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I

Un dolor punzante en el cuello hizo que el mundo a su alrededor desapareciera. La


oscuridad no se aclaró cuando abrió los ojos. Dax parpadeó varias veces, pero todo lo que
veía era negro. Pudo sentir cómo su respiración se volvía pesada, cómo su pecho subía y
bajaba cada vez más rápido mientras su corazón trataba de adaptarse al ritmo de la
incertidumbre.

Intentó ponerse de pie, pero unas ataduras en los hombros lo mantuvieron en su


sitio, la espalda le dolía al igual que las piernas, y no había nada que pudiera hacer para
arreglarlo. Llevó las manos a su cabeza, pero de inmediato sus muñecas recibieron el
impacto ardiente de una quemadura. Mierda, me esposaron, pensó. Imaginó el láser azul
rodeando sus muñecas, un cubo metálico como única unión, vigilante de que no moviera las
manos bruscamente, por lo que Dax decidió permanecer lo más quieto posible.

Suspiró. Su aliento chocó contra el material de ¿una bolsa?, ¿en serio? Recargó la
cabeza contra el asiento y cerró los ojos, aunque eso no hacía mucha diferencia. Sintió el
asiento vibrar, al principio con suavidad, pero poco a poco con más fuerza. Abrió los ojos
de golpe. En su estómago se instaló un vacío y sus manos se enfriaron con sudor, sintió un
hormigueo como miles de agujas clavándose en las plantas de sus pies.

Estaba en un aerodeslizador.

Su mente comenzó a trabajar de manera frenética, intentando hallar alguna


explicación a lo que le estaba sucediendo. Estaba en su celda, en su pequeña, gris y austera
celda, le acababan de llevar las píldoras de alimento cuando entraron los guardias.

—Contra la pared —. En la mano llevaba un aplacador, su extremo más bajo


brillaba con electricidad, advirtiéndole que se comportara.

Dax había hecho caso, no tenía ánimos de ser pinchado por esa cosa nuevamente, la
última vez no pudo sentir las puntas de sus dedos por al menos dos horas. Se pegó contra la

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pared con las manos extendidas a sus lados; escuchó cómo el guardia se movió detrás de él,
y luego sintió el dolor agudo en el cuello.

Y el maldito aerodeslizador.

Respiraba lo más profundo posible, tratando de ignorar su aliento sofocante que


rebotaba contra la bolsa. Escuchó quejidos que se fueron alzando a insultos y a gritos,
pronto las voces se convirtieron en un barullo imposible de entenderse. Quizá discutían,
quizá planeaban un escape, quizá hablaban del clima; no lo sabía.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí?, ¿minutos?, ¿horas?

Sus muñecas le ardían, y Dax se concentró en ese dolor en lugar de las voces, en
lugar del sonido proveniente del motor que sus oídos habían captado en contra de su
voluntad. Cuando empezaron a descender, separó sus manos para que el láser volviera a
clavarse en ellas, apretando sus dientes con fuerza para evitar gritar, o vomitar, o ambas.

Aterrizaron. Las correas que lo tenían sujeto desaparecieron y alguien lo obligó a


levantarse. Las piernas le temblaban y cada paso que daba le costaba más trabajo que el
anterior, no se había dado cuenta que había alguien detrás de él hasta que le dieron un
empujón que lo hizo avanzar más rápido. Descendió por la rampa del aerodeslizador,
cuando el suelo metálico cambió por uno más suave; un golpe detrás de sus rodillas hizo
que cayera al suelo, el impacto reverberó en sus piernas.

La humedad traspasaba la tela de su pantalón con una lentitud fastidiosa; poco a


poco la sensación en sus piernas fue desapareciendo, sólo dejando a su paso la urgencia de
ponerse de pie. Un aroma frío le llegó atenuado por la tela que cubría su cabeza, era fresco
y le recordó al sonido de ramas y hojas partiéndose.

Cuando el motor de la nave dejó de sonar, los insultos y las amenazas llenaron el
aire. Quiso identificar otra cosa que no fuera el torbellino de palabras, ver si era capaz de
escuchar unos pasos, o algún movimiento brusco, pero por más que se concentró, no pudo
hacerlo. Después de todo, su oído no había vuelto a ser el mismo tras la explosión que lo
arruinó todo.

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Alguien le arrancó la bolsa de la cabeza, llevándose consigo alguno que otro cabello
y dejando en su lugar puntos de dolor. Sus ojos se encontraron con la violenta luz de una
farola que estaba apuntada directamente hacia su rostro. Dax apartó la vista y parpadeó
varias veces para recuperarse; los quejidos de dolor y maldiciones le avisaron que no era el
único cuya mirada había sido lastimada.

—Seguro se preguntan qué hacen aquí.

Una figura apareció un metro frente a él. Se trataba de un hombre vestido de negro,
su altura y complexión era definida por el contraste que hacía con la luz que brillaba a sus
espaldas; sus piernas estaban plantadas con firmeza, su mano, llena de cicatrices
blanquecinas sobre el mango de la espada que descansaba en su cadera. Sus ojos parecían
esconder un océano en tormenta. El hombre comenzó a caminar, sus movimientos eran
gráciles y calculados, fue ahí cuando notó las placas sobre el pecho: rombos pequeños y
negros, Dax contó ocho de ellos. Su corazón se detuvo el segundo que tardó en darse cuenta
de que tenían en frente a un militar de élite, y no sólo eso, sino que también se trataba de un
coronel.

—Vine a ofrecerles un trato —. Continuó el coronel, recorriendo la línea horizontal


que los habían obligado a formar, recolectando miradas de odio con cada paso —. Todos
ustedes están sentenciados a muerte, pero van a tener una oportunidad de salvarse. Sus
cargos serán absueltos y podrán irse de aquí como personas libres.

Dax rió con incredulidad, ¿de verdad esperaba que le creyeran? Escuchó la misma
reacción por parte de las personas que se hallaban a los lados, pero hubo una carcajada que
destacó sobre las demás, Dax reconoció esa risa de inmediato. A tres personas de distancia,
se encontraba Roy Darren, su piel oscura destacaba contra el azul cielo de su uniforme, y
aún hincado era más alto que los demás. Llevaba la cabeza rapada, el lado izquierdo estaba
poblado de líneas cortas y delgadas, visibles gracias a la farola que iluminaba sin piedad
todo lo que tenía delante. El lado derecho de su cara estaba enmarcado por una cicatriz que
iba desde la sien hasta la mandíbula, deformando su pómulo y halando ese extremo de sus
labios hacia abajo.

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—Así que era verdad —. Roy hizo una mueca que pretendía pasar por sonrisa, un
diente de metal destelló en el frente. Miró al coronel con ojos capaces de derretir hielo,
luego escupió a sus pies —. Vete a la mierda.

—Lo único que tienen que hacer es superar en combate a uno de mis cadetes —. El
coronel siguió hablando como si nunca hubiera escuchado nada, su mirada seguía en
tormenta—. Podrán escoger el arma a su elección, y si ganan, la libertad será suya. Es un
duelo a muerte.

Antes de entrar a prisión le gustaba especular sobre cómo se realizaban las


ejecuciones. La gran mayoría de los delitos llevaban consigo una condena a muerte, pero en
realidad nadie sabía con seguridad cómo se deshacían de tantos reos. Se entretenía
especulando: quizá les inyectaban veneno, quizá les cortaban las gargantas, o puede que los
electrocutaran hasta morir. Le gustaba pensar que el método de ejecución era diferente para
cada persona, que variaba en crueldad dependiendo de la gravedad del crimen; pero si así
fuera, Dax sabía que le esperaba una muerte lenta y dolorosa. Había dejado lo que pudo
haber sido una vida tranquila y larga, por ayudar a una causa perdida.

Cuando entró a prisión, antes de que lo mandaran a su celda en solitario en donde


había pasado los últimos siete meses, escuchó a un par de guardias jóvenes hablar sobre el
transporte para las ejecuciones. En ese momento no le había dado importancia, pensó que
sólo intentaban intimidarlo; creyó lo mismo cuando una mujer cuyo nombre no recordaba
intentó armar un motín para escapar, gritando que todos acabarían siendo un mero
entretenimiento para los militares. Los guardias la noquearon antes de que pudiera hacer
mucho alboroto, y Dax no volvió a verla.

Diez personas salieron de entre las sombras, Dax no había advertido su presencia.
Las figuras avanzaron y fueron perfiladas por la luz del gran farol. Todos vestían uniformes
negros, muy parecidos al del coronel, con la excepción que sus pechos sólo mostraban dos
placas en forma de rombos, como había dicho el hombre, eran cadetes. Se distinguió la
silueta de tres mujeres y siete hombres, a contra luz no se podía ver mucho de sus rostros,
solamente sus complexiones y la manera impecable en la que estaban de pie; sus posturas
eran de acero, y sus caras, de mármol.

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—¿Esos son tus cadetes? —. Preguntó una voz ronca femenina en tono burlón. Era
claro que no había visto las medallas, todos sabían que los cadetes de élite valían por
subtenientes.

Estoy en problemas.

—He cagado cosas que dan más miedo que ellos — Roy comenzó a reírse de sus
propias palabras.

—En ese caso, Roy Darren, ¿te parece si vas primero?

Roy se puso de pie sin mucha gracia, sus manos esposadas evitaban que mantuviera
el equilibrio. Los músculos de sus brazos estaban metidos a presión en su uniforme, parecía
que la tela iba a ceder en cualquier segundo. Achicó los ojos para poder ver mejor a sus
posibles contrincantes. Sonrió una vez más, el reflejo de su diente de metal se hizo visible.

—Quiero a la rubia.

La figura de una chica dio varios pasos hacia delante, lo suficiente como para
encontrarse al lado de su superior. Dax supo de inmediato por qué la había elegido. Tenía
todo el cabello dorado echado hacia atrás y sujetado en una coleta alta, lo cual permitía
distinguir sus rasgos suaves que contrastaban con la dureza que despedían sus ojos, si la
mirada del coronel escondía un huracán en pleno océano, la de ella dejaba a la vista un
cielo listo para estallar en tormenta. Dax notó que su nariz alguna vez había sido recta, pero
ahora mostraba las señales de haber sido fracturada en más de una ocasión, incluso le
pareció ver la línea delgada de una cicatriz que bordeaba su mentón. Sin embargo, su
cuerpo no daba más señales de una vida militar.

Roy la miró con ojos impregnados de burla, la chica le llegaba poco más abajo del
hombro, y él parecía totalmente capaz de romperle la cabeza de un sólo golpe. Dax
comenzó a pensar en todas las maneras en las que ese combate podría acabar mal para la
chica, su cabello era demasiado largo y visible, podía ser usado en su contra con facilidad;
su cuerpo, a pesar de ser musculoso, era pequeño en comparación con Roy. Dax no creía
que ninguno de sus golpes fuera a causarle mucho daño al hombre, pero entonces recordó

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las medallas de élite. ¿Cómo era posible que alguien como ella formara parte del ejército?
Fue capaz de sentir que no era el único que se hacía esa pregunta.

—¿Qué arma quieres, Darren? Recomiendo que lo pienses bien —, dijo el coronel
con un brillo casi invisible en los ojos.

—Dame una nodachi.

Uno de los chicos de la fila se adelantó, metió una llave entre las esposas de Roy y
estas de inmediato lo liberaron; el cubo metálico cayó en la palma del chico rubio, se lo
guardó y le tendió la espada que había pedido. Roy alzó las cejas para luego tomar el arma.
Comenzó a reírse a carcajadas, sus manos balanceaban la espada mientras el chico
regresaba a su lugar con el resto de sus compañeros. Roy sostuvo la espada con una sola
mano, y llevó la otra a los tatuajes que cubrían su cabeza.

—¿Ves esto, perra del ejército? — Roy escupía veneno en cada palabra —. Una
línea por cada militar que maté, disfrutaré añadiendo la tuya.

La chica permaneció en su lugar, ambas manos detrás de la espalda a modo de


descanso, su rostro seguía sin mostrar ninguna emoción. Volteó a ver al coronel, este tomó
distancia y asintió.

La pelea empezó y acabó en menos de un minuto.

Dax vio cómo Roy empuñaba la espada a toda velocidad, intentando dar una
estocada al pecho de la chica, pero esta dio un giro rápido y se escuchó a Roy gritar. Al
segundo siguiente, Roy sangraba por una herida en su costado derecho y la chica sostenía
un par de abanicos, uno en cada mano, que brillaban con reflejos escarlata. Roy volvió a
cargar contra ella, la rubia se agachó justo a tiempo, él volvió a gritar y el rostro de la chica
se salpicó de sangre al momento en que el filo de sus armas se abrió paso por el estómago
del hombre. La chica giró a un lado mientras Roy se aferraba a su herida con la mano
izquierda, manteniendo la nodachi en alto con su otra mano. La sangre se extendía por
rapidez por la tela de su uniforme, el rojo siguió hasta llenarle los ojos de ira.

—¡Te voy a matar, maldita puta!

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Roy volvió a cargar hacia adelante tambaleándose. Ella se movió, la sangre
comenzó a brotar del lado izquierdo de la cabeza de Roy, cubriendo por completo los
tatuajes. La chica tomó con firmeza su brazo, pegó su espalda a su pecho y en un solo
movimiento, un solo destello y un grito de dolor, la sangre comenzó a manar por donde
estaba el brazo de Roy. Su miembro cayó en el pasto con la nodachi aún sujeta. La rubia lo
pateó en el pecho, tumbándolo al suelo mientras él no dejaba de maldecirla; se subió sobre
él, expandió sus abanicos y luego los cruzó en el cuello de Roy; su cabeza se despegó de su
cuerpo con el sonido del metal separando la carne y el hueso. Se levantó con la respiración
apenas agitada, se agachó para limpiar la sangre de sus armas en la ropa de Roy y luego las
guardó en la funda que descansaba en su cadera.

Cuando alzó la cara, Dax vio que su rostro estaba salpicado de rojo, las gotas de
sangre hacían contraste con su piel, y notó que ella no hacía nada para limpiárselas, no
parecía notarlas. Un cadete de élite vale por un subteniente, volvió a escuchar sus palabras
en su mente.

El silencio llenó el ambiente, Dax descubrió que no era el único que no dejaba de
pasar la mirada del cuerpo sin vida de Roy a la chica y a los cadetes y al coronel que
intentaba refrenar la aparición de una sonrisa victoriosa. Apretó la mandíbula al momento
en que el general recorría su fila con la mirada, el corazón se le fue al estómago cuando
sintió esos ojos de huracán posados en él.

—Dax Finnigan, escoge a tu adversario.

—Cualquiera menos la rubia —, contestó con la garganta seca al darse cuenta de


que se hallaba frente a su muerte.

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II

Evy escuchó el silencio caer al mismo tiempo que el último cuerpo sin vida tocaba el suelo.
La sangre se deslizó por la hoja de la espada de su compañero cuando la retiró del cuerpo
de la mujer. El gancho al final del arma terminó de desgarrar la carne del cuello. La cabeza
rapada se ladeó, una delgada tira de músculo era lo único que evitaba que se separara por
completo.

Evy lo miró levantar con facilidad el cuerpo de la mujer y echarlo sobre su hombro,
la sangre salía cada vez con menos fuerza al tiempo en que la cabeza rebotaba
peligrosamente contra la espalda de Tom. Lo vio desparecer tras subir la rampa del
aerodeslizador, donde una pila de cadáveres y miembros cercenados lo esperaba.

Sonrió cuando su mente la llevó de regreso al asombro en las caras de los reos
cuando ella cargó esa montaña que pretendía pasar por hombre, cuando sus rodillas en
lugar de doblarse entre quejidos se habían estirado llenas de una firmeza retadora. Siempre
pasa lo mismo. Siempre se sorprenden.

Amaneció. La sangre que adornaba sus rostros se hizo visible. Evy podía sentir la
presencia seca de unas cuantas gotas en su piel, aquellas que no se había molestado en
limpiar.

Tom regresó para colocarse en su antiguo lugar en la fila. El suave rugido de un


motor llenó el aire, la tierra vibró bajo sus pies por unos segundos hasta que el
aerodeslizador se elevó para internarse en el cielo.

—Bien —, la voz del Jefe llamó la atención de todos. El hombre caminó despacio
hasta colocarse frente a ellos —. En general lo hicieron bien. Evy, creo que rompiste tu
récord —. Una sonrisa apareció en la cara de ella, la borró tras un asentimiento —. En
cuanto a los demás…

No era como si no supieran en dónde se habían equivocado, cada error estaba


marcado sobre su piel con su propia sangre, podían sentir el ardor de un movimiento mal

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realizado aunque intentaran ignorarlo. Sin embargo, lo único que sentía Evy era cierta
decepción. En el fondo había esperado que el temible jefe de la mafia le diera más pelea, en
el fondo le habría gustado ver qué tan capaz habría sido de soportar un puñetazo de su
parte, una patada, definitivamente algo más que insultos.

Pasó la vista hacia sus compañeros, si bien los errores eran visibles, también lo eran
las evasiones y ataques bien realizados, esos se veían dentro de sus ojos, en ese brillo de
satisfacción que los había acompañado desde que eran niños, el cual habían aprendido a
disimular. No era bueno demostrar alguna emoción frente a un superior cuando te evaluaba.
No era bueno mostrar alguna emoción.

Su atención regresó al Jefe. Ya estaba acostumbrada a su postura firme y a la fuerza


que era capaz de inyectarle a sus palabras cuando era necesario, pero sin importar cuántas
veces adoptara esa actitud, su figura le seguía imponiendo. Había cierta pesadez en su
mirada que provocaba que todos bajaran la cabeza y escucharan. Él no gritaba, no lo
necesitaba para mantener el orden y dejar claro su cargo. Evy sólo recordaba haberlo
escuchado gritar hace años, se había asustado tanto que el calor en sus manos la abandonó
al igual que toda pizca de coraje.

—Hay que regresar.

La línea horizontal que habían formado frente a él se deshizo después de un


asentimiento. Ya no había necesidad de esconder las sonrisas que habían estado queriendo
esbozar. Evy incluso se estiró y se soltó el cabello que cayó por su espalda hasta casi llegar
debajo de su busto, el dorado contrastaba con el negro de su uniforme. Se pasó una mano
por la cabeza y arrugó el ceño al sentir la aspereza de la sangre que se había secado hace
varios minutos. Rascó intentando separar los mechones de su cabello, pequeños copos rojo
oscuro cayeron hasta dar al suelo.

—Sí, odio cuando eso pasa — Skylar apareció de pronto a su lado, tenía una mano
sobre la franja de sangre que cubría su mejilla, también intentaba limpiarlas sin ningún
resultado.

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—No tanto como yo — Evy dejó caer la mano hasta dejarla reposar sobre el mango
de sus armas.

Mientras avanzaban, Evy lo miró de reojo, buscando alguna señal de que estuviera
lastimado, sus piernas parecían estar bien, sus pies se plantaban sobre el suelo con más
pesadez, permitiendo escuchar el susurro del pasto contra la suela de sus botas. Eso está
mal. Lo inspeccionó con rapidez hasta que dio con una cascada pequeña de brillo que
bajaba por su brazo izquierdo. Estuvo a punto de hablar, pero Sky la interrumpió.

—Rompiste tu récord, ¿eh?

Las esquinas de los ojos verdes de Sky se arrugaron cuando sonrió. El corte en su
mejilla había dejado de sangrar, cubría los dos lunares pequeños que bajaban por su pómulo
en diagonal, era como si el criminal hubiera intentado jugar a unir los puntos. Evy sacudió
la cabeza al momento en que una sonrisa ligera se abría paso por sus labios.

—Eso dijo el Jefe.

—¿De cuánto era el otro?, ¿treinta y ocho segundos?

—Treinta y nueve.

Sky alzó las cejas y tensó los labios. El chico se pasó una mano por su cabello rubio,
despeinándolo aún más de lo que ya estaba. Evy escuchó los pasos de Circe segundos antes
que a su voz cantarina.

—¿Crees que te vaya a dejar marca? — preguntó la chica mientras se metía entre
ellos, señaló con un movimiento de cabeza el corte de Sky.

—Es demasiado superficial — contestó él —, se quitará en unas horas si me pongo


del gel.

—La mía llegó para quedarse.

Circe apuntó a su rostro con un dedo índice que carecía de punta, para Evy, la
sangre que sobresalía de su mano la impresionó más que la de su cara. Tenía un corte que
subía en diagonal desde su mentón hasta su pómulo derecho; había sido demasiado lenta al

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esquivar el sai de su contrincante y uno de sus filos exteriores se abrió paso por su piel. No
era una herida profunda, pero le dejaría una huella que si bien marcaba su incompetencia,
también indicaba que había peleado con alguien que la igualaba y había resultado
victoriosa. Sin embargo, la mutilación en el dedo no era algo para estar orgullosa.

—¿Dejaste que te cortaran el dedo? — Chad apareció de la nada, sus cejas gruesas
se fruncieron con preocupación al ver la mano de Circe.

—Ya saben que nunca he sido buena contra los sais — La emoción de Circe
comenzaba a desaparecer de su voz, su mano temblaba un poco y Evy notó que se había
aplicado del gel que cargaban con ellos, podía ver un poco de la plasta transparente que no
se había mezclado con la sangre. Mínimo pensó rápido —. Además, aquí lo tengo.

Circe sostuvo con su mano izquierda la punta cercenada de su dedo. La sangre no


permitía ver el hueso, pero se podía ver que fue un corte limpio debido a que la carne se
había separado sin desgarrarse, la punta de la uña empezaba a amoratarse, al igual que el
resto del dedo que aún quedaba en la mano de su compañera.

—De menos tendré una nueva cicatriz — continuó Circe —. Seré más llamativa que
Evangeline.

Evy frunció un poco los labios para luego extenderlos en una sonrisa. Su cara no
tenía más cicatriz que la que se asomaba por la base de su mandíbula, hecha hace tanto
tiempo que había dejado de ser lo primero que llamaba la atención de sus facciones.

—Sigue soñando — la rubia le dio un empujón a su compañera, cuidado de no tocar


sus costillas con demasiada fuerza, sabía que aún se estaba recuperando del entrenamiento
del día anterior.

—Tienes que empezar a ponerte metas más realistas, Cis — Chad sonreía con
malicia, el destelló de un diente de metal se coló por entre sus labios.

Evy sólo asintió con la cabeza, al igual que Sky, mientras refrenaba una risa. No
entendía cuál era la necesidad de Circe por resaltar más que ella. Su piel apiñonada, llena
de cicatrices, sus ojos cafés y su cabello rizado, corto y oscuro le facilitarían pasar

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desapercibida más adelante, cuando terminaran su entrenamiento. Entonces sería Evy quien
tendría dificultades.

Unas risas secas los recibieron más adelante; habían llegado a la camioneta en
donde el Jefe los esperaba en el asiento del copiloto, era el turno de Phillip para manejar y
el mango de su nodachi destacaba de la funda en su espalda. Circe aceptó la mano que
Tom le tendió para subir a la parte trasera de la camioneta y se sentó a su lado. Evy subió
sola y tomó el último asiento disponible en la orilla; los ojos de primavera de Skylar la
miraron debajo de un ceño ligeramente fruncido, abrió la boca como queriendo decir algo,
pero cuando escuchó el motor encenderse se encogió de hombros y se sentó entre ella y
Aaric, quien limpiaba el filo de una de sus hachas mientras participaba en la conversación
que Circe había iniciado.

—A esta altura ya no debería emocionarte una cicatriz, ya no tenemos diez años —


Aaric negaba con la cabeza, el cabello pajizo oscurecido y pesado por la sangre.

—Dices eso porque tú no tienes cicatrices en la cara.

—No las tengo porque soy mejor que tú.

Una exclamación escapó de los labios de todos, menos de los de Circe, que se
habían detenido a medio comentario. La discusión no tardó en empezar después de eso,
pero Evy dejó de escuchar apenas comenzaron a molestarla por su dedo cortado. Buscó en
uno de sus bolsillos y sacó un pedazo de tela, sus manos sostuvieron una vez más sus
tessens; extendió uno de los abanicos en su regazo, el metal plateado y la tela azul marino
tenían huellas rojas que Evy empezó a limpiar. Miró los grabados de rosas y espinas que
tenía cada soporte, allí era donde la sangre se refugiaba y de donde más trabajo le costaba
sacarla.

—¿No pudiste esperar al Cuartel? — Skylar la miraba trabajar, tenía una pequeña
sonrisa divertida en los labios —. Los años pasan y sigues igual de ansiosa después de un
combate.

—¿Yo, ansiosa? — Evy levantó los ojos para mirar a los de su compañero, luego los
bajó hacia el pie derecho de Sky, el cual no paraba de subir y bajar —. ¿Y eso qué es?

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Sky bajó la vista y medio borró su sonrisa, negó con la cabeza y dejó de mover el
pie; cambió de postura hasta recargarse bien contra la pared del vehículo.

—Algún día te voy a ganar aunque sea una discusión.

Evy siguió sonriendo mientras limpiaba sus armas, al final decidió que tenía que
esperar para poder quitar la sangre como era debido. Miró hacia su derecha, por la abertura
en la camioneta pudo ver el camino que dejaban atrás, la manera en la que los árboles poco
a poco se hacían más escasos, y en cómo el suelo de tierra y pasto le abría paso a uno hecho
de concreto.

Cerró los ojos y se recargó contra el interior de la camioneta. Respiró hondo.


Después del subidón de energía de la pelea sentía su cuerpo calmado; sin embargo, sus
manos se hallaban cerca del mango de sus tessens que ya habían vuelto a enfundar, y sus
oídos se mantenían alerta. Escuchaba a sus compañeros hablar sobre los entrenamientos y
sobre el grupo de novatos que acababa de ingresar; también escuchaba el motor del auto y
la manera en que las llantas se movían contra el terreno.

Casi era capaz de visualizar la gran entrada disfrazada de muralla, las cámaras que
identificaron el rostro del Jefe detrás del parabrisas para darles paso hacia el Cuartel.

—Hoy regresa, ¿verdad? — la voz de Sky hizo que abriera los ojos de nuevo.

Evy sonrió y asintió.

—¿Quién? — Chad los veía desde el otro lado de la camioneta.

—Sombra — contestó Evy.

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III

Las paredes blancas le lastimaban los ojos. El ala médica era el único lugar en el Cuartel
que poseía colores tan claros; a Evy nunca le gustó ir allí. No le gustaba estar en un lugar
donde no podía esconderse entre las sombras de las paredes como le habían enseñado,
además, jamás se acostumbraría al olor a antiséptico. Podía lidiar con el olor metálico de la
sangre, con su calidez y ardor, pero no con la limpieza penetrante de esa ala. Arrugó la
nariz en cuanto entró.

—¿Alguna herida grave? —. Una mujer de mediana edad con el cabello apretado en
un moño alto y con uniforme rojo aparentemente impecable se les acercó; su voz sonó
monótona mientras miraba algo en la tableta que llevaba en las manos —. Ya saben qué
hacer si no.

—Tú siempre tan amable, Karen —, dijo Mateo mientras pasaba cojeando a su lado,
su pierna iba dejando un rostro de gotitas de sangre.

Karen miró el camino pequeño de sangre y suspiró. El blanco no era práctico en ese
lugar. Las toallas rojas tenían sentido, al igual que los uniformes de los médicos, ¿por qué
no simplemente pintar las paredes del mismo gris apagado que tenía todo el Cuartel?, ¿por
qué no cambiar los pisos por unos más oscuros?

Se molesta porque casi nunca la necesitamos, pensó Evy. Sería mucho más feliz si
un día apareciéramos con medio brazo colgando. Circe pasó a su lado con una sonrisa
cerrada, sólo tuvo que levantar la mano para que Karen la llevara a un cuarto privado, Evy
pudo ver un brillo en los ojos de la doctora. Al menos siempre puede contar con Circe.

Escuchó que sus compañeros se dirigían hacia los estantes donde estaban todos los
instrumentos médicos, ella fue hacia el lavabo más cercano, se limpió la sangre que tenía en
las manos y en la cara. Vio su reflejo difuminado en una bandeja metálica. La sangre en el
cabello tendrá que esperar.

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La llave del lavabo volvió a abrirse, esta vez Jason era quien lo ocupaba, se había
arremangado, y revelando poco a poco las cicatrices en su piel.

—¿Ninguna nueva? —, le preguntó Evy.

—No desde hace semanas —. Jason seguía ocupado lavándose la sangre —. La


última me la hiciste tú.

—Eso te pasa por lento —. Se encogió de hombros.

Jason arqueó una ceja, la que tenía una línea blanca que interrumpía la presencia del
negro, y medio sonrió. Se secó los brazos con la toalla roja más cercana.

—¿Tengo que volver a recordarte el adornito que tienes en tu mandíbula?

Evy se llevó la mano a su cicatriz por mero reflejo, acarició distraídamente la


irregularidad en su piel, ya casi no se sentía, pero Jason aprovechaba todas las
oportunidades que tenía para hacerla notar.

—Directo a la yugular. Antes aguantabas más.

—¿Qué quieres que te diga? —. Jason miró de reojo una de las bandejas de metal
vacías, no había sangre en su rostro —. Te veo luego.

Sin volver a mirarla, se dio media vuelta y salió a paso decidido, esquivando con
facilidad a un doctor que caminaba muy concentrado en su tableta. Evy negó con la cabeza
y se dirigió hacia donde estaban sus compañeros.

—Creo que se me zafó un poco el hombro —, dijo Chad flexionando con cuidado
su brazo derecho.

—No creo. Déjame ver —. Louise se acercó a él, se quitó de la cara un mechón de
cabello café y lo colocó detrás de su oreja, revelando un piercing industrial en la parte
superior.

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—Sólo quiere presumirte sus músculos otra vez —. Circe les sonrió con diversión,
acababa de llegar y se dirigió de inmediato hacia el espejo más cercano para cerrar el corte
en su cara, su dedo estaba como nuevo, a excepción de la línea rojiza que lo rodeaba.

Chad le dio una patada no tan suave a Circe, ella rió. Louise ya se hallaba detrás de
él, revisando la supuesta herida.

—Sólo vas a tener un gran moretón.

—¿Crees poder vivir con eso? —. Evy entró con una sonrisa.

Chad la miró y fingió reírse, para luego enseñarle el dedo medio. Evy pasó de largo
y fue con Skylar, su compañero se había quitado la chaqueta e intentaba alcanzar con el
sellador un corte en su omoplato.

—Te ayudo —. Evy se acercó y le quitó el sellador de la mano. Dirigió el


instrumento hacia la herida y la cerró de inmediato —. Listo.

Dejó el sellador en una de las mesas metálicas, Sky se volteó para tomar su
chaqueta de la cama en donde la había dejado, estaba a punto de ponérsela cuando notó que
Evy lo veía.

—¿Qué?

—Tu brazo.

Sky bajó la vista sobre su brazo izquierdo, en donde se hallaba un tatuaje con una
fecha en números romanos, ahora también había una línea en diagonal que lo atravesaba, la
herida estaba recién cerrada y distorsionaba un poco el diseño.

—Casi parece karma, ¿no? —. Sky sacó una sonrisa pequeña y se puso la chaqueta
rápidamente — Eso me pasa por no seguir las reglas.

—Es una lástima. Me gustaba mucho.

—También a Seth —. Dejó de mirarla, se concentró en subir el cierre de su


uniforme —. Él fue quien me convenció, después de todo.

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—Lo extrañas, ¿verdad?

Sky no respondió, pero Evy no necesitaba sus palabras para saber lo que sentía. El
chico se quedó mirando sus manos por unos segundos antes de volver a colocarse el
cinturón del que colgaba su katana.

—También yo —. Le puso una mano en el hombro, dándole un cuidadoso apretón.

Sky la miró, pero sus ojos se fueron hacia algo detrás de ella. Evy vio sobre su
hombro y distinguió a una figura vestida completamente de negro recargada en el marco de
la puerta. Sonrió. Evy le dio un último apretón en el hombro antes de darse media vuelta y
seguir a Sombra hacia el pasillo.

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IV

Apenas salió por la puerta lo buscó con la mirada. Sombra caminaba rápido y con pasos
que no hacían ruido, pero lo encontró en la vuelta al final de uno de los pasillos menos
poblados, recargado en una esquina poco iluminada; la manera en la que estaba parado
dejaba ver que estaba listo para moverse en cualquier dirección, o para confundirse entre
las escasas sombras.

Evy se colocó a su lado, la espalda contra la pared y con su hombro apenas rozando
el suyo. Se miraron y Sombra le sonrió abiertamente, revelando el tenue brillo de un
colmillo metálico.

—Escuché que rompiste tu récord.

—Quería decírtelo yo… —. Evy desvió la vista, seguía sin saber, a pesar de los
años, si amaba u odiaba su capacidad para enterarse de todo —. Roy Darren.

—Oh… el rey del ímpetu —. Alzó las cejas y asintió, su sonrisa seguía presente,
ahora reflejaba orgullo —. Sus drogas causaban demasiados problemas; su grupo tardará en
organizarse con él muerto, si es que pueden. Le cortaste la cabeza a la serpiente.

Evy sonrió de lado mirándolo de reojo; Sombra rió asintiendo. Ella aún no podía
comprender de dónde sacaba tantas sonrisas y buen humor. No era común ver a alguien
mayor de treinta años con una actitud tan liviana. La gran mayoría de los militares que
habían completado su entrenamiento se volvían serios y raramente tenían tiempo o voluntad
para mantener otra cosa que no fuera una expresión neutral. Si bien Sombra no tenía un
cargo como tal, todos sabían de lo que era capaz, habían escuchado las historias que
contaban de él; los cadetes hablaban de ellas cuando escuchaban a algún superior contar un
fragmento, era común ver a los novatos mirar con cierto temor a Sombra cuando este
acompañaba al Jefe o al general Shelton; había algunos que incluso cambiaban
precipitadamente de camino.

Aunque era difícil relacionar al hombre que tenía delante con la leyenda, a ella
siempre se le había presentado lleno de sonrisas y comentarios sarcásticos que la hacían

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querer reír; pero eso no significaba que no supiera el grado al que llegaban sus habilidades;
él era uno de los que la habían entrenado, después de todo.

—¿Qué tal los demás?

—Con algunos descuidos. —. Evy se encogió de hombros — Heridas menores que


dejarán marca, pero Jason y Aaric salieron ilesos.

—Ya era hora —. Su sonrisa se hizo más chica hasta casi desaparecer, aunque sus
ojos almendrados y oscuros seguían brillando — ¿Qué tal Sky?

—Su tatuaje quedó arruinado.

—A Bennett le dará gusto saber eso.

—Aunque no lo creas, el Jefe fue muy comprensivo cuando se lo hizo.

—Tienes razón, no le arrancó la piel.

Sombra alargó el cuello de lado, sobre su piel bronceada y plagada de líneas


blanquecinas causadas por diferentes armas, se hallaba un rectángulo pequeño, justo donde
el cuello se unía la mandíbula del lado izquierdo, la piel allí era visiblemente más nueva,
de un tono más claro y de textura más tersa. Ése era el lugar en donde había estado un
tatuaje, una marca de que su cuerpo le había pertenecido a alguien más. Si los rumores eran
ciertos, había sido él mismo quien se había quitado aquella marca bajo las órdenes del
general Shelton. Aunque lo habría hecho sin que nadie se lo dijera.

—No, sólo lo mandó a pulir todas las armas como a un niño.

Un castigo humillante, pero indoloro. El Jefe no es como los otros generales.

Escucharon los pasos y voces de un grupo de personas acercándose; Evy tocó por
instinto el mango de sus tessens, y sintió que Sombra hizo lo mismo con uno de sus kunais.
Unos cadetes pasaron frente a ellos, estaban concentrados en su plática y sus sentidos aún
no habían sido entrenados para mantenerse en vigilancia; casi por accidente uno de ellos,
un muchacho de unos doce años, volteó a verlos; abrió mucho los ojos y dio un par de
codazos a sus acompañantes, estos también voltearon. Se detuvieron por un segundo, sin

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saber cómo reaccionar, antes de recomponerse y asentir respetuosamente para luego
continuar su camino a paso apresurado.

Cuando se aseguraron de que no podían oírlos, Evy y Sombra soltaron una pequeña
carcajada.

—¿Qué les habrán contado de nosotros?

—Probablemente que tú cortas cabezas a diario y que yo soy un demonio —.


Sombra alejó su mano del kunai que llevaba enfundado en las costillas —. Lo usual.

—Lo usual.

Un brillo proveniente de la muñeca de Sombra hizo que ambos cambiaran la


dirección de su mirada. Sombra tensó los labios y apretó un botón del reloj que llevaba
puesto y una pantalla azul apareció proyectada de inmediato. Sombra leyó con rapidez,
bajando la información en la pantalla con un movimiento de su otra mano; Evy alcanzó a
leer palabras como “Navent” y “objetivo”. Quieren que salga del territorio otra vez.

—Esos desgraciados… —. Sombra habló por lo bajo, pero Evy lo escuchó


perfectamente. Apagó la proyección y se despegó de la pared, intentó volver a sonreír —.
¿Te acompaño a la sala de entrenamiento?

—¿Cuándo te vas? —. Evy se colocó a su lado mientras empezaban a caminar por


el pasillo.

—En unas horas.

—Pero si acabas de llegar…

—Ya ves cómo son estas cosas —. Sombra dio un pequeño suspiro y negó con la
cabeza—. Ahora quieren que vaya a Navent.

Grecia, querían que fuera a Grecia. A pesar que todo el mundo comenzaba a usar
una vez más los nombres que los países habían tenido antes de la guerra, los militares se
negaban a dejar ir aquellos nombres clave. Se decía que los mantenían por tradición, para
recordar aquella época violenta de la humanidad.

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—¿Quién es tu objetivo?

Sus pasos los llevaron rápidamente a las puertas de la sala de entrenamientos;


mientras caminaban las personas se iban haciendo a un lado, dándoles un asentimiento y
apresurando su paso, de la misma manera que habían hecho esos cadetes jóvenes. Sombra
se colocó delante de ella y le sostuvo la puerta para que pasara, Evy no se movió, todavía
esperaba una respuesta.

—Te lo diré cuando regrese —. Sombra le sonrió una vez más, le colocó con
cuidado un mechón rebelde de cabello detrás de la oreja—. Trata de no extrañarme
demasiado.

Evy rodó los ojos y pasó por la puerta, se dio media vuelta para mirarlo por última
vez.

—Y tú trata de que no te maten.

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V

Bennett presionó su mano contra el lector que se hallaba al lado de la puerta, el reloj en su
muñeca no había dejado de brillar desde que llegó al Cuartel, el mensaje había sido simple:
se requería su presencia en la junta que se había convocado.

La puerta se abrió y notó que era el último en llegar. Shelton lo miró de inmediato,
sus ojos negros hacían juego con su uniforme; la cicatriz que le cruzaba la cara deformó la
pequeña sonrisa que había intentado esbozar, esta ascendía desde su quijada hasta llegar al
nacimiento del cabello oscuro, sólo contrastado por las canas que comenzaban a subir por
sus patillas. Sus manos endurecidas y llenas de líneas blanquecinas estaban sobre la mesa
metálica, Bennett podría apostar a que había estado tamborileando con los dedos mientras
lo esperaba.

—Bennett, finalmente nos honras con tu presencia —, el sarcasmo acompañaba


cada palabra de Shelton.

—La prueba se extendió más de lo normal.

Tomó asiento y escaneó la habitación. Las paredes eran plateadas, estaban cubiertas
por una capa de metal que escondía gabinetes secretos donde las armas esperaban a ser
utilizadas en caso de emergencia; había sensores poco visibles al lado de cada uno para
autorizar la acción; el piso, de un gris más oscuro, estaba hecho para que los pasos de las
personas poco entrenadas resonaran, había trampas de presión que Bennett identificó al
instante, pero que delatarían a cualquier intruso. La mesa era lo que ocupaba más espacio,
de un color más luminoso que las paredes, lo suficientemente grande para cuatro personas,
aunque sólo dos de las sillas estaban ocupadas.

Cuando sus ojos se clavaron en Tamara, esta no le dedicó más de un segundo de su


atención; llevaba su cabello echado hacia atrás, apenas llegándole debajo de las orejas,
revelando la falta de su lóbulo derecho; el café de sus ojos combinaba con el de su cabello,
el tinte escondía su rojo natural, Bennett extrañaba ver ese destello de color.

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—Si ya estamos todos… — comenzó a decir ella.

—Las cosas se salieron un poco de control.

Bennett volteó a ver a Shelton, sus cejas se fruncieron mientras esperaba una
explicación. Shelton se rascó la mandíbula, justo al lado de su cicatriz.

—Los rebeldes están siendo cada vez más atrevidos. Atacaron una de las ciudades
recién recuperadas y asesinaron a la doctora Riley hace unas horas.

De la mesa salieron proyecciones de imágenes y videos del ataque: hombres


enmascarados con espadas en las manos matando civiles. Secuestrando a otros pocos, no
intentaban esconderse entre las pocas sombras que quedaban de la noche, ni siquiera les
interesaba resguardarse de las cámaras de seguridad, había algunos que incluso miraban
directamente a estas mientras degollaban a un civil. Un hombre con máscara roja apareció
en pantalla, acababa de salir de una de las casas y llevaba a una mujer mayor a rastras, ella
no se resistía y Bennett notó que una de sus piernas estaba doblada en un ángulo
antinatural, mientras que la otra exhibía un corte limpio detrás de la rodilla, el enmascarado
la tomó del cabello plateado, la apuntó hacia la cámara principal y le abrió la garganta con
un movimiento. El video se detuvo.

—No merecía ese final —. Tamara se tensó en su silla —. No después de todo lo


que hizo por el mundo.

—Las personas difícilmente obtienen lo que merecen —. Los ojos de Shelton


estaban fijos en el cuerpo de la doctora, su mente estaba trabajando en planes de
contraataque.

Bennett también observó la imagen, cómo la sangre había comenzado a salir del
cuello. Pensó en la facilidad con la que el filo de la espada se debió haber deslizado por su
piel delgada a causa de la edad, en la impotencia y miedo que debió sentir minutos antes,
cuando le arrebataban la posibilidad de salir huyendo con un golpe y una estocada en las
piernas. Tamara tenía razón, la doctora no merecía morir así, sus investigaciones habían
acelerado considerablemente la limpieza de radioactividad en el ambiente, había puesto su
vida en riesgo e incluso había contraído cáncer en los huesos décadas más tarde. La primera

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ciudad en ser recuperada en su territorio, muy cercana a lo que había sido Canterbury, se
había convertido en su hogar. Qué destino tan cruel, pensó Bennett, ser asesinada en la
ciudad que ayudó a salvar.

—¿Tienen a los responsables?

—Enviamos a Sombra a que se encargara de ellos —. Shelton apagó el proyector.

Entonces morirán pronto. Se irguió, estuvo a punto de levantarse, pero las miradas
de Tamara y Shelton lo detuvieron en el acto. Una de sus cejas se arqueó sugiriendo un
signo de interrogación. Miró alternadamente a sus superiores.

—¿Algo más que quieran decirme?

—Se ha tomado una decisión respecto a tu grupo, Leo — empezó a decir Tamara,
Bennett se tensó de inmediato, nunca era una buena señal que lo llamara así —. Sobre la
prueba final.

—Iremos con el plan de selección.

Miró con brusquedad a Shelton, no fue capaz de detener la sorpresa de llegar a su


cara; sintió cómo se le aceleraba el corazón dentro del pecho. Lo miró, incrédulo, por unos
segundos, luego se forzó a romper la tensión con una risa seca mientras negaba con la
cabeza.

—Ese plan era una locura extremista. No puedes… no pueden estar hablando en
serio.

Los ojos de Bennett cambiaban entre Shelton y Tamara, esta última lo dejó de ver,
sus pestañas bajaron hasta quedar frente a la mesa. La sonrisa desapareció de los labios de
Bennett. Se irguió en su asiento.

—No lo haré.

—¿No acabas de ver lo que pasó? —. Shelton lo miró con severidad, luego suavizó
sus facciones fingiendo comprensión —. Es necesario. Necesitamos a los mejores y esta es
la manera más efectiva de lograrlo.

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—Descartamos ese plan hace años porque sería asesinar nuestro honor por mera
paranoia, no puedes….

—Dejó de ser paranoia hace meses, Leo —. Tamara volteó a mirarlo, todo rastro de
simpatía había desaparecido de su rostro —. Los rebeldes han asesinado a demasiadas
personas, sus ataques cada vez ponen en riesgo a más civiles, hay reportes de que incluso
han intentado entrar a nuestras bases en Alco. Debimos haber actuado hace semanas.

—El plan de selección no tiene sentido —. La voz de Bennett se endureció, Tamara


no apartó la vista, pero sí tensó los labios —. Todos mis cadetes son igual de buenos, todos
están igualmente capacitados. Los he entrenado durante toda su vida para ser de élite, no
hay soldados mejores que ellos y lo saben. No es necesaria esa maldita prueba.

Bennett volvió a recargarse en su asiento, se había elevado sobre la mesa sin darse
cuenta, su mano sujetaba el mango de su arma, sus nudillos estaban casi blancos. Notó la
frialdad de los ojos de Shelton clavados sobre él, mirando primero con desaprobación su
mano, y luego fijándose en su cara. Bennett soltó su arma, de repente apenado. Escuchó
cómo Shelton respiraba hondo, claramente molesto por su insubordinación. Aún sentía los
ojos de su superior sobre él como una puñalada. Se conocían de toda la vida, Bennett era
más que capaz de saber cuándo no iba a hacerlo cambiar de opinión, pero se sorprendió
siendo incapaz de dejar de luchar.

—No puedes pedirme esto, Fred —, sin querer dejó escapar parte de su
vulnerabilidad, tanto en su mirada como en su voz —. Va en contra de todo lo que
defendemos. No puedes… —. Las palabras salían con más dificultad —. Tom está en mi
grupo, mi hijo… — .Volteó a ver a Tamara — nuestro hijo.

—Si hiciste bien tu trabajo no tendremos que preocuparnos por él.

Miró a su ex esposa, la decepción se deslizó por su pecho, mientras que sobre el de


ella las diez placas de su cargo parecían brillar. Apretó la mandíbula con fuerza, Shelton se
frotó la sien. Bennett volvió a mirarlo.

—No hay forma de convencerme.

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—No tengo que convencerte, Bennett —, su voz tenía la frialdad del acero —, sólo
tengo que ordenarte —. Shelton se levantó, empujando su silla y apoyando ambas manos en
la mesa, sus ojos estaban fijos en los de Bennett —. Prepara a tu grupo y espera nuestra
indicación.

Bennett le sostuvo la mirada, pero tras unos segundos la oscuridad venció al mar;
apretó su puño debajo de la mesa, deteniéndolo de volver a posarse sobre el mango de su
espada. Apartó la mirada, fijándola en el hombre de la máscara roja que le había cortado la
garganta a la doctora Riley.

—Permiso para retirarme, señor.

—Permiso concedido.

Se levantó, sentía su cuerpo tenso a cada paso, a cada movimiento de músculo; tuvo
que detenerse un segundo a pensar en dónde debía colocar sus pies para no activar las
alarmas. Antes de salir volteó sobre su hombro lo suficiente para encontrar la mirada de
Tamara, le bastó sólo ese segundo para darse cuenta de que ya no la reconocía.

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VI (incompleto)

Jason flexionó los dedos de su mano izquierda, le molestaba la tensión en sus músculos y
no paraba de regañarse por no haber detenido el agarre de Evy a tiempo. Sólo él sobrevivía
un combate a muerte con un asesino serial para ser lastimado minutos más tarde por su
compañera en un simple entrenamiento.

—Te los pude haber roto — Evy se había encogido de hombros, Jason vio que su
pómulo derecho comenzaba a hincharse. Era lo más cercano a una disculpa que iba a
obtener de ella.

Cruzó su habitación con el cabello aún mojado por la ducha. Se sentó en su cama
para ponerse las botas que había dejado a su lado, mientras se las anudaba, el rumor de la
televisión flotaba en el aire. La había encendido con la esperanza de que las noticias
cambiaran finalmente de tema, pero no, seguían hablando de las ciudades recuperadas.

—… por primera vez en más de setenta años los turistas podrán conocer la Torre
Eiffel y otros monumentos emblemáticos de París que fueron recientemente reconstruidos
tras los daños que sufrieron durante la Guerra Final —. La presentadora tenía una sonrisa lo
suficientemente amplia para dejar ver su molar metálico; Jason rodó los ojos al verlo, como
si de verdad se lo hubiera ganado —. Las autoridades aseguran que París está cien por
ciento libre de radiación y que el aire es completamente respirable, otras ciudades que…

Apagó la televisión antes de salir. Seguía sin saber por qué perdía su tiempo viendo
las noticias; si pasara algo importante de lo que tuviera que enterarse estaba seguro de que
el Jefe se lo diría mucho antes de que saliera al aire.

Caminó hacia el pasillo que comunicaba su sala con el resto del Cuartel, allí una de
las paredes era transparente, por lo que dejaba ver el exterior. El sol ya estaba en lo alto del
cielo, cubierto de nubes grisáceas, algunas limpias, otras hechas de contaminación. Las
puertas subterráneas estaban abriéndose en el patio, un aerodeslizador salió por ellas y se
elevó hasta perderse en la distancia; vio a un grupo de reclutas jóvenes corriendo detrás de

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su superior, la distancia entre ellos era absurdamente larga. Apenas están empezando, tuvo
que recordarse para dejar de verlos como si fueran inútiles.

Más allá del patio se hallaba el bosque, los árboles creaban un perímetro natural que
fue plantado en los primeros intentos de reforestación después del Tratado de Paz, habían
sido alterados por los científicos para que crecieran más rápido de lo normal, por lo que, si
uno se encontraba frente a ellos, tenía que alzar la cabeza y dar un par de pasos atrás si
quería ver sus copas. También había escuchado decir una vez a una comandante que antes
de la guerra solían ser mucho más verdes, mucho más llenos de vida, pero Jason encontraba
difícil creerle, después de todo, ella no había estado ahí para comprobarlo.

Doblando la esquina se encontró con el General Shelton, quien hablaba con otro
hombre vestido como militar; sin embargo, su uniforme era diferente. En lugar de negro
acostumbrado, la tela era de un verde opaco y carente de vida. El hombre tenía la piel
morena, ojos pequeños color café, el puente de su nariz se inclinaba hacia abajo y sus labios
estaban tensados en una sonrisa cortes. Llevaba el cabello corto, rapado a ambos lados, y
entre la oscuridad de esta, había pequeños destellos plateados.

Jason se fijó en las estrellas de bronce que reposaban en sus hombros, y en las
medallas que había sobre su pecho, de las cuales dos le llamaron la atención: la primera
poseía una bandera roja, blanca y verde, en medio tenía un escudo pequeño con un águila
comiendo una serpiente; la segunda era completamente blanca a excepción de la rama de
olivo dorada que se encontraba en su centro.

Iba a continuar con su camino, sólo se detuvo el tiempo suficiente para asentir en
muestra de respeto, pero la voz del General Shelton lo detuvo.

—Bennett — se había girado lo suficiente para verlo, el otro hombre hizo lo mismo
—. Acércate — Cuando lo hizo, el General intentó esbozar una sonrisa —. Quiero que
conozcas al Comandante Rodríguez, viene en una misión diplomática de México.

México, el único lugar que se había negado a adoptar un nombre clave militar.
Jason estuvo a punto de asentir, pero el Comandante le ofreció su mano derecha, Jason se
fijó en que no tenía cicatrices visibles, la estrechó con firmeza.

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—Comandante Cruz Rodríguez — Tenía una voz potente, aunque su acento era casi
imperceptible, cuando sonrió, las esquinas exteriores de sus ojos se arrugaron. Lo soltó —.
¿Bennett?, ¿eres uno de los hijos de Cornelius Bennett?

—No — contestó Jason, un poco más rápido de lo que le habría gustado —. Mi


apellido es Barrick — Al ver que las cejas oscuras del Comandante se fruncían, continuó
—. Tomé el apellido del Coronel Bennett mientras termino mi entrenamiento.

—¿Qué ya no estás un poco mayor para eso?

—Jason forma parte de uno de nuestros grupos de élite — intervino el General,


mirando fijo al Comandante con sus ojos negros, sus ojos cambiaron de objetivo hasta
llegar a Jason y sonrió —. Es uno de nuestros cadetes más prometedores.

Intentó reprimir su sonrisa, pero no pudo evitar que se escapara por las comisuras de
sus labios.

—Sus jerarquías son un lío — el Comandante se rió por lo bajo, lo que se ganó una
mirada de dureza por parte del General, que él ignoró por completo. — Mucho gusto,
Barrick —. Volvió a sonreír, Jason no vio ningún diente metálico, era raro no verlos en
alguien con un rango tan alto, en alguien tan viejo. El Comandante continuó en español —.
General, ¿qué tal si continuamos?

—Por supuesto — contestó en la misma lengua, su acento se notó en cada letra.

El General Shelton se hizo a un lado para dejar pasar al Comandante, algo tan
insólito que Jason frunció el ceño apenas le dieron la espalda. Un General jamás le cedería
el paso a alguien con un rango inferior, por lo que Jason supuso que la misión el
Comandante debía ser de prioridad alta. Por la distancia que guardaban el uno del otro, que
era más de la acostumbrada entre dos personas que hablaban de algo, pudo ver que las
cosas no estaban saliendo tan fáciles. Además, la mano del Comandante no dejaba de
acercarse con discreción hacia su cinturón, sólo para regresar a estar en descanso detrás de
su espalda. Buscaba el mango de un arma que no estaba ahí. Sin embargo, en el lado
izquierdo llevaba colgada un arma que Jason no había visto nunca: el mango era más
grueso que el de una katana, estaba forrado de cuero negro; el cuerpo era largo y metálico,

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muy parecido a una tabla, de los lados sobresalían cuchillas pequeñas, hechas de un
material oscuro. Una luz casi indistinguible se hallaba debajo del mando, por lo que Jason
asumió que tenía la misma tecnología recuperativa que los tessens de Evy. Era un arma
capaz de ser blandida, lanzada y recuperada; pero Jason no pudo identificarla, debía de ser
un invento nuevo, o incluso hasta algo propio de su país.

Los vio desaparecer detrás de unas puertas. Jason no pudo evitar preguntarse por
qué, si la tensión era tan perceptible como para querer buscar un arma, el Comandante
Rodríguez no posaba sus manos en la pseudo espada en su cadera, sino en un espacio vacío
en su lado derecho. A menos que… Es un cobarde de fuego.

Pensar eso de un Comandante era algo ridículo, pero Jason tuvo que recordarse que
era de otro país, de otra nación, una que no había sido tan afectada en la guerra como para
prohibir las armas de fuego y condenar a cualquiera que las usara.

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Escena donde se habla de lo que le pasó a Seth y a la familia de Skylar

Su cuerpo se tensó cuando vio a Depossi acercarse, el teniente le dedicó una mirada que
bien pudo haber sido una puñalada en el pecho. Sky se fijó en la cicatriz larga que
contrastaba con su piel oscura e iba desde su frente y pasaba sobre su ojo derecho. El tono
de café que poseía era un poco más claro que el de su ojo izquierdo. Notó cómo arrugaba su
entrecejo, y aún después de que Sky siguió caminando y le dio la espalda, fue capaz de
sentir el peso de su mirada.

—Creo que tendrás que sacarle el ojo otra vez. — Evy también sintió la tensión en
su cuerpo, sus ojos bajaron hasta la mano de Sky, él había tomado el mango de su katana,
lo soltó y se cruzó de hombros.

—Ya no es necesario.

Con una vez le bastaba. Aún era capaz de recordar el impacto del puño de Depossi
contra su cara. Había sucedido hace un año, dos días después de que le dieron las noticias
de Seth.

—¡Tu hermano era un maldito traidor! — le había gritado Depossi mientras


intentaba golpearlo una vez más, Sky lo esquivó tan rápido como pudo, pero un cuchillo
que había fallado en ver le perforó la pierna, apretó la mandíbula por el dolor al momento
en que Depossi retiraba el arma —. ¡El desgraciado mató a Savannah!, ¡la mató, Andreotti,
la mató mientras escapaba como el cobarde que era!

No lo había llamado Bennett, sino Andreotti, el apellido de su familia, el apellido de


su madre. Eso fue lo que provocó que dejara de esquivar y empezara a atacar. Los puños de
Sky pronto comenzaron a pulsarle, había sangre en ellos. Una de sus manos sostenía el
cuchillo que Depossi había llevado, el metal ahora cargaba la sangre de ambos y Depossi se
hallaba tirado en el suelo, apretando los dientes para evitar gritar, tenía una mano en la cara
que intentaba frenar la sangre.

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Un grupo pequeño de espectadores se había formado llenando ambos lados del
pasillo. Sky se apoyó en la pierna, pero cambió el peso de su cuerpo cuando sintió un rayo
de dolor que le recorrió todo el músculo. Se cubrió el corte con la mano, y al hacerlo notó
que el suelo no sólo estaba cubierto con algunas gotas de sangre, sino que había otra cosa.
Una esfera blanca medio cubierta de rojo. Sky se aferró más al cuchillo cuando notó que
había una tira de nervio todavía unida al blanco, el otro extremo había sido arrancado, y un
iris perforado color café lo miraba fijamente.

—¿De verdad? — la voz de Evy lo regresó al presente, Sky dejó de oler la sangre
—. Porque si tú no quieres, puedo hacerlo yo.

Sabía que lo decía en serio, y también sabía que si le decía que sí, el teniente
Depossi se vería forzado a usar dos ojos biónicos antes de que cayera la noche. Negó con la
cabeza e intentó sonreír, pero el recuerdo de las palabras de Depossi había vuelto a su
mente.

—¿Por qué crees que lo hizo?

—Porque es un imbécil incapaz de superar la muerte de su novia — la mirada de


Evy era dura, pero en el segundo en que el azul de sus ojos se encontró con el suyo, su
expresión se suavizó—. Pero no te referías a Depossi.

—Estaba pensando en lo que hizo Seth…

—Aquí no — Evy miró a todos los lados posibles del pasillo antes de tomarlo por la
muñeca —. Vamos.

Caminaron hasta llegar al cuarto de Evy, apenas cruzaron la puerta, Sky se quedó
recargado en la pared. Louise se había quedado entrenando, por lo que solamente estaban
ellos. Las dos camas estaban perfectamente tendidas, las cobijas eran grises, al igual que las
paredes y el suelo. Había un par de sais descansando sobre la mesita de noche del lado de
Louise, mientras que sobre la de Evy se encontraba una botella metálica, seguramente
medio vacía, y tres shurikens. La televisión estaba apagada, frente a esta, la mesa pequeña
de centro tenía una maceta blanca con un cactus, propiedad de Louise; Evy se dirigió a uno

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de los sillones de esa pequeña sala, se quitó las botas antes de sentarse con las piernas
cruzadas debajo de su cuerpo, miró a Sky y movió la cabeza para indicarle que se sentara.

Sky suspiró y fue a sentarse en el sillón de al lado, al contrario de Evy, se sentó con
las piernas extendidas y la espada recargada contra el respaldo, su cuerpo casi sumido.
Sabía que esa no era la postura perfecta, tampoco la más práctica, pero en ese momento no
importaba. Se fijó en la taza de té a medio terminar que había sobre la mesa.

—Tienes un desastre aquí dentro.

—Sólo es una taza — Evy se encogió de hombros —. La llevaré luego. ¿Qué me


estabas diciendo sobre Seth?

Sky se removió en su asiento, durante más de un año se había callado cada uno de
sus pensamientos, sabía que si los decía en voz alta, a quien fuera, sus palabras serían
juzgadas. Por más que en ese momento se escondiera detrás del apellido Bennett, siempre
sería un Andreotti, su familia estaba demasiado marcada por la cobardía y la deserción
como para que pudiera hablar con libertad.

—Nada, lo olvidé.

Evy lo miró con una ceja levantada, ella odiaba que le escondiera cosas. Sky respiró
profundo y tragó saliva. Se llevó una mano al puente de su nariz y lo pellizcó levemente.

—Es que… es que simplemente no puedo creer que haya hecho eso — recargó la
cabeza en su mano. Sintió una especie de vacío en el pecho, las puntas de sus dedos le
hormigueaban—. Sé que estaba actuando raro, pero, ¿aliarse con los rebeldes? No tiene
sentido.

—A veces las personas hacen cosas sin sentido, Sky — la voz de Evy se suavizó en
un intento por ser dulce, pero sus palabras igualmente se sintieron como un golpe— Seth
tomó sus propias decisiones y…

—Y eso provocó su muerte, que lo llamaran traidor, lo persiguieran, que él matara a


dos soldados y que el apellido de mi familia fuera arrastrado aún más.

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—Siempre puedes optar por el apellido del Jefe, o por el de tu padre.

—Así que tengo la opción de quedarme con un apellido de un hombre al que jamás
igualaré, o el de un hombre que se rehusó a seguir el tratamiento médico por puro orgullo y
murió de cáncer, cielos, ¿cómo elegiré?

Sintió algo duro golpearle la cabeza, perdió el enfoque de su vista por un segundo,
pero fue capaz de detener la segunda bota que Evy acababa de lanzarle. Se puso de pie de
inmediato y se llevó una mano hacia su sien. Miró a su compañera con el ceño fruncido,
intentando ignorar su impulso por arrojarle de regreso sus botas. Ella se puso de pie y se
colocó frente a él, sin el pequeño tacón de las botas le llegaba poco más debajo de la nariz.

—Basta, deja de sentir lástima por ti, o de las cosas que hizo tu familia — los ojos
de Evy eran igual de duros que el acero, golpeó con el dorso de la mano su muñeca, Sky se
quitó la mano de la sien —. No exageres, no te pegué tan fuerte.

—Gracias, ahora de verdad me siento comprendido.

Evy jaló aire con fuerza, cerró los ojos un momento y le puso una mano en el
hombro con toda la suavidad de la que fue capaz, la cual de todas formas no era mucha.
Todavía sentía su sien palpitar, medio cerró su ojo para ahuyentar el dolor, Evy sonrió
apenada.

—No soy buena consolando gente, ya deberías saberlo… — apretó los labios, sus
ojos volvieron a fijarse en los suyos—. Pero quiero que sepas que tú no eres ni tu madre, ni
tu padre, ni tu hermano. Tienes la oportunidad de cambiar la forma en que las personas ven
a tu familia.

—Tienes razón, no eres buena consolando gente.

Porque él sabía que no importaba si en algún momento llegaba a tener el cargo de


general, las personas siempre recordarían su apellido gracias a Pía Andreotti, su madre y la
mujer que traicionó al ejército revelando las locaciones de las plantas de limpieza de aire, lo
que atrasó por casi una década la restauración de las ciudades; recordarían su apellido por

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Seth Andreotti, su hermano mayor y el hombre que había estado robando tecnología y la
ubicación de las viviendas de varias personas importantes para vendérselas a los rebeldes.

El reloj en su muñeca se iluminó, Sky abrió la pantalla, pero sólo se encontró con
palabras sin sentido que no paraban de aumentar y avanzar por toda la extensión de la
proyección. Frunció el ceño y maldijo por lo bajo.

—¿Qué es eso?

—Eso es Depossi jodiendo el sistema de mi reloj — Sky intentó cerrar la pantalla,


pero esta siguió flotando frente a él —. ¿Por qué Seth tuvo que matar a la novia de un
teniente de tecnología?, ¿por qué no la de uno de medicina?, esos básicamente no sirven
para nada.

—Subteniente— corrigió Evy —, recuerda que le bajaron el cargo después de la


pelea.

—¿Ves? Eso sirvió mucho más que los golpes.

—Cállate y llévale eso a Elia, ella seguro sabe qué hacer.

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Escena. Thomas visita los lugares donde serán enterrados Circe, Sky, Mateo,
Louise y Phillip.

Estaba despierto en su cama sin poder dormir, todo porque su mente se negaba a dejar ir el
cadáver de Circe. En la oscuridad detrás de sus párpados destacaba el blanco de un hueso
que sobresalía de un brazo, el rojo que se escurría de una garganta. No, no era cualquier
brazo, no quera cualquier cuello, eran los de Circe, cuya sonrisa engreída siempre lo había
sacado de quicio.

Se volteó y apretó los dientes al ver la cama vacía al otro lado de la habitación. La
cama estaba perfectamente tendida, no había ninguna arruga en el edredón y la almohada
estaba derecha y reclinada contra la cabecera.

Había demasiado silencio. A esta hora los ronquidos de Circe ya tendrías que estarle
sacando maldiciones en voz baja. Ahora se maldecía por haber sido el responsable de
callarlos para siempre. Alejó las cobijas con brusquedad y se levantó de la cama. Se puso
las botas y salió del Cuartel.

El aire fresco de la madrugada lo recibió de inmediato. Sus pasos lo llevaron por


los lugares menos poblados, aquellos que estaban desiertos de reclutas o de otros soldados
en entrenamiento. A lo lejos escuchaba sus pasos y sus voces, pero conforme avanzaba, se
iban haciendo más tenues, hasya que lograron desaparecer. Para entonces, el suelo debajo
de sus botas se había hecho suave y fresco, nada que ver con el concreto que rodeaba las
instalaciones del Cuartel.

Los árboles bloqueaban la poca luz que brindaba la luna menguante, de cualquier
forma, las estrellas eran difíciles de ver, por más que intentaran limpiar el aire, aún no
habían avanzado lo suficiente como para apreciar una noche estrellada en su esplendor; sin
embargo, Thomas recordaba haber escuchado que antes de las limpiezas el cielo era
completamente negro, y la luna siempre estaba rodeada por una especie de velo de
contaminación.

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Cuando llegó al sendero, las pequeñas luces a sus lados se encendieron. Thomas no
rehuyó de ellas, pues rara vez vigilaban las cámaras que apuntaban hacia aquella parte del
bosque. Los árboles se fueron haciendo cada vez más jóvenes, sus troncos cada vez más
delgados. Thomas siguió avanzando hasta llegar a una fila donde aún no había árboles, sólo
cinco placas metálicas, los nombres que estaban grabados en ellas provocaron que sus ojos
ardieran, pero se tragó cada una de las lágrimas antes de que salieran.

Se detuvo en a que se encontraba en medio. “Sargento Circe Velasco. 12 de enero


del 2127 – 6 de junio del 2149”. Se llevó una mano a la cabeza, jalando uno de sus
mechones rojizos con la suficiente fuerza para ahuyentar las lágrimas. No pudo apartar la
mirada de la pequeña línea que se hallaba entre las dos fichas, ¿cómo era posible que toda
una vida quedara reducida a eso?, ¿cómo reducías veintidós años a un simple signo grabado
en una placa? De la misma manera en que reduje su vida con un simple corte en su
garganta.

Tragó saliva. A él lo habían ascendido a teniente, mientras que a Circe y a los


demás solamente les dieron el cargo de sargento, siendo que habían recibido el mismo
entrenamiento, que habían estado igual de capacitados, siendo que se merecían tener un
cargo mucho más alto después de todo por lo que los habían hecho pasar. Sus
entrenamientos habían sido mucho más duros que los del resto de los cadetes, sus castigos
eran mucho más severos; los habían aislado del resto del Cuartel y del resto de sus
familias… no sólo merecían un cargo más alto, merecían estar vivos a su lado, merecían
estar presentes cuando les otorgaran las medallas que reflejaban su cargo.

Se dejó caer de rodillas al pasto. Pudo sentir cómo se abría uno de los cortes en sus
piernas, uno de los tantos que Circe le había hecho mientras peleaba por su vida. Thomas
buscó la herida, y metió las manos en ella, sus uñas se abrieron paso por la tela de su
pijama, por los bordes de su carne hasta que la herida dejó de ser superficial, hasta que la
sangre empezó a escurrirse por su pierna hasta regar el pasto gota a gota.

¿Por qué lo hice? No apartó su mano. ¿Por qué tuve que hacerle caso a Bennett?,
¿por qué el Jefe nos dio esa orden?, ¿por qué mi padre me obligó a matar a mi mejor
amiga? Sintió su pierna temblar, Thomas retiró su mano y la alzó hasta que la poca luz de

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la luna iluminó el rojo brillante que cubría la punta de sus dedos, a sus ojos esa sangre no le
pertenecía, esa sangre era de Circe.

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Escena o posible capítulo donde Chad intenta suicidarse

La piel en la punta de sus dedos estaba lastimada. Chad podía ver los pequeños rastros de
sangre que iba dejando sobre la piedra mientras escalaba. Se aferró con mayor intensidad,
el polvo se metió entre los cortes en su piel. Ignoró el ardor. Ignoró a sus piernas que le
rogaban por un descanso. El viento hacía que el cabello le bloqueara la vista; debió de
haber escuchado a Louise cuando le dijo que necesitaba un corte. Debió de haber hecho
muchas cosas.

Su pie resbaló, la piedra raspó su rodilla. Una de sus uñas se levantó al intentar
mantener el equilibrio. Miró sobre su hombro, hacia abajo, el Cuartel se había convertido
en un cuadrado rodeado por otros más pequeños, todo en una escala de grises. Vio unos
puntos negros moverse sobre el pavimento, algún grupo de cadetes entrenando.

Apretó los dientes y regresó a la escalada. La rodilla le ardía, las rocas le rasparon la
piel; de haberse puesto el uniforme, ni siquiera habría sentido el impacto, pero ya no
merecía usarlo. Lo sentía como una carga, como algo que ya no le pertenecía.

Levantó la cabeza, le quedaban pocos metros, ya podía ver la bandera roja ondeando
en la cima. La habían colocado allí años atrás, a Chad le parecía que había sido en otra
vida. Quizá lo fue.

Las puntas de sus dedos gritaron de alivio cuando llegó al borde, Chad se impulsó
hasta subir todo su cuerpo. Se quedó tendido unos minutos, sintiendo el viento intentar
empujarlo por el borde; ya tendría su oportunidad. Cerró los ojos, se llevó las manos
temblorosas a la cara, algo caliente se deslizó por sus mejillas, quizá eran lágrimas, quizá
era sangre, no lo sabía y no le importaba.

Aspiró con fuerza una y otra vez para calmar a su cuerpo, pero era imposible, era
completamente consciente de a qué había subido al Gigante de Roca, de por qué había
llevado la espada consigo y de por qué había dejado su uniforme atrás, de por qué no le
había dicho a nadie a dónde iba. Tardarán días en encontrarme.

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Se levantó, sus piernas apenas eran capaces de sostener su peso. Respiró otra vez.
Luego otra y otra y otra. Por más que lo intentaba no podía detener el temblor que lo había
invadido. Quiso concentrarse en su respiración, aislar a su mente de todo lo demás que no
fuera el subir y bajar de su pecho, pero no podía. Sentía un fuego frío en su garganta, un
fuego que estaba peligrosamente cerca de convertirse en un grito. Tendría que hacerlo así.

Tomó el mango de su katana, sus dedos tardaron en acomodarse a su alrededor,


eran demasiado torpes y no paraban de rebotar contra el cuero. La desenfundó, el metal
chocó contra la funda con un estruendo que se llevaba el viento. El mismo viento que
pronto se lo llevaría a él.

Alzó la espada y dirigió el filo a su pecho. Lo colocó entre las costillas que daban a
su corazón. Sería rápido. Sólo tomaría unos segundos. Las manos no paraban de temblarle,
movían la espada. Apretó los dedos hasta que sintió la mordida de sus heridas, hasta que
sintió encajarse su uña desprendida. Empujó la espada. Un hilo de sangre se deslizó por el
blanco de su camisa, se mezcló con el polvo del que estaba cubierta. No pudo seguir
empujando.

Hazlo, se dijo, hazlo, hazlo, hazlo. La sangre escurrió por sus dedos. La uña quedó
colgando por sólo una esquina de piel. Hazlo, hazlo. Gritó. Sus brazos no le respondían. Su
cuerpo se negaba a ponerse un fin.

El viento levantó el polvo, le lastimó los ojos, pero estos llevaban tiempo llorando.
La bandera ondeó con violencia. Recordó la risa triunfal cuando la clavaron en la tierra,
recordó sus sonrisas llenas de orgullo, el brazo de Sky rodeando sus hombros mientras que
Louise los miraba, la satisfacción había hecho brillar el gris de sus ojos.

Hazlo.

Había dejado de sentir sus brazos. Sería tan fácil. Sólo tenía que atravesar la piel.
Sólo tenía que usar su fuerza y atravesar su piel. Un golpe al corazón, lo había hecho tantas
veces antes, y ahora no podía. Sus brazos estaban acostumbrados al movimiento, pero se
negaban a realizarlo.

Hazlo.

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Nada lo había detenido de clavar esa misma espada en el pecho de Louise. La vista
se le nubló al mismo tiempo que la luz del sol se opacaba. Podía ver una vez más sus labios
pintados de rojo, la sangre que salía a borbotones y escurría por ellos hasta deslizarse por su
garganta, hasta cubrir su clavícula.

¡Hazlo!

Con él sería más rápido. Apuntaba al corazón. Acabaría en segundos. No se


ahogaría con su propia sangre tras haber perforado un pulmón. No sería como con Louise.
Todo se acabaría. Ya no tendría que soportar el desgarre de la ausencia de sus compañeros,
ya no tendría que ver la cama vacía de Skylar, ni el dolor en los ojos de Evy, el mismo
dolor que veía en los suyos cada que se fijaba en su reflejo; ya no tendría que escuchar el
silencio detrás del nombre de Louise, del nombre de Skylar, ni el de Mateo, ni el de Circe,
ni el de Phillip.

¡Hazlo!

No, ya no tendría que soportar nada de eso. Viviría en la oscuridad, en la nada, en el


olvido. Apretó los dientes, sus brazos ya estaban cansados, ansiaban que los bajara.

¡HAZLO!

No lo encontrarían en días, pero, ¿qué pasaría cuando lo hicieran? Su nombre sería


ensuciado, el dolor en la mirada de Evy se haría más intenso, volvería a llorar, esta vez por
él. Tendrían que hacer una tumba extra, una placa metálica más. El Jefe estaría
decepcionado, sería él quien tendría que decirle a su familia lo que había pasado. Su
familia.

Sus dedos recuperaron el color.

Su madre jamás había estad de acuerdo en que entrara al ejército, decía que lo
matarían, que no iba a llegar a los treinta. ¿Qué diría cuando le informaran que él mismo
había acabado con su vida?, ¿que había sido demasiado débil para seguir soportando el
dolor? Su padre pensaría que había sido su culpa, él fue quien lo llevó a enlistarse. ¿Su

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madre le gritaría?, ¿él volvería a beber?, ¿cómo le dirían a sus hermanos que ya no iría a
visitarlos en sus días libres?

Sí, él se salvaría del dolor, pero al hacerlo estaría condenando a las personas que
menos quería lastimar. Los estaría hundiendo en los silencios pesados, en las noches lenas
de culpa y en las pausas largas detrás de su nombre.

Hazlo…

Sus brazos se tensaron, despegó el filo de su pecho. Gritó. La espada bajó hasta
clavarse en el suelo frente a él. Chad se dejó caer, el impacto reverberó en sus rodillas. Las
lágrimas calientes no paraban de arrastrarse por su cara. Su pecho subía y bajaba de manera
incontrolable mientras el viento intentaba reclamarlo como suyo. La bandera aleteó a su
lado hasta que una de las esquinas se desgarró. El viento tuvo que conformarse con llevar el
pedazo de tela roja.

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Escena. Prueba de selección. Asesinatos.

[…]

Un silencio mortal cayó sobre ellos. Evy sintió un tirón cuando el aire abandonó sus
pulmones; su mano se cerró en torno al mango de su katana sin ser capaz de desenfundarla.

La tensión se instaló en cada uno mientras refrenaban su cuerpo de moverse, en el


fondo esperando que esa fuera una prueba hacia la lealtad con sus compañeros; como todas
esas veces antes, en las que tenían que confiar por completo en el otro, como cuando tenían
trece años y habían sido emparejados, uno de ellos tenía que cruzar una serie de obstáculos
mortales con los ojos vendados mientras que el otro lo guiaba hacia la seguridad desde la
distancia. Evy había tenido que confiar por completo en Skylar esa vez, y había logrado
cruzar sin heridas serias. Ahora dependía de ambos salvar al otro.

Pero los segundos pasaron y el Jefe no aclaró nada. Los miró por última vez, con los
labios aún apretados y los brazos sujetos con fuerza tras su espalda, luego los dejó solos en
ese claro.

El viento sopló, pero Evy apenas fue capaz de percibirlo. Sus ojos se dirigieron
hacia Skylar, quien se negaba a devolverle la mirada. Intentó calmar su respiración,
despejar su mente de cualquier emoción, centrarse sólo en la orden que tenía que cumplir.
Pero cada vez que su brazo se decidía a sacar la espada de su funda ella lo detenía al
recordar un simple detalle: el objetivo era Skylar. Su compañero, su hermano, su Sky.

Era quien se había desvelado junto a ella para practicar, quien la ayudó a curar las
heridas que él mismo le había hecho, disculpándose una y otra vez cuando nadie más era
capaz de escucharlos. Lo miró, pero no vio al chico de veintiún años, sino al niño que le
había tomado la mano mientras ella lloraba por la pérdida de su madre.

No era capaz de lastimarlo.

El arma que llevaba en la mano era para impartir justicia, y Sky no se merecía morir
ahí, traicionado por una hermana que había jurado protegerlo, no merecía morir en el claro
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a donde llevaban a los criminales para masacrarlos. No pudo seguir viéndolo; desesperada
por centrar su mente en otra cosa, la que fuera, apartó la mirada, pero sus ojos no dejaban
de fijarse en sus compañeros, en su semblante descubrió la misma lucha que ella estaba
librando.

La voz de Phillipe cortó el silencio.

—¿Creen que…? — el resto de la pregunta murió en su garganta cuando el filo de


una espada se abrió paso por ella.

La katana de Phillipe se desenfundó, intentando cubrir los siguientes ataques, pero


la sangre corría con rapidez, obstruyendo su garganta y ahogándolo. El arma de su
compañero se clavó en su corazón, el metal rasgando carne y derramando la calidez de la
vida.

Por más que intentaba respirar, el aire no le llegaba a los pulmones. Evy miró con
incredulidad el cuerpo de Phillipe colapsando en el suelo, aún con espasmos aferrándose a
una vida que ya se había escapado. El rostro de Jason estaba salpicado de sangre, sus
manos guardaron su espada con movimientos tensos pero rápidos; mantenía su mirada baja,
seguramente sintiendo que los demás lo estaban viendo. Evy no supo cuántos segundos
pasaron antes de que Jason alzara los ojos; el gris en ellos jamás le había parecido más frío,
más peligroso.

—Nos dieron una orden — su tono de voz estaba demasiado cercano al del Jefe,
totalmente ajeno de emoción. Sus palabras pesaron en el pecho de todos —. ¿Qué importa
la vida de uno de nosotros?

No pudo ver a Jason alejarse porque en cuanto lo hizo el acero comenzó a chocar.
Los ojos de Evy tuvieron que moverse con rapidez, apenas captando movimientos de
brazos, evasiones, heridas sangrantes y rostros determinados a ocultar su angustia. Su mano
siguió aferrada al mango de su katana, al igual que la de Sky. Eran los únicos que no
estaban en movimiento.

A donde fuera que volteara lo único que veía era rojo, lo único que escuchaban eran
gritos y espadas chocando, y el sonido de la carne desgarrada.

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Su corazón le golpeaba con fuerza el pecho, cada uno de sus latidos más
desesperado que el anterior; por un momento perdió el control de su respiración y sintió
que se ahogaba. Reconoció esa sensación con un escalofrío, era pánico.

No había vuelto a sentirse así desde la primera vez que había luchado contra un reo
y este casi le había ganado. En ese entonces su cuerpo era más joven, pero era menos hábil,
sus reflejos no eran tan buenos, y el criminal la superaba dos veces en tamaño e ignoraba
por completo todas las reglas que a ella le habían enseñado. Ese día había olido su propia
sangre y temido su propia muerte.

Ahora el hedor metálico volvió a llenarle la nariz y las tenazas del miedo volvieron
a apresar su corazón. No podía escuchar otra cosa más que el fluir de su sangre, del sonido
de su corazón, latiendo con fuerza cerca de sus oídos.

Cerró los ojos y respiró con fuerza, había un hormigueo punzante recorriéndole el
cuerpo; cuando levantó los párpados se sorprendió al ver los primeros rayos del sol. Pero se
sorprendió aún más al escuchar el silencio. Una vez más miró alrededor, había sangre
regando el pasto, espadas tiradas, completamente inútiles ya que no estaban siendo
sostenidas. El aire que tanto trabajo le había costado reunir terminó por escaparse cuando
vio los cuerpos.

Fue como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago, quiso doblarse,
pero su cuerpo se negó a mostrar tal debilidad. Sus ojos comenzaron a arderle, y pronto
dejó de ver con claridad. Por la manera en que el mango de su katana chocaba contra su
cadera se dio cuenta de que estaba temblando.

Escuchó el desenfundar de una espada y ella volteó hacia el sonido. Parpadeó hasta
enfocar a Sky, con aquella postura firme que ella le había ayudado a perfeccionar,
escondiendo su pánico detrás de una seriedad fingida sólo delatado por el leve temblor en la
hoja de su espada.

Sus ojos siempre le habían recordado a la primavera, al mismísimo color que tenían
los árboles o el pasto. Ahora sus ojos estaban empañados en rojo tenue, de la misma manera
en que la sangre había regado el claro en el que se encontraban.

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—No — la voz de Evy salió tan tensa como lo estaba su cuerpo mientras negaba
con la cabeza.

—Tenemos que hacerlo.

—No, Sky…

—Nos dieron una orden, Evangeline.

Jamás la había llamado por su nombre completo. La mano de Evy sacó su espada en
el momento en que Sky lanzó el primer ataque.

Evy bloqueó cada golpe, refrenando a su cuerpo de aprovecharse de las partes


débiles de Sky que tanto conocía. Vio posibles entradas hacia sus pulmones, su corazón, a
sus venas y arterias importantes donde fácilmente podría deslizar su espada, pero no era
capaz de hacerlo. No podía matarlo, no podía, no podía…

Sintió un ardor frío abrirse paso por su costado derecho, vio la espada de Sky recién
adornada por su sangre. Retrocedió, pero al hacerlo resbaló y cayó al suelo. Su cuerpo se
mojó de algo cálido y espeso, no tuvo tiempo de averiguar de quién era esa sangre, porque
al segundo siguiente Sky aparecido con su katana apuntada hacia su corazón. Evy la desvió
con su propia arma, el metal se clavó rasgando parte de las costillas de la rubia. Evy giró
hacia atrás, golpeando con fuerza la cara de Skylar con sus piernas; se levantó con rapidez
y preparó su espada, haciendo lo posible por ignorar el ardor de sus heridas.

—No me hagas lastimarte, Sky — su voz mostraba una fragilidad desconocida—.


Por favor, para.

—No puedo.

La pelea comenzó una vez más. Evy pronto perdió la cuenta de todos los lugares
que le punzaban, de todos los bloqueos que realizaba; toda su concentración estaba en
resguardar su vida sin dañar la de Sky. Así había sido siempre, uno cuidando del otro.

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Notaba cómo los ataques de Sky subían de ferocidad tras sus bloqueos, veía su
insistencia incrementar con cada segundo. Sentía los brazos entumidos y su instinto
amenazando con salir a medida que iba cansándose, hasta que ya no pudo contenerlo más.

Sólo vio rojo, sólo escuchó el metal cortando el aire y luego la carne, sólo escuchó
un sonido ahogado. Tenía la respiración agitada y las manos llenas de sangre sosteniendo
con fuerza la espada que había clavado en el pecho de Sky. Alzó la mirada, el rostro de su
compañero estaba ensangrentado y por sus labios se escurría un sendero de rojo, su sonrisa
blanca había pasado a ser un mero recuerdo.

—Sky…— por primera vez el miedo se escuchó en la voz de Evangeline.

Cayó de rodillas al mismo tiempo que él. No quería mover sus manos, que se habían
vuelto a engarrotar alrededor del mango de su katana, tenía miedo de moverla sin querer y
apurar su muerte.

Los labios de Sky se movieron aunque fueron incapaces de emanar otra cosa que no
fuera sangre. No vio su mano levantarse hasta que esta se posó con pesadez sobre su
hombro. Algo empañó la vista de Evy, y al parpadear se dio cuenta de que eran lágrimas;
sus ojos se encontraron con los de Sky.

—Bien… — un susurro tomó forma de su última palabra, y un leve movimiento de


cabeza le dio la pista de un asentimiento.

Evy sintió la mano del chico caer al tiempo en que el verde se apagaba de sus ojos.

—Sky… — toda ella temblaba, parpadeó y sintió las lágrimas seguir cayendo —.
Sky… perdón… perdóname… perdón, perdón…

Vio sus nudillos volverse blancos detrás de la sangre que los cubría, su voz subió de
volumen con cada repetición de aquella palabra hasta volverse sollozos incomprensibles;
con un grito que le desgarró el pecho removió su espada, el cuerpo de Sky cayó hacia un
lado, hacia un pasto cubierto con su propia sangre y la de sus hermanos.

Miró la espada que tenía en las manos, un instrumento de traición, y la arrojó con
toda la fuerza que le quedaba hasta el otro lado del claro. Lo único que era capaz de

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escuchar era su propio dolor manifestado en gritos; golpeó el suelo hasta lastimarse las
manos, jaló de su cabello, separándolo con violencia de la sangre seca que lo había
apelmazado; se rodeó ella misma con sus brazos, clavándose las uñas en las heridas
abiertas; se infligió todo el dolor físico que fue necesario para dejar de concentrarse en el
que yacía dentro de ella.

Volvió a fijar la vista en Skylar, frenando a su mente de recordarle cada momento


que habían pasado juntos, la refrenó de recordar la vida que alguna vez había movido ese
cuerpo. Extendió una mano temblorosa hasta sus párpados para cerrarlos; ya no soportaba
más verlos.

Sin sus sollozos lo único que existió fue el silencio, ni siquiera había aves que
saludaran a la mañana, era como si todo el mundo hubiera sido testigo de su traición, de la
aberración que acababa de pasar.

Algo se rompió en su interior, algo esencial que la había conectado con el mundo;
de pronto ya no sintió nada más que su propia sangre enfriarse, nada más que una opresión
en su pecho que sabía que jamás desaparecería. Ya no había más dolor, no había
desesperación, ya no sentía el olor a sangre mientras calmaba su respiración, ni el ardor de
sus heridas cuando se levantó finalmente. Sin embargo, mientras se alejaba, no fue capaz de
mirar atrás, no quiso volver a ver la muerte que habían provocado.

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Escena. Sombra confronta a Shelton por la prueba de selección

Apenas la puerta se abrió, Sombra lanzó sus kunais, escuchó cómo las hojas cortaban el
aire; Shelton reaccionó en el último segundo, logró desviar uno de los cuchillos con un
golpe que le cortó la piel de la mano, pero no fue capaz de detener los otros dos de clavarse
sobre sus hombros, sosteniendo apenas el borde de su uniforme contra su silla de escritorio.

La mano herida de Shelton se posó en el mango de su nodachi, pero Sombra se


movió más rápido y lanzó otro kunai que se clavó justo al lado del cuello de Shelton, este
miró el cuchillo, sólo habría bastado que Sombra apuntara unos milímetros más a la
izquierda para cortarle la arteria. Shelton lo miró con un fuego escondido en los ojos, sólo
comparable con el que había en los suyos.

—Podría ejecutarte por lo que acabas de hacer —. Shelton se quedó muy quieto, la
tensión en su cuerpo era casi imperceptible —Atacar a un general es un delito grave.

—No me salgas con eso. Tu cargo para mí no es nada.

Nunca lo fue. Sombra entró de lleno en la oficina, la puerta se cerró detrás de él.
Alzó la vista con rapidez para confirmar que las cámaras seguían apagadas, lo que menos
quería era que otros se enteraran de lo que estaba por hacerle al hombre que tenía delante.

—Si quisieras matarme ya lo habrías hecho, y de una manera más inteligente, así
que dime, ¿a qué se debe este numerito?

—No sé cómo las personas creen que tienes honor.

En realidad sí lo sabía. Era fácil llegar a esa conclusión con nada más mirar las
noticias, Shelton era quien daba la cara cuando las ciudades eran atacadas, era quien se
comprometía a atrapar a los responsables y llevarlos a la justicia, era quien avisaba cuando
las ejecuciones se habían realizado. Cada vez que las cosas salían mal, era él quien las
arreglaba. Qué conveniente.

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Tuvo que refrenar su impulso de lanzarle kunais a los ojos, pues esa no era la razón
por la que había ido. Miró la mano que Shelton aún tenía en el mango de su espada, este la
soltó inmediatamente y alzó la mano con lentitud, la sangre salía de su palma, pero Sombra
no se detuvo mucho a verla.

—Me diste tu palabra, Shelton…

—General Shelton.

—… me juraste que si te contaba sobre el Sol Negro no pondrías en práctica sus


pruebas.

—No, te juré que si me dabas la información, serías perdonado y la organización,


destruida. Cumplí con ambas.

Malditos militares. Controló sus manos de moverse, de matarlo allí mismo; si él


había roto su palabra entonces él también podía romper la suya. Sintió el frío del metal en
las puntas de sus dedos, Sombra tuvo que respirar profundo para soltar sus armas. Torció la
boca en una sonrisa.

—Y aún así te crees mejor que yo.

—Yo no traicioné a los míos.

—¿Estás seguro?

—Ya me harté de esto.

Shelton se arrancó los cuchillos y Sombra lo dejó. El desgraciado sabe que no


puedo matarlo. No aún, los kunais dejaron marca en la silla y en la piel del hombre,
Shelton se levantó, su mano estaba peligrosamente cerca de su nodachi, el arma parecía
ansiosa por desenfundarse; sin embargo, Sombra miró con una ceja arqueada cómo Shelton
apartaba la mano. Y él tampoco puede matarme todavía.

Ninguno se movió de donde estaba. Sombra volvió a asegurarse de que las cámaras
estuvieran apagadas, en lo alto de una esquina, un aparato no más grande que los cuchillos
que llevaba enfundados en las costillas, no emitía su acostumbrada luz azul.

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—Si lo que querías era hacerme perder el tiempo, lo lograste —. La tensión
desapareció de su cuerpo—. Retírate. Es una orden.

—¿Crees que voy a seguir siguiendo tus órdenes después de lo que hiciste?

—Sí, harás lo que te diga y lo seguirás haciendo hasta que me harte de ti y decida
acusarte de traición. Sé de una asesina recién graduada que podría ejecutarte con facilidad
si así lo ordeno.

Ningún comentario escapó de su boca; Shelton volvió a sentarse a su escritorio, sus


ojos negros apenas brillando. Sombra cambió el peso de su cuerpo, sus manos pegadas con
firmeza a cada costado, apretó tanto la mandíbula que imaginó a sus dientes astillándose.

—¿Quedó claro?

—Sí… —. El sonido salió de entre sus dientes.

—Sí, ¿qué?

Jamás había querido romper su juramento como en ese instante, Shelton lo miraba
con una de sus cejas rasgadas por múltiples cortes ligeramente elevada. Clavó su colmillo
de metal en la lengua hasta que le supo a sangre.

—Sí, señor.

—Ahora vete —. Del escritorio salieron imágenes de reportes proyectados, Sombra


tuvo que tragarse aún más su odio cuando identificó los cuerpos de los cadetes de Bennett
—. Te mandaré llamar cuando te necesite.

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Escena. Sombra intenta hablar con Evy después de la prueba de
selección

La encontró a punto de entrar a una de las salas de entrenamiento. Llevaba el cabello sujeto
en una coleta hecha sin ningún cuidado, varios mechones delgados flotaban a los lados de
su cabeza, su uniforme, aunque limpio, estaba ligeramente descolocado: los tobillos de los
pantalones no estaban bien metidos dentro de las botas y la chaqueta se arrugaba sobre sus
caderas, dejando una franja de su cuerpo completamente desprotegida.

Avanzó haciendo más ruido que de costumbre, pero las manos de Evy no se
dirigieron hacia sus tessens que descansaban con pesadez en sus caderas; ella no reaccionó
hasta que estuvo a tan sólo unos pasos de distancia, su mano se alejó del lector en la pared
para tomar sus armas, se giró y Sombra de inmediato alzó sus manos extendiendo las
palmas en señal de rendición.

—Tranquila… —. Quería decir más, pero su foz falló en cuanto vio el estado en el
que se encontraba Evy.

Sus ojos estaban rodeados de sombras que aclaraban en rojo, su frente estaba
inflamada y amoratada, tenía los labios resecos y su mandíbula estaba poblada de
moretones; Sombra casi era capaz de sentir el dolor que se estaba tragando.

Evy lo miró, pero bajó la vista de inmediato; sus manos se alejaron de sus armas y
volvió a poner una de ellas en el sensor de la pared; la puerta se deslizó a un lado.

—Iba a entrenar —. No lo volteó a ver —. Te veré luego.

—Evy…—. Extendió la mano para tocarle el hombro, ella lo esquivó con


brusquedad —. Sé lo que pasó. Sé lo que te obligaron a hacer.

Evy se detuvo, sus hombros se hundieron y respiró con dificultad, luego se irguió,
tenía las manos apretadas en puños, los nudillos completamente blancos.

—Entonces sabes que no quiero hablar de eso.

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Evy fue hacia los tableros, seleccionó rápidamente el modo de entrenamiento; la vio
parpadear y arrugar la nariz al tiempo que el rojo comenzaba a aumentar en su mirada.

Claro que no quería hablar de eso, Sombra contuvo el deseo de golpearse ahí mismo
por su estupidez, intentó avanzar hacia ella pero sus pies no le respondían. Quería
asegurarse de que estuviera bien, pero no lo estaba; seguía respirando, pero quedaba muy
poca vida en ella. Sombra se quedó quieto mientras que Evy se ponía en el centro de la sala,
ella tomó sus armas y se colocó en posición de defensa, aunque sus brazos temblaban de
manera casi imperceptible, y sus pies no estaban bien plantados.

Sombra se movió hacia el tablero, lo apagó antes de que el primer objetivo se


abalanzara sobre Evy.

—¡Hey! —. Evy volteó a verlo con fuego en los ojos —. ¿Por qué lo apagaste?

—No estás en condiciones para esto.

—Eso lo decido yo.

—Te entrené, sé cuando necesitas un descanso.

—¿No escuchaste? —. Evy guardó sus armas sin ningún cuidado, un hilo rojo se
deslizó por uno de sus dedos —. Me ascendieron a teniente; no tengo por qué seguir
haciéndote caso.

Sombra le puso las manos en los hombros, había cruzado la habitación tan rápido
que ella tardó en reaccionar; se zafó de su agarre, él le tomó la mano y bloqueó el golpe que
iba dirigido a su garganta.

—Y yo no soy militar, así que tu nuevo cargo me vale una mierda —. Seguía
sosteniéndole los brazos, pero ella había dejado de resistirse —. Sólo me importas tú.

El ceño de Evy se frunció, bajó la mirada justo cuando Sombra distinguió la llegada
de unas cuantas lágrimas; Evy se soltó bruscamente u le dio la espalda, aún mantenía la
cabeza baja y sus brazos estaban tensados a cada lado de su cuerpo.

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—No… no digas eso —. La voz de Evy era apenas audible, era como si temiera que
sus palabras se rompieran—. No después de lo que hice.

—Te obligaron, tú no…

—No importa. De todas formas lo hice —. Su voz se endureció; sus hombros


subieron y bajaron, Sombra la sintió temblar —. Lo… lo maté. Maté a Sky, Sombra, lo
maté.

Escuchó las lágrimas antes de verlas, fue hacia ella e intentó abrazarla, pero Evy
evadió su tacto como si le fuera a hacer daño. Su rostro estaba rojo, y el llanto corría por
sus mejillas, apenas respiraba y de ss manos salía sangre, allí en donde se había clavado las
uñas con demasiada fuerza.

Se quedó sin palabras, pues ninguna le parecía lo suficientemente poderosa como


para repararla. Quería decirle que no fue su culpa, pero ambos sabían que sí lo era; había
sido una orden y había decidido cumplirla. Quería decirle que las cosas mejorarían, pero
Sombra sabía que eso era una mentira, él llevaba veinte años intentando creerla.

Los sollozos de Evy se hicieron más fuertes, su cuerpo temblaba, ella gritó y se
abalanzó a golpear la pared más cercana, sus puños impactaron varias veces antes de que
Sombra pudiera detenerla, la sangre se confundió con la oscuridad de la pared al tiempo en
que escuchaba el crujido de un hueso. Sombra la abrazó, manteniéndola lo más quieta
posible, Evy luchó por zafarse una vez más, se retorcía, lo pateaba e intentaba usar alguna
llave, pero Sombra aguantó cada golpe hasta que el cuerpo de Evy se dejó caer, respiraba
de manera irregular, pero ya no peleaba, sino que se aferró a los brazos de Sombra.

—Está bien, Evy, está bien —. Susurró —. No tienes por qué ser fuerte todo el
tiempo.

Ella no dijo nada, sólo siguió abrazándolo mientras trataba inútilmente de calmarse.
Sombra jamás la había sentido tan frágil, tan cerca de romperse… no, no estaba cerca, ya
estaba rota, los militares la habían destruido. Un ardor se instaló en sus ojos, y pronto sintió
cómo una lágrima se escapaba por su mejilla, la primera en más de veinte años.

54
“¿Y ahora qué?” Reunión después de haber matado a los líderes mundiales

El sudor acababa de secarse en su piel. Antonio se dejó caer en la silla más cercana, la
madera rechinó bajo su peso. Aún tenía su katana desenfundada, el silencio le resultaba tan
extraño y antinatural que esperaba alguna explosión, algún ataque repentino.

Escuchó unos pasos acercarse y se levantó a pesar del dolor en su pierna. El vendaje
volvió a teñirse de rojo y él hizo una mueca.

—Te encontré — Laurel apareció por el marco que ya no tenía puerta, estaba
completamente llena de polvo, se podían ver las marcas de sus manos por donde había
intentado limpiarse; tenía sangre seca que procedía de una herida en la cabeza —. Estamos
en el vestíbulo, lleva tu silla si quieres sentarte.

—¿Por qué están allá?

—Era el único lugar donde cabíamos, bueno, de menos el único que no está tan
jodido —. Se pasó una mano por la cabeza rapada, alejándola de pronto cuando tocó su
herida —. Mierda, sigo olvidando que me dieron un madrazo.

—No eres la única.

Antonio tomó su silla y siguió a Laurel hacia el pasillo. El elevador había dejado de
funcionar gracias a que Ethan había cortado los cables, por entre las puertas de metal a
medio cerrar llegaba el olor a sangre. Bajaron las escaleras, Laurel tomó la silla y Antonio
le agradeció con una mirada mientras se recargaba en el barandal, cuidando de no tropezar
con uno de los cadáveres o de resbalarse en alguno de los charcos de sangre.

Llegó con la pierna adormecida por el dolor, Laurel le había devuelto la silla antes
de que aparecieran a la vista de todos. Lo que menos querían en ese momento era que
aparentara ser débil. Apretó la mandíbula, sintiendo crujir el diente que había sospechado
flojo y se reunió con los demás.

55
Sólo faltaban ellos. Ethan les sonrió, tenía el ojo derecho tan hinchado que le
deformaba la cara; los demás parecían demasiado cansados para ser amables.

Antonio colocó su silla y se sentí en ella, Laurel se colocó a su lado, fue hasta ese
momento en que se dio cuenta de que Laurel no llevaba sus hachas, seguro las había
perdido en batalla.

Ethan fue quien interrumpió el silencio.

—Digan la verdad, — de no ser porque llevaba el brazo en un cabestrillo, habría


aplaudido para llamar la atención —, ¿quién pensó que íbamos a llegar tan lejos?

Nadie contestó. Años planeando aquel golpe los habían mantenido demasiado
ocupados para pensar en qué iban a hacer después si tenían éxito.

—Hay que decidir qué hacer ahora —. Sin varios de sus dientes, la voz de Kande
sonaba rara, demasiado suave y hasta antinatural — No hay de otra.

—Lo primero será deshacernos de los muertos — Masahino se cruzó de brazos,


tenía un gran corte en la cara que le había cortado parte de la nariz y del labio superior —.
El hedor va a volverme loco.

Una vez más hubo silencio. Era cansado hasta pensar, pero era necesario que lo
hicieran. Antonio recordó lo que Montesco le había dicho, que no debían dejar pasar mucho
tiempo sin saber qué hacer, si no todo por lo que habían luchado se les saldría de las manos.

—¿Las personas ya saben lo que hicimos? — Kande miró a todos con ojos
calculadores.

—La voz ya se está corriendo — contestó Ethan —. No tenemos mucho tiempo.

—¿Regresaremos a la democracia? — preguntó Laurel sonriendo un poco de lado.

—Claro, porque eso funcionó muy bien la primera vez — Johanna la miró con sus
ojos verdes llenos de dureza, a pesar de ser la más joven, básicamente una niña, era de lejos
la más intimidante.

56
—Las personas no lo aceptarían, no ahora, por lo menos — Antonio se recargó en la
silla, era el único sentado, por lo que tenía que alzar la mirada para verlos —. Necesitamos
algo fuerte para reconstruir en bases sólidas.

—¿Una dictadura? — Masahino frunció el ceño con fuerza, sus ojos eran aún más
pequeños debido a la hinchazón en su cara.

—No, algo diferente, algo nuevo — Antonio se pasó una mano por el cabello medio
apelmazado por la sangre y el sudor —. Tenemos que asignar personas por cada país, o
crear territorios nuevos que estén dirigidos por esas personas. Quizá hacer una especie de
consejo y hacer a alguien una especie de líder, quien tome la decisión final en momentos de
desacuerdo y sepa cómo llevar el mando.

—Nosotros — Johanna casi sonrió — Tenemos que ser los líderes, es la única
forma. Ya somos los líderes de nuestras bases, somos conocidos por las personas, nos
seguirían si les dijéramos que lo hicieran.

—Pones mucha fe en el mundo, niña.

Johanna tocó el mando de sus dagas, mirando duramente a Ethan, el hombre sólo
negó con la cabeza. Entendía por qué se sentían así, a pesar de que habían salido con vida,
en realidad nadie se sentía victorioso. Estaban cansados, Antonio sólo quería tomar un
analgésico y tirarse en algún lado a dormir por todo el tiempo posible.

—Tiene razón — Laurel intervino —. Johanna tiene razón. Tenemos cierta


posición, hay que usarla. El sistema que propone Antonio es bueno, parece prometedor.
Tenemos que liderar.

—En ese caso habrá que hacernos oficiales — Masahino asintió— Convertirnos en
militares en lugar de rebeldes.

—Podría funcionar — Kande sonrió mostrando sus dientes faltantes. La blancura de


sus dientes destacaba contra la oscuridad en su piel.

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—Un sistema militar y provisional — Comenzaba a tomar forma, Antonio casi
sonrió —. Ayudaremos a reconstruir la sociedad y las ciudades, tenemos que concentrarnos
en crear y limpiar.

—¿Con qué dinero? — Laurel frunció el ceño.

—No habrá dinero, pero sí ayuda — Ethan comenzaba a aceptar la idea —. Nos
ayudaremos entre nosotros como lo hemos hecho hasta ahora.

—¿Cómo haremos para evitar conflictos?, ¿para evitar que todo se vaya al carajo de
nuevo? — preguntó Kande.

—Prohibiremos las armas de fuego, cualquier arma explosiva, destruiremos cada


una y olvidaremos su construcción. Así las personas tendrán que aprender a pelear, a saber
qué es matar a alguien, como nosotros.

—Una cosa más — Ethan refrenó un bostezo —. Propongo a Antonio como el líder
principal.

—¿Qué? — No quería sonar tan sorprendido, pero no lo logró.

—Sí, es el sucesor de Montesco — Laurel volteó a verlo, le sonrió abiertamente —.


Es el único que podrá hacerlo.

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“¿Cómo lograron reconstruir el mundo?” Pequeño fragmento de las memorias
de Antonio Montesco.

Al principio fue difícil. Pensábamos que las personas nos seguirían apenas nos
declaráramos victoriosos, pero no fue así. Fuimos demasiado ingenuos. Tuvimos que
recurrir a métodos que detestábamos.

Hubo muchas bajas, había grupos que se oponían a nuestro mandato y tuvimos que
matarlos. No podíamos permitir que el caos reapareciera, teníamos que parecer fuertes; si
les perdonábamos la vida, habríamos invitado a más a rebelarse.

Qué gracioso. Nosotros empezamos siendo los rebeldes… Contábamos con el apoyo
de miles de personas, pero en cuanto nos hicimos oficiales, en cuanto le pusimos nombre al
ejército y a los territorios, muchos se alzaron en nuestra contra.

Ponerle nombre a los territorios fue por practicidad, una vieja costumbre de nuestros
tiempos como rebeldes. Decidimos dejarles los nombres clave que tenían en el momento en
que dimos el golpe mayor; pero los civiles no lo aceptaron, creían que íbamos a destruir
más el mundo. Como si quedara mucho por destruir…

Destruimos todas las armas de fuego. Ahora me doy cuenta de que eso fue lo que
enfureció a muchos. Creían que las guardábamos para nosotros, para hacerlos vulnerables y
fáciles de matar. Yo habría pensado lo mismo. Fue a Kenda a quien se le ocurrió la idea de
reemplazar las pistolas por dagas y otras armas blancas y enseñarles a las personas cómo
usarlas. Les enseñamos de la misma manera que Montesco me enseñó a mí. A buscar el
honor, a respetar su palabra y a entender lo que de verdad era asesinar. Las rebeliones se
hiceron mucho más escasas entonces.

Cuando fue seguro salir al aire sin riesgo de perder civiles, anunciamos nuestra
intención: gobernar hasta que el pueblo pudiera gobernarse solo. Nos comprometimos a
reconstruir y a guiarlos hacia una nueva sociedad.

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Reconstruimos zonas donde la radiación no había alcanzado y enfocamos nuestros
recursos a buscar personas dispuestas a encontrar una forma de hacer el resto del mundo
habitable otra vez. Si somos afortunados tendremos resultados en unas décadas. Espero
vivir para ver las viejas ciudades, los más ancianos decían que eran hermosas.

Por primera vez ayudábamos en lugar de pelear. Seguimos el plan de Johanna y nos
repartimos por el mundo. Intentábamos recuperar las costumbres de los pueblos perdidos,
pero temo que la esencia se haya perdido en el camino.

Poco a poco las ciudades se transformaron de edificios derruidos en unos altos, que
funcionaban de manera ecológica por medio del sol y el aire. Alguien diseñó un prototipo
de molino que filtraba la contaminación al mismo tiempo que cargaba energía; ahí podría
estar la respuesta para limpiar la radiación.

Despedimos a Laurel. Era momento de que partiera de regreso a México, no podía


seguir liderando desde lejos. Sé que será una gran líder y espero que el destino nos deje
volvernos a ver. Ethan fue a Inglaterra a establecer la base militar, la nombró El Cuartel; él
nunca fue muy original. Ambos se llevaron a nuevos reclutas y a muy buenos soldados.

Tuvimos que invertir en medicina. La radicación provocó un incremento alarmante


de cáncer, había un 80% de probabilidad de que alguien lo desarrollara. Johanna fue
diagnosticada con leucemia, pero eso no la detuvo de entrenar más reclutas; dice que ahora
que tiene los días contados planea ser lo más productiva posible. Ethan descubrió que gran
parte de Escocia estaba libre de radiación, por lo que mandamos a muchos pacientes allá
para su recuperación. La búsqueda por una cura o un tratamiento se hace más intensa cada
día.

Nos dimos cuenta de que era muy difícil conseguir la concepción y que había que
seleccionar a las personas indicadas para concebir basándonos en su probabilidad de llevar
cáncer o alguna mutación o desorden genético peligroso. Quienes resultaban positivos en
esos estudios, tenían prohibido tener descendencia. Detesté hacerlo, pero era necesario.
Aunque me siento culpable, ¿quién soy yo para decidir quién puede formar una familia y
quién no? Resultó que yo no puedo tener hijos. Está bien, pues jamás pensé que sería un
buen padre.

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Uno de los momentos donde sentí que de verdad estábamos avanzando fue cuando
el arte resurgió. Un arte que iba más allá de la desesperanza, el sufrimiento y el dolor. La
danza se convirtió en la líder de las artes. Una mujer llamada Marianela Díaz abrió una
academia y me invitó a la inauguración. Fue el primer evento al que asistí en donde no se
requirió que diera un discurso o motivara a una audiencia, el primer evento en el que no me
preocupé por un ataque enemigo sorpresa.

Intentamos recuperar la normalidad de los días antes de la Guerra Final, como


decidimos llamarla, pero casi nadie recuerda cuál y cómo era esa normalidad. A veces
siento que damos tumbos por la oscuridad.

Tomamos medidas extremas con el crimen. No podíamos permitir que el caos se


expandiera, ni siquiera en lo más mínimo. Las ejecuciones eran una solución, pero pronto
causaron revueltas; fue ahí cuando formamos mejores prisiones, pero se llenaron más
rápido de lo que pensamos. Meses más tarde encontramos una solución: usar a los
prisioneros para entrenar a los soldados. Las ejecuciones siguieron y fueron más aceptadas
de esa forma, aunque es imposible predecir la reacción de las personas en un futuro,
probablemente las siguientes generaciones se rebelen, o quizá lo acepten. Espero que sea lo
segundo.

En realidad es lo único que podemos hacer a partir de ahora: esperar que las reglas
que pusimos y que la sociedad que creamos se mantenga, al menos por el tiempo necesario
hasta que se encuentre otra forma de vivir que no lleve al mundo al desastre que era antes.

Estoy seguro que el mundo no sobreviviría otra guerra. Sigo sin explicarme cómo
sobrevivimos a esta, sólo puedo pensar en la intervención de algo más grande que nosotros,
en una fuerza divina, quizá.

Resurgió la iglesia de una manera mucho más liberal que en el pasado. Se buscó
actualizar las creencias para que se adaptaran a nuestra vida; hay varios seguidores, Laurel
entre ellos. A mí sigue sin convencerme, concuerdo más con Masahino, pero no del todo.
Creo en que hay algo superior, pero no sé qué es. Sería tonto pensar que todo fue creado
por mera casualidad, que sobrevivimos por casualidad. Me niego a pensarlo, porque, ¿cuál
sería el caso, entonces?

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Me pidieron que escribiera mis pensamientos, bueno, Kande dijo que me ayudaría a
avanzar. Es la primera vez que tomo una pluma en más de un año; se siente tan pequeña
comparada con mi espada. Creo que es bueno saber que puedo hacer otra cosa además de
matar.

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