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5■■
- raíces
4 A. m al
El mal es el más serio de nuestros
problemas morales. En todo el mun
do la crueldad, la codicia, el prejui
cio y el fanatismo arruinan las vidas
de incontables víctimas. El ultraje
provoca ultraje. Millones de perso
nas alimentan odios incontenibles
hacia enemigos reales o imaginarios,
revelando así las tendencias salvajes
jv destructivas de la naturaleza huma-
na que desafían nuestras ilusiones
optimistas acerca de la efectividad de
la razón y la moralidad para mejorar
las vidas humanas. Pero debemos
apartar estas ilusiones porque cons
tituyen un obstáculo en la tarea de
contrarrestar la amenaza del mal.
El objetivo de este libro es explicar
por qué la gente actúa con maldad y
qué se puede hacer al respecto.
Las raíces
del mal
JOHN KEKES
Las raíces
del mal
Traducción de
Julio Sierra
^ E d ito r ia l E l A teneo
Kekes, John
Las raíces del mal - la ed. - Buenos Aires : El Ateneo, 2006.
384 p .; 23x16 cm.
ISBN 950-02-6398-X
ISBN-10: 950-02-6398-X
ISBN-13:978-950-02-6398-6
Prefacio............................................................................ 11
Introducción. El problema y el en fo q u e...................... 17
Primera parte
F ormas d e l m al
Segunda parte
L as e x p l ic a c io n e s d e l m al
. Responsabilidad.............................................................. 299
. Hacia una decencia elemental....................................... 327
El problema y el enfoque
¿Q u é es el m a l ?
nables sean Las vidas, mejores se volverán. El problema del mal es, por
lo tanto, el problema de explicar nuestro fracaso de ser más razona
bles, aun cuando serlo sea en nuestro propio interés. La explicación
es que las influencias externas -como consecuencia, por lo general, de
inadecuadas estructuras políticas-, corrompen nuestra bondad bási
ca. El mal es explicado como el resultado de interferencias con nues
tra bondad básica. ¿Pero qué razón hay para suponer que los seres
humanos son básicamente buenos? Obviamente existen muchas ten
dencias humanas que son malas y con frecuencia superan a las buenas.
¿Por qué suponer que las tendencias buenas son básicas y las malas no
lo son? Además, si la corrupción de nuestra supuesta bondad básica
es el resultado de pactos políticos perversos, hay que explicar cómo es
que estos pactos se vuelven malos si son llevados a cabo y sostenidos
por seres humanos. Si son malos, es porque quienes los llevan a cabo
y los sostienen también lo son. Así, la omnipresencia de los malos sis
temas políticos es, más que una explicación del mal, una razón para
dudar de la bondad humana básica.
Estos dos enfoques difieren en muchos sentidos, pero comparten
la suposición de que el bien es básico y el mal es derivado porque con
siste en akoLii tipo de_intexfcraicu^Qik£lJ3krt. Tanto la.explicación
que buscan como el motivo de la interferencia son, por lo tanto, de
la misma naturaleza. En mi opinión, esto es buscar la explicación del
mal en el lugar equivocado, porque la suposición que subyace a la
búsqueda está equivocada. Argumentaré que üo-hayjazÓB-coAyin-
■bic.ruas-básircLy. d mal-es. derivado,.y no hay
más razón para pensar que el mal es una interferencia con el bien que
la que hay para pensar que el bien es una interferencia con el mal.
H a c ia u n a e x p l ic a c ió n a d e c u a d a
nestar colectivo. Como veremos después con más detalle, los hace
dores del mal a menudo tienen razones para sus acciones y no es ne
cesario que sean deficientes en su capacidad de razonamiento. Bien
se ha dicho que “si uno está comprometido con la ética secular, re
almente ninguna fuerza podría volver a unir la razón con la ética de
manera tal que demuestre que la perversidad individual sea necesa
riamente irracional” .4
La suposición de que la gente que razona bien va a promover el
bienestar colectivo, y que quienes no lo hacen deben ser irraciona
les, es una ilusión que mantiene la esperanza al costo de negar los he
chos simples y claros de la psicología humana. Explicar el mal depende
de reconocer que el egoísmo y las condiciones de la vida humana
hacen que las acciones malas, con frecuencia, sean razonables. La clave
para poder vérnoslas con el mal consiste en proporcionar razones más
poderosas para no hacer el mal que las que hay para hacerlo.
Otra diferencia importante entre las explicaciones derivadas de la
cosmovisión religiosa y de la cosmovisión iluminista y la que yo pre
fiero tiene que ver con la responsabilidad. Todos están de acuerdo en
que los hacedores del mal deben ser considerados responsables del
mal que hacen, salvo que tengan alguna disculpa. El problema radi
ca en cómo especificar las condiciones de las disculpas. Son muchos,
en efecto, los que sostienen que los hacedores del mal deben ser con
siderados responsables solo por sus acciones intencionales. No estoy
de acuerdo. Los hacedores del mal, con toda razón, pueden ser con
siderados responsables por sus acciones no intencionales, si carecen
de los conocimientos que deberían tener, si actúan debido a hábi
tos que no deberían haber adquirido o si siguen normas de conduc
ta que deberían haber rechazado. La responsabilidad depende no
solo de la motivación de los hacedores del mal, sino también de si
tienen o no la motivación que deberían tener, de la sensibilidad
moral predominante que forma parte del contexto de sus acciones
y de las consecuencias previsibles de sus acciones. Esto tiene impor
tantes implicaciones tanto respecto de lo que se refiere a la manera
en que explicamos el mal como en lo que respecta a la manera en que
tratamos de vérnoslas con él.
26 LAS RAICKS DEL jMAL.
El enfoque
El sueno de la razón
La c r u z a d a c o n t r a lo s cá ta ro s
radorcs del Demonio que creían que Satanás era el creador del cielo
y de la tierra, que repudiaban el control del sexo, que negaban que los
Perfectos pudieran pecar y por ello los alentaban a hacer lo que qui
sieran, y hacían derivar su nombre del latín catus, que significa “gato”,
que es la forma en la que Lucifer se les aparece y al que adoran be
sando el ano del gato.2 Como estas mentiras absurdas no lograron
hacer mella en la popularidad de los cátaros, el papa Inocencio III in
tervino y declaró que aquella doctrina era una herejía.
Este fue un tema sumamente serio con consecuencias fatales. “El
caso del hereje, que aceptaba la misma revelación que su vecino or
todoxo pero le daba una interpretación diferente, distorsionándola y
corrompiéndola, apartando a los hombres de su salvación, era mucho
más grave que el caso del no creyente. La herejía era un veneno que
se extendía, y una comunidad que la tolerara invitaba a Dios a que le
retirara su protección” (AC 41). Santo Tomás de Aquino lo expone
de esta manera: “La herejía es un pecado que no solamente merece
la excomunión, sino también la muerte, pues es peor corromper la
Fe, que es la vida del alma, que acuñar monedas falsas para que cir
culen en la vida secular. Así como los falsificadores son justamente
castigados con la muerte por los príncipes como enemigos del bien
común, de la misma manera los herejes merecen el mismo castigo” .3
Así, pues, la declaración del papa condenaba a los cátaros.
Una poderosa maquinaria eclesiástica fue puesta en marcha para
extirpar el catarismo, que finalmente produjo la cruzada albigense,
llamada así por la ciudad de Albi, donde vivían muchos cátaros. El
escenario estaba listo para uno de los episodios más deplorables en la
historia del cristianismo. “Nadie desconoce... las pasiones homici
das que se encendieron durante la cruzada albigense. Incluso en una
era generalmente considerada cruel... la campaña contra los cátaros
y sus partidarios se destaca por su absoluta crueldad” (PH 6). Un
medievalista de mente amplia e imparcial dice que “quienes tenían la
autoridad en la Iglesia... fueron responsables de algunos actos terri
bles de violencia y crueldad, entre los cuales la cruzada albigense
ocupa un lugar de particular horror” (WSC 19). Fue “una de las más
despiadadas de todas las guerras medievales. La fe finalmente se ¡m-
34 I.AS RAÍCES DEL MAL
sobre ellos para que ningún hedor de aquellos horribles seres pudie
ra molestar a nuestras fuerzas extranjeras” (PH 116).
En 1211 Montfort puso sitio a la ciudad de Lavaur. Una vez más
tuvo éxito. “Los ochenta caballeros que habían dirigido la defensa
-junto con Aimery, que los conducía-... fueron todos colgados, en
una atroz burla de las reglas de la guerra” . Pero ese fue solamente
el comienzo. Geralda, la hermana de Aimery, fue “arrojada a un pozo
y luego apedreada hasta la muerte”, un acto que, “incluso para las
costumbres de la época... fue sorprendente”. Además, M ontfort y
Arnaury “encontraron cuatrocientos Perfectos en Lavaur. Mientras...
se cantaba el tedeum, los cátaros eran... quemados, en la más gran
de hoguera humana de la Edad Media” (PH 130-31).
El último asesinato masivo de cátaros tuvo lugar en 1244. La for
taleza de Montsegur se rindió, y a los doscientos cátaros Perfectos
allí refugiados se les concedieron dos semanas para renunciar a sus
creencias o ser quemados. Ninguno escogió renunciar. Todos mu
rieron en el fuego que se había encendido para defender la fe con
tra estas personas inofensivas cuya creencia en que el mundo material
era malo fue tan claramente confirmada por la Iglesia.
Después de esto, la campaña militar lentamente llegó a su fin,
pero el exterminio de los cátaros continuó. El papa encomendó la
persecución de los sospechados de herejía a la recién fundada orden
de frailes dominicos (uno de cuyos más renombrados miembros fue
Tomás de Aquino). Lo que sigue es un ejemplo de cómo procedían.
Una anciana, sospechosa de ser cátara, yacía moribunda. Su traicio
nero criado llamó al obispo dominico de la ciudad, quien, fingien
do ser un cátaro Perfecto, obtuvo de la moribunda una profesión de
fe cátara. Entonces reveló su verdadera identidad, declaró que la
mujer era un hereje impenitente, la hizo azotar en su cama ya que
estaba demasiado débil como para moverse por sí misma y ordenó
que fuera arrojada a las llamas que ya había encendido. Un domi
nico, testigo de estos hechos señala: “Una vez hecho esto, el obis
po y sus monjes... regresaron al refectorio y, después de dar gracias
a Dios v a Santo Domingo, se dispusieron alegremente a comer la
comida que tenían ante ellos” (PH 192-93). Más adelante, los do-
38 LAS RAÍCES DEL MAL
L as e x c u sa s po sibles
A p e l a c ió n a la fe
L a .a m e n a z a p e r m a n e n t e d e la fe
mal. Él mal también tiene otras fuentes, y la razón puede ser puesta
al servicio del mal.
La amenaza permanente de la fe, sin embargo, simplemente no
es que podría conducir al mal, sino que con frecuencia ocurre eso.
Incluso un recorrido informal de la historia revela las incontables
ocasiones en que judíos, católicos, protestantes y musulmanes hi
cieron la guerra contra alguna otra fe. Ocasiones en que estigmati
zaron, persiguieron y convirtieron a la gente por la fuerza por ser
herejes, ateos, infieles, brujas, poseídos por el diablo o culpables de
pecados abominables como sexo extramarital, homosexualidad, hacer
un hechizo, provocar una peste, dejar de asistir a la iglesia, comer o
beber lo que está prohibido, o adorar a otro dios que no sea el ver
dadero Dios, o adorarlo de una manera que no sea la considerada co
rrecta. En tales guerras y por tales “delitos” millones de personas
fueron torturadas, mutiladas o asesinadas. La justificación moral ofre
cida por infligir estos lamentables daños fue, en muchas oportuni
dades, la fe. Los requisitos simples de la moral corriente fueron
violados una y otra vez en nombre de lo que la fe consideró que era
más alto. Estas violaciones no fueron aberraciones de la fe causadas
por el sueño de la razón, sino una de las tendencias que resultan de
la propia naturaleza de la fe.
Podemos analizar esta tendencia a través de la reflexión de
Kierkegaard sobre la historia bíblica en la que Abraham se siente
llamado a sacrificar a su hijo a Dios. Kierkegaard habla de la sus
pensión teleológica de lo ético. El homicidio, por supuesto, es nor
malmente malo. Pero el homicidio en nombre de lo que es más
elevado podría estar justificado. Como Kierkegaard dice de Abra
ham: “Fue más allá de lo ético completamente y tenía un fin (telos)
más alto que estaba fuera de ello, en relación con el cual aplazó
aquello (lo ético)” .10 Esta apelación a lo más alto para eximir las ac
ciones propias de los requisitos de la moral corriente es la tendencia
que conduce al mal producida por la naturaleza de la fe y que la exa
cerba como una amenaza permanente.
Las formas religiosas de la fe y muchas de sus otras formas están
comprometidas con la creencia de que más allá de las apariencias ca
52 L.AS RAICES DEL MAL
óticas del mundo físico observable hay un orden que atraviesa toda
la realidad. Este orden es bueno, y las vidas humanas son buenas
en la medida en que son vividas de conformidad con él. Algunas per
sonas conocen la naturaleza y la bondad de este orden porque les han
sido reveladas, o porque han estudiado algún texto canónico, o porque
poseen una intuición excepcional. Tales personas son las autoridades
que orientan acerca de cómo deben vivir los seres humanos. Ejercen su
autoridad para el beneficio de todos porque enseñan a las personas que
es por su propio bien que deben vivir de conformidad con un orden
cuya naturaleza ignoran, ya que solamente es accesible a esas autori
dades. La mayoría de la gente, abandonada a su propia y tenue luz, no
sabe dónde están sus intereses verdaderos. Por consiguiente, llevan
vidas miserables y, por lo general, sin ser conscientes de ello.
El deber que las autoridades asumen por ser depositarios de co
nocimientos superiores consiste en hacer que la gente viva de acuer
do con lo que dictan sus verdaderos intereses, es decir, hacerlos vivir
de la manera en que vivirían si supieran lo que saben las autoridades
y ellos ignoran. Las autoridades, por lo tanto, enseñan cuando pue
den hacerlo y coaccionan a la gran masa de la humanidad cuando
deben hacerlo en nombre del bien. Este bien es lo que es superior y
a lo que la moral corriente debe estar subordinada. Pues en la me
dida en que la moral corriente se desvía de lo más alto, se desvía de
lo bueno, y eso debe ser un error. Las autoridades, por supuesto, son
autoridades porque saben qué es lo que conforma al bien más alto
y qué es lo que se desvía de él.11
Las desviaciones individuales pueden ser intencionadas o igno
rantes, pero rara vez ponen en peligro a la fe misma. Las desviacio
nes ordenadas y sistemáticas de otras maneras alternativas de fe, sin
embargo, constituyen un desafío fundamental a la fe porque son un
rechazo total, no fragmentado, del bien superior. Y a ello debe opo
nerse la autoridad con toda la fuerza que pueda reunir. De esta ma
nera hemos llegado a las guerras de religión y las persecuciones de
los no creyentes que llenan la historia con ultraje tras ultraje, todos
ellos cometidos en nombre del bien superior por personas que se ven
a sí mismos como benefactores de la humanidad. Y cuando estas per
EL SUEÑO DE LA RAZÓN 53
La fe y el m al
La segunda razón por la que los fieles encuentran que los ataques
a su concepción del bien superior son muy serios conduce a otro es
tado bajo el cual la fe tiende a incitar malas acciones. La fe -tanto la
religiosa como la secular-, probablemente, ocupa un lugar central en
la manera en que los fieles se ven a sí mismos, así como en la mane
ra en que dan sentido al plan de todas las cosas, a sus vidas y a sus ac
ciones. Todo su sistema de valores reposa sobre su fe. Los ataques a
su fe son, por lo tanto, vistos como amenazas a su identidad, a lo que
más profundamente valoran, a lo que da sentido a sus vidas. Sería di
fícil imaginar un ataque más serio que este. Es, por lo tanto, inevi
table que comprometa sus sentimientos más fuertes y los incite a una
defensa apasionada de su fe. Los ataques a ella les resultan perversos,
no meros defectos morales comunes, porque socavan la posibilidad
misma de aquello que hace que la vida sea digna de ser vivida. No
debe sorprender, pues, que sus reacciones frente a aquellos a quienes
ven como atacantes perversos culminen siendo de odio apasionado,
el cual, de manera predecible, motiva excesos y malevolencia. Sin
embargo, ellos no juzgan sus acciones como excesivas y malas; las ven
como respuestas adecuadas al mal. Y lo que los hace malinterpretar
la verdadera calidad moral de sus acciones es la impenetrabilidad de
su fe a la influencia moderadora de la razón.
Lo antedicho señala la tercera condición que hace que la fe sea
propensa al mal. Los defensores de la fe son falibles y están predis
puestos a actuar de acuerdo con pecados como el egoísmo, la codi
cia, la crueldad, la envidia, la agresión, etcétera. Nadie está libre de
estas cargas intelectuales y morales porque son parte de la condición
humana y, por lo tanto, de la condición de los partidarios de todas
las formas de fe. Esto no significa que todas las creencias y todos los
actos estén irremediablemente manchados, pero los vuelve proclives
a equivocarse de esta manera. Una tarea de la razón es impedir que
eso ocurra. El intento es necesario para el bienestar humano, pero
puede fallar, lo cual es una de las causas de la miseria humana. Este
uso de la razón, sin embargo, no está disponible para los fieles en el
caso de las creencias y los actos relacionados con el bien superior, por
que ellos dan por. supuesto que el bien superior está más allá de la
EI. SUEÑO DE LA RAZÓN 57
Sueños peligrosos
A ntecedentes
E l T error
tro de las veinticuatro horas” . “Las víctimas eran llevadas por la ma
ñana a la sala de un tribunal y, sin importar cuántos pudiera haber
de ellos, su destino estaba resuelto antes de las dos de la tarde de
ese mismo día. Para las tres, se les había cortado el pelo, y con las
manos atadas ya estaban en los carros de muerte camino al cadalso”
(Loomis, 325-26). “Entre el 10 junio y el 27 de julio, el día en que
cayó Robespierre, murieron 1.366 víctimas” (Loomis, 328).
“Los políticos se guillotinaron unos a otros para librarse de la
guillotina ellos mismos, pero ¿qué hay de los centenares de anóni
mos que fueron enviados a la muerte por ninguna otra razón que
la de estar ‘bajo sospecha’?... ¿De qué posible crimen contra el Esta
do pudo haber sido culpable el aprendiz de peluquero Martin Alle-
aume, de diecisiete años? ¿O Jacques Bardy, de ochenta y cinco años?
¿O Marie Bouchard, una ‘empleada doméstica’ de dieciocho años?...
Uno solamente puede quedarse perplejo y apabullado ante el regis
tro de esta indiscriminada carnicería que amontonó a monjas, solda
dos, ex nobles, obreros, criados, sirvientas y prostitutas, para no
mencionar a la cantidad de víctimas que no pertenecían a ninguna
categoría o clase especial, pero que parecen haber sido atrapadas
como sardinas en las mallas de una red invisible” (Loomis, 329).
“Sin embargo, todos aquellos que desempeñaron un papel en el dra
ma... se creían motivados por impulsos patrióticos y altruistas.
Todos... podían dar más valor a sus buenas intenciones que a la
vida humana... No hay crimen, ni homicidio, ni masacre que no
pueda ser justificada, siempre que haya sido cometida en el nombre
de un Ideal” (Loomis, 403).
Un historiador que generalmente está a favor de la Revolución
hace notar que “los tribunales revolucionarios... se habían transfor
mado en una máquina de cometer crímenes indiscriminadamente...
Conspiraciones... imaginarias... y acusaciones absurdas eran cosas de
todos los días” .4 Como dijo Robespierre: “Reconozcamos que hay
una conspiración contra la libertad pública... Ella obtiene su fuerza
de una coalición criminal... que tiene el propósito de obstaculizar a
los patriotas y a la patria. ¿Cuál es el remedio? Castigar a los traido
res” (Hampson, 294). “Robespierre adoptó la posición de que la
SUEÑOS PELIGROSOS 65
El id e ó l o g o
La ju s t if ic a c ió n p o r la id e o l o g ía
La id e o l o g ía y e l m a l
I n f ie r n o
esto era posible, una evaluación de cómo son los antecedentes de ese
hombre, su infancia y, finalmente, su motivación adulta y sus reac
ciones, tal como él las veía, en lugar de lo que nosotros deseamos o
prejuzgamos acerca de ellas, podría enseñarnos a comprender mejor
cuánto de genético tiene el mal en los seres humanos y cuánto es
producto de la sociedad y el medio ambiente” (D 9-10). En parte,
este es también mi propósito, pero quiero ir más lejos que Sereny en
tratar de comprender la causa del mal en la personalidad y las accio
nes de Stangl y en respondernos una pregunta: cómo es razonable
que veamos a Stangl, dejando de lado cómo se veía a sí mismo. Me
baso en el relato de Sereny sobre los hechos, pero los interpreto de
modo distinto.
He aquí la descripción de Stangl de lo que encontró cuando
tomó el mando del campamento de exterminio, ya en funciona
miento, en Treblinka. “Llegué allí con un chofer de la SS. Podíamos
olerlo a kilómetros. El camino corría junto a las vías del ferrocarril.
Cuando todavía estábamos a unos quince o veinte minutos de Tre
blinka, empezamos a ver cadáveres al lado de las vías, primero solo
dos o tres, luego más, y cuando llegamos a lo que era la estación de
Treblinka había centenares de ellos -simplemente tirados allí-, ob
viamente desde hacía días, en el clima cálido. En la estación había un
tren lleno de judíos, algunos muertos, otros todavía vivos... parecía
que habían estado allí durante varios días. Aquel día, Treblinka fue
la cosa más horrible que vi durante todo el Tercer Reich... Era el in
fierno de Dante... Dante vuelto a la vida. Cuando bajé del automó
vil en la Surtierunjjsplatz (plaza de distribución) caminé entre dinero
que me llegaba a la altura de las rodillas: no sabía qué camino tomar,
hacia dónde ir. Caminaba entre billetes, monedas, piedras preciosas,
joyas y ropa. Había de todo por todos lados, desparramado por toda
la plaza. El olor era indescriptible: los centenares, no, los miles de
cuerpos que se pudrían en todas partes, descomponiéndose. Al otro
lado de la plaza entre los árboles, solo a algunos cientos de metros
del otro lado de la cerca de alambre de púa, había carpas y fogatas
con grupos de guardias ucranianos y niñas -putas de Varsovia, según
me enteré después- bebiendo, bailando, cantando, tocando músi-
86 LAS RAÍCES DEL MAL
ba hacia los ‘baños’ -las cámaras de gas- y donde, como ocurría con
frecuencia, se averió el mecanismo del gas y tuvieron que esperar su
turno durante horas” (D 165).
Stangl dice: “Estaba trabajando en mi oficina -había mucho pa
peleo- hasta aproximadamente las 11 de la mañana. Entonces hacía
mi siguiente recorrida, comenzando por la Totenla^er (la cámara de
gas). A esa altura, estaban muy adelantados con el trabajo” . Sereny
explica: “Quería decir que en ese momento las 5.000 o 6.000 per
sonas que habían llegado aquella mañana ya estaban muertas: el ‘tra
bajo’ era el traslado de los cuerpos, que tomaba la mayor parte del
resto del día y durante algunos meses continuaba durante la noche”.
Stangl continúa: “A esa altura de la mañana todo estaba casi termi
nado en el campamento de más abajo. Un cargamento se resolvía
normalmente en dos o tres horas. A las 12 almorzaba -generalmen
te teníamos carne, papas y algunas verduras frescas, como coliflores,
que en poco tiempo cultivamos nosotros mismos- y después del al
muerzo me tomaba un descanso de media hora. Después, otra reco
rrida y más trabajo en la oficina” (D 170).
El último paso era el traslado de los cuerpos. “De cada carga
mento retenían a cincuenta hombres y muchachos fuertes para ha
cerlos limpiar después de que el cargamento había sido eliminado.
Por entonces, los cadáveres no eran quemados, se los enterraba en
pozos de cal. Y cuando terminaban de limpiar, también los mataban.
Al principio, esto ocurría todos los días. Fue recién más adelante que
se formaron Kommcmdos casi permanentes que hacían este trabajo
durante semanas, meses y -algunos de ellos- durante toda la exis
tencia del campo” (D 126-27).
Este fue, pues, el sistema organizado por Stangl y cuyo eficiente
funcionamiento en Treblinka supervisó durante aproximadamente
diecisiete meses, período en el cual fueron asesinadas unas nove
cientas mil personas. Sereny informa: “El general de la SS a cargo del
exterminio de los judíos en los cuatro campos de exterminio en Po
lonia, Odilo Globocnik, le pidió a Himmler, en enero de 1944, que
le otorgara la cruz de hierro a Stangl, describiéndolo como ‘el mejor
K om m andantde campo en Polonia’” (D 11-12).
UNA FUSION FATAL 89
El hom bre
allí unas cien mil personas. Luego fue convocado a las oficinas cen
trales y, de la misma manera siniestra y ambigua que antes con el pro
grama de eutanasia, Globocnik le dio una nueva misión: la de dirigir
Treblinka. Se le plantearon nuevamente -y cara a cara- la posibilidad
de un ascenso, como otras recompensas por su lealtad y eficiencia en
los servicios, junto con las acostumbradas veladas amenazas en caso
de deslealtad. Nada de esto se le dijo claramente, pero se lo insinua
ron de tal manera que la amenaza cierta pudiera ser desmentida. Glo
bocnik ignoró completamente su anterior pedido de que le asignaran
otra tarea, y Stangl aceptó el trabajo de Kommcmdant de Treblinka.
Mientras esto sucedía, su esposa e hijos fueron a visitarlo. No te
nían idea de cuál era la tarea que desempeñaba, pero ella se enteró
pronto por un hombre de la SS que, borracho, lo comentó. La mujer
se horrorizó y enfrentó a su marido. Lloró, vociferó, suplicó y dis
cutió para convencer a Stangl de que debía abandonar esa misión.
Pero él le dijo que era imposible y le aseguró que sus actividades eran
simplemente administrativas. Después de mucha persuasión, ella le
creyó. En este momento fue, justamente, cuando recibió la orden de
ir a Treblinka. Se aseguró de que su familia regresara a Austria y res
pondió a Globocnik “que le confirmara que iba a realizar esta tarea
como un oficial de policía bajo su m ando” (D 163).
En este momento del relato, Sereny le hizo la pregunta clave:
“U sted... ha reconocido... q u e lo q u e se estaba cometiendo allí era
un crimen. ¿Cómo pudo usted, con toda conciencia... participar de
este crimen?” . La respuesta de Stangl fue: “Era una cuestión de su
pervivencia, siempre de supervivencia. Lo que hice, mientras seguís
haciendo esfuerzos por salir., fue lim itar mis acciones a lo que yo, en
mi conciencia, podía justificar. En la escuela de adiestramiento de la
policía nos enseñaron... q u e la definición de un crimen debe cum
plir con cuatro requisitos: tuene que tener un sujeto, un objeto, una
acción y una intención. Si falta uno de estos cuatro elementos, en
tonces no nos encontramos ante un delito sancionable... El ‘sujeto’
era el gobierno; el ‘objeto’ , los ju d ío s; y la ‘acción’, el envenena
miento por gas... Podía decirme a m í mismo que el cuarto elemento,
la ‘intención’... faltaba” (D 164).
UNA FUSIÓN FATAL 93
S ü PERSONALIDAD
ta: “ ¿Cuál era para usted el peor lugar del campo?”, él responde: “Las
barracas donde se desvestían... en el fondo de mi ser los evitaba; no
podía enfrentarlos; no podía mentirles; evité a toda costa hablar con
los que estaban a punto de morir, no podía soportarlo” (D 203). Por
eso tuvo que esconder sus sentimientos: “Si hubiera hecho público
lo que sentía... no habría hecho ninguna diferencia. Ni un ápice. De
todas maneras, todo habría continuado igual” (D 231). Y es por eso
que Stangl está de acuerdo cuando Sereny le dice: “Usted... se ha re
conocido a sí mismo que lo que se estaba haciendo allí (en Treblinka)
era un crimen” (D 163).
Así, pues, Stangl fue impulsado por su ambición a cometer actos
que él sabía que eran malos. ¿Cómo pudo haberlos cometido si los
consideraba tan equivocados que era preferible el suicidio? La res
puesta es que había levantado una coraza protectora entre él y sus ac
ciones. Esto le permitió impedir que el conocimiento de la naturaleza
de sus actos y los sentimientos que tenía por ellos afectaran su mo
tivación para llevarlos a cabo, así como para negar lo que sus propias
acciones lo afectaban a él. Reconoció haber realizado esas acciones,
pero negó que fuera responsable por ellas.
Es comprensible que las personas trataran de protegerse del ho
rror que era una presencia constante en los campos de exterminio.
U na manera de hacerlo fue insensibilizarse, impedir que los senti
mientos se concentraran en la indignidad y el sufrimiento que pre
senciaban regularmente. Esto fue, precisamente, lo que hizo Stangl.
Por supuesto, él tenía que protegerse del horror que él mismo en
gran medida causaba. En parte, lo logró dejando de pensar que aque
llos a los que asesinaba eran seres humanos. Dice: “Creo que empe
zó el primer día en que vi el Totenla0er en Treblinka. Recuerdo... los
pozos llenos de cadáveres negro azulados. No tenía nada que ver con
la humanidad, no podía tener nada que ver. Era una masa... una
masa de carne pudriéndose... Eso me hizo empezar a pensar en ellos
como un cargamento” (D 201). Sereny le pregunta: “Había muchos
niños, ¿alguna vez lo hicieron pensar a usted en sus hijos, en cómo
se sentiría usted en el lugar de esos padres?”. Y Stangl responde: “No,
no puedo decir que alguna vez haya pensado así. Rara vez los consi-
UNA FUSIÓN FATAL 103
mente lo que sabía y lo que sentía para, de esa manera, impedir que
eso afectara su accionar. Si no hubiera sido ambicioso, no podría
haber sido manipulado para llevar a cabo sus malignas tareas de ma
nera cada vez más eficiente. Si sus circunstancias no hubieran sido las
de una Austria y una Alemania nazis, su ambición habría tomado una
forma diferente. Fue la fusión fatal de su personalidad y las circuns
tancias la que lo convirtió en un asesino de masas.
La a m b ic ió n y el m a l
que anhelaban dar un poco de sentido a sus vidas más allá de las alu
cinaciones inducidas por las drogas, la promiscuidad sexual y la in
tensa condena a una sociedad en la que vivían como parásitos.
Los crímenes de Manson fueron horribles, pero, lamentable
mente, no son extraordinarios o raros. Los asesinatos crueles y san
grientos de personas inocentes son frecuentes, como cualquiera puede
ver en los medios de comunicación. Manson es un ejemplo muy
común de una clase de hacedor del. mal cuyo defecto característico,
si se le presenta la oportunidad, producirá actos de maldad. La ad
miración horrorizada del hombre, su defecto y sus acciones son un
obstáculo para montar una defensa eficaz contra ellos. Una condi
ción necesaria para tal defensa es comprender el defecto que m oti
vó a Manson y desató sus actos.
Manson salió de la cárcel en 1967, después de haber cumplido
siete años de una condena de diez. Tenía treinta y dos años, de los
cuales había pasado diecisiete en distintos centros de detención.
Mientras no estuvo en prisión, fue ratero, ladrón de automóviles,
proxeneta, asaltante a mano armada y violador de ambos sexos. Estos
son los crímenes que confesó haber cometido (MW 21-74), y m u
chos de ellos figuran en su prontuario criminal (HS 136-46).
Había nacido en 1934. Era hijo ilegítimo de una mujer de die
ciséis años. Su madre era una delincuente de poca monta y prosti
tuta ocasional que entraba y salía de la cárcel y que vivió con
diferentes hombres. Cuando estaba en prisión, a Manson lo cuidaba
la familia materna. Pero, cuando tenía ocho años, su madre se decla
ró oficialmente incapaz de ocuparse de él, y así comenzaron sus mu
chos años de internación en diversas instituciones. En todas ellas, los
informes sobre su conducta fueron uniformemente malos. Fue des
crito como “peligroso”, “indigno de confianza”, con “tendencias
homosexuales y agresivas”, “seguro solo cuando está vigilado”, “im
previsible... requiere supervisión tanto en el trabajo como en la re
sidencia” y “criminalmente sofisticado” (ES 139-40). Se escapó
cada vez que pudo, pero siempre fue capturado. Debido a sus fugas
Vantecedentes, fue transferido a instituciones cada vez más estrictas
hasta que terminó en el reformatorio federal de Chillicothe, Ohio.
110 LAS RAÍCES DEL MAL
Sin embargo era solo eso, una postura. “Tengo mil caras... Y en
mi vida he usado cada una de esas caras” (MW 229). He aquí un
ejemplo (de muchos años después) de Manson utilizando algunas de
sus caras. Lo cuenta el autor de Manson in his own words, que lo en
trevistó durante cientos de horas en la prisión. “Llevé conmigo a una
joven... que quería entrevistarlo para un periódico local... Ella tenía
veintitantos, casi treinta años, no era fea, aunque tampoco una be
lleza; sin embago, después que Manson le habló durante un rato, ella
debe haber creído que era la mujer más atractiva del m undo... Cuan
do le habló, se mostró educado, cortés y lleno de elogios. Habían de
saparecido sus habituales blasfemias y la jerga de la prisión, y, a decir
verdad, su discurso era más elaborado de lo que yo había creído po
sible. Muy pronto estaba tomándole la mano y acariciando la piel de
su brazo desnudo mientras ella escuchaba atentamente cada palabra
que él decía. Se puso de pie y empezó a masajearle la espalda, el cue
llo y los hombros a la entrevistadora. Ella cerró sus ojos y sonrío en
señal de agradecimiento. Entonces, continuando la conversación, ex
tendió la mano con toda tranquilidad al otro lado de la mesa y re
cogió el cable del grabador que estábamos usando. Me miró y me
hizo un guiño. Repentinamente, y de manera amenazante, rodeó el
cuello de la mujer con el cable... lo apretó un poco y dijo con voz in
timidante y grosera: ‘¿Qué te parece... debo tomar la vida de esta pu-
titar’... Justo cuando yo consideraba la posibilidad de lanzarme a
rescatarla, se rió y aflojó el cable, diciendo: ‘Mira, putita, nunca con
fíes en un desconocido’” (MW 229-30).
Retomemos el relato cronológico. A pesar de lo agradable que
Manson había encontrado a San Francisco, lo abandonó para ir a Los
Ángeles porque se dio cuenta de que allí estaba el centro de la in
dustria discográfica y se imaginaba digno de fama y fortuna como
músico. Se llevó consigo a algunas de las jóvenes y se instalaron en
un rancho abandonado en el borde norte de Los Ángeles. Trabajó
duro y con éxito para hacer contactos con ex convictos, traficantes
de drogas, pandillas de motociclistas, peones de rancho, producto
res de películas pornográficas y, lo más importante, gente de la in
dustria discográfica. Lo que tenía para ofrecerles eran muchachas,
1 A VENGANZA DEL ORGULLO HERIDO 113
El defecto
E l m o t iv o
tes, que violaba a hombres y mujeres cuando podía; que era un la
drón, un proxeneta y un resorte contenido de violencia; que retor
ció un cable alrededor del cuello de su ingenua visitante; “cuyo
abuso y abandono desde la temprana infancia en adelante no expli
ca todo esto” , como su comprensivo entrevistador señala, “pues
otros con un pasado igualmente desdichado han logrado escapar de
él” (MW 232); y que era el responsable de los horribles asesinatos
de Tate-LaBianca.
Manson, entonces, salió de la prisión, lleno de miedo por sus
deficiencias, esperando reconstruir su vida en torno a la música y,
después de unos pocos meses de desenfreno sexual y abuso de dro
gas en Haight-Ashbury, se dirigió a Los Ángeles, el centro de la in
dustria discográfica. Llevaba consigo un grupo de niñas jóvenes, el
origen de su Familia. Inició su nueva vida en el rancho que encon
tró, la Familia fue creciendo, tenía un cuartel general para desar
mar automóviles robados, traficar drogas y producir películas
pornográficas, y puso todo su empeño para cumplir su esperanza
de transformarse en un músico exitoso. Llegó hasta la periferia de
la industria discográfica ofreciendo niñas, drogas y la emoción que
les producía a los músicos y los hombres de negocios el hecho de
codearse con un ex convicto. Pero no llegó más allá de la periferia,
porque sufría una decepción tras otra, y este rechazo aumentaba su
resentimiento.
Un productor de programas de televisión que era también eje
cutivo de una discográfica lo escuchó tocar y cantar y no “mostró in
terés”, diciendo un claro “no” a las esperanzas de Manson (HS 155).
Otro le dio “a Manson cincuenta dólares, todo el dinero que tenía
en sus bolsillos, porque ‘me sentía apenado por estas personas’... En
cuanto al talento de Manson, ‘no lo impresionó lo suficiente como
para tomarse el tiempo necesario y grabarlo’” (HS 185). Un músico
profesional con muchas grabaciones en su haber, que sentía simpa
tía por Manson, dijo: “Charlie no tenía un solo hueso musical en su
cuerpo” (HS 251). Un experto en música “folk” pensó que Manson
era “un aficionado medianamente talentoso” (HS 214). En busca de
una audiencia más receptiva, Manson fue a Big Sur y tocó en el Esa-
124 LAS RAICES DEL MAL
La e v a l u a c ió n
La e n v id ia y el m a l
LOS HECHOS
llamó “la guerra sucia” .* Este nombre pone en evidencia que la junta
militar ignoró las reglas y las prácticas de la guerra convencional, sus
blancos eran civiles argentinos sospechosos de ser guerrilleros urba
nos, o de apoyarlos, y actuaron fuera de la ley al secuestrar, to rtu
rar, encarcelar y asesinar a muchos miles de personas. Los cálculos
aproximados más bajos calculan entre once mil y quince mil muer
tos. A través de los testimonios de los sobrevivientes, se sabe que la
cantidad de sospechosos secuestrados, torturados y encarcelados fue
mucho más alta.
La “guerra sucia” fue conducida por oficiales del ejército, la ma
rina y la fuerza aérea argentinos, con la aprobación y la cooperación
activa de jóvenes oficiales y suboficiales en cada una de las tres armas.
En total, hubo aproximadamente setecientos militares involucrados.
Dirigieron 340 centros de detención.1Sus actividades estaban divi
didas en la detención (es decir, secuestro), el interrogatorio (es decir,
tortura) y la eliminación (es decir, asesinato). El personal rotaba, de
modo que la mayoría de los setecientos estuvo involucrada en cada
una de las actividades.2 La policía cooperó con los militares dándo
les apoyo activo o declarando “zonas liberadas” para que los milita
res pudieran actuar sin interferencias. En cuanto al Poder Judicial,
“la dictadura militar despidió a todos los jueces de alto rango y exi
gió que los magistrados de menor rango juraran lealtad al nuevo go
bierno” (Osiel, 13).
Los horrores de la “guerra sucia” fueron recogidos con estre-
mecedores detalles en un libro titulado Nunca más} Este volumen
es el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
ocasión. “Usted me preguntó qué pasaba en los aviones. Una vez que
decolaba el avión, el médico que iba a bordo les aplicaba una segun
da dosis, un calmante poderosísimo. Quedaban dormidos totalmen
te... Se los desvestía desmayados y, cuando el comandante del avión
daba la orden en función de dónde estaba el avión, se abría la porte
zuela y se los arrojaba desnudos uno por uno” (Verbitsky, 54-55). El
entrevistador pregunta: “¿Qué cantidad de personas calcula que ficron
asesinadas de ese modo? ‘De 15 a 20 por miércoles’ ¿Durante cuánto
tiempo? ‘Dos años.’ Dos años, cien miércoles, de 1.500 a 2.000 per
sonas. ‘Sí’” (Verbitsky, 56-57). Este era el método utilizado por la ma
rina, y era solamente uno de varios métodos. El ejército lo hacía de
manera diferente. Todos juntos explican el cálculo aproximado de once
mil a quince mil asesinatos.
Por q u é l o h ic ie r o n
La “guerra sucia” fue mala, y las personas que lo hicieron son res
ponsables de horrendas atrocidades. Pero el mal no fue hecho en el
vacío. Las historias que comienzan con el golpe de Estado de 1976 y
continúan con la descripción de la consiguiente crueldad y sufrimien
to son síntomas de la autoindulgencia moralista que dificulta la com
prensión y la respuesta razonable.4 Se ha dicho acertadamente que
“sería un error minimizar los efectos perturbadores del terrorismo de
izquierda sobre la sociedad argentina a fines de la década de 1960 y
comienzos de la década de 1970, como muchos estudiosos tienen la
tendencia de hacer... Había una ‘guerra’ muy real entre los guerrille
ros y las fuerzas armadas y... los guerrilleros no estaban en retirada
para el momento del golpe de Estado de 1976... Los oficiales del
ejército eran uno de los principales blancos de la guerrilla. En esos
atentados, fueron asesinados familiares de varios oficiales” (Osiel, 12).
En aquel momento, la Guerra Fría estaba en su punto más alto.
Cuba estaba intentando activamente subvertir América del Sur, y los
grupos guerrilleros de izquierda eran entrenados y financiados por
Cuba y la Unión Soviética. Había varios grupos guerrilleros izquier
138 LAS RAÍCES DEL MAL
La j u s t if ic a c ió n fa l l id a
La condena
para los moderados; cuando la situación era mala, los radicales lo
graban mayor peso. En tercer lugar, los grupos no solo tenían que
responder a las condiciones internas de la Argentina, sino también
a las influencias externas. El comunismo, los golpes de Estado y las
revoluciones en países cercanos, la economía mundial, las tensiones
internacionales, etcétera, habían afectado seriamente la situación ar
gentina. Los grupos tenían lazos con potencias extranjeras que in
fluían en sus políticas a través del apoyo financiero o moral, o ambos,
en formas a menudo opuestas, y esto, por supuesto, exacerbó la ten
sión ya considerable entre ellos.
Como consecuencia de la politización, la Argentina cayó de ubi
carse como la séptima economía más grande del mundo en la dé
cada de 1930 a la insolvencia. Aunque rica en personas talentosas,
recursos naturales, fuerzas laborales experimentadas, y capaz de au-
toabastecimiento, sus políticas económicas desastrosas, en función
de intereses a corto plazo del grupo en ese momento en el poder,
provocaron la hiperinflación, que empobreció a su clase media y con
dujo a los trabajadores a la desesperación. Destruyó el orden públi
co mientras el Estado saltaba de golpe de Estado en golpe de Estado.
Muchos, gracias a su riqueza, a su capacidad o a sus habilidades, se fue
ron del país, haciendo más sombrío el futuro de aquellos que se que
daron. Se creó una atmósfera de cinismo y desconfianza, obligando
a los individuos a verse unos a otros en términos políticos, contami
nando de esa manera amistades, amores y relaciones entre vecinos,
colegas, profesores y estudiantes. Todo se politizó; nada era firme y
seguro; el cálculo reemplazó a la confianza.
La politización de la Argentina influyó en la formación de la ma
nera de pensar de su elite. La diferencia entre “nosotros” y “ellos” se
volvió fundamental. Estas diferencias eran esencialmente morales y
políticas, no económicas o de clase. “Nosotros” teníamos la moral
de nuestro lado, “nuestra” visión de lo que la Argentina debe ser era
la verdadera, la conducta de “nuestro” grupo era virtuosa, mientras
que “ellos” eran inmorales, “su” visión era corrupta, y lo que “ellos”
hacían era malo. La manera de pensar de los dirigentes de cada grupo
tenía, pues, un doble aspecto: benigno hacia los integrantes del pro-
152 LAS RAICES DEL MAL
p ió grupo, hostil hacia los otros. Los primeros eran tratados con ge
nerosidad, se les otorgaba el beneficio de la duda, y se minimizaban
sus transgresiones. Los segundos merecían la hostilidad y la sospe
cha, y sus transgresiones eran consideradas como pruebas que con
firm aban su categoría de enemigos crueles.
En correspondencia con estos dos aspectos de la manera de pen
sar predominante, había dos facetas en las actividades de los grupos:
la defensiva y la agresiva. Las actividades defensivas eran más pro
fundas e importantes, aunque generalmente las agresivas eran más vi
sibles y dramáticas. Porque en última instancia lo que las defensivas
protegían era la posesión más importante de los miembros del grupo:
su ideal del honor. Los medios de vida, la seguridad, el estatus, el
prestigio, el futuro de la Argentina importaban, por supuesto, pero
lo que importaba mucho más era su idea de sí mismos como agentes
virtuosos dedicados a la obtención de su concepción del bien en un
m u ndo hostil hacia ella. Esto era lo que importaba, por encima de
to d o ; les daba un significado y un propósito a sus vidas, el elemen
to unificador de su forma de vida y la justificación de sus acciones.
La raíz de sus actividades agresivas era que otros grupos amenazaban
su honor poniendo en duda su visión del bien. La sola existencia de
u n grupo con una visión diferente habría sido ya una amenaza,
pero, por supuesto, los otros grupos no solo existían. También ac
tuaban, tanto de manera defensiva como agresiva. Cada grupo, por
lo tanto, veía por lo menos a algunos de los otros como amenazas
permanentes a lo que, para él, era lo más importante en la vida. No
sorprende, entonces, que cuando fueron provocados por la agresión,
instados por su facción radical, teniendo los medios y la oportuni
dad, actuaron con exceso y malevolencia para erradicar al grupo que
amenazaba sus valores más profundos.
Esta fue la causa inmediata de la “guerra sucia”. La agresión pro
vocadora fue la subversión de las facciones radicales momentánea
mente asociadas de los sindicatos peronistas y los profesionales
marxistas. La propia facción radicalizada de las fuerzas armadas llevó
a cabo el golpe de Estado de 1976 y controló a la junta militar. Los
medios fueron sus armas, instalaciones y adiestramiento. La oportu
PERVERSIDAD EN LOS ALTOS NIVELES 153
H o n o r y mal
Todos los malos de los que he hablado hasta ahora realizaron sus
deplorables tareas con horrorosa decisión. Con la posible excepción
de Manson, no disfrutaban de lo que hacían. Veían el mal como algo
que tenían que hacer. Cualquier satisfacción que pudieran haber te
nido, la obtenían del hecho de alcanzar sus fines, pero no de los me
dios que empleaban. El hacedor del mal de este capítulo es diferente
porque disfruta haciendo el mal. Encuentra un bienvenido alivio de
lo que de otra manera sería una vida por demás rutinaria. Hacer el
mal lo hace sentirse completamente vivo, y disfruta del peligro y los
riesgos que corre. La maldad requiere a menudo de talento, forta
leza c independencia, y los hacedores del mal muchas veces disfrutan
comprometiéndose con aquello en lo que son buenos, como cual
quier otra persona.
El psicó pa ta
El a b u r r im ie n t o
I n c id e n c ia d e l a b u r r im ie n t o
des los alejan de las preguntas que los podrían llevar a las respuestas.
Al ignorar estas preguntas, sin embargo, pagan el precio de no tener
una guía en sus vidas, ningún objetivo más allá de asegurar la conti
nuidad de la comodidad. Tienen suficiente con que vivir, pero poco
para qué vivir. Instinto y adiestramiento aseguran que puedan seguir
adelante, pero la razón para hacerlo está ausente. Carecen del sentido
de lo que es importante, más allá de las necesidades básicas. Se sien
ten vacíos, insatisfechos, y buscan distracciones que podrían desviar
su atención de estos malos sentimientos y brindarles alguna mane
ra de llenar sus vidas cómodas y vacías. El aburrimiento es un sín
toma de este modo insatisfactorio de existencia. Y, dado que ese modo
es característico de la vida contemporánea, el aburrimiento se ha vuel
to más habitual entre nosotros de lo que era antes.
El aburrimiento es una amenaza grave porque llena el vacío cre
ado por la pérdida del significado y el propósito de la propia vida.
Este es un estado de ánimo en el que uno no tiene nada por lo cual
vivir. Todo parece sin sentido e indiferente; nada parece importar. Se
reconocen los hechos, pero ninguno tiene mayor importancia que
cualquier otro. El límite que antes separaba los temas importantes
de los que carecían de trascendencia es insostenible porque el patrón
que los medía ya no es reconocido. Se recuerdan las antiguas creen
cias y compromisos, pero ya no hay convicción acerca de ellos.
Todas las evaluaciones parecen arbitrarias porque las bases sobre las
que se apoyaban han desaparecido. Y aquellos que no han sido
afectados de esa manera parecen ingenuos, inocentes, infantiles,
porque todavía no han tropezado con el abismo que uno enfrenta
sin posibilidad de alivio. La amenaza es la disolución de la dimen
sión de evaluación de la propia vida. Y ella viene acompañada de una
incoherencia entre las creencias, las emociones y la voluntad. Porque
si se cree que nada importa, si se cree que todos los hechos carecen
de significado, entonces las reacciones emocionales ante ellos son
inapropiadas y no hay razón para hacer ningún esfuerzo tratando de
cambiar algo en el mundo o en uno mismo.
Caer en este estado de aburrimiento es una de las peores cosas
que le puede suceder a una persona, porque destruye el placer de la
172 LAS RAÍCES DEL MAL
La e m o c ió n d e l m a l
E l a b u r r im ie n t o y el m al
malas son en verdad buenas. Y cometen este error porque sus senti
mientos o deseos oscurecen su razón. Si pudieran razonar sin esa in
terferencia, llegarían a conocer el bien y a actuar en función de ese
conocimiento. Si hacen el mal, debe ser el resultado de conocimien
tos insuficientes o de esa interferencia en el conocimiento del bien.
La suposición que subyace profundamente a esta paradoja socráti
ca es que, desde el punto de vista moral, siempre las buenas acciones
se ajustan a la razón mientras que las acciones malas son siempre con
trarias a la razón. Esto es cierto porque el plan de todas las cosas está
atravesado por un orden moral y la moral es vivir y actuar de confor
midad con él. Si lo hacemos, nos irá bien en la vida, y si no lo hacemos,
actuamos en contra de nuestro propio bienestar. Por lo tanto, las exi
gencias de la razón, la moral y el bienestar humano coinciden. Pensar
de manera diferente es un síntoma de una falla de la razón, es errar,
tomando el mal como si fuera el bien, y contrario al propio bienestar.
Esta ha sido una creencia enormemente influyente en la historia
de las ideas occidentales. Es una tendencia dominante en el cristia
nismo y el Iluminismo; la creencia compartida de pensadores tan dis
tintos como Platón, Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Spinoza, Kant
y He ge 1; la suposición sobre la que descansan las visiones optimistas
acerca del progreso y la perfectibilidad humana; y el fundamento de
la esperanza tanto para muchos creyentes religiosos como para hu
manistas seculares. Es, sin embargo, una idea falsa.
Su falsedad surge de la comprensión de la emoción que produ
ce el mal. Las personas que prefieren una vida de maldad por encima
de una vida de aburrimiento no necesariamente son poco razonables,
aunque, por supuesto, son inmorales. Tienen buenas razones para
buscar el sentido y el propósito en sus vidas, aliviar su aburrimiento,
integrar su actitud fragmentada, actuar en las formas que expresan
su naturaleza en lugar de sucumbir a las distracciones adormecedo
ras de la mente que propone la cultura popular, y hacer uso de su
inteligencia e ingenio. El mal, por lo tanto, los motiva, y no lo con
funden con el bien. Hacen el mal a sabiendas, precisamente porque
es malo. Los emociona, cosa que no sucedería si no se tratara, pre
cisamente, de algo malo. Por lo tanto, sus acciones malas se ajus
DESENCANTO CON LA VIDA COMÚN 181
Evaluación
O r íg e n e s d e l m al
ciones eran malas. Pero Manson y Alien creyeron que sus acciones
malas estaban justificadas por fundamentos no morales, y Stangl creyó
que sus acciones eran excusables. Manson pensó que la negativa so
cial a darle el reconocimiento que creía merecer justificaba sus ho
rripilantes homicidios de personas a quienes envidiaba, y Alien pensó
que tener lo que consideraba una diversión era más importante que
el horror que provocó para conseguirla. Stangl, por otro lado, creyó
que sus acciones eran producto de la coerción porque solo lleván
dolas a cabo podía llegar a alcanzar sus objetivos, de modo que no
era responsable por ellas. Las creencias de estos hacedores del mal re
flejaban sus pervertidas jerarquías de lo que es importante. Creyeron
que el reconocimiento, la diversión y el ascenso en el mundo eran
más importantes que el horrible daño que cometieron. Pero pudie
ron creer en esto solamente porque la envidia, el aburrimiento y la
ambición los llevaron a falsear los hechos relevantes.
Entonces, la razón por la que debemos rechazar el punto de vista
de los hacedores del mal es porque este falsea sistemáticamente los
hechos relevantes. Exagera la importancia de lo que le interesa al ha
cedor del mal y minimiza el grave daño que provocan sus acciones.
Esto explica por qué podían tener ante sus ojos a las personas des
trozadas a quienes habían torturado, humillado y a menudo asesi
nado y, a la vez, considerar que sus propios y lejanos intereses eran
más importantes que el sufrimiento inmediato que estaban produ
ciendo. Pudieron conciliar ambas cosas solo falseando los hechos res
pecto de los cuerpos sangrando ante ellos, y fueron llevados a falsear
estos hechos por las pasiones que dominaban sus respectivos pun
tos de vista. Esos puntos de vista contienen los orígenes del mal.
Sin embargo, adoptar tal punto de vista no es una aberración,
sino una consecuencia de la tendencia humana de querer tener un
ideal que le otorgue sentido a su propia vida. Este gran deseo es com
prensible, como lo es el hecho de que uno se aferre apasionadamen
te al ideal una vez que se lo encuentra, así como el resentimiento
profundo, que puede volverse hacia adentro o hacia fuera, cuando
uno no logra alcanzarlo. Estas pasiones se vuelven poderosas en las di
versas circunstancias en que pueden amenazar el ideal o impedir que
EVALUACIÓN 187
uno lo alcance. El ideal puede ser atacado, como suponían los cru
zados; su realización puede ser saboteada por los enemigos, como
creían Robespierre y los militares argentinos; uno puede ser coac
cionado para hacer cosas terribles para conseguirlo, como alegaba
Stangl; la moral misma podría ser un obstáculo para alcanzarlo, como
lo era para Alien; o uno puede ser privado de él por la desgracia o la
injusticia, como suponía Manson. Las pasiones poderosas de estas y
otras circunstancias parecidas pueden hacer, entonces, que los ha
cedores del mal no vean los hechos relevantes tal como son, sino
como los falsea la pasión. Los cátaros son vistos no como ascetas
poco realistas, sino como enemigos del cristianismo; los desacuerdos
no son vistos como una característica habitual de la vida política, sino
como síntomas de inmoralidad; las víctimas no son vistas como seres
humanos que sufren, sino como ganado camino al matadero; el robo
y las mutilaciones no son vistos como heridas infligidas a víctimas
inocentes, sino como cosas divertidas que alivian el aburrimiento; y
el asesinato de personas ricas no es visto como un crimen horrible,
sino como una revancha por el fracaso propio. Los hacedores del
mal, por lo tanto, llegan a creer sinceramente que los hechos que han
falseado son como ellos los ven, y se aferran apasionadamente a sus
sinceras creencias debido a su relación con los ideales que dan sen
tido a sus vidas y mantienen su identidad y seguridad psicológica. El
mal que hacen es el resultado de falsear los hechos.
La r e s p o n s a b il id a d
a los hacedores del mal. Lo que importa, pueden decir, es por qué
los hacedores del mal hicieron lo que hicieron. Una cosa es si tuvie
ron intención de hacer el mal, y otra totalmente diferente si no la tu
vieron. Ahora bien, está poco claro si los hacedores del mal a quienes
estamos considerando tenían intención de hacer las maldades que
hicieron. Indudablemente tenían la intención de llevar a cabo las ac
ciones que emprendieron, pero no las veían como lo que realmente
eran. Los cruzados, Robespierre y los militares argentinos tuvieron la
intención de llevar a cabo las acciones que penosamente dañaron a
sus víctimas, pero su intención no era la de cometer actos malos, pues
ellos creían equivocadamente que sus acciones estaban moralmente
justificadas. Manson y Alien tuvieron la intención de llevar a cabo ac
ciones que sabían que estaban moralmente injustificadas, pero creían
equivocadamente que tenían justificación con otros fundamentos.
Stangl también tuvo intención de realizar sus acciones moralmente
injustificadas, pero creía de manera equivocada que eran excusables
porque había sido coaccionado. Todos estos hacedores del mal, en
consecuencia, tuvieron intención de llevar a cabo sus acciones, según
una descripción, y no tuvieron intención de realizarlas, según otra.2
La cuestión es si los apologistas están en lo cierto al afirmar que esta
falta de claridad provocada por las creencias falsas hace que las malas
acciones sean involuntarias y, por lo tanto, excusa a los hacedores del
mal de la responsabilidad.
Es obvio, pienso, que no los excusa. Para demostrarlo, acepte
mos como verdaderas -solo en función de aclarar el tema- las falsas
creencias de que los cátaros estaban tratando de subvertir al cristia
nismo, que los moderados de la Revolución Francesa eran enemigos
de la humanidad, que la “guerra sucia” se hizo contra terroristas fa
náticos, y que los cruzados, Robespierre y los militares argentinos
estaban protegiendo ideales moralmente buenos contra estos ata
cantes. Si estas creencias falsas fueran verdad, podría argumentarse
que estas personas estaban moralmente justificadas para hacer lo que
era necesario para proteger sus ideales. Pero lo que de hecho hicie
ron fue, por lejos, excesivo, como para quedar cubiertos por esta
justificación moral.
190 LAS RAÍCES DEL MAL
La in t e n c ió n
ción mala, como torturar a una persona inocente. Uno lo hace, pero
el otro no lo hace porque la futura víctima se las ha ingeniado para
escaparse. Si la responsabilidad depende de la intención, entonces los
aspirantes a torturadores tienen la misma responsabilidad. Pero, por
supuesto, no es así. El aspirante a torturador no ha hecho ningún
daño, mientras que el torturador exitoso sí. Podemos deplorar la in
tención del aspirante a torturador, pero solamente porque sabemos
que tales intenciones normalmente dan como resultado acciones
malas. El resultado es que podemos ver ahora que la responsabilidad
depende de las acciones malas, no de las intenciones. Las intencio
nes tienen generalmente importancia para la asignación de respon
sabilidades, pero solo debido a su conexión con las acciones. Si esta
conexión no existiera, las intenciones tendrían tan poco que ver con
la responsabilidad como las pesadillas.
Si esta línea de pensamiento es correcta, debe haber casos en los
que es apropiado responsabilizar a las personas por sus acciones no
intencionalmente malas. Esto nos lleva a la segunda cuestión plante
ada más arriba: ;las personas son responsables solamente de sus ac
ciones intencionales? Pero ya hemos visto que la respuesta es no.
Porque las personas podrían ser responsables del deterioro de su ca
pacidad de llevar a cabo las acciones intencionales. También pode
mos llegar a la misma respuesta por otro camino.
Tomemos a un propietario de esclavos en una sociedad donde
la esclavitud es una práctica aceptada desde que se tiene memoria.
La situación de los esclavos está a mitad de camino entre la de los
animales domésticos y la de los criados. Si alguien cuestiona la prác
tica de la esclavitud, la respuesta es que los esclavos no son comple
tamente humanos, de modo que no deben ser tratados como si lo
fueran. Este propietario de esclavos en especial no los trata ni mejor
ni peor de lo que es la norma imperante: los compra y los vende,
los hace trabajar tan duro como es prudente, los entrega a los sir
vientes fieles para uso sexual, no le preocupa separar a los padres
esclavos de sus hijos, y los azota cuando piensa que son flojos o in
disciplinados. Al actuar de esta manera, está actuando del mismo
modo que las demás personas de su medio y está haciendo lo que su
196 LAS RAICES DEL MAL
R e a l is m o acer ca d e l mal
El realismo acerca del mal requiere que se reconozca que ese mal
está extendido y pone en grave peligro el bienestar humano; que los
hacedores del mal deben ser responsabilizados por causarlo; que vér
selas con él depende de prevenir las acciones malas y que esa pre
vención, a su vez, depende de comprender por qué los hacedores del
mal hacen el mal. U no pensaría que el realismo acerca del mal está
dado p o r supuesto por todos los que piensan en él, pero esto no es
así. Hay una oposición al realismo de larga data. De hecho, mucho
de las viejas y nuevas ideas sobre el mal hacen enormes esfuerzos,
incluidas las más ingeniosas piruetas intelectuales, para eludir el re
alismo, porque este es incompatible con las creencias religiosas acer
ca del plan de todas las cosas y con las creencias del Iluminismo
acerca d e los seres humanos.
U na manifestación de esta incompatibilidad es que la más ex
traña colección de pensadores simplemente niega que el mal sea
com prensible. Lo que sigue es una expresión temprana, pero repre
sentativa, de este punto de vista: “A fin de cuentas, debemos estar de
acuerdo en que no comprendemos ni las causas ni las razones del
mal: es m ejor admitirlo desde el principio y detenernos aquí. Debe
mos plantearnos las objeciones de filósofos simplemente para poner
EVALUACIÓN 199
dan tomar. Dependen de ella tanto las vidas creativas como las insí
pidas. Tienen que ver con temas como el homicidio, la tortura y
la mutilación. Las acciones malas violan estos límites básicos, y las
personas malas lo hacen de manera regular, excesiva, malévola e im
perdonable. La existencia y la protección de estas condiciones son
requisitos mínimos para el bienestar humano, no invenciones al ser
vicio de alguien en particular. Son hechos innegables acerca de los
seres humanos, tanto como las condiciones análogas lo son para cual
quier otra entidad orgánica o inorgánica. Los seres humanos, por su
puesto, tienen un interés especial para proteger las condiciones que
los afectan, pero ese interés es común a todos los seres humanos.
En este nivel básico, es incontrovertible que el mal existe, y en qué
consiste. Si Nietzsche niega su realidad, está entregado a la opinión
absurda y moralmente ofensiva de que los cruzados, Robespierre,
Stangl, Manson, los militares argentinos y Alien no eran hacedores
del mal sino admirables pioneros que exploraban las posibilidades de
la vida humana. Si, por otro lado, está protestando contra la imposi
ción moralizante de límites arbitrarios sobre formas aceptables de
sexualidad, trabajo, creatividad, asunción de riesgos, etcétera, en
tonces debería haberlo dicho más claramente. En ninguno de los dos
casos, Nietzsche ha dado ninguna razón para dudar de la importan
cia del realismo acerca del mal.
La concepción estoico-spinoziana es otro rechazo del realismo
acerca del mal. Sus defensores reconocen que el mal parece existir,
pero lo ven como una ilusión ante la que sucumben los seres huma
nos debido a deseos mal encaminados.7 Tales deseos están destina
dos a frustrarse porque van en contra del orden natural implícito en
el plan de todas las cosas. El mal, de acuerdo con esta visión, no es
nada más que la inevitable frustración de estos deseos imposibles de
satisfacer. Si se reconoce la dirección equivocada de tales deseos, en
tonces la frustración que causan será vista como resabios emociona
les que han sido equivocadamente identificados como malvados. La
clave para enfrentarse con lo que es concebido como mal consiste en
entrenarse a uno mismo para no tener deseos mal encauzados, pues,
de esa manera, la frustración será reemplazada por la paz espiritual.
202 IAS RAÍCES DEL MAL
Sin dudas, es cierto que lo que parece ser malvado puede no serlo
y que un mayor conocimiento de sí mismo y autocontrol permitirí
an evitar muchas frustraciones innecesarias causadas por deseos mal
dirigidos. Pero esta manera de ver el tema, se plantea no simplemente
como una manera de aliviar las experiencias mal identificadas como
malas, sino como una explicación de todo mal. Como tal, sin em
bargo, es un fracaso, por dos razones. Primero, no puede suponer
se razonablemente que todos los deseos estén mal encauzados, pues
la vida del ser humano requiere tener y satisfacer algunos deseos. Los
deseos bien dirigidos, sin embargo, a menudo también se frustran, y
su frustración provoca el verdadero mal que a menudo puede ser ali
viado mediante un mayor conocimiento de sí y autocontrol. Segun
do, esta manera de ver las cosas se compromete a sostener que todas
las ocurrencias del mal son aparentes, no legítimas. Esto significaría
que los cruzados, Robespierre, Stangl, Manson, los militares argen
tinos y Alien no eran hacedores del mal porque sus acciones no eran
malas sino simplemente la consecuencia de los deseos mal encauza
dos de sus víctimas. Esto es tan absurdo y moralmente ofensivo
como la negación de la realidad del mal de Nietzsche.
La importancia del realismo acerca del mal es uno de los princi
pales hilos que conducen las argumentaciones precedentes, tanto
como las que siguen. Una parte esencial de esto es que cualquier tra
tamiento objetivo del mal debe ser concreto. Debe tratarse sobre
casos verdaderos de innegable mal concreto, y las teorías, las expli
caciones, las generalizaciones y los conceptos abstractos sobre el mal
deben ser puestos a prueba y evaluados por los casos concretos.
Otro hilo en el argumento es la necesidad de humanizar el mal. Las
personas malas y sus acciones son partes de la vida humana. No son,
desafortunadamente, infrecuentes. Deben ser comprensibles en tér
minos humanos. Hay monstruos morales, pero son tan excepciona
les como los santos morales. La mayoría de los hacedores del mal no
son monstruos, son personas con inclinaciones comunes, como el
egoísmo, la codicia, la agresión, la crueldad y otras parecidas. Sos
tienen una mezcla de creencias acerca de sí mismos y sus acciones,
generalmente influidas por el autoengaño, por falsedades simples o
EVALUACIÓN 203
El enfoque
Explicaciones externas
C uatro t ip o s d e e x p l ic a c ió n
Las explicaciones del mal no son para nada escasas. Platón, los es
toicos, Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes, Leibniz, Spinoza, Bu-
tler, Kant, Bradley y Freud, entre otros, han ofrecido respuestas
históricamente influyentes a las preguntas de qué es lo que causa el
mal y por qué hay tanto mal en el mundo. Hay también numerosas
explicaciones contemporáneas. Creo que es posible clasificar estas ex
plicaciones en cuatro tipos. Debo precisar esto de inmediato seña
lando que los tipos que tengo en mente son ideales. Las explicaciones
concretas se ajustan de manera imperfecta a una clase u otra porque
incluyen elementos de los otros tipos. Pero si reconocemos que al
gunos elementos son centrales y otros periféricos, entonces resulta
posible clasificar las explicaciones a partir de sus elementos centrales.
La clasificación depende de dos distinciones respecto de las su
puestas causas del mal. Una de ellas es entre las causas externas e in
ternas; la otra, entre causas pasivas y activas. Ambas distinciones
requieren una explicación. Es un punto en común de muchas expli-
208 LAS RAÍCES DEL MAL
cationes que las causas inmediatas del mal son acciones humanas. Las
diferencias entre ellas aparecen cuando intentan explicar las causas
mismas de las acciones malas. Las dos distinciones se establecen sobre
la base de las diferencias entre las supuestas causas.
Las causas pueden ser externas o internas a los hacedores del mal.
Las causas externas son las influencias metafísicas o naturales, como
los designios de Dios o la injusticia humana, que llevan a las perso
nas a cometer acciones malas. Las causas internas son psicológicas,
como la ignorancia o la crueldad. Una diferencia, entonces, entre las
explicaciones de las acciones malas es si ubican sus causas dentro de
los hacedores del mal o en condiciones externas a ellos.
Las causas de las acciones malas pueden ser también activas o pa
sivas. Las causas activas impulsan a los hacedores del mal hacia las ac
ciones malas. Estas causas podrían ser internas, como intención,
cálculo, deseo o resentimiento, o podrían ser influencias externas,
como las religiosas, las ideológicas o las económicas. Las causas son
pasivas si las acciones malas son el resultado de algo de lo que carecen
los hacedores del mal, como la razón, los conocimientos, el autocon
trol, o de la ausencia de los límites externos, como las prohibiciones
morales o las leyes estrictas. Así, pues, una causa activa incita a los ha
cedores del mal a hacer algo, mientras que una causa pasiva permite
que ellos lo hagan, y tanto sus acciones como la ausencia de ellas pro
vocan a otros un daño grave, excesivo, malévolo e inexcusable.
Estas dos distinciones, entonces, producen cuatro tipos de ex
plicaciones: externa-pasiva, externa-activa, interna-pasiva e interna-
activa. En este capítulo me ocuparé de los primeros dos, y en el
capítulo 10 de los dos siguientes; el capítulo 9 trata de una explica
ción biológica que combina elementos externos e internos. El cua
dro brinda una representación gráfica de las explicaciones.
Pasiva
E xterna I n ter n a
Las causas de las acciones Las causas de las acciones
malas son influencias que malas son procesos psicológicos
EXPLICACIONES EXTERNAS 209
Activa
El m a l c o m o a l g o in e v it a b l e
Ra z o n e s c o n t r a la e x p l ic a c ió n d e l m a l
COMO ALGO INEVITABLE
las acciones dañinas son mucho peores que las moralmente malas.
Causan un daño excesivo y malévolo. Solo aquellos que soslayan los
detalles concretos de las acciones malas pueden suponer que son
parte inevitable de un orden moralmente bueno. Quizá la cruzada
contra los citaros era necesaria para la defensa de la Iglesia, y los c i
taros debían ser eliminados, pero no tenían por qué ser quemados
lentamente, o cegados, ni había que cortarles las narices y las orejas.
Quizá la Revolución Francesa era necesaria para mejorar la moral de
la humanidad, pero no era necesario destripar, enterrar vivas, humi
llar y linchar a personas que ni siquiera se oponían a ella. Y es obs
ceno especular acerca del bien superior al que supuestamente servían
los campos de concentración nazis.
Las explicaciones que tratan del mal como el mínimo inevitable
en un orden moralmente bueno ignoran que las acciones malas cau
san de manera sistemática un daño excesivo y malévolo, es decir, más
daño que el necesario para el logro de cualquier objetivo que pudie
ran tener. Los excesos involucrados en ellas son malévolos porque re
flejan la apasionada crueldad, la rabia, el fanatismo, etcétera, de los
hacedores del mal. Sus excesos no son medios para ningún orden
concebible como moralmente bueno ni parte de él. Son expresiones
propias de personas malas que descargan sus impulsos corruptos al
precio de causar un enorme daño a sus desdichadas víctimas. Cual
quier explicación del mal que soslaye los detalles sangrientos que in
volucran concretamente las acciones malas es inadecuada. Aunque la
indignación y el ridículo que tales explicaciones a menudo provocan
sean comprensibles, no son buenas razones. Una buena razón es que
una explicación que no esclarece los hechos que pretende explicar es
indefendible.
Puede argumentarse que la incapacidad de interpretar los exce
sos y los motivos malévolos que involucran las acciones malas no es
culpa de la explicación, sino otra señal más de las limitaciones del al
cance de la comprensión humana. Incluso los excesos y la malevo
lencia serían explicables si pudiéramos comprender en su totalidad el
orden moralmente bueno. Solo porque algo nos parezca malo a no
sotros no quiere decir que sea realmente malo. E incluso si lo es, po
214 LAS RAÍCES DEL MAL
to del bien y el mal, tendría que ser abandonada. Entonces las per
sonas podrían hacer lo que quisieran, pensando que son represen
tantes del orden moralmente bueno, y si se les ocurriera hacer el mal,
ellos y nosotros podríamos confiar en que era para bien, aunque no
comprendiéramos por qué ni cómo. Si esta explicación fuera correc
ta, la consecuencia inmediata sería que tendríamos que aprobar las
acciones de los hacedores del mal relatadas en los capítulos 1 a 6,
porque nuestro conocimiento limitado nos impide ver sus acciones
como partes inevitables del mejor orden que posiblemente podría
mos tener. La consecuencia final sería la anarquía moral. Ninguna
persona moralmente comprometida podría aceptar una explicación
que condujera a tal conclusión.
Un argumento que a veces se esgrime en favor de un orden mo
ralmente bueno que contiene al mal en él es que algo solamente
puede ser bueno por contraste con el mal. El contraste puede ser pen
sado en términos naturales o evaluativos. Si se la ve como natural, la
relación entre el bien y el mal es concebida como el contraste entre
los picos de las montañas y los valles, o las dos caras de una moneda.
Para que exista uno tiene que existir el otro. Pero si esto es general
mente cierto en la naturaleza, es falso en la relación entre el bien y el
mal. Es absurdo suponer que puede haber generosidad solo si hay
crueldad, o libertad solo si hay tiranía. Los defensores de este argu
mento, por lo tanto, tienden a pensar el contraste como necesario
para valorar las acciones en relación con el bien y el mal. El proble
ma es que incluso si su contraste fuera necesario para la evaluación, no
requeriría de la existencia del mal. Lo bueno podría ser apreciado
apropiadamente incluso en contraste con representaciones imagina
rias del mal. Por ejemplo, no hace falta tener personas demacradas o
descuartizadas para tener una apreciación vital de nuestra buena salud.
Ni hace falta, para apreciar el bien, contrastarlo con el mal. En tal caso,
el contraste con cosas neutras o indiferentes resultaría igual de útil.
Saber que hay personas que mueren mientras duermen, sin ser tortu
radas hasta la muerte, es suficiente para agradecer el bien de estar vivos.
La tercera razón en contra de la explicación externo-pasiva es que
se basa en la suposición infundada de que existe un orden moral
216 LAS RAÍCES DF.I. MAL
El m a l c o m o c o r r u p c ió n
R azones c o n t r a la e x p l ic a c ió n d e l m a l
COMO CORRUPCIÓN
de dos maneras con una explicación satisfactoria del mal. Supone, co
rrectamente, que el mal no es sobrenatural, sino algo que causan los
seres humanos, y, presumiblemente, los seres humanos pueden, si no
eliminarlo, por lo menos morigerarlo. Y también acierta al recono
cer que los procesos internos de los hacedores del mal son cruciales
para explicar el mal que hacen. La explicación externo-activa se equi
voca al suponer que para explicar qué sucede en el interior de los ha
cedores del mal debe fijarse la mirada en causas que son exteriores a
ellos. Las explicaciones internas no se equivocan de esta manera.
9
rales. Merece un capítulo por sus propios méritos, aunque sus argu
mentos serán refutados por deficientes. Una razón adicional para re
ferirnos detalladamente a esta obra es que sus defectos nos muestran
las cuestiones que debe considerar una satisfactoria explicación na
tural del mal.
Este trabajo trata de la “bondad y el defecto naturales en los seres
vivientes” (3). Dice: “Quiero mostrar que el mal moral es ‘una es
pecie de defecto natural’” (5), y afirma que “actuar moralmente es
parte de la racionalidad práctica” (9). Las acciones malas violan la
razón práctica: “Nadie puede actuar con plena racionalidad práctica
en busca de un mal fin” (14), y “quien actúa mal, precisamente por
eso, actúa de una manera muy contraria a la razón práctica” (62).
(Razonar es práctico si apunta a una acción exitosa; en oposición, la
razón teórica apunta a proposiciones verdaderas.) Analizaré primero
la afirmación de Foot de que el bien es natural y el mal es un defec
to en su búsqueda. Luego me centraré en su aseveración de que la
razón práctica requiere el bien y prohíbe el mal.
De acuerdo con Foot, “el fundamento de un argumento moral
está en última instancia en hechos de la vida humana” . “Es obvio”,
dice, “que hay evaluaciones objetivas, fácticas, de cosas como la vista,
el oído, la memoria y la concentración humanas, basadas en la forma
de vida de nuestra especie” . De la misma manera, “la evaluación de
la voluntad humana (es decir, lo que impulsa a las elecciones y las ac
ciones humanas) debería estar determinada por hechos acerca de la
naturaleza de los seres humanos y de la vida de nuestra especie” (24).
¿Cuáles son, pues, los hechos que determinan la evaluación de nues
tra voluntad, nuestras elecciones y nuestras acciones?
La respuesta de Foot es “empezar por el hecho de que es la par
ticular forma de vida de una especie... la que determina cómo un in
dividuo (de esa especie)... debe ser... La manera en que un individuo
debe ser está determinada por lo que es necesario para su desarrollo,
la conservación de su identidad y su reproducción; en la mayoría de
las especies involucra la defensa de los jóvenes y en algunas, su crian
za” . La forma en que un individuo debe ser establece “normas, más
que normalidades estadísticas” (32-33). Y “mediante la aplicación de
UNA EXPLICACIÓN BIOLÓGICA 229
El b ie n h u m a n o
esto, las plantas, los animales y los seres humanos son parecidos.
Pero una práctica generalizada que prive a las personas de bienes
diversificados específicos no pone en peligro la supervivencia de la
especie. Podría ser mala porque pone en peligro la posibilidad de
una buena vida para los individuos. A este respecto, los seres hu
manos son diferentes de las plantas y los animales. Los seres huma
nos necesitan y pueden disfrutar de bienes diversificados no
determinados biológicamente; las plantas y los animales no pueden
porque su bien es universal y biológicamente determinado. Podría
ser un mal privar a los individuos de un bien diversificado que ne
cesitan para una buena vida. Las plantas y los animales, sin embar
go, no pueden ser dañados de este modo, así que es un error sostener,
como hace Foot, que, “el significado de las palabras ‘bien’ y ‘mal’
no es diferente cuando lo usamos para indicar características de las
plantas por un lado y de los seres humanos, por el otro, y es casi
lo mismo cuando los usamos para juzgar el bien y los defectos na
turales, en el caso de todos los seres humanos” (47). Hay una clase
de bien y de mal exclusivamente humana de la cual carecen los
otros seres vivientes.
Así, pues, la explicación de Foot de esta clase de mal no puede ser
correcta. Una explicación satisfactoria del mal debe reconocer que el
mal puede poner en peligro la buena vida, no solo la supervivencia,
y hay más cosas que ponen en peligro la buena vida que las que
puede explicar un argumento exclusivamente biológico. Por ejem
plo, es evidentemente malo traicionar por una mísera suma de dine
ro a una persona a quien uno quiere, destruir la seguridad de un niño
sólo por gusto, o corromper a una persona inocente para ganar una
apuesta. Una explicación satisfactoria del mal debe hacer más que pro
veer un análisis biológico de las acciones relevantes. Lo que está mal
en la explicación de Foot es que pasa por alto la crucial diferencia
entre bienes universales y bienes diversificados. Ella misma supone
haber explicado todo mal como un defecto natural biológicamente
determinado que pone en peligro el bien de los individuos, cuando
solamente ha explicado las acciones malas que ponen en peligro a los
bienes universales pero no a los diversificados.
UNA EXPLICACIÓN BIOLÓGICA 235
La r a z ó n p r á c t ic a
los menos, tres opciones: todos los que aparentemente pueden re
sultar afectados por su acción, amigos íntimos a los que se sienten
leales, o solamente ellos mismos. Al deliberar acerca de qué alter
nativa escoger, debe ser obvio para ellos que tienen tanto razones
a favor como en contra para actuar de acuerdo con cualquiera de las
tres opciones.
La razón para apuntar hacia el bien de todos es que,el bien hu
mano depende de la cooperación y los individuos no querrían coo
perar a menos que haciéndolo aumentaran considerablemente las
probabilidades de su propio bien. La razón para no hacerlo es que
apuntar al bien de los íntimos o de sí mismos es a menudo incom
patible con el bien de todos. La lealtad y el egoísmo ofrecen razones
contrarias a la resolución de ese conflicto en favor del bien de todos.
Conflictos típicos de esta clase se producen cuando se trata de re
partir recursos escasos que están a disposición de uno, o al poner en
la balanza la respectiva importancia de obligaciones impersonales
como el patriotismo o el propio trabajo frente a las obligaciones per
sonales para con los íntimos o el compromiso con un proyecto perso
nal que da sentido a la propia vida.
La razón para apuntar hacia el bien de los amigos íntimos es que
la vida humana se torna inconmensurablemente mejor con lazos de
lealtad, y que mantenerlos requiere respetar las obligaciones recí
procas y tener preferencia y especial preocupación por los íntimos por
sobre los desconocidos. La razón en contra es que podría infringir
las obligaciones personales o quitarle fuerza al sistema de coopera
ción, y que sus exigencias a menudo obstruyen proyectos persona
les, que son tan importantes para una vida digna de ser vivida como
las relaciones con los más íntimos.
La razón para apuntar hacia el propio bien es que, a menos que
este se encuentre asegurado, hay cada vez menos posibilidades de
apuntar a cualquier otra cosa. Dada la psicología normal del ser hu
mano y la escasez de santos, el disfrute permanente del propio bien
es una condición para poder preocuparse por el bien de los otros. La
razón en contra es que asegurarse el bien propio depende de la co
operación de los otros, y los vínculos de lealtad, que requieren que
240 LAS RAÍCES DEL. MAL
uno se ocupe del bien de los íntimos, están entre los bienes que uno
quiere para sí mismo.
El resultado es que cuando los individuos actúan de la manera in
dicada por Foot habitualmente descubren que tener en cuenta todas
las cosas genera razones tanto a favor como en contra de determina
do curso de acción. Cuáles sean estas razones dependerá del punto
de vista desde el que se estén teniendo en cuenta todos los aspectos.
Esta conclusión no se puede evitar afirmando que, si realmente se tu
vieran en cuenta todas las cosas, entonces tendrán razones para adop
tar alguno de estos puntos de vista en lugar de los otros. Porque,
como hemos visto, en tanto tengan razones para adoptar uno de
estos puntos de vista, también tendrán razones para adoptar los
otros, así como razones en contra de adoptar cualquiera de ellos. Ins
tarlos a que sopesen la respectiva importancia de estas razones no
ayudará, porque tendrán que sopesarlas desde un punto de vista u
otro. Los diferentes puntos de vista darán como resultado el otor
gamiento de un peso diferente a estas razones, y habrá razones a
favor y en contra de cada una de esas alternativas. Por consiguiente,
es un error suponer, como hace Foot, que tener en cuenta todas las
cosas producirá la acción que será “lo único razonable para hacer”
(59). Tal vez cada punto de vista produzca una única acción racio
nal, pero esa acción bien podría variar según los puntos de vista y los
individuos que los adopten.
vista de todos los que podrían ser afectados por una acción. Supon
gamos por un momento que aquellos que asocian la moral con la
bondad imparcial tienen razón. Entonces, el punto de vista que con
sidera el bien de todos, no solamente el de los íntimos y el de uno
mismo, es el punto de vista moral. Una acción mala, entonces, es
aquella que va en contra del bien de todos. Y las acciones malas, de
acuerdo con Foot, son contrarias a la razón práctica. Pero si se con
sidera al bien humano desde el punto de vista de los íntimos o de uno
mismo, entonces la razón práctica les permite a los individuos actuar
en contra del bien de todos, si eso significa actuar en favor del bien
de personas a las que uno es leal o del propio bien. Entonces, las ac
ciones que Foot define como malas pueden no contrariar la razón
práctica. La razón práctica, pues, admite algunas acciones malas. El
intento de Foot de mostrar que todas las acciones malas son irracio
nales, en consecuencia, falla porque no distingue entre lo que la
razón práctica requiere y lo que admite.
Es innegable que a menudo las personas tienen razones para co
meter acciones malas. Es un hecho claro, por ejemplo, que los ha
cedores del mal estudiados en los capítulos 1 a 6 tenían razones para
hacer las cosas horribles que hicieron. La razón de los cruzados y de
Robespierre era que estaban actuando por el bien de todos; la razón
de Stangl y de los militares argentinos era que estaban actuando por
el bien propio y el de su familia (Stangl) o el de su país (los milita
res argentinos), y la razón de Manson y del psicópata Alien era que
estaban actuado por su propio bien.
Que sus razones se fundaran en creencias falsas no cambia el
hecho de que estos hacedores del mal tenían razones. Porque no sa
bían que sus creencias eran falsas, y suponían, por lo menos en el mo
mento de cometer esas acciones, que eran verdaderas. Está claro que
no debieron haber supuesto que sus creencias eran verdaderas, pero
esto es un juicio sobre su moral, no sobre sus razones. Sus creencias
procedían del punto de vista desde el cual consideraban los hechos
pertinentes, y lo que el juicio expresa es que no debieron haber adop
tado ese punto de vista, ya que los condujo a causar un gran mal. El
acierto de este criterio moral, sin embargo, no significa que los ha
l'N A EXPLICACION BIOLOGICA 243
La naturaleza y el m al
Explicaciones internas
El m a l c o m o f u n c io n a m ie n t o d e f e c t u o s o
Razones c o n t r a la e x p l ic a c ió n d e l m a l
COMO FUNCIONAMIENTO d efec tuo so
allá del mundo natural observable porque lo más que tal prueba
puede indicar es que los conocimientos humanos son limitados y fa
libles. No podemos tener prueba alguna de qué hay más allá -si es
que hay algo-, de todas las pruebas a las que posiblemente podría
mos tener acceso.
Si, impasibles ante este obstáculo, los partidarios de la suposición
sobrenatural proponen inferencias especulativas a partir de las prue
bas a las que tenemos acceso, entonces deben reconocer que estas in
ferencias, si no están sostenidas por pruebas, pueden obtenerse tanto
a favor como en contra de su suposición. Si la existencia de un orden
sobrenatural moralmente bueno se infiere de los ejemplos observa
bles que conocemos sobre la bondad del mundo entero, entonces la
existencia de un orden sobrenatural moralmente malo debe poder
ser inferido de manera análoga de los ejemplos observables del mal.
Y lo mismo vale para las inferencias posibles sobre un orden sobre
natural moralmente mixto o indiferente. Cualquier especulación ló
gica coherente acerca de un orden sobrenatural que explique los
hechos pertinentes es tan razonable o irrazonable como cualquier
otra. Tampoco existe razón para aceptar la opinión implícita de que
los seres humanos hacen el mal cuando pierden de vísta el bien más
que la alternativa implícitamente negada de que los seres humanos
hacen el bien cuando pierden de vista el mal.
El hecho es que las especulaciones sobre lo que podría haber
más allá de todas las pruebas posibles no pueden ser propuestas ra
zonablemente como explicaciones de algo. Elegir arbitrariamente
una posible suposición especulativa entre muchas otras igualmen
te hipotéticas es proponer una conjetura azarosa, no una explica
ción causal. Una explicación aceptable debe identificar la supuesta
causa y el efecto que explica, independientes el uno del otro, y
luego dar las razones para correlacionarlos. La versión platónica de
la explicación interno-pasiva no llega a identificar la supuesta causa
ni establece su correlación con el supuesto efecto. La primera ob
jeción para la explicación interno-pasiva es que está viciada por la
falta de fundamento de la suposición sobrenatural con la que está
comprometida.
HXPLICACIONES INTERNAS 253
trar una única causa para todo mal. Debe haber alguna causa, puede
suponerse, que subyace a estas variadas formas del mal. Pero esta su
posición es infundada. Nada obliga a la muy improbable suposición
de que hechos complejos y multiformes, como la prosperidad, el
amor, la cirugía, la guerra, el relato de historias o la actuación, tienen
una sola causa. ¿Por qué, entonces, el mal debe tener una sola? Y si
uno busca la improbablemente postulada causa única del mal, ¿por
qué debe ser el Diablo? ¿Por qué no una malvada divinidad mani-
quca; por qué no un funcionario celestial menor que malinterpretó
sus instrucciones; por qué no los dioses griegos, quienes, para resol
ver una discusión entre ellos, exploran los límites del mal humano,
de manera muy parecida a como el Libro de Job nos dice que lo hi
cieron Dios y Satanás? ¿O, efectivamente, por qué no un dios no tan
perfecto como los cristianos creen que es? No hay respuestas plau
sibles para estos interrogantes.
Supongamos, sin embargo, lo que es falso: todas las explicacio
nes naturales del mal han fallado. Simplemente no sabemos qué
lleva a las personas a convertirse en hacedores del mal. No serviría
de nada para disipar nuestra ignorancia decir que el Diablo es el res
ponsable de hacer que las personas se conviertan en hacedores del
mal. Para que esto reúna las condiciones necesarias de una explica
ción, tendría que explicar cómo hace el Diablo para lograrlo. Gra-
ham dice que es por la susceptibilidad de los potenciales hacedores
del mal. Sin embargo, eso no explica nada, a menos que nos diga
cómo hace el Diablo para que las personas sean susceptibles; por
qué algunas personas son susceptibles y otras no; por qué la sus
ceptibilidad da como resultado muchas formas diferentes de mal;
por qué algunas personas pueden y otras no pueden sofocar los im
pulsos malos a los que son susceptibles; y muchos aspectos más. Una
explicación tiene que ser concreta. Debe identificar el proceso psi
cológico que inculca el Diablo o señalar el movimiento que trans
forma a un sacerdote en un asesino de las cruzadas, a un abogado
de provincias en un tirano sanguinario, a un oficial de la marina en
un torturador, a un delincuente menor en un asesino en serie, o a un
oficial de policía en Kommanda.nl de un campo de concentración.
EXPLICACIONES INTERNAS 257
L as r a z o n e s c o n t r a r ia s a ex plica r el m al
COMO ALGO NATURAL
T r a n s ic ió n a la e x p l ic a c ió n m ixta
men diferente, o por viajar al extranjero, y por las radios y los libros.
Otros lo sabían de segunda mano a través del conocimiento de per
sonas que tenían conocimientos de primera mano. La memoria de
otro estilo de vida persistió indudablemente en Alemania, donde los
nazis tuvieron la totalidad del poder durante menos de diez años, y
persistió incluso en Rusia, donde el régimen duró aproximadamen
te setenta años. La individualidad, por lo tanto, no se extinguió,
aunque, por supuesto, estaba profundamente amenazada. Sin em
bargo, dejando a un lado estas reservas, la explicación de Arendt
sobre la motivación de Eichmann me parece una hábil descripción
de cómo los defectos privados, el estímulo público para su expresión
y la ausencia de límites morales hicieron que se transformara en un
asesino de masas.
Sin embargo, explicar la motivación de Eichmann es una cosa;
explicar el mal es otra completamente diferente. Arendt ve eso, y
niega haber escrito “un tratado teórico sobre la naturaleza del mal”
(EJ, 285). Es necesario tenerlo en cuenta. Lo que dice del mal se
ajusta a Eichmann y al caso muy similar de Stangl. Pero no encaja
con los cruzados, ni con Robespierre, ni con los militares de la
“guerra sucia”, ni con Manson, ni con Alien. El análisis de Arendt
ilustra cuán necesarias son tanto las explicaciones internas como las
externas para comprender el mal. Es un ejemplo de explicación sa
tisfactoria. Sin embargo, es satisfactoria para explicar solo una forma
del mal, y hay muchas otras.
En conclusión, en los capítulos 8 a 10 he argumentado que hay
buenas razones para no aceptar las explicaciones externas, las bioló
gicas y las internas del mal. Pero estas discusiones han identificado
elementos importantes que deben ser expresados en una mejor ex
plicación. En el próximo capítulo, intentaré brindar esa explicación
más acabada.
11
La explicación mixta
Preám bulo
L as c o n d ic io n e s
La c o n d i c i ó n in t e r n a
hacia afuera- de proteger lo que hace que sus vidas sean dignas de
ser vividas. Uno lo hace pasivamente, resistiendo la sola posibilidad
de preguntarse acerca de ellas, el otro, atacando de manera activa y
salvaje a aquellos que son percibidos como amenazas.
La descripción completa de la condición interna de la explicación
mixta que acabamos de desarrollar tiene un aspecto activo, que iden
tifica la propensión específica que motiva una acción mala específica,
y un aspecto pasivo, que señala la deficiencia específica que impide
a los hacedores del mal ver su acción mala como mala. Atravesando
ambos aspectos y explicando su papel dominante en la psicología de
los hacedores del mal está la pasión con la que protegen lo que hace
que sus vidas sean dignas de ser vividas y que mantiene sus esperan
zas de un mejor futuro. Este análisis incluye partes centrales de las
explicaciones activas internas y pasivas internas desarrolladas ante
riormente (en el capítulo 10). La explicación de las acciones malas
está conectada con una propensión específica y con un funciona
miento defectuoso del hacedor del mal. Pero estas son solamente
partes de una explicación completa, y deben ser corregidas por el re
conocimiento de que tanto la propensión específica como el funcio
namiento defectuoso ocurren de muchas formas diferentes. Una
explicación completa de una acción malvada, por lo tanto, debe ser
particular porque debe identificar la propensión específica y la forma
específica del funcionamiento defectuoso.
La c o n d ic ió n externa
que les decía qué hacer, como la Iglesia, el Partido Nazi o la Armada
Argentina; no fueron arrastrados por una revuelta, como la Revolu
ción Francesa, el Anschlusso el terrorismo. Vivían en los Estados Uni
dos de mediados del siglo xx, que era un país relativamente estable,
ordenado y empeñado en reducir el papel político de las organizacio
nes autoritarias. Las condiciones sociales, por lo tanto, influyeron en
Manson y Alien para que hicieran algo con el fin de librarse de sus in
satisfacciones sin sugerirles lo que podían hacer. Tuvieron que de
pender de sus propios recursos mucho más que los otros cuatro pero,
dado que apenas si sabían leer y escribir y eran totalmente indisci
plinados, sus recursos eran escasos. Sus limitados conocimientos los
llevaron a rechazar lo que los rodeaba, y, dado que eso incluía la
moral, la rechazaron también, permitiendo de esa manera que sus
propensiones malas los llevaran a hacer cualquier cosa que quisieran
y tuvieran la oportunidad de hacer.
Sin embargo, hay algo en lo que estos seis hacedores del mal fue
ron igualmente influidos por sus condiciones sociales: esas condi
ciones no los alentaron a desarrollar un conocimiento de sí mismos
que pudiera haberlos conducido a preguntarse sobre sus acciones
malas. Las organizaciones autoritarias a las que pertenecían los cru
zados, Stangl y los militares de la última dictadura argentina les brin
daban ideas claras sobre lo que debían hacer y acerca de qué era lo
bueno y qué lo malo, y diferenciar lo correcto de lo incorrecto. En
caso de que tuvieran cualquier duda, sus superiores disponían de res
puestas para ellos. No sentían la necesidad de conocerse a sí mismos
porque no tenían ninguna pregunta a las que ese conocimiento de sí
mismos pudiera haberles dado respuestas. Robespierre estaba com
pletamente comprometido en las febriles actividades de la Revolu
ción y no disponía del ocio ni de la energía que se requieren para la
reflexión sobre uno mismo. Manson y Alien estaban ocupados en sa
tisfacer sus necesidades cotidianas -generalmente por medio del
hurto- y carecían de la disciplina para pensar sistemáticamente ni si
quiera acerca de temas simples, y mucho menos para hacerlo acerca de
algo tan complejo como la diferencia entre sus motivos aparentes y los
verdaderos. De modo que, aunque en los seis casos las condiciones so
288 LAS RAÍCES DF.I. MAL
La r a z ó n
Responsabilidad
El enfoque
Está claro que los hacedores del mal deben ser considerados
responsables de sus acciones, pero no está claro qué significa eso,
cuáles son las condiciones de una atribución justificada de la res
ponsabilidad, qué puede eximir o mitigar la responsabilidad de los
hacedores del mal. El objetivo de este capítulo es brindar un análi
sis de la responsabilidad capaz de responder a estas preguntas. El
resultado no será una teoría general porque solo se ocupa de la res
ponsabilidad moral, no de la legal, ni de la política, profesional u ofi
cial. Se concentra en la responsabilidad por las acciones malas, no por
las acciones simplemente dañinas, las omisiones, el incumplimiento
del deber o de las obligaciones; se ocupa de la responsabilidad de los
individuos, no de las sociedades, los gobiernos, las sociedades anó
nimas, las instituciones y otras colectividades; considera solamente
la responsabilidad de los individuos respecto de otros en su socie
dad, no respecto de los seres humanos en general; y trata de la res
ponsabilidad retroactiva por acciones malas cometidas en el pasado,
300 LAS RAÍ CHS DEL MAL
La e x p l ic a c ió n
la condena moral de los hacedores del mal toma una forma judicial
y da como resultado su castigo.
Hacer moralmente responsables a los hacedores del mal es, pues,
hacerlos pasibles a esa condena. La condena expresa una actitud
moral, que no es un impulso moralista de descargar la indignación,
sino el deseo de proteger la seguridad física de la gente que vive en
una sociedad, y de identificar a aquellas personas cuyas acciones la
amenazan e influir sobre ellas. La actitud combina sentimientos y
creencias, hechos y valores, expectativa y evaluación. Como todas las
actitudes, puede tomar un camino equivocado, y, en numerosas oca
siones en la historia, la actitud ha sido tremendamente equivocada
como consecuencia de sentimientos mal encauzados, creencias erró
neas, hechos mal evaluados, primacía de valores equívocos, expec
tativas desacertadas y juicios infundados. Pero una sociedad no puede
proteger el bienestar de sus miembros sin una actitud como esta, y
el interés más fundamental de sus miembros determina el esfuerzo
de impedir que se vuelvan erróneas.
La responsabilidad es, pues, la posibilidad de condena a imponer
a los hacedores del mal. Ha sido llamada, con toda razón, una acti
tud “reactiva” , porque es una reacción contra acciones que violan
la expectativa de que los miembros de una sociedad respetarán la se
guridad física de quienes la integran.'1La responsabilidad puede ser
interiorizada. Los hacedores del mal, entonces, no son solo respon
sabilizados por los demás. Ellos mismos la sienten, y la sentirían in
cluso si sus acciones malas no fueran descubiertas y ellos no fueran
condenados. Pesar, vergüenza, culpa y remordimiento son algunos
de los sentimientos a través de los cuales podría manifestarse la res
ponsabilidad interiorizada. Pero la responsabilidad tiene que ser en
señada y aprendida. Es una actitud adquirida desde el exterior. Las
personas pueden asumirla ellas mismas solo porque aprendieron a
compartir la actitud que otros tienen hacia los hacedores del mal.
Para entender la responsabilidad es esencial que las personas la hayan
adquirido porque se las hace responsables, no porque la sientan, va
que serán correctamente responsabilizados aun cuando no la sientan.
Es bueno sentirla, y los miembros de una sociedad deberían sentirla,
306 IAS RAÍCES DEL MAL
del mal hicieron lo que hicieron porque sus razones para cometer las
acciones malas fueron más fuertes que sus razones para no cometer
las. Por eso, sus sociedades los consideraron, o debieron haberlos
considerado, moralmente responsables, para condenarlos severa
mente. Los hacedores del mal sabían que eran pasibles de tal con
dena, y podrían haber tenido eso en cuenta entre sus razones. Por lo
tanto, no pudieran presentar ninguna queja razonable cuando ocu
rrió lo que ellos bien sabían que podía ocurrir.
L as e x c u sa s
minar, una vez más, es cuán sólidos resultan los argumentos de los
hacedores del mal.
Sin embargo, es muy poco probable que alguien pueda sostener
buenas razones de este tipo. Porque, por una parte, los hacedores del
mal tienen ante sus ojos los cuerpos sufrientes y destrozados de sus
víctimas y, por otro lado, esgrimen una moral dedicada, por lo menos
nominalmente, a la protección de la seguridad física de todos, argu
mento que -de manera poco coherente- hace una excepción con al
gunos. Esta incoherencia requiere una justificación. Por lo general,
demonizan a sus víctimas o les niegan plena humanidad. Es carac
terístico de las ideologías que opten por lo primero, mientras que las
sociedades esclavistas y colonialistas lo hagan por lo segundo. Hemos
visto cuán insostenibles eran las justificaciones que supuestamente
tenían los cruzados, Robespierre y los militares de la “guerra sucia”,
aunque las justificaciones de los nazis, los comunistas y otros ideó
logos no resultan, en modo alguno, mejores. La negación de la plena
humanidad de las víctimas es igualmente insostenible porque tienen
el mismo aspecto y actúan igual que los demás seres humanos y,
sobre todo, sufren de la misma manera que los otros seres humanos.
Y lo que debilita aún más las razones que pueden darse para eliminar
la incoherencia es que resulta prácticamente imposible que alguien
no conozca la existencia de morales alternativas en las que aquellos
convertidos en víctimas por la moral defectuosa no sean demoniza-
dos o deshumanizados, sino tratados como los demás miembros de
la sociedad.
La situación de los hacedores del mal en el contexto en el que la
moral predominante es defectuosa es, en síntesis, la siguiente: por un
lado, tienen que sopesar las consecuencias fácilmente previsibles de
sus acciones malas y la experiencia inmediata del sufrimiento de sus
víctimas, y, por otro, contraponer sus acciones con las deficientes ra
zones que les brindan sus preceptos morales. Si siguen esas malas
razones, serán, con toda razón, considerados responsables, aunque
su responsabilidad esté mitigada. Cuán mitigada sea dependerá de
numerosas consideraciones, como, por ejemplo, cuán defectuosa es
la moral predominante, cuán erróneas son sus razones, cuán lejos se
314 LAS RAÍCES DEL MAL
La in t e n c ió n
C o n s ig n a s
buena según la amplitud con que garantiza esto tratando a todos sus
ciudadanos con igual respeto.
Las personas cuyas facultades críticas no hayan sido adormecidas
por esta retórica familiar disfrazada de imperativo moral se pregun
tarán, sin embargo, si esto sugiere que los asesinos y sus víctimas, los
terroristas y sus rehenes, los pederastas y los pediatras, los benefac
tores y los azotes de la humanidad deben ser tratados con igual res
peto. ¿Quiere esto decir que las personas buenas y las malas deben
tener garantizados por igual la libertad y los recursos para vivir y ac
tuar como les plazca? Y, yendo a lo que aquí nos ocupa, ¿quiere decir
que el respeto desigual que implica responsabilizar y condenar a los
hacedores del mal es injustificado? ¿Y si estas consignas no implican
estos absurdos, qué es lo que implican?
Puede responderse que este reclamo de igualdad de respeto es vá
lido prima facie y que puede perderse. Las personas deberían ser tra
tadas con igual respeto hasta que haya razones para dejar de hacerlo.
Porque todos tienen la capacidad de tratar de lograr una buena vida, y
los esfuerzos de todos para hacerlo deben ser apoyados equitativa
mente a menos que se hayan mostrado indignos de ello. Pero esta res
puesta no brinda lo que se necesita. Hay obvias diferencias en el alcance
de esta capacidad de las personas y en la manera de ejercerla, en la
moral de la vida hacia la que apuntan, y en la rectitud o desviación de
lo que hacen para tratar de conseguirlo. Ignorar estas diferencias no las
hará desaparecer, y, debido a que muchos de ellos afectan el bienestar
de otros, la moral prohíbe tratar con igual respeto a las personas bue
nas y a las malas, a las acciones buenas y a las malas. Por consiguiente,
la necesidad de juicio moral interviene tan pronto como las personas
ejercen esta capacidad. Si el juicio es adverso, como a menudo lo es,
son apropiadas la responsabilidad y la condena. Lo que se impone
prima facie, entonces, es la necesidad de juicio moral, no el juicio
moral favorable que implica el respeto igualitario. La suposición de que
el juicio prima facie debe ser favorable se basa en una ilusión que sub
yace y sostiene a las tres consignas que he estado considerando.
Esta ilusión es que los seres humanos son básicamente buenos y
hacen el mal sólo porque los corrompen los manejos políticos injus
326 LAS RAÍCES DEL MAL
tos. Esta ilusión nos ha sido legada por el Iluminismo. He dado las
razones para rechazarla (en “Razones contra la explicación del mal
como corrupción” ). Simplemente lo menciono aquí para recordar
que esta ilusión es insostenible porque las mismas acciones malas se
repiten bajo muy distintos sistemas políticos; solo algunos de los que
viven bajo los mismos sistemas políticos se convierten en hacedores
del mal; y los sistemas políticos son malos solo porque los mantienen
personas malas; tanto es así, que los sistemas políticos deben expli
carse con referencia a las personas malas y no al revés. Sin embargo,
esta ilusión está ampliamente difundida, y da sustento a las consig
nas. Se valora la sinceridad porque expresa la bondad humana; la to
lerancia es buena porque enriquece a todos alimentando las diferentes
maneras en que brilla la bondad humana; y la igualdad moral es obli
gatoria debido al respeto que se debe a todos en función de su bon
dad básica. La ilusión y las consignas, sin embargo, no son inofensivos
sueños sostenidos por ingenuos hacedores de buenas obras, sino pe
ligrosas amenazas para el bienestar humano porque niegan los hechos
del mal y socavan el esfuerzo de observarlo y combatirlo. Responsa
bilizar y condenar a los hacedores del mal por sus acciones malas son
una parte indispensable de este esfuerzo necesario. Y eso es el lo que
me he esforzado por demostrar en este capítulo.
13
La moral
grados de urgencia con los que surgen estas preguntas y con lo que
necesitan ser respondidas. La moral es compleja y nada de lo que he
dicho acerca de la situación principal del merecimiento con relación
a ella significa negar tal cosa. Pero, dado que mi preocupación es
acerca del mal, que es solamente una parte de la moral, afortunada
mente puedo evitar estas complejidades porque la pregunta acerca
de qué es el merecimiento en el contexto del mal no es compleja. La
moral tiene algunos requisitos universales. Entre ellos está la protec
ción de las condiciones requeridas para el bienestar de todos los seres
humanos solo en virtud de su humanidad. El mal viola estas condi
ciones. Sus víctimas no merecen el daño grave, excesivo, malévolo e
inexcusable que les inflige. Si los hacedores del mal pueden o deben
prever las consecuencias fácilmente previsibles de sus acciones y, con
todo, hacen habitualmente el mal, merecen ser considerados res
ponsables. Las personas inocentes no merecen ser asesinadas, tortu
radas o mutiladas. Aquellos que les hacen estas cosas merecen una
condena moral. Así, pues, la protección contra el mal es un requisi
to de la decencia elemental y la tarea principal, y quizás la más im
portante, de la moral.
No puede haber razón alguna moralmente aceptable para violar
la decencia elemental y causar el mal. Sin embargo, como he argu
mentado repetidamente, esto no excluye la posibilidad de que haya
razones no morales. La fe, la ideología, la ambición, la envidia, el honor
y el aburrimiento pueden ofrecer tales razones, como hemos visto en
los seis casos de maldad manifiesta. La pregunta que necesitamos
considerar ahora es si las razones contra hacer el mal son más fuertes
que las razones para cometerlo.
Estas razones podrían ser internas o externas. Las razones inter
nas son escrúpulos psicológicos morales o no morales que pueden
llevar a que las personas se abstengan de las acciones malas incluso si
tienen razones para cometerlas. Las razones externas son las prohi
biciones sociales de las acciones malas. Están apoyadas por la coer
ción que va desde la amenaza de la desaprobación pública hasta el
castigo grave. Por supuesto, las razones internas y externas están re
lacionadas. Las razones externas pueden ser interiorizadas; los es
ODO LAS RAÍCES DEL MAL
L as r a z o n e s in t e r n a s
tanto, debían ser disculpadas. Manson creyó que sus acciones cau
saron un daño justificado a personas que usurpaban un éxito que a
él se le negaba injustamente. Y el psicópata John Alien creía que el
daño que causaban sus acciones estaba justificado porque hacía in
teresante su vida por demás aburrida.
Las razones que justificaban a estos hacedores del mal eran defi
cientes, más allá de toda consideración moral, en parte porque se ba
saban en creencias falsas, que ellos debieron haber sabido que eran
falsas. Los cátaros eran simplones ingenuos que querían ser buenos
cristianos. Miles de los que Robespierre asesinó creyendo que eran
sus adversarios estaban en realidad a favor de su ideología. Gran parte
de los supuestos enemigos contra los que los militares de la “guerra
sucia” estaban protegiendo a la Argentina eran ciudadanos corrien
tes que no tenían conexión con la subversión. Gran parte de lo que
Stangl consideraba coerción fue, a decir verdad, un incentivo para sa
tisfacer su ambición. Las víctimas de Manson no tuvieron nada que
ver con su falta del éxito. Y Alien podría haber hecho fácilmente su
vida interesante de muchas otras maneras que no fueran las mutila
ciones. Cada uno de ellos estaba en situación de constituir creencias
verdaderas en lugar de las falsas que de hecho inventaron, y esas cre
encias verdaderas los habrían privado incluso de las razones defi
cientes que tuvieron para cometer sus acciones malas.
Supongamos, sin embargo, que esto no fue así, que no tenían
ninguna alternativa razonable a las creencias falsas de las que obtu
vieron las razones para cometer sus acciones malas. Sus razones ha
brían seguido siendo deficientes, porque la protección de su seguridad
psicológica no requería del daño excesivo y malévolo que causaron.
Podrían solamente haber asesinado a sus víctimas; no tenían necesi
dad de torturarlas y mutilarlas antes de matarlas. El daño grave que
causaron en cada caso fue más que el que justificaban las deficientes
razones que tenían. Y en cada caso sus acciones revelaron una ma
levolencia que era desproporcionadamente mayor que lo que podría
haber sido la provocada por la amenaza que ellos, falsamente, creye
ron que estaba dirigida contra su seguridad psicológica. Esta male
volencia es la que explica en parte por qué fueron tan indiscriminados
HACIA UNA DECENCIA ELEMENTAL 339
dones más cercanas, pero no puede haber muchos que tengan la ca
pacidad de llevar semejante vida. El sufrimiento de sus víctimas, la di
ficultad y el costo de una vida semejante, además del riesgo de ser
descubiertos, entonces, pueden aducirse como razones no morales
en contra de ser un hacedor intencional del mal.
A la vez que los hacedores intencionales del mal sopesan la res
pectiva importancia de las razones a favor y en contra de sus accio
nes malas, considerarán, si son razonables, las circunstancias especiales
de sus vidas y de la sociedad en la que viven. Quizás puedan arries
garse a tener relaciones más estrechas porque pueden confiar en la
lealtad de algunos pocos amigos, miembros de la familia o hacedo
res del mal como ellos. Quizás su sociedad esté en un estado de caos,
las sanciones legales en contra del mal no se estén haciendo cumplir
confiablemente, y los riesgos para cometer acciones malas sean
pocos. Quizás sus víctimas sean en general despreciadas, temidas o
estén perseguidas por otros en su sociedad, y el mal que les infligen
no provoca indignación o, incluso, es bienvenido por sus conciuda
danos. De estas consideraciones surgen dos conclusiones. Primero,
existen razones internas tanto a favor como en contra de ser un ha
cedor intencional del mal, y ninguna es necesariamente más fuerte
que las otras. Considerar solamente las razones internas, por lo tanto,
admite la posibilidad pero no obliga o condiciona a la alternativa de
ser o no ser un hacedor intencional del mal. Segundo, que las razo
nes en contra de ser un hacedor intencional del mal sean o no más
fuertes que las razones para serlo depende no solo de las respecti
vas fuerzas de las razones internas, sino también de aquellas razo
nes externas que puedan provenir del contexto en el que los
hacedores del mal viven. Consideremos ahora estas razones externas.
L as r a z o n e s e x t e r n a s
C a m b ia r l a s c o n d i c i o n e s i n t e r n a s
Los motivos activos de las acciones malas en los seis casos -los
hemos destacado ya varias veces- fueron la fe, la ideología, la ambi
ción, el honor, la envidia y el aburrimiento. Estos motivos no tienen
por qué incitar siempre a concretar malas acciones -aunque lo hacen
con facilidad-, y es necesario señalar que también existen otros mo
tivos que pueden llevar a hacer el mal. Sería inútil tratar de eliminar
del repertorio humano las motivaciones para hacer el mal porque
muchas de ellas son reacciones naturales. La fe y la ideología dan un
significado y un propósito a la vida, la ambición es el impulso para
tener éxito, el honor debe responder a valores vigentes, y la envidia
y el aburrimiento son reacciones ante una vida insatisfactoria. Todos
ellos están relacionados con la seguridad psicológica, y todos con
ducen fácilmente a acciones malas cuando se siente que la seguridad
es amenazada. La amenaza percibida provoca una defensa apasio
nada, que a su vez impide el reconocimiento de que las acciones
defensivas son malas. Lo que se puede hacer para cambiar las con
diciones internas de las acciones malas es cultivar la imaginación
moral y superar así la resistencia pasiva para ver las acciones propias
tal como son.
La imaginación moral es el intento de valorar otros estilos de vida
llegando a comprenderlos desde adentro tal como se les aparecen a
aquellos que están activamente comprometidos con ellos. Los bene
ficios de la imaginación moral son muchos, pero tres de ellos son par
ticularmente importantes en el contexto de enfrentar el mal.
Primero, los hacedores del mal de los seis casos pensaban que sus ac
ciones no eran malas, en parte, por la manera grotescamente errónea
en que percibían a sus víctimas. Los cruzados veían a los cátaros
como empeñados en la destrucción de la cristiandad; Robespierre
veía a quienes no eran sus partidarios incondicionales como enemi
gos de la humanidad; los militares de la “guerra sucia” veían a las per
sonas a las que torturaron y asesinaron como terroristas subversivos;
Stangl veía como ganado vacuno a los hombres, mujeres y niños
que iban a la cámara de gas; Manson vio a sus víctimas como perso
nas que lo despreciaban mientras le usurpaban la fama y la riqueza que
él merecía; y el psicópata Alien veía a las personas a las que les dispa
¿QUÉ HAY QUF. HACER? 351
pias vidas. Si los hacedores del mal de los seis casos hubieran sido ca
paces de ver que su versión de la fe no era la única manera de llevar
una buena vida, que la ideología de los jacobinos no significaba la
única receta para el mejoramiento de la humanidad, que el honor y
la búsqueda ambiciosa del estatus no son los únicos medios para lle
var una vida que valga la pena, que ese resentimiento o ese daño fí
sico no constituyen la única respuesta frente al éxito de otros o al
aburrimiento, entonces habrían sido hacedores del mal menos re
sueltos. Y si las opciones posibles que la imaginación moral les brin
daba hubieran sido más atractivas y menos riesgosas de seguir que las
que ellos seguían, entonces, una vez más, podrían haber sido moti
vados a cambiar sus conductas.
Por lo tanto, es razonable arribar a la conclusión de que si la ima
ginación moral hubiera permitido a los hacedores del mal compren
der mejor a sus víctimas y a sus propios motivos y darse cuenta de
que tenían opciones atractivas frente a la opción de hacer el mal, en
tonces les habría parecido menos atractivo convertirse en hacedores
del mal, o continuar actuando como tales. Esta reducida probabili
dad, sin embargo, no los habría llevado necesariamente en dirección
a la decencia elemental; por el contrario, podría haberlos llevado a
hacer el mal de manera intencional. Pero, como hemos visto, es di
fícil y peligroso ser un hacedor intencional del mal, especialmente
si las condiciones externas cambian de la manera que muestro en la
próxima sección. Cuanto mejor es la imaginación moral de las per
sonas, mejores son sus razones contra hacer el mal. Estas razones
no son concluyentes, incluso en las mejores circunstancias, pero tie
nen el peso suficiente para hacer de la imaginación moral una fuer
za para el bien.
Las personas medianamente inteligentes tienen la capacidad de
la imaginación moral pero, igual que los otros modos de la imagina
ción, también debe ser cultivada. Esto requiere, en primera instancia,
familiarizarse con un cada vez más amplio espectro de estilos de vida
y comportamiento posibles. Sin duda, este proceso empieza cuan
do las personas tratan de prestar atención y comprender a los otros
en su contexto inmediato. Pero el conocimiento personal es limita
354 LAS RAÍCES DEL MAL
C a m b ia r las c o n d ic i o n e s ex t er na s
En r esu m en
1Para una descripción similar del mal, véase Claudia Card, The
Atrocity Paradigm, Oxford University Press, Nueva York, 2002.
Sobre el mal en general y sobre sus diferencias con lo que es simple
mente dañino, véase Adam Morion, On Evil, Routledge, Nueva
York, 2004; Marcus G. Singer, “The Concept of Evil”, Philosophy,
2004, pp. 185-214.
2 Por ejemplo, Robert Conquest, The Great Terror, Oxford Uni
versity Press, Nueva York, 1990; Jonathan Glover, Humanity, Yale
University Press, New Haven, 2000; Philip Gourevitch, We wish to
inform you that tomorrow we will be killed with our families, Farrar,
Straus 8c Giroux, Nueva York, 1998; y Raúl Hilberg, The Destruc-
tion ofthe European Jews, Holmes 8c Meier, Nueva York, 1985.
3 Immanuel Kant, Religión within the Limits of Rea-son Alone,
(1794), traducción de T. M. Greene y H. H. Hudson, Harper 8c
Row, Nueva York, 1960, p. 38. Véase también nota 5 en el capítulo
7 de la presente obra.
4 Candace Vogler, Reasonably Vicions (Razonablemente malig
no), Harvard University Press, Cambridge, Mass. 2002, p. 37.
n Dos notables ejemplos son Richard J. Bernstein, Radical Evil:
A Philosophical Interrogation, Polity Press, Cambridge, 2002; y
Susan Neiman, Evil in Modern Tliought: A n Alternative History of
Philosophy, Princeton University Press, Princeton, 2002.
366 LAS RAICES DHL MAL.
1. E l sueño de la razón
2. Sueños peligrosos
3. U n a fu sión fatal
7. Evaluación
8. Explicaciones externas
9. U n a explicación biológica
J San Agustín vuelve una y otra vez al tema del mal en sus obras.
El texto central es tal vez sus Confessions (397), traducido por E. B.
Pusey, Dent, Londres, 1907. El mejor análisis que conozco de esta
visión del mal es G. R. Evans, Augustine on Evil, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge, 1982. Un enfoque agustiniano contem
poráneo del mal es el de Charles T. Mathewes, Evil and the
Augustinian Tradition, Cambridge University Press, Nueva York,
2002. Los escritos de Santo Tomás de Aquino sobre el mal han sido
reunidos de manera muy útil en John A. Oesterle y Jean T. Oester-
le, editores y traductores, On Evil: St. Thomas Aquinas, University of
Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana, 1995. Buenos análisis
contemporáneos de la posición de Santo Tomás de Aquino se en
cuentran en F. C. Copleston, A quinas, Penguin, Harmondsworth,
Reino Unido, 1955, y John Finnis, Aquinas, Oxford University
Press, Oxford, 1998. Para una muy interesante consideración de la
explicación del mal de Santo Tomás de Aquino desde un punto de
vista secular, véase Candace Vogler, Rcasonably Vicious, Harvard
University Press, Cambridge, Mass., 2002. Los diferentes enfoques
cristianos del mal están bien sintetizados en el prefacio de Evans, A u
gustine on Evil. Véase también Mary Midglev, Wickedness, Routled-
ge, Londres, 1984; John Hick, Evil and the God ofLove, Harper &
Row, Nueva York, 1966; y Marilyn McCord Adams, Horrendous
Evilsand the Goodness of God, Cornell University Press, Ithaca, 1999.
4 Esta versión ha sido recientemente formulada y defendida por
Denis de Rougemont, La part du diahle (1945), Gallimard, París,
1982; R. G. Collingwood, “The Devil,” en ConcerningPrayer, edi
tada por B. H. Streeter, Macmillan, Londres, 1931, reimpreso en
Religión and Understanding, editado por D. Z. Phillips, Blackwell,
Oxford, 1967; y Gordon Graham, Evil and Christian Ethics, Cam
bridge University Press, Cambridge, 2001. Los textos de Colling
wood y Graham se citan en el texto por número de página.
3 Hannah Arendt, Essaysin Understanding, 1930-1954, editado
por Jerome Kohn, Harcourt, Nueva York, 1993, pp. 134-35.
6 Aristotle, Nicomachean Ethics, traducida por W. D. Ross, revi
sada por J. O. Urmson, en The Complete Works of Aristotle, editado
376 LAS RAÍCES DEL MAL
1 John Godfrey Saxe, “The Blind Men and the Elephant,” en The
Poems, Osgood, Boston, 1871, pp. 259-61.
12. R esponsabilidad