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EL VALLENATO: UNA MÚSICA DE MÚLTIPLES FRACTURAS

Publicado en las revistas “Impacto vallenato” (Valledupar) y “Magazín del Caribe” (Bogotá)

Con el homenaje a Gustavo Gutiérrez Cabello en el marco del Festival de la Leyenda


Vallenata y luego con la repentina muerte de Diomedes Díaz , leí y escuché varias veces un
halago que ya me suena muy asendereado: “Partió en dos la música vallenata”.  Se me hizo
muy familiar porque también lo escuché a saciedad cuando murió Rafael Escalona, ya antes
con los trágicos decesos de Rafael Orozco, Juancho Rois y de Kaleth Morales o la partida de
Luis Enrique Martínez.  Si bien todos los que les atribuyen a estas figuras el mérito de “haber
partido en dos la música vallenata” tienen razón, esta es solo parcial. Si hubo rupturas, pero si
sumamos cada una (y las que faltan), nos damos cuenta que no rompieron en dos  sino que
es una de múltiples fracturas de  las que ha sufrido esta música antes folclórica y actualmente
popular y masiva.

Hagamos una juiciosa cuenta de estas rupturas, unas profundas y otras más discretas.
Coincido con el escritor e investigador Emmanuel Pichón Mora que la primera y gran ruptura
del vallenato está representada con la adopción del acordeón. Nada identifica más al vallenato
actual que ese “arrugado” fuelle aunque los estudiosos coinciden que esta música antes se
interpretaba con carrizos, gaitas y otros aerófonos que cedieron  el paso al rey acordeón. Si
concedemos credibilidad a los testimonios de músicos y estudiosos, una segunda ruptura se
presenta con Francisco “Chico” Bolaños que para muchos definió la estructura del paseo, son,
merengue y puya.
La otra gran ruptura ocurre  con el paso del sonido acústico (en vivo) al acusmático (grabado).
Una cosa era el vallenato antes de llegar a los estudios de grabación y otro es el que se
cocinó allí. La influencia aquí no es tanto de los músicos pioneros de las grabaciones como
Guillermo Buitrago  y Abel Antonio Villa, sino de productores como Antonio “Toño” Fuentes o
ingenieros de sonido como Gabriel Alzate, Alfonso Abril, Pedro Muriel, Darío Valenzuela  o
Gabriel Muñoz López. A “Toño” Fuentes se le debe que modificó el componente organológico,
por sugerencia suya se incorporaron bajos, timbales, tumbadoras pues buscaba un sonido
que compitiera con el de las orquestas del gran Caribe. Entre el metrónomo y las directrices
de los sonidistas se fue fraguando el sonido que hoy caracteriza al vallenato  y que dista
mucho del que tenía antes de 1944 (fecha de la primera grabación).
Otro de los hitos que más se sintió en la estructura de la música del Magdalena Grande fue el
surgimiento del hatiquero Luis Enrique Martínez. Fue el padre del estilo y formato que hoy es
hegemónico en los festivales, del canon de “vallenato puro”;  inauguró un estilo más
melodioso y picado al usar las  tres hileras del  teclado, las introducciones con música distinta
a la lírica, los pases de bajo, las florituras, transporte y puentes entre otros aportes que le
dieron identidad al género.
 Años después se produce otra fractura, cuando surgen  compositores que no eran
acordeoneros ni juglares: Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona o Antonio Gómez, años
después, Leandro Díaz. Esto contribuyó a cualificar la versificación, el lenguaje y la misma
complejidad de preguntas y respuestas en la canción. Pichón Mora también sugiere que
Escalona  presenta una ruptura retórica  pues fue el primer compositor en pasar a versos de
arte mayor.  Para esa misma época se produce una nueva ruptura: también emergen los
primeros cantantes  que no son acordeoneros siendo los más representativos (no los primeros
según Julio Oñate Martínez): Isaac “Tijito” Carrillo, Armando Zabaleta, Alberto Fernández para
luego salir la gran generación de Jorge Oñate, Armando Moscote, Poncho Zuleta y Pedro
García entre otros. Este hito representa una fractura cualitativa  pues hizo que los
acordeoneros pulieran su arte al especializarse y que el vocalista también cualificara el canto
vallenato.
En los años sesenta se produce la ruptura de Gustavo Gutiérrez a la que se suma Freddy
Molina y  la generación posterior de Rosendo Romero, Rafael Manjarrés, Roberto Calderón,
Mateo Torres y Fernando Meneses entre otros. Se trata del vallenato lírico, el de inspirados
versos  poéticos, el de  conciencia escrita que superó el de la oralidad primaria de sus
antecesores. Se trataba de canciones desgarradas, con cortes y pegues (ejercicio
composicional),  con influencia musical de la balada y composicional de la poesía culta,
canciones lírico-descriptivas que desnudan el alma, la interioridad y la subjetividad,  que
hablan de realidades abstractas y no solo de las concretas, que  instauran con sus cantos  un
romancero con todo un código de galanteo y donjuanismo (vallenato para enamorar, dedicar,
serenatear y no solo para parrandear).    
Luego de un ensayo gestado por Gabriel García Márquez en Aracataca, algunas
personalidades que se echaron al hombre la autonomía del Cesar como departamento
también se cranearon un concurso que dimensionara los festejos patronales de la Virgen del
Rosario en Valledupar. Así surge el Festival de la Leyenda Vallenata en 1968 y que con el
tiempo se “tragaría” las fiestas patronales relegando su impacto. El festival que Consuelo
Araujo, López Michelsen, Escalona y otros agenciaron  también juega un rol que impuso una
ruptura insoslayable. Ante todo, el festival fundó un canon; antes del festival el repertorio del
músico era muy variado en formas y géneros. Se iba del paseo a la tambora, del merengue al
pasebol, de la guaracha al paseíto, del son a la cumbia.  
Para algunos perjudicial, para otros necesario, pero los directivos del festival impusieron lo
que se convirtió en canon y ley: las formas del vallenato serían paseo, merengue, son y puya.
Aún muchos sabaneros y ribereños reclaman que esto discriminó otras  formas que
representaban esas regiones mientras muchos siguen defendiendo como “el vallenato
auténtico” solo estas cuatro formas hegemónicas. El canon también se instauró cuando desde
las primeras versiones se impuso el estilo de Luis Enrique Martínez como modelo del
“vallenato festivalero”. Hoy en día todos los festivales tienen como referente del vallenato
auténtico y tradicional el estilo de “Pollo Vallenato”  y eso se impuso desde el Festival de la
Leyenda Vallenata. Quien quiera erigirse como rey de un festival tiene que seguir ese canon,
sino recuerden la experiencia fracasada de Juancho Rois quien quiso ganar con su propio
estilo y terminó derrotado.
Pero también comparto con Emmanuel Pichón, que así como el festival y los festivales que le
siguieron, fijan y crean modelos que encorsetaron a los músicos  también desde ese evento
se han impuesto poco a poco algunos cambios que terminan siendo canónicos. Por ejemplo,
la práctica de los solos de caja, guacharaca y acordeón en las puyas, la vertiginosa
aceleración del tiempo en la puya y la ralentización del son.  Hoy son normas que se asumen
y se cumplen y nacieron desde el mismo festival que pregona la fidelidad a lo más tradicional.
Por todo eso, desde la creación del Festival de la Leyenda Vallenata se impuso una ruptura
bien profunda en la música vallenata tanto así que hoy se puede distinguir entre una canción,
formato, estilo y hasta repertorio festivalero y uno comercial.
Posteriormente, a finales de los años 70´s  emerge el Binomio de Oro, protagonista de un
remezón en el formato del vallenato. Posicionó el vallenato en todo el país, pulió el
componente vocálico de esta música y sirvió de puente a los compositores líricos, se amplió
melódicamente el discurso musical del acordeón (según el musicólogo Roger Bermúdez,
Israel Romero fue el primer acordeonero el lograr el cromatismo y el contrapunteo en el
vallenato), se acentuaron los transportes, puentes, doblajes, los arreglos,  el virtuosismo en los
interludios y el sentido de “conjunto” en los arreglos (antes cada músico se “fajaba” por su
lado). Tras la impronta de Romero siguió Juancho Rois, Pangue Maestre y años después,
Omar Geles.
Con Diomedes se abre de nuevo una nueva ruptura, nace el “artista”  como ídolo, como aquel
personaje que alcanza notoriedad nacional. Diomedes sentó las bases para que el cantante
vallenato se erigiera como figura mediática de lo que hoy gozan Silvestre Dangond, Jorge
Celedón o Peter Manjarrés. Gestos, poses, palabras calculadas y  reiterativas  que lo
distinguen de los demás, contribuyeron a hacer de Diomedes el primer intérprete vallenato
asediado por el público tanto que tuvo que contratar guardaespaldas, el que  generaba
grandes colas el día que su disco salía al mercado, el precursor de la caravanas de
lanzamiento, el que hizo que su cumpleaños y  el día de lanzamiento de nuevas producciones
tiñeran de rojo festivo cualquier día.
En los 90’s, Carlos Vives y sus músicos (entre ellos Egidio Cuadrado, Carlos Huertas Jr, “El
Papa” Pastor, “El Negrito” Rosado)  crearon un formato que es lo que hoy se conoce como
vallenato urbano o tecnovallenato. Este híbrido llevó esta música a la ciudad y a las
discotecas y conciertos, internacionalizó “La Gota fría” y con ella esta música. Otros
intérpretes como Amparo Sandino, Los Pelaos, Tulio Zuluaga, Gussi y Beto y  Fonseca han
retomado este formato que, aunque criticado por puristas, tiene sus cimientos en los
compases  y la trilogía de acordeón, caja y guacharaca.  
Por último, el movimiento denominado Nueva Ola también tiene su protagonismo aunque no
se lo quieran reconocer. Crearon un formato pródigo en hibridismo, con mayor vértigo, con
mucha supremacía de lo visual, lo espectacular en la puesta en escena y la teatralidad en el
perfomance. Kaleth Morales y Silvestre Dangond definieron un nuevo estilo de  moverse en el
escenario, de interactuar con el público (no necesitan animadores). Esto hizo que  una música
que era considerada como de adultos, calara en el público juvenil. Hoy miles de jóvenes
quieren estar en una tarima tocando vallenato con orgullo y eso garantiza la preservación de
nuestra música: los jóvenes tomaron la bandera del vallenato y eso es garantía de
perdurabilidad.
Mi cuenta de fracturas llega hasta ahí, para otros serán menos o más. El médico e
investigador Álvaro Ibarra Daza sostiene que decir que algún  músico haya partido en dos la
música vallenata es una exageración pues cada uno solo afectó un componente de la misma
pero no todo el edificio (Gustavo Gutiérrez y Escalona solo la composición; Chico Bolaños,
Luis Enrique y la generación de Israel Romero solo el acordeón; la de Oñate, Diomedes y
Silvestre solo la del canto).  Pero está  demostrado que pese a los sesgos y miopías del
algunos “vallenatólogos”,   son muchos los “yesos” que ha soportado la música vallenata, que
es un género más de rupturas que de continuidades. Pero eso no es malo, cada una de estas
fracturas ha representado o una cualificación que asegura crecimiento como arte  o un
ensanchamiento de su ámbito de influencia (la conquista de nuevos nichos comerciales).  El
vallenato es una música porosa (acepta cambios e influencias) y eso es lo que la hace la
música más preferida y representativa del Colombia según las encuestas de cultura y de
consumo cultural. Nuevas fracturas vendrán, nuevos protagonistas harán refacciones
cosméticas pero el edificio sigue firme.

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