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Descubrimiento de las ondas gravitacionales

Estudiante: Naudy Gissela Martínez


La mayor parte del conocimiento que los humanos tenemos sobre el universo lo hemos
adquirido midiendo la luz, es decir, ondas electromagnéticas que van desde los rayos
gamma hasta las ondas de radio. Como nuestros ojos apenas perciben una pequeñísima
porción de la luz que permea el universo, hemos construido instrumentos para capturarla y
medirla.

Hemos encontrado que nuestro sistema solar es apenas uno de la infinidad de sistemas
planetarios que existen alrededor de estrellas distintas al Sol. Hemos descubierto que las
estrellas se asocian en grupos de miles de millones que llamamos galaxias. Hemos estimado
que hay más galaxias en el universo que granos de arena en todas las playas de nuestro
planeta. Pero la luz no revela todos los secretos del universo.
Al inicio de la década que está a punto de terminar, uno de los objetivos más ambiciosos de
la física experimental era medir otro mensajero de los fenómenos del universo: las ondas
gravitacionales. En 1916, un año después de la formulación final de las ecuaciones de
campo de la relatividad general, Albert Einstein predijo la existencia de ondas
gravitacionales. Encontró que las ecuaciones de campo débil linealizadas tenían soluciones
de onda: ondas transversales de tensión espacial que viajan a la velocidad de la luz,
generadas por variaciones de tiempo del momento cuadripolo de masa de la fuente. Einstein
comprendió que las amplitudes de las ondas gravitacionales serían notablemente pequeñas.

Pero tras más de una década de observaciones que comenzaron en 1974, Russell Hulse y
Joseph Taylor encontraron las primeras evidencias indirectas de la existencia ondas
gravitacionales. Lo lograron al medir los pulsos de ondas de radio emitidos por un sistema
de dos estrellas de neutrones, los remanentes de dos estrellas más masivas que nuestro Sol
al finalizar su existencia. Por este descubrimiento se hicieron merecedores del Premio
Nobel de Física en 1993. Pero hace 10 años nadie sabía con certeza si alguna vez podrían
medirse directamente estas perturbaciones en el tejido del espacio-tiempo.
Antes de la relatividad de Einstein, cuando las leyes de Newton dominaban nuestro
entendimiento de los fenómenos físicos, se podía imaginar que el espacio y el tiempo eran
independientes de los fenómenos que suceden en el universo. Como si la realidad fuese una
película en la que cada instante transcurre en su fotograma y el transcurrir del tiempo fuese
solamente la sucesión de fotogramas. Pero ese modelo, esa forma describir el universo, no
era suficiente para integrar toda la física que se conocía a principios del siglo XX. Para
reconciliar las leyes de Newton con el electromagnetismo, Einstein formuló un nuevo
modelo en el que el espacio y el tiempo son inseparables en ese único concepto llamado
espacio-tiempo.
En la física, el juez de las teorías es la naturaleza misma. Las grandes ideas y los modelos
matemáticos son aceptados si pueden hacer predicciones correctas. Y Einstein hizo dos
predicciones críticas. La primera era la descripción precisa de la órbita de Mercurio
alrededor del Sol, conocida durante siglos, pero imposible de predecir usando solamente la
física de Newton. La segunda era la observación de la curvatura de la luz de las estrellas
vistas en la cercanía del Sol. Cuando Arthur Eddington y sus colaboradores confirmaron
esta segunda predicción al observar el cambio en la posición de las estrellas durante el
eclipse total de Sol de mayo de 1919, Einstein saltó a la fama.

¿Cómo es posible que un físico teórico se haya convertido en un ícono del siglo XX y una
teoría matemática le haya dado una celebridad tan solo comparable con la de una estrella de
cine? Posiblemente, porque Einstein hizo lo que todos quisiéramos hacer: predecir el
futuro. Einstein predijo un comportamiento desconocido en la naturaleza a partir de
principios matemáticos. Y la predicción más audaz de la teoría de Einstein era la existencia
de ondas gravitaciones.

La punta de lanza en la detección directa es el Observatorio de Ondas Gravitacionales por


Interferometría Láser (Ligo, por sus siglas en inglés). En dos sedes idénticas, separadas por
3.000 kilómetros de distancia, Ligo está compuesto por dos túneles al vacío de 4 kilómetros
que forman una letra L, en un montaje experimental diseñado para medir una distancia
10.00 veces más pequeña que el núcleo del átomo. Eso equivale a medir la distancia a la
estrella más cercana a la Tierra (a 40 millones de millones de kilómetros) con una precisión
comparable al ancho de un cabello humano.

En su primera ronda de operaciones en 2002 y 2010, Ligo no encontró evidencia de la


existencia de las ondas gravitacionales, por lo que sus instrumentos fueron rediseñados y
reconstruidos en 2010 y 2014. Estas modificaciones, que hicieron a Ligo 10 veces más
sensible, se pusieron en operación en septiembre de 2015. El 14 de septiembre a las
09:50:45 UTC, los detectores de ondas gravitacionales Advanced LIGO y Advanced Virgo
hicieron su primera observación de una estrella de neutrones binaria inspiral. Observaron
simultáneamente una señal transitoria de ondas gravitacionales la cual coincide con la
forma de onda predicha por la relatividad general para la fusión de un par de agujeros
negros y el ringdown del único agujero negro resultante, estas observaciones demuestran la
existencia de sistemas binarios de agujeros negros de masa estelar. Esta es la primera
detección directa de ondas gravitacionales y la primera observación de una fusión de
agujeros negros binarios.

Hasta la fecha, Ligo y Virgo han observado 11 eventos confirmados de ondas


gravitacionales, 10 colisiones de agujeros negros y una colisión de estrellas de neutrones. Y
este es apenas el comienzo de las observaciones que en unos años esperan estimar la
frecuencia de estos cataclismos cósmicos en todo el firmamento.

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