Pwrish, Univev- pasé los datos que había recogido
sity of Chicago P ress, 1939, pag. 6. en Sam oa en un p rim er intento
de verificación. A shley M ontague
h a estado perm anentem ente inte
resado en este p ro b le m a (véase
1 Le debo el reconocimiento de “A dolescent S te rility ”, Q uarterly
e s ta im portante distinción y de R eview o f Biology, Vol. 14 (1939),
sus implicaciones sociales a Zuc págs. 1 3 -1 4 , 1 9 2 -2 1 9 ). H ago es
kerm an, Solly, Functional A ffin i- tos com entarios teniendo presentes
ties o f M an, M onkeys and A pes, las hipótesis sobre los efectos mu
H arco u rt, B race, 1933. tuam ente esterilizantes del semen
de varios varones, pero no consi and Behaviour, con un prólogo de
dero que éstas concuerden con los E a rl T. E ngle, P au l B. Hoeber,
hechos observados en las socieda N ueva Y ork, 1948.
des prim itivas. ’• V éase Mead, M arg aret, “Ta-
* Com párese con los a n t ig u o s ble shoing leng ih of tim e since pu-
preceptos judíos en el sentido de b erty, periodicity, am ount of p ain
que el hombre que m a n ifesta ra po during menses, m astu rb atio n , ho
cas aptitudes p a ra el pensam iento m osexual experíence, heterosexual
sólo se ac o sta ra con su m u jer una experience and residence or non-
vez por sem ana ahorrando todo el rasidenee in p asto r’s household”,
rig o r posible p a ra la reflexión, Corning o f A g e in Sam oa (Ado
m ientras que el erudito te n ía que lescencia y C u ltu ra en S am oa),
dorm ir con la suya todas la s no W illiam M o rro w , N u e v a Y ork,
ches a fin de conservar despejada 1928-
la m ente p a ra dedicarse al estu A péndice V, T abla I, pág. 285.
dio. Puede decirse que estas in te r 11 F ra n k , L. K., H utchinson, G.
pretaciones describen o tra clase E ., Livinston, W. K., MeCulloch,
de potencia, una fo rm a de conduc W. S., y W iener, N., “ Teleogical
ta adquirida que ya no es auto M echanísm s”, A n n a ls o f the N ew
m ática, pero que in te g ra ta n bien Y o rk A cadem y o f Sciences, Vol.
la e s tru c tu ra del c a rácter que re 50 (1948), págs, 178-278, y en
su lta seg u ra y adecuada (B aby lo p a rtic u la r Livingston, W. K., “ The
m a n T alm ud: Seder N ashin, Vol. Vicious Circle in C ausalgia”, págs.
I, “ T ra c ta te K ethuboth”, versión 247-258.
inglesa, Soncino P ress, Londres,
1936, C apítulo V, págs. 3 6 9 -3 7 2 ). 11
* M cGraw, M yrtle B., G roioth:
.4 S tv d y o f Jokn n y and Jim m y,
A ppleton - C entury, N ueva York, ' Mead, M a rg a re t, “ The Con-
1935. cept of C ulture and th e Psychoso-
5 Gesell, A rnold, W o lf Ckild m atic A pproach”, P sychiatry, Vol.
and H um an Ckild, H arp er, N ueva 10 (1947), págs. 57-76; Booth,
York, 1941. G otthard C., “V ariety in P ersona-
* D a vis, C lara M., “ Self-Selec- lity and its R elation to H ealth ” ,
tion of Food by Children”, A m e Review o f Religión, N ew Y ork
rican Journal o f N ursing, Vol. 35 (M ay 1946), págs. 385-412; W olff,
(1935), págs. 403 -1 0 . H arold G., “ P rotective Reaction
7 R ichter, C. P., H olt, L. E ., J r., P a tte rn s and D isease”, A n n a ls o f
y B arelare, B., J r ., “ N utritio n al I n te m a l M edicine, Vol. 27 (1947),
R equirem ents fo r N orm al Groth págs. 944-69.
and Reproduction in R ats Studied 2 E n el libro del Dr. K insey
by the S e lf-S e le c tio n Mechod”, Sexual B ehaviour in the H um an
A merican Journal o f P kvsioloav. Male (K insey, A lfred C., Pomeroy,
Vol. 122 (1938) págs. 7 3 4 -4 4 " ' W ardell B., y, M artin E ., Sounders,
* Young, P au l T., “A p p e ti te , F iladelfia, 1948) la discusión su
P a la ta b ility and Feeding H ab it: pone u n a relación sum am ente sim
A C ritical Review”, Psychology ple en tre el hom bre y sus impulsos.
B ulletin, Vol. 45 ( 1 9 4 8 ) , págs. E l D r. K insey tom a como unidad
289 - 320. de conducta lo que él denomina
* Beach, F ra n k A., H orm ones “alivio”, la resolución inm ediata
de la tum escencia, y considera del problem a de las citas p resen
com parables todos los contextos., tados por Mead, M arg aret, “W h at
a Me lo ha sugerido E rn s t K ris. is a D ate?", T ransatlantic, Vol.
10 (1944), págs. 54, 57-60; Gorer,
C U A R T A PARTE Geoffrey, The A m erican Peo pie,
N orton, N ueva Y ork, 1948, C apí
12 tulo IV , págs. 106-32.
: L as observaciones inéditas de
1 Pueden consultarse los comen Ray B irdw histel me han proporcio
ta rio s sobre la indagación siste nado algunos de los detalles m ás
m ática en el análisis de las socie valiosos sobre la conducta de los
dades heterogéneas y cam biantes norteam ericanos en relación con
incluidos en “ E ducative E ffe cts of las citas d u ran te los prim eros
Social E nvironm ent as Disclosed años de la década de 1940.
by Studies of P rim itive Societies” , ;l Véanse los com entarios sobre
por M a rg a re t Mead, en Envircm - la necesidad de este tipo de ad ap
m cn t and E ducatión (compendio), tabilidad del c a rácter norteam e
U n iv ersity of Chicago P ress, 1942, ricano: E rikson, E rik H., “ Ego
págs. 48-61 (S upplem cntary Edu- Development and H istorical Chan
cational M onographs, N n 54; H u ge”, en The P sychoatm lytic S tu d y
m an Development Series, Vol. I ) ; o f the Child, Vol. II (1946), edi
“T he Concept of C ulture and the tado por A nna F reud y otros,
Psychosom atic A pproacli”, Psij- In tern atio n al U niversities P ress,
chiatry, Vol. 10 (1947), págs. 57- N ueva York, copyright 1947, págs.
76; e “ Im plications of C ulture 359-96; Mead, Margar-et, “T rends
Change fo r Pei’sonality Develop in Personal Life”, N ew Republic,
m en t”, A m erican Journal, of Or- Vol. 115 (1946), págs. 346-48;
thopsychiatry, Vol. X V II (Í947), G orer, Geoffrey, The A m erican
págs. G33-46; Bateson, G regory, Pcople, N orton, N ueva York, 1948.
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chronic T heory”, Social S tr n c tu r e : M arth a, “ An A nalysis of Them es
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cliffe-B roivn, editados por Mey.er A cadem y o f Political and Social
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Clarendon P ress. 41-48.
3 Frenkel-B runsw ick, Else, y.
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n a lity F acto rs in Anti-Sem itism ”,
Journal o f Psychology, Vol. 20 ' Del prefacio de The Lady,
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13 2 Mead, M arg aret, “ On the Ins-
titutionaüzed Role fo r Wonien sn d
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r a p a rte de la encuesta realizada fü r Sozialforschung, Vol. 5 (1936),
por F ortune (octubre de 194(3), págs. 69-75.
pág. 10. a V éanse los com entarios sobre
14 el contacto de la cu ltu ra y la
competencia debida a un a escala
’ V éanse los análisis an terio res única de valores de: Mead, M ar-
g aret, “Intepretive S tatem en”, en nenbaum , F ra n k , en Crime and
Cooperation and C om petition the Com m unity, Ginn, Boston,
among P rim itive Peoples, editado 1936.
por M a rg a re t Mead, M cGraw- 1 L a serie de c a rica tu ras titu
H ill, N ueva Y ork, 1937, págs, lada “ L a h erm an a m ayor” que
458-511; y “B rothers and S istern apareció d u ran te tan to s años en
and Success”, en A n d Keep Your los diarios norteam ericanos sinte
Poioder D ry, W illiam M orrow, tiza un aspecto de esta situación
N ueva York, 1943, C apítulo V II, m ien tras que los festivales de las
págs, 99-114; Bateson, Gregory, “h erm an itas” de los clubes de v a
“ B ali: T he V alué System of a rones de ciertos b arrio s neoyor-
Steady D ate”, en Social S tru c tu re : kinos rep rese n tan la co n tra p arte
S tu d ies P resented to A . B . Rad- com pensatoria.
cliffe-B rotvn, editados por Meyer 8 Tomado de Collected Poetical
F ortes, que se rá n publicados por W orks o f John G reenleaf W hit-
Clarendon P ress, L ondres; y “ The tier, editado por H orace E . Scud-
P a tte rn of an A rm am ents Race, der, H oughton M ifflin, Cambridge,
P a r t I : An A nthropologist’s 1894, pág. 407.
A pproach”, B ulletin o f the A tom ic 0 “ Women in A m erica”, P rim e
S d c n tis ts , Vol. 2 (1946), págs. 10- ra p a rte de la encuesta realizada
11; “ P a r t 2: A n A nalysis of Na- por F ortune (octubre de 1946),
tionalism ”, Vol. 2 págs. 26-28; pág. 8.
F ra n k , Law rence K., “ The Cost 10 Tomado de la reseña a p a re
of Com petition”, en Society I s the cida en el N ew Y o rk Tim es (18 de
P atient, R utgers U niversity P ress, marzo de 1946, pág. 1) sobre las
1948, págs., 21-36. p alab ras que les d irig iera el C ar
‘ H erzog, H erta , “W hy People denal Spellm an a los estudiantes
Like th e P rofessor Quiz P ro g ram ”, que se recibían de médicos, U ni
en Radio and the P rinted Page, versidad de Georgetown, 17 de
editado por P a u l L azarsfeld, Duell, marzo.
Sloan &Pearce, N ueva York, 1941. 11 Chase, Ilka, l n B ed W e C ry,
8 Véanse los com entarios sobre Doubleday, N ueva York, 1943.
este punto de: Mead, M argaret,
“ The Chip on th e Shoulder” en
A n d K eep Y o u r Powder D ry, W i 16
lliam Morrow, N ueva Y ork, 1943,
C apítulo IX, págs. 138-57; Gorer, 1 Tomado de W orking P apers o f
Geoffrey, The A m erican People, the N ational Conference on F a
N orton, N ueva York, 1948 Capí m ily L ife , Vol. 1 (1948) pág. 1.
tulo II, págs. 50-69. 5 Tomado del poema de E ugene
• H e podido in te rp re ta r este Field “ T he N ig h t W ind”, de
punto aplicando el mecanismo a n a Poem s o f Childhood.
lítico denominado “encadenam iento 5 Citado y comentado por E thel
de finalidades” (B ateson, G regory, G oldw ater en “W om an’s P lace”,
‘‘M orale and N ational C h a ra cter”, C om m entary (diciem bre de 1947),
en Civilian Morale, editado por págs. 578-85.
Goodwin W atson, H oughton Mi- 4 Benedek, Therese, “ Climacte-
fflin , Boston, 1942, págs. 71-91) riu m : A Developmental P h ase” ,
al m aterial presentado por T an- tra b a jo que será publicado en el
Psychosom atic Q uarterly. s O gburn, W. F ., “ Who W ill
Be Who in 1980”, N ew Y o rk Tim es
17 M agazine, 30 de mayo de 1948,
pág. 23.
1 P ro u ty , Olive H iggins, W hite
F aw n, H oughton M ifflin, Boston, 18
1931.
3 W olfenstein, M arth a y Leites, 1 Mead, M arg aret, “ C u ltu ral
N ath an , Véase la nota N° 4, C apí A spects of Women’s V ocational
tulo XIV. Problem s in P o st W orld W ar I I ”,
3 E rikson, E rik H., V éase la Journal of C onsulting Psychology,
N ota N° 3, C apítulo XIV. Vol. 10 (1946), págs. 23-28.
* Tomado del poema “A n Oíd 3 E l m ejo r resum en de esta
S w eetheart of M ine”, de The Com m an era de en c a ra r las diferencias
plete W orks o f Jam es W hitcom b sociales es el que p resen ta Geor-
R iley (L as obras com pletas de gene H. Sew ard en S e x and the
Jam es W hitcomb Riley) reunidas Social Order, M cGraw -H ill, N ueva
y editadas por Edm und H enry Y ork y Londres, 1946.
E itel, Bobbs-M errill, Indianápolis, “ O gburn, W . F ., Véase la nota
1913, Vol. I, págs. 68-72 N° 5, C apítulo X V II.
INDICE
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
1. L a significación de las p reg u n ta s que hacemos ........................ 11
2. Cómo escribe un antropólogo ........................................................ 25
SEGUNDA PARTE
LOS MEDIOS DEL CUERPO
TERCERA PARTE
LOS PROBLEMAS DE LA SOCIEDAD
CUARTA PARTE
LOS DOS SEXOS EN LA AMÉRICA CONTEMPORANEA
APÉNDICES
NOTAS