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Nací como parte de la pequeña burguesía bonaerense, allá por la década de 1830.

El apellido de mi familia no
pasó a la historia, pero por aquel momento era relativamente importante, y tenía la plata suficiente como para
permitirme estudiar en la UBA y, unos años más tarde, en la Sorbona. Fui hijo único y mi infancia fue poco
importante, mientras no hiciera enojar a mi padre, nadie iba a golpearme con un cinto. No fue algo que me pasara
muchas veces, la verdad siempre había sentido un genuino interés por aprender, por lo que solía pasarme las tardes
encerrado leyendo en la biblioteca asique no tenía muchas chances de meterme en problemas.
Con 27 años, un título de medicina de la UBA bajo el brazo y un par de días antes de presentarme ante el profesor
de Historia Greco-romana de la Sorbona para rendir lo que hoy llaman examen final, una carta me llegó de Buenos
Aires. La fiebre amarilla se había llevado a mis padres y ahora era dueño de un pequeño caserón en el barrio Los
Portones, hoy parte de Palermo. Un par de años después, tras terminar mis estudios, abandoné la París francesa para
retornar a la París de las américas.
Mala idea. El resurgimiento de la peste me tomó entre sus víctimas. Terriblemente enfermo obligué a mis dos criados
a que contactaran a todo aquel que se dijera médico en la ciudad de Buenos Aires. La gran mayoría se limitaron a
venir, mirarme con preocupación y negar con la cabeza sin ocultar su resignación. La noche en que pensé que
finalmente me tocaría descansar por siempre sonó la puerta principal de la casa, escuché que el visitante
intercambiaba un par de palabras con mis criados y que alguien subía la escalera. Un tipo tan pálido que en mi delirio
febríl pensé que era la mismísima parca entró en mi habitación. Me juró que podía curarme, pero que a cambio no
pediría los honorarios típicos de un médico, sino que quería que lo acompañara a su estancia en Córdoba, donde
podría cuidarme más de cerca. Temblando de frío y apenas entendiendo sus palabras susurré un áspero “si” con la
garganta reseca. Me cubrió los ojos con un paño húmedo y puso sobre mi boca un objeto extraño que en el
momento no pude identificar, goteaba un líquido de regusto metálico pero sumamente dulce y espeso. La mejoría
fue casi inmediata, sentí el dolor disminuir súbitamente y me sumí en un sueño profundo.

Desperté cerca del mediodía, en un dormitorio desconocido. Tenía la ropa transpirada y todavía me dolían los
músculos de todo el cuerpo, sin embargo estaba mucho mejor, por lo que me aventuré fuera de la cama. Al salir de
la habitación, finamente decorada por cierto, me encontré con un comedor igualmente lujoso. Arriba de la gran
mesa que había en el centro se encontraba una nota escrita con una letra sumamente prolija. En ella se me pedía
que disfrutara todo lo que quisiera de la casa pero que por favor cuidara mi salud y que no me alejara mucho del
edificio, que por la noche él vendría a explicarme qué estaba pasando. Estaba firmada por un tal “Ventrue”. La tarde
pasó lenta y con la única compañía de un perro viejo que encontré tirado al sol, durmiendo en el porche de la casa.
En algún momento de la noche, mi anfitrión salió de una bodega que estaba en un sótano que no había encontrado
al recorrer la pequeña mansión. Tenía una copa de vino en la mano y con aire misterioso simplemente me dijo “Ven,
vamos a mi estudio, seguro tienes dudas.” Con un acento raro que no pude distinguir pero que claramente no
sonaba parecido al francés que sugería su apellido. Lo seguí por las escaleras, intrigado. En esa y las siguientes
noches, aprendería cosas que jamás me hubiera podido enseñar ninguna universidad.
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Muchos años han pasado ya desde que mi Domitor me dio a probar la Vitae por primera vez, y mi relación con el ha
sido casi tan convulsionada como la propia historia argentina. Al principio fue como un profesor, un mentor que me
enseñaba sobre aquella extraña sociedad que estaba oculta bajo el manto de la noche, además de que
paralelamente financió cuanta carrera picara mi curiosidad; no han sido pocas. Una vez estuve “preparado”, me volví
una herramienta para actuar durante las horas donde el sol ilumina la tierra, yo lo ayudaba feliz de devolverle el
favor, no sólo el de salvar mi vida sino el de velar por mi bienestar y mi capacitación como si fuera de su propia
familia, sentía genuino aprecio por él. Luego llegó la sospecha. Tenía la impresión de que mi maestro sabía mucho
más de lo que contaba, y que quizás no fuera tan veraz eso de que “los poderes de la sangre sólo afectan a aquellos
que no la poseen”, quizás estuviera él también controlándome, así como yo dominaba a aquel que se interpusiera en
el objetivo que me hubiera asignado mi Domitor. Con el tiempo me enteré de la existencia del vínculum, de boca de
los pocos vástagos que me dejó conocer, y ahí llegó el rencor. No podía eliminarlo, era mi amo después de todo, yo
lo quería, tan solo pensar en tomar una estaca y… no, incluso ahora la idea es horrenda. Pero muy dentro mio sé que
lo odio, lo odiaba, y deseaba dejar de ser controlado.
Ahora que se presentaba la oportunidad, tenía que tomarla. Un trámite mal hecho ahí, una llamada perdida allá, una
cámara de seguridad que se me pasó por alto, un traspapelamiento “accidental”… y los cazadores estaban tocándole
la puerta a mi maestro. Solo ahora que soy libre entiendo mi error. No extraño el yugo de Ventrue (¡Hace pocos días
me enteré de que ese ni siquiera era su nombre!), pero la sangre… la sangre me llama. La necesito, la quiero. YA. Si
no bebo nada esta misma noche… he visto a otros ghouls volverse polvo ante mis ojos… Ahora que soy libre hay
mucho que quiero saber, no ha llegado mi hora. Además, ahora sé que hay muchos tipos de vampiros, algunos que
guardan grandes conocimientos ocultos como los “Temer” y los “Gionni”, no estaría mal volverme su aliado, o su
hermano…
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Rodrigo Spano (157 años, 128 como ghoul)
Herramientas: Es un erudito en toda regla. Conoce varios idiomas, tanto vivos (español, inglés, francés, alemán)
como muertos (latín y griego), y tiene nociones generales de prácticamente todos los campos de conocimiento
humano (medicina, historia, derecho, arte, matemáticas, física, ingeniería…). Si en la UBA se le dedicó una carrera,
como mínimo conoce el plan de estudios.

Dificultades: Está asustado, sabe que su maestro le ha mentido y ocultado cosas sobre la sociedad vampírica y no
sabe a ciencia cierta que es verdad y que no (al punto de dudar seriamente sobre que tan peligroso sería traer una
ristra de ajo a la reunión). Además, no solo está en peligro de muerte, sino que es (como cualquier ghoul) un adicto a
la Vitae que no ha probado una sola gota desde hace ya casi un mes, concentrarse es difícil con tanta sangre cerca.

Personalidad: “La curiosidad mató al gato” dicen, “Ah, pero el gato murió sabiendo” responde Rodrigo. No puede
contenerse, cuando algo le llama la atención hace lo imposible por conocerlo, y siendo que hay muchas cosas que no
se cuentan en los libros, sobre todo entre vampiros caer bien es una cuestión esencial. Sin embargo a veces su afán
por preguntar va demasiado lejos y puede despertar el aburrimiento (o peor, la ira) de su interlocutor. A pesar de
eso, trata de ser un tipo simpático (y su gran amplitud de conocimientos le da una buena variedad de temas de
conversación), además, sabe que es una oveja entre lobos y no quiere ganarse el odio de nadie ¿Quizás un chiste
aligere el ambiente? “¿Qué tiene 3 brazos y 5 piernas? Un gangrel bulldog en un jardín de infantes.”

Motivaciones/quest: -¡VITAE, YA! Sabe que hace ya casi un mes que no se alimenta, y desintegrarse en polvo no le
atrae en lo más mínimo. Comenzará con un pedido formal, ofrecerá favores o tratos, para el final de la noche estará
implorando al más horrendo de los nosferatu para que le deje lamerle la muñeca.

-Tengo miedo, necesito un abrazo: siendo que ya depende de la vitae como si fuera cualquier otro vástago ¿Por qué
no buscarse un verdadero maestro? Quizás ser un vampiro no sea tan malo después de todo…
-Gnothi Seautón: logre convertirse en un vástago o no, sin duda sería interesante conocer más detalles de la
condición vampírica, o de su sociedad. Conseguir información sobre otras criaturas fantásticas tampoco estaría mal.

-¿El necro-qué?: Tremere, Giovanni, taumaturgia, nigromancia, kabalah, necronomicón. Muchos vástagos han estado
nombrando esas cosas durante las últimas noches ¿Qué serán realmente? Suenan interesantes.

-Cola de paja: Nadie sabe nada de mi maestro, él no asistió a las anteriores reuniones, probablemente no lo
conozcan, ni sepan que está muerto ¿Verdad? Además, yo no tuve NADA que ver con eso ¿Verdad? ¡¿VERDAD?!
La culpa lo carcome, sería hermoso encontrar a alguien con quien confesarse, pero no suena factible. “Espero que
sea mentira eso de que pueden leerme la mente.”

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