Está en la página 1de 10

La resiliencia familiar: un modelo de acompañamiento centrado en la persona

Javier Armenta Mejía

Para mi amigo Mauricio Cerecer,


a quien tanto quiero

Introducción
Este texto aborda un modelo de trabajo terapéutico con la familia basado
principalmente en el paradigma de la resiliencia, en el enfoque centrado en la persona
de Carl Rogers y en la filosofía dialógica o del encuentro. Se intenta profundizar en el
proceso que vive una familia desde que enfrenta una adversidad o problema, hasta que
logra su recuperación, sanación o crecimiento familiar. Se hace un especial énfasis en el
proceso terapéutico de acompañamiento que realiza el facilitador y en el vínculo o
relación terapéutica que establece con la familia.

La resiliencia familiar
En la psicología, la psicoterapia y el desarrollo personal se ha empezado a trabajar
cada vez más con el paradigma de la resiliencia. La mayor parte del trabajo se ha
hecho con niños en situaciones de adversidad, adultos enfrentados a eventos traumáticos
o comunidades que han sido devastadas por múltiples traumas o situaciones
catastróficas. Esta línea de trabajo se ha caracterizado por modelos de trabajo que
privilegian los recursos, fortalezas o dimensiones sanas del ser humano para hacer
frente a estos eventos (Czyszczon y Lynch, 2010; Gómez y Kotliarenco, 2010).
Aunque existen varias definiciones o acercamientos conceptuales, podemos definir a
la resiliencia familiar como “la capacidad desarrollada en una familia, sacudida
profundamente por una desgracia, para sostener o ayudar a uno o varios de sus
miembros, victimas directos de circunstancias difíciles a construir una vida rica y plena
de realización para cada uno de sus integrantes a pesar de la situación adversa a la que
ha sido sometido el conjunto” (Delage, 2010 ).
En esta misma dirección, Froma Walsh (2004) elabora un esquema de trabajo
terapéutico en el que aborda elementos clave de este proceso de resiliencia familiar.
Entre ellos tenemos a los siguientes:
a) Sistemas de creencias en la familia: implica la forma en la que el sistema
familiar construye el acontecimiento traumático como algo devastador o por el
contrario como un proceso en donde se va construyendo un sentido de lo vivido.
En esta misma línea estaría también la perspectiva positiva con la que la familia
pudiera enfrentar la situación, e inclusive el apoyo o alivio que la espiritualidad
pudiera darle a la familia como un apoyo en medio de la situación adversa.
b) Patrones de organización: aquí se incluirían aspectos como la flexibilidad del
sistema para encarar el problema, las diferentes conexiones dentro y fuera del
sistema familiar y los recursos tanto sociales como económicos con que se cuente
en ese momento
c) Procesos comunicativos: estos serían una piedra angular y de vinculación en
medio de la situación conflictiva o dolorosa que pudiera estar viviendo la familia,
ya que les permitiría una comunicación clara y abierta, además de que se
promoviera la expresión emocional de cada uno y se construyera una
colaboración entre todos para enfrentar mejor la situación.
Habría que aclarar que la resiliencia no la concebimos como una cualidad o rasgo de
la personalidad. Tampoco pensamos en las personas resilientes como seres
excepcionales. No asumimos o identificamos a la resiliencia con la ausencia de
problemas ni mucho menos con la invulnerabilidad.
Lo que si proponemos es una concepción de la resiliencia dentro de un contexto
relacional, en donde y gracias a un espacio psicológicamente seguro y empático, pueda
detonarse un proceso de crecimiento en la adversidad y junto a los otros significativos.
Es decir, “la resiliencia es un concepto intersubjetivo. Solo puede nacer y desarrollarse
en la relación con el prójimo. Ninguna capacidad de adaptarse a ella o siquiera de
imaginarla puede ponerse en juego si no existen vínculos significativos con el entorno”
(Delage, 2010).
En esta misma perspectiva relacional estaría Godfrey Barrett-Lennard (2011) cuando
establece que: “cualquier relación significativa es un fenómeno emergente y una
expresión de vida diferente de lo que es un individuo o un subsistema dentro de esa
relación… Lo relacional es una expresión central de la existencia humana”.
Este texto propone un modelo humanista existencial de acompañamiento para
familias que han experimentado una situación adversa, traumática o simplemente que
altera o bloquea el funcionamiento familiar sano. Se describe el proceso de
acompañamiento que realiza el facilitador, a la vez que se profundiza en elementos
claves de dicho proceso como la tendencia a la auto-organización sistémica, el
procesamiento de las emociones, los vínculos afectivos y algunos elementos
existenciales del acompañamiento como el ser-en-relación, el encuentro y el diálogo
(Armenta, 2011; Coll, 2010; Greenberg, 2000; Gyamerah y Lantz, 2002; Kriz, 2008;
Lantz, 2004).

Tendencia actualizante y sistema familiar


Uno de los conceptos fundamentales en el enfoque centrado en la persona es la
tendencia actualizante, entendida como la dirección progresiva de todo organismo hacia
la plenitud o hacia la realización de sus potenciales creativos. (Rogers, 1977)
También otro constructo fundamental sería la tendencia formativa, la cual fue
postulada por Rogers (1980) en la última etapa de su vida como “una tendencia
evolutiva hacia un mayor orden, una mayor complejidad, y una mayor interrelación”.
Para él, la tendencia abarcaba desde los micro procesos celulares hasta los macro
niveles del cosmos. En el caso de la familia, el facilitador trabajaría para desbloquear o
permitir que fluya la tendencia formativa en el proceso sistémico de la familia.
Desde la perspectiva psicoanalítica, ya Karen Horney (1956) había hablado de un
proceso similar a la tendencia actualizante. Ella propuso que “no tenemos que enseñar a
una bellota cómo convertirse en roble, pero si se da la posibilidad, sus potenciales
inherentes se desarrollarán. De manera similar, en el individuo, cuando existe la
posibilidad, tiende a desarrollar sus potenciales humanos…. Es decir, crecerá
substancialmente dirigido hacia la autorrealización”.
De esta manera tomamos a la tendencia actualizante y formativa como el “punto de
partida que permite entender que la familia como sistema vivo y dinámico, y bajo las
condiciones adecuadas, puede encontrar vías o caminos para la resolución de sus
problemas y para el surgimiento de sus potenciales creativos y un mayor crecimiento
humano” (Armenta, 2011).
En relación con lo anterior, en la terapia existencial se piensa que “el fin último de
la psicoterapia es, pues, esta completa aceptación de una existencia dinámica abierta
continuamente a nuevos horizontes” (Van Kaam, 1969).
De esto se desprende, que el terapeuta o facilitador en sus contactos con la familia
“tiene una profunda fe en la sabiduría interna y en el potencial de cada consultante y
sabe que su tarea es ofrecer una relación en la cual puedan desplegarse y enriquecerse
esa sabiduría y ese potencial” (Mearns y Thorne, 2009).
En el caso de la familia, la tendencia formativa nos serviría como un recordatorio de
que en este entramado de vínculos y relaciones afectivas tan importantes,
constantemente existe esta dirección progresiva hacia un orden y una mayor
interrelación, a la vez que hacia una mayor complejidad en la estructura o adaptación
del sistema.
Y es en este sentido que entenderíamos que “aunque un sistema parezca
disfuncional, realmente se encuentra en una adaptación y devenir constante de su
potencial formativo hacia la totalidad de las condiciones en su entorno” (Cornelius-
White y Kriz, 2008).
Por otra parte, las aportaciones de Seeman (2008) sobre el modelo del sistema
humano también nos hacen apreciar este entorno o contexto que rodea a la familia, y
que resulta vital para su funcionamiento. Establece dicha teoría que el organismo
humano está compuesto por varios subsistemas que se encuentran en constante
interacción, desde el precognitivo, fisiológico, perceptual, cognitivo, persona-persona,
hasta el subsistema persona-entorno. Todos estos subsistemas se encuentran implicados
en su desarrollo funcional por las emociones. Dicha conclusión sobre la importancia de
las emociones en el funcionamiento humano es apoyada por la terapia experiencial, en
donde la capacidad de ir integrando o procesando la experiencia emocional es
fundamental para la vida funcional o en plenitud (Elliott, Greenberg y Rice, 1996;
Greenberg, 2000).
Finalmente, Seeman (2008) propone que tanto la conexión como la comunicación
resultan ser elementos fundamentales para que el sistema acceda a un funcionamiento
en plenitud.
Es precisamente por esto que el facilitador en su trabajo con la familia establece una
confianza básica en los recursos del sistema familiar para enfrentar la adversidad o
problema; igualmente el facilitador adopta una postura no-directiva en relación con el
contenido, la dirección o la profundidad del proceso que esta emergiendo, y finalmente
dirige parte de su trabajo a la restauración o re conexión de los vínculos afectivos dentro
de la familia.
Tanto la tendencia actualizante como la formativa las entendemos como procesos
relacionales o dialógicos, en una constante e imprescindible relación con un tú, que en
el mejor de los casos provea las condiciones para un crecimiento o un caminar hacia la
plenitud de la persona o la familia. En palabras de Peter Schmid (2008) “el constructo
motivacional básico del enfoque centrado en la persona no es únicamente la autonomía
y la autodeterminación, sino también la interconexión, el encuentro, la convivencia y la
cooperación”.
Otra contribución importante dentro del enfoque centrado en la persona seria la de la
co-actualización, definida por Barrett-Lennard y Motschnig-Pitrik (2010) en los
siguientes términos: “La actualización en los individuos tiende a ser particularmente
promovida al estar en relaciones funcionales con los demás. Cada relación funcional
facilita el desarrollo del sí mismo a la vez que genera crecimiento en las personas
involucradas. El proceso resultante es denominado co-actualización”. Es decir, que el
entramado relacional, y sobre todo aquel de persona a persona, o que establece
relaciones significativas, va a facilitar que la tendencia actualizante de cada uno de los
participantes fluya o tenga una dirección hacia la plenitud humana y en relación con el
otro. Este proceso de apuntalamiento de la tendencia actualizante o de co-actualización,
igualmente lo podemos entender existencialmente ya que “solo en la relación
auténticamente interpersonal nos experimentamos como participantes en el proceso
creativo que nos constituye como personas. Esta constitución mutua del yo y del tú en
su ser personal es, como hemos visto, una de las tesis de la filosofía del encuentro”
(Coll, 2010).

Acompañamiento, familia y plenitud


La hipótesis central de este texto es que si el facilitador establece un ambiente
relacional empático, donde valora incondicionalmente al otro y al sistema familiar, y
donde puede ser auténtico en su contacto con los demás, generalmente la tendencia
actualizante o formativa se desbloqueará y habrá una mayor funcionalidad o un proceso
dirigido a la plenitud tanto individual como de la familia como sistema.
En este proceso tentativo habría ciertos elementos o dimensiones del
acompañamiento que a continuación describimos brevemente:
El sufrimiento en la familia: en este proceso de acompañamiento partimos de una
visión que no busca etiquetar o clasificar en alguna psicopatología a las personas o a la
familia, pero que tampoco niega los problemas o los procesos disfuncionales humanos.
Más bien, lo que se intenta hacer es un acercamiento fenomenológico a la
experiencia vivencial de cada uno de los miembros del sistema familiar para averiguar
de qué manera han experimentado cada uno el problema y también para ver el impacto
que todo esto ha tenido en el nivel del sistema familiar.
Por otro lado, en el enfoque existencial se considera que “todas las formas del
menosprecio de la vida humana habrían sido consecuencia de esta impersonalización
del hombre” (Coll, 2010). Es decir, que en la situación familiar, en la medida en que las
relaciones interpersonales se tornen superficiales, incongruentes, o donde el otro
aparece o es tratado como si fuera una cosa, en esa misma medida la persona
experimentara un sufrimiento relacional.
En el caso del facilitador sería importantísimo establecer un contacto respetuoso y
comprensivo tanto de los sentimientos como de los significados que la familia tiene con
respecto al problema que enfrentan. Habría que tener muy presente que “cuando alguien
ha sido herido, humillado, tratado como si no valiera nada, lo único que tiene la
capacidad de impulsarlo a recobrar el valor ante si mismo es la atención y la humanidad
que le brindan los otros, sobre todo, sus allegados” (Delage, 2010).
Empatía y proceso familiar: En este proceso en donde la familia vive el impacto
emocional de un problema y sus consecuencias tanto en cada miembro como en las
interacciones o vínculos familiares, seria importantísimo el acompañamiento empático
que pudiera hacer el facilitador, como una forma de ir entrando en el mundo vivencial
de cada miembro y del sistema familiar
En este sentido, la empatía la podemos entender como el esfuerzo creativo del
facilitador de asumir el marco de referencia interno de la persona, tratando de captar los
matices de sentimientos y significados de la persona (Rogers, 1951, 1980).
En el caso de la familia enfrentada a una situación de adversidad o traumática, la
empatía del facilitador se extendería no solo a la persona, sino también tentativamente a
las relaciones o vínculos dentro del sistema familiar.
Si el acompañamiento empático que realiza el facilitador se acerca vivencialmente a
la experiencia de la familia, generalmente lo que sucede es que hay una suerte de
desbloqueo o de aflojamiento del sistema lo que a su vez permite una reorganización
tanto emocional como del propio sistema. En relación con esto, Jurgen Kriz (2008)
establece que “la tarea de la terapia es deconstruir descripciones rígidas, esto es,
desestabilizar el entendimiento reificado para permitir que surja nuevas interpretaciones
que son inherentes a dicho sistema”.
En términos existenciales, “la llamada de una persona no puede ser contestada sino
con la presencia total de otra persona. Todo lo que sea menos, es una traición a esa
llamada y una huída de la entrega de uno mismo en la auténtica relación personal” (Van
Kaam, 1969).
También pudiéramos entender la empatía como el arte de no-saber, de establecer
una postura de apertura y disponibilidad para acercarnos y percibir la riqueza y
profundidad del otro.
Igualmente, habría que señalar que “es prácticamente imposible conocer al otro
completamente, ya que a lo que mas podemos llegar es a un acercamiento
fenomenológico y tentativo de la realidad, tal y como es experimentada por la otra
persona. Y precisamente por lo anterior, siempre existe un excedente de ignorancia,
incertidumbre y sorpresa en relación con las experiencias de la otra persona” (Armenta,
2011a).
Esto, nuevamente nos confirma que el cliente es el experto, y que el terapeuta o
facilitador solo actúa como un acompañante receptivo y cálido en este proceso que
llamamos terapia. Tal como Peter Schmid (2001) lo expresa: “ser empático significa
encontrarse con lo inesperado, acompañar a una persona e iniciar un viaje con un
destino incierto, quizás nunca antes alcanzado […] ser empático significa encontrarse
ante la presencia del otro: mantenerse abierto a ser tocado existencialmente por la
realidad de la otra persona y tocar su realidad. De esta manera, siempre existe el riesgo
de cambiar uno mismo”.
Finalmente, el proceso empático permite que los miembros de la familia se puedan
abrir poco a poco a la realidad de los otros significativos, y entiendan que en este
proceso todos se han visto afectados por la adversidad, y que de alguna manera todos
han compartido el sufrimiento, aunque de manera distinta.
Es gracias a este espacio psicológicamente seguro y cálido, que “el otro es
experimentado como compañero de camino, pues también él está en camino hacia si
mismo mediante la entrega a los demás, con todo lo que esto supone de logro y
auténtica realización, y también de falta, de retraso, de alienación todavía no superada,
etc. Con esto el compañero de camino me descubre mis propias posibilidades” (Coll,
2011).
La dignidad del otro: en este proceso donde la familia se puede ver abatida o
emocionalmente devastada por la adversidad, un elemento fundamental va a ser la
aceptación incondicional del otro, que provee el facilitador a lo largo de este
acompañamiento, pero que también espera que en algún momento del proceso, sean los
mismos miembros de la familia los que puedan mantener dicha actitud de aceptación
incondicional hacia sus relaciones significativas, probablemente de forma tentativa,
vacilante y muchas veces de manera sorpresiva e inesperada.
De lo anterior, entenderíamos que al igual que en las terapias existenciales, el ser
humano es concebido como un ser-en-relación, en un entramado de relaciones y
vínculos con otros significativos. De tal manera, “la existencia interpersonal común es
un ser-con, un ser-juntos, que tiene su origen en el amor mutuo… El yo y el tú se
constituyen mutuamente por al acto de amor en que ambos participan, y en este mismo
amor consiste su existencia nueva” (Coll, 2010).
También desde la perspectiva resiliente, la aceptación del otro tendría un papel
fundamental en el proceso de recuperación o de sanación de la familia. Es por esto que
“el reconocimiento, a la vez como victima y como ser humano, es decir como ser
valioso, es una etapa indispensable del proceso de la resiliencia. Cuando falta este
reconocimiento y la persona herida siente que se convierte en un extraño, los
sufrimientos se agravan y el traumatismo provoca peores efectos” (Delage, 2010).
Habría que subrayar que “sentido y valor, en cuanto constitutivos de nuestra
existencia interpersonal, los creamos y los realizamos en el encuentro” (Coll, 2010). De
ahí la importancia de este proceso vivencial de aceptación y reconocimiento del otro, y
en términos del sistema familiar, de la restauración de los vínculos familiares basados
en una comprensión tentativa y en una aceptación progresivamente mas constante y
experimentada en una relación congruente o auténtica.
Las emociones y el proceso familiar: En este proceso dirigido a la plenitud del
sistema familiar, la forma en que se experimentan las emociones, pero sobre todo la
forma en la que pueden irse bloqueando, o por el contrario, integrando en un proceso
emocional va a ser fundamental para la actualización de la familia.
Partimos también de que la situación de adversidad o trauma que enfrenta la familia
puede generar la evitación o la disociación de ciertas emociones, o problemas para
regular la intensidad emocional o simple y sencillamente un bloqueo en la tendencia
actualizante debido a la falta de procesamiento de las emociones que surgen producto
del enfrentamiento con la situación traumática. (Greenberg y Paivio, 2007)
Desde la terapia orientada a las emociones, lo que se hace es evocar y activar la
experiencia emocional problemática, en un ambiente o vinculo terapéutico seguro, para
ya después acceder a la reestructuración emocional de los esquemas emocionales
desadaptativos y también permitir o facilitar la creación de nuevos significados
emocionales de las experiencias emocionales (Elliott, Greenberg y Rice, 1996).
En la terapia centrada en la persona lo que se haría básicamente es facilitar el
procesamiento de la experiencia emocional dolorosa a través de la creación de un
espacio psicológicamente seguro, empático y cálido, en donde la persona o la familia
pueda ir revisando su experiencia emocional y también pueda irla integrando poco a
poco.
En este proceso, la actitud empática del facilitador, a la vez que su profundo respeto
por la persona y por su manera de reaccionar, constituyen elementos fundamentales de
este proceso de reorganización emocional. Es decir, “la contención del terapeuta
consiste, ante todo, en estar allí, presente y disponible” (Delage, 2010).
El proceso dialógico: Todo el proceso del acompañamiento en la familia se hace a
través de una actitud que privilegia el diálogo con el otro.
Es debido a esto que uno de los objetivos fundamentales del facilitador sea el de
crear un ambiente relacional en el que cada uno de los miembros de la familia pueda
irse involucrando y animando a romper su aislamiento y encontrarse con el otro, con su
persona y con una nueva manera de ser en el mundo.
En este mismo sentido, pero desde la filosofía dialógica de Buber, Maurice Friedman
(1992) considera que “la esfera del “entre” alcanza su completud en la vida del diálogo.
Llegamos a la completud personal cuando respondemos al otro, sin pensar en nosotros,
y logramos el diálogo genuino, no al dirigirnos a él, sino al permitir que el otro exista en
su otredad y no como un contenido de nuestra experiencia o pensamiento. Podemos
percibir al otro como completo y único solo a través de una actitud de acompañamiento,
y no a través de una actitud reductiva, analítica o derivativa como las que existen hoy en
día”.
De alguna manera podemos responder a la interpelación que me hace el otro, en este
caso en la familia, desde una suerte de monólogo donde no escucho al otro, ni mucho
menos lo valoro y solo estoy interesado en mi propio discurso estático, estructurado y
lineal. O también podemos responder desde una postura que privilegia el encuentro y
el llamado o interpelación que el otro me hace, y en donde la respuesta surge de un
proceso de mutualidad en donde el otro es valorado en su unicidad, donde soy auténtico
en la relación, permanezco abierto al otro y a lo que expresa, me siento involucrado y
participo en la co-creación de una realidad emergente entre el otro y yo. (Armenta,
2003).
Esta profunda necesidad y vinculación con un otro significativo y que la podemos
encontrar en la familia, con los amigos o en la pareja nos habla de la imprescindible
necesidad del otro tanto para la plenitud propia como de la otra persona. Y es
precisamente por esto que “en el amor interpersonal perdemos nuestro yo superficial y
centrado sobre sí, para reencontrarlo como yo profundo abierto al tú y, en el tú, abierto a
todo el ser” (Coll, 2010).
Sanación y Encuentro: en la terapia centrada en la persona mas que una
preocupación por las técnicas, se enfatiza la relación humana o vinculo terapéutico
como un medio de apuntalar o de dirigirse a la plenitud humana.
En este sentido, es a través del encuentro que se puede realizar la confirmación de la
alteridad y unicidad del otro en este proceso de acompañamiento.
Tal como Peter Schmid (2003) lo expresa al hablar de la dimensión dialógica:
“1.- Cliente y terapeuta colaboran en base a un `nosotros´ fundamental que
constituye una relación de persona a persona.
2.- El cliente es primero, porque él o ella es el experto.
3.- El terapeuta responde a la llamada del cliente a través de su presencia”.
Entonces, en el acompañamiento familiar, el facilitador crea las condiciones para que
existan momentos de encuentro en el proceso, no solo entre el facilitador y la familia,
sino todavía más importante, entre los mismos miembros de la familia.
Como se ha enfatizado a lo largo de este texto, la importancia de la relación con el
otro, o del encuentro interpersonal, es una dimensión fundamental en la constitución del
ser humano, y su ausencia o resquebrajamiento también implicaría procesos de
alienación o de inautenticidad. Es por esto que “necesitamos entrar en relación con la
libertad de un tú personal para poder ser nosotros mismos auténticamente libres” (Coll,
2010). De esta manera, algunos autores como Adrian Van Kaam (1969) establecen que
“la existencia es básicamente co-existencia”.
De acuerdo a lo anterior podemos establecer que el encuentro tiene una dimensión
profundamente terapéutica, basada principalmente en la humanidad de dos personas que
se permiten acercarse y ser tocadas existencialmente por el otro. De ahí, que para
algunas terapias existenciales, el encuentro sea sanador. (Friedman, 1992; Lantz, 2004;
Sadler, 1969; Van Kaam, 1969).
La esperanza: en el proceso de acompañamiento que vive la familia, generalmente
transita de un estado en donde se sienten heridos hacia una actitud de esperanza en
relación tanto con la adversidad que vivieron como con lo que pueden ir construyendo
en su futuro.
Desde el enfoque dialógico, entenderíamos que “la esperanza esencialmente no es
esperar algo, sino esperar en alguien. La esperanza es en un tú que comparte conmigo
en el presente y hace su presencia disponible… Esperar es continuar en comunión y
ganar la libertad de vivir en comunidad, fuera de las paredes de la cárcel de una soledad
egoísta” (Sadler, 1969).
De ahí, que este proceso de acompañamiento le permite a la familia reorganizar o
modificar los significados que ha ido construyendo tanto del evento traumático como
del devenir familiar y adoptar una actitud mayormente proactiva y esperanzadora en
relación con su propia historia y también en relación con el futuro.
Retomando la dimensión de los vínculos afectivos en la familia y del encuentro
interpersonal, podemos establecer que “amar es, por tanto, abrirse al bien que se me
revela en el encuentro y desearlo para el otro, sin clasificarlo, sin etiquetarlo, creyendo
en la posibilidad de un común progreso ético y ontológico, esperando para él la
verdadera plenitud de su ser, aún contra toda esperanza que quiere fundarse en el
conocimiento de las cualidades actuales del otro” (Coll, 2010).
De la persona al sistema en pleno funcionamiento: Si tomamos el modelo de Rogers
(1961) de la persona que funciona integralmente y tratamos de aplicarlo al sistema
familiar tendríamos lo siguiente:
Una mayor apertura a la experiencia en los miembros de la familia, y un sistema
familiar con un funcionamiento fluido, con interacciones que confirman la vivencia del
otro y en donde generalmente las personas pueden hacer contacto con lo que realmente
experimentan en un momento dado.
Una tendencia al vivir existencial, que en el sistema familiar lo veríamos reflejado en
las relaciones auténticas de persona a persona, y en una congruencia tanto personal
como sistémica.
Mayor confianza en el organismo, que aquí entenderíamos como una mayor
competencia del sistema para resolver los problemas a los que se enfrenta y para
satisfacer las necesidades de sus miembros. También entenderíamos que en este proceso
habría una mayor confiabilidad en la sabiduría del sistema, que igualmente apoyaría la
independencia como la solidaridad de sus miembros.
Una tendencia a un funcionamiento pleno, que lo podríamos entender como un
proceso gradual y tentativo, con errores y desaciertos, pero siempre en una dirección
progresiva hacia el crecimiento y hacia la satisfacción de las necesidades de los
miembros de la familia en su proceso de actualización.
Sobra decir que en este proceso, la familia viviría relaciones humanas en libertad,
más que prefabricadas o acartonadas. Así mismo, la creatividad seria parte de los
recursos que el sistema podría utilizar en sus transacciones y en el diario convivir.
Finalmente podríamos decir que este modelo de acompañamiento también estaría
basado en una concepción de la naturaleza humana como confiable o constructiva, y por
lo mismo, siempre en un proceso dirigido hacia una mayor riqueza de la vida.

Bibliografía
Armenta, Javier (2003) Del monólogo obstinado al diálogo genuino: una
aproximación centrada en la persona. Revista Española de Personalismo Comunitario
Acontecimiento, No. 67, 18-21.
Armenta, Javier (2011) El trabajo terapéutico con la familia: una perspectiva
dialógica centrada en la persona. Revista Iberoamericana de Personalismo
Comunitario. 16, 44-52.
Armenta, Javier (2011a) El trabajo terapéutico con la familia: una perspectiva
humanista existencial. Revista Latinoamericana de Psicología Existencial. 1:2, 38-46.
Barrett-Lennard, G., & Motschnig, R. (2010) Co-actulization: a new construct in
understanding well-functioning relationships. Journal of Humanistic Psychology. 50, 3,
374-398.
Barrett-Lennard, Godfrey (2011) Enquiring into human relationship in therapy and
life systems, 1956-2010: Searching journey and new understanding. Person-Centered
and Experiential Psychotherapies, 10: 1, 43-56.
Coll, Josep (2010) La relación interpersonal. Salamanca: Fundación Emmanuel
Mounier.
Cornelius-White, Jeffrey y Kriz, Jurgen (2008) The formative tendency: person-
centered systems. In Levitt, Brian. Reflections on human potential. Bridging the
person-centred approach and positive psychology. Ross on Wye: PCCS Books.
Czyszczon, G., & Lynch, M. (2010). Families in crisis: Resilience-based
interventions in in-home family therapy. Retrieved from
http://counselingoutfitters.com/vistas/vistas10/Article_17.pdf
Delage, Michel (2010) La resiliencia familiar. El nicho familiar y la superación de
las heridas. Barcelona: Gedisa.
Elliott, R., Greenberg, L., and Rice, L. (1996) Facilitando el cambio emocional. El
proceso terapéutico punto por punto. Barcelona: Paidos.
Friedman, Maurice (1992) Dialogue and the human image. Beyond humanistic
psychology. Newbury Park: Sage Publications.
Gómez, Esteban y Kotliarenco, María (2010) Resiliencia familiar: un enfoque de
investigación e intervención con familias multiproblemáticas. Revista de Psicología. 19,
2, 103-131.
Greenberg, Leslie (2000) Emociones: una guía interna. Bilbao: Desclee de Brouwer.
Greenberg, L., y Paivio, S. (2007) Trabajar con las emociones en psicoterapia.
Barcelona: Paidos.
Gyamerah, J., and Lantz, J. (2002) Existential family trauma therapy. Contemporary
Family Therapy. 24 (2), 243-255.
Horney, Karen (1956) The search for glory. In Moustakas, Clark (ed). The self. New
York: Harper and Row.
Kriz, Jurgen (2008) Self-actualization. Person-centred approach and systems theory.
Ross-on-Wye: PCCS Books.
Lantz, Jim (2004) World view concepts in existential family therapy. Contemporary
Family Therapy. 26, 2, 165-178.
Mearns, D., and Thorne, B. (2009) Counseling centrado en la persona en acción.
Buenos Aires: Gran Aldea Editores.
Rogers, Carl. (1951). Client-centered therapy. Boston: Houghton Mifflin.
Rogers, Carl (1961) El proceso de convertirse en persona. México: Paidos.
Rogers, Carl (1977) El poder de la persona. México: Manual Moderno.
Rogers, Carl (1980) A way of being. Boston: Houghton Mifflin Company.
Sadler, William (1969) Existence and love. A new approach in existential
phenomenology. New York: Charles Scribners.

Schmid, Peter (2001) Comprehension: The art of nor knowing. Dialogical and
ethical perspectives on empathy as dialogue in personal and person-centered
relationships. In Haugh and Merry. Rogers’ therapeutic conditions: Evolution, theory
and practice volume 2: Empathy. Ross-on-Wye: PCCS Books.
Schmid, Peter (2003) The characteristics of a person-centered approach to therapy
and counseling: criteria for identity and coherence. Person-Centered and Experiential
Psychotherapies. 2, 2, 104-120.
Schmid, Peter (2008) A personalizing tendency: dialogical and therapeutic
consequences of the actualizing tendency axiom. In Levitt, Brian. Reflections on human
potential. Bridging the person-centred approach and positive psychology. Ross on
Wye: PCCS Books.
Seeman, Julius (2008) Psychotherapy and the fully functioning person.
Bloomington: AuthorHouse.
Van Kaam, Adrian (1969) Encuentro e integración. Una nueva perspectiva de la
psicoterapia. Salamanca: Ediciones Sígueme.
Walsh, Fromma (2004) Resiliencia familiar. Estrategias para su fortalecimiento.
Buenos Aires: Amorrortu editores.

También podría gustarte