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El movimiento intelectual del cual formaba parte era referido por Echeverría como la
“continuación” de la Revolución del Mayo, idea que caló hondo en el imaginario de su época.
De esta manera, entre los tópicos más importantes de sus escritos se encuentran la idea de
progreso, la democracia y la descentralización del poder.
La fuente
En función de integrar el trabajo de esta fuente en el práctico decidimos plantear una
serie de interrogantes que se encuentran escuetamente contenidos en el siguiente análisis.
Dichos interrogantes se proponen como una guía orientadora.
¿Cómo se inscribe “El Matadero” en este práctico?
¿Qué tipo de sociedad se está describiendo y cuál se está proyectando?
¿Qué ideas se relacionan con el proyecto de país que se está configurando en el período
en el cual se desarrolla la materia?
¿Qué ideas que proyecta Echeverría encontramos en diferentes actores que forman parte
de lo que se denomina “La construcción del Estado Nacional”, trabajada a través de los
diferentes autores?
¿Podemos integrar “El Matadero” y/o Echeverría dentro del planteo de crisis orgánica
que propone Waldo Ansaldi?
¿Qué relación podemos encontrar entre el Matadero y la descripción que Milicíades
Peña hace del Golpe de Septiembre de 1852?
¿Cómo podemos pensar la actividad del Matadero en sí con el entramado económico
que desarrolla Panieteri?
Esteban Echeverría formó parte del grupo de élite al cual se conoce como “Generación
del ‘37”, grupo de intelectuales liberales y románticos con pretensiones de liderazgo, los cuales
se presentaban a sí mismos como civilizadores y se concentraban en el problema de la Nación,
cuyo referente era el mundo europeo, defensores de la idea de que el pueblo no puede tener total
soberanía. Las opiniones políticas de este grupo son fundamentales ya que formarán el
pensamiento de las primeras presidencias liberales argentinas, dominando la vida cultural hasta
los años ‘80. Plantándose frente a Rosas en su momento de mayor esplendor, sus proyectos de
país distaban mucho de la realidad argentina que se estaba desplegando, viéndose obligados al
exilio, en el caso de Echeverría luego de su apoyo al levantamiento unitario de Lavalle, el medio
utilizado para plasmar su clara oposición ideológica fue el literario. Es en este contexto que
surge “El Matadero”, escrito originalmente entre 1838 y 1840, permanece inédito hasta su
publicación en 1871. El propósito del grupo era derrocar al régimen rosista, al que oponen la
idea de una sociedad ordenada conforme la razón, a partir de la instauración de patrones de
racionalidad en el conjunto de la sociedad mediante la eficaz acción del Estado. Se presentaban
como hijos de la Revolución de Mayo, promotores de un esquema de valores universales cuya
realización constituía su meta: el progreso económico, social, cultural y político. Pese a su
esfuerzo inicial de separarse de la disyuntiva federales/unitarios, frente a su exilio, sus aliados
naturales pasarían a ser los unitarios, y su propia identidad colectiva tenderá a diluirse en la de
estos últimos, pasando a convertirse en un movimiento político-literario, manteniendo siempre
la noción de sentimiento de nacionalidad, resultado del proceso revolucionario. En su
perspectiva, habiendo terminado la revolución de las armas, ahora ellos debían encargarse de la
revolución de las ideas.
Echeverría, fallecido en 1851, no llega a ver la caída de Rosas y el comienzo del
despliegue de una ideología afín a los postulados de esta generación en la política argentina,
pero justamente su muerte le permitió a sus viejos compañeros elevar su imagen como la de un
“profeta” de la nueva Argentina, pese a que sus últimos años habían sido ambiciosos pero poco
productivos. Para los escritores románticos rioplatenses la presencia de lo que consideraban la
“tiranía” de Rosas era un enigma, un producto monstruoso nacido de la revolución que se
suponía democrática y libertaria. Extremadamente explícito, fiel al estilo de esta generación,
para Echeverría la divisa punzo era la marca con la que el propietario reconoce a su ganado, el
traslado de los métodos de un hacendado al gobierno, Rosas era el gaucho gobernador. La obra
está plagada de afirmaciones con respecto a la docilidad del pueblo de Buenos Aires para
someterse a todo tipo de mandamientos, dejando entrever la irracionalidad que él contempla en
todo el escenario bonaerense, desde la propia figura del Restaurador, pasando por el matarife,
hasta el más pequeño de los niños, el régimen nefasto del rosismo todo lo ha contaminado, no
habiendo ya lugar para la reflexión y la buena fe, todo se trata del egoísmo (no olvidemos la
cercanía de Echeverría a las nociones socialistas) y el desenfreno.
Defensores de la idea de una revolución moral que marcase un progreso en la
regeneración de nuestra Patria, ésta era imposible de plasmarse en la realidad, si al hombre se le
quitaba su voluntad y estábamos simplemente ante marionetas del gobierno y de la Iglesia, en
aquel contexto su visión era que las libertades eran inexistentes y satiriza sosteniendo que
quizás llegue un día que hasta haya que pedir autorización para respirar. Para Echeverría la
patria ya había muerto, había sido asesinada por los federales. Establece un vínculo entre el
régimen y la dominación colonial previa a la Revolución de Mayo, habiendo logrado con la
misma romper con las ataduras para encontrarnos, lamentablemente, de nuevo bajo las órdenes
de un tirano. También allí está presente el desprecio hacia el protagonismo adquirido por la
clase trabajadora en este contexto, quienes, no solo no tienen voluntad propia, sino que
representan todo lo “feo, inmundo y deforme”, la idea de que se trataba de una chusma que
necesita ser adoctrinada. Estos sectores no podían ser protagonistas porque carecían de la
educación propia para serlo, no podían ejercer la soberanía porque se encontraban limitados
para semejante tarea.
Echeverría busca plasmar en todo su esplendor la inmundicia a la que asocia el régimen
rosista, con sarcasmo en cada oración, tilda de paternal al gobierno para dejar entrever que su
palabra era la única directriz, y se burla de sus disposiciones sosteniendo que siempre “se
encontraba bien informado”. Al caracterizar la situación en el matadero busca demostrar que
estos mecanismos estaban presentes en todas partes. El régimen y su cabeza, Rosas, eran
omnipresentes, ese era el escenario del Buenos Aires de la década del ’40, todo lo que se hacía,
todo lo que se pensaba incluso, se ajustaba a las normas de la Santa Federación. Y para el autor
esto era la máxima expresión de la negación de la libertad y la racionalidad. El uso del término
caudillo de forma peyorativa, referido al juez del matadero, deja ver a las claras el repudio a esta
idea de una figura rural con control sobre las clases populares.
La imagen de la sangre en todas partes y ese grotesco que es el proceso de destripar al
animal con su consecuente batalla por hacerse de las partes a desechar, el festejo de la matanza,
es la analogía perfecta para la visión que tenían los unitarios, románticos y liberales de la vida
en la Argentina de esa época, “simulacro en pequeño era éste del modo bárbaro con que se
ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales”, que corona con la
escena final de muerte del unitario, donde Echeverría destaca una vez más cómo las atrocidades
infringidas por los federales se hacían, cobardemente, en pandilla.
En aquella sociedad toda calamidad que sucediera era obra de los “salvajes e impíos
unitarios”, a quienes el Dios de la Federación declaraba malditos, y por ende la sociedad, fiel a
los valores del federalismo, repudiaba y culpabilizaba.
El niño degollado por el lazo da cuenta de las consecuencias de semejante escenario y la
muerte como algo cotidiano, ya que el foco de la federación, para el autor, estaba en el
matadero.