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Al principio, el reguetón no tenía nombre.

En los barrios pobres de San Juan, en Puerto


Rico, a las primeras canciones de reguetón se las llamó simplemente underground. El
término describía a la perfección los orígenes del género: grabaciones caseras en cintas de
casete que empezaron a sonar en las discotecas de los suburbios de la capital. La música
era una mezcla del reggae rápido que venía de Panamá y el rap que procedía de Estados
Unidos y las letras hablaban de forma explícita de sexo, drogas y violencia, que en los
barrios jodidos formaban parte de la realidad cotidiana. Al gobierno de Puerto Rico no le
gustó todo aquello. La mezcla de orgullo de barrio, bailes con un fuerte contenido sexual y
letras sobre armas y tráfico de drogas parecía difícil de manejar, así que a mediados de los
noventa decidió prohibirlo. La medida no sirvió de nada, para entonces el género ya se
había extendido por toda la isla y empezaba a ser conocido como reguetón. El nombre se lo
había puesto un chaval que se estaba haciendo conocido gracias a los casetes que
circulaban de mano en mano y al que llamaban Daddy Yankee, igual os suena.

En la década siguiente el crecimiento del reguetón fue imparable. Se extendió primero por el
resto del Caribe, después por Estados Unidos y España. Su consolidación definitiva se
produce entre 2003 y 2007, cuando el género vive una auténtica explosión que lo catapulta
hasta el mainstream. Don Omar vende medio millón de copias de su primer disco, The Last
Don, e incendia las pistas de baile con Dale, Don, dale. Al año siguiente, en 2004, Daddy
Yankee publica Barrio Fino, seguramente el mejor disco de reguetón de la historia. El
álbum, que actualmente acumula más de veinticinco millones de copias vendidas, incluye la
que se convertirá en la primera canción de reguetón en alcanzar el mainstream a nivel
global: Gasolina. El reguetón ha dejado definitivamente de ser un estilo periférico para
sentarse en el trono de la música comercial que se escucha por todo el mundo.

Pero esta ascensión al mainstream no estará exenta de fricciones. Una buena parte de la
prensa estadounidense y europea tratará al género de una forma abiertamente clasista y
racista -es posible que recordéis los primeros reportajes en los telediarios españoles sobre
el perreo, que lo describían con tono de catequista escandalizado-, y otra lo mirará con una
condescendencia paternalista también problemática. Pero además, la subida al mainstream
también supondrá cambios en el propio género. A finales de la década de los diez, las letras
del reguetón abandonan temas como el tráfico de drogas o la violencia, se hacen menos
explícitas y renuncian a palabras propias del argot de los barrios bajos puertorriqueños. Los
discos se vuelven menos agresivos, y cantantes como Daddy Yankee y Don Omar
dulcifican las letras y eliminan efectos como los sonidos de metralleta que incluían muchas
producciones. El reguetón pierde conexión con los orígenes en los suburbios de San Juan y
conecta con una sensibilidad más pretendidamente universal, es decir, más blanca y más
de clase media.

Esta evolución será similar al de otros géneros nacidos en la clase baja, como el rap o la
salsa, que también pasan de letras que cuentan la vida cotidiana en los guetos a otras más
centradas en el amor y el hedonismo cuando escalan a las listas de éxitos globales. Pero
estos paralelismos son especialmente claros con la música disco, cuya evolución nos puede
dar algunas pistas sobre lo que le espera al reguetón en los próximos años. Como el
reguetón, la música disco también fue creada en entornos racializados de clase baja y
también experimentó un salto espectacular al mainstream en poco tiempo. Se convirtió en el
género que se pinchaba en todos lados y todo el mundo conocía, como sucede hoy con las
canciones de reguetón que nos asaltan en radios, centros comerciales, anuncios y
discotecas. Pero esta extensión tan espectacular de la música disco también supuso un
agotamiento relativamente rápido del género, lo que se reflejó primero en la proliferación de
versiones y después en la aparición de grupos de dudosa calidad y fenómenos como las
roller disco, discotecas de música disco en las que se patinaba. En la actualidad, el
reguetón está experimentando un aumento muy notable del número de canciones que son
versiones de otras más antiguas. Con calma, de Daddy Yankee, es quizás la más conocida,
pero podemos nombrar decenas de ellas, como China, de Anuel AA; Muévelo, de Nicky
Jam; Ritmo, de los Black Eyed Peas y J. Balvin o Me gusta de Shakira y Anuel AA. El
reguetón está todavía lejos de entrar en una fase de decadencia como la que experimentó
la música disco en sus últimos años de éxito, pero la proliferación de versiones sí parece
mostrar cierto agotamiento creativo. La trituradora que es la industria musical exige hits a un
ritmo demasiado rápido, así que los artistas y los productores recurren a canciones que ya
triunfaron en su momento. El mainstream siempre se devora a sí mismo. El reguetón se
encuentra ahora en una encrucijada que marcará su futuro. Si es capaz de renovarse podrá
sobrevivir, si no, en unos años nos acordaremos de él como recordamos ahora la música
disco: algo un poco hortera con lo que bailamos mucho durante un tiempo.

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